Aquí vamos otra vez. La cuarta ya.
Debido a que con el que hay no es suficiente, ahora vamos con un resumen más completo:
Resumen:
Un renombrado y enigmático mercenario, rubio y de ojos cerúleos y muy desencantado de la vida, toma el trabajo más importante de su carrera: robarle a Arasaka el «Kurama Projekt»; un proyecto ultra secreto del cual Militech, su contratista, ni siquiera sabe si existe con certeza, y mucho menos sabe lo que es. Pero, igualmente, la oportunidad está al asecho, y él, junto a un grupo de mercenarios no menos experimentado que él, aceptan el trabajo y asaltan el convoy donde transportan, en absoluto secretismo y con un escuadrón entero a su disposición, el «proyecto» que, sea lo que sea, al parecer requirió de mucha atención y cuidado.
Y resulta que ese tan cuidado y oculto proyecto era una adolescente, de cabellos nevados y ojos lavanda, quien, a primera vista, siente un aprecio incalculable, y quizá algo más, por su salvador de amplia sonrisa… Oh, si ella supiese…
En cualquier caso, él la entrega a sus contratantes, y ella lo observa con el corazón quebrado y totalmente traicionada… Y no es la única que sufre una traición, pues Militech, en aras de borrar toda evidencia de su operación, ejecuta a todo el grupo de mercenarios contratados. A excepción del obstinado y sagaz rubio, que sobrevive, y que ahora pretende su mayor venganza hasta la fecha.
Al borde de la muerte y la ciberpsicosis, él intercepta al nuevo convoy de Militech, que a su vez huye de las fuerzas de seguridad de Arasaka que buscan recapturar lo que se les ha extraviado. Él entra en escena matando a todos y a todo lo que se halle en su camino, dejando en el proceso en plena libertad a la joven muchacha mientras se queman sus sesos. Ella, a pesar de su previa traición, no quiere que muera porque se siente en deuda con él. Por lo que recurre al «poder» que le fue conferido para salvarlo. De este modo, en contra de la voluntad tanto del rubio como la de la excautiva, entrelazan sus almas, sus cuerpos y sus destinos por toda una eternidad… o hasta que alcancen Mikoshi, una de dos, no hay mucho más.
Sin chakra, sin pactos con la muerte, sin viajes interdimensionales y sin (demasiadas) parafernalias metafísicas. Esto solo es una inserción del personaje de Naruto, y alguno que otro de su obra, en el mundo de Cyberpunk 2077; la hermosa y distópica (y trágica) realidad originalmente creada por Mike Pondsmith. NarutoxCyberpunk2077 . NarutoxLucy (otra vez, sí).
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Anotaciones:
Vayamos con las explicaciones rápidas y con los puntos más importantes:
(Cuidado: a continuación puede haber spoilers.)
-Lo dice en el resumen: esto es un Naruto insertado, junto a otros personajes de su obra, sin chakra en el mundo de Cyberpunk 2077. Los otros personajes que son insertados no guardan mayor relevancia que para rellenar huecos narrativos. A lo que me refiero es que solo estarán allí para ocupar con sus nombres y caras reconocibles el pasado de Naruto. En un principio, no pretendo que sean protagonistas ni que estén muy estrechamente relacionados con la trama principal.
-La relación principal es NarutoxLucy, y el foco general de la trama gira en torno a ésta. Aquí el amor es lo primero, luego vienen los demás hechos. Como siempre, me tomaré mi tiempo para ir desarrollando, con mi toque dramático y trágico, su amorío, que irá traspasando por varias fases hasta consumar el tan esperado acto… ¿Un abrazo? ¿Un besito? Nah, creo que ya todos sabemos cómo concluirá esta historia. Y ahí vamos con el siguiente punto…
-Aquí se narrarán situaciones eróticas y, en algunos casos, altamente obscenas (aunque esto depende de las valoraciones de «obsceno» de cada quien). El objetivo de esto tampoco es convertir la historia en una novela porno, para nada, pero el sexo me parece algo común y cotidiano, una faceta más de la vida de los personajes que tiene y debe de ser explorada, por lo que aparecerá con la asiduidad que crea necesaria. (Aviso de antemano por si a alguno le desagrada.)
-También serán narrados momentos de violencia muy explícita. Lo típico: decapitaciones, mutilaciones; quizá alguna escena de tortura, aunque dudo que recurra a ello en este fic. No suelo ser muy descriptivo al menos que haya un motivo de peso detrás como, por ejemplo, en los casos donde para generar el impacto deseado es necesario desenfundar una escritura más "gore". (Otro punto que está más arraigado a las propias valoraciones personales del lector.)
-Además del sexo y la violencia, escribo sobre otros muchos temas sensibles sin tapujos ni contenciones. Ya sea drogadicción, prostitución, depresión, suicidio, entre otros. No necesariamente voy a hacer una tesis sobre cada uno de estos temas (algunos aparecerán con apenas unas cuantas menciones), pero, desde mi perspectiva, es necesario aclarar lo que se puede encontrar el lector para que, más tarde, no haya sorpresas desagradables.
-Los capítulos rondarán las 3k (el mínimo) a 12k (el «máximo») palabras. Casos excepcionales hay de sobra (no suelo hacer mucho caso a mis propias normas)
-Escribo muy lento. Me tomo mi tiempo para ir desarrollando a los personajes. Así que no te halles sorprendido si voy por el capítulo 20 y los protagonistas aún no han pisado Night City (porque es algo que seguramente va a pasar).
-"Kurama Projekt" y "Un Pacto con la Muerte" provienen del mismo borrador, pero, a pesar de esto, guardan similitudes prácticamente nulas (creo que el emparejamiento principal y poco más). Es por esta razón que me he decantado por crear dos historias independientes que a priori pueden parecer redundantes. No lo son; no se parecen en nada una a la otra. Mientras una (UPM) se hunde en conceptos más «místicos» y abstractos e inmiscuye al lector en una trama de lo más enrevesada y trágica posible, la otra (Kurama Projekt) es una suerte de novela romántica con aventuras, con ciencia ficción (esto sigue siendo ciberpunk) y con un toque de comedia ácida. Y también habrá tragedias; pero estas, en un principio, poseerán un papel más secundario. Recalco: en un principio. Puede que un día me levante de mala manera y decida matar a uno de los personajes protagónicos del modo más calamitosamente depresivo posible, aunque dudo que pase; y si pasa, anticiparé y construiré el momento como es debido y procuraré no traicionar la confianza del lector. De momento, todos serán felices y comerán perdices.
-Otra cosa que vale la pena mencionar es que, a veces, no respeto los hechos canónicos o los cambio en favor de construir algo más interesante y atrapante. Aquí esto no tiene importancia en demasía (porque el canon de Naruto no existe para esta historia), pero, dentro del argumento de Cyberpunk, pueden surgir cambios, sustanciales o no. Solo aviso.
-Por último, he de aclarar que esto es como un borrador público el cual voy perfeccionando con el tiempo. Que no te alarme ni que te sorprenda que un día se duplique el contenido de un capítulo sin que ninguna nueva publicación haya sido ejecutada, porque seguramente habré reescrito «algo» o muchos «algos». En cualquier caso, si reescribo algo siempre aviso en las anotaciones iniciales o finales del episodio más reciente.
Tengo otras tantas razones de por qué divergir un único borrador en dos historias independientes, sin embargo, no vienen al caso aquí.
En definitiva, y lo más importante a destacar, es que esta historia narrará el romance de Naruto y Lucyna, y sus aventuras previas y posteriores a la consumación de éste.
Con todo ya aclarado, creo que no me queda nada más por decir.
Así que, sin más dilación, disfruten de la ficción…
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Kurama Projekt
~~Prólogo~~
Capítulo 1: Shooting Star
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El frío.
El frío metal chocando con sus pies descalzos le hizo erizar los pelos de brazos, piernas y espalda como si fueren escarpia. Una luz a lo lejos: símbolo de una liberación interior o exterior, no supo cuál. Lo que si sabía era que el ritmo frenético de sus piernas no se detenía, aunque sosegara su respiración e interrumpiera la señal neuronal a ellas; no se detenían, bajo ningún concepto, bajo ningún pensamiento o miramiento. El control de su cuerpo cedido a un ente alterno, ajeno, que bien podía ser su subconsciente consciente de todo aquello que ella ignoraba y la rodeaba. Saberlo era una causa perdida, una guerra perdida.
Hacía tiempo que perdió sus guerras. La guerra por el saber qué acontecía en ese túnel y cuál era la razón de perseguir lo inalcanzable, aun sabiendo que no llegaría jamás. La guerra por el control de su cuerpo que afanado se precipitaba sin demasiadas consideraciones hacia la luz, hacia aquella atrayente y esperanzadora luz, que la embriagaba de buenas sensaciones.
Sola. No iba sola: distinguía sombras hermanas que la acompañaron en su peregrinaje sin fin en persecución de la sensación liberadora que transmitía la luz. Aunque éstas… cayeron. Se desvanecieron.
Golpe seco contra el frío metal. Alguien cayó en la esquina de su visión que ella no podía orientar. Otro, otro más, y de nuevo otro; fueron cayendo como moscas en un gran vendaval, sin oponer resistencia alguna, sin resistirse mínimamente ante el captor que los reprimía. No querían, o no podían luchar.
Y es que había una enorme razón para que estos compañeros corredores cayeran, y es que las estrellas fugaces, ráfagas blancas de destellantes luces que quemaban al tacto, los atravesaban, desinflando sus pretensiones y ánimos, cayendo como pesos muertos a su lado; pero, sin embargo, hubo alguien que siempre prevalecía, sin importar cuánta estrella fugaz de fuego y dolor la atravesase, sin importar cuánta sombra compañera feneciese, pasase lo que aconteciese: ella misma nunca caía… o no de momento.
Contrario a lo que uno pudiese esperar, la angustia la colmaba según más se acercaba a su tan ansiado objetivo. Pues se iba quedando sola en su corrida, y ella ya sabía cómo esto terminaría.
El aliento entraba frío a sus pulmones abrasados por la intolerancia a la actividad física tan desacostumbrada. El sudor como témpanos navegando caían de sus sienes, de su cuello, salpicaban en el aún más gélido suelo de metal opaco, ennegrecido. Oídos entumecidos. Parecía que la hubiesen tirado a las profundidades de un lago o a un océano oscuro, sombrío. No oía los disparos.
Hubo un momento en el que se convirtió en la única corredora que seguía avanzando, todas las sombras, ella sin saberlo a ciencia cierta, se detenían muertas o sin energías para continuar. Aunque ella nunca se cansaba, ella nunca se detenía.
Hasta que pasaba lo de siempre…
A simples instantes de alcanzar la tan aguardada libertad, un golpe, invisible, indetectable, que no era de una de las estrellas fugaces que ella ya comenzaba a aborrecer efusivamente, sino más bien una fuerza insoslayable que la penetraba hasta lo profundo de su ser, de su subconsciente automatizado. Absolutamente improbable la evitación de su soberana y avasalladora influencia. Una fuerza inenarrable que, de un impacto, se hacía dueña integral de sus deseos, sus anhelos, sus sueños, y de su propia y marchita fuerza.
Y ella finalmente caía, y se quedaba allí: a tan solo unas dos zancadas de la fulgurante y apasionante luz. La puerta. La salida, el escape. Casi podía rozarla con sus dedos. La desesperación atiborró su persona, al igual que la penuria, al igual que la miseria. Ecuánimemente las lágrimas no se hicieron esperar y complementaron su desengaño y su agravio con un llanto desaforado. No había sonido, pero, aun así, pudo oír sus gritos y lloros en desespero; tan cerca y, a la vez, tan lejos. Tan imposible era el tocar, atravesar y abrazar la luz. Ella solamente quería un poquito de luz, que se le derramara un poquito de gracia y sentido a su absurda y rutinaria vida. ¿Era tanto pedir?
Y, como siempre, de forma inconsciente, se giró, al menos la parte superior de su cuerpo lo hizo, para ver lo que le advenía a continuación. Pequeñillas sombras abandonadas de toda esperanza yacían caídas en el pasillo sempiterno del horror, que era el arrendador de todas sus cavilaciones despierta, y allí se paró, imperante, una sombra maestra, una sombra mayor que se erguía en su forma completa muy por encima de su pequeñísima silueta. La sombra maestra se acercaba lenta y calmadamente hacia ella, como si obtuviese todo el tiempo del mundo para su recaptura. Ella detuvo su lloradera, ya sea por el pánico, ya sea por una señal inconsciente recibida por la fuerza alterna que en estos precisos instantes la gobernaba. Solo fue capaz de girar y observar como aquella aberrante e imponente figura achicaba la distancia que los separaba. Más y más cerca, la arrogante forma de un hombre acortaba el espacio que quedaba entre ellos, la arrinconaba y la encarcelaba devuelta en su cuerpo físico; en su realidad.
Y, por fin, una vez parada frente a ella, a tan solo un suspiro, ensombreciendo con su porte su enana figura, él, la sombra maestra, le habló, le dio su dictamen.
"Eres nuestra; nos perteneces. No trates de entenderlo, no trates de cambiarlo." Le dijo la sombra maestra. Imperceptible, pero juraría que le sonreía cuando dijo eso, cuando le hablaba, cuando la condenaba. Sus ojos brillaban de un blanco parecido a la estática de un canal muerto. La petulancia se denotaba, se palpaba en su tono, en las reverberaciones y en el eco amedrentador de su voz.
No lo notaba desde un primer momento, nunca; pero, desde las esquinas de su visión, una oscuridad comenzó a engullirla en sus ominosas fauces. Un terror reanimado en su ser, una perpetua irrealidad a la que se hallaba atada y de la que ni en sus propios sueños disponía de la suficiente entereza como para afrontarla y derrotarla. La sombra maestra dejó de ser una simple sombra para convertirse en un todo, en todas las sombras del mundo, en una oscuridad perenne que la derrotaba sin la más mínima preocupación o consideración. Obnubilada por la irrefrenable ola de oscuridad que anticipaba a su dominación y esclavización, no supo cuándo, pero empezó a oír unas voces, unas voces que repetían en coro perfecto una frase, una frase que bien conocía y que tanto la destruía en las disminuidas instancias en las que guardaba algunos extractos de autoconsciencia. La desmoronaba; la desmotivaba y la hacía ver la cruenta realidad.
Las voces, en pleno júbilo y enaltecimiento, dictaminaron:
"Arasaka es tu casa. Ahora, por y para siempre."
~~o~~
Abrió los ojos. Un par de lágrimas se perdieron en el estanque, como peces mortuorios condenados a la perdición, desaparición. Su cuerpo suspendido en un líquido viscoso y gélido, aunque no sentía del todo el frío (y través de sus sueños corriendo en ese pasillo de metal infinito, reconocía bien al frío). A la vez era volátil, como intangible. Como levitar en una masa de aire físicamente acuoso y visible. Estaba adentro de uno de los tanques; ella lo sabía. Vivía, dormía allí.
Verde. Tenue verde. El líquido o masa tenía tonalidades viridián. Un respirador estaba pegado a su cara, tapando su boca y nariz, y través de éste obtenía el respiro fresco que la mantenía viva. Las inmediaciones fuera del tanque se difuminaban en la tonalidad de la sustancia que abrazaba la totalidad de su cuerpo desnudo. Se estiraba completamente con la espalda arqueada, y sus pechos de pezones rosados, jóvenes y aún en desarrollo, hicieron frente al mundo y quedaron a la vista. Su entrepierna, al igual que todo su cuerpo, estaba depilada. Su piel era tan blanca que parecía resplandecer en el fluido inidentificable. Su cabello era níveo. Tenía un flequillo predominante, largo, al lado izquierdo de su cara. No sabía por qué se lo peinaba así, pero lo replicaba tal cual lo recordaba de sus primeros días aquí. Obviamente, ahora, todo su cabello estaba estirado hacia arriba, como si una fuerza desconocida le estuviere haciendo succión, a causa del líquido. En su cabeza, en la parte trasera, había un puerto de inmersión conectado directamente a su lóbulo occipital. Según recordaba, estuvo allí desde siempre. ¿Tal vez se lo pusieron al nacer? Quién sabe.
Sus ojos se abrieron cuando notó el tirón de la parte baja. El «agua» empezó a drenar. Un desagüe desaguando su tanque lleno hasta el tope. Fue un proceso lento y constante. Ella ya había calculado el tiempo que tardaba en llevarse a cabo. Cuatro minutos, cincuenta y tres segundos. A veces más, a veces menos, pero la marca que más veces se repitió fue esa: cuatro minutos y cincuenta y tres segundos. Pasó el susodicho tiempo, con la mínima diferenciación de unos seis segundos de excedente, y se quedó en cuclillas dentro del tubo en estos momentos vacío, o, en realidad, relleno del purísimo aire.
No necesitó que nadie la asistiera. Ejerció los movimientos de manera automática y rutinaria. Se quitó el respirador. Fue hasta una de las paredes de cristal templado de su «recipiente». Y, como por arte de magia, se abrió.
Salió del tanque y se paró, erguida, fuera de éste. Sus pezones erectos por culpa del cambio brusco de temperaturas y por haber estado en contacto con aquel frío líquido que le transmitía sensaciones tan extrañas. Sus oídos no captaron correctamente el sonido, se sentían como taponados. Solía pasar nada más salir del contenedor. El lugar olía a limpio y a nada; a producto químico y a desinfectado. Acudieron a ella un grupo de tres. Los tres con batas médicas. Un carrito de metal cargado con varias toallas fue empujado por uno de ellos.
Las esquinas de su visión parecían borroneadas, con estrías semitranslúcidas que difractaban la blanquísima iluminación de la sala.
La comenzaron a secar con toallas blancas. Los humanos con batas, científicos, o médicos, la secaron con minuciosidad. Tocaron sus piernas, sus pechos, su trasero. No tuvieron reprensiones al secar su cuerpo. Le levantaron los brazos e hicieron varias pasadas desde sus axilas hasta las puntas de sus dedos. También le secaron el abdomen y la espalda. Sus ojos lavandas contemplaron hacia el frente con cabal inexpresividad.
Una vez terminaron, alguien se le acercó y le posó una bata blanca en los hombros que le tapaba hasta sus rodillas, que se cerraba y tapaba sus senos púberes, su abdomen delgado. Luego, fue guiada por las salas y pasillos grises y blancos de nulas decoraciones. La guiaron hasta una mesa baja metálica dentro de una especie de pequeño vestidor. Allí había, doblado con delicadeza, un mono negro, con un cierre hasta la parte media del pecho y con el logo de Arasaka en el corazón. Le dieron la orden. No lo supo porque lo haya escuchado, sino porque su cuerpo actuó en consecuencia y se deshizo de la bata, dejándola caer al suelo, donde alguien rápidamente la tomó y se la llevó. Y ella recogió el atuendo y empezó a colocárselo. Una tela bastante flexible que ceñía perfectamente a su cuerpo. La abrazó con dedicada admiración. En el espejo de una taquilla vio sus nalgas adheridas por la segunda piel. Habría sonreído pero incapaz fue.
Le encomendaron a una sala. La sala de pruebas. No sabía qué pruebas, ni siquiera estaba segura de que realmente lo fuera en verdad, pero la solían sumir en los asientos refrescantes y conectarle cables a su cabeza y cuello. Lo cotidiano, lo normal. Sin embargo, hoy pareció ser un día especial. Hoy, quien se tenía que encargar de suministrarle el «adormecimiento», el DID, no realizó su consuetudinaria inyección. Y, por lo tanto, durante las pruebas no estaba tan aislada de su propia persona. Un hombre le colocó las gafas de realidad aumentada, ajustándola bien a su cabeza, pero sin cubrirle los ojos todavía.
La sala era negra, ahora que se fijaba. Llena de máquinas y computadoras que escupían resultados ininteligibles desde su posición. Ella estaba en el centro de la habitación. Recostada. La camilla, que creía que alguna vez se refirieron a ella como silla de netrunning, era fresca. Diría que es fresca y reparador como otra cosa, pero no recordaba si rememoraba algo tan fresco y agradable como esa camilla. El líquido de su tanque también fue fresco, no obstante, casi sin excepciones se encontraba incómoda dentro.
Comenzaron las pruebas. Algo repiqueteó en los abismos de su consciencia. Le gustaría descifrar qué es. Le encantaría responder. No hubo caso.
No se dio cuenta hasta que emprendieron una conversación, pero ella no estaba sola por completo en mitad de la sala. Aparte de los computarizados científicos y doctores, alguien la miraba desde una distancia segura, más allá del desnivel en el que se hallaba su camilla de inmersión, en un género de estrado en medio del pasaje que atravesaba la sala. Una mesa negra, impoluta y minimalista. Delante de ella dos hombres conversaban. Vinieron más doctores.
Los hombres trajeados de negro se pusieron a charlar con los doctores. De los trajeados, uno parecía rubio, y el otro, moreno. Su visión disminuida por las inyecciones de DID diarias no fue capaz de captar vívidamente los rostros de aquellos señores. Aun así, no se rindió. Centró sus ojos lavanda en figuras que se paraban detrás. Una mata de cabello blanco fue registrada por ella al otro lado de un cristal en una segunda planta. También una mujer morena que no alcanzó a ver con detalle, una figura difuminada pero baja y un gigante que parecía estar construido de acero, aunque no lo diferenciaba correctamente.
Luces rojas se acentuaron a su derredor. Percibió la descarga característica de otra gente visitando las ramificaciones de su mente.
Un hombre, el moreno de antes que charlaba con el blondo, se acercó. Muy resuelto y seguro andaba. A un lado suyo, se dispuso a ponerle las gafas en su sitio correcto para emprender la inmersión.
"Es momento de demostrarles tu innata aptitud, Lucyna." Dijo él con una sonrisa que transmitía, o al menos lo intentaba, algo de sosiego y simpatía. Ciberware plateado incrustado en su rostro, su perilla prominente. Sus ojos eran de la tonalidad del mercurio. Dijo su nombre. Lucyna. ¿Sería real? ¿Así se llamó?
Y la lanzaron a los mundos paralelos de construcciones monumentales de rectángulos retroiluminados y datos expresados en código bailando en sus retinas. Mundos infinitos de infinitas posibilidades. Y su corazón latió fuertemente. Su cerebro se sobresaltó y se excitó. Y ella acometió al detalle cada una de sus indicaciones fantasmales. El tiempo se deshizo en una maraña de incongruentes datos, en pilares, en trenes, que formulaban a su instante predilecto una concreta y específica forma e información. A la perfección deslizó las corrientes de datos por sus venas ciberespaciales; sus canales abiertos recibiendo y dando a cambio la información tal como la adiestraron; sus soberbias defensas mentales contrarrestando las amenazas infecciosas como mosquitos abrasados por la potente ráfaga de un lanzallamas. Ni un vacuo detalle se le rehuía a su subconsciente consciente de todo lo que veía u oía. Ejecutaba cada acción a la perfección medida y calculada de Arasaka. Respondía a los inputs en microsegundos. Como un competente y para nada inexperimentado netrunner. Como uno de los que manipulaba su cerebro ahora mismo. Pasó el tiempo, pasó de verdad.
Y entonces el mundo de neón se apagó, y la oscuridad la abrazó. Ciega esperó hasta que esto cambiara con calma fingida. Odiaba los espacios oscuros, y detestaba cuando, en mitad del cénit de su surfeo ciberespacial (a pesar de que no fuera ella quien controlaba sus movimientos), de repente se hallaba ahogada por la aplastante realidad física, con su gravedad terrestre, con su tedio monótono.
La desprendieron de las gafas. Unas personas con batas médicas comenzaron la recogida de datos de su ciberterminal, a su lado. Sentía el cuerpo un poco más caliente, sobre todo en su cabeza, pero esto era la normalidad luego de una inmersión como la de hoy. Le habían hecho pasar por varias pruebas y no podía saberlo a ciencia cierta, pero apostaba a que fue una de las sesiones más duraderas hasta el momento. Para ella fue un chispazo, una entrada, un jugueteo con sus herramientas favoritas y una salida, mas por el calor de su cuerpo y el del ambiente, así como el del cablerío conectado a su persona, diría que transcurrió un tiempo grueso.
Los cables se desenchufaron de sus puertos. Se incorporó (inconscientemente) para esperar la siguiente orden. Y allí vio, en el estrado de antes, al rubio, al moreno y a una figura anciana, que no estaba previamente, acompañado de una mujer morena y un mastodonte de metal ennegrecido. Sus latidos sufrieron una brevísima arritmia al ver a la masa de negro metal que traía imágenes de sus peores imaginaciones; el metal, que se asemejaba al del pasillo de su pesadilla; la negrura, a la sombra maestra. Intimidante. Y eso la despertó pese a cualquier sedante que apaciguara sus sentidos, embotándolos. Tan alerta estuvo que comenzó a oír la conversación que compartían.
"Está lista para llevar a cabo su cometido." Dijo la primera voz; masculina, gruesa, tono asertivo y filoso. Lucyna desvió la fijación de su mirada para que no sospecharan que cotilleaba. Entonces, allí descubrió que controlaba su propio cuerpo. "Lamentablemente no podemos establecer conexiones de largo alcance sin despertar a la bestia, por lo que tendrá que acercarse físicamente al objetivo para generar la brecha." Continuó la primera voz.
"Es demasiado arriesgado." Replicó una segunda voz; masculina también, calmado, un tono rotundo cuando habló. "¿No se puede esperar a que las conexiones a largas distancia sean fiables?"
"Podrían pasar años hasta que eso ocurriese." Dijo la primera voz. "No estamos tratando precisamente con un ente corriente y banal. Capturarlo, si es que alguien realmente lo hizo y no se entregó por sí mismo en un juego de estúpida soberbia, es un imposible. Tan imposible como el poder desmedido que efectúa en la Red con una mera pulsación. Hay aprovechar las grandes ventajas que otorga este poder."
"No lo sé." Otra vez la segunda voz. "No me gusta nada correr tantos riesgos ininteligentes cuando tenemos las probabilidades a nuestro favor. Es un despropósito. Ni hablar que pueda suceder una desgracia si la niña es incapaz de soportar el estrés postraumático, además del físico, de lo que eso provoque al invocar su descontrolado poder. Recordemos que solamente tiene dieciséis años."
"Sin riesgos, no hay premio." Medió una tercera una voz; femenina, aguda, tono altanero y seguro. "Tal vez debiéramos de probar este nuevo juguete de una vez y dejar de preocuparnos por escenarios remotos, Anders. ¿No se estaban haciendo exámenes con la niña desde su transmutación?"
"Sí. Sin embargo, Militech podría estar alerta y prepararse para nuestro ataque."
"Sin embargo, podríamos joder a Militech en sus planes también." Instó la primera voz.
"No pienso que la compañía corra riesgos por tus caprichos, Takeshi." La primera voz otra vez, ahora perdiendo un poco los estribos.
Una marabunta de alegatos y contestaciones secas, en lo que era la cotidiana riña corporativa, inició. Uno creía que ya era momento de desvelar su as bajo la manga; el otro, inseguro por que las cosas pudiesen salir mal, pidió reservar al «experimento» hasta que obtuvieran todos los datos factibles sobre futuras incursiones. No lograron establecer un acuerdo.
"Sea como sea." Interfirió la tercera voz en una helada tonalidad de mando. "Pese a que tenemos en alta estima la opinión de ambos, la resolución será de mi padre. Teniendo en cuenta o no sus argumentos." Hubo una pausa, para luego preguntar: "¿Qué has determinado, padre?" La manera formal de referirse a su padre era destacable.
Un silencio respetuoso se hizo presente, esperando a que la figura de mando desenfundara su decisión final. Se extendió tanto el silencio, que Lucyna levantó la cabeza, curiosa. Y allí lo perforó con la vista al mandamás de la situación. Estaba ataviado con un formal kimono color café. Lentes redondos negros; cabello canoso y arrugas por toda su cara. La mujer a su lado llevaba un apretado vestido blanco que revelaba sus hombros y piernas a partir de los muslos; dedos cromados en oro. El pedazo de metal con patas tenía cabeza, y ojos; miraba todo con inapetencia y desdén.
"Se hará. Con extremo cuidado, pero se hará. Es una oportunidad sin precedentes la que se nos presenta." Determinó, su voz exudaba autoridad en su tono. Lo que dijo, se haría al pie de la letra. Sin dudas. Cualquier discusión murió allí.
El rubio parecía derrotado, y el moreno sonreía con indiferencia, pero al hablar y dar órdenes a los médicos de su alrededor ya se denotaba sus inflexiones victoriosas. La mujer inexpresiva, tanto como su «padre». Los médicos, que habían estado recogiendo datos y pasándolos a objetos portátiles negros, de pronto se acordaron de su persona física y le dieron la orden no hablada de retirarse.
Justo cuando se acercaban a ella para llevarla a su recinto, uno de los trajeados, el moreno, se percató de que estaba demasiado consciente y atenta a su derredor. Le susurró algo a un médico que pasaba por allí.
De soslayo observó cómo se le vino encima por la espalda uno de los experimentadores cuando planeaba retirarse sin llamar la atención. Y era obvio que tarde o temprano advertirían su estado de sobreconsciencia. Le inyectaron un líquido verdoso en el cuello con una pistola hipodérmica. Un pinchazo helado. La ola de frío y adormecimiento se hizo sentir. Su mente hundiéndose en el desvanecimiento de semiinconsciencia absoluta al que ella ya se había acostumbrado. Las voces de los demás perdieron el tono, se modularon en agudas y graves discordancias de sonido que difícilmente podrían catalogarse como voces. Sin embargo, pese al repentino velo de inconsciencia colocado por las inyecciones diarias, todavía se mantuvo de pie, y, de algún modo, continuó obedeciendo las órdenes que le daban los médicos, sin entender mucho de lo que decían o hacían. Los mandatos fueron mentales.
Fue despedida de los nuevos individuos y la llevaron a su tanque. O eso supuso, pues esta vez el adormecimiento fue tan severo que ni registraba lo que sucedía con ella o su entorno. Se sintió hundida en una cueva acuífera. Por sus ojos destellaban imágenes desdibujadas al absurdo, sin forma coherente. En un momento se metamorfosearon en manchones de luz y oscuridad, y en un momento ganó la eterna penumbra que cimentó su reinado oscureciendo inclusive sus pensamientos. La dosis fue doble, aparentemente.
Lo próximo que recordaba era estar en una camilla blanca, que no era de netrunning, pues tenía sábanas y padecía de una flagrante falta de refrigeración, normal en las susodichas. El cansancio y la tensión de la sesión del día por fin la golpeó, plagando cada fibra de su amodorrada mente y figura. No tanto tardaría en ceder al sueño si es que no la levantaban del lugar. Pero aparentemente no requerían de sus servicios por lo que restaba de día, pues un médico invadió su campo visual y, otra vez, se dispuso inyectarle otro suero del sueño. Y ella cayó, acongojada, a un adormecimiento completo. Temió por que las pesadillas la sustrajesen de un descanso digno y renovador.
No soñó, por suerte.
~~o~~
Cuando despertó le extrañó de sobremanera no percibir el frío líquido de su pecera. El techo era bruñido como un fúnebre recordatorio de sus mayores miedos. Había techo. La alarmó la extrañeza y la desacostumbre de despertar en un lugar que no había visitado, por lo menos que ella supiese que visitó.
Era una sala estrecha y cuadrada, o más bien rectangular. Ella estaba recostada en una de las sillas de netrunning que acostumbraba usar. A lo que no se acostumbraba fue al hecho de que, de la nada, estuviera en una sala oscura de unos escasos metros de amplitud. Era la sala más enana que vio jamás en Arasaka. Un par de luces blancas iluminaron el ambiente en casi penumbras. El metal negro, como el de sus pesadillas y como el de la piel del sujeto grandullón de antes, abundaba en su visión en ciernes. Todo poseía la coloración y uniformidad de aquel material. Su pequeña jaula era de un negrísimo acero.
Un golpeteó. La cámara sellada en la que ella se halló tembló un poco. Lucyna juraría que eso fue un atisbo de terremoto. Su corazón saltó junto a la cámara negra no estática. Un aire refrescante, proveniente de una ventilación en encima de ella, le aclaró las ideas con su frescura, despertándola y poniendo a trabajar a su mente somnolienta.
Primero trató de recordar los últimos eventos, pero con la tremenda dosis de DID que le suministraron con suerte aún sabía su nombre. Después tanteó su alrededor inmediato con sus manos, y reparó en que su cuerpo estaba retenido, atado. No mucho, pero lo estaba. Una correa elástica negra la postraba contra una de las ya familiares sillas de netrunning.
Escuchó un leve resoplido a su costado. Miró y se dio cuenta de que sola no estaba. La acompañaba una mujer en el enano habitáculo. Tez negra, porte femenino pero fornido. Ropa táctica de las fuerzas especiales de Arasaka la ataviaban. Un chaleco prominente, que posiblemente aguantara dos o más disparos. Un casco antibalas y unas gafas de percepción aumentada. Un fusil de asalto se zarandeaba en su pecho mientras, sentada, se tambaleaba de delante a atrás, dando cabezadas de adormecimiento, por un movimiento natural del sitio en el que se encontraban.
Creyó oír el rugir de un motor, constante y sin apenas cambios. Y allí cayó en razón: puede que el habitáculo fuera un vehículo transportador dentro de las instalaciones. No sería la primera vez que la montaban en uno, sí la primera que despertaba dentro de uno. Se preguntó a dónde irían. Y, sin demasiado en qué pensar o hacer, clavó sus pupilas lavandas en el techo, otra vez, acostándose rígidamente a expensas de que llegaran pronto al lugar donde sea que se la haya destinado durante su aletargamiento.
Había mucha calma. Tanta calma que podría preceder a una tormenta. Y así lo hizo.
Un duro impacto que casi manda a volar a Lucyna, que de no ser por la correa que la ataba lo habría hecho, la sacudió a ella y a su acompañante. Esta última se puso en modo de combate en un segundo; le dirigió un vistazo y, rápidamente, comenzó a comunicarse por holófono.
Las comunicaciones aparentemente se cortaron. La guarda gritó y maldijo, pidiendo datos que eran contestados con interferencias y un sonido a estática. Los estaban hackeando, probablemente. Un ataque sorpresa por, casi con total certeza, Militech. Ningún otro sabría cómo tomarlos tan de sopetón y cortarles todas sus comunicaciones con tanta facilidad y premura. La rabia se ocultó en su temple obsequiado por la experiencia y el entrenamiento. Suponiendo lo peor, la guarda se preparó y, mirando a la adolescente, reparó en que tenía que sedarla, según los procedimientos.
Revisó debajo de la camilla donde la adolescente se encontraba y entonces encontró la pistola hipodérmica y un par de cargas juntas. Bamboleándose con irreverencia, su arma de asalto colgaba de una correa, sujetada a su cuerpo, mientras preparaba la inyección adormecedora en el probable objetivo de sus atacantes.
No hubo comunicación entre ambas mujeres. El único sonido fue el motor potente del coche.
Cuando la guarda se disponía a inyectar a la menor, un volantazo del conductor, o un segundo impacto, la mandó hacia atrás, golpeando la pistola hipodérmica contra el duro metal de su asiento. Se fijó y estaba estropeado: el líquido verdoso se escapaba por una breve incisión, el sostén de la munición doblado en ángulos incorrectos. Insultó por lo bajo y miró a la adolescente. No podría ser dormida.
Sin opciones, se propuso hallar la manera de comunicarse con sus compañeros de batallón, pero incluso la radio de emergencia del propio acorazado estaba cortada. El motor seguía encendido y andando se ve a grandes velocidades iban. Aunque, tras varios minutos de saltos y pequeños derrapes se detuvo cualquier movimiento, el motor se apagó. Ella se posicionó con su arma en manos, esperando que quizás otro guarda abriese las puertas traseras del blindado y le ahorrase el martirio de salir ella sola a averiguar lo que había pasado. No obstante, por más que esperase, no se oía ni se sentía nada. Se colocó en guardia y, como si rezase, cerró los ojos unos segundos, y tomó una (pésima) decisión: ella saldría al enfrentamiento o a ayudar heridos si es que los había.
Quitó el seguro de su arma. La uniformada de Arasaka se preparó para el combate y desbloqueando los cerrojos imantados abrió, con extremo cuidado, una puerta de la sala acorazada. La puerta, desde el sitio de Lucyna, dejaba percibir una fulgurante luz soleada. Un peso en el pecho de la joven se asió y apretó su bombona de sangre al percibir una luminiscencia similar al de la puerta que nunca lograba atravesar, a la luz de la esperanza que siempre se le hacía esquiva.
Mientras tanto, la mujer armada de Arasaka apuntó con su rifle y, desde distintas perspectivas, direccionó el cañón de su arma hacia un lado y hacia otro, no viendo nada de lo que generaba aquel movimiento y lío fuera de la cámara negra en movimiento que, en estos momentos, la adolescente sospechaba que quizás se trataba de un vehículo más allá de las instalaciones en las que vivió desde que poseía memoria. Fuera como fuese, la mujer no vio ni entró en conflicto con nadie. Cerró la puerta, la miró. Y le habló.
"Escúchame, niña. Bloquearé la puerta." Dijo, un tanto agitada por la sorpresiva situación, tratando de acompasar su respiración como una profesional. Y lo era. "Yo saldré y me encargaré de lo que sea que haya fuera. Tú no salgas y quédate donde estás. Procura no acercarte a la puerta ni tampoco a las paredes. Son seguras y fueron acorazadas con los materiales más compactos posibles justo para momentos de mierda como estos, pero no sabemos si quienes nos atacan intentarán reventarlas." Hizo una pausa. Revisó su equipo y se aseguró de que el arma estuviese cargada, sacando el cargador y poniéndolo de nuevo. La volvió a mirar, y continuó: "En cualquier caso, un equipo de rescate acudirá a ti y te rescatará si yo no lo consigo. ¿Está claro?"
Lucyna, no muy segura de qué hacer o decir en tales circunstancias, simplemente asintió, tímida. No acostumbraba a compartir un intercambio humano bidireccional tan largo desde… ¿desde nunca?
La mujer devolvió el gesto y respiró hondo. A continuación, abrió una de las puertas y salió fuera. Cuando se fue y cerró, un cerrojo automático bloqueó la salida. Y ella no supo si esto era bueno o malo, ya que quería admirar aquella luz natural nuevamente y en toda su esplendorosa gloria.
Gracias a su delgada forma, pudo desajustar la correa que la retenía acostada en su camilla. Se sentó en la silla de netrunning y se acurrucó atrayendo sus piernas hacia sí, apoyando el mentón en sus rodillas. Aguzó la escucha con tal de enterarse sobre lo que acontecía, o acontecería prontamente, afuera de su espacio resguardado y fresco. En un momento dado se oyó, como en la lejanía, una andanada de disparos, en rápidas ráfagas de tres en tres o de cuatro en cuatro. En un momento dado, se detuvo el alboroto y el ambiente se silenció al máximo; ningún otro sonido fue percibido por ella. El terror se hizo eco en su ser, la comenzaba a dominar. Igualmente, la curiosidad y la excitación de conocer el «afuera» la animaban a no quebrarse, a salir y ver con sus propios ojos el intenso fogueo que despedía la estrella central de su sistema estelar. Ambas sensaciones, combatían sin cuartel por ver cual la conquistaba antes y, en consecuencia, la llevaba a actuar de cierta manera.
Pasaron los segundos. Después, los minutos. Nada escuchó, nada sintió. Quizá por el miedo y la excitación estaba más despierta, y atenta y con los sentidos aguzados a toda capacidad trató de recibir una señal de fuera. La mujer le había dicho que, si no lo conseguía, un equipo de rescate iría en su auxilio. Ahora bien, ¿cuánto tardarían en llegar y salvarla? ¿Cómo se enfrentarían a su repentino enemigo y cuánto le llevaría a Arasaka el neutralizarlo?
Lucyna no era tonta, y sabía que esta era una diáfana oportunidad de escape. Arasaka una vez la tuviera en su poder, la seguiría tratando como a un prisionero de gran importancia, con las comodidades que eso conllevaba, pero como a un prisionero al fin y al cabo. Esta era una chance para evadirse de sus garras y huir. El problema es que desconocía las pretensiones del atacante. ¿Y si también quería subyugarla o, aún peor, matarla? No podía hacer otra cosa que conjeturar que la salvarían. Ya sea Arasaka o el enemigo entrante.
Harta de que no ocurriera nada, y de tampoco escuchar algo, se decidió a que, sin importar lo que resultase, ella saldría y, pasase lo que pasase, vería la divina luz natural con sus propios ojos. No podía aguantarlo, no estando tan al filo de ser capaz de hacerlo, de verlo.
Envalentonada se paró, descalza, sobre el gélido metal. El aire acondicionado que despedía una agradable frescura se apagó. La estructura de acero hizo ruidos extraños. Las puertas bloqueadas, que hasta hace instantes estaban unos tres metros, dieron la sensación de alejarse y extenderse hasta un absurdísimo pasillo infranqueable. Y, entonces, la valentía se esfumó. Un pánico reverberó en su intranquilo pecho. ¿Cómo cambió de opinión tan velozmente? Maldijo su cobardía, pero es que otra cosa no tenía. Una mujer, como la que recientemente la abandonó para inmiscuirse en un ferviente combate, no era. Ella era una jovencita en el mejor de los casos. La cobardía y el miedo eran sinónimos de su persona.
Tímidamente ella se fue acercando a la puerta cuando la espera se alargó en demasía. Pero paso a paso, con toda la tranquilidad que podía forzarse a ella misma. Sus finos pies descalzos, de blancas uñas e impolutamente límpidos, tantearon el suelo de puntillas, para luego presionar el talón y posteriormente hacer lo mismo con el otro. Iba disminuyendo las distancias entre ella y su objetivo, poco a poco. Sin prisa, se paró medrosamente frente a la puerta, aunque no supo qué hacer después quedar adelante del inanimado objetivo.
'¿Y qué hago ahora?' Se preguntó, no sabiendo cómo proseguir. Su salida estaba trabada, y no fue hasta ahora que el duro baño de realidad le dijo que no podía hacer nada. Qué tonta, qué ilusa llegó a ser por creer que elegir sobre su destino era una opción viable. Tocó el frío metal de la cerradura imantada con sus manos. El frío. En adelante, ¿qué le esperaba a ella más que el glacial trato de los superiores de Arasaka o sus recién descubiertos enemigos?
Mucho no tuvo que reflexionar. La cerradura se desbloqueó automáticamente. Sonido metálico llegó desde el otro lado. Y sucedió.
Las puertas se abrieron de par en par. Ella se disparó hacia atrás, perdiendo el equilibrio y cayendo sobre su trasero en una posición sentada. Un tórrido viento se empujó por las ahora completamente abiertas puertas, y la enceguecedora luz la deslumbró. Sin embargo, distinguió claramente una figura que no era la del guardia que la acompañaba. Era más grande, vestía diferente y la sangre lo cubría. Y, lo más importante, es que era un ente masculino.
Cabello rubio. Ojos azules. Piel bronceada. Una chaqueta raída con mangas cortas y debajo de ésta una camisa táctica ceñida al musculoso y atlético cuerpo de la figura imponente. Pantalones y botas militares. En su cinturón portaba un arma. A primera vista, su rostro no expresaba emoción alguna.
Él no la esperaba, o le causó reprensión su persona, o quizás un poco de ambas. La mirada de incredulidad disimulada daba a entender eso en la faz del sujeto rubio. Brevemente, en sus ojos parpadeó un centelleo en celeste. Un gesto de comprensiva aceptación pintó su cara, abriendo levemente la boca en un confuso dilema. Lucyna podría hallar ternura allí, si es que su vida no corriera peligro y estuviera asustada hasta la médula.
Ella estaba muy nerviosa y atemorizada; casi al borde del llanto, se dio cuenta. Pero lo que hizo subsiguientemente el sujeto ensangrentado, apuesto e imponente la descolocó, la encandiló.
Con el dorado de su cabellera acrecentado por la luminosidad del sol y formando una corona áurea sobre sí, el rubio le ofreció una dentuda, sincera y cálida sonrisa. Muy cálida. Tan cálida como los desiertos de Nevada.
Ella se sonrojó.
…Continuará…
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Anotaciones Finales:
Inicialmente iba a subir esto cuando terminara la introducción de UPM, pero, visto lo visto y al paso de tortuga que voy con mi historia principal, creo que es mejor dejar esta pequeña muestra de una cosa interesante que llevo planeando hace unos cuantos meses.
Ojalá hayan disfrutado.
Nos vemos pronto… o eso espero.
