Disclaimer: Todo Dragon Ball pertenece al legendario Akira Toriyama (Q.E.P.D.)
.
.
Capítulo 17 No me distraigas (bueno… en realidad…)
Proverbios 27:19:
«Como en el agua el rostro refleja el rostro, así el corazón del hombre refleja al hombre».
.
La casa de Gohan resultaba sorprendentemente agradable. A pesar de que era idéntica en estructura a la que ocupaba ella, Kioran sintió que estar allí, en un espacio tan parecido al suyo y a la vez tan distinto, era una experiencia extraña. La diferencia en detalles era palpable: había un orden meticuloso en cada rincón, y las estanterías estaban llenas de libros que parecían cuidadosamente escogidos. Se encontraban títulos de todo tipo, algunos sugerían ser de biología, otros de entomología, pero la mayoría abordaba temas que Kioran jamás habría imaginado.
Cada cosa parecía ocupar su lugar, desde los libros hasta la escasa vajilla en la cocina, pasando por la colección de pequeños adornos que decoraban el salón… y una planta solitaria adornando la ventana del comedor. Todo era acogedor y tranquilo, como él.
«Así que este es su refugio», pensó mientras lo seguía hacia la habitación, sintiéndose un poco fuera de lugar en medio de tanto orden.
—¿Y en qué momento lees, si siempre estás entrenando? —preguntó, aún mirando las estanterías.
—Ya no lo hago —respondió él, sonriendo, con un tono que dejaba claro cuánto extrañaba esa actividad.
Kioran tragó saliva y sacudió la cabeza, omitiendo cualquier otro comentario al respecto, porque la respuesta inexplicablemente le había dolido. Para distraerse, regresó a la cocina y bebió un montón de agua directamente de grifo. Sentía la garganta seca producto del polvillo de cemento, y aunque el agua no mejoró su molestia, al menos el momento incómodo ya se había desvanecido en el ambiente.
—Voy a coserte ese brazo —anunció con firmeza, volviendo a la habitación mientras secaba su boca con el antebrazo—. Supongo que tienes todo lo necesario para ponerte algunos puntos, ¿no? Este planeta tiene una tecnología tan primitiva…
Gohan frunció el ceño, echando un nuevo vistazo a la herida en su tríceps. El corte era profundo y seguía sangrando muy levemente. Alzó la mirada para encontrarse con los ojos de Kioran, que lo observaban con un dejo de obstinación.
—De veras, no tienes que hacerlo —murmuró, tratando de restarle importancia—. Yo puedo encargarme.
Kioran rodó los ojos, exasperada, apuntando con un dedo al vacío donde antes estaba su brazo izquierdo.
—Cállate, híbrido, es obvio que no puedes. ¿O me vas a decir que te pones un brazo de repuesto para estos casos?
Gohan bajó la mirada, algo avergonzado.
—Aprendí a usar la aguja con la boca —farfulló entre dientes, en un intento de defender su autosuficiencia.
—Mira, como si usas los putos pies —resopló ella, poniendo los brazos en jarra mientras zapateaba el suelo con impaciencia—. Voy a hacerlo yo. Solo faltaría que se te infecte la herida y pierdas también este brazo por meterle saliva contaminada… ¡Y ya deja de hablar!
Sin darle tiempo a nuevas protestas, Kioran se dirigió a la puerta del baño —supo de inmediato cuál era, por algo esa casa era idéntica a la suya—, abriéndola sin dudar. Dentro, se acercó al botiquín y comenzó a sacar frascos y cajas, descartando rápidamente lo que no le parecía útil. Al final, halló la aguja de sutura, el hilo, las gasas y un frasco de antiséptico. Con todo lo necesario en sus manos, salió del baño y volvió junto a Gohan, que se había sentado en la cama para dedicarse a observarla en silencio, como si intentara entender qué había detrás de esa actitud tan decidida.
Kioran se acomodó también en la cama, sentándose frente a él. Le hizo una señal con la mirada para que le extendiera el brazo en el ángulo correcto. Cuando Gohan obedeció, ella se acercó más, enfocada en la herida.
Desde el momento en que Kioran comenzó a limpiar el corte con el antiséptico, las respiraciones de ambos fueron lo único que rompía la calma. Gohan sentía cada toque de esas manos sobre su piel, meticulosas, firmes. Se preguntó cuántas veces habría hecho eso, ya que parecía ser muy hábil.
—No tienes por qué… —lo intentó de nuevo al rato, sintiéndose un poco contrariado pues en muchos años nadie había cuidado de él, excepto Bulma.
Kioran alzó la mirada un segundo, sus ojos brillando con una intensidad poco habitual.
—Sshh… —le interrumpió en un susurro que contrastaba su habitual rudeza—… no me distraigas.
Eso fue suficiente para mantener a Gohan en silencio. Apretando la boca, se dedicó a contemplar cómo ella comenzaba a suturar el corte con movimientos muy precisos, minimizando el dolor de la aguja al penetrar su piel. La concentración en su rostro, la manera en que su ceño se fruncía ligeramente, le hizo darse cuenta de lo poco que realmente sabía sobre quién era en verdad. Había algo en esa dedicación que la volvía distinta, casi vulnerable, y se encontró a sí mismo estudiando cada facción de su rostro como si quisiera memorizarla.
Los minutos pasaron lentamente. Kioran continuó trabajando con la misma precisión, pero de vez en cuando, la manera en que sus manos —algo frías— rozaban su piel se sentía demasiado… intensa. Lentamente sus respiraciones se sincronizaron, encontrando un ritmo común de forma tácita como si se tratase de algo inevitable.
Cuando finalmente terminó de coser la herida, Kioran se apartó solo lo necesario para evaluar su trabajo. Al convencerse de que el corte no se abriría, aseguró la sutura con gasa y cinta adhesiva.
Estaba a punto de anunciar que había terminado, cuando levantó el rostro y su mirada se encontró con la de Gohan, que la observaba con un interés tranquilo. No fue realmente incómodo, solo le provocó una extraña sensación de nerviosismo que se asentó en su pecho como un peso persistente.
—Gracias —dijo él con una media sonrisa, y aunque sus palabras eran sencillas, había un matiz en su voz que las hacía resonar más allá de lo que ella habría esperado.
Kioran sintió cómo sus mejillas se calentaban levemente, pero se limitó a desviar la mirada, apartando sus manos con un gesto brusco.
Fue en ese momento que Gohan captó, en el movimiento que hizo para alejarse, un pequeño gesto de dolor. Sumado a la rigidez en su hombro, le hizo pensar que debía tener un golpe en la espalda que sería mejor revisar; después de todo, antes de que se lanzara encima para cubrirla de la lluvia de escombros, ella había recibido ya algún daño protegiendo a Trunks. Por fortuna la herida en su cabeza ya no sangraba, y él ya pensaba en ayudarla a cerrar ese corte para devolverle el favor, pero de una manera que no la hiciera rechazarlo. No iba a ser fácil, sin embargo, en ese momento le parecía más urgente asegurarse de que su espalda no tuviera un daño serio.
—¿Me permites revisarte, por favor? —inquirió suavemente.
—¿Revisar qué?
—¿Tu espalda? —No era una pregunta, pero sonó como tal.
Kioran, que ya había empezado a recoger los elementos de sutura de la cama para guardarlos nuevamente en el botiquín, ni siquiera vaciló al responder:
—¿Para qué? No tengo nada.
—Me pareció…
—Te pareció mal.
Con todos los elementos en las manos, intentó dirigirse al baño, pero Gohan se adelantó cerrándole el paso.
—¿Por favor? —repitió, impidiéndole avanzar.
Kioran bufó de pura rabia. No quería que él la cuidara… no quería que nadie la cuidara. Había aprendido a arreglárselas sola desde siempre, ya que Raditz jamás se molestó en ayudarla después de una misión de conquista, sin importar qué tan malherida estuviera. Sin embargo, con el tiempo había descubierto que Gohan podía ser muy terco, solo que de una manera infinitamente más irritante: su terquedad estaba endulzada en una calma exasperante y frases perfectamente medidas que no le dejaban margen para replicar. No era justo.
Le dedicó un largo gruñido al tiempo que arrojaba bruscamente todas las cosas a la cama de nuevo, dejando claro que la situación le repateaba y que ceder le costaba más de lo que estaba dispuesta a admitir. Gohan ni se inmutó. Su indiferencia la enfurecía aún más, y con una mueca de resignación, se giró bruscamente para despojarse de la parte superior de su armadura con un movimiento rápido.
Permaneció de pie, resoplando fuerte, como si eso pudiera acentuar su descontento. Pero sabía que de poco serviría; Gohan nunca había hecho caso a sus rabietas, y esa noche no iba a ser la excepción. La serenidad del hombre hacia su actitud le daba ganas de gritar… pero entonces, un cambio inesperado alteró su rígida postura.
La cálida respiración de Gohan entibió su escápula derecha, un contraste tan marcado con el aire frío que su piel respondió antes de que pudiera detenerla: un estremecimiento recorrió su espalda como una chispa, encendiendo cada fibra de su cuerpo. Trató de contener el aliento para no delatarse, pero terminó rompiendo en un leve jadeo que ni siquiera su orgullo pudo ocultar.
—Así que era una herida, no un golpe —murmuró Gohan, mientras la yema de sus dedos rozaba con una delicadeza casi imposible la piel que rodeaba el corte. No era muy extenso, pero sí lo suficientemente profundo como para necesitar atención inmediata.
Kioran tembló ligeramente al contacto. El calor de su mano se extendía sobre su piel como una corriente inexplicable.
—Lo siento —dijo él, notando su reacción—. ¿Tienes frío?
«¿Frío?», pensó, casi riéndose de la idea, aunque el sarcasmo apenas se filtró en su mente. «Maldita sea…»
—N-no —balbuceó finalmente. ¿O sí? Estaba a torso desnudo, afuera la temperatura seguía descendiendo, y ni siquiera habían encendido la calefacción al entrar. Pero nada de eso explicaba el fuego que sentía subiendo desde la parte inferior de su vientre hacia su rostro, como si la proximidad de Gohan alterara todo su sistema nervioso.
Entonces, su mente colapsó en un pensamiento que la dejó sin aire: ¡estaba a torso desnudo! Y él ya tendría que haberlo notado, incluso solo mirando su espalda sin armadura. Mas Gohan, con toda su absurda serenidad, no había hecho ni un solo comentario al respecto. ¡Ni uno!
Los jadeos de Kioran se hicieron más rápidos por el desconcierto. ¿Cómo era posible que siguiera actuando con tanta naturalidad? ¡Algo debería pasarle al verla así! Pero no, ahí estaba, completamente concentrado en la herida de su espalda.
Giró la cabeza cautelosamente hacia atrás, apenas lo suficiente como para mirarlo de reojo. Alcanzó a vislumbrar su expresión por completo abstraída, impermeable a todo lo que no fuera la herida que estaba revisando. Era desconcertante.
Se cubrió los pechos cruzando las manos sobre ellos. Era primera vez en la vida que se tapaba. Nunca había sido pudorosa, después de todo, había crecido en un ambiente donde ese tipo de cosas eran irrelevantes. Sin embargo, en ese instante, junto a él… todo parecía diferente. Tragó saliva, sintiendo su garganta protestar mientras intentaba comprender su propia reacción; percibiendo en las palmas cómo sus pezones se habían endurecido, presionando su sensible dermis. Cómo su pecho subía y bajaba con celeridad. Cómo su vientre parecía un maldito remolino sin sentido.
Volvió a mirarlo de reojo, esta vez con más detenimiento. La concentración en sus orbes oscuros… era como si la viera mucho más allá de su cuerpo, de su espalda expuesta, de la piel de gallina, del vello erizado, de sus estremecimientos involuntarios cada vez que su mano palpaba un área nueva de su espalda. Ese hecho, tan simple en apariencia, hizo que el corazón de Kioran latiera con más fuerza, casi como si quisiera salir disparado de su pecho.
—No n-necesito que nadie m-me cuide —balbuceó, en un torpe intento de retomar el control de la situación, aunque su voz temblorosa traicionó sus intenciones.
Gohan dejó escapar una leve risa, suave y cálida. Otra vez la hacía sentir ridícula.
—Ya lo sé, solo te estoy ayudando. Voy a suturar la herida, ¿vale? —Y, con una habilidad que Kioran casi envidió, estiró el brazo hacia la cama y enhebró la aguja rápidamente solo con una mano. Impresionante.
—No deberías perder el tiempo en esto… —protestó, aunque carecía de la convicción habitual. Estaba agotada de resistirse.
Gohan sonrió levemente, y en un tono que rozaba la burla, repitió la misma frase que ella le dedicó antes:
—Sshh, no me distraigas.
Un nuevo escalofrío recorrió su cuerpo. Se había dejado ganar otra vez, y lo odiaba. Pero con él… algo era diferente. A pesar de que detestaba la idea de que alguien la cuidara —o ayudara, como Gohan prefería llamarlo—, había algo en su forma de hacerlo que no solo la desarmaba, sino que la hacía sentir extrañamente tranquila. Era absurdo, incomprensible y, sin embargo, no podía evitarlo.
—S-solo no me vayas a coser con la boca, ¿entendiste? —masculló por decir algo, y él reaccionó echándose a reír.
Mientras Gohan terminaba de preparar la aguja, Kioran mantuvo la vista fija en el suelo, obligándose a apartar su mente de todo lo que estaba ocurriendo. Sin embargo, sus pensamientos parecían tener otros planes, y pronto se encontró recordando a Trunks, el Patrullero. Relacionarse con él siempre había sido una constante lucha de voluntades. Ambos eran orgullosos, testarudos, y aunque existía un respeto mutuo, las provocaciones y los desafíos eran parte inherente de su dinámica. Ninguno cedía fácilmente, y eso, de alguna manera, hacía que todo fuera predecible. Con Trunks, siempre pudo tener el control.
Pero Gohan… Gohan era un caso aparte. No intentaba dominarla, ni imponer su autoridad, ni siquiera discutía con ella. Su enfoque era completamente distinto. No reaccionaba ante sus explosiones de carácter ni buscaba contradecirla; simplemente se mantenía ahí, inmutable, con esa calma desconcertante que, por extraño que resultara, tenía el poder de desarmarla. Su presencia no era una amenaza, pero tampoco le daba tregua. Y, por todo eso, no sabía qué hacer con él… ni consigo misma.
—Esto va a doler un poco —avisó Gohan en un susurro.
Kioran apretó los dientes, sintiendo cómo su piel se erizaba nuevamente con su cercanía y el calor que irradiaba su torso. El primer pinchazo le arrancó un leve quejido, pero se obligó a concentrarse en regular su respiración para no delatar su nerviosismo. Podía sentir cada movimiento de la aguja, y, más allá del dolor, la sensación de la mano de Gohan trabajando con cuidado sobre su piel era…
No sabía ni cómo catalogarlo.
—Tranquila —murmuró él de pronto, con una calma tan genuina que la hizo temblar.
El tono genuino de sus palabras la hizo vibrar. Era tan… tan propio de él. El suave tirón de la aguja la devolvió a la realidad, y Kioran se estremeció, sintiendo cómo la sutura avanzaba con precisión. Gohan no volvió a hablar, operando con la misma serenidad que siempre lo había caracterizado. Era exasperante.
O no.
Haberlo comparado con Trunks la hizo sentir fuera de lugar. ¿Cómo podía ser que alguien tan tranquilo la desafiara de una manera tan diferente? Con Trunks, el desafío era abierto, evidente. Con Gohan, era interno, sutil, pero mucho más poderoso. Esa contradicción la frustraba profundamente. Pero lo que más la perturbaba era darse cuenta de que, por alguna razón, no quería que dejara de hacerlo.
El tic-tac del reloj resonaba con insistencia en el fondo, marcando el paso de un tiempo que parecía haberse detenido. Afuera, los grillos cantaban su sinfonía nocturna, un contraste inquietante con la intensidad que bullía en su interior. El roce del hilo atravesando su piel no ardía tanto como el calor de la respiración apacible de Gohan sobre su escápula. Su mente divagaba, incapaz de enfocarse más allá del peso de su presencia. ¿Por qué, entre cada crujido lejano de la casa, lo único que lograba escuchar era el sonido de sus inspiraciones alteradas, tratando inconscientemente de sincronizarse con la cadencia de él?
Finalmente, después de unos minutos, Gohan terminó. Aseguró también el trabajo con gasa y cinta adhesiva luego de cortar el hilo de sutura con una pequeña tijera.
—Ya está —anunció, satisfecho de haberlo hecho tan rápido—. No te muevas, porque voy a coser la herida de tu cabeza.
—¡Pero yo no qui…!
—Tranquila —repitió interrumpiéndola, enderezándose y apartándole el cabello para encontrar el corte, que halló cerca del inicio de su frente. También era profundo, más pequeño que el de su espalda—. Te va a doler, lo siento —se disculpó mientras vertía un poco de líquido antiséptico sobre la herida, procediendo a suturarla con movimientos precisos.
El primer pinchazo de la aguja le arrancó un quejido estrangulado, su cuerpo encogiéndose instintivamente ante el dolor. La herida en la cabeza dolía mucho más que la de la espalda, y aunque quiso protestar, no encontró fuerzas para hacerlo. Sin embargo, todo fue muy breve. Gohan terminó sorprendentemente pronto, con una eficiencia casi insultante.
La cabeza le seguía latiendo, pero no tanto como su pecho, que amenazaba con estallar con cada respiración. Buscando distraerse de la incomodidad —tanto física como emocional—, murmuró:
—¿Te han dicho que eres muy testarudo?
—No que yo recuerde. Pero … supongo que en eso nos parecemos —bromeó—. Ya puedes ponerte la armadura. Hazlo con cuidado.
Kioran dejó escapar un suspiro de alivio y se giró lentamente para quedar de frente a él. Sus manos seguían cubriendo sus pechos con una determinación casi desafiante, como si buscara proteger lo poco que le quedaba de dignidad en ese momento. Intentaba proyectar una calma que no sentía, pero sus mejillas enrojecidas traicionaban sus intenciones sin piedad. Para no verse más expuesta, mantuvo la mirada fija en el suelo, rogando que él no rompiera el débil escudo de aparente indiferencia que estaba intentando construir.
Gohan, que hasta entonces no prestó atención a nada que no fueran sus heridas, levantó la vista para mirarla. Y fue entonces cuando la realidad lo golpeó con la fuerza de un rayo: Kioran estaba medio desnuda frente a él. Un intenso rubor cubrió su rostro al instante, y se apartó rápidamente un par de pasos, al asimilar lo que estaba ocurriendo.
—¡Lo siento! —se disculpó de inmediato, avergonzado—. Yo... bueno… No estaba mirando… —balbuceó, tropezando las palabras unas con otras mientras intentaba recuperar la compostura.
Kioran apretó los labios, aún con la cabeza gacha. Siendo quien era, las disculpas de Gohan no hicieron más que agravar su incomodidad. No solo por la situación en sí, sino porque esa torpeza y repentina timidez que él mostraba la desarmaban por completo.
—No es la gran cosa —gruñó, tratando de ignorar la incomodidad que ambos compartían—. Me impresiona que no reaccionaras antes.
—Es que… lo noté, algo, pero estaba concentrado en…
—Sí, sí, ya. Está bien. Ahora, gírate para que me pueda vestir.
Gohan obedeció al instante, dándole la espalda con tanta rapidez que casi tropezó con sus propios pies.
—Ten cuidado al levantar los brazos, no se te vaya a abrir un punto —musitó, porque a pesar de la vergonzosa situación, seguía preocupado por ella.
«En este instante me da igual, como si se me rajara la espalda entera», pensó Kioran, ajustándose la armadura con movimientos torpes. No sabía qué la descolocaba más: si la inocencia de Gohan o su propia reacción ridícula. Si él hubiera sido otra persona, se habría mostrado desnuda sin ningún problema. ¿Por qué con él no podía? Esa pregunta, aunque no quiso admitirlo, se instaló a la fuerza en su mente.
—Nos vemos mañana temprano para meterle sentido común en la cabeza al pequeño príncipe. Y ni se te ocurra mencionar esto, o te mato —le espetó con rapidez, y salió de la habitación antes de que él pudiera decir algo más.
La amenaza era tan absurda que Gohan solo suspiró con una leve sonrisa mientras volvía a sentarse en la cama. El apuro en la voz de Kioran y la forma en que evitó mirarlo directamente no pasaron desapercibidos para él, aunque no sabía exactamente qué hacer con esa información.
Se quedó un buen rato mirando el umbral de la habitación, con imágenes imprecisas abarrotando su mente, sin sacar nada en concreto de lo que pensaba. Luego, decidió que no era momento de enredarse en teorías o conjeturas. Lo mejor sería darse una ducha e intentar dormir un poco antes de la rutina del día siguiente… si es que lograba conciliar el sueño, claro estaba.
.
.
Kioran cerró la puerta de su casa cápsula con un movimiento brusco, como si con eso pudiera encerrar también todo lo que había experimentado esa noche. Aún sentía el pecho apretado, como si el aire se negara a entrar, y menos a quedarse dentro de sus pulmones. De todos modos trató de inspirar hondo para calmarse, pero en lugar de alivio, una ola de opresión se expandió en su torso, como si cada respiración fuera insuficiente. La sensación la envolvía, pesada e implacable, al punto que cada latido de su corazón parecía martillarle los oídos, recordándole todo lo que había intentado ignorar desde que salió de la casa de Gohan.
—Esto es… estúpido —masculló para sí misma mientras se despojaba de las botas, dejándolas caer al suelo con un estruendo innecesario.
Se encaminó al baño, encendiendo la luz con un golpe impaciente. El espejo le devolvió una imagen terrorífica: su rostro estaba ligeramente pálido, pero sus mejillas conservaban un tinte rojizo que le provocó una nueva oleada de irritación en el estómago. No quería verse así. ¡No quería sentirse así!
Abrió el botiquín con un tirón seco, rebuscando entre los frascos y cajas hasta dar con uno que prometía alivio para el dolor muscular. Sin detenerse a leer la etiqueta, se llevó un par de píldoras a la boca y las tragó con un sorbo de agua directo del grifo. El frío líquido le bajó por la garganta, pero no logró disipar el calor que seguía padeciendo.
—¿Qué demonios me pasa? —susurró, apoyando ambas manos en el lavabo, con la cabeza gacha. La herida de su espalda latió levemente, recordándole el toque de Gohan, firme y cuidadoso, como si cada movimiento suyo estuviera destinado a cuidarla.
Tal vez eso era lo que más le molestaba: su absoluta falta de reacción. No se había inmutado ante sus estremecimientos ni ante el rubor evidente que había sentido arder en su piel. La calma de Gohan la desarmaba, dejándola completamente expuesta de una manera que ningún combate o entrenamiento había logrado nunca. Y lo peor de todo era que su mente se negaba a dejar ir ese momento.
Todavía agitada, Kioran se quitó la armadura completa y abrió la ducha. El primer contacto del chorro helado le arrancó un jadeo, haciendo que su cuerpo se contrajera de forma instintiva. El agua le golpeaba el pecho y el estómago, pero ni el frío ni la incomodidad lograban distraerla de la tormenta interna que la consumía. Cerró los ojos, intentando que la sensación glacial apagara el fuego persistente en su vientre, pero cada gota parecía alimentar su frustración en lugar de calmarla. Furiosa, dejó escapar un gruñido bajo mientras apoyaba una mano en la pared húmeda. El frío no lograba apagar la calidez persistente que le había dejado la cercanía de Gohan. Cada gota parecía traer consigo el recuerdo de su mano firme y su voz suave, clavándose en su memoria sin pedirle permiso. Se enjabonó y lavó el pelo con la misma furia que ya sentía, ignorando las punzadas de su cabeza y su espalda; tras enjuagarse, cerró el agua de golpe y salió empapada de la ducha, dejando el suelo imposible de agua. El frío no le ofrecía alivio, al contrario, sentía los músculos tensos y la espalda aún más adolorida. Se frotó los brazos con frustración, tratando de recuperar algo de calor, sin conseguirlo.
Luego de haberse secado y vestido, intentando sofocar su creciente frustración, regresó al cuarto y se dejó caer sentada en su rincón de siempre, abrazándose las rodillas con más fuerza de la habitual. Dejó que su mirada vagara sin rumbo, observando nada en concreto en la penumbra. La imagen de Gohan seguía ahí, persistente: sus ojos concentrados, su mano sobre su piel, la cadencia estable de su respiración…
Esperaba que la familiaridad de la postura que utilizaba para dormir la ayudara a encontrar algo de calma… En esta oportunidad, no tuvo esa suerte.
—Voy a olvidarlo… —murmuró con terquedad, cerrando los ojos con todas sus fuerzas—. Mañana olvidaré todo esto.
Sin embargo, en lo profundo de su mente, una voz traicionera le susurró la verdad: ¡No iba a olvidarlo! Y eso la llenó de una mezcla de rabia y algo más… algo que había comenzado a despertar desde el momento en que Gohan tomó esa aguja y la había cuidado como si fuera lo más natural del mundo. No, en realidad había empezado antes: cuando la sujetó con esa mano ardiente en su cintura.
O no.
O era mucho antes.
Pero, de ser así, ¿cuándo empezó?
«¡Maldita sea! No lo entiendo…»
Su corazón dio un vuelco, y Kioran supo que esa noche no iba a ser una noche tranquila. Con los ojos cerrados y el cuerpo tenso, dejó que el sueño llegara a ella, aunque no pudo evitar sentir que, en el fondo, algo había cambiado profundamente. Una grieta se había abierto en su interior, pequeña pero imposible de ignorar, dejando entrar una calidez que no comprendía. Esa calidez la desconcertaba más que el dolor de sus heridas, como si algo que estuvo mucho tiempo dormido dentro de ella hubiera despertado de pronto, como un oso feroz luego de hibernar una larguísima temporada.
.
.
Gritos. No era el canto de las aves en el exterior, ni el sonido del escaso follaje que rodeaba a la Corporación Cápsula; no, eran gritos lo que más se escuchaba a esa hora de la mañana. Unos gritos provenientes de una aguda voz femenina, de inflexión impertinente, mandona, e incluso enervante.
—¡Eres un estúpido! —chilló Kioran, apuntándolo con un dedo como si fuera a atravesarlo—. ¡Un completo, absoluto y total estúpido! ¿¡Qué se te cruzó por la cabeza para lanzarte como un tarado directo a tu muerte!? ¿Ah? ¿Creías que era buena idea enfrentarte solo a esos monstruos? ¿Creías que podías contra ellos?
Trunks, con la pierna derecha completamente entablillada, sentado sobre la colcha de su cama, miraba directo a sus manos enroscadas sobre su regazo sin intentar detener los insultos de esa furiosa guerrera saiyajin. Ni siquiera se le había ocurrido pedirle a su mamá que interviniera, pues esta fumaba con aire molesto a los pies de la cama; y a Gohan mucho menos, que tenía la espalda apoyada en la pared y su boca estaba convertida en una línea muy fina por el disgusto.
«Todos están enojados conmigo», caviló el chiquillo en la privacidad de su mente. Y entendía por qué lo estaban, pero ¿alguien se había puesto siquiera un momento en su lugar? ¿A pensar en porqué había actuado de esa manera?
—¡¿Y tu mamá?! —siguió Kioran, cambiando el objetivo de su colérico índice a la científica, quien alzó el rostro sosteniendo el cigarrillo en sus labios como si su gesto respondiera a la pregunta—. ¿Acaso no pensaste ni un segundo en tu mamá? ¿No se te ocurrió que se pasó todo ese tiempo rezando para que no volvieras hecho pedazos? ¿O peor?
Ah, sí… su mamá. Sus pupilas viajaron hacia ella por instinto, dándole un rápido vistazo antes de volver a clavar la mirada en sus dedos hechos nudos. Su mamá ya le había gritado bastante cuando despertó, y entre medio de las exclamaciones hubo un momento en que se le quebró la voz, hecho que para Trunks resultó tan o más doloroso que el preciso instante en que Diecisiete le partió la pierna a la mitad de un solo pisotón.
No quería verla así, mucho menos por su causa. Pero es que tenía que intentarlo…
Gohan permaneció en silencio, observando la escena desde la distancia. Aún podía sentir el eco del pánico que lo había invadido la noche anterior cuando vio a Bulma aparecer corriendo hacia él con el rostro desencajado. Pudo recordar con una claridad insoportable el tono suplicante de su voz, normalmente firme, cuando le rogó que lo trajera de vuelta.
Y lo lograron. Milagrosamente, pudieron llevar a Trunks con heridas menores. Considerando que se enfrentaron a los androides, lo cierto es que una pierna rota apenas si podía considerarse como un daño grave.
Sí, Trunks estaba a salvo por obra y gracia del destino, sin embargo, no podía olvidar lo ocurrido así como así… porque su hermano pequeño había estado muy, muy cerca de no contar la historia por sí mismo.
Aunque no tenían un lazo sanguíneo que los uniera, para Gohan era su hermano, lo fue desde el momento en que lo sostuvo en brazos por primera vez, un bebé que no tenía idea del mundo en el que había nacido. Cuando todos los guerreros murieron y solo quedaron Bulma y él, Gohan tomó el rol de hermano mayor de manera natural, protegiéndolo, entrenándolo, ayudándolo a crecer. Lo vio gatear, lo vio dar sus primeros pasos, lo escuchó decir sus primeras palabras. Y no podía perderlo por nada del mundo.
El silencio se hizo de pronto en la habitación cuando Kioran se detuvo de golpe, pues su garganta irritada no le permitió seguir gritando. Desde la noche anterior, al haber inhalado el polvo del cemento mientras protegía a Trunks con su cuerpo entre los escombros, su voz se había mantenido áspera y quebrada. Por más que quería continuar con el regaño, su propio cuerpo le exigió una pausa.
Aprovechando el momento de tregua, Gohan alzó la mirada y pidió en tono amable y firme a la vez:
—Déjenme a solas con él.
No era una orden, tampoco una súplica. Pero tenía un peso innegable.
Kioran se giró para mirarlo por un instante muy breve que se rompió cuando bajó la vista rápidamente, sus mejillas encendiéndose como si de pronto estuviera avergonzada. Y Bulma, que estaba apagando el cigarrillo en ese momento, no estaba tan distraída como para no notarlo.
Sin decir palabra, ambas mujeres se retiraron de la habitación, cerrando la puerta con suavidad.
Suspirando por la nariz, el mestizo dejó pasar algunos segundos más y convencido de que no tendrían interrupciones, se sentó en el borde de la cama, frente a Trunks.
El muchacho no lo miró. Ni siquiera se movió. Solo mantenía la cabeza baja, con los ojos clavados en sus manos entrelazadas sobre la colcha, los nudillos blancos por la tensión.
Gohan se tomó un momento para deliberar cómo abordar la conversación. Mal que mal, se trataba del primogénito de Vegeta y su orgullo era como un escudo. Si lo abordaba con reproches, se pondría a la defensiva de inmediato. No era un niño que respondiera bien a los regaños prolongados.
No obstante, la pregunta que tenía en el borde de los labios pujaba cada vez con más fuerza por salir, hasta el punto de que ya no pudo retenerla:
—¿Por qué?
Silencio.
Un silencio espeso en el cual Trunks no parecía reaccionar. Se mantuvieron inmóviles, el sonido de sus respiraciones —una estable, la otra irregular— llenando el espacio.
El muchacho apretó aún más sus manos sobre la colcha. No se atrevía a mirar a Gohan. Poco a poco, las palabras empezaron a brotar de sus labios en un murmullo apenas audible.
—Yo… de verdad traté de hacerte caso… —su voz tembló, y la rabia contenida latía en cada palabra—. Traté con todas mis fuerzas. Me dijiste tantas veces que no los enfrentara… pero… escuché la radio. Escuché cómo hablaban del ataque. Los gritos… la gente rogando por ayuda…—Hizo una pausa, tragando con dificultad—. No pude quedarme sentado en casa.
Gohan lo escuchaba con atención, la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado, un gesto instintivo de quien está completamente enfocado en el otro.
—Tenía que intentarlo. Aunque iba a perder… tenía que intentarlo.
Sí… Gohan sabía muy bien cómo era esa sensación de impotencia; la necesidad de hacer lo que fuera, de no quedarse como un espectador más de la masacre que ocurría día tras día.
El joven guerrero tomó aire entrecortado, su labio inferior tembló apenas, y continuó:
—Pero cuando llegué… —su voz se volvió aún más baja, un susurro lleno de horror y amargura—. No quedaba nadie vivo. No había nadie a quien salvar… La ciudad entera… en minutos… Era solo un lugar lleno de cadáveres…
La respiración de Trunks aumentó de velocidad.
—Diecisiete me vio. Me sonrió como si todo fuera un juego. Me invitó a pelear. Y yo... —Su voz adquirió un matiz oscuro—… estaba tan furioso, tan desesperado, que no lo pensé. Simplemente lo hice. Me lancé contra él y lo di todo, Gohan. Peleé contra ese maldito androide como no lo había hecho nunca. Quería acabarlo con mis propias manos, quería…
Se interrumpió con la misma brusquedad de alguien que evita caer a un abismo; reviviendo cada instante del combate, cada golpe que había lanzado, cada técnica que utilizó, cada vez que creyó que podría hacer algo… y cada vez que fue brutalmente superado sin esfuerzo.
Gohan percibió el cambio antes de que ocurriera.
El aliento de Trunks se entrecortó, y luego, sin poder evitarlo, su rostro se torció en un gesto de pura frustración mientras gruesas lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas.
—Me sentí… tan humillado —escupió entre dientes, su voz quebrada por la furia, por la impotencia absoluta que lo consumía.
El mayor lo observó con el pecho apretado. Lo entendía demasiado bien. Entendía la rabia de ser tan débil que ni siquiera valía la pena ser asesinado. La sensación de ver sus esperanzas destrozadas con una facilidad insultante.
Trunks se pasó ambas manos por el rostro, limpiándose las lágrimas con un gesto brusco, como si quisiera borrar no solo la humedad de su piel, sino también el sentimiento de inutilidad que lo había desbordado. Luego, sin levantar la mirada, volvió a hablar de manera más contenida.
—Hay más —confesó con evidente dificultad—. Yo… quería que estuvieras orgulloso de mí. No solo era salvar a la gente, también quería… hacerlo por ti. Porque siempre estás cargando con todo, Gohan. —Alzó la mirada húmeda por fin, su expresión reflejaba tanta tristeza como culpa—. No solo con derrotar a los androides. También con ayudar a la gente, con darles esperanza, con hacerles creer que algún día todo esto va a terminar…
Gohan sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Nunca se le había pasado por la cabeza que Trunks viera tan claramente el peso que intentaba llevar en solitario.
—Yo… sé que los derrotarás —prosiguió el muchacho, enredando los dedos sobre la colcha—, confío en ti por completo. Pero si hubiera estado en mis manos ahorrarte el tener que enfrentarlos… lo habría hecho. ¿Sabes? —Y varió un poco tanto la inflexión de su voz como la dirección de sus palabras—. Desde que tengo memoria has estado para mí y para mamá. Nos cuidaste a los dos, y eras un niño todavía, como yo… No sé qué habría sido de nosotros sin ti. Por eso quería devolverte un poco el favor…
Gohan no lo vio venir por ningún lado. Lo que Trunks había confesado… realmente le dejaba en una posición dolorosa. Porque siempre se había esforzado en que no cargara con el peso de ser la última esperanza del mundo. No quería que lo viera como un deber, como una condena ineludible. Era algo que él pensaba constantemente, pero nunca se lo transmitió. Solo le recordaba que tenía un potencial sin límite, que era un guerrero con una herencia incomparable, no solo por su sangre saiyajin, sino por ser el hijo primogénito de Vegeta.
No quería que Trunks se sintiera como él se sentía muchas veces: insuficiente. Incapaz de llenar el vacío que el legado de sus respectivos progenitores exigía.
No quería que Trunks pasara por los mismos cuestionamientos, los mismos temores. Los mismos frenos.
No quería que Trunks se limitara de la misma manera que lo hacía él.
Empezó a mordisquearse el labio inferior con aire ausente, perdido en sus pensamientos. Las palabras del chico, su sinceridad, su frustración… todo se arremolinaba en su mente como una tormenta. Su comportamiento impulsivo, su rabia, su desesperación… todo tenía un origen que conocía sobradamente. Sin embargo, lo que nunca esperó era que ese origen estuviera ligado, en parte, a él mismo.
Trunks era mucho más observador de lo que mostraba. Le inquietaba pensar en qué más habría logrado adivinar.
Los segundos transcurrieron de manera muy lenta, como un líquido espeso. Hasta que, al fin, Gohan rompió el silencio con dos palabras cargadas de afecto:
—Gracias, Trunks.
El aludido parpadeó con sorpresa y levantó la vista, encontrándose con la expresión serena de Gohan.
—No necesitas ponerte en peligro para demostrarme nada. —Llevó su mano a la cabeza del niño, enredando los dedos en sus cabellos lavanda y revolviéndolos con suavidad—. Ya estoy orgulloso de ti… tan orgulloso como no tienes idea.
Trunks cerró los ojos y, sin pensarlo demasiado, se inclinó hasta que su frente tocó el hombro de Gohan. Se quedó allí, medio escondido, respirando profundamente, como si todo el peso de lo que había ocurrido por fin encontrara un refugio.
—Prométeme que no volverás a hacer algo así —susurró Gohan luego de unos segundos—. Llegarás a superarme en pocos años, solo debes ser paciente. Los androides serán derrotados de una forma u otra. Y si yo no puedo… tú lo harás. No tengo ninguna duda.
Pero Trunks negó con la cabeza de inmediato.
—No —murmuró con obstinación—, sé que serás tú. Eres mucho más fuerte de lo que muestras…
Gohan miró hacia abajo, observando la cabeza de Trunks aún apoyada contra su hombro, y dejó escapar un suspiro inaudible.
No tenía el corazón para decirle que, en el fondo, no estaba muy seguro de eso.
.
.
N. de la A.:
¡Feliz sábado de Más allá para todxs! Muchas gracias por acompañarme en esta aventura, por sus estrellitas, votos y reviews. Ayer vi que estábamos #1 en la etiqueta Son Gohan, ¡y eso es gracias a su apoyo!
Ahora, pasemos a comentar el capítulo de hoy, que probablemente les causó una que otra duda. Empecemos por la que podría ser más importante: ¿Por qué Kioran de repente se comporta tan tímida y recatada? La explicación tiene que ver con su carácter y lo que está sintiendo por Gohan, tan diferente a Trunks Xeno.
Trunks es fuego, es carnal, es físico. Y, al mismo tiempo, todo esto permite que ella lo mantenga a distancia emocional. Involucrarse con él implica únicamente placer físico.
Gohan es todo lo contrario. Mostrarse desnuda o semidesnuda ante él no implica únicamente lo físico; en su caso, también es su interior el que queda expuesto. Porque con Gohan, Kioran no es capaz de ocultarse, él puede leer en ella como un libro abierto, y eso la desarma por completo.
Claro, esto no es algo que Kioran comprenda de forma consciente, sino que se trata de sensaciones que identifica de forma instintiva. Pero lo percibe, por eso reacciona así.
¿Por qué es tan repentino lo que Kioran siente por Gohan? Lo cierto es que no es repentino en absoluto. He dejado muchas pistas desde ese primer entrenamiento; lo que le ocurre a Kioran tiene que ver con su imposibilidad de reconocer o de clasificar adecuadamente lo que él le provoca, porque no se parece a nada que haya sentido antes. Por eso no lo entiende. Y, como no lo entiende, reacciona de forma agresiva.
La mano de Gohan sujetando su cintura no fue más que «la gota que rebalsó el vaso»; fue el punto de quiebre para ella, el detonante, el fuego que prendió la pólvora. Y lo de este capítulo es una extensión en el quiebre emocional de Kioran, que se niega a aceptar y a reconocer. Por la misma razón: no entiende lo que le pasa.
Ahora, pasando a Trunks y Gohan… su relación es de hermanos, tienen un vínculo irrompible, y realmente me imagino a Trunks intentando evitarle el mal rato a Gohan de enfrentarse a los androides. No es solo salvar a la gente, también lo hace por él. Aunque no lo dice, en el fondo el niño teme que Gohan no vuelva… Pobrecito, de verdad.
Si te gustó el capítulo de hoy, ¡no seas tímido/a! Muéstrame tu entusiasmo con comentarios, estrellitas y kudos. ¡Incluso si solo me saludas, estaré muy feliz!
Nos vemos en el siguiente…
Amor y felicidad para todos.
Stacy Adler.
