INUYASHA NO ME PERTENECE, PERO LA TRAMA SÍ.

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LATIDOS DEL OESTE

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CAPÍTULO 1

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Virginia, 1861

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Kagome observó el espejo con detenimiento para controlar el peinado que le había hecho Matty, su esclava.

La joven no era partidaria de castigar con golpes a los esclavos de la mansión, pero con Matty le estaba difícil mantener la paciencia. Llevaba semanas adiestrándola en técnicas de peluquería y a la muchacha le costaba seguir el ritmo de su exigente patrona.

―Por esta vez, lo dejaremos así ―anunció Kagome levantándose y dándose por vencida―. Pero espero que puedas pulir lo que te falta porque llevo tiempo enseñándote.

Alisó su vestido y dio otro vistazo a su aspecto.

El espejo devolvía la juvenil y atractiva imagen de una mujer de diecisiete años, con piel de porcelana, cabellera oscura y profundos ojos café. Un esbelto talle sumado a su gran gusto para vestir terminaban de coronar de sofisticación su figura.

Si alguien que no la conociera, se cruzara con ella en la mansión, sería imposible no darse cuenta de que se trataba de Kagome Tulstan, la única hija y heredera de David Tulstan, propietario de la Trixera, la extensa y fructífera plantación de algodón y arroz ubicada en el condado de Richmond, Virginia.

Kagome sonrió con el reflejo, profundamente satisfecha con su imagen, pese al desliz del peinado con Mary.

Consciente de su belleza y dueña de un ingenio orgulloso, fruto de la educación y el mimo preferente de su progenitor, Kagome creció entre algodones pese a haberse criado sin una figura materna principal, ya que su madre falleció en el parto.

El señor Tulstan pudo haberse casado cuando su hija era pequeña, pero se negó a hacerlo, ya que aún añoraba a su mujer. Cuando Kagome creció, ella fue la encargada de espantar a las candidatas que revoloteaban a su padre como cuervos.

Fue así como quedó determinado que la heredera de Trixera sería Kagome y eso no cambiaría nunca, así que la joven sabía cuál era su destino y su lugar en el mundo, en el pedestal donde fue criada y donde se suponía debía mantenerse por siempre.

Por ello se cultivaba todo lo que era posible. Asistió a una escuela de niñas exclusiva para hijas de terratenientes de la zona y siempre tuvo tutores en su casa, contratados por su padre, porque Kagome sabía que, si pretendía lidiar con las tierras de su padre y todo lo que implicaba, debía estar bien preparada.

Al bajar las escaleras, entornó los ojos al notar que su prima Sango venía corriendo con los bordes del vestido sucios de barro.

― ¡Prima!

― ¿Estas feliz por manchar tu vestido tan temprano? ―le increpó severa

Pero Sango daba saltitos de felicidad, como si fuera niña pequeña.

―Ya llegaron los vaqueros a la plantación ¡aceptaron trabajar esta temporada para tío David!

Kagome hizo una mueca de desagrado.

―No puedo creer que unos cuantos obreros te den felicidad ¿acaso no aprendiste que no deberías de confiar en un texano?

―Pero por algo todas las fincas siempre pelean por sus servicios y esta vez de nuevo, el tío David ganó la pulseada ―razonó Sango

Kagome hizo un gesto a Sango para que la siguiera. El desayuno estaba por servirse y no le gustaba comer sola.

Y la única razón de permanencia de Sango en la finca, además de que su familia era pobre y no podía mantenerla, es que debía fungir de compañía para su altiva prima.

Al pasar por el lado de la ventana, pudo notar a los mentados vaqueros mencionados por su prima, mientras entraban al establo.

Claro que Kagome los conocía.

Eran unos vaqueros texanos que venían al Sur cada año y permanecían en el pueblo unos seis meses por temporada, prestando servicios por los cuales eran muy bien pagados porque eran muy requeridos para doma de caballos.

Y no había mejores que los texanos para ese trabajo. Año tras año, las fincas se disputaban sus servicios, pero desde hace un año, esos rudos vaqueros sólo aceptaban trabajar para Trixera.

Y eso es lo que justamente más le disgustaba a Kagome.

El líder del grupo era un hombre joven al que apodaban Brazo de Hierro, supuestamente porque era el hombre más fuerte del Oeste y uno de los más experimentados pese a su juventud.

Pero Kagome lo detestaba, porque ese gigante maldito de ojos azules, hace un año atrás la vio en su lado más vulnerable cuando la salvó de una serpiente que se había colado cerca del invernadero.

Ella estaba saliendo del área cuando se topó con la serpiente, paralizándola de miedo. Los esclavos de la casa la vieron y se asustaron. Sólo el hombre desconocido a bordo del caballo fue capaz de saltar y arrojarle un cuchillo certero a la cabeza del reptil.

Fue la primera vez que lo vio.

Era un gigante de cabellera oscura, con ropas de vaquero y un sombrero café. Cubierto de polvo y ondeando una sonrisa burlona.

Ella nunca había visto un hombre tan alto y de aspecto tan recio por la notoria musculatura aún bajo la ropa. Daba miedo pese a tener un rostro varonil y armonioso que se coronaba con un par de enormes ojos azules.

Alzó el cadáver de la serpiente, para horror de Kagome.

―De donde vengo, las damas nos recompensan con besos cada vez que las salvamos de algún animal y pienso que en el Sur no debe ser una excepción.

El susto inicial de Kagome se disipó, trayendo aparejada una ira feroz.

Le dio una cachetada al desconocido, que no se movió un ápice pese a la brutalidad del golpe. Para rabia de Kagome, el hombre siguió sonriendo exhibiendo una dentadura completa. Una rareza en esos hombres de vida salvaje.

Por un momento tuvo la tentación de ordenar que le trajeran el látigo y castigarlo como si fuera un esclavo de su plantación, pero se abstuvo.

El vaquero salvaje era un contratista independiente al que todos querían contratar y no tuvo más remedio que contenerse, pese a que el recuerdo de su sonrisilla insolente la molestó toda la temporada.

Hubo un par de encuentros más y siempre él haciendo gala de su fuerza y posición masculina, como cuando tuvieron que pedirle su ayuda para quitar un baúl pesado de la casa. Un trabajo que solía tomar tres esclavos, él podía realizarlo sin esfuerzo alguno, así que su sobrenombre de Brazo de Hierro se lo tenía bien ganado.

Lo otro era el imán que representaba para todas las jóvenes, amigas de Kagome que visitaban la casa. Todas querían tomar la clase de equitación o simplemente verlo cuando domaba unos potros salvajes en el establo y las barbacoas de Trixera se llenaban, para ver el espectáculo de los texanos domando caballos.

Para los finos caballeros sureños, aquello era una rareza y para las damas, era algo que nunca imaginaron que un hombre blanco era capaz de hacer.

Lo peor fue esa tarde cuando ese entrometido la salvó de romperse el cuello evitando que cayera del cabello.

Esa vez su caballo, usualmente dócil, pareció volverse loco sacándola a galope sin control. Él único que se atrevió a abordar su caballo y seguir la carrera fue ese hombre, quien tuvo el atrevimiento de cogerla del talle para salvarla de una caída.

Todos celebraron la audacia del texano, pero Kagome lo tomó como una afrenta y más cuando recordaba la sonrisa burlona de él y peor, la calidez de su mano rodeándole el talle.

Cuando él se marchó aquella vez, Kagome suspiró aliviada.

Ya no debía preocuparse de encontrarlo en cualquier parte de sus jardines o de verse obligada a realizar barbacoas con las amigas que pedían verlo.

Pero ahora había vuelto, para su desgracia.

Acabado el desayuno, Kagome obligó a Sango que se cambiara el vestido manchado y luego siguió a su padre al despacho para leer unas cartas que acababan de llegar.

― ¿Llegó carta de Boston, padre? ―preguntó ansiosa.

―Apenas ha pasado una semana de la última, tu primo es una persona muy ocupada y no esperarás que escriba cada tres días ―observó David Tulstan mientras examinaba unas cartas de negocios.

Kagome se dejó caer en el sillón, desganada.

Las únicas cartas que esperaba siempre eran las de su primo materno Inuyasha Morley, un joven banquero residente en Boston, que ahora administraba el patrimonio que fuera de su familia.

El atractivo Inuyasha vivió en Trixera durante tres años antes de marcharse a Boston y esos pocos años sirvieron para crear un vínculo hacia él que creía irrompible.

Inuyasha Morley era rico y de ilustre apellido. Además, era guapo, a tenor del ultimo retrato que había enviado, y que terminó por alimentar las fantasías de su prima, que tenía idealizado a su primo como el hombre perfecto y él único que se merecía su mano.

Por ello mantenía correspondencia frecuente con él.

Y él, atento siempre enviaba regalos para su adorable prima.

Así que pasaba sus días, esperando sus cartas, donde anunciaba su visita para finalmente pedir su mano en matrimonio. Ella se estaba reservando para él, y aunque en Richmond le sobraban pretendientes atraídos por su belleza y su posición de heredera, ella los rechazaba a todos, porque en su corazón, ya tenía decidido que sólo se casaría con su primo.

Su padre sabía de las ideas de su hija, y aunque no era contrario a aquella unión, también lo veía como un espejismo de juventud que podía disiparse en cualquier momento, con la aparición de algún galán que le quitara esas ideas a Kagome.

Su heredera debía casarse con un buen hombre, capaz de lidiar con Kagome y con Trixera.

El viejo David Tulstan miró de reojo a su hija.

―También recibí una propuesta matrimonial para ti…

― ¿Es de mi primo?

Su padre negó con la cabeza.

―Entonces ya sabes la respuesta.

―El caballero en cuestión me pidió permiso para hablarte de esta propuesta y su franqueza me tomó por sorpresa, así que no te sorprenda que te lo pregunte en cualquier momento.

Kagome entornó los ojos, el asunto no le interesaba. Ni se preocupó en preguntar por la identidad del muy tonto que pronto seria rechazado. En realidad, podría ser cualquiera, porque todos los jóvenes que venían a visitar Trixera, ya sean hijos de otros terratenientes o de condados vecinos, lo hacían porque tenían puestos sus ojos en ella, quien coqueta tampoco los desalentaba por vanidad femenina.

Esa noche se celebraba una cena en la casa y tenían invitada a varias familias de la zona, y Kagome se había comprometido a preparar una especialidad única: un estofado de carne con papas y arroz.

Kagome no conoció a su madre, salvo por un cuaderno de recetas escrito por la propia señora Tulstan con descripciones de sus platillos favoritos.

Las señoritas de las casas como ella no acostumbraban cocinar, pero la difunta señora Tulstan fue una experta cocinera y fue por ello que Kagome se obstinó en aprender, siempre cuidando que sus delicadas manos no se vieran mancilladas en la tarea. Las esclavas de la cocina se afanaban cortando las verduras y carnes y Kagome terminaba de hacer la magia, siguiendo estrictamente las recetas de su madre.

Su estofado ya era una pequeña leyenda que todos alababan y hoy volvería a prepararlo para que los degustaran los comensales en la cena.

Quizá poniéndoles buena comida en la boca, dejarían de hablar de un tema recurrente en todas partes hoy en día que era el inminente estallido de la guerra.

Los caballeros sureños estaban convencidos que separarse de la Unión era lo mejor ya que ese maldito presidente Abraham Lincoln apareció trayendo esas ideas tan peligrosas como lo era la de abolir la esclavitud, que pondría en peligro el modo de vida del Sur.

Separarse de la Unión y unirse a la Confederación, como lo hicieron muchos estados como Carolina del Sur o Georgia, en represalia a las ideas de Lincoln.

Eran días de mucha tensión, pero de extraña algarabía de los jóvenes, queriendo ir a luchar por sus ideales y más porque hace apenas el día anterior, el ejército confederado atacó Fort Sumer en Charleston, como intento de sustraerlo del control del gobierno federal.

Todos aguardaban noticias de las consecuencias de aquel ataque.

Kagome suspiró. Esperaba que ninguna tontería relacionada con la guerra arruinara su cena.

Su mente juvenil y ocupada en otras cuestiones, consideraba a la guerra como algo lejano y propio de hombres que nunca tendría consecuencias para ella.

Pensaba eso mientras aliñaba la comida y dirigía a las esclavas.

Se le ocurrió que podría llamar a Sango para mortificarla.

Seguro estaba espiando a los texanos mientras la auténtica señorita de la casa preparaba la comida.

Tendría que darle una lección a Sango en breve, ya le faltaba un escarmiento para que se acordara de su lugar.

Cuando acabó con todo, se encontraba absolutamente cansada, así que se Matty se apresuró en quitarle el delantal y traerle un cubo de agua para limpiarse las manos y otras visibles, antes de ir a prepararle el baño.

Sería inadmisible que algún invitado la viera en esas fachas.

―Caminaré un momento por los jardines, así que ve y asegúrate de que el baño esté listo, no quiero encontrarme con la sorpresa de que faltan jabones o sales ¿entiendes? ―aseveró a Matty como advertencia.

Iba a pasear unos minutos, luego echaría un vistazo al comedor que seguramente ya fue organizado por Mara, la enorme matrona negra que fungía de ama de llaves en Trixera antes de finalmente asearse con agua bien tibia y enfundarse en algún sugerente vestido, que haría olvidar a sus invitados de la guerra, la confederación o Lincoln.

Cuando cruzó cerca del invernadero, una sombra le salió al paso. Y eso la asustó, porque ningún esclavo se atrevería a cortarle el paso a su ama.

Abrió mucho los ojos al notar que se trataba de aquel texano, quien caminó unos pasos hacia ella. Estaba vestido con una camisa extrañamente limpia y con el sombrero en la mano.

Sin duda, un hombre demasiado atractivo para ser un simple vaquero.

Dio un paso hacia atrás.

― ¿Qué está haciendo usted aquí? Este no es el establo ―le recriminó la joven.

Él no portaba la misma sonrisa socarrona de siempre.

En cambio, mantenía su rostro serio y no exento de nerviosismo. Eso podía notarlo por el brillo particular de sus ojos claros.

―Su padre, el señor Tulstan me permitió hablar con usted ―dijo él―. No sé si usted sabe que mi nombre es Bankotsu Garret.

Ella se encogió de hombros.

―No necesitaba recordarme su nombre completo, creo que llamarlo con su apodo de Brazo de Hierro es suficiente ―Kagome no entendía que quería ese sujeto―. Como sea ¿a qué ha venido?

―Porque quiero cambiar eso ―declaró él―. Desde que la vi el año pasado, sólo tuve una cosa en mente al venir a Richmond y era hacerla mi esposa ―él sonrió de lado―. He alcanzado a pensar en usted, más de que lo pensaría en un plato de frijoles y a decir de un vaquero, eso es bastante.

Él se atrevió a dar un paso más.

―Usted tiene una fortaleza que es difícil de olvidar.

Kagome escuchaba impávida e incrédula.

No sabía si era por tensión de saberse abordada por un hombre tan guapo o por la indignación de saber que el pretendiente del cual le habló su padre era aquel texano.

Pasado los segundos iniciales de la sorpresa, dejó relucir todo su enfado snob.

¿Cómo se atrevía ese sucio vaquero a insinuársele?

― ¿Qué demonios se ha creído usted? ¿Quién le dio las agallas para atreverse a pensar que podía acercarse a mí con esas intenciones? ―Kagome puso sus brazos en jarras sin ninguna intención de dar un rechazo amable―. Es usted un muerto de hambre salido de algún agujero de Texas ¿Cómo se atreve a decirme esto?

El joven parpadeó confuso. Si sabía que la joven Tulstan tenía un carácter fuerte y justamente eso fue lo que le gustó de ella, sumado a su gran belleza, pero no imaginó que ella dejara salir tanta violencia para rechazarlo.

Ella comenzó a alejarse, no tenía ninguna intención de seguir conversando con ese atrevido palurdo, que además la comparó con un plato de frijoles.

Él permaneció callado mientras ella se marchaba, sin despedirse ni añadir más.

Durante toda la travesía desde Texas a Richmond con sus compañeros pensó en las palabras correctas para pedirle matrimonio, siempre y cuando su padre se lo permitiera.

No sabía si era amor o eso de lo que tantos hablaban las mujeres, pero como sí muy atraído por ella. Lo suficiente como para quererla para él.

Su tío el viejo Myoga, quien era uno de sus compañeros le advirtió que sería mala idea. Las muchachas sureñas no eran como las texanas.

Pero Bankotsu no quería perder la partida.

Como el señor Tulstan no se mostró contrariado, Bankotsu decidió hacerlo.

Era capaz de mudarse al sur por ella, porque ya el padre le advirtió que el lugar de Kagome era Trixera y eso no era negociable.

Su orgullo masculino se encontraba herido, pero tampoco sorprendido.

¿Quién le mandaba que le gustara una joven tan difícil y de posición social tan diferente a la suya?

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Kagome entró al despacho de su padre sin anunciarse.

―Papá ¿Por qué no me dijiste que el pretendiente era ese texano? Un hombre sin nombre ni fortuna ¿tiene el atrevimiento de pedir matrimonio en nuestra casa?

David dejó los papeles sobre el escritorio.

Como suponía, a Kagome no le gustó nada aquella propuesta.

Y con lo empecinada, le sería difícil explicarle a su terca hija que, si había aceptado que ese rudo vaquero le hablara, fue porque le agradó el tono franco con el que le habló.

―Le prometo que ella nunca estará desprotegida y la cuidaría con mi vida.

Que usara las palabras "protección a costa de mi propia vida" fue lo que le agradó al hombre.

Algún día, Kagome quedaría sola en el mundo, con Trixera a cuestas. Y no parecía agradarle ningún hijo de los vecinos, porque los rechazaba a todos. La perspectiva del primo Morley no terminaba de ser real para el viejo David. Si ese moscón realmente quisiera casarse con Kagome, ya hubiera venido desde Boston a asegurarse el botín.

Pero si un hombre fuerte como Bankotsu Garret, un texano sin problemas de mudarse al sur acababa siendo el marido de su hija, podía sentirse en paz de que su hija quedaría protegida.

Pero viendo su reacción, quizá fue mala idea.

―Aunque lo hayas rechazado, espero hayas mantenido cierta educación al hacerlo. Lo invité a cenar hoy y no quisiera que fuera demasiado incómodo para nadie.

Kagome bufó con la cabeza.

Por supuesto que sería una cena incomoda.

―Ya te dije muchas veces que con la única persona con la que voy a casarme es con el primo Inuyasha Morley.

Dicho eso, la joven se marchó ofuscada.

Ese texano no sólo le había arruinado la temporada con su presencia, sino también la cena de hoy.

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En la larga mesa de los Tulstan se dispusieron las deliciosas fuentes de ensaladas y cremas. Pero el plato estrella era el estofado tan famoso de la señorita Tulstan.

Estaban invitados todos los vecinos más cercanos, los Jones, los Williams, los Miller y los Brown.

Y en el medio de todos ellos y los anfitriones, se encontraba Bankotsu Garret en una incómoda posición. Todos hablaban enérgicamente de la guerra y que Virginia pronto tomara posición dentro de la Confederación.

Kagome permanecía en silencio junto a las otras muchachas. Sango estaba sentada a su lado y fue la que notó las extrañas miradas que le dirigía el vaquero a ella.

―El señor Garret te mira de forma extraña ―le susurró Sango

―Ese palurdo se atrevió a pedirme matrimonio ―le respondió Kagome en voz baja.

El franco rostro de Sango se llenó de sorpresa y le sonrió a su prima.

―A mí no me hubiera molestado que un hombre como ése me hubiera propuesto ser su esposa…

Kagome le dirigió una mirada feroz a su prima.

―Eso lo dices porque eres pobre ―y siguió comiendo, ignorando la palidez del rostro de su prima al oír aquel comentario tan ofensivo.

De pronto, uno de los Jones le preguntó a Bankotsu algo.

―Señor Garret ¿piensa enlistarse usted? Texas forma parte de la confederación.

Brazo de Hierro dejó de comer.

―No estoy de acuerdo con pelear guerras que no se puedan ganar, la confederación nunca podrá ganarle a la Unión, aunque no les guste escucharlo, no tenemos el mismo armamento ni las mismas fábricas. Sin contar los bloqueos…mucha sangre se derramará en vano.

― ¡No pretenda creer que un yankee pueda ganarle a un caballero del sur! ―contestó otro

― ¡Los yankees de la Unión no podrán contra nosotros! ―vociferó otro.

Bankotsu ya estaba arrepentido de dar su sincera opinión, pero no pensaba mentir en ese aspecto. La guerra le parecía absurda.

Notó que Kagome lo miraba con más desprecio. Si albergaba alguna esperanza que ella cambiara de opinión, eso acababa de echarse a perder.

Maldita la hora que aceptó cenar con ellos y más conociendo como eran los entusiastas sureños con respecto con la guerra que se avecinaba.

Iban a seguir las discusiones, pero alguien entró repentinamente al comedor, sobresaltando a todos. Era uno de los mensajeros del señor Meade, uno de los delegados de Richmond.

Se acercó y le habló al oído al señor Tulstan, quien palideció al oír lo que el mensajero le susurró.

Todos estaban expectantes ante el mensaje.

David se levantó.

―Señoras y señores, Lincoln acaba de hacer un llamado a la Unión para invadirnos, como respuesta al ataque de Fort Sumer en Charleston.

Todos los comensales se levantaron.

―La guerra oficialmente ha comenzado …y Virginia se ha separado de la Unión y entró a la Confederación ―dijo el señor Tulstan con voz trémula―. Iremos a la guerra.

Fue como una mecha que dispersó confusión en la mesa con la extraña algarabía que se instauró entre los hombres, felices al fin de que la guerra comenzara para darle una lección a esos yankees.

Las mujeres quedaron relegadas ante la estampida de los caballeros de la mesa.

Sólo uno de ellos permaneció en silencio hasta que minutos después se escabulló silenciosamente del lugar.

Bankotsu Garret no tenía pensado participar de aquella charla.

Si la guerra había comenzado, era necesario hacer planes. Y siendo que Kagome Tulstan lo rechazó, nada él tenía que hacer allí.

Se dirigió al establo, para despertar a los otros tres vaqueros que conformaban su grupo y ponerlos al corriente, pero sintió que alguien lo seguía corriendo a sus espaldas. Al darse vuelta, se dio cuenta que se trataba de Kagome.

Ella si se había dado cuenta que él escapó de esa mesa.

―Señorita Tulstan, imagino que viene a dejarme unas palabras para despedirme…

―Todos los hombres de verdad irán a la guerra y usted está huyendo ¿verdad? Hice bien en rechazarle.

Bankotsu se masajeó el puente de la nariz.

―La guerra es estúpida, pero eso no significa que la vaya a eludir, así que volveré a mi tierra a esperar por ella.

―Y en caso de ser así ¿peleará por la confederación?

―Preferiría no hacerlo, pero ¿acaso tengo opción? Ya los caballeros de su distinguida mesa dejaron en claro que sólo ellos podrían darle una lección a los de la Unión ―Bankotsu rió―. Son gente que se asusta ante la visión de un cordero muerto ¿Cómo cree que les iría viendo un cadáver mutilado?

A Kagome le ofendió profundamente la crudeza de ese hombre.

Pero, aunque él se veía duro, sus ojos azules se notaban cansados y tristes.

Meneó la cabeza.

―Suficiente de mí ―colocándose el sombrero―. Me marcho, señorita Tulstan y es probable que no volvamos a vernos ―quitó un pequeño broche de madera que emulaba a un caballo y que tenía grabado "Brazo de Hierro "y se lo pasó a la joven, quien miraba el objeto, pero sin tomarlo―. Es para usted, se suponía que se lo diera como regalo de boda.

Kagome hubiera preferido dejarlo caer, pero por la extraña pizca de conmiseración que se apoderó de ella, lo cogió, pero pensando que lo tiraría a la basura apenas ese texano atrevido desapareciera de su vista.

―Adiós, señorita Tulstan ―y se perdió en el interior del establo, que ya tenía bastante movimiento con los vaqueros del grupo de Brazo de Hierro ensillando caballos y cargando sus alforjas. Todos se marchaban a galope también.

Kagome comenzó a caminar hacia la casa, y sólo miró atrás una sola vez cuando los caballos salían a trote.

Distinguió la recia espalda de su ex pretendiente en la oscuridad antes de perderse definitivamente en la oscuridad.

Fue la última vez que vio a ese osado de Bankotsu "Brazo de Hierro" Garret.


CONTINUARÁ

Hermanitas, tenemos nueva historia.

Y notaran mucha inspiración de LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ.

Obviamente salvando las distancias porque ésa es la mayor historia de amor jamás contada a mi criterio.

Lo nuestro será una historia humilde, y aunque prometo no aburrirlas con datos históricos, creo que es necesario para entender un poquito, bien resumido.

La Guerra de Secesión, también conocida como Guerra Civil Estadounidense,fue un conflicto armado que se libró en los Estados Unidos entre 1861 y 1865. La guerra enfrentó a los estados del norte, que se oponían a la esclavitud, contra los estados del sur, que defendían la esclavitud.

Los estados esclavistas se separaron y formaron la Confederación (como un país aparte) y el resto (no esclavistas) se los llamaba La Unión o como le decían los sureños de forma despectiva "los yankees"

El inicio de esta historia se sitúa en Richmond, capital de Virginia, quien también se separó de la Unión cuando el ejército federal convocó a la guerra como respuesta al ataque de una fortificación del gobierno federal ubicado en Fort Sumer, que es mencionado en este capítulo.

Todo esto, a forma de contexto, ya no las aburro más.

Veremos cómo le va ahora que empieza la guerra, todavía estamos en el sur, pero en algun momento iremos al Oeste.

Este fic tendrá 19 capítulos, que pasaran bien pronto, lo prometo.

Las quiero mucho.

Paola.