En el año 1936, Tokio seguía siendo testigo de las secuelas devastadoras dejadas por las guerras que asolaron la región durante años. Entre los nombres que resonaban con orgullo entre las calles polvorientas y los campos de arroz, el clan Uchiha se alzaba con una mezcla de reverencia y temor. Fugaku Uchiha, un héroe condecorado por su valentía, lideraba a su familia con una mano de hierro y un corazón endurecido por la guerra. Su linaje estaba marcado por figuras legendarias, siendo el renombrado Madara Uchiha, el mejor samurái de la región, la cúspide de su legado.
Sasuke, el hijo menor de Fugaku, compartía la admiración por su hermano desde la infancia, anhelando seguir sus pasos. Fugaku instaba a sus hijos a cumplir con su deber hacia el país en medio de las difíciles condiciones que atravesaban. Como uno de los generales más respetados de la región, esperaba que sus dos hijos estuvieran a la altura de las expectativas, especialmente Itachi, el mayor, que ya se había ganado el reconocimiento como un prodigio en la academia militar, con habilidades estratégicas y marciales que deslumbraban a todos, incluida la férrea mirada de su padre. Sasuke, en cambio, luchaba por escapar de su sombra. Sasuke ansiaba alcanzar un día la misma importancia y reconocimiento que su hermano.
Ese año, con apenas diecisiete años, Sasuke se encontraba inmerso en un riguroso entrenamiento militar, anticipando el conflicto inminente que oscurecía el horizonte.
En un momento de soledad durante un descanso, mientras caminaba cerca del río, una melodía extraña lo arrancó de sus pensamientos. Era una voz femenina, suave y musical, que pronunciaba palabras en un idioma que él no entendía.
Siguiendo la voz, encontró a una nínfula arrodillada junto a la orilla. Su cabello que brillaba bajo los rayos del sol y sus facciones no correspondían a los estándares de la región, sus ojos verdes capturaban la luz como las esmeraldas de las joyas occidentales. Vestía un kimono sencillo decorado con mariposas moradas, en un intento torpe pero tierno de mimetizarse con el entorno. La chica reía mientras dejaba que el agua fría corriera entre sus dedos. No podía dejar de mirarla; era como una obra de arte europea.
El corazón de Sasuke dio un salto inesperado. Aquella desconocida no encajaba en su mundo; no pertenecía allí, pero en ese breve instante, parecía no haber una realidad más perfecta que ella. Su corazón latió con extrañeza al encontrar sus ojos con los suyos.
Sin embargo, la magia se rompió abruptamente cuando una mujer mayor, vestida con un corsé y joyas extravagantes, apareció y comenzó a gritarle en un idioma extranjero mientras la apartaba con brusquedad del brazo. Sasuke, aún atrapado en aquel instante efímero, solo pudo observar cómo se alejaba, incapaz de articular palabra alguna.
Esa imagen quedó grabada en su memoria, resurgiendo cada vez que pensaba en las muñecas de porcelana que su madre había coleccionado antes de morir.
Al llegar al teatro, Sasuke se encontró con sus compañeros de academia, envueltos en la efervescencia del alcohol y los rumores que inundaban la región. Entre susurros, se mencionaba la detención de presuntos conspiradores en el Ni-Ni Roku Jiken, un evento que sacudía los cimientos del país.
—El General Shimura mencionó que han arrestado a los presuntos responsables del Ni-Ni Roku Jiken —comentó Shikamaru, dejando escapar el humo de su cigarrillo.
Naruto, medio ebrio, levantó la mano para interrumpirlo.
—No es el momento para esto.
—Creo que Sasuke merece saberlo —añadió Sai, con un tono que oscilaba entre la curiosidad y la malicia.
Molesto por el intercambio de miradas y la evidente omisión de información, Sasuke tensó la mandíbula.
—¿Qué sucede?
Naruto suspiró y lanzó una mirada exasperada a Sai antes de responder:
—Son solo rumores, Sasuke, no deberías...
—Es un rumor, pero... hay quien dice que tu hermano, Itachi, estuvo involucrado en el intento de golpe de estado. Desde entonces, nadie ha podido encontrarlo . —Sai dejó escapar esas palabras con un toque de sorna.
Sasuke sintió cómo su sangre se helaba, mientras su corazón latía con fuerza contenida. ¿Era posible que su hermano, el orgullo de los Uchiha, hubiera traicionado aquello por lo que habían luchado toda la vida?
En la penumbra del teatro, mientras las sombras se alargaban y las voces se tornaban más apagadas, Sasuke cerró los ojos, incapaz de responder al torbellino de emociones que comenzaban a nublar su juicio.
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Mientras la reputación centenaria de su clan se desmoronaba bajo el peso de la ignominia, Fugaku Uchiha soportaba la vergüenza como una sombra permanente, mientras la deshonra lo aislaba de la esfera militar que alguna vez lo veneró. El orgullo de un linaje glorioso se transformó en ruinas, y Sasuke sentía esa carga como un nudo opresivo en el pecho.
La desaparición de Itachi marcó el inicio del declive. Sin saber si su hermano seguía vivo, Fugaku decidió honrar su memoria con un funeral simbólico. Pero en casa, la mención de su nombre se volvió un tabú, un secreto envuelto en culpa y resentimiento. Sasuke se volvió aún más decidido en elevar el prestigio de su linaje y concentrar su energía en reconstruir el honor perdido, mientras enfrentaba la exclusión y el desprecio de sus camaradas.
Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, las heridas familiares se profundizaron. Fugaku fue enviado nuevamente al campo de batalla, degradado a soldado raso; una humillación que parecía diseñada para borrar cualquier rastro de su legado. Sasuke, atrapado en un círculo vicioso de obligaciones, fue asignado a un nuevo comandante.
El General Namikaze, su protector fue desplazado a la región de Chugoku y al quedarse en la región de Kānto su nueva autoridad llegaría. Sus esperanzas de redención pronto se esfumaron cuando descubrió que estaría bajo las órdenes de Danzo Shimura, el mismo hombre que había liderado la investigación del Ni-Ni Roku Jiken y quien, de forma tácita, firmó la sentencia de su familia.
Danzo era un anciano veterano de guerra, y se caracterizaba por ser feroz y sanguinario con sus enemigos. Mucho se hablaba de él en los corredores del cuartel, donde sus habilidades eran admiradas, pero a Sasuke solo le causaban repulsión. Le asignaron la tarea de ser carcelero en varios campos de prisioneros de guerra, incluido el campo de prisioneros de Ōfuna en donde era conocido por su brutalidad y sadismo. Maltrataba física y psicológicamente a los prisioneros de guerra, sometiéndolos a trabajos forzados y torturas.
Dado a la situación de las bajas, fue imposible que sus superiores pudieran transferirlo a otra región por lo que no tuvo opción a quedarse ahí.
Durante el pase de lista y la presentación del nuevo general, fueron llamados para asignar nuevas funciones. Sasuke pudo observar al hombre que lo miró con desdén.
Al fondo, Sasuke observó a algunos de sus ex compañeros de academia, la mayoría de los cuales lo miraban con desprecio, a excepción de Naruto.
—Uchiha Sasuke —dijo Danzo, con su tono áspero característico—. Tu tarea será proteger a mi esposa. Asegúrate de que esté a salvo y bajo vigilancia estricta.
La noticia cayó como un balde de agua helada. Naruto, al fondo de la sala, lo miró con asombro e incredulidad. Sasuke mantuvo su expresión impasible, pero su mente procesaba la orden con resentimiento. Era evidente que Danzo quería humillarlo de forma calculada.
—Sé lo que estás pensando —continuó el general con una sonrisa cínica—. Mi esposa es extranjera, aunque su padre fue un reconocido general japonés. En tiempos de guerra, estas circunstancias son delicadas. Tú, más que nadie, deberías comprender la importancia de salvaguardar la reputación de un hombre de mi posición.
Cada palabra iba cargada de intenciones venenosas. Sasuke sabía que era una forma sutil de recordar el supuesto agravio de su hermano y dejarle claro quién tenía el control. Sin más remedio, aceptó la tarea, aunque en su interior hervía el resentimiento.
El viaje hacia la casa de Shimura fue silencioso y opresivo. Ubicada en las afueras de Tokio, la mansión que una vez ostentó lujo y opulencia ahora lucía descuidada y apagada, otra víctima de las privaciones de la guerra.
Al llegar, Sasuke se percató de la ausencia de servidumbre. La crisis de la guerra había afectado incluso a las familias más poderosas, y la casa parecía desierta. Solo divisó a una anciana preparando una infusión con un olor extraño.
Al notar su presencia, la anciana retiró el kyusu del carbón y se acercó rápidamente, haciendo una reverencia.
—Bienvenido, mi señor. Me informaron sobre su llegada —dijo ella, haciendo una reverencia antes de indicarle el camino.
El salón principal era amplio pero austero, con apenas los muebles necesarios. Allí, junto a una ventana que dejaba entrar la luz mortecina del atardecer, estaba su protegida. Sasuke apenas se inmutó cuando la puerta se deslizó para revelarla. La figura femenina estaba sentada frente a la ventana, rodeada por una tenue luz que se colaba entre las cortinas. Llevaba un kimono sencillo, pero era su cabello lo que atrapó la atención de Sasuke, un rosa pálido que contrastaba con los colores apagados de la estancia.
—Mi señora, el cabo ha llegado —anunció la anciana con voz queda.
La mujer giró su rostro hacia él al escuchar la mención, y en su mirada, Sasuke encontró un atisbo de reconocimiento. Ella lo observó a los ojos y se inclinó ante él con una pronunciada reverencia.
—Bienvenido —dijo con una voz suave, temblorosa pero educada.
Sasuke la miró con frialdad, ocultando la sorpresa que lo embargaba. Ella era la niña que había visto junto al río años atrás, convertida ahora en una mujer impresionante. Una extranjera atrapada en el conflicto, destinada a depender de un hombre que representaba todo lo que odiaba.
El choque de emociones y recuerdos lo desconcertó, pero no dejó que su rostro lo delatara. Con un saludo militar y un gesto de asentimiento, asumió su nueva misión, ignorando la chispa de curiosidad y desconcierto que latía en su interior.
La anciana se acercó con una tetera y un yunomi, este último emanando un olor desagradable. Era el mismo aroma pestilente que Sasuke había percibido desde que había entrado a la mansión. Por suerte, la anciana colocó el yunomi con el extraño olor frente a la mujer, y a él le sirvió el té de manera tradicional.
Observó cómo la mujer bebía sin inmutarse ante el nauseabundo olor, mostrando una serenidad que dejó a Sasuke impresionado.
— A partir de este momento, estaré asignado para custodiar esta mansión. También seré responsable de vigilar su seguridad. —Informó de forma casi mecánica. Sin embargo, sus ojos oscuros permanecieron fijos en los de ella, intentando descifrar lo que se ocultaba detrás de esa expresión serena.
Sakura lo observó detenidamente, estudiando al hombre que ahora tenía órdenes de protegerla. En sus movimientos disciplinados y en su mirada imperturbable había algo innegablemente marcado por la guerra, un vacío que lo hacía parecer inalcanzable.
—Parece que han tomado muchas precauciones para proteger esta casa —dijo ella, con un tono casi desafiante—. Supongo que entiendes la importancia de que nada de lo que ocurra aquí ponga en peligro a la nación, ¿no es así?
Sasuke no parpadeó ante sus palabras. Su mirada permaneció fija en ella, una mezcla de observación y control.
— Mi trabajo es prevenir errores, no corregirlos. Si alguien los comete... no tendré inconvenientes en actuar conforme a lo necesario.
El filo en sus palabras era inconfundible. Sakura sostuvo su mirada durante un largo segundo, sintiendo la frialdad en cada una de ellas. Sin embargo, no mostró signos de temor. En su lugar, una pequeña y fugaz sonrisa curvó sus labios, como si encontrara algo interesante en su actitud estoica.
—Es bueno saber que estamos en manos tan... diligentes.
Sasuke asintió apenas, dando por terminada la conversación. Luego, desvió la vista y realizó un rápido barrido visual del salón, evaluando el lugar con la precisión de un soldado.
—Eso es todo por ahora —concluyó finalmente. Antes de girarse hacia la puerta, lanzó una última mirada hacia ella, firme y carente de cualquier calidez—. Por su seguridad y la mía, le sugiero no traspasar los límites que podrían comprometer la misión.
Y sin esperar una respuesta, salió del salón con pasos seguros.
Sakura permaneció en su lugar, mirando la puerta que acababa de cerrar. Había algo intrigante en la dureza de aquel hombre, algo que la llevó a preguntarse qué escondía detrás de esa fachada inquebrantable. Pero en un mundo tan marcado por el peligro y la incertidumbre, sus preguntas tendrían que esperar.
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Cuando Sakura era niña, el bosque siempre había sido su santuario. En medio de las discusiones de sus padres, se refugiaba entre los árboles, buscando la calma que su hogar no podía ofrecerle. El arroyo cristalino era su lugar favorito. Mientras cantaba la melodiosa Barcarolle que su madre, Mebuki, le había enseñado, podía pretender que el mundo era sencillo, que su familia era feliz.
Para su madre, Mebuki, el choque cultural había sido abrumador y no podía soportar el mal carácter de su esposo, Kizashi. Mebuki se arrepentía profundamente de haber dejado su país natal, donde las mujeres tenían más libertad. Las constantes discusiones fueron lo que finalmente la llevaron a tomar la decisión de regresar a Francia con su hija, lo que eventualmente terminó por romper su matrimonio.
Uno de esos días, llegó corriendo al arroyo, llevaba el pesado kimono levantado y asegurado con cintas improvisadas para evitar que se enredara. Jugueteaba despreocupada en el agua, imaginando que era libre de todas las ataduras del mundo adulto. Pero el destino decidió que no sería un día más. Fue entonces cuando lo vio.
Un hombre alto, de porte solemne, apareció entre las sombras de los árboles. Sus profundos ojos negros la observaron con una intensidad que la dejó paralizada. Había algo en él, en la forma en que el sol jugaba con sus facciones y su postura firme, que la dejó sin palabras. Pero la burbuja del momento se rompió abruptamente. Su madre, alarmada, la sacó del agua y la arrastró lejos, sin darle tiempo a entender lo que había sentido.
Abordando un barco con destino a Francia, aquel viaje se tornó uno de los más desafiantes que había experimentado hasta entonces, a excepción de su huida de Europa.
Huyendo de la devastación de la guerra, surcó los mares durante meses en barcos que eran poco más que cascarones mugrientos, infestados de hombres ebrios y de miradas lascivas. Aquel éxodo fue una odisea agotadora, donde cada día era una lucha por mantener su integridad y su esperanza. Sin embargo, la dureza de la travesía sembró en su interior una chispa inesperada de valentía y autoconfianza.
En medio de aquel caos flotante encontró un inesperado aliado en Jiraiya, el veterano y excéntrico capitán del barco pesquero. De espíritu tan libre como las olas que lo llevaban, Jiraiya la tomó bajo su ala, enseñándole a subsistir en aquel mundo áspero. Fue él quien la protegió de los peligros que acechaban en cada esquina del barco, desde los intentos de abuso hasta las miradas que juzgaban su sola presencia como una intrusión. Pero no se limitó a protegerla: también le enseñó habilidades que serían vitales para su supervivencia. Bajo su instrucción, aprendió a pescar, a limpiar redes, e incluso los rudimentos de la autodefensa, destrezas que nunca pensó necesarias, pero que adoptó con feroz determinación.
Pronto dejó atrás los vestidos que antes definían su feminidad y se acostumbró al uso práctico de pantalones que le otorgaban libertad para desempeñar tareas que ninguna dama habría imaginado: cargar pesadas bolsas de carbón hacia las calderas o enfrentarse al implacable frío de la cubierta mientras el barco avanzaba hacia lo desconocido. Su compromiso no pasó desapercibido y, con el tiempo, ganó el respeto de los hombres de la tripulación, quienes, al principio, la habían menospreciado.
Cuando, por fin, puso pie en tierra firme después de meses en el mar, la tierra que la recibió no era un refugio de esperanzas, sino un país que parecía atrapado en otra época. Regresaba a una nación donde las mujeres eran relegadas a ser adornos silenciosos para los hombres en el poder o servidumbre en los hogares familiares. Aquella rígida estructura social contrastaba dolorosamente con la independencia y las libertades que había vivido, y luchado por mantener, durante su tiempo en Europa. La brecha entre su espíritu indómito y las cadenas de aquella sociedad tradicional se alzaba ahora como un desafío aún mayor que los mares que acababa de cruzar.
Lo más desgarrador para Sakura era enfrentarse al horror más grande de todos: haberse convertido en el juguete sexual de un hombre tan despreciable como Danzo. Jamás imaginó que perdería su virginidad de una manera tan cruel y despiadada. Su noche de bodas se convirtió en la peor experiencia de toda su vida. Mientras deseaba, en secreto, que la muerte de Danzo pusiera fin a esa pesadilla, no podía ignorar que un futuro sin él también la llenaba de incertidumbre. Quizá, enfrentarse a lo desconocido era más aterrador que soportar la repugnante cercanía de aquel hombre una o dos veces por semana.
Después de cada encuentro, la rutina era igual: bebía, con lágrimas en los ojos, una amarga infusión destinada a evitar un embarazo que nunca podría aceptar. Sakura no estaba lista para ser madre, menos aún del hijo de un hombre cuya sola presencia hacía hervir su sangre.
Sin embargo, cada mes, cuando su cuerpo confirmaba que no había vida creciendo en su interior, experimentaba un alivio momentáneo, un destello de felicidad en medio de la oscuridad. Pero esa breve victoria tenía un precio; Danzo descargaba su furia en ella, castigándola con golpes brutales por no concebir. A pesar del dolor, Sakura prefería mil veces los castigos físicos antes que enfrentar la tortura de dar a luz a un hijo no deseado, marcado para siempre por la sombra de su padre.
Cada día despertaba con la misma pregunta desgarradora: ¿Cuándo acabará esta pesadilla? Cada amanecer era una lucha por no perder la poca esperanza que aún resistía en su interior. Hasta que una mañana todo cambió.
Esa mañana vio a Sasuke. Aquel primer vistazo, aunque fugaz, fue suficiente para encender en ella una chispa que creía extinta. Él no solo representaba un contraste con la oscuridad que la rodeaba, sino también un recordatorio de lo que podía ser la bondad en su estado más puro. No sabía si aquel encuentro era un reflejo del pasado o una señal del destino, pero por primera vez en mucho tiempo, un tenue rayo de luz atravesó sus tinieblas.
Sin embargo, tras ese momento, Sasuke se convirtió en una figura esquiva, casi fantasmal. Solo sabía de su presencia gracias a los gestos de Chiyo, quien dejaba una porción de arroz en la habitación cada día, la cual desaparecía como si alguien velara por ella en silencio. Aunque buscaba su rostro entre las sombras de la propiedad, él parecía evaporarse en cuanto intentaba acercarse. Pero Sakura sabía que estaba allí, observándola en todo momento.
Era un extraño sentimiento el que se gestaba dentro de ella. Aunque Sasuke no había dicho una sola palabra más, aquella breve conexión inicial había sembrado una confianza tenue, algo completamente opuesto a la desconfianza que sentía hacia los hombres desde que su mundo cambió para siempre.
Francia había sido distinta. Allí, cuando vivía con su madre, su belleza era un imán para jóvenes adinerados, pero aquellos cortejos llenos de máscaras sociales jamás lograron despertar algo más que indiferencia en ella. "Una cara bonita no garantiza una buena vida", le decía su madre. Y aunque Sakura intentaba seguir ese consejo, su intuición siempre le permitía detectar la verdadera pureza en los sentimientos de los demás. Pero Sasuke era diferente. Su mirada, tan carente de vitalidad como la suya, le decía que conocía de sobra el peso de la pérdida.
Esa tarde, incapaz de quedarse en la mansión un minuto más, Sakura se adentró en el bosque, siguiendo los senderos que la llamaban desde los rincones de su memoria. Al llegar al arroyo, dejó caer la yukata. El aire fresco acarició su piel mientras el agua fría devolvía algo de vida a su fatigado cuerpo. Durante unos momentos, se permitió ser aquella niña otra vez, libre.
Por unos minutos, se olvidó de todo. De Danzo, de su pasado en Francia, y de los días interminables en esa mansión que ahora era su jaula. El arroyo la reconectaba con una versión de sí misma que apenas recordaba, una niña libre, llena de sueños y esperanzas. Cuando sintió que la energía la abandonaba, salió del agua y se tumbó sobre la hierba, dejando que el sol secase las gotas en su piel. Cerró los ojos, permitiéndose descansar por primera vez en lo que parecían años.
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Sasuke mantenía una distancia prudente mientras caminaba detrás de ella, consciente tanto de su deber de vigilarla como de la necesidad de no invadir su espacio. Aunque en días pasados ella había demostrado serenidad y no había dado indicios de traición, él sabía que no podía permitirse bajar la guardia. Era una extranjera, una figura enigmática que no terminaba de encajar en aquel paisaje hostil.
Desde su posición, observó cómo ella se despojaba con delicadeza de la yukata, quedando en hadajuban antes de lanzarse al río. El agua fría no solo parecía avivar su piel, sino también su espíritu. Jugueteaba entre las corrientes con una naturalidad casi infantil, como si por un momento el peso del mundo se disipara.
Cuando ella salió del agua, la tela mojada de su ropa interior se ceñía a su cuerpo, delineando sus formas de manera inquietante. A Sasuke le resultó imposible no fijarse en su silueta: delgada, pero con caderas amplias que contrastaban con una espalda estilizada. Aunque su busto era pequeño, parecía armonioso, casi perfecto. En ese instante, su aspecto evocaba la imagen de una ninfa surgida de un antiguo cuento.
Aunque podría haberla contemplado durante horas, Sasuke sabía que el día se desvanecía y no podían permanecer afuera mucho más. La noche traía consigo peligros, especialmente para alguien como ella, una mujer casada con un hombre de la influencia y carácter de Danzo. Pese a preferir mantener la distancia, se acercó para despertarla.
Al acercarse, pudo observarla con más detalle. Era preciosa; su cabello era largo y sedoso, dándole la tentación de enroscar sus dedos en sus largas hebras. Su rostro era fino, con unos ojos enmarcados por largas pestañas rosadas. Su nariz pequeña y respingona, y sus labios rosados y carnosos, lo tentaban con la idea de morderlos. Todo esto acompañado de un cuerpo exótico, muy diferente a lo que él había conocido antes. Se convencía de que ella no merecía a un hombre tan repudiable como Danzo Shimura.
Aunque no quería dejar de mirarla, sabía que tenía que despertarla. Con cuidado, se agachó para hablarle lo más cerca posible y la tocó del hombro.
—¡Oye! Despierta, debemos volver. —Susurró él, sacudiéndola suavemente.
Ella abrió los ojos lentamente, desconcertada por un instante, hasta que sus miradas se encontraron. Los ojos de ella parecieron escrutarlo, y al hacerlo, notaron algo que nadie más percibía: tristeza. Instintivamente, se incorporó, intentando cubrirse aunque apenas estaba expuesta. Sasuke estaba agachado frente a ella, su figura alta y sombría recortada contra la luz filtrada entre los árboles. Había algo en su postura que irradiaba tanto firmeza como una inquebrantable reserva.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Sakura sintiendo una oleada de vergüenza mezclada con indignación. No estaba acostumbrada a que la descubrieran en sus momentos más vulnerables, y menos por él. —¿Te he pedido que me sigas? —replicó, intentando ocultar su incomodidad tras un velo de seguridad.
Sasuke no respondió de inmediato. Sus ojos oscuros la observaron con atención, no de manera invasiva, sino como si evaluara cada movimiento, cada palabra. Finalmente, dio un paso al frente, acercándose lo suficiente como para que el sonido de sus botas se mezclara con el murmullo del arroyo.
—Mi misión es vigilar esta propiedad. Eso incluye sus alrededores y a usted. —Su tono no dejaba espacio para objeciones, aunque no era severo.
Sakura se cruzó de brazos, adoptando una postura defensiva. Había algo en él que desafiaba su voluntad de confiar, quizás porque la recordaba a lo que había sido antes de su propio sufrimiento. Y, sin embargo, su mente volvía al momento en que lo había visto años atrás, ese recuerdo borroso pero significativo que le decía que él no era como los demás hombres.
—Entonces supongo que es tu deber asegurarte de que no haga algo indebido, ¿no? —dijo con un tono que buscaba incomodarlo, aunque sus ojos denotaban un matiz de cansancio—. Algo que ponga en riesgo... la nación, por ejemplo.
Sasuke no desvió la mirada ni mostró signos de molestia. Su rostro permaneció inmutable, como si sus palabras no hubieran tenido el efecto que ella buscaba.
—Eso sería lo más prudente, sí. —Su voz era baja, casi un susurro, pero había una firmeza inquebrantable en ella—. Si algo así llegara a suceder, actuaría conforme a mi deber, sin importar quién sea.
Por un instante, el peso de su mirada cayó sobre ella como una carga invisible, pero no agresiva. Era la presencia de alguien que había vivido el peso de la responsabilidad durante mucho tiempo.
Sakura sintió su garganta cerrarse brevemente. Había esperado algún tipo de reacción que le diera la oportunidad de lanzarle otra palabra afilada, pero su frialdad hizo que se detuviera. Apretó los labios, apartando la vista hacia el arroyo.
—Bien. Entonces, supongo que ambos sabemos dónde están nuestros límites —concluyó finalmente, aunque su voz tembló apenas al pronunciar las últimas palabras.
Sasuke asintió levemente, dándole la razón. Sin embargo, permaneció inmóvil unos instantes más, como si se asegurara de que ella entendiera completamente la gravedad de sus palabras.
Se quedaron en silencio mientras el estruendo de un bombardeo cercano los hizo volver bruscamente a la realidad.
—Debería regresar. Este no es un lugar seguro para estar sola. —Dijo mientras le tendía una mano para ayudarla a incorporarse.
Ella tomó su yukata del suelo y se aferró a la mano que le ofrecía. El contacto fue breve, pero cargado de una intensidad inesperada que recorrió a ambos como un rayo. Sin palabras, comenzaron a correr hacia la casa.
Cuando llegaron y vieron el automóvil de la guardia imperial estacionado en la entrada, ambos supieron de inmediato que Danzo había regresado. Su presencia nunca auguraba nada bueno. Con nerviosismo, ella ajustó la yukata y trató de acomodarse el cabello antes de entrar al salón principal. Sin embargo, antes de que pudiera disimular su ansiedad, Danzo apareció.
—¿Dónde estaban? —preguntó, su voz fría y cortante como una navaja.
Sakura se inclinó profundamente en señal de respeto, mientras Sasuke se enderezaba en un saludo militar automático.
—Mi señor, solo salí a caminar. Me sentía algo aburrida... —comenzó a explicar Sakura.
Danzo no dejó que terminara. El golpe resonó con brutalidad, seco y contundente. Sakura emitió un leve sollozo, más ahogado por el temor que por el dolor.
—Ve a tu habitación. Debo hablar con el cabo Uchiha —ordenó él, sin una pizca de emoción en su tono.
Ella salió apresuradamente, llevándose una mano a la mejilla ardiente. Sasuke, por su parte, permaneció firme, ocultando su incomodidad tras un semblante imperturbable.
—Mi esposa es rebelde y no entiende nuestras costumbres. A partir de ahora, tiene estrictamente prohibido salir de la casa. No quiero que los aldeanos la vean paseando por ahí; suficiente tenemos con lidiar con su presencia aquí. ¿Entendido? —La autoridad en su voz no admitía discusión. —Retírate —ordenó Danzo, dando por terminada la conversación.
Sasuke asintió y se retiró con paso firme, preocupado por Sakura. La indignación hervía en su interior, no solo por el golpe, sino por la constante humillación que Sakura soportaba a manos de su esposo. Mientras salía de la habitación, se encendió un cigarrillo y dejó que el humo lo envolviera en la fresca oscuridad de la noche. Pensó en Sakura, en sus ojos tristes y en su cuerpo marcado no solo por las cicatrices visibles, sino también por el peso de su dolor silencioso.
Apagó el cigarro contra la suela de su bota con un movimiento mecánico, mientras sus pensamientos se enredaban. Sakura no era como las demás mujeres que él había conocido, sumisas y resignadas. Había en ella una chispa de resistencia que contrastaba con su rostro melancólico y su aparente fragilidad. Aquella chispa encendía en Sasuke algo que no había sentido en años: empatía.
El sonido del shoji deslizándose lo sacó de su ensimismamiento. Era Chiyo, la anciana sirvienta que trabajaba en la casa. Su rostro surcado de arrugas le recordaba a su propia abuela, una mujer sabia pero silenciosa, que sabía más de lo que decía.
—Deberías comer algo antes de tu guardia nocturna. No puedes proteger a nadie con el estómago vacío —le dijo, su voz cargada de preocupación maternal.
Sasuke asintió en silencio y la siguió a la cocina. Allí, sobre la pequeña mesa, encontró un simple cuenco de arroz y un poco de pescado seco. Mientras comía, pensó en lo que Chiyo sabía, en lo que veía y callaba. Ella también era una prisionera de la misma casa, aunque sus cadenas eran diferentes.
Esa noche, mientras hacía su ronda por la propiedad, pasó frente a la oficina que Danzo había convertido en su espacio personal. No pudo evitar escuchar los sollozos provenientes del interior. El shoji estaba entreabierto, y a través de la rendija pudo ver el rostro de Sakura apoyado en la mesa, rodeada de pergaminos. Pronto comprendió lo que estaba sucediendo.
Observó impotente cómo Sakura, con la espalda semidesnuda y tendida boca abajo, era víctima del abuso de Danzo. Aunque su rostro mostraba una frialdad aparente, sus ojos verdes derramaban lágrimas silenciosas, y su cuerpo temblaba bajo el peso del dolor.
Sabía que mantenerse al margen era su deber, pero cada fibra de su ser quería romper las reglas que lo encadenaban. Danzo era un hombre poderoso, intocable, pero también corrupto hasta los huesos.
¿Cómo puede uno proteger un país cuando no es capaz de proteger siquiera a una persona? Pensó.
La imagen de aquel rostro triste y desolado siguió grabada en su mente mientras la noche se diluía en las primeras luces del amanecer. Sasuke no pudo evitar preguntarse cuánto dolor podía soportar una sola persona sin quebrarse. Cuando bajó al salón, un leve aroma a hierbas lo recibió. Sakura estaba sentada junto a la pequeña mesa, bebiendo su infusión con una serenidad que no dejaba entrever lo ocurrido la noche anterior. No apartó los ojos de la taza ni mostró el menor rastro de amargura.
Por su parte, Sasuke se limitó a observarla desde la distancia. No encontró el valor para dirigirle la palabra. Un peso incómodo lo mantenía inmóvil, consciente de que, pese a todo, ella se mantenía en pie, con una dignidad que lo desconcertaba y lo atraía al mismo tiempo.
Decidió salir al patio en busca de un poco de aire fresco. La necesidad de despejar la mente lo llevó a encender un cigarrillo. Fue entonces cuando la voz de Sakura lo arrancó de sus pensamientos.
—¿Sería tan amable de permitirme un poco de tabaco? —preguntó ella con un tono suave, pero seguro.
Él giró la cabeza hacia ella, algo sorprendido por la petición. Asintió en silencio y le ofreció uno de sus cigarrillos de su lata, observándola mientras lo tomaba con delicadeza. Con la misma seguridad con la que había hablado, Sakura encendió el cigarro y dio una calada profunda, soltando el humo con elegancia.
—No he tenido suerte encontrando cigarros en los últimos días —comentó, rompiendo el silencio con un aire casual.
—Una dama como usted no debería fumar —respondió Sasuke, su tono más serio de lo necesario.
—Eso es lo que dicen los hombres de aquí. —Sakura exhaló el humo mientras dibujaba una leve sonrisa llena de sarcasmo—. Pero las mujeres modernas en Europa fumamos incluso en Kiseru de oro.
Sasuke entrecerró los ojos, intentando descifrar si bromeaba o si hablaba en serio.
—Aquí, esas "modernidades" solo las permiten las mujeres en los oirán. —Su tono adquirió un deje crítico, pero también de advertencia.
—¿Prostitutas? —preguntó Sakura con una ceja alzada, como si confirmara algo ya sabido. Bajó la mirada hacia el cigarrillo que sostenía entre sus dedos y murmuró casi para sí misma—. No es tan diferente a lo que hago ahora.
Sasuke frunció el ceño, no tanto por las palabras, sino por el modo en que las pronunció, una mezcla de ironía y resignación que lo perturbó profundamente.
—Debería tener cuidado con esas palabras. Aquí podrían malinterpretarse muy fácilmente —respondió con firmeza.
Sakura lo miró con un destello de desafío en sus ojos.
—¿Por qué? ¿Porque soy mujer? —preguntó, alzando un poco la voz—. Estoy más cansada de callarme que de soportar las reglas de este lugar. Y, al fin y al cabo, tú y yo somos iguales. No veo por qué no puedes tutearme. —Con esa última frase, Sakura lanzó el cigarrillo al suelo y lo aplastó con la geta dispuesta a dar media vuelta para volver a la mansión.
—Nunca conocí a una mujer como tú —dijo finalmente, sus palabras cargadas de algo que no podía definir.
—No creo que alguien como tú haya conocido más allá de las mujeres que le dicen lo que quiere escuchar —replicó ella sin siquiera mirarlo, pero la leve curvatura en su boca revelaba que no esperaba una respuesta.
Sasuke no replicó, pero por primera vez en mucho tiempo, no lo tomó como una ofensa, sino como una provocación amable. Una conversación diferente se abría ante él, aunque no tuviese claro a dónde los conduciría.
La mención de la igualdad lo dejó intrigado. ¿Eran iguales? No podía negar que algo en ella lo diferenciaba de cualquier mujer que hubiese conocido antes. Su temple, su postura, incluso esa manera irónica de enfrentar las limitaciones que otros imponían sobre ella...
Las mujeres como Sakura, extranjeras con opiniones firmes y sin temor a expresar su pensamiento, eran tan raras en este mundo como las estrellas en una noche nublada. La diferencia lo desconcertaba, pero también lo fascinaba.
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Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses que transcurrían lentos, casi eternos, pero para Sasuke habían adquirido un matiz diferente desde que Sakura llenaba el ventanal de su mundo. Mientras ella permanecía confinada en la habitación, él se hallaba atrapado en una tormenta de emociones que no comprendía del todo. Lo que para otros sería monótono, para él era casi una obsesión; una peligrosa fascinación. Desde su rincón, la observaba como quien descubre algo frágil y valioso.
Sakura tenía la extraña habilidad de convertir lo ordinario en algo que parecía casi ceremonial. Pasaba el cepillo por su largo cabello, disfrutando del sol que se reflejaba en destellos brillantes. Sin ningún pudor, permitía que el hadajuban que llevaba—apenas una prenda translúcida—revelara más de lo que debía, insinuando las suaves líneas de su figura y que se deslizaba por sus piernas hasta dejar ver mas allá de lo permitido, mientras movía un fino abanico de grecas doradas con una calma descarada, ventilándose con delicadeza.
Era en esos instantes cuando Sasuke se sentía atrapado entre dos mundos: la responsabilidad de vigilarla y el irracional deseo de saber más.
Cuando el sol se ocultaba, otro tipo de ritual comenzaba. Escuchaba el rechinar del viejo escritorio de madera con un ritmo pausado que iba in crescendo, acompañado de dolorosos sollozos lacerantes y cargados de un dolor que su cuerpo quería combatir pero que su razón lo obligaba a soportar. Sasuke sabía lo que ocurría. La rabia lo atenazaba, llenándolo de una furia muda, desbordada. Aquella impotencia era lo más desgarrador; no había orden ni valor que justificara al monstruo que era ese hombre.
Por las mañanas, el patrón continuaba. Sakura regresaba a su aparente calma, pero siempre había algo diferente en ella, un detalle que sólo Sasuke podía percibir. Después de aquellas noches la anciana Chiyo, entraba en la habitación cada mañana con una bandeja. Sobre esta llevaba una taza de té oscuro, humeante, que desprendía un olor acre y medicinal que despertaba su desconfianza. Él nunca lo preguntaba en voz alta, pero se lo cuestionaba constantemente: ¿Qué contenía esa bebida? ¿Por qué era siempre la misma?
Sasuke pasó gran parte del día enterrado en los informes, una tarea tediosa pero necesaria. Con letra precisa y cuidadosa, detalló los aspectos más banales de las rutinas diarias que había observado, asegurándose de no dejar ningún cabo suelto. Cuando Sai pasó a recogerlos para llevarlos al cuartel, dejó a Sasuke una carta de Naruto.
Naruto, como siempre, escribía con un tono despreocupado. Le contaba sobre sus aventuras en el cuartel y sus sueños de un mundo más justo, añadiendo comentarios improvisados que lograron arrancarle una sonrisa a Sasuke, aunque breve. Al terminar de leer, guardó la carta en su abrigo y retomó su papel como guardián. Sabía que la noche traería consigo la misma rutina... o al menos eso creía.
Cuando el sol desapareció y la mansión quedó sumida en penumbras, no esperaba encontrar a nadie despierto. Sin embargo, al pasar frente al salón principal, un destello de luz y el débil murmullo de voces lo hicieron detenerse. Se aproximó en silencio y observó la escena que se desplegaba frente a él.
Sakura estaba arrodillada en el centro del salón, concentrada en una mesa baja llena de objetos que reconoció de inmediato: utensilios ceremoniales para el té. Frente a ella, la anciana Chiyo explicaba cada paso con meticulosa paciencia, sus movimientos seguros revelando años de experiencia.
—El anfitrión alimenta el fogón, cuyos cinco elementos representan el mundo material del taoísmo: el metal de la tetera, la madera del carbón, la tierra de la cerámica, el fuego y el agua. —explicó Chiyo, demostrando cada movimiento con destreza.
Sakura replicaba con cuidado cada movimiento de la anciana, aunque sus manos, aún poco acostumbradas al ritual, temblaban ligeramente. Sin embargo, había una determinación en sus ojos que Sasuke reconoció al instante. Era la misma mirada que él mismo había adoptado tantas veces durante su entrenamiento: una voluntad inquebrantable por perfeccionarse.
De repente, los pasos firmes y pesados de Danzo resonaron en el pasillo, interrumpiendo la lección. Sin anunciarse, entró en la habitación con Sai a su lado, observándolo todo con la expresión fría que siempre lo caracterizaba.
—¡Sasuke! —tronó su voz, cortando el aire como una cuchilla—. Mañana tendremos invitados. El primer ministro vendrá a conocer a mi esposa, y toda la atención estará sobre ella. Necesito que te encargues de la seguridad. Mi reputación está en juego, y la tuya caerá con la mía.
No esperó respuesta. Dio media vuelta y salió acompañado por Sai, quien lanzó una breve mirada a Sasuke antes de desaparecer tras el anciano. Su expresión, como siempre, oscilaba entre el desdén y la indiferencia.
Sasuke observó el espacio que habían dejado, sintiendo un resurgir de emociones viejas. Sai, quien en otro tiempo fue neutral hacia él, ahora mantenía una distancia deliberada desde la caída de Itachi. No podía culparlo, pero tampoco podía evitar que eso lo irritara.
Danzo siempre le había parecido un hombre imposible de descifrar. Sasuke aún no lograba entender por qué él, con su temperamento frío y calculador, había decidido casarse con Sakura. Aunque la belleza de ella era evidente, Danzo no la trataba como a una flor delicada que deseaba proteger. Por el contrario, parecía complacerse en hacerla sufrir, como si su sola existencia fuera una carga. Sakura no había hecho nada para merecer tal trato, y mucho menos por ser hija de una extranjera y un japonés.
A la mañana siguiente, algo fuera de lo común llamó su atención. Sakura hojeaba pergaminos con expresión confundida. Las marcas en tinta eran más familiares para él, como si estuvieran escritas pensando en aquellos con conocimientos más básicos.
—Sasuke —lo llamó de repente, pronunciando su nombre con esa suavidad inesperada que lo desarmó. Era la primera vez que lo dirigía directamente a él. Al escucharlo de sus labios, le resultó extrañamente íntimo—. No entiendo nada.
—¿Acaso no sabes leer? —respondió con un tono irónico, pero su mirada estaba atenta a su reacción.
—Por supuesto que sé leer —refutó Sakura, casi ofendida—. Pero hay términos que son... extraños. Quiero estar segura de no cometer errores.
La expresión de desconcierto en su rostro lo dejó inquieto. La vulnerabilidad que transmitía derritió, por un instante, el hielo en el corazón de Sasuke, una sensación que no le agradaba del todo. Aun así, no podía ignorarla.
Mantuvo la distancia, permaneciendo en el marco del ventanal mientras le explicaba, sin entrar en la habitación. Sus explicaciones se convirtieron en breves lecciones sobre el lenguaje poco común que usaban los pergaminos, política y guerra. Su voz era pausada, casi neutra, pero llena de un conocimiento que lo conectaba nuevamente con el deber que alguna vez había tenido hacia su aldea y su nación.
Sakura lo miraba atentamente, con una mezcla de curiosidad y admiración. Sus ojos reflejaban interés genuino en lo que Sasuke decía, y él, a su vez, se sorprendía observándola más de lo necesario. ¿Cómo habían llegado a esta inusual dinámica? Quizás nunca lo entendería, pero algo era claro: no podía ignorar el instinto protector que comenzaba a aflorar en él hacia ella. La idea de que Danzo continuara sometiéndola era más de lo que estaba dispuesto a tolerar.
Sin pensarlo demasiado, dejó escapar una pregunta que había rondado en su mente por días.
—¿Por qué te casaste con Danzo? Es evidente que no fue por amor.
Sakura parpadeó, sorprendida por la franqueza de Sasuke. Por un momento, su seriedad se suavizó, y una leve expresión de ternura apareció en su rostro.
—¿De verdad quieres saberlo, Sasuke?
Él asintió, dispuesto a escuchar.
—Está bien, voy a contarte lo que necesitas saber. —Su voz era firme, con una seguridad que parecía contrastar con la imagen que Danzo había intentado imponerle. Sakura dejó el pergamino a un lado y comenzó su relato, sin evitar detalles—. Hace poco más de un año, me casé con Danzo.
Hablaba con determinación, revelando la fortaleza de una mujer que había enfrentado mucho más de lo que dejaba entrever. Sasuke la escuchaba con atención, impresionado por la fluidez y claridad con la que expresaba su historia en su idioma nativo, como si hubiera crecido enteramente en Japón.
—Mi padre era General de la división de autodefensa en la región de Kānto —continuó—. Pasé la mayor parte de mi infancia aquí. Pero cuando tenía once años, mis padres se separaron, y regresé a Francia con mi madre. Al llegar la guerra, fui acusada de colaboracionismo con los nazis, y mi madre... mi madre fue asesinada en una purga al descubrir que mi padre era un General japonés.
Su voz no tembló, aunque sus ojos se ensombrecieron al pronunciar las palabras. Sasuke notó cómo luchaba por mantener la compostura, resistiendo las emociones que se asomaban.
—Sin otra opción, regresé a Japón y pedí ayuda. Encontré a mi padre en su lecho de muerte... y fue entonces cuando Danzo apareció. Me ofreció seguridad y aceptación, al menos en apariencia. Fue mi única alternativa. Nos casamos, y desde entonces todo ha sido incierto: siempre en movimiento, siempre bajo su sombra. No sé cuánto tiempo permaneceremos aquí, pero sé una cosa con certeza: nunca traicionaría a esta nación.
Sus últimas palabras resonaron con firmeza. Era una declaración clara y directa, incluso si su vida en ese momento no reflejaba la lealtad que juraba. A pesar de la fuerza que proyectaba, Sasuke podía percibir el esfuerzo detrás de su control. Aquella mujer estaba caminando en una cuerda floja, sola y consciente de que un error podría significar la muerte.
El silencio que siguió fue cargado de emociones. Antes de que pudiera decir algo, los suaves pasos de Chiyo rompieron la tranquilidad. Sus ojos se clavaron en Sasuke de inmediato, irradiando una advertencia silenciosa. El mensaje era claro: "No cruces los límites". La atmósfera cambió en el acto, y Sasuke entendió que aquella mujer no perdería detalle de cualquier interacción entre ellos.
Sakura tomó la charola sin decir nada, inclinándose ligeramente hacia Chiyo en señal de respeto. Sin embargo, una vez que abandonó la anciana la habitación, la tensión en el aire permaneció. Cuando el shōji se cerró detrás de ella, Sakura tomó el cuenco con calma y bebió sin dudar.
—¿Por qué tomas eso? —preguntó Sasuke, intrigado.
—Porque no deseo concebir —respondió ella con franqueza, sin dejar de beber.
Su respuesta lo dejó perplejo, y no pudo evitar seguir cuestionando.
—¿Danzo te obliga a hacerlo?
—No. Soy yo quien elige. No pienso concebir un hijo suyo —su tono estaba cargado de una rabia controlada, pero también de resolución—. Es suficiente con entregarle mi cuerpo cuando lo quiere, pero no voy a darle un hijo.
—¿Eso significa que él... quiere ser padre?
—Sí —admitió, sosteniendo la taza entre sus dedos. Su voz se suavizó un poco, pero la determinación en ella permaneció—. Pero no voy a permitirlo. No puedo traer un hijo a este mundo y condenarlo a su control.
La conversación había tomado un giro inesperado. Sasuke observaba a Sakura con una mezcla de asombro y desconcierto tras escuchar sus últimas palabras. Aquel té, que hasta ahora le parecía solo una rutina exótica de las mañanas, se revelaba como un acto de resistencia. Sakura no solo sobrevivía; luchaba, a su manera, por mantenerse dueña de sí misma en un entorno donde no tenía voz.
Sakura tomó otro sorbo del amargo líquido, sosteniendo el cuenco con firmeza. No había rastro de duda en su rostro, solo la decisión implacable de una mujer que, a pesar de su situación, encontraba formas de mantener su dignidad.
—Así que... esto también es parte de tu forma de luchar —murmuró Sasuke, más para sí mismo que para ella.
Sakura levantó la vista, notando la expresión pensativa en su rostro. Durante un instante, una chispa de calidez cruzó sus ojos.
—No es suficiente, lo sé —respondió con franqueza, dejando el cuenco sobre la mesa de madera. Sus manos reposaron sobre su regazo mientras sus ojos vagaban hacia la lámpara que iluminaba tenuemente la habitación—. Pero es todo lo que tengo. Lo único que puedo controlar en mi vida ahora.
Sasuke tragó saliva, tratando de ocultar la incomodidad que le generaba la honestidad con la que hablaba Sakura. La brutalidad de su realidad le recordó las injusticias que él mismo había presenciado durante los años oscuros de las guerras. Pero ella no era una soldado como él; no tenía armas, ni entrenamiento, ni aliados. Solo su voluntad.
—Lo que haces tiene sentido —admitió finalmente, manteniendo su tono bajo—. Pero no puedo evitar preguntarme... si no quieres quedarte aquí ni concebir un hijo, ¿Qué es lo que realmente quieres, Sakura?
Ella esbozó una leve sonrisa, casi imperceptible, aunque sus ojos permanecieron serios. La franqueza en la pregunta le resultó sorprendente, incluso refrescante.
—Libertad —contestó después de un largo silencio—. Aunque sé que es un concepto que para muchos no significa nada... para mí lo es todo. Quiero ser libre para decidir qué hacer con mi vida, con mi cuerpo, y con mi futuro.
Sus palabras flotaron en el aire, resonando en la mente de Sasuke. Para alguien que había vivido siempre bajo los mandatos de su clan, su hermano, y más tarde las órdenes de sus superiores, aquel anhelo le resultaba demasiado familiar. Pero lo que más le impresionaba era cómo esa mujer, golpeada por las circunstancias, aún mantenía un ideal tan fuerte y tan valiente.
—No sé si alguna vez llegues a conseguirlo —dijo al cabo de un rato, sinceramente, pero con una nota de respeto en su voz—. Pero estoy empezando a creer que si alguien puede lograrlo, eres tú.
El elogio tomó a Sakura por sorpresa, y por un momento lo miró con auténtico agradecimiento.
Sasuke frunció el ceño, notando una vez más el temple que escondía bajo aquella apariencia delicada. Por más vulnerable que pareciera, Sakura tenía un corazón inquebrantable.
Se inclinó ligeramente hacia adelante, mirándola fijamente.
—¿Alguna vez te cansas? —preguntó. Era una pregunta simple, pero cargada de significado.
Ella le devolvió la mirada, sonriendo apenas.
—Cada día, Sasuke. Pero rendirme no es una opción.
Por primera vez, Sasuke sintió algo más que respeto o compasión hacia Sakura. Su determinación, su fragilidad transformada en fuerza, y su lucha silenciosa, lo habían impresionado de una manera que no esperaba. En ese instante, supo algo con certeza: no permitiría que Danzo, o cualquier otra persona, quebrara a esa mujer. No mientras él estuviera cerca.
Sasuke permaneció en silencio, procesando sus palabras. En su lucha silenciosa, Sakura mostraba más fuerza de lo que muchos habrían imaginado. Una llama de respeto y algo más comenzaba a encenderse en él. A pesar de sus límites, supo en ese instante que haría todo lo posible para protegerla de Danzo... y de cualquiera que buscara quebrarla.
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El día de la ceremonia finalmente llegó. Danzo había contratado a más sirvientes para que la mansión luciera impecable. Todo debía ser perfecto; era su momento de demostrar poder y control. Un escuadrón especialmente seleccionado estaba a cargo de resguardar la seguridad del primer ministro, símbolo de su influencia.
A Sasuke no le interesaban las formalidades, pero no pudo evitar que su mirada se detuviera en Sakura cuando ella apareció en el salón. El contraste entre la fragilidad y la fuerza en su porte lo dejó sin palabras. Llevaba el cabello recogido, adornado con un kanzashi de piedras preciosas que brillaban tenuemente bajo la luz. Su kimono, un despliegue de delicadeza y opulencia, parecía más una armadura que un vestido, ahogándola con su peso. Aun así, caminaba con pasos medidos y una postura que ocultaba lo sofocada que estaba.
Cuando Sakura se inclinó para saludar a los invitados, habló con una fluidez que demostraba su dominio del idioma y su esfuerzo por ser aceptada. Algunos la miraban con simpatía, pero en otros solo encontraba desdén, en especial en los ojos del primer ministro, que la fulminaron con una mezcla de desprecio y hastío.
Todo transcurrió sin incidentes hasta la ceremonia del té. Sakura se movía con elegancia, manteniendo la cabeza alta mientras servía. Pero al levantar el yunomi, sus manos temblaron apenas. El cuenco resbaló y cayó al suelo, haciéndose añicos contra las frías baldosas.
El silencio se hizo espeso. La esposa del ministro apenas movió una ceja, pero Danzo dejó escapar un suspiro cargado de furia contenida. Sakura no pudo evitar estremecerse. Trató de recuperar la compostura, pero el miedo en sus ojos era evidente.
Poco después, Danzo pidió retirarse junto al primer ministro. Su expresión endurecida fue una promesa silenciosa de que habría consecuencias.
Horas más tarde, cuando la mansión comenzó a vaciarse, Sasuke regresó después de enviar al escuadrón de vuelta al cuartel. La tranquilidad aparente se rompió al notar que Danzo se había encerrado con Sakura en su despacho. Algo dentro de él se tensó como una cuerda a punto de romperse.
Frente a la puerta, Sai fumaba con calma, como si quisiera ignorar lo que ocurría al otro lado. Los gritos de Sakura rasgaron el silencio, y el sonido del látigo cortando el aire hizo que Sasuke se moviera instintivamente hacia la puerta.
—¿A dónde crees que vas? —preguntó Sai, colocándose en su camino.
La mirada de Sasuke era una tormenta de furia.
—Si entras, te matará junto con ella. Lo sabes.
Pero Sasuke ya no podía escuchar razones. Apartó a Sai con un empujón, abrió de golpe el shoji, y el aire escapó de sus pulmones al ver lo que tenía frente a él.
Sakura estaba encogida en una esquina, su kimono hecho jirones y la espalda cubierta de cortes recientes que aún sangraban. El látigo colgaba inerte en la mano de Danzo, cuyos ojos ardían con una rabia casi inhumana.
—¿Qué demonios haces aquí? —bramó Danzo, con voz ronca de furia.
Sasuke no respondió. Caminó con firmeza hacia el anciano, dejando que el sonido de sus pasos marcara su desafío.
—No te acerques —gruñó Danzo, desenfundando una pistola. La amenaza era clara, pero Sasuke no se detuvo.
—Confiesa lo que hiciste con mi familia —exigió Sasuke, su voz baja, pero cargada de odio.
Danzo esbozó una sonrisa siniestra.
—¿Crees que importa? Pronto te reunirás con ellos.
El anciano levantó el arma, pero Sasuke fue más rápido. Se abalanzó sobre él, logrando desarmarlo con un movimiento certero. Lo golpeó con una fuerza que parecía infinita, descargando años de rabia contenida. Sin embargo, Danzo, pese a su edad, era un oponente hábil. Cada golpe suyo estaba diseñado para lastimar, pero Sasuke no retrocedió.
Mientras los dos combatían, Sakura, con movimientos temblorosos, extendió la mano hacia el arma caída. El frío del metal contra su piel le envió un escalofrío, pero no titubeó.
Con una puntería que no parecía de este mundo, apretó el gatillo.
El disparo resonó como un trueno, y el cuerpo de Danzo cayó al suelo, inmóvil. El silencio que siguió fue ensordecedor.
Sasuke se giró hacia Sakura, sorprendido al ver el arma temblando en sus manos. Los pasos de Sai se resonaron en la madera del suelo y observó con sopresa el cuerpo de Danzo.
—¿Qué demonios pasó? —preguntó Sai, desconcertado.
Sasuke y Sakura se miraron, aún en estado de shock.
Sai se acercó al cuerpo del general con cautela y lo miró con desprecio.
—Yo lo maté —susurró ella, soltando el arma y llevándose las manos al rostro. Sus hombros temblaban, pero no lloraba.
—Tienen que huir —dijo finalmente Sai, con voz baja pero urgente—. Sé perfectamente que Danzo era un cerdo. Fue responsable de la muerte de mi hermano, y he estado investigándolo durante meses. La guerra está perdida, el Reich está a punto de derrumbarse, y Danzo lo sabía. Había preparado todo para escapar tan pronto como esto terminara. Casarse contigo fue parte de su plan, Sakura. Encajabas a la perfección en su estrategia: quería viajar a Francia y apoderarse de tu herencia. Aún no tenemos pruebas suficientes para exponerlo, pero eso ya no importa. Ahora deben desaparecer, yo me encargaré de ganarles unas horas.
Sasuke tomó la mano de Sakura sin decir una palabra. Sus heridas eran graves, pero lo que la mantenía en pie era algo más fuerte que el dolor. Juntos salieron al bosque, dejando atrás la mansión, el cuerpo de Danzo, y una vida de miedo.
El aire fresco de la noche golpeó el rostro de Sakura mientras caminaban. A cada paso, su mente se llenaba de imágenes: de lo que había sido y lo que podría haber sido si Sasuke hubiera sido su esposo desde el principio. En sus fantasías, sus noches juntos estarían llenas de silencios elocuentes, palabras innecesarias, y una complicidad que nunca tuvo con nadie.
Pero cada paso era más difícil que el anterior. Sakura apenas podía mantenerse en pie. Finalmente, cayó de rodillas, agotada. Sasuke la sostuvo antes de que tocara el suelo, su preocupación evidente.
—¿Por qué hiciste eso? —le susurró él, con voz rota.
—Porque tú estabas dispuesto a morir por mí. Yo no podía permitirlo —respondió, antes de cerrar los ojos, vencida por el dolor.
Y ahí, en la quietud del bosque, Sasuke la sostuvo con cuidado, sabiendo que su lucha apenas había comenzado. Habían dejado todo atrás, pero en su huida compartida, una chispa de esperanza brillaba entre las sombras.
Ninfula: Del latín nymphula, diminutivo de nympha.
Niña o adolescente atractiva.
Ni-Ni Roku Jiken: fue un intento de golpe de Estado que tuvo lugar en Japón el 26 de febrero de 1936. Fue organizado por un grupo de jóvenes oficiales del Ejército Imperial Japonés con el objetivo de derrocar al gobierno y la jefatura militar, purgándolos de sus facciones rivales y opositores ideológicos.
Colaboracionismo: Deriva del francés collaborationniste, término atribuido a todo aquello que tiende a auxiliar o cooperar con el invasor. La Épuration légale (traducido al español como «depuración legal» o «purga legal») fue una serie de juicios realizados en Francia inmediatamente después de la liberación del país y la caída del régimen de Vichy durante el final de la Segunda Guerra Mundial contra todos aquellos franceses que habían colaborado con la ocupación alemana y su estado títere impuesto.
Excluidos: Grupos que fueron atacados como si fueran enemigos o extranjeros. Entre ellos se encontraban los judíos, los romaníes (gitanos), los homosexuales y los disidentes políticos. También fueron atacados los alemanes que se consideraba que eran genéticamente inferiores y dañinos para la "salud nacional", como las personas con enfermedades mentales y discapacidades intelectuales o físicas.
Barcarrolle: Canción típica de los gondoleros de Venecia. Les contes d'Hoffmann). El número más famoso de la ópera es la "Barcarolle" (Belle nuit, ô nuit d'amour), que se interpreta en el Acto III. S se estrenó en Viena el 8 de febrero de 1864.
Kyusu: Tetera de metal.
Yunomi: Vaso para el té.
Hadajuban: Túnica, ropa interior que se lleva debajo del yukata o kimono.
Geta: Zapato tradicional japones hecho de madera.
