"Divina tentación"

Parte I

1: Caras nuevas

Paris, Francia.

Finales del Siglo XV

Por las calles de la capital de Francia corrían las personas que eran consideradas como "La escoria de la humanidad" para Dios: Los gitanos. O al menos, alguien los consideraba de esa forma.

El Ministro de Justicia de París, el Juez Claude Frollo.

Arriba de Snowball, su corcel negro, miraba con maligna satisfacción como sus hombres perseguían y capturaban a los gitanos que se ocultaban de la furia de Frollo. Aquellos sucios gitanos que osaban contaminar las calles de París. Impíos e Impuros. La túnica negra de Frollo se mecía con el viento, junto con el lazo rojo de su birrete. Los parisinos apenas veían la figura imponente sobre el corcel, se quitaban del camino y bajaban la mirada, temerosos del Juez más cruel.

Una pequeña sonrisa se dibujó en los labios de Frollo al ver que un grupo más de gitanos era capturado por sus guardias. Al ser encerrados en una terrible carroza en forma de jaula, hecha a propósito para exhibirlos como fenómenos de circo, Frollo se acercaba a esta.

—Sucia escoria ¡Por fin están donde merecen estar! Lejos de la gracia de Dios y de sus siervos. Y ahora mis hombres se encargarán de darles la lección que se merecen…

La carroza avanzó, con dirección al Palacio de Justicia. Uno de los hombres de Frollo preguntó si iría con ellos, y Frollo negó. Tenía antes asuntos que entender en la Catedral de Notre-Dame de París.

Cabalgó hasta la catedral, y al llegar, tenía la costumbre de observar su majestuosidad. Sólo una obra así era digna de ser la casa de Dios.

Al poner a Snowball en el establo correspondiente, lo desmontó y entró a Notre-Dame. Al primer paso dentro de la catedral, Frollo hizo una pequeña genuflexión antes de dirigirse a los aposentos de la abadía, ahí lo esperaba la Madre Irene, la Madre Abadesa de Notre-Dame. El motivo de la reunión era más que nada una charla sobre las demandas de la catedral, asegurándose de que cada una de ellas fueran atendidas. Por supuesto que lo haría, Frollo tenía la creencia que la voluntad del Señor se estaba cumpliendo por medio de él.

Pero antes de pasar a la sacristía, notó una figura extraña en el altar, y Frollo dirigió su total atención a este. Divisó una figura nunca antes vista: En el altar de Notre-Dame, se encontraba una joven monja que no había visto antes.

Los ojos de Frollo se posaron sobre la monja. Su piel era pecosa, sus ojos color café claro, y su cabello era rojo. Frollo lo supo porque, a pesar de que el hábito y el griñón cubría su melena, un mechón rebelde se escapaba de este, un mechón rojo y ondulado. Fue este detalle de su ser que llamó poderosamente la atención de Frollo.

Acercándose lentamente al altar donde la joven monja trabajaba, la observó en silencio por algunos segundos. La joven se llevaba una mano a su frente, limpiándose el sudor con el dorso. Frollo notó muchos errores en la forma de acomodo del altar, como la forma en que adecuaba los candelabros, el mantel equivocado, y la ausencia de una biblia con su rosario. Pero, por alguna razón, Frollo no sintió la ira que solía aparecer cuando aparecían faltas de esta índole. Sencillamente se quedó viéndola, con la gracia juvenil en que acondicionaba las cosas, y sus mejillas enrojeciéndose del posible cansancio.

Frollo aclaró su garganta para anunciar su presencia, la cual hizo un sobresalto en la joven monja. Elevó su rostro, algo sorprendida de ver a un hombre mayor que ella dirigiéndose exclusivo a ella.

—Veo que hay caras nuevas en Notre-Dame— Frollo dijo en un tono de voz calmado —Dime, ¿Cuál es tu nombre, niña?

La joven monja que aún no salía de su pasmo, tardó dos segundos en entender la pregunta, hizo una pequeña reverencia y contestó con voz trémula —M-María Aliceth Bellarose, su excelencia. Me he incorporado hace una semana…

—María Aliceth…— Frollo repitió el nombre, como una suave melodía en sus labios —María, inocente nombre, como nuestra Señora de París, y Aliceth… He de admitir que jamás he escuchado dicho nombre…— "María Aliceth", la combinación de nombres era dulce, tan dulce como el rostro temeroso que los portaba. Frollo sintió una extraña sensación en su pecho que no supo identificar, pero no deseó atormentarse con ello. Sin querer indagar en sus emociones, Frollo asintió adustamente —Procura no cometer más errores, Hermana Aliceth, el Señor todo lo ve, incluso la peculiar forma… De preparar el altar

Y sin más, se dio la vuelta, regresando a su pendiente inicial, lo que lo trajo a Notre-Dame, creyendo haber dejado una huella de aprensión en la nueva hermana.

—¿Disculpa? ¿Y usted quién es para cuestionar mi trabajo?

Pero una voz molesta lo hizo detenerse en seco. Frollo giró lentamente, sorprendido de que alguien se atreviera a hablarle en ese tono, y más aún una monja. Frollo clavó su mirada oscura en la jovencita, una mirada sagaz, clavándose como puñal en ella. Pero la monja en cambio, se cruzó de brazos, y le dirigió una ojeada similar, con una pizca de valentía sazonándose.

—Niña insolente…— Frollo caminó a donde ella estaba —…¿Cómo te atreves? Soy Claude Frollo, Ministro de Justicia de París y protector de esta Catedral, así que será mejor que tengas cuidado con esa lengua, porque no toleraré tal irrespeto

Con esa amenaza, esperó ver el miedo inicial en los ojos de la monjita descocada, pero lejos de ello, sólo encontró más enfado.

Esto desconcertó a Frollo, más porque estaba acostumbrado a infundir terror con su mirada, con sus ojos podía mandar a más de mil hombres, a ser el miedo de París.

Pero esta muchachita ni siquiera se inmutaba. No se sentía nada intimidada por él.

—Pues mucho gusto, su excelencia, como dije, soy María Aliceth Bellarose, monja recién admitida en Notre-Dame— Aliceth tomó las faldas de su túnica e hizo una reverencia más falsa, cargada de sátira y burla —Y por si no se ha dado cuenta, este es MI trabajo y las críticas no son aceptadas el día de hoy, ¡Muchas gracias!

Apretando sus dientes, la sangre de Frollo hervía a tal osadía. Pocas veces alguien se atrevía a enfrentarlo así, y no vivía para contarlo. Pero que una dama lo hiciera, una joven entregada a Dios… Despertaba su interés.

La miró de pies a cabeza, y soltando una risilla leve, dijo —Modera tu lengua, Hermana, que podría acarrearte problemas…— Dijo, su tono de voz fingiendo estar lejos del enojo.

Frollo se giró, el lazo rojo de su birrete ondeando, aquella pecosa había despertado una chispa inusual en él, chispa que Frollo debía de vigilar de cerca, si es que no quería que se volviese fuego.

Dándole la espalda, Frollo ahora si se dirigía con la Madre Abadesa.

Frollo caminó con paso firme a la oficina de la Madre Irene, aunque sus pensamientos estuviesen plagados de la Joven María Aliceth. Su curiosidad por ella despertó de una forma… Singular. Frollo estaba acostumbrado a que todo el mundo le temiera y le reverenciara apenas su presencia era notada, jamás imaginó que alguien le plantara cara de esa manera, le habló sin rodeos, ni pelos en la lengua, retadora, desafiándolo abiertamente. Eso no le había sucedido en años… Y le gustaba. Le era extrañamente agradable. Frollo sonrió maliciosamente, en verdad, le gustaría mucho volver a ver dicho brillo rebelde en los ojos cafés de la Hermana Aliceth.

Llamó a la puerta de la Madre Abadesa y ella lo recibió. Después de un saludo moral, ambos hablaron sobre asuntos de la Catedral, sobre sus necesidades y demandas, al igual que la abadía y el convento, y de un asunto que le provocaba vergüenza a Frollo, tema del que quiso pasar rápidamente. Apenas Frollo evadió ese "asunto" que era una cruz para él, la Madre Irene continuó.

—Últimamente un gran numero de personas han llegado con nosotros a pedir asilo. Por supuesto que nosotros no somos nadie para negarles cobijo en la casa de Dios, pero nos hemos percatado de este aumento de marginados que piden apoyo

—Posiblemente falsos desamparados. Hay que tener cuidado a quién se reciba en la casa de Dios, no cualquiera debe de recibir asilo. Recuerde que los que no serán muy bienvenidos aquí, serán los gitanos— Frollo "aconsejaba" a la Madre Abadesa, aunque realmente esos consejos eran ordenes para ella —Recuerde que ellos son en su mayoría ladrones y estafadores, si no es que en su totalidad…

La Madre Irene asintió en silencio, un poco de duda en su confirmación, pero no podía ir en contra de las palabras del Juez Frollo. La Madre Irene en cambio intentó cambiar el tema de la conversación, preguntándole sobre más temas en cuanto a la catedral.

Sin embargo, la Hermana Aliceth no parecía tener intenciones de dejar su mente, y vagaba por ella, dando vueltas a cada momento de la plática, distrayéndolo.

—Noto que hay una nueva novicia ayudando en el altar, Madre— Comentó Frollo como algo trivial —¿Aliceth, dijo llamarse?

La Madre Irene asintió —Así es, su excelencia. La hermana María Aliceth se nos unió hace un poco más de una semana. De los Bellarose de Alsacia —La Madre Irene respondía a la curiosidad de Frollo —Espero no le haya causado ningún problema

—En lo absoluto…— Soltó Frollo con fingido desinterés —He notado que le falta experiencia, pero sé que aprenderá, con la mano adecuada, la Hermana Aliceth podría llegar a ser una buena novicia… Aunque le falte mucho por aprender

—Es nueva, está aprendiendo, pero su excelencia, me aseguraré que así sea…

Una vez concluidos ciertos temas pendientes, Claude y la Madre Irene salieron de la oficina dada terminada su reunión. La Madre Irene acompañó a Frollo a las afueras para despedirlo hasta las puertas de Notre-Dame por cortesía.

Pero apenas salieron de la sacristía, la vista de ambos se fijó en Aliceth, aun dando lo mejor en su acomodo del altar.

—¡Aliceth!— La Madre Abadesa ahogó un grito al ver el "trabajo" de la más nueva de las novicias —¡Pero por Dios! ¡¿Por qué has sacado el vino de consagración antes de la misa?!

Aliceth elevó su mirada confundida y miró la botella verde de vino al lado de ella—¿No cree que podamos ahorrar tiempo para la misa? Lo saqué para eso…

—¡No! ¡Así no es cómo funciona esto! ¡Guarda el vino de inmediato!

Aliceth se encogió de hombros después de recibir el regaño, una pizca de vergüenza combinada con furia, ya que Frollo estaba siendo testigo de su reprimenda. Pero se llevaría algo peor. Al intentar remediar su error, la botella resbaló de las manos de Aliceth a la mesa, derramándose gran parte del vino sobre el altar. Aliceth rápido levantó la botella y la tapó con el corcho. La Madre Abadesa se llevó una mano a su cara al ver el desastre en el altar.

—Sangre de Cristo… ¿Qué es lo que haremos contigo, Aliceth?

Aliceth, muerta de pena, limpiaba con desespero el altar con un trapo el vino derramado. Para fortuna de ella, uno de los monjes llamó desde la sacristía a la Madre Abadesa, y ella, disculpándose con Frollo por la escena y por no poder acompañarlo a las puertas de Notre-Dame, se retiró del lugar.

Mejor para él.

Frollo observó la escena con maligno deleito. Ver a Aliceth cometer un error y recibir un sermón de la Madre Abadesa fue todo un espectáculo dantesco bastante satisfactorio para Frollo.

Su sonrisa se hizo más grande al ver a Aliceth limpiar su desastre de mala gana. Y cuando ella notó que Frollo se quedaba ahí, Aliceth le sacó la lengua.

Al ver el gesto rebelde e infantil, Frollo no pudo evitar soltar una carcajada. La pequeña monja rebelde era verdaderamente encantadora.

—Parece que tu lengua irreflexiva te ha metido en problemas, Hermana Aliceth— Dijo con sorna —Debes de tener más cuidado… En todos los sentidos…

Aliceth, quién no quería seguir escuchando a Frollo, soltó un suspiro y le dirigió una mirada desganada. Sus ojos llenos de enojo y sus mejillas rojas de pena.

—Con todo respeto, Ministro de Justicia del País— Aliceth marcó todo su sarcasmo en cada palabra —¿No tiene algo mejor que hacer que quedarse aquí a burlarse, su excelencia?

La desfachatez de la novicia no tenía límites. Claude se acercó a Aliceth lentamente, su atisbo sombrío clavada en ella como un halcón depredador.

—Te equivocas, pequeña monja. No me quedé a burlarme, me quedé porque disfruto viéndote cometer errores— Se inclinó suavemente hacía ella y añadió en un susurró —Y porque espero muy ansioso tu próxima insolencia

Enderezándose, Frollo hizo un gesto de despedida, una reverencia a medias y se encaminó a la salida de la catedral, y antes de cruzar las enormes puertas de madera, se giró una vez más para observarla. Aliceth seguía limpiando el desastre religioso del alatar, y al sentir su mirada levantó su vista.

Sus ojos se encontraron por unos instantes y Claude dejó escapar una carcajada torcida antes de salir de Notre-Dame.

Aliceth dejó escapar un fuerte suspiro frustrado entre dientes, mientras que el trapo se llenaba de vino. Al menos ese entrometido que se hacía llamar "Juez" al fin se largaba —¡Tch!— Aliceth chasqueó la lengua y prosiguió a seguir remediando, apurándose antes del inicio de la misa nocturna.

Frollo se ensilló en Snowball y cabalgó de vuelta al Palacio de Justicia. Mientras el frío de la noche pegaba su rostro, no paraba de dejar de pensar en Aliceth. Había algo en esa monja con cabellera de fuego que prometía hacer de sus visitas a la catedral algo bastante interesante.