II: La novicia aliciente

Los días transcurrieron, y Aliceth era cada vez un peor desastre en la abadía de Notre-Dame. Aunque Aliceth deseaba hacer las cosas con la mejor de las intenciones, muchas veces no resultaban como tal.

Cometía pequeños y grandes deslices de todo tipo, desde distraerse mirando a los gorriones afuera de la catedral cuando debía de barrer la entrada, equivocarse con la decoración de acuerdo a la celebración de la temporada, e incluso en alguna ocasión, Aliceth sería la culpable de provocar un inmenso incendio, accidentalmente al encender las velas, prendió fuego en una de las cortinas. Fue un pequeño gran escandalo esa ocasión, que incluso algunos mencionaron que Aliceth se colgó de dichas cortinas para tirarlas y tratar de sofocar el incendio.

Eso le hubiera encantado ver a Frollo, lastimosamente (Para él) sólo le tocó ver a una Aliceth con su uniforme de monja chamuscado. Frollo soltó una risa al verla, provocando que la ira quemara también las mejillas de Aliceth.

La verdad era que Claude esperaba con ansias que se llegara el día de la visita a Notre-Dame, pues sabía que encontraría a Aliceth metiendo la pata. Un pequeño placer culposo, ver a la monja rebelde meterse en problemas, y la cereza de pastel era ver siempre su cara enrojecida de vergüenza y su frustración brotar al notar la presencia del juez alrededor.

Y no sólo eso ocurría dentro de la majestuosa catedral. Cuando la congregación salía a hacer caridad por los desamparados, mientras que el resto de las novicias intentaba dar pan y vino a otra clase de personas, Aliceth siempre era regañada por sus compañeras, ya que ella daba alimentos a los gitanos que estaban en cada esquina con su música y sus bailes exóticos.

—¡Hermana Aliceth!— Aliceth hacía un esfuerzo sobrehumano por no virar sus ojos mientras que la Madre Irene la escaldaba frente al resto de las hermanas —Te hemos dicho mil veces que hay ciertas personas que no necesitan de nuestra caridad

—Pero Madre Irene, ¿No cree que ellos también necesiten de nuestra misericordia? Veo que siempre piden limosna a su forma

—Precisamente por eso, Hermana Aliceth, su forma de pedir ayuda no es virtuosa. Tienta y corrompe. Y recuerda que son órdenes de nuestro protector de Notre-Dame...

Aliceth no pudo evitar ahora sí voltear sus ojos.

—¿Por qué le hacen demasiado caso a ese hombre?

—¿Qué por qué? Precisamente por eso, es el protector de nuestra Catedral, y si para el es pertinente no apoyar a ciertas personas que... No están dentro del camino de Dios... Debemos de seguir sus palabras

Aliceth fruncía su ceño al escuchar dichas palabras, ¿Cuál es el punto de la caridad y el socorro a los necesitados si no sería para todos? Cada día no comprendía más el papel de la congregación. Sacudió su cabeza y se encogió de hombros, no tenía ánimos de llevar la contra ese día a sus superiores.

"Eso es ilógico" Aliceth pensaba al regresa a la abadía con el resto de sus hermanas y Madre "¿Por qué no podemos ayudar a todos los desamparados? ¿Por qué tenemos que seguir esas ordenes tontas?" Aliceth elevó su rostro y se quedó de pie al ver la estructura de su Catedral "Dios, por favor, haz que ese hombre no se entrometa en tus planes... O en los míos" Bajó un poco la cabeza, su estomago temblando un poco.

—¡Hermana Aliceth!

Aliceth reaccionó al quedarse atrás y rápidamente corrió a incorporarse con su grupo

...

Esa tarde tenía una vista exquisita en París, el cielo se teñía de los colores propios del crepúsculo, los rayos del sol reflejándose en el divino rosetón, aquel que tenía en el centro a María la Virgen y al Niño Jesús. Quién se encontraba absorta ante los colores que brillaban en los colores del cristal era Aliceth, aún no se acostumbraba a que tenía por hogar a esta espectacular casa de Dios. Aliceth de repente sintió un toque en su pierna, una de sus compañeras pidiéndole que prestase atención a la misa, y susurrándole que debía acomodarse el mechón que sobresalía de su hábito.

Aliceth metió su cabello dentro de la tela de su cabeza, aun prestando atención a las palabras del Arcediano. El Arcediano daba la primera lectura, sacada del antiguo testamento.

Aliceth, quién seguía encantada por la arquitectura de la catedral, sintió algo incomodo sobre ella, algo que incluso era fantasmal. Giró su cabeza y apenas se dio cuenta del origen de su molestia, frunció el ceño en fastidio.

Era Claude Frollo, sentado cerca, cruzado de brazos, mirándola fijamente. Aliceth hizo una mueca de molestia e ignoró al juez. Frollo sólo rio en silencio, se estaba encaprichando un poco con esa novicia rebelde, y era consiente de ello.

Había algo en el espíritu de María Aliceth que lo distraía y captaba su atención. "María", Pensaba Frollo, "Comparte nombre con Nuestra Señora y ni siquiera tiene la mitad de un meñique de su pureza", a ese pensamiento, Frollo miró al suelo y ahogó una pequeña risita. Aliceth giró al escucharlo y dejó escapar un suspiro de frustración, tratando de concentrarse ahora sí en la palabra del viejo testamento.

Conforme avanzaba la misa, ambos se giraban a verse, Frollo con intenciones de fastidiarla, Aliceth con intenciones de al menos hacerlo sentir amenazado.

"Si claro, amenazar al hombre más enloquecido de París" Aliceth viraba sus ojos ante la lógica "Maldito hombre fastidioso... Y no pido perdón, Dios, tu sabes que lo es" Su pequeña conversación en medio de la misa.

De repente, Aliceth vio a todos levantarse, por distraída, olvidó que era el momento de pedir el diezmo. Aliceth se puso de pie y recibió un canasto de una de sus hermanas novicias para recolectar las limosnas.

Todos entonaban la canción mientras que Aliceth pasaba con el canasto, escuchando el sonido de las monedas rebotar. Aliceth sonreía y agradecía a los feligreses por su devoción, pasó de lugar en lugar hasta que repentinamente, llegó al lugar donde Frollo esperaba. Estaba de pie, los brazos cruzados, mirándola por encima del hombro. La amable sonrisa de Aliceth se esfumó.

Levantando su cara de forma altanera, estiró su brazo a donde estaba el ministro de justicia.

—Hermana Aliceth, no son maneras de pedir por la iglesia...— Frollo soltó con ese tono de voz punzante que Aliceth odiaba —¿No se da cuenta que puede confundirse con la avaricia y soberbia? Debe cuidar su virtud, Hermana, no queremos que su alma se condene por poco— Diciendo eso, dejó caer algunas monedas de plata en el cesto.

Aliceth fijó su vista en las monedas, la forma en que las tiró como si fuesen un deshecho para él.

Aliceth se acercó lo suficiente para que nadie más le escuchará —No se preocupe por mi alma, ministro Frollo. Si mi alma ha de condenarse, créame: seremos vecinos— Aliceth susurró, provocando que Frollo abriese los ojos en sorpresa. Curveando sus labios en una sonrisa presunciosa, Aliceth le dio la espalda y continuó con su colecta, orgullosa.

Orgullo que duró menos de quince segundos.

Aliceth, siendo la reina de la torpeza, tropezó con su propio zapato, y en un humillante intento de sostenerse, cayó de boca contra el suelo, regándose toda la limosna alrededor.

Frollo tuvo que hacer un esfuerzo por contener la risa y no estallar a carcajadas.

Algunos feligreses inmediatamente apoyaron a la pobre novicia, y ella intentaba recoger las monedas alrededor suyo, muerta de la vergüenza. Frollo logró notar que su mechón rebelde se escapó de su hábito, y comparó el rojo de su cabello con el rojo de sus mejillas.

Claude estuvo a punto de ir a ayudarle pero se contuvo, limitándose a observarla en silencio. Verla siendo altiva y minutos después recibiendo una lección de humildad de Dios. Era simplemente adorable.

Una vez que Aliceth logró recoger la mayoría de la limosna (Mucha de esta dada por perdida), caminó rápido al frente, dejó el canasto y se volvió a sentar, con la mirada del resto de las monjas sobre ella, y una de desaprobación de la Madre Abadesa.

...

Esa noche, al bajar de su carruaje, Frollo entraba al Palacio de Justicia con la mirada alzada. Los guardias haciendo reverencia apenas pasaba frente a ellos, demostrando su respeto y (quizás) temor.

A través de escaleras de piedra en dirección de caracol, iluminado por el fuego de las antorchas, Frollo llegaba hasta lo más alto de dicho palacio. En ese lugar se encontraban sus aposentos.

Abría la enorme puerta de madera que era el inicio de la cámara donde descansaba después de arduos días de trabajo. Su lugar iniciaba con una enorme sala de estar, engalanada de divanes, sillones, mesas y madera fina de ébano, tapizados de un rojo intenso, un gran candelabro en el techo de metal oscuro, una chimenea grande que le daba calor en sus noches más frías y solitarias. Arriba de esa chimenea, un crucifijo de oro, y algunas pinturas religiosas a sus alrededores.

En una habitación aledaña era la biblioteca personal de Frollo, debía de tener al menos más de mil libros, y dos plantas de madera separadas por una pequeña escalera. El lugar favorito de Frollo para relajarse.

No lejos de ahí se encontraba el baño personal de Frollo, exageradamente decorado con vitrales, mosaicos, cortinas, candelabros, y con todo lo necesario que debía de tener un baño, más una enorme tina de piedra decorada con mosaicos claros. Un verdadero lujo que no podía pasar desapercibido para el Ministro de Justicia en sus momentos de aseo personal.

Y finalmente, su habitación personal, un cuarto donde se constituía también de otra chimenea, una más pequeña, su armario personal, cortinas rojo oscuro de bordados dorados, un librero un poco más pequeño para sus lecturas más repasadas, mesas y sillas de ébano del mismo tapiz que la sala principal, otros dos divanes de similar ornamentación, un cofre en el frente de su cama, y dos decoraciones importantes para Frollo: Un crucifijo instalado en la cabecera de su cama, y la imagen de la virgen maría.

El "humilde" hogar del Juez Claude Frollo.

Frollo llegaba a su habitación persona, se retiraba su birrete, dejándolo en un recibidor especial y se quitaba la túnica oscura, guardándolas en un cesto especial para su ropa usada. Después de retirarse el resto de sus ropas, tomaba una toalla de lino y se adentraba en su baño personal, a quitarse las impurezas y el sudor del día.

Una vez que su cuerpo era lavado, Frollo se secaba con su tualia de seda y se disponía a usar un pantalón y camisa más cómodos. Saliendo del baño, se adentraba en su descomunal cama, con las más finas sabanas y cobertores, Frollo se dejaba acostar en su almohada, saliendo de sus labios un suspiro de relajación.

Cerró sus ojos y finalmente dejó escapar la risa que aguantó todo el día, rememorando la zonza caía de Aliceth en plena misa, esparciendo sin querer toda la limosna al suelo.

Verla en un momento totalmente humillante, verse expuesta ante todos los feligreses en la misa, y pensar que quizá recibió un castigo por perder gran parte de la limosna, porque claro, no todos los creyentes eran totalmente honestos y más de alguno debió de quedarse con el diezmo de la iglesia. Todo eso le resultaba como una broma de la que Frollo no podía dejar de reír.

Frollo giraba en la cama, preguntándose si la pobre Hermana Aliceth estaría durmiendo ahora mismo y quizá estuviese rezando todo un rosario completo antes de verse merecedora de descanso. Se imaginaba a una Aliceth en camisón frente a la cama rezando a toda velocidad para poder tener derecho a dormir.

"Encantadora monja de fuego" Frollo pensó "Espero recuerdes mi rostro cuando caíste frente a todos"

Frollo rebobinaba en su cabeza el momento en que Aliceth se levantaba con la vergüenza sobre sus hombros y rápidamente tomaba lugar. De repente, su mente volvió por alguna razón a la Aliceth en camisón, la de decía el rosario lo más rápido posible para ya dormirse. Podía imaginarla en un camisón recatado, sin mostrar más piel que sus pies y manos, su rostro pecoso, sus labios a toda prisa pronunciando todos los Misterios del Santo Rosario. Pero lo que se le dificultaba imaginar era precisamente lo que más ocultaba de todo el mundo: Su cabellera roja.

Frollo, por alguna razón, trataba de imaginar como era esa cabellera de su dulce María. Imaginaba que tal vez fuese como el mechón rebelde que de vez en cuando escapaba de su hábito: Debía de ser una melena frondosa y ondulada. O tal vez, su mechón le engañaba, y debía de tener una mesurada, larga y lacia cabellera.

Al menos no tenía dudas de que fuera roja. Roja como el atardecer, el sol, como las llamas del averno.

Frollo entonces abrió sus ojos, ahogando un pequeño grito y atormentado, ¿Por qué tenía esos pensamientos? ¿Por qué sus pensamientos estaban encaprichándose con saber la forma y estilo del cabello de la Hermana Aliceth?

Descubrió con mal sabor de boca que deseaba descubrir todo de ella, incluyendo la forma de su cabellera ardiente. Frollo no lograba comprender que era esa extraña necesidad.

¿Por qué su conciencia tuvo la miseria de imaginarse a Aliceth de rodillas en un camisón?

"Si no supiera que eres novicia... Estaría seguro que eres una bruja, Aliceth" Frollo pensó con amargura transformándose en enojo "...Y que estas usando tus hechizos en mi contra, para poseer tales pensamientos impuros"

Más molesto, Frollo se cubrió con sabanas, jalándolas y envolviéndose en ellas agresivamente. Apretó sus ojos y eliminó cualquier rastro de la pelirroja de su cabeza antes de dormir.