III: Incertidumbres
Frollo tardó algunos días en volver a Notre-Dame, días que fueron el paraíso para la novicia Aliceth. O al menos fue como sacarse una piedra menos del zapato.
Al menos, porque paraíso como tal no fue esa semana. Aliceth se encargó de la limpieza total y exhaustiva de toda la abadía por su falta de haber tirado las limosnas de tal bochornosa misa. Castigo impuesto por la Madre Irene, al haber perdido gran cantidad de monedas.
Por cada día de la semana, Aliceth tenía una actividad diferente, pero en general, limpió y trapeó ventanas, paredes, suelos. Se encargó de la limpieza del comedor, de sacudir el polvo acumulado de algunos cuadros religiosos y santos colgados. Tenía que tener mucho cuidado a la hora de manejar reliquias para limpiarlas, si es que no quería perder su lugar de novicia en Notre-Dame.
Aliceth terminaba de encargarse de la habitación del Arcediano, y al acabar de tender la cama, se dejó caer un poco en esta, sentándose y respirando, llevándose una mano por detrás de su cuello.
—Dios Santo, sabes que no soy parte de esto, de la limpieza...— Se decía Aliceth agotada —...Así que ayúdame a dejar de meter la pata...
Aliceth se quedó así por algunos segundos, mirando el trapo sucio en su mano. Elevó su cabeza, mirando por la ventana. Aliceth se acercó a esta y fijó su vista por París.
—Dios, es la visión más bella de todas...— Observaba el atardecer, Aliceth sonrió suavemente —... Pero...— Bajó su rostro, algo apenada —...¿Debo de pasar por esto para ser merecedora de esto?
—¿Qué dices, hija mía?— Aliceth elevó su mirada y ahogó un pequeño suspiro, el Arcediano entraba a su propia habitación, algo sorprendido de verla acomodada.
—¡O-Oh! ¡Arcediano!— Aliceth se acercó con el hombre mayor, el Arcediano siempre le inspiró confianza y bondad desde el primer segundo —L-Lo lamento mucho, c-creo que... Que otra vez estoy hablando sola...— Se dijo, encogiéndose de hombros, apenada.
El Arcediano se acercaba a Aliceth, sin dejar de echar sus ojos alrededor de la habitación —Hija, agradezco tanto el gesto que has tenido en asear mi habitación, pero no pedí esto
—Lo siento— Aliceth bajó su mirada en una risa tímida —Lo que pasa es que es parte de mi sanción, encargarme de la limpieza de la abadía— Aliceth se encogió de hombros —Debo de fijarme por donde camino, supongo
El Arcediano se rió con ella —Hija mía, constantemente te metes en problemas. Debes de comprender que ya eres una hija de Dios, hiciste un rito de consagración...
—Lo sé, Arcediano, en pocas palabras, me casé con Dios, así me lo expresó la Madre Irene— Decía Aliceth riéndose un poco —¿No considera extraña esa frase de "Casarse con Dios"?
La sorpresa en los ojos del Arcediano se vio, pero sólo hizo una pequeña mueca —Bueno, María Aliceth, es parte de la consagración... Te vestiste de novia, hiciste un juramente ante Dios de serle fiel, ser virtuosa en todos los aspectos, hiciste los votos y... Bueno, eres una novicia.
Aliceth se miró el anillo en su mano izquierda, su anillo de "matrimonio". El Arcediano logró ver un brillo de inconformidad en sus ojos.
—¿Aliceth?— El arcediano agachó su rostro para encontrarse con el de Aliceth —¿Hay algo que quieras contarme respecto a esto?
Aliceth, al notar que tal vez su lenguaje corporal expresó de más, negó con la cabeza.
—¡N-No es nada, Arcediano! Es sólo que... Debo de estar un poco más "viva" para no recibir tantos castigos...— Soltó una pequeña risa nerviosa. El Arcediano, no queriendo presionarla más para no sofocarla, sólo asintió.
—Ve y descansa, María Aliceth. Has hecho mucho por hoy...
Aliceth, quién no estaba tan segura, hizo una pequeña reverencia ante el Arcediano, tomando su mano y besándole el dorso.
—Muchas gracias
—Sin tantas formalidades, Aliceth. Te lo digo como si fuera un padre a su hija. Descansa, ya mañana harás más cosas
Aliceth, sonriente, volvió a asentir, agradeció y salió de la habitación del Arcediano.
Llegando hasta sus aposentos, Aliceth entra en su pequeña habitación. Llegando a su cama, se sienta en esta, y finalmente se deja caer.
La habitación de la abadía de Aliceth no es lujosa ni ostentosa para nada. No era más que las paredes de piedra lijadas alrededor, una cama algo incomoda, una ventana, un escritorio, un pequeño armario de madera y un crucifijo del mismo material sobre la cabecera.
Aliceth dejaba escapar su aliento y abría sus ojos lentamente. Miraba a la ventana. Finalmente, en esas cuatro paredes, podía sentirse cómoda consigo misma, podía ser ella misma.
María Aliceth se levantaba de su cama y se dirigía a su escritorio. Manchando una pluma con tinta, Aliceth se disponía a escribir una carta
"Querida familia
Espero todos se encuentren bien, que todos tengan salud y gozo. A mis hermanos mayores, Pierre, André, Jacques, Thaddée, Jean, Matthieu, Philippe, Thomas, Jacques II -Se que odias que te digan II, pero eres el Jacques menor, lo siento-, Barthélemy, Simón y Judas -Lamento que odies tu nombre, Judas- Pero les prometo que estoy pasándola bien en este nuevo camino de mi vida, no se preocupen. París es encantadora, es un sueño hecho realidad, así que estoy viviendo mi sueño.
Madre, Padre, no se preocupen por mí, he leído sus anteriores cartas, preguntándose y cuestionándose si su decisión de entrar a la abadía de Notre-Dame fue lo mejor. Créanme que tal vez para la actitud de alguien que no era una dama..."
Aliceth dejó de escribir, dejando la pluma en el tintero. Llevándose sus manos a la cara, trataba de serenarse, ordenando sus ideas.
Recordaba que la decisión de ser monja fue de sus padres al ver que Aliceth rechazaba a cualquier pretendiente que llegaba a pedir su mano. Claro, sus doce hermanos mayores no le ayudaban absolutamente en nada para conseguir marido.
Aunque la decisión fue algo radical, y rechazada por los trece hijos del Matrimonio Bellarose, sus padres, August y Agustine Bellarose, tomaron la decisión de que la menor de sus hijas, María Aliceth, fuera novicia. ¿Lo más complicado? En un lugar lejos de su natal Alsacia. París.
Aliceth, divagando y vacilando un poco, terminó la carta, asegurándole a su familia que tenía una buena vida de novicia, esperó a que la tinta secara y una vez así, la dobló y la guardó en un sobre. Aliceth enviaría la carta al día siguiente.
Terminando, Aliceth preparó sus ropas y su camisón para tener un baño antes de irse a la cama. Estaba exhausta y necesitaba asearse antes de dormir.
