IV: Mala Sangre
El siguiente día, Aliceth preparó lo mejor de sí. Ocultó su melena pelirroja bajó el hábito, preparó sus ropas, se puso sus zapatos y salió, no sin antes ocultar de vuelta su mechón rebelde bajo la tela de su frente.
Ese día en especial tenían que hacer preparativos, harían un enorme banquete para celebrar la Asunción de María, día en que la Virgen María ascendió a los cielos sin morir por dar el fruto de su vientre, Jesús. Y para ello, apoyarían a los necesitados haciendo un gran banquete a las afueras de Notre-Dame.
Las novicias prepararon una sopa frente en la cocina de diferentes carnes, verduras y condimentos. Hornearon pan para acompañarlo, junto con barriles de vino de bebida.
La Madre Irene y el Arcediano tenían preparado esto semanas antes, y estaba entusiasmada porque llegara el día, y a la vez, preocupada, ese día se le levantaba el castigo a Aliceth, y aunque hizo un buen trabajo en cocina, temía que Aliceth provocara algún pequeño desastre.
Y sobre todo, la Madre Irene se tensaba un poco. Por aquellos días, Frollo no se había presentado a la Catedral, intentaba creer que tenía muchos trabajos y asuntos importantes que atender, pero no podía dejar descuidada su labor como protector de Notre-Dame.
Antes de dar lugar al "Banquete de Misericordia", tuvo lugar una muy emotiva misa dentro de Notre-Dame. Todas las monjas tenían un hábito de gala, sobresaliendo la Madre Irene como la Madre Abadesa. Todos los asistentes a misa se deleitaban con el sermón del Arcediano acerca de la fecha::
—El día de hoy celebramos el triunfo de nuestra amada María, elevada en cuerpo y alma a los cielos para reinar como Reina a la diestra de su hijo Jesús. Contemplamos el premio a su pureza y obediencia. La entrega de María a la voluntad de Dios Nuestro Señor la llevó ser la Madre de Cristo, y hoy es fecha que fue elevada a los cielos, no muerta, sino coronada como Reina de los Cielos...
Durante el sermón, María Aliceth escuchaba atentamente, sus manos haciéndose pequeñas, sus dedos contra sus palmas. Escuchar hablar de la historia de la Santa la cual le fue dado su primer nombre siempre le sacudía, pero ahora no estaba segura si sentirse plena o desesperanzada. Desesperanzada porque no se sentía capaz de alcanzar la misma gracia de la Virgen con su mismo nombre.
La Madre Irene, quién estaba atenta a la palabra del señor, giró su rostro a los presentes de la misa. Un suspiro de alivio, suspiro que Aliceth notó. Sus ojos caminaron a la misma dirección que su superiora para rodearlos casi al instante: El Juez Claude Frollo estaba ahí, presente.
Aliceth fijó su vista en el suelo. "Hoy no", pensó para sí misma, mientras intentaba prestar atención a la misa.
Frollo, quién prolongó su visita a Notre-Dame a propósito, cruzado de brazos escuchaba el sermón. Una necesidad en su pecho de buscar a su "Novicia favorita" para volver a molestarla con el juego de miradas que tenían durante las misas. Intentó controlarse, no quería caer de vuelta en la tentación.
Aliceth estuvo hurgando en su cabeza por largo tiempo la razón de su ausencia en Notre-Dame. Negaba apenas llegaba el sentimiento. Era algo que no le interesaba, en verdad.
La misa atendió las palabras del Arcediano —Todos tomen asiento, vamos a escuchar la palabra de Dios. Lectura del Antiguo Testamento, del libro de Ezequiel, Capitulo 25...
Los feligreses escucharon la palabra del señor, del Antiguo Testamento, el Arcediano relatando las palabras de cada versículo —"...Porque así ha dicho Jehová el Señor: Por cuanto tú batiste las manos, y golpeaste con tu pie y te gozaste en el alma con todo tu menosprecio contra la tierra de Israel, por tanto, he aquí, yo extenderé mi mano contra ti y te entregaré a las naciones para ser saqueada; y yo te talaré de entre los pueblos y te destruiré de entre las tierras; te exterminaré, y sabrás que yo soy Jehová.
Los creyentes prestaban atención a la Palabra de Dios, pero quién tenía todo su interés era Frollo.
—...Y ejecutaré contra ellos grandes venganzas con terribles represiones; y sabrán que yo soy el Señor cuando haga venir mi venganza sobre ellos..."
Frollo se regocijaba al escuchar la palabra del Antiguo Testamento, tenía una preferencia personal sobre al Nuevo. En ese versículo podía ver reflejado su visión de justicia y depuración, no importase si fuese severo, todo castigo debía de ser así, para dar ejemplo al pueblo lo que sucedía si no se seguían las leyes de París, y sobre todo, las leyes de Dios.
Una sonrisa cínica, llena de soberbia sobre sus labios. Su visión de justicia tenía muchas influencias del Antiguo Testamento, el que debió ser siempre el único.
Durante la reflexión del Arcediano por estas palabras, por alguna razón, Aliceth giró y notó a Frollo con el peculiar interés sobre el versículo mencionado. De repente, volvió al escuchar al Arcediano al mencionar que diría ahora la entrada del Nuevo Testamento.
—Daremos Lectura al Nuevo Testamento, Primera Epístola a los Corintios 13: "¿De qué me sirve hablar lenguas humanas o angélicas? Si me falta el amor, no soy más que una campana que repica o unos platillos que hacen ruido. ¿De qué me sirve comunicar mensajes de parte de Dios, penetrar todos los secretos y poseer la más profunda ciencia? ¿De qué me vale tener toda la fe que se precisa para mover montañas? Si me falta el amor, no soy nada. ¿De qué me sirve desprenderme de todos mis bienes, e incluso entregar mi cuerpo a las llamas? Si me falta el amor, de nada me aprovecha..."
Aliceth elevó su rostro al escuchar eso, un fuerte galopeo en su corazón, sus manos sentidos se avivaron al escuchar esas palabras, incluso su semblante cambio a uno más vivo, más propio, lleno de esperanza.
—"...El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni presumido ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. Todo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta..."
Lejos de Aliceth, Frollo levantaba una ceja, el no estaba tan de acuerdo con el Nuevo Testamento, a su parecer, eran demasiadas enseñanzas para débiles. Intentó distraerse con cualquier otra cosa, y para su mala (o no) fortuna, Aliceth se le atravesó en su visión.
Frollo creyó que Aliceth florecía al escuchar dicho versículo, sus mejillas pecosas se sonrojaban, su postura devota inclinándose un poco más al frente, sus dedos dudando en juntarse para rezar ese versículo de igual forma, la expresión de sus dulces ojos y el brillo que resplandecía de estos.
Y sin contar su mechón rojo, escapando de su prisión hecha tela.
La luz del sol reflejándose contra los vivos cristales del rosetón, creando de la silueta de Aliceth algo divino. La mente de Frollo le hizo una verdadera jugada: Frollo creyó que al fin Aliceth le hacía justicia a su primer nombre, lucía como la misma Virgen María.
Negó rápido con la cabeza y trató de concentrarse en la misa, esa tonta novicia rebelde que se metía en líos a cada rato no iba a compararse jamás con la Madre de Dios.
Claude centró su atención en las reflexiones del Arcediano, pero de vez en cuando, le daba un vistazo a Aliceth, una parte de el queriendo regocijarse con la bella imagen de su novicia favorita viéndose más celestial que nunca.
Aliceth entonces le regresó la vista, y Frollo, ahogando un pequeño suspiro al sentirse atrapado, desvió la mirada, sus labios apretándose de molestia. A Aliceth le extrañó eso, ya que Frollo solía burlarse de ella o molestarla a través de gestos durante las misas, pero esta ocasión pareció querer huir de algo en ella. O tal vez de ella misma, algo que Aliceth no se molestó en siquiera indagar. Acomodándose en el banco con una postura más cómoda, ella continuó en la misa.
...
Una vez dada finalizada la misa, la abadía se preparaba para finalmente dar lugar al "Banquete de la Misericordia". Prepararon todo fuera de Notre-Dame, el caldero con la sopa, los cestos llenos de pan, algunas botellas de vino.
La gente llegaba y se empezaba a servir del gran banquete, personas de toda clase social llegaban, reuniéndose en un bondadoso gesto de parte de la Iglesia. Esto sólo pasaba cuando la Abadía de Notre-Dame se lo proponía o durante el Festival de los Bufones.
Las monjas se encargaban de llenar los platos de madera del vulgo, muchas personas ansiosas esperando probar alimento. Aliceth fruncia el ceño un poco al notar personas que solían concurrir a misa y que, aparentemente, no tenían carencias como otros necesitados de la ciudad.
—Sin excepciones...— La Madre Irene soltó, pareciendo haber leído los pensamientos de Aliceth —...Todos tienen derecho a tomar alimento. Recuerden hijas mías, un plato de comida no se le niega a nadie...
Aliceth, encogiéndose de hombros y asintiendo, prosiguió.
"Bueno, en eso tiene razón" Aliceth pensó mientras servía platos a una familia de indigentes. Todo transcurría sin ninguna dificultad o porvenir. Los temores de la Madre Irene se iban disipando, aunque no estaba del todo tranquila.
La figura de Frollo seguía ahí, contemplando el banquete. A veces, miraba con cierto desprecio a cuando llegaban las personas marginadas a pedir al menos una barra de pan. Luchaba porque su necesidad del corazón no le traicionase y buscase a Aliceth.
Ella se sentía algo tensa, claro, otra vez la imagen del insoportable Ministro Frollo rondando, vigilando, queriendo asegurarse de algo, pero no tenía ni idea.
—Oh, Hermana...— Una voz logró salvar a Aliceth y miró. Aliceth notaba que era un grupo de pobres que parecían cubrirse con harapos —...Por favor, Hermana, ¿Podríamos recibir un plato de comida?
—Por supuesto que sí, el Banquete de la Misericordia es para todos— Aliceth dijo sonriente, tomando los platos para servir la comida. Sin embargo, notaba que ese grupo parecía ocultarse de algo.
O Alguien.
Aliceth terminó de servir los platos de sopa y los entregó, pero para la mala suerte de ellos, Frollo logró identificar al grupo de "pobres".
—¡Ustedes!— Rápidamente, Frollo se dio paso entre la gente, la cual sin dudar le dio espacio, temiendo a la figura de autoridad que representaba. Aliceth se asustó al escuchar la voz arbitraria de Frollo, girando su cabeza a la dirección de él.
Frollo agarró uno de los harapos de uno de los pobres que intentaban irse apresurados y lo jaló, exponiéndolo frente a todos los asistentes.
—¡Gitanos!— Gritó Frollo —¡¿Cómo osan a pararse por aquí?!— El gitano, temeroso, se hizo hacía atrás y el resto de sus compañeros le tomaban de sus hombros —¡Ustedes se roban el dinero y los bienes del prójimo! ¡¿Ahora se atreven robarse comida de la que no tienen derecho?!
De repente, más gente escuchó el bullicio, y algunos parecían ponerse del lado de Frollo.
—N-Nosotros s-sólo q-queríamos algo de comida...— El gitano dijo con algo de temor.
—¡Ustedes no se la merecen!— Arrebatándole el plato de sus manos, Frollo lo tiró al suelo, derramándose la sopa alrededor —¡Largo de aquí antes de que llame a mis guardias, por respeto al esfuerzo de las novicias!
Los gitanos, atemorizados, decidieron salir corriendo. El extraño ambiente se tornó incomodo después de eso. La Madre Irene se llevó una mano a su rostro, lo que temía sucedió, que algo saliera mal.
Negando con la cabeza, no podía ir contra el Juez Claude Frollo, recordó sus órdenes: No ayudar a los gitanos.
Frollo, alisando su túnica, sintiendo que hizo bien, se dio la vuelta y asintió al resto de los asistentes. Todos actuaron normales, nada ocurrió aquí, todos fueron indiferentes a lo que el Juez hizo.
Aunque estaba lejos de volver a la calma ese banquete.
—¿Se puede saber porque hizo eso, su señoría?
Frollo se giró al escuchar la pregunta retadora. Era Aliceth, la única sin temor a enfrentarse a Frollo. Sus brazos cruzados, la barbilla alzada, el rulo fuera de su hábito, y una cara nada amable.
—Tu no te metas, niña, estos son asuntos que no comprenderás— Frollo intentó reprenderla sutil, tratando de no hacer el embrollo más grande de lo que era.
—¿Qué no comprenderé? ¡Ja!— Aliceth soltó con sarcasmo —Lo que acabo de comprender ha sido un acto de crueldad, ¡No me sorprende viniendo de usted!
—Cuida tu boca, niña insensata— Frollo se acercó a ella, agachándose con advertencias con sabor a amenazas —Y regresa con tus Hermanas, no querrás pagar la insolencia de otros
—La única insolencia que veo es usted haciendo lo contrario a lo que tanto pregona— Aliceth ensalzó aún más su rostro hacía el de Frollo —¡Se hace llamar el Ministro de Justicia y lastima a los que debe de proteger!
Algunos de los asistentes voltearon al escuchar la discusión. Se dejó escuchar algunos gritos ahogados de unos testigos. Frollo, apretando sus dientes y sus manos volviéndose puños.
—Escucha mis palabras, Hermana Aliceth: Tu lengua podría pagar caro tus impudicias, y si no-
—¡No me importa!
Frollo abrió sus ojos, en sorpresa, ¡Que chica más indisciplinada y desafiante era María Aliceth!
—¡Aliceth!— Corrió la Madre Abadesa al rescate de la hija más problemática —Ven aquí, tenemos que irnos— La dijo tomándola de los hombros firme.
—No me iré a ningún lado, Madre Irene, el Juez Frollo tiene que saber que es un hipócrita
—Aliceth, suficiente, tenemos que irnos-
—¡Y que toda la justicia que ejerce es una maldita farsa!
—¡Aliceth!— La Madre Irene tembló al ver la temeridad de Aliceth. Frollo quedó sin habla, pero una ferviente ira naciendo de lo más profundo de su pecho.
—Aliceth— El Arcediano, quién apenas pudo desocuparse de sus obligaciones de párroco, vio el bullicio y comprendió con lo poco que percibió —Hija mía, regresemos a la Abadía— La Madre Irene y el Arcediano la tomaron de los brazos, insistiendo llevársela lejos de Frollo.
Aliceth en cambio, no para de verlo con rencor, sus mejillas pecosas enrojecidas, su ceño fruncido.
Frollo, serenándose para no hacer un espectáculo, se acercó a Aliceth. La Madre Irene poniendo por instinto un brazo frente a Aliceth y el Arcediano intentando hacerla hacía atrás, aunque Aliceth no se movió de lugar.
—Estás en graves problemas, monja impertinente— Escupió Frollo, sus palabras sonaban a sentencia. a Madre Irene y el Arcediano temblaron de miedo al escuchar la voz enjuiciadora de Frollo.
—No— Aliceth corrigió a Frollo —Usted y yo ahora tenemos ahora tenemos problemas, y no creo que podamos resolverlos...
La sangre de la Madre Irene y el Arcediano se les fue a los pies, su novicia no tenía ni idea del gran peligro en el que se metió. El desafío de Aliceth dejó helado al resto de los asistentes.
Y las uñas de Frollo se clavaron en sus palmas, soportando el enojo en todo su cuerpo.
Sin esperar a la tragedia, La Madre Irene y el Arcediano se llevaron a Aliceth a Notre-Dame antes de que a este se le ocurriera llamar a los guardias y mandarla a arrestar. Si Aliceth caía en las manos de Frollo, no viviría para contarlo.
Pero lejos de arrestarla, Frollo observó a Aliceth entrar a Notre-Dame, y antes de que pasara por las enormes puertas de madera, giró a Frollo. Se dedicaron una mirada de rencor, una mala sangre irreconciliable naciendo entre ambos.
Alzada y altanera, Aliceth le dio la espalda a Frollo y entró a Notre-Dame.
No está de más decir lo tremendamente incomodo que se tornó el ambiente. El resto de las novicias temerosas intentaron actuar como si nada, repartiendo la comida en los asistentes, todas tratando de mirar a los asistentes, a la comida, al caldero, a cualquier lado que no fuese al Juez Frollo.
Frollo quedó de pie, su vista fija a donde estaba Aliceth, sus pies se movieron, dando un par de vueltas, vacilando, y sin más, se dirigió a donde estaba su caballo, ordenó a sus guardias que mantuvieran vigilado el banquete, que no se acercara ningún impuro, y sin más, cabalgó lejos de la plaza frente a la Catedral.
Algunos que se encontraban en el sitio sintieron alivio de que el Juez se fuera de ahí, sintiendo al fin la paz después del caos.
...
