V: El Infierno hecho Paraíso
—¡¿Qué es lo que estabas pensando?! ¡¿Te has vuelto loca?! ¡¿Qué clase de comportamiento fue ese?!
Aliceth, quién se encontraba tensa, cruzada de brazos, sentada y con su vista fija en sus zapatos, recibía un fuerte regaño de la Madre Abadesa en su habitación. El Arcediano también estaba enfrente, pero en silencio, escuchando la voz de enojo de la Madre Irene. Los regaños iban en aumento
—¡Planeamos el Banquete de la Misericordia por meses, Aliceth! ¡Demasiado tiempo! ¡El esfuerzo de todos! ¡Del Arcediano! ¡De tus Hermanas! ¡De los monjes! ¡De todos los que organizamos esto! ¡¿Por qué tuviste que hacer esto?!
—¡¿Por qué tuve que?! ¡¿Le parece poco lo que hizo el Juez Frollo?!— Aliceth al fin respondió, sabiendo que podía llevarse una reprimenda física, pero la Madre Irene estaba lejos de ello (Pero acercándose con potencia).
—¡Aliceth! ¡El Juez Claude Frollo es el Protector de nuestra Catedral! ¡Tienes que comprender que lo que diga el debemos de seguir! ¡Seguimos lo que el considera pertinente!
—¡¿Pertinente?! ¡¿Le parece pertinente que haya humillado a un grupo de personas que sólo intentaban conseguir alimento sólo porque no entra en su grupo de "pureza" que el mismo se inventó?— Aliceth soltó, más indignada, no pudiendo creer que a esas alturas todavía la Madre Irene se pusiera del lado de Frollo.
—¡Aliceth! ¡Entiende que sólo hacemos lo que Frollo dice!
Aliceth, irritada, miró al Arcediano en señal de búsqueda de apoyo, el cual esperaba su turno para hablar.
—Padre, usted sabe que tengo razón, que lo que hizo Frollo estuvo mal— Aliceth se levantó de la cama y se dirigió al Arcediano, sus manos en los brazos de él, buscando ayuda, pidiéndole que estuviese de su lado.
Pero el Arcediano tenía algo más o menos similar que decirle a Aliceth.
—Hija mía, a mi no me preocupa tanto el hecho que hayas roto las reglas, me preocupa las consecuencias que serás sometida
—¡No me importa, Padre! Usted sabe que el Juez Frollo hizo mal, y le consta
Un nudo en la garganta, su intento de no decepcionarse y sentir que el Arcediano le daba la espalda de igual forma.
El Arcediano cerró sus ojos y respiró, pareciendo prepararse para decir sus palabras, al dejar escapar el aire, el Arcediano continuó:
—María, Debes de comprender que el Juez Frollo por muy poco condena a terribles castigos, y Aliceth, lo que le hiciste podría poner tu vida en riesgo...
Un respingo dentro de Aliceth la hizo dudar, pero a pesar de ello, siguió firme con su posición.
—Sólo... Sólo le dije sus verdades...
El rostro del Arcediano finalmente dejó exteriorizar su preocupación.
—Oh, Aliceth... Tú no sabes de lo que el Juez Frollo es capaz...
Aliceth, apretando sus labios, se dio la vuelta y caminó a su ventana, con sus manos en la cintura.
—Actúa como un maldito Dios Falso...— Aliceth escupió.
—¡Aliceth! ¡Lenguaje! — La Madre Irene increpó a Aliceth apenas soltó esa blasfemia.
—El Papa jamás sería capaz de hacer algo así...— Aliceth giró a ambos —Ustedes lo saben...— Aliceth, volviendo a ver a París, puso las manos en su ventana. Las uñas de sus dedos clavándose en la madera del borde.
Los tres quedaron en silencio, y finalmente, La Madre Irene tuvo que proseguir con su deber como la Madre Abadesa de la Abadía en Notre-Dame.
—Aliceth... Tuviste un terrible comportamiento como novicia allá afuera en el Banquete de la Misericordia que tanto nos esmeramos en organizar, tendré que otorgarte una penitencia
Aliceth giró estupefacta al escuchar eso, sus ojos abiertos, soltando algunas lágrimas de frustración.
—¡¿Cómo?!
—Pasarás dos días de ayuno, rezarás esos dos días para purificar el rencor y la ira de tu alma. Pasando esos dos días, harás trabajos exhaustivos para que tu comportamiento se serené, lavarás la ropa de todas tus Hermanas, ayudarás en cocina, limpiarás la Catedral...
Mientras daba la lista de puniciones, Aliceth quedaba sin habla, atónita, ¡¿Realmente recibiría un escarmiento después de señalar al que estaba equivocado?!
Al terminar la Madre Irene de relatar, Aliceth quedó suspendida, una risa incrédula. En sus labios siendo apretados entre sí, se notaba un esfuerzo sobrehumano por no dejar que las lágrimas salieran de sus ojos a pesar que algunas ya escapaban.
—Lo lamento Aliceth, pero debes disciplinarte. Recuérdalo, juraste obediencia en tu sacramento...
La Madre Irene y el Arcediano observaban a Aliceth, la cual aún suspicaz, sólo asentía. Se podía ver la decepción alrededor de ella, su cuello tensado, su cara roja, las lágrimas traicioneras saliendo de sus ojos.
Sin decir una palabra más, el Arcediano y La Madre Irene salieron de ahí, y al cerrar la puerta, Aliceth pegó unos golpes contra su cama, tomó la almohada y gritó contra esta. En los últimos vestigios, se desencadenó un llanto lleno de impotencia y frustración.
Cada día más se preguntaba si había hecho lo correcto.
Si sus padres hicieron lo correcto de mandarla como novicia.
Se preguntaba a si misma, y se preguntaba a Dios, aunque a veces, Aliceth se preguntaba si realmente Dios la escuchaba.
...
La llegada de Frollo al Palacio de Justicia... Realmente dio de que hablar.
Todos en el Palacio murmuraban la forma en la que el Juez Frollo atravesó los pasillos, ordenando casi a gritos a uno de los guardias que pusieran a Snowball en su establo de inmediato.
Algo debió de haber explotado la furia del Ministro de Justicia para que llegara en un estado tan alterado, incluso algunos decían que Frollo soltaba palabras entre dientes, maldiciones altisonantes. A pesar que podía enfadarse con facilidad, los testigos susurraban que parecía echar chispas en cada paso apresurado.
Ni siquiera atendió a sus obligaciones como ministro en su despacho, simplemente caminó directo a sus aposentos y se encerró en estos, y la verdad, nadie quería preguntarle si le apetecía proseguir con los pendientes de su trabajo. Aseguraron unos guardias que escucharon un fuerte portazo al instante que Frollo cruzó las puertas de su cámara personal.
Dentro de las cuatro paredes que lo protegían del vulgo cizañero, pudo soltar su represión. Frollo caminaba en círculos en la sala, su respiración fogosa, jadeos de odio. Tomaba cualquier cosa que se le atravesara en su camino y la estrellaba contra la pared o al suelo, importándole poco que se partiera en un millón de pedazos. Su birrete no estuvo exento de su arranque, se lo quitó y lo aventó contra algunas estatuillas, dejándolas caer a partirse al piso.
—Insolente, desvergonzada, ¡Maldita mocosa descarada! — Frollo rabiaba entre dientes, golpeando las paredes a su alrededor, y a pesar que la piel de sus nudillos se abría, ni siquiera se percataba del dolor. Cuando ya no había más que destruir en la sala, se dirigió a su habitación.
Por un buen tiempo, quizá horas, la furia lo colmó por completo, y en esas horas, maldecía todo. Maldecía su suerte, su azar, el plan que Dios tuvo para él. Maldecía que María Aliceth Bellarose se cruzara en su destino.
Después de arrebatarse a sus emociones más negativas, Frollo tuvo un momento de inflexión, donde sus emociones se desbordaron y sintió su corazón latir como nunca. Se dejó caer de rodillas en su habitación, golpeándose contra la piedra del suelo, encorvándose contra este hasta que su piel tocara el frío suelo.
Su arrebatada respiración se calmaba de poco a poco, a pesar que le tomó su tiempo. Al levantar su cabeza, notó la bóveda celeste adornar el suelo.
Poniéndose de pie, Frollo caminaba lentamente a la ventana, sin dejar de ver las estrellas, la luna y su luz. Parecía buscar algo, parecía estar a punto de clamar, sus ojos suplicantes.
—María... María...
Nunca creyó que el nombre de María, al que por décadas tuvo devoción, si desde que el catolicismo estuvo presente en su vida, ahora sería el nombre que más odiaría.
—María...— Frollo susurró, y no sabía a quién imploraba, sí a María la Virgen, la Santa que se encomendó desde su inicio de su espiritualidad, o a María Aliceth, la novicia insurrecta que lo tenía embrujado en cuerpo y alma, la novicia que lo confrontó y desafió, sin temor a las represalias, sin temor a los azotes del látigo, sin temor al dolor. Su novicia de fuego.
Al ver las estrellas en el firmamento, Frollo intentó buscar orientación de María la Virgen.
—María...— Frollo intentó iniciar un rezo —... María, dime porque hay una impostora tuya en tu templo. María, dime, ¿Porque al ver a esa impostora, siento mi corazón arder y quemarse, pero jamás se vuelve cenizas? María, ¿Porque esa mujer que osa tomar tu lugar es prepotente, provocadora y rebelde? Es indigna de lo que tú eres, María, ¡Indigna de todo lo que tú eres!...
Frollo no paraba de reclamar al cielo, y giró a la chimenea. Se acercó al fuego, viendo las llamas danzar una canción que sólo ellas podían escuchar.
—Dime porque no la hiciste gitana...— Frollo intentó continuar con su verso — porque no la hiciste impía e ilegítima, dime porque la creaste pura, virtuosa, casta y angelical como tú. María, si la hubieras hecho innoble, hubiese sido suficiente para castigarla y eliminarla de mi destino... ¡Pero no lo hiciste! ¡La hiciste igual que tú! ¡Dime María! ¡Dime porque deseo corromper todo eso en ella!
Frollo cerró sus ojos pero los abrió, sintiendo un terrible temor creciente, dándose cuenta que en su interior, María Aliceth y María la Virgen se han fundido en una sola persona, mitad deidad, mitad humana. Una mitad que tenía su veneración, la otra mitad tenía su repulsión.
Y no podía ya diferenciarlas, ya no podía. María era ya una sola, María era pura y rebelde, María era inocente y culpable, María era ángel y demonio. María Aliceth y María la Virgen ya eran la misma.
—María Aliceth...— Frollo suspiro al ver las llamas, creyendo verla a ella entre ellas —... Eres mi María y mi Lilith a la vez... Tu pureza arde en mí... No sabes el deseo impuro que tengo de someterte a mi voluntad... ¡Y corromperte hasta el final de los tiempos! — Frollo volvió a golpear el borde de su chimenea, y sintió una punzada de dolor. Notó entonces la sangre saliendo de sus nudillos
—María... Mira lo que provocas, ahora estoy sangrando por ti...— Frollo rió con cierta amargura en su pecho —Debes pagar por tus pecados, pero, ¿Qué puedes pagar tú, si no eres más que casta e inocente? Si tan sólo supieras que por ti quemaría toda París...
Vio una vez más las llamas, las llamas del infierno, infierno en el que caería si su pasión por María Aliceth llegara a la obsesión. Las llamas le recordaban su mechón rebelde, y volvió a él su capricho por conocer el resto de su melena.
—Debe ser roja como esas llamas...— Frollo suspiraba —...Roja como la sangre...— Miró sus nudillos, sus heridas frescas, brotando sangre, cayendo las gotas al suelo.
Frollo vio de vuelta a la chimenea, acercó su mano al fuego y dejó que le quemara su herida, para recordarse que esos pensamientos impíos eran pecado. No se debía permitir viles emociones de débiles, él era más que eso, el era recto y puro.
Y nadie, ni siquiera una novicia rebelde sería capaz de arruinar su camino al cielo.
Frollo sacó la mano del fuego, la carne de sus nudillos ahora quemada. Dejó escapar un suspiro pesado y miró al cielo de la ventana, dejando se caer de rodillas.
María Aliceth se volvería su perdición si no hacía nada para detenerlo, pero una parte oculta de él, escondida en el fondo de su corazón, no le importaría enloquecer en el cabello secreto de María Aliceth, no le importaría perderse en sus ojos castaños, no le importaría perder el tiempo y la cabeza, ni le importaría cruzar la línea, con tal de tenerla para él.
—No me culpes, María, no me culpes, Dios...— Frollo intentó rezar una vez más, volviendo a ocultar su rostro en el piso, avergonzándose ante sus deidades de la absurda necesidad que empeoraba por la novicia de Notre-Dame —Señor, sálvame, ella es mi veneno y si no me detienes, me embriagaré de ella por el resto de mi vida...
Su perdición y salvación, esa pasión abrasadora lo hará perder el control de todo lo que conocía de él mismo.
...
