VI: Sembrar la Discordia
El tiempo pasó, semanas, casi un mes para ser exactos desde el incidente del "Banquete de la Misericordia", para ese entonces, las cosas estaban un poco más calmadas entre todos. Todos menos Aliceth, la cual, estaba demasiado ocupada en "sus castigos". Aliceth realmente pasaba días agotadores.
Después de sus dos días de ayuno y rezos sin cesar, Aliceth se levantaba todos los días antes del amanecer, era la primera en darse un baño, aunque fuese frío, se preparaba con el hábito más viejo que tuviera, y salía a prepararse para cumplir su penitencia.
Llegaba la cocina a ayudar con algunos guisos, preparaba el desayuno de todas las novicias, la Madre Abadesa y el Arcediano. Mientras todas desayunaban, Aliceth se dirigía a las habitaciones de cada una de sus Hermanas, a arreglar sus habitaciones. Aunque Aliceth notaba que algunas dejaban demasiado desorden, lo cual le extrañaba un poco, y no quería pensar que estuviesen haciéndolo a propósito.
Al terminar de acomodar todas las habitaciones, Aliceth recogía de cada una las ropas sucias, y se dirigía a los lavaderos. Lavaba pasando la barra de jabón con fervor, encargándose de quitar las manchas. Tronaba su lengua cuando se enteraba que las novicias irían a dar caridad a los desamparados, al ver el borde de las túnicas manchadas de lodo, lo cual era el doble de trabajo, tomando un estropajo y restregándolo con todo en la tela.
Al poner a secar todas las ropas, Aliceth se dirigía a barrer toda la abadía y a limpiar los pisos, terminaba agotada y a veces se quedaba sentado en el suelo para descansar. Pero Aliceth se percataba que pasaban algunas Hermanas con el piso recién fregado. Apretaba su mandíbula para no hacer corajes, suficiente tenía con la penitencia puesta.
Aliceth pensaba a sus adentros que todo era culpa de Frollo y su aberrante actitud, pero podía su mente hundirse al grado de llegar a la confusión, ¿Realmente era necesario pasar por eso? Si no fuera monja, no tuviera que lidiar con regaños y correcciones impuestas por tratar de hacer lo correcto y seguir a sus ideales.
"¿Elegí el camino correcto?" Aliceth pensó con algo de pesar, el trapo sucio entre sus manos, acariciaba la textura húmeda de la tela. Recordó sus días antes de jurar ante la iglesia, una chica despreocupada que le gustaba usar vestidos, la menor de los Bellarose, la niña mimada de sus doce hermanos mayores, la que se atrevía a rechazar a todo pretendiente, creyéndose "demasiado mujer" para todos los hombres que la cortejaban.
—¿No cree que se ha excedido un poco con los correctivos de María? — El Arcediano observaba a Aliceth desde uno de los ventanales, la veía reposar en el suelo, notando la reflexiva pose y semblante.
—En lo absoluto, debe de saber que Aliceth ha cometido ciertas faltas que intenté pasárselas o haciendo penitencias pequeñas, claro, fui comprensiva con ella al principio porque era nueva en esto, pero a estas alturas, no se ha comportado como la Sor que debería de ser— La Madre Irene explicaba al hacer algunas anotaciones en hojas —No es propio siquiera de una señorita virtuosa ponerse a la altura de alguien como el Ministro Frollo
El Arcediano se llevaba una mano a la cara.
—Aliceth tuvo valor al enfrentarse a Frollo después de semejante desdén a los marginados. Dirás lo que quieras de ella, pero su espíritu es noble e inquebrantable
—Si... Pero siendo honestos, Aliceth la mayor parte del tiempo es una jaqueca...
El Arcediano rio un poco, la Madre Irene siempre tuvo fama de ser estricta en la Abadía. Eso era claro, era la líder, tenía que poner un orden. Pero eso no dispensaba de sentir pena por la joven Aliceth.
—No sea tan dura con ella. Levántele el castigo esta noche, al menos no deje que limpie las letrinas
La Madre Irene soltó una pequeña carcajada. Debía de ser la peor parte de su correctivo.
—¿Sabe algo? Tiene razón. Aliceth debió ya de aprender su lección, que debe de comportarse virtuosa, recta y seria
El arcediano sonrió. Al menos logró convencer a la Madre Irene de que Aliceth debió de aprender ya lo suficiente.
Un par de horas después, la Madre Irene se acercó a Aliceth, y le dijo que su correctivo estaba levantado. Aliceth apenas escuchó, se alegró tanto que aplaudió, pero inmediatamente recobró la compostura, no ser tan efusiva y alborozada frente a ella.
—Limpia los suelos de la Catedral antes de la misa nocturna, y después de eso ya podrás retirarte...— Aliceth asintió, haciendo una pequeña reverencia, tomando la mano de la Madre Irene y besando su dorso.
—Gracias Madre, gracias por su benevolencia...— Mostrando gratitud y respeto a su superiora a pesar de todo.
...
Esa noche, Aliceth estaba de rodillas, limpiando los pisos de la Catedral, tarareaba algunas canciones a la vez que el trapo mojado pasaba por el piso, viéndose reflejado en este. Metía el trapo dentro de la cubeta y exprimía el exceso, y proseguía con su mano moviéndola de lado a lado en el piso. Aliceth ahora si estaba agotada, pero después de eso al fin se merecería un verdadero descanso.
De repente, escuchó algunos pasos, Aliceth no levantó su rostro, seguía concentrada en su trabajo, creyéndose que era un feligrese queriendo alimentar su devoción, y ella no le prestó mucha atención.
No fue cuando notó que unas botas oscuras caminaron en el piso recién lavado. Aliceth levantó su mirada, dispuesta a increparle a esa persona porque diablos caminó por donde ella había limpiado.
Un tirón en su ser al darse cuenta que se trataba de Frollo.
—Cristo...— Aliceth bajó la mirada, toda la actitud positiva se disipó, desapareciendo por completo, siendo reemplazada por molestia, y a decir verdad, algo de temor, por el último encuentro, recordando las palabras del Arcediano: "El Juez Frollo por muy poco condena a terribles castigos, y Aliceth, lo que le hiciste podría poner tu vida en riesgo". Aliceth tragó saliva dócilmente.
Frollo en cambio, pretendía hacer un pequeño ejercicio consigo mismo: Cuanto tardaría él en mitigar las emociones que su monja favorita despertaba en él.
Cuando Aliceth notó que Frollo no decía palabra alguna, ella se cruzó de brazos.
—Buenas noches. Así que la desobediente Hermana Aliceth ha de ser castigada para aprender su lugar. Una rebelde sin causa, empeñada en deshonrar su vocación... Debería dar gracias de la paciencia que se tiene con usted— Frollo se agachó un poco, una sonrisa cínica en sus labios — Quizá unos azotes bastarían para recordarle el deber de obediencia y castidad que contrajo...
—...Su majestuosa excelencia, ¿Qué es lo que le trae por aquí esta noche?— Aun agachada, hizo una reverencia, más un fingido tono de voz detonando sarcasmo.
—No es claro de tu incumbencia, Hermana María— Algo dentro de Frollo palpitó al dirigirse a Aliceth por su primer nombre —Asuntos con la Madre Abadesa que no comprenderías— Respondía Frollo con falsa inocencia, pero a iguales cantidades de sarcasmo que Aliceth —Pero al verte limpiar los pisos de esta Catedral de la que soy Protector, para refrescar tu memoria, no pude evitar resistirme a verte de cerca
—Y supongo que tampoco se resistió a caminar justo donde acabé de limpiar
Frollo volvió a dedicarle una sonrisa cínica a Aliceth —Considéralo tu sentencia de mi parte por tu impertinencia en "El Banquete de la Misericordia". Date cuenta del privilegio que te acabo de dar, Hermana Aliceth, fueras otro, hubieses recibido veinte azotes
Aliceth seguía mirando a Frollo, ella aun cruzada de brazos, esperando a que Frollo se fuera. Aliceth se agachó y prosiguió a seguir limpiando. Pero Frollo no se iba de ahí.
—¿No tenía asuntos importantes que atender con la Madre Irene?
—¡Oh claro! ¡Claro que tengo esos asuntos! Pero me es dichoso ver a alguien recibir su merecido— Aliceth le dirigió una mala mirada a Frollo mientras seguía moviendo su mano con el trapo. Pero Frollo pisó el trapo, haciendo que Aliceth se detuviese, se inclinó hacia ella y añadió en voz baja —Debo admitir que verte de rodillas complace enormemente mis ojos
La cara de Aliceth se tiñó de rojo ante sus palabras, de shock, sorpresa, confusión y finalmente enojo —¡Es usted detestable!— exclamó indignada, lanzándole una mirada asesina. Frollo soltó una carcajada, absolutamente encantado con su reacción, era lo que buscaba.
Verla molestarse y sucumbir a la ira era tan delicioso como verla cometer un error. En su mes de ausencia, Frollo extrañaba eso, ver el fuego relucir que ardía en el interior de la Hermana Aliceth. Ella era fuego, y en el fondo, ansiaba el día en que esas llamas lo consumieran por completo.
Pero sin siquiera esperarlo, Aliceth lanzó el trapo sucio a la cara de Frollo —¡No vuelva a hablarme de esa forma! — Grito bastante furiosa ante la falta de respeto del Juez. Frollo quedó paralizado cuando el trapo sucio golpeó su rostro.
Nadie, jamás, se había atrevido a un gesto semejante contra él. Lentamente, se retiró el trapo de la cara, que cayó al suelo con un ruido sordo.
Y entonces soltó una carcajada. La audacia de Aliceth no tenía límites. Esa jovencita era absolutamente deliciosa. Cuanto más lo desafiaba, más deseaba poseer ese espíritu indómito.
Se limpió la cara con la manga de su túnica y miró a Aliceth, sus ojos negros brillando con una mezcla de enojo e infinita diversión —Vaya, vaya. Esto sí es nuevo. ¿Te atreves a lanzarme trapos sucios a la cara, pequeña monja insolente?
Aliceth, teniendo suficiente, se puso se pie, con las manos en las caderas y su rostro rojo —¡Me tiene harta, excelencia! ¡Desde que he llegado aquí usted no ha parado de molestarme! Y le advertiré una cosa: ¡No consentiré otro de sus comentarios indecentes!
Frollo soltó una risita burlona y dio un paso hacia ella. Le fascinaba verla enojada. —¿Y qué harás al respecto, mm? ¿Lanzarme más trapos sucios? — Se inclinó levemente hacia ella, sus rostros apenas a unos centímetros de distancia. —Te lo advierto, Aliceth... Sigue provocándome y descubrirás que soy capaz de mucho más que simples comentarios
Aliceth tragó saliva, pero no apartó la mirada. Esa chispa desafiante seguía ardiendo en sus ojos. Frollo sonrió, satisfecho. Tarde o temprano, ese fuego acabaría por consumirlos a ambos. Y ansiaba el momento en que así fuera.
Se irguió lentamente, sin dejar de mirarla, y se despidió haciendo un gesto con la cabeza
—Enseguida vuelvo...— Frollo soltó sin más, retirándose de la vista de una alterada Aliceth.
...
En la Abadía, La Madre Abadesa continuaba con algunas labores propias de las novicias. Todas se encontraban en una sala especial, en muchos cuencos, mezclaban agua con harina de trigo, sus manos embarrándose de la pegajosa mezcla. Todas se encontraban preparando las hostias para la comunión.
—Recuerden no agregar demasiada agua para que no quede pastosa, ni tampoco demasiada harina para que no quede seca, debe llegar en su punto, y aplanarla muy bien...
La Madre Irene se encargaba de supervisar a cada una de las Hermanas, ver como el talento de ellas se les daba para preparar la eucaristía de cada misa. Algunas Hermanas incluso soltaban pequeños chistes que le arrancaban una carcajada a la Madre Irene, quién ahora se fijaba en las hostias que estaban recién horneadas.
—Perfecto, hijas mías, tengan en cuenta que no hacemos simples obleas, estamos creando el pan de Dios...— La Madre Irene paseaba entre las mesas, y echando un ojo en los hornos.
—Madre...— Una de las Hermanas llegaba a la puerta de la cocina, su rostro detonando inquietud.
—¿Qué es lo que sucede, hija mía?— La Madre Irene se acercó a la monja, preocupándose, el ver a una de sus hijas en ese estado, anticipando algo malo—¿Por qué esa cara?
—El Ministro Frollo ha llegado...
De repente, la alegría y relajación del ambiente se esfumó, cual agua evaporándose. Las novicias, apenas escucharon eso, se vieron entre sí, los pequeños chistes fueron reemplazados por murmureos, sus hombros se volvieron rígidos y algunas fijaron sus miradas en las masas de pan, y otras se encargaron de dar un paso con un trapo donde hubiese indicios de suciedad, para no recibir comentarios "Oportunos" del Protector de la Catedral.
—Ya tengo miedo...— Susurró alguna de ellas, diciéndolo lo más bajo posible, temiendo que el Juez tuviese oídos de Búho.
La Madre Irene, consiente del abrupto cambio de la vibra del entorno, se serenó y levantó su mirada.
—Iré a donde esta él...
—Es que...— La Monja inclinó su rostro hacía ella —...Esta aquí
La Madre Irene, tensándose igual que sus Hijas, o peor, procesó lo dicho y asintió.
—Bien, puedes irte hija, yo me encargaré de hablar con el...— Ambas mujeres salieron y la Madre Irene vio ahí de pie a Frollo, este con sus manos por delante, entrelazando sus dedos entre sí, y una mirada de paciencia y relajada, cosa que le sorprendía a la Madre Irene, pero si así se encontraba después del incidente del Banquete de la Misericordia, que mejor.
—Juez Frollo, buenas noches— La Madre Irene hizo reverencia ante el Juez —No esperábamos su visita...— Una verdad a medias. Frollo dejó mostrar sus dientes en esa siniestra sonrisa.
—Lamento mi gran ausencia, no fue mi intención haberme faltado tanto— Frollo dijo, adentrándose a la sala, el resto de las novicias se tensaron, incluso las manos de algunas temblaron con la presencia del Ministro de Justicia.
—No se debe de preocupar por ello. Usted sabe que siempre será bienvenido aquí— Iba la Madre Irene detrás de Frollo, mientras este, en un caminar arrogante, inspeccionaba el trabajo de cada una de las monjas, llegando a ser quisquilloso. Se paraba a veces detrás de ellas, para verlas trabajar, y ellas intentaban hacer lo mejor posible.
—Lo sé, por eso me tomé el tiempo de volver a Notre-Dame— Frollo dijo cruzándose de brazos —Además, tuve que ocuparme de otros asuntos...— Miró a la Madre Irene —Usted ya lo sabe: Los estafadores de los gitanos, la escoria de la humanidad que merece ser erradicada— Frollo señalaba con uno de sus dedos, elevando el tono de voz —Espero que en mi ausencia no se les haya ocurrido dar asilo a alguno de esos... Impíos...
—Por supuesto que no, su excelencia— Dijo la Madre Irene, casi adelantándose, la zozobra en sus palabras —Hemos seguido sus ordenes al pie de la letra
—Perfecto, con eso me es suficiente— Dijo Frollo, la misma sonrisa cínica en su rostro —Querida Hermana, parece que le faltó limpiar ahí— Una de las monjas se asustó al recibir la observación de Frollo y limpió rápidamente, temiendo recibir una reprimenda de él —Pero por favor, no se apresure, sólo es algo que se pueda enmendar en un instante sin mucha complicación. Al final de cuentas, usted es una buena novicia, digna y ejemplar. La mayoría de ustedes lo son, virtuosas, exigentes consigo mismas para mejorar y enorgullecer al mismísimo Dios— Frollo elevó su voz, todas las monjas escucharon el "cumplido", algo que les extrañaba de le, dada su muy conocida naturaleza —... Es una lástima que no todas sus novicias pueden llegar a ser un orgullo, ¿No es así?
La Madre Irene tuvo que aguantar la indirecta, y el resto de las novicias supo de que quién se trataba.
—...Ya nos encargamos de esa situación también, su señoría— La Madre Irene se encogió de vergüenza —No debe de preocuparse por eso
—No, claro que debo preocuparme, ¿Acaso no fue ella quién arruinó el Banquete de la Misericordia que todas aquí esperaron y prepararon con esmero?
Al decirlo, se abrió de brazos, dirigiéndose al resto de las novicias. Se miraron entre sí, y algunas parecían querer asentir a las palabras de Frollo. La Madre Irene se percató de lo que intentaba hacer Frollo, y actuó rápidamente.
—Debe de recordar que fue culpa del grupo de gitanos que no tenía el... Derecho de ser parte del banquete, como usted lo dijo— La Madre Irene intercedía por Aliceth —Pero que bueno que ha vuelto, hay muchos pendientes de los cuales debemos de aclarar, pendientes sobre la Catedral y la Abadía, ¿Me acompañaría?
—Por supuesto— Frollo se volvió a las hermanas —Pasen una placentera noche. Buenas noches, hermanas
—Buenas noches, su excelencia— Todas las novicias hicieron reverencia y esperaron a que la Madre Irene y El Juez Frollo salieran. Frollo salió serio, pero con satisfacción, al menos logró plantar una pequeña semilla que esperara su germinación pronto, semilla plantada en cada una de las novicias que era hiedra venenosa, y esperara que fuera una hiedra mefítica.
Una vez lejos del resto de las novicias, La Madre Irene y Frollo caminaban por los pasillos de la abadía, ahora refiriéndose a temas propios entre ambos.
—La Catedral ha recibido los diezmos como se corresponde, no hemos tenido problema alguno durante estas semanas, si acaso, tal vez una baja audiencia durante la misa nocturna
—No les culpo, Madre Irene, los ladrones han elegido la noche como su horario favorito para hurtar al prójimo, casto de practicas inmorales— Frollo mencionaba a la Madre Irene —Se ha visto un gran número de delincuentes pasar por el palacio de justicia, no me sorprende, pues los romaníes están torciendo la fe de los hombres buenos. Mis hombres tienen que lidiar con esto cada noche...
—Ya veo...— La Madre Abadesa escuchaba con atención a Frollo —...Pero, su excelencia, me parece que no todos los gitanos son...
—¿Qué? ¿Qué quiere decir con ello? — La Madre Irene no alcanzó a morderse la lengua antes de continuar, Frollo quería esperar a escuchar la "explicación" de la Madre Irene —Prosiga Madre, prosiga con lo que tenga que decir— La voz de Frollo, a pesar de ser serena, era demandante por igual.
La Madre Irene no sabía en donde meterse, pero no le quedaba más que decir la verdad.
—...Recientemente en el Hospicio de la Abadía, llegó a ese lugar una joven muchachita y su madre. La chiquilla estaba embarazada, y estaba por dar a luz. Algunas de mis Hijas ayudaron a que pudiera tener al bebé. Estaba teniendo complicaciones, y estaba temerosas de pedirnos ayuda— La Madre Irene relataba —... La muchacha pudo tener a su bebé sin problema alguno...
—¿Y? ¿A que viene con lo que le estoy pidiendo?
—...La madre, la mujer y el bebé eran gitanos. Nos pidieron ayuda y no podíamos negársela, ¡La muchachita pudo haber muerto!
—Precisamente ese era el plan de Dios, quizá el destino era que esa pecadora y su criatura murieran como debían de ¡Y ustedes interfirieron! Ahora piense bien las consecuencias que pudo haber tenido ¡¿Qué tal si era una farsa y la abuela del bastardito pudo haber robado los bienes de la Catedral?!
—¿Qué? — La Madre Irene dijo incredula.
—Debe de tener cuidado a quién recibe en la casa de Dios, Madre. Pudieron haber sido engañadas bajo falsa vulnerabilidad y debilidad, ¡Pudieron haber sido asaltadas después con hombres de su clase!— Frollo dijo "alarmado", pero parecía estar más molesto porque sus órdenes fueron quebrantadas.
—Su señoría, debe de entender que—
—¡Ustedes deben de entender el grave peligro en que estuvieron! A partir de mañana, enviaré a dos de mis hombres al hospicio de Notre-Dame a vigilar la entrada. No cualquiera puede entrar a nuestro lugar, sobre todo los gitanos... Espero entienda mis razones, Madre Irene, sería una lastima que no fuese así...
La Madre Irene, sabiéndose de la actitud y prejuicios de Frollo, además de lo extremista que podía llegar a ser, sólo le quedó cerrar sus ojos y asentir.
—Lo comprendo...
—¡Bien!— Sin decir más, Frollo se dio la vuelta y se dirigió a la salida del pasillo —Espero entienda que todo esto lo hago por protección a ustedes y a Notre-Dame...— Y sin decir más, Frollo salió de la escena.
La Madre Abadesa se llevó una mano a su frente, sus cejas encorvadas, ¿Por qué hombres irracionales como Frollo estaban en el poder?
...
Frollo salió de la sacristía, aun indignado por su conversación con la Madre Abadesa, no podía permitir que seres impuros entraran a la Catedral.
Su concentración se disipó al ver al fondo a su principal razón por la que asistió ese día en especial a Notre-Dame: María Aliceth, mirando fijamente una estatua de su homónima, la Virgen María. Parecía verla rezar, aunque lo hacía en silencio.
Frollo esbozo una sonrisa al ver a Aliceth, parecía el tiempo suspenderse cuando se daba el pequeño lujo de observar a Aliceth, sus manos juntadas, su rostro elevado, sus pequeños labios murmurando oraciones y rezos, y ese mechón rebelde del cabello del que tanto ansiaba descubrir.
Frollo cerró sus ojos, su imaginación dibujó a Aliceth sin su hábito, deseaba tanto a veces llegar y arrancárselo, sólo para descubrir su melena roja.
Esa muchacha lo descontrolaba sin siquiera tocarle.
—¡Frollo!— El llamado del juez hizo que se desconcentrara de Aliceth, la cual volteó hacía atrás al escuchar el grito del Arcediano —Frollo, tenemos que hablar seriamente...
—Ah, Arcediano...— Frollo se dirigió al Arcediano, el cual, no se veía nada feliz —...Hacía tiempo que no cruzábamos camino. No se preocupe, he hablado con la Madre Irene, mis responsabilidades en la Catedral siguen en pie
—Precisamente de eso te quería hablar...— Dijo el Arcediano, bastante molesto —Tienes muchas responsabilidades en esta Catedral, y te recuerdo a la más importante de todas...— El Arcediano se acercó lo suficiente para que nadie en la Catedral, ni siquiera Aliceth escuchara —...No has visitado a Quasimodo estos días...
De repente, la molestia se apoderó de Frollo, una mueca de desagrado apenas mencionó el nombre del que era su cruz, aquella carga que tenía que acarrear después de cometer tremendo crimen a los ojos de Dios hace poco más de 12 años.
—Mañana hablaré con el por la mañana— Dijo Frollo y se dio la vuelta, ignorando al Arcediano.
—¡Frollo! ¡Tienes que cumplir con todos tus deberes!— Frollo molesto, trataba de alejarse de ahí —¡No puedes abandonarle así como así!
—¡Ya le dije que me encargaré mañana!— Dijo Frollo volviéndose al Arcediano, bastante irritado, y al girar para regresar a la salida, sin querer se topó con Aliceth, quién quería escabullirse para no volver a encontrarse a Frollo.
—¡Tú, quítate de mi camino, niña tonta!— Frollo tomó del brazo a Aliceth y bruscamente la apartó, sin medir su fuerza. Frollo sin miramientos, continuó caminado hasta escuchar un par de golpes secos más un jadeo de sorpresa y dolor. Al girar, vio a Aliceth cayéndose de una de las bancas a donde fue a chocar, terminando en el suelo.
Aliceth no tenía otra expresión más que de impacto, sus ojos tan abiertos como su boca, sin respirar. Frollo notó en los ojos castaños de Aliceth la formación de pequeñas lágrimas.
Dejándose ver indefensa, Aliceth recobró pronto su forma de ser, su ceño se frunció y apretó sus labios, levantándose torpemente del suelo, y a pesar que Frollo intentó vagamente ofrecerse su ayuda, Aliceth no se lo permitió, caminó sin mirar atrás, regresando a la Sacristía.
El Arcediano juró que, después de aquel suceso años atrás con un Quasimodo bebé recién orfandad, vio por segunda vez una expresión de preocupación en Frollo, de ver como María Aliceth se alejaba enojada de él.
Frollo, que no sabía que hacer, miró a todos lados, culpó al Arcediano en secreto, se volvió a la salida y se fue de ahí. Rápidamente se montó en Snowball y cabalgó de vuelta al Palacio de Justicia.
Mientras que el frío de la noche pegaba en su cara al cabalgar, Frollo no paraba de pensar en la expresión de Aliceth al verse caída en el suelo. Una extraña sensación en su pecho, algo parecido al arrepentimiento. Frollo intentaba no concentrarse en esas extrañas emociones, pero no lograba comprender porque le mortificaba saber si Aliceth estaba enojada con él.
...
Aliceth corrió tan pronto se levantó del suelo de la catedral. Entró rápido a la abadía y se encerró en su habitación, sus manos contra la madera áspera de su puerta, sus dedos temblando, al igual que sus labios, y algunas lágrimas corriendo por sus mejillas. Ella estaba harta, hartísima de siempre ser avergonzada, humillada y rebajada por el Ministro de Justicia de París. Claude Frollo, jamás había aborrecido tanto un nombre en su vida como el de aquel hombre.
No sabía si la daga encajó en su corazón o en su orgullo, pero ambos estaban dolidos, y el dolor abarcaba hasta lo más profundo de su alma. Resentida, Aliceth no comprendía porque nadie cuestionaba las ordenes de alguien tan ruin y maldito como Frollo, que Dios la perdonase, pero Frollo era eso, un maldito.
Cada encuentro era plagado de burlas, escarnios, desprecios. Siempre a ella, buscando la manera de meterle el pie para hacerla caer.
Aliceth caminaba de lado a lado por la habitación, se suponía que era el final de su correctivo, que llegaría a su cama a dormir, a descansar después de trabajar del amanecer al anochecer, ahora, su alma perturbada no la dejaría dormir ¡¿Por qué ahora todo eso estaba arruinado?!
¿Por qué la crueldad sobre ella cada vez que sus caminos se cruzaban?
Aliceth se dejó caer de rodillas frente a su cama, ahogando sus rugidos contra el colchón, sus dedos tomando fuerte las sabanas blancas, su cuerpo sacudiéndose. De repente, la sensación que la atormentaba a veces antes de dormir después de sus rezos nocturnos, ¿Estaba en el lugar indicado? ¿Ella debería de estar ahí?
María elevó su rostro al cielo, buscando orientación de Dios, aunque pareciese que jamás la escuchaba.
—Oye...Oye Dios...— Juntó sus manos y entrelazó sus dedos, poniendo su rostro entre ambos, sus labios tocando su propia piel —...Por favor Dios, ayúdame, ayúdame... Dios, se que no he sido la mejor hija que has tenido...— Aliceth lloraba apenas recordaba sus errores pasados —...Y cada vez me la estas poniendo más difícil, Dios... Se que he hecho cosas que no debería, como haber arruinado el Banquete de la Misericordia o retar a Frollo cada vez que lo vea...— Aliceth rezaba eso con pesar, sabiendo que esa era una guerra perdida —Pero por favor Dios, ¿Cuánto tiempo puedo quedarme en este lugar donde no me siento libre? Ayúdame Señor... Tu sabes que estoy cansada, que lo estoy intentando... Tu sabes que lo estoy intentando, aunque siempre fallo... Lo estoy intentando...
Agotada y entre lágrimas y rezos silenciosos, Aliceth se quedó dormida, de rodillas frente a su cama, con el habito sucio y su cuerpo sudado. Su espíritu era frágil como su certeza de continuar en la vida monástica.
...
