VII: Rumores

Sueños extraños, aire fresco, el cauce de un rio tranquilo atravesando un pintoresco pueblo. Una niña corriendo por las calles empedradas de dicho pueblo, junto con 12 niños y muchachos corriendo detrás de ella.

—¡Corran! ¡Corran! ¡La princesa se ha escapado del castillo!

La niña gritaba en un chillido de emoción y alegría, mientras intentaba correr aún más rápido, pronto, el mayor y más alto de todos los chicos se atravesó entre sus hermanos, y en dos zancas, logró "capturar la princesa", que era su única hermana —¡La tengo! ¡La tengo!

—¡Ah!— La niña gritaba de más emoción al sentirse "aprisionada", siendo levantada en los brazos del mayor de sus hermanos —¡Simon! ¡Simon!

—¡Simon la atrapó, la atrapó!— El resto de los chicos gritaban y vitoreaban alrededor, mientras una alegre Aliceth se reía entre sus hermanos. Todos pararon cuando recibieron un regaño de su madre, Agustine Bellarose, ordenándoles que entraran a casa porque hacían un enorme escandalo allá afuera.

La luz del sol se tornó algo intensa, y Aliceth abrió sus ojos un poquito. Un aire de nostalgia golpeando su rostro. No queriendo abrir sus ojos, Aliceth se acomodó un poco mejor para regresar al mundo de las memorias y sueños.

En ese lugar era verdaderamente feliz y libre.

—¿Aliceth? ¿Aliceth?— Escuchó una voz —Aliceth... ¿Estas despierta?

Aliceth abrió de golpe sus ojos y vio a su alrededor, ya era de día, y se mortificó al ver al sol en un punto muy alto.

Del otro lado de la puerta, una de sus Hermanas Monjas esperaba —La Madre Irene pregunta que porque no te has present...

—¡Madeline!— Aliceth abrió de golpe la puerta, con un habito limpio entre sus brazos —¡Buenos días Hermana! ¡Que gusto verte! ¡Y-Yo debo de ir a tomarme un baño antes de empezar el día!

—¿Empezar? Si ya son las 10 de la mañana...

—¡...Recé mucho durante la noche! ¡En un momento me presento, no tardo nada!

Y sin esperar respuesta de la Hermana Madeline, Aliceth corrió hasta el baño común. Cerrando la puerta, Aliceth se quitaba el viejo habito lo más pronto posible. Al meterse a la tina de madera, se daba cuenta que estaba ya fría, pero importaba poco, no quería oler para nada. Se pasaba la barra de jabón por todo su cuerpo, que ni bien se bañó.

Después de secarse, Aliceth tomó su habito nuevo, y apresurada, tiró el habito sucio en el cesto común de ropa sucia y corrió a presentarse con el resto de las novicias.

No muy lejos de ahí, la Madre Irene estaba pasando lista mientras estaba con el resto de las novicias en uno de los jardines del convento, todas estaban reunidas, esperando las actividades que les tocaba ese día en especial.

—Madeline... Joanna... Beatriz...Carmen ... Clarice... María Ali...— La Madre Irene elevó su cabeza para ver si se encontraba su novicia menos favorita. Intentó no hacer una mueca de disgusto al regresar su vista en el pergamino —Bien... Edith... Malen—

El grupo de jóvenes monjas escucharon unos zapatos chocar con la cerámica del piso, y entre los pasillos veían a la Joven Aliceth correr apurada.

—¡He llegado! ¡He llegado!— Apresurándose, Aliceth se ponía en filas con el resto de las jóvenes monjas —Buen día a todas, Hermanas— Se acomodaba entre ellas, cubriendo sus mechones rojos en su habito, mal puesto por cierto, alisando la falda de su túnica —Espero todas hayan descansado bien...

—Ay Aliceth, no comprendes aun que entre una de las virtudes de una novicia es ser puntual...— Decía La Madre Irene levantando una ceja, regresando al pergamino —San Pedro no se va a compadecer de ti si llegas tarde

Un par de risitas nerviosas de parte de Aliceth, encogiéndose de hombros, pero no muchas compartieron sus risas. Aliceth no comprendía que sucedía.

—Bueno, Aliceth... Malena y Josephine. Todas ustedes, Hijas mías, les toca ser el grupo de Visitadoras a los Desamparados. Recuerden tomar los canastos, ahí está la ropa que hemos confeccionado más algo de comida. Recuerden regresar a mas tardar a las cinco con quince, tenemos que hacer los rezos y lecturas pendientes...

Las ocho monjas asintieron a la Madre Abadesa, tomaron los cestos y se prepararon para salir, no sin antes recibir la bendición de su superiora. Bendijo a cada una de sus Hijas antes de que salieran.

—María...— Aliceth fue la ultima en salir. Ella se encogió, esperando que no hubiese algún regaño de algo que no recordaría que hizo. Aliceth se hizo pequeña como criatura.

Pero sin nada más, la Madre Irene acomodó unos mechones rebeldes del cabello de Aliceth dentro del habito, y lo acomodó, pues estaba desordenado.

—Muchas gracias, Madre— Aliceth hizo una reverencia, finalmente, recibiendo la bendición de la Madre Irene.

Una vez fuera, el grupo de novicias hacía su deber, ayudando a los desamparados con ropas confeccionadas por las mismas novicias.

—Tenga...— Aliceth le entregaba un juego de ropa a un vagabundo, junto con pan —Necesita vestirse bien, pronto vendrán las lluvias y necesitará protección

—Muchas gracias, Hermana— El Vagabundo decía bastante alegre al recibir su ropaje y su trozo de pan. Aliceth sonrió alegre de ver como por poco la gente podía ser feliz.

Aliceth se percató de la soledad a su alrededor, notó que el grupo de novicias se alejaba. Se despidió del hombre sin hogar y apresuró el paso para llegar a donde estaban ellas. Sólo necesitaba doblar una esquina para llegar con ellas, pero apenas iba a darla, escuchó una conversación entre ellas. Algo que parecían querer ocultar.
—¿Notas que apenas podemos tener un poco de seriedad en París después del "Banquete de la Misericordia"?— Una de las hermanas empezaba con la plática que se esforzaban en mantener en secreto —¿Se han dado cuenta la forma en la que la gente nos ve?

—Lo sé...— Cuchicheaban entre sí, algo impropio de su devota profesión encaminada a Dios—...Que vergüenza nos hizo pasar Aliceth, más con ese afán de defender a los gitanos...— Ellas creían que hablaban bajo, algunos parisinos pasando cerca del grupo de las monjas, creyendo que hablaban tal vez versos de la biblia o de a cuantas personas habían ayudado ese día.

—¿No tiene idea del problema que se mete? ¡¿Acaso vieron cómo le planteó pelea al Juez Frollo?! Debe dar gracias a Dios que el Juez Frollo decidiera no ejecutarla o encarcelarla— Otra de sus Hermanas decía bastante indignada, llevándose incluso una mano a su pecho —¿Dónde queda la gloria del convento?

—Por favor, ¡¿Dónde queda la reputación de ella?! Aunque tienes razón, si a ella no le importa, ¿Por qué a nosotros debería de importarnos?

Todas las novicias rieron, y Aliceth, aun oculta sintió un respigo en su corazón. Las palabras de sus Hermanas ardían cual serpiente mordiendo e inyectando su veneno en lo más profundo de su corazón.

Aliceth dio un par de pasos atrás y se alejó del grupo. No iba a ocurrir nada malo si no la buscaban. Era lo mejor para ellas, que Aliceth no estuviese ni un segundo al lado de ellas.

Paseando por las calles de París, alejándose de Notre-Dame, Aliceth giraba, notando la lejanía de su Catedral, sus zapatos de vez en cuando pegando a alguna piedra, terminando de dar todo el pan y vestimentas a cualquiera que lo necesitase.

Aliceth terminó sentándose en una fuente cercana a una pequeña plaza, Aliceth miraba a las personas caminar, todas y cada una de ellas en sus propios asuntos, siendo libres de la extraña prisión en la que ella estaba. Aliceth se puso de pie y caminó un poco más rápido. Tuvo el impulso de bailar por la calle, un baile tonto, algo para sacar lo inquietante dentro de ella, distraerse de los inoportunos pensamientos y liberar su espíritu un poco. ¿Qué más daba? Su reputación ahora no era la mejor, ¿Qué era lo que podía hacer?

Para sorpresa de Aliceth, escuchó música cerca de ella, e intrigada, se acercó al origen: Gitanos bailando en una esquina, intentando ganarse la vida. Aliceth se quedó viéndolos, fascinada por la música exótica, los bailes bohemios, la alegría en cada paso de su espíritu.

Una sonrisa triste en el rostro de Aliceth. Ellos, los gitanos, parecían ser los más libres de París, y por eso existía la necesidad de quitársela. Aliceth los comprendía, porque a ella le sucedió algo similar.

De repente, uno de ellos, un gitano joven, miraba fijamente a Aliceth y detuvo la música.

—¡Oh! ¡Esperen! ¡Muchachos miren!— El gitano se acercó a Aliceth, y ella por un segundo temió hasta que habló: —¡Es la monja que nos defendió en el Banquete!

Aliceth parpadeó, era cierto, ¡Eran los mismos gitanos! Aunque a pesar de sentir una alegría momentánea, sintió la vergüenza caer sobre sus hombros. Un alivio y una preocupación a la vez, alivio de que estuviesen todos ellos a salvo, preocupación de que la recordaran por aquel "incidente" que, para muchos dentro de la Abadía, arruinó todo.

—Me alegra que estén bien, temí que tomaran represalias contra ustedes...— Dijo Aliceth acercándose al grupo de gitanos, observando sus rostros, y una tímida sonrisa en ellos —Pero, ¿Cómo saben que soy yo quienes los defendió?

—Nos ocultamos un poco al escuchar que enfrentaste al Juez Frollo— Dijo bastante extasiado —¡Estamos agradecidos con usted!— El gitano tomó las manos de Aliceth —Siempre solemos ser perseguidos por quienes somos, pero sólo seguimos nuestro espíritu y ser...

—Oh no es nada... Es sólo que...— Aliceth se encogió de hombros, bastante apenada, pero al menos una parte de ella sentía como si al fin alguien reconociese su acción —...Hice lo que debía de hacer... Tampoco entiendo su persecución— Aliceth dijo en tono sincero —Desearía que los dejarán en paz por al menos un día

—Oh, Hermana, deseamos lo mismo— Dijeron los gitanos entre risas. Aliceth intentó reír pero no pudo, la verdad eso era demasiado triste. Aliceth no podía imaginarse lo que era ser perseguida sólo por algo que no podía cambiarse.

Sentía bastante deleite saber que los gitanos a los que había defendido ahora se encontraban libre, más no a salvo aún, no lo estarían mientras estuviesen en París, y a ellos mismos les constaban el porqué. Aliceth reflexionó que al menos ellos podían tomar sus cosas y seguir vagando por el mundo, con la libertad que se les fue regalada desde que nacieron.

A lo lejos, escucharon los galopes de unos cascos, Aliceth giró y se percató que eran guardias patrullando, Aliceth se volvió a los gitanos angustiada, no podía perdonarse que su defensa en el "Banquete de la Misericordia" hubiese sido en vano.

—Deben de irse...— Su consternación se elevó —Si los encuentran, los enviarán al Palacio de Justicia...

—¡Vamos!— Los gitanos empezaron a correr, buscando una esquina o callejón donde esconderse. Los guardias parecieron divisar algo, pero no dieron con nada. El grupo de gitanos ahora estaba dentro de un callejón, rezando de no ser encontrados por los hombres de Frollo.

De repente, el grupo noto que estaban demasiados apretados, y cual fue su sorpresa: ¡Aliceth se ocultó con ellos!

—¿Hermana?— Dijo uno de ellos —¿Por qué nos has seguido?

—¿Huh?— Soltó Aliceth, y parpadeó al darse cuenta que había huido junto con ellos, como si fuese parte de su estirpe. —N-No sé porque...

—¡Shhh! ¡Ahí vienen!

El pequeño grupo se quedó quieto y tan callado al escuchar las herraduras golpear el empedrado de la calle. Estuvieron así al menos diez minutos, asegurarse de que los guardias no tuvieran ni idea de que estuvieran ahí.

Pasado el peligro, el grupo de gitanos y Aliceth salieron, pero antes, se detuvieron a hacer una pequeña pregunta:

—¿Por qué te escondiste con nosotros? Tu eres novicia, tu eres algo como "intocable" ¿No?

Aliceth al escuchar eso intentó reprimir una risa triste, bajó su mirada y mordió sus labios.

—No lo sé... Parece que también quiero huir de algo...

Tomándose un brazo, Aliceth no tenía ni idea que ocurría con ella, ¿Huir? ¿Escapar? ¿Escapar de que cosa? ¿Huir de qué? ¿O de quién?

—¿Y de qué es lo que quieres huir?

—...De todo...— Aliceth suspiró, siendo honesta hasta consigo misma, sorprendiéndose. Los gitanos se miraron entre sí, y entonces, uno de ellos se dirigió a ella.

—¿Por qué no vienes con nosotros?

—¿A dónde?

—¡A nuestro campamento temporal! Nosotros no somos de aquí, estamos buscando el sitio donde los gitanos de la ciudad se reúnen, pero, ¿Por qué no? Podrías venir con nosotros un poco

Otro de los gitanos golpeó el hombro del que hacía la propuesta.

—¡¿Estas loco?! Ella puede delatarnos

—¿Delatarnos? Se enfrentó al mismísimo Claude Frollo por nosotros. No creo que seas esa clase de personas...

Aliceth se sonrojó apenas escuchó eso y negó con la cabeza.

—¡N-N-No claro que no! No soy una solapadora, lo juro...— Aliceth puso la mano en su corazón —Pero si mi presencia en el lugar los pone en peligro, no se arriesguen por mí, por favor...— Aliceth insistió —No me perdonaría que su salvación de Frollo fuese en vano...

En verdad, Aliceth veía a los gitanos, y a pesar de que eran considerados un error entre las calles de la ciudad, una parte de ella anhelaba como nunca tener esa libertad, esa independencia, una vida fuera del convento, todo lo que los gitanos simbolizaban. Aliceth imaginaba como debía de tener una existencia bohemia como la de los gitanos.

Sintió Aliceth que tomaban su mano, uno de ellos sonriéndole.

—Aunque sea por este día ven con nosotros, te prometemos que nadie saldrá herido de esto...

E inmediatamente, alguien puso un harapo sobre su hábito. Aliceth se cubrió con este, haciéndolo capucha. Antes de salir del callejón, Aliceth vio el cesto vacío en su mano derecha, ya había repartido todas las ayudas de ese día. Quizá alguien más necesitaría de ese cesto y le daría mejor uso que ella.

Dejándolo en la entrada del callejón, a la vista de la gente para que pudiera ser tomado por alguien más, Aliceth corrió junto con los gitanos, ocultándose entre la gente para no ser reconocida.

Por las direcciones y los rumbos que tomaban, Aliceth se daba cuenta que se dirigían a la salida de la ciudad, y aunque a Aliceth le daba un poco de miedo llegar a tal destino, se dejaba guiar por la compañía de sus nuevos amigos romaníes.

Pronto, llegaron a un pequeño lugar oculto entre arboles del bosque, el pequeño campamento al que los gitanos se referían: Había carromatos engalanados los cuales muchos de esos vivían algunos gitanos, mientras que otros tenían tiendas de campaña y toldos improvisados. Dentro de estas, gitanos descansando en sus confortables almohadones, fumando en largas pipas, degustando de semillas, o simplemente durmiendo después de un largo día de pedir limosnas en la calle para comer el pan de cada día. Por otro lado, un grupo de gitanos bailaban alrededor de una gran hoguera al ritmo de panderetas, tambores y pequeñas trompetas. Pequeñines romaníes corrían y jugaban por todo el lugar, despreocupados, disfrutando su niñez a todo dar. Las mujeres usaban faldas largas, pero nada que ver con las de su habito, las de ellas eran más ligeras y vividas, sus blusas con colores brillantes, sus cabellos decorados en trenzas con cuentas, tiaras, mascadas y pañuelos, más el maquillaje sobre sus ojos, labios y mejillas, y sin contar la joyería sobre su cuello, muñecas, orejas o dedos.

Aliceth quedó un poco fascinada al conocer esta pequeña parte de la vida de los gitanos, le era increíble.

—Amigos, quiero que conozcan a esta bella novicia. Ella es la monja que nos defendió del malvado Juez Frollo...

Algunos gitanos inmediatamente se ponían de pie y la saludaban. Otros veían con recelo, temiendo que Aliceth fuese alguna espía, pero pasando los minutos, parecía que Aliceth era todo lo contrario a como eran algunos de los creyentes de su religión.

Aliceth sentía unas pequeñas manitas jalando su habito, notaba que algunos de los niños estaban interesados en conocer aquella singular visitante.

—Hola pequeños...— Aliceth se puso de rodillas para estar a la altura de los niños, todos miraban y sonreían, pequeñas risas tímidas y alegres. Aliceth les correspondía cada una de esas risas —... Son los niños más bonitos que he visto— Aliceth tomaba con dos dedos las mejillas de un niño gitano en un gesto cariñoso.

Los niños tomaron las manos de Aliceth y la jalaron, Aliceth los siguió, bastante curiosa. Al llegar a donde ellos querían, los niños querían que Aliceth jugara con ellos a las "escondidas". A Aliceth le pareció tan tierno que ellos deseasen jugar con ella, que aceptó la propuesta.

Gran parte de la tarde, Aliceth se la pasó entre los gitanos, conociendo y descubriendo quienes eran y como eran. Aliceth llegaba a jugar con los niños a las escondidillas en una parte del bosque cercana al campamento, Aliceth la encargada de descubrir en donde se escondían los pequeñuelos. También tuvo el placer de degustar un platillo gitano, el cual era bastante condimentado y provocó un poco de irritación en su garganta, tosiendo, llevándose la risa de algunos gitanos por su reacción única, aunque Aliceth juró después que era una de las comidas más sabrosas que había probado en su vida.

Aliceth llegó a platicar con algunas gitanas, conversando entre ellas, Aliceth les contaba sobre su vida en el convento y a todo lo que se dedicaban hacer

—Al menos tienes un techo, comida y cama aseguradas— Comentaba una de las gitanas después de escuchar el relato de Aliceth —Pero veo que no te hace feliz esa vida

Aliceth negó con la cabeza un poco apenada —Extraño un poco lo que era antes del convento, pero no puedo decepcionar a mis padres...

—Es muy noble que lo hagas por ellos, pero recuerda que su vida no es la misma que la tuya... Aunque te comprendemos, nosotros los gitanos no podemos vivir entre murallas...

De repente, una de ellas fruncia el ceño, pareciendo recordar algo. Aliceth y el resto la vieron, y ella finalmente soltó lo que tenía en mente:

—¿Por qué no vamos con Jayah? Ella podría ayudarla...

Algunas gitanas se miraron entre sí algo temerosas, y Aliceth temía un poco, ¿A que se referían y porque de repente se sintió un extraño aura de desconfianza?

—No creo que sea la mejor idea, Jayah es muy recelosa con la gente que trata, incluso entre nosotros, y ella... Bueno, no forma parte de nosotros, podría incluso echarla... Además, recuerda que es católica, y si se llegasen a enterar de lo que hizo...

—¡Pero ella es un caso diferente! ¡Y podría Jayah darle la orientación que necesite! Primero hablaría con ella para explicarle la situación... Y no creo que haya problemas siendo ella católica— Las gitanas no estaban muy seguras de lo que su amistad decía, y Aliceth miraba más eso, llegandose a preocupar —¡Ven!— La gitana tomó a Aliceth y la levantó de la alfombra donde ella estaba sentada —¡Algo en mi me dice que le caerás bien a Jayah!

El resto la siguió, Aliceth caminaba entre las carpas, aún no segura a donde la llevaban.

—¿Q-Quién es Jayah?— Intentó preguntar Aliceth, y la gitana que tuvo la iniciativa respondió su duda.

—¡Jayah es la mujer más longeva de nosotros! Es una mujer llena de sabiduría y consejos. Además, es una bruja muy perspicaz, todo lo que ella te dice es verdad, todos sus encantamientos y trabajos funcionan, y siempre acierta en todo lo que dice...

Apenas dijeron la palabra "Bruja", Aliceth se tensó al grado de detenerse. El miedo se apoderó de ella, ¿La llevarían con una bruja? ¡A saber que clase de cosas le harían!

—Venga, no temas...— La gitana la tomó de los hombros —Te prometo que todo saldrá bien, ¿Vale?

Con algo de recelo y temor, Aliceth terminó asintiendo, tragando saliva. Un fuerte miedo a la magia y brujería la tenían aprisionada, pero un respingo de curiosidad fue más fuerte en ella, respingo que hizo terminar aceptando a ir a donde estaba la Bruja Jayah.

Aliceth escuchó incontables cosas sobre la brujería y la magia, y aunque ella confiase en los gitanos, le tenía un miedo irrefutable a esas cosas que no tenían explicación y lógica, muy lejanos a su educación cristiana de toda la vida. En el fondo, Aliceth sentía que estaba traicionando toda su formación desde pequeña al ir con esa bruja.

"Querido Dios..." Aliceth empezó a rezar mentalmente, ya que no podría hacerlo en voz alta, tanto por el temor y para tampoco preocupar a sus amistades gitanas "... Se que he renegado mucho de mi vocación como novicia a pesar que hice un juramento ante ti y en verdad lo siento mucho, pero, por favor Dios, te ruego que por esto no me envíes al infierno...".

Llegaron finalmente al carromato más lejano de todos, y el que tenía menos decoraciones. La gitana con la iniciativa hizo un gesto de que ella entraría primero para hablar con Jayah. Tocó la puerta, esperó la señal y al recibirla, entró. El resto esperó pacientemente (Menos Aliceth) fuera del carromato, hasta que la puerta se abrió.

—Ven...— La gitana estiró su mano a Aliceth —...Ya está todo preparado...— Aliceth, tragando más saliva, subió los pequeños escalones, pero antes de llegar a la puerta, la gitana la tomó de los hombros —...Aunque, por petición de Jayah, tienes que entrar sola...

El rostro de Aliceth palideció, su corazón pareció detenerse, un vacío en su estómago se hizo pesado y doloroso. La única respuesta a ello fue persignarse antes de entrar. Aliceth hizo sus manos puños para agarrar algo de valentía y finalmente entró. La gitana se encargó de cerrar la puerta tras ella.

...