X: El Protector de Notre-Dame

Pasaron algunos días para que Frollo regresase a Notre-Dame, esta vez, lo hizo para cumplir con el reclamo del Arcediano: Visitar a Quasimodo.

Subía las escaleras del campanario, una canasta colgando de su brazo, con vino, frutas, pan y algo de queso.

Lo hacía con tremendo pesar. No le gustaba hacerse cargo de Quasimodo. Frollo lo consideraba una gabela, una eterna cruz de la cual jamás lo crucificarían, estaba condenado a cargarla por el largo vía crucis que era su vida. Frollo subía por las casi infinitas escaleras, puesto que el campanario estaba en las torres más altas de Notre-Dame, naturalmente, cosa que de alguna forma, a pesar de la buena condición de Frollo, le cansaba un poco. Hacía mala cara al ver que todavía no llegaba al final, molesto por tener que subir cada cuanto esas escaleras sólo para asegurarse de que Quasimodo estuviese bien y satisfecho de todas sus necesidades.

Alcanzó a escuchar una pequeña melodía proveniente de las campanas, anunciando la misa mañanera. Guiándose por la harmonía, llegó al campanario. Una vez ahí, Frollo subía a una escalera de madera con cuidado para llegar al pequeño espacio de Quasimodo, el cual, era bastante encantador.

Era un sitio decorado con cosas que la catedral ya no necesitaba, como estatuas, figuras, algunos pedazos de estas mismas, entre otras decoraciones. Quasimodo tenía en el techo colgando hermosos cristales de colores que no eran más que vitrales de Notre-Dame que tuvieron el desafortunado destino de quebrarse. En una mesita cercana, Frollo notó algo curioso: Había algunas figuras talladas de madera a medio hacer en la mesa, más casas y algo que parecía ser una Notre-Dame a escala.

Eso demostraba que Quasimodo era más listo de lo que aparentaba, pero tenía que tener esa inteligencia controlada.

Escuchó las campanas dejar de replicarse, y fue cuando, entre las vigas de madera, saltando entre estas hasta caer al suelo, llegaba un Quasimodo de doce años.

—¡Amo!— Dijo Quasimodo muy alegre de ver a Frollo. En cambio, Frollo no hizo ni una sola expresión, sólo era su semblante serio.

—Buenos días, Quasimodo— Soltó Frollo sin más —Me comentó el Arcediano que ansiabas verme

—¿L-Le dijo eso? ¡No! ¡Y-Yo lo que me refería era que...! Bueno, me preguntaba más bien cuando usted volvería a... Aquí, no quería molestarlo realmente...

Frollo veía como Quasimodo se veía a si mismo como una carga para él, cosa que era cierta, pero a veces Frollo se controlaba en sus desprecios a Quasimodo, ese día era uno de esos días.

—Para nada, si te he acogido es porque eres importante aquí, Quasimodo. Ve por las cosas y prepara la mesa. Mientras desayunemos, repasaremos tus lecciones

Quasimodo, asintiendo, corrió por las cosas y preparó con dedicación la mesa para desayunar junto con su amo, procurando darle los cubiertos de plata a Claude y el quedarse con los de madera.

Frollo se sentó, y comiendo junto con Quasimodo, sacaba un libro donde repasaban algo de lectura. Quasimodo escuchaba y repetirá las oraciones que Frollo decía, cuando se equivocaba, sólo recibía una mala mirada de Frollo y corregía. Una de sus tantas obligaciones a Quasimodo, darle alimento, vestimenta, educación y enseñanza. El muchachito no tenía la culpa de su destino, o tal vez sí, pero Frollo prefería omitir esas reflexiones, si tan solo esa gitana tonta no hubiese escapado...

Frollo intentó concentrarse en el presente, ahora tenía que proveer y cuidar de ese muchachito de doce años, y no veía el momento en que fuese lo suficientemente maduro para que empezará a valerse por sí mismo, aunque jamás lo dejaría salir del campanario, no. Frollo era consiente que, por la apariencia de Quasimodo, no sería aceptado por los demás. Y lo mejor para ambos era que estuviese encerrado en el campanario. De ser posible, toda su vida.

Frollo seguía en la lección de esa mañana con Quasimodo, enseñándole y corrigiéndole de ser necesario. Pero esa ocasión, Frollo notaba algo distraído a Quasimodo, equivocándose muchas veces y pareciendo no prestar atención a su lectura, una aparente preocupación entretenía al joven jorobado. Su curiosidad plagándose, cerró el libro de golpe.

—Te noto distraído, muchacho, ¿Qué te ocurre?

—Oh... Amo...— Jalándose su camisa, Quasimodo decía con algo de pesar —No he podido dormir estos días, Amo...

—¿Y a que se debe que te has desvelado estos días? ¿Qué es lo que está espantando tu sueño?

Quasimodo, quién le tenía una devota confianza Frollo, le contó todo.

—Oh, Amo, h-hace un par de noches, después de replicar las campanas de la misa nocturna, quise dormir, pero poco después de que cerré los ojos, ¡Escuché gritos! ¡Me asustaron!
—¿Gritos? — Frollo levantó una ceja y se inclinó suavemente a Quasimodo —¿Y de dónde provenían esos gritos?

—Oh Amo, esos gritos venían de la Abadía. Intenté asomarme, pero no quise ver mucho... Es que, ¿Recuerda la habitación que me había dicho antes? ¿La que no tiene ventanas y se usa para castigar? Noté que la puerta estaba abierta, y parecía que los gritos venían de ahí...

Frollo se quedó pensativo, llevándose unos dedos a su mentón, ¿Quasimodo se estaría refiriendo al Cuarto sin Luz? Tenían años que no lo usaban, porque ninguna novicia o monje había faltado de forma tan severa últimamente. A menos que...

Claude quedó en silencio al llegar a esa conclusión, ¿Su novicia favorita se habría metido en un gran problema para recibir eso? Sin exteriorizar la sacudida de su pecho, pretendió verlo como un hecho poco significativo. Lo descubriría después.

Frollo y Quasimodo siguieron con su lección y desayuno como siempre, sin ningún otro evento que los interrumpiera. Al terminar, Frollo se puso de pie y alisó su traje, dándose la vuelta después de despedirse de Quasimodo.

—Por cierto muchacho, una cosa más: De esa noche que escuchaste los gritos, ¿Alcanzaste a ver quiénes estaban dentro? ¿O miraste quién salió de ahí?

Para la frustración de Claude, Quasimodo negó con la cabeza.

—Me dio mucho miedo ver, pero se escuchaban los gritos de una mujer

Frollo al recibir dicha información, su curiosidad se elevó por los cielos, como las torres de la Catedral.

—Me basta con lo que me has dicho. Gracias Quasimodo. Debo de atender ese asunto urgentemente, si no fuese por ti, jamás me hubiera enterado. Disfruta el día...

Antes de que Quasi pudiera decir algo, Frollo bajaba con un acelerado paso a las interminables escaleras. En la encomienda, Frollo se sorprendió a si mismo rezando entre dientes, rogándole a la Virgen de que la castigada del Cuarto sin Luz no fuese aquella novicia aliciente con la que compartía nombre. O que tal vez si lo fuera.

¿Por qué María Aliceth otra vez estaba indagando en su cabeza, usándola como aposento? Sacudiendo esos pensamientos, se apresuró a bajar.

Y en el campanario, Quasimodo empezó a sonreírse para sí, era la primera vez que su amo le decía "Gracias".

...

En la Abadía, La Madre Abadesa y el Arcediano tenían una conversación sobre el convento en los jardines de este. La Madre Irene y el Arcediano se encontraban bastante enfrascados en esa conversación sobre los preparativos para la próxima festividad, conversación que fue interrumpida sin más.

—Buenos días...— La Hermana Eulalia volvía a aparecerse, con un andar apresurado, a punto de acusar a alguien más —Mis disculpas por interrumpir, ¡Pero debo de informar sobre un gravísimo incidente que ocurrió en la Catedral!

El Arcediano y la Madre Irene intercambiaron una mirada de resignación compartida, conocían muy bien la tendencia de la Hermana Eulalia a exagerar y

—Explíquese con calma, Hija mía— Dijo el Arcediano, usando toda su paciencia en la Hermana Eulalia.

Ella, empezó a hacer un tremendo relato con tintes de cuento y dándose el lujo de detalles innecesarios, como una de las novicias había dejado un cirio encendido desatendido

—¡¿Sabe lo grave que pudo haber sido eso?! ¡Pudo haber ocasionado un incendio en la Catedral! ¡Algo que hubiéramos lamentado hasta el día de nuestras muertes!

—No se preocupe, agradecemos que tuvo la perspicacia de atender ese incidente— La Madre Irene dijo, y a punto de retomar su conversación con el Arcediano, Eulalia volvió a interrumpir

—¡Gracias a Dios no pasó a mayores, pero hay que tomar medidas con esa joven descuidada!— Concluyó la monja soplona —Tengo la ligera sospecha de quién podría ser...

La Madre Abadesa asintió con seriedad, soltando un suspiro —Me encargaré de llamarle la atención debidamente. Ahora, si nos disculpa, estábamos en un asunto importante...

Sor Eulalia captó la indirecta y se retiró ofendida murmurando por lo bajo. La Madre Abadesa volvió a dirigirse al Arcediano para retomar la conversación previa sobre los preparativos de la festividad. Aunque la Madre Irene había temblado por un momento por la impertinencia de la Hermana Eulalia.

La verdad, el castigo de Aliceth fue algo demasiado rápido, y era cierto que se dejó llevar un poco por las palabras de Eulalia, al grado de ni siquiera consultar al Arcediano sobre la reprimenda a Aliceth.

No la había visto por esos días, ya que Aliceth se mantuvo encerrada por dos días. Al tercero, se animó a salir, llevando su habito con manchas marrón oscuro en la tela blanca, llevándoselo a donde estaban los lavaderos. La Madre Irene trataba de lidiar con la culpa creciente en su pecho, no dejándola nacer.

Pero incluso los más oscuros secretos salían a la luz

Para sorpresa de los tres personajes, vieron la nada anticipada y esperada visita del Juez Frollo dentro del convento. Normalmente para entrar al convento, Frollo esperaba a alguien como la Madre Irene o el Arcediano. Su paso acelerado movía su toga y el lazo escarlata de su birrete al compás del aire.

La Madre Irene y el Arcediano se tensaron con la presencia del Juez, y la irritante Hermana Eulalia supo que tenía que ser prudente y alejarse, sabía lo que le convenía.

—Buenos días— Frollo llegó con las dos figuras más importantes de Notre-Dame, un saludo seco, y directo a lo que le urgía saber —Se me ha llegado una información de suma importancia que necesito corroborar con ustedes dos: El Cuarto sin Luz ha sido utilizado estos últimos días para castigar a alguien, ¿Eso es verdad o mentira?

La Madre Abadesa se tensó al escuchar la pregunta, ¡¿Cómo era posible que Claude Frollo ya tuviese conocimiento de eso?! El ya lo sabía, de alguna forma, él ya sabía lo ocurrido. El Arcediano, quién para esos instantes, no tenía ni idea del castigo que se le impuso a Aliceth ni del uso de dicho Cuarto, miró a con la Madre Irene sorprendido, esperando una respuesta al igual que Frollo. La Hermana Eulalia veía con expectativas la escena a lo lejos.

La Madre Abadesa, sabiendo que las cosas serían pero si no decía la verdad, confesó: —A-Así ha sido, su señoría...—Dijo la Madre Irene —...Tuvimos que castigar a una de las... Novicias

—¿Quién fue?— Frollo apresuró a la Madre Abadesa, ocupaba corroborar quién fue la castigada, su alma y mente exigían saberlo.

—... Fue María Aliceth, su señoría...

Una parte de Frollo tembló dentro de él, no sabía si sentirse satisfecho o preocupado. Pero el escuchar el nombre de Aliceth como la castigada, le hizo sentirse irritado.

—¿Aliceth? ¿Por qué no me dijiste de eso?— El Arcediano preguntó, igual de sorprendido que Frollo —¡Pero! ¡Madre Irene! ¡¿Por qué castigaste severamente a Aliceth?!

—Parece que el Arcediano y yo tenemos la misma duda...— La Madre Irene alcanzó a percibir un poco de hostilidad en la voz de Frollo —¿Se puede saber qué fue lo que cometió la sor Bellarose para que recibiera un castigo en esa sala?

—¡Que no hizo!— Los tres escucharon la irritante voz de la Hermana Eulalia, quién estaba dispuesta a soltar todo lo que necesitara saber el Juez Frollo, metiéndose en la conversación —De verdad es una vergüenza, y merecido tenía ese castigo— La Madre Irene intentó detener a Eulalia, para que Aliceth no se metiera en más problemas de los que estaba (Y tampoco ella) —¡Es una desvergonzada! ¡Llegó muy tarde, mojada, con el habito desarreglado, y cuando se le cuestionó le faltó al respeto a la Madre Irene! Usted debe de saber que merecía tal flagelación...— Dijo cínica, esperando compartir la misma opinión con Frollo —De hecho, fue idea mía, se lo comenté a la Madre Irene sin que la chiquilla tonta nos escuchara...

La Madre Irene ocultó su rostro en sus manos, el Arcediano incrédulo, sabía que la Hermana Eulalia era testaruda, entrometida y a veces, exagerada, pero jamás creyó ver un rastro de malicia en ella.

Eulalia, al terminar de acusar a Aliceth, sonrío cínicamente a Frollo, esperando compartir esa sonrisa y el mismo sentimiento de desagrado hacía María.

Pero lejos de recibir un aprobatorio, Eulalia notó que los ojos de Frollo se volvieron severos, rigurosos, e incluso letales. Esa misma mirada que se presumía tener antes de que este terrible Juez dictara una sentencia de muerte a un prisionero bajo sus garras.

Apretando sus puños y dientes, Frollo se dirigió a la Hermana Eulalia, y sin más, sentenció:

—Hermana, ultima advertencia: Si usted vuelve a meterse en conversaciones ajenas donde nadie llamó su patético nombre, le juro por Dios que la haré arrestar y ordenaré que se la lleven a mi Palacio de Justicia, ¡Me importará absolutamente nada su titulo de novicia! ¡En mi Palacio, no tendrá validez! ¡Y ni el mismísimo Dios la protegerá!

La Hermana Eulalia sintió el terror en cada una de sus fibras, jamás creyó recibir una amenaza a su persona, ni mucho menos del temible ministro de Justicia de París, aquel que no se tentaba el corazón por nadie, ni siquiera por los entregados a Dios.

Eulalia bajó la cabeza temerosa, y su naturaleza testaruda la traicionó. Intentó justificar las acciones de la Madre Irene, y las suyas propias.

—P-Pero Mi señor, tiene que tender que esa novicia faltó terriblemente a la Madre Irene que merecía su castigo ¡Dijo que era estúpido que le cuestionáramos después de que regresase al convento en esas condiciones!

Y sin querer, Eulalia probaría una cucharada de la ira de Frollo. Este, furioso, le gritó en la cara a la anciana novicia que sólo se hizo hacía atrás.

—¡Pues a la Hermana Aliceth razones no le faltaban! ¡¿Porque una estúpida entrometida como usted que no tiene poder ni voz aquí se le ocurre meterse a dictar sentencias?! Esa es una grave falta al poder de Dios, al de la Madre Abadesa, al Arcediano, e incluso al mío, el único con el derecho de dictar penas, el ministro de Justicia de este país, el protector de esta catedral. Hermana Eulalia, estoy siendo misericordioso con usted: Le juro que si no se larga ahora mismo...

Ni siquiera tuvo que terminar su amenaza, la Hermana Eulalia salió corriendo de ahí, huyendo a los pasillos del convento.

Una vez solos los tres, Frollo se giró al Arcediano y a La Madre Irene, ellos aún impactados al ser testigos del ultimato a la Hermana Eulalia.

—Tenemos asuntos pendientes los tres...— Dijo Frollo, frotando las yemas de sus dedos entre sí —Y será mejor resolverlos en donde no recibamos miradas indiscretas e interrupciones...

...

En los lavaderos de la Abadía, alejada de las demás, Aliceth lavaba su habito, frustrándose de que las manchas marrones de su sangre ya secada no se iban con el jabón ni el agua. Aliceth lo hacía con extremo cuidado, el más mínimo movimiento le provocaba un agudo dolor que recorría toda la piel de su espalda.

Las heridas seguían latentes. Algunas aún frescas y supurantes, ya que, a la noche siguiente a su castigo, Aliceth se desnudó y con la ayuda de un espejo su espalda observó horrorizada su espalda después de su flagelación con la rama de espinas, procedió con manos temblorosas a sacarse algunas espinas habían quedado atrapadas en lo profundo de su carne. El proceso fue una tortura, cada espina le desgarraba su piel, nuevas gotas rojas corrieron por su espalda.

Al frotar su habito sucio contra la piedra el lavabo, podía sentir el contacto de su propia vestimenta áspera contra sus heridas, las zonas en carne viva le producían un escozor insoportable que la hacía estremecerse y soltar jadeos de dolor.

Los oídos de Aliceth percibieron los susurros de las otras monjas, fingiendo estar ocupadas en sus quehaceres, podía ver como la miraban de reojo y volvían a murmurarse entre sí, sus voces llenas de burla y de morbo. Mirandola como si fuese un fenómeno. Esto llenaba a Aliceth de una sensación de profunda vergüenza y humillación.

Apretando sus labios para acallar sus sollozos, la joven pelirroja dejaba correr lágrimas silenciosas mientras continuaba restregando la tela contra el jabón y el agua. Su cabeza era una batalla de pensamientos sombríos: Rabia por haber recibido ese cruel castigo injusto, la cizaña de Eulalia, el dolor, el anhelo de huir de ese convento, la Bruja Jayah revelando su destino en las líneas de sus manos.

Frotó con más fuerza contra el lavabo, casi desgarrando la tela de su habito, mientras gimoteos ahogados escapaban de sus labios y gargantas. Aliceth cerraba sus ojos a propósito, buscando consuelo en aquellos recuerdos familiares de su niñez.

—¡No! ¡No! ¡Ayúdenme! ¡Ayúdenme!

De repente, las novicias escucharon unos gritos de suplicio y auxilio, todas corrieron al socorro. Aliceth elevó su rostro al ver que el origen de las imploras era de la Hermana Eulalia.

Aun asustada por las amenazada de Frollo, Eulalia corría con el resto de las novicias —Me va a matar, van a matarme, van a matarme...— Lloriqueando, haciéndolo de un martirio, Eulalia se dejaba caer al suelo, el resto de las novicias corrieron a su alrededor, preocupadas por ella, sosteniendo a la anciana monja.

Aliceth, quién empezó a sentir un poco de empatía por esa mujer, se acercó por igual, lentamente mientras escuchaba los sollozos de la Hermana Eulalia. No es cuando ella levanta su rostro a donde esta Aliceth, se pone de pie y apunta a ella de forma acusatoria

—¡Es por tu culpa! ¡Por tu culpa, ahora estoy amenazada de muerte por el Juez Frollo! ¡Todo por tu culpa!

Aliceth sentía que su alma se le escapaba el alma del cuerpo al escuchar esas palabras, su piel se tornaba pálida de muerte al ver a la Hermana Eulalia llorar por su vida.

—P-P-Pe-Pero y-yo y-y-yo— Aliceth intentó decir algo pero ¿Qué podría decir? Nada, el pánico se apoderó completamente de ella. El resto de las novicias la miraron con enojo e ira, Aliceth podía sentir el desprecio de cada una de ellas, desprecio que lo sentía merecido. Ahora por su culpa, la vida de Hermana Eulalia pendía de un hilo, y a pesar que la detestaba con el alma, no quería que ese fuese su destino —L-Lo lamento, lo lamento...— Aliceth empezó a llorar, acercándose a Eulalia y arrodillándose —¡Perdón! ¡Perdóneme! ¡Nunca quise esto! ¡Nunca quise que...!

Las palabras se atoraban en la garganta, sus manos trataban de tomar el habito de la Hermana Eulalia para rogar por su perdón, pero ella se alejó de Aliceth antes de que siquiera la tocara.

—¡Si ese hombre me mata, tu con la culpa vas a cargar!

—¡No! ¡Yo no quise llegar a esto!

—¡Te irás al infierno por provocar la muerte de una de tus Hermanas! ¡Arderás en el infierno por unírtele a ese cruel hombre para acabar con mi vida!

Aliceth quedó en completo shock al escuchar esas palabras, estupefacta y muda, jamás creyó que se le podría acusar de algo tan ruin y vil como el asesinato de alguien. El resto de las novicias estaban igual de sorprendidas, y la reprimenda pública no se hizo esperar.

—¿Qué es lo que le pasa, Aliceth? ¡¿Por qué quieres hacerle esto a Eulalia?!

—¡¿Eso es verdad?! ¡¿Crees que siendo la Esposa de Dios tendrás privilegios como el Cielo?!
—¡Deberían de vetarte del convento! ¡No se como son capaces de tener a una cómplice malvada como tú!

Aliceth podía escuchar los reclamos de cada una de sus Hermanas, todas llenas de furia, impotencia y cólera. Aliceth sentía que el terror la aprisionaba, no podía defenderse de feroces acusaciones, ni de la forma en que la relacionaron con el Juez Frollo. Aliceth se sentía al borde del desmayo, su piel más pálida que la nieve, sus ojos volviéndose en blanco y su cuerpo amenazándole con traicionarla y dejarla caer al suelo.

Pero la perspicacia de Aliceth fue lo que la mantuvo consiente aún. Y poniéndose de pie, aun con el odio del resto de las novicias, habló ante ellas.

—Tengo que remediar esto... ¡Tengo que hablar con el Juez Frollo!

Aliceth dándose la vuelta, corrió tan rápido entre pasillos, que no vio que ahora quién tenía el rostro pálido y lleno de terror fue la Hermana Eulalia. Ahora temía que, por su exageración y dramatismo, se le cumpliera de lo que estaba acusando a Aliceth.

—Es una tonta ingenua si cree que logrará convencer al Juez...— Dijo una de las novicias, calmando a Eulalia —... Lo único que hará es intercambiar su propia vida por la de usted. Le aseguró que será la única opción que le dará el Ministro Frollo

—...Creo que es lo mejor— Soltó Eulalia, sorprendiendo al resto —Preferible que la que se vaya sea ella y no una de nosotras...

Y por si fuera poco, aunque algunas de ellas se sentían internamente incomodas con esa decisión en caso de que las cosas salieran de control, muchas de ellas asintieron, estando de acuerdo con las palabras de la Hermana Eulalia, provocando más ese rechazo colectivo a la pobre María Aliceth.

...

[N/A: Adelanté este capítulo especialmente por la fecha, hoy es 15 de Agosto, fecha que en la religión católica se celebra la Asunción de María la Virgen. En otras palabras, fue un día como hoy, Frollo y Alicent se dieron un trence afuera de Notre-Dame en el Banquete de la Misericordia, ¡Jajaja! ¡No pude evitarlo y por eso adelanté la actualización el día de hoy!]