XI: Dios Falso

Después de una incomoda plática donde La Madre Abadesa, el Arcediano y el Juez Frollo hablasen entre sí, llegaron los tres a un acuerdo:

—Cuando alguno de los monjes o de las monjas cometa una falta grave que merezca demerito, se le llevará a una habitación, aislado de los demás, que sirva como celda. Nos reuniremos para cederle un castigo adecuado, y una vez elegido ese castigo, lo llevaremos a cabo, sólo nosotros tres. Sin miradas ajenas ni público...— Frollo volvía a repetir los acuerdos —...En casos especiales, yo dictaminaré si será necesario el escarmiento público ante el resto de la Abadía— Señaló Frollo, golpeando su dedo índice contra la madera de la mesa. El Arcediano y la Madre Irene asentían, la segunda, con la mirada baja.

—Espero tenga a consideración las nuevas condiciones, Madre Irene, y no recibir "consejos" ni "recomendaciones" de otros que no tienen poder aquí. Recuerde porque se le eligió a usted como la Madre Abadesa de esta noble catedral...

Señaló Frollo, enfatizando la parte de las recomendaciones. La Madre Irene sólo asintió.

—Así será, su señoría...— Frollo hizo una media sonrisa, satisfecho de volver a poner su poder en la Catedral de la que era protector. El Arcediano y la Madre Irene hicieron una pequeña reverencia a Frollo, despidiéndolo.

Pero antes de que saliera de la oficina, se detuvo, giró a ellos, soltó una pequeña y ultima cosa antes de irse:

—Cuando se trate de la novicia Bellarose, María Aliceth, requiero que se me avise de inmediato. Estoy al tanto de lo problemática que ella es en este lugar, y ella requerirá... Atenciones especiales...

El Arcediano miró con desaprobación a Frollo después de haber mencionado a Aliceth. Sabía que entre ellos ya había una tensión que sobrepasaba de los límites personales, y temía que, a raíz del castigo de Aliceth, ahora Frollo tuviese su ojo sobre la novicia aliciente.

La Madre Irene no podía decir nada, ni interceder por ella por los recientes hechos y el castigo a su persona.

Sin decir más, Frollo salió de ahí, dirigiéndose a la salida de la Sacristía. Una parte de él, regocijándose de tener poder una vez más en Notre-Dame, y una más oscura y secreta, que Aliceth hubiese tenido un castigo, pero a la vez, molesto por no haber formado parte de eso.

Aunque le molestaba más que Aliceth hubiese sufrido un castigo demasiado severo para sus acciones. Peores cosas han cometido otros miembros de la congregación y no recibieron castigos de esa índole. Apretaba sus puños de pensar en el dolor que Aliceth debió de sufrir al someterse a ese correctivo, propuesto por otra mugrosa novicia que se tenía el poder de decidir por ser de las de mayor antigüedad en el convento.

El Juez Frollo se dirigía por los enormes y góticos pasillos de Notre-Dame, reflexionando aun de la pequeña reunión entre la Madre Abadesa y el Arcediano, cuando escuchó a los lejos unos pasos golpeando contra los pisos de la catedral. Aliceth corría desesperadamente por los pasillos, su respiración agitada y lágrimas surcando en sus mejillas. Debía de alcanzar al Juez antes de que fuera demasiado tarde.

—¡Su señoría! ¡Por favor! ¡Espere! ¡No se vaya...!— Aliceth alzó su voz a la vez que Frollo se quedaba desconcertado de verla correr hacía a él en aquel estado. Pero apenas llegaba, Aliceth se dejó caer de rodillas frente a Claude. Sorprendido por la súbita escena que jamás imaginó ver de su monja rebelde, Aliceth empezó a llorar con más angustia.

—Por favor, se lo imploro, por lo más sagrado, le imploro que no lastime a la Hermana Eulalia— Aliceth suplicaba de rodillas, aferrándose a la oscura toga de Frollo —¡Haré lo que sea necesario! ¡Pero por favor! ¡No derrame sangre inocente por mi culpa! ¡De ser necesario, castígueme a mi...! — Entre ruegos y sollozos, Aliceth lloraba más y jalaba más la tela de la toga de Frollo, intercediendo por la Hermana Eulalia.

Exasperado, e incluso avergonzado de la actitud de la monja, Claude tomó a Aliceth de los hombros. Ella sintió las manos de Frollo levantarla del suelo con una inesperada fuerza. Al estar de pie, Frollo la tomó con un agarre tan firme que casi lastimaba a Aliceth.

Claude habló con raigambre e incluso desagrado.

—¡Basta! ¡Y escúcheme bien, Hermana María! En su vida vuelva a postrarse así por alguien que no valga la pena salvar de una condena, si se humilla de esa forma, ¡Hágalo por una vida que valga la pena o que sea importante para usted! ¡No por alguien que jamás se doblegará por usted!— Frollo espetó, bastante molesto.

Aliceth quedó muda al escuchar esas palabras salir de la boca de Frollo, ella jamás imaginó que Frollo tuviese la consideración de calmarla de un suplicio que no la dejaría dormir por semanas, y viniera un sabio consejo como acompañamiento. Claro, todo al estilo y a la manera del Juez.

—P-Pero...

—Júrelo, Hermana Aliceth, jure que jamás volverá a rogar por la vida de insignificantes...

—L-Lo juro... — Aliceth dijo temblorosa, llevándose una mano a su pecho, a la altura de su corazón. Al terminar su juramento, Aliceth bajó su mirada, profundamente avergonzada por el regaño del Juez —N-No volveré a humillarme de este modo...

Frollo notó que Aliceth aún estaba alterada y no iba a estar tranquila si él no daba una respuesta a sus preocupaciones.

—Así que deje de preocuparse por la Hermana Eulalia, no le haré daño. Sólo le advertí del encierro en el Palacio de Justicia si seguía entrometiéndose en lo que no le concierne, pero su integridad estará a salvo, por desgracia...

Aliceth no dice nada respecto a la ultima frase de Frollo, no quería estar de acuerdo con él, porque no sería capaz de desearle algo tan terrible a la Hermana Eulalia.

—Puede darle aviso para que su conciencia y la de usted estén tranquilas...

—Es que ella llegó llorando, les dijo a todas las Hermanas que fue mi culpa lo que usted le dijo a ella...— Aliceth intentaba hacer entrar en razón a Frollo, pero este, frunciendo el ceño, negaba con la cabeza.

—Malamente todas ustedes cayeron en su manipulación. Me sorprende que la Madre Abadesa permita esa clase de actitudes entre las novicias...— Aliceth se encogió de hombros —...Pero será algo de lo que yo mismo me encargaré. Vaya y lávese su cara, jamás permita volver a mostrar debilidad, menos frente a sus enemigos...

Aliceth quedó sorprendida ante este nuevo consejo.

—Pero la Hermana Eulalia no es mi...

—Usted no la ve así, pero le aseguro que ella sí— Frollo señaló con el dedo alrededor de la Catedral —Hay quienes profesan la palabra del Señor, pero se les olvida practicarla

Aliceth frunció el ceño y miró a Frollo extrañada, a su ser volvió esa pequeña necesidad de pelear con Claude y responder algo como "Debería usted de seguir esas palabras", pero prefirió guardarse sus palabras. Aliceth se mordió la lengua para no refutarlo. Aunque duras, sus palabras la hacían reflexionar. Quizás no todos en Notre-Dame merecían su absoluta compasión.

—Vaya y lávese su cara, Hermana Aliceth, vuelva a su rutina y pretenda que nada de esto sucedió frente a sus hermanas...

Aliceth elevó su rostro, algunas lágrimas involuntarias escapando de sus parpados, recorriendo sus pecosas mejillas rojas, y sin contar su mechón rebelde, escapando tímidamente de su habito. Frollo tuvo que cerrar sus ojos y apretar sus puños.

—Vaya ahora, Hermana Aliceth. Si no va, iré a cumplir mis amenazas a la Hermana Eulalia...

Aliceth, comprendiendo que acababa de ocurrir, hizo una pequeña reverencia y se giró aun con ojos llorosos, limpiándose algunas lágrimas y caminando de vuelta a la sacristía. Frollo notó que Aliceth procuraba tener la espalda muy erguida, sabía que era de sus heridas en su espalda del castigo que recibió días atrás.

El Juez Frollo se dirigió a la salida de Notre-Dame, molesto con todos en esa Iglesia: Con el Arcediano que era tibio en las importantes decisiones de la Catedral, con la Madre Irene por dejarse influenciar por otras, con la Hermana Eulalia por provocar todo ese maldito desastre, desde el castigo a su novicia favorita hasta el exagerar y victimizarse con el resto de monjas.

Pero al borde del enojo, Claude Frollo estaba más molesto que nada con María Aliceth, por otra vez provocar esas extrañas sensaciones y emociones dentro de él. Porque María Aliceth se atrevía a compararse con María la Virgen una vez más.

A su cabeza, otra vez la imagen de María Aliceth se mezclaba con su deidad favorita, a María en sus momentos más dolorosos. Él no podía concebir cómo alguien tan mundana como Aliceth podía evocar en él visiones de la María Dolorosa.

¿Que clase de tentación era ella? María Aliceth no era una bruja para que pudiera lanzarle un maleficio.

Cada día, era una condena en Frollo, más los días en que tocaba visitar a la Catedral, porque no quería admitir que Aliceth se volvía una pesada razón para visitar a Notre-Dame

...

Después de esa extraña visita a Notre-Dame, el Juez Frollo regresaba al Palacio de Justicia. Dejando a Snowball en su establo y entrando al palacio, se dirigía a su oficina a terminar con sus labores como Ministro de Justicia.

Pero apenas llegaba, se percataba de la enorme carga de trabajo que aguardaba por el: Pilas de documentos por firmar, cartas que redactar, nombramientos que ceder, algunas condenas que debía de ejecutar. Frollo se aquejumbraba del atraso de sus actividades y labores, y no le quedaba más que sentarse frente a su escritorio, pedirle a la Aliceth de su cabeza que por favor, se tomara el tiempo para un descanso de distraerlo y concentrarse en su trabajo.

Se pasó todo el día y una buena parte de la noche en terminar todos los pendientes laborales. Terminó un poco más allá del anochecer, casi a la media noche.

No es cuando se daba un pequeño masaje con las yemas de sus dedos en su sien, Frollo le llegó a su mente la idea de contratar a un asistente personal para cosas insignificantes y menos importantes de su trabajo, para no sentirse la enorme carga de trabajo en sus hombros. Lo necesitaba para concentrarse de lleno en la cacería de gitanos, las condenas mayores y en las necesidades de Notre-Dame.

Pero no cualquiera podría ser su asistente personal, Frollo debía de contratar a alguien de plena confianza, no podía dejar que cualquiera trabajara a su nombre a riesgo de cometer una equivocación, y era necesario saber que ese alguien jamás lo traicionaría en un futuro a mala fe.

Frollo se sentía cansado física y mentalmente para pensar en algún candidato, poniéndose de pie, se dirigió a sus aposentos a descansar. Después de su rutina, Frollo cerraba sus ojos, dormitando para pasar al descanso.

Y ahí fue cuando le permitió a la Aliceth de su cabeza regresar y ayudarlo a dormir y soñar.

...

Aquel mediodía, a pesar de ser próximos a la estación de otoño, era bastante caluroso. Y a pesar que el sol se sobrepasaba de generoso con sus rayos de calor, el Juez Frollo se negaba a abandonar su característico traje oscuro, su símbolo de poder y justicia.

Frollo se adentraba a Notre-Dame, dispuesto a cumplir sus deberes como el Protector de la Catedral. Al entrar al recinto, Claude logró notar que, a pesar de ser una hora en la que se debía de estar repleto de creyentes para la misa, se encontraba vacío. Ni un alma vagando por error. Al pasar por los pasillos del enigmático templo, el único sonido que resonaba era la suela de sus botas contra el piso de Notre-Dame, y quizá alguna que otra campanada perdida.

Frollo levantó la ceja extrañada, no encontraba sentido. Se suponía que esa era la hora indicada para misa, pero ni un solo feligrese se encontraba hincado, rezando y orando. Debía de existir una explicación razonable para que Notre-Dame se viese deshabitada. Tratando de buscar respuesta, Frollo se adentró a la abadía, pero para su más grande sorpresa, la Abadía se encontraba igual que Notre-Dame. No había monjes, monaguillos, ni siquiera las novicias, o el Arcediano y la Madre Irene, las figuras de autoridad de la Sacristía.

Esto no tiene sentido, ¿Dónde están todos?— Frollo giraba ciertamente alterado, tanta soledad le era absurda, incluso peligrosa, buscó entre más pasillos, buscando respuestas o a algún ser humano perdido como él.

Y encontró a alguien en esa abrumadora soledad.

Frollo se detuvo al ver una figura en una de las bancas de los jardines del convento. Acercándose lentamente, logró divisar la muy reconocida figura de Aliceth.

Pero, ¿Esa era Aliceth? Frollo fruncía el ceño, tratando de saber si realmente era ella. Sentada en la banca, orando en silencio con una biblia entre sus manos, Aliceth susurraba las palabras del Señor. Pero lo que atraía a Frollo era que Aliceth no estaba vestida con su sobrio habito de monja. Aliceth estaba con su cabello pelirrojo recogido en un caul, la redecilla plateada intentando sostener los rizos de Aliceth, más aquel mechón rebelde sobresaliendo. Su habito estaba siendo reemplazado por un solemne vestido rojo con detalles dorados que dejaba ver su cuello, sus clavículas y parte de sus hombros. Aliceth leía en silencio, ajena a toda la tormenta de emociones que provocaba en Frollo.

Si era ella, era Aliceth, su novicia rebelde. Y se veía más hermosa que nunca.

Su María favorita elevó su mirada, dejando de leer y dirigiendo su atención a Frollo —¡O-Oh! ¡Juez Frollo!— Aliceth se ponía de pie en su bonito vestido rojo, cerraba su biblia y se acercaba, haciendo una pequeña reverencia —Espero no haberlo importunado...

Frollo, quién no paraba de admirar la belleza descubierta de Aliceth, hizo un pequeño saludo, acentuando su cabeza —En lo absoluto...— Apenas dijo en un suspiro.

Aliceth dio un par de pasos a Frollo, la forma de su andar, su coqueto movimiento en las faldas de su vestido, su mechón rojo escapando de la redecilla metálica, todos esos detalles eran demasiado para Frollo, quién iba a perder el juicio.

Juez Frollo...

Llámame Claude... Aliceth...—Soltó Frollo a Aliceth, la cual sus ojos se abrieron en incredulidad al escuchar la petición de Frollo.

Claude...— Aliceth dijo casi en un susurro, saboreando el nombre del Juez en su boca. Pudo ver eso Claude, pudo jurar que Aliceth se daba el lujo de pronunciar por gusto su primer nombre de sus labios. Aliceth y Frollo se sentaron en la banca. Notaba Frollo que parte del espíritu de Aliceth estaba ahí, un poco más tímida pero a la vez más suelta y abierta a él. Ambos sentados en la misma banca, más relajados. Frollo aprovecharía la solemne soledad de toda Notre-Dame para estar junto a Aliceth, sin las miradas entrometidas y acusatorias de otros, tal vez ni siquiera bajo la mirada del Señor, aunque estuviesen en algún lugar oculto de su propia Casa.

Los dos parecieran tener una buena conversación, incluso agradable. Hablaban de diversos temas, de la Catedral, de ciertas quejas, de lo ocurrido últimamente. Frollo notaba que Aliceth era inteligente, culta, hablaban de temas un poco más profundos, dejando lo trivial de lado, adentrándose en lo profundo de una de las tantas cosas que unían a ambos: La religión que profesaban.

Entre la plática, Aliceth y Frollo por alguna razón llegaron a hablar de la fe y el buen juicio.

¿Por qué hay gente que hace cosas horribles en nombre de la Fe?— Aliceth preguntaba con curiosidad —En verdad, hay gente que parece que cree que la palabra de Dios es de odio y no amor

No se trata de eso, querida María. Las personas prefieren guiarse a veces por las primeras leyes de Dios, aquellas que impuso para los pecadores e impíos

No creo que sea necesario hacer cosas horribles para agradar a Dios...

¿Lo dice porque cazo a gitanos?— Aliceth quedó un poco en silencio al escuchar esa pregunta, su timidez apoderándose de su cuerpo, desviando su mirada. Frollo sonrió y se acercó a Aliceth, tomándola del mentón —Lo hago por que no quiero que París caiga en pecado...

Aliceth sonrió, ahora con más libertad al escuchar la afirmación de Frollo.

La gente siempre caerá en pecado— Aliceth susurró —Pero siempre y cuando se arrepientan de corazón, podrán salvar su alma...

No muchos se arrepienten, Hermana Aliceth...— Frollo se acercaba más a Aliceth, entre queriendo demostrar su punto, y buscando excusas para acortar distancias —... Temo el día en que el pecado llegue hasta estas puertas, Dígame, María ¿Qué pasará cuando llegue la tentación a la casa de Dios?

Aliceth temblaba bajo su toque, podía sentirlo Frollo, y el trataba de apaciguar su respiración, porque su mano aún estaba en el mentón de Aliceth. Fue el turno de ella de acercarse a él y susurró como si alguien los escuchara:

Yo creo que ya ha llegado aquí, pero muchas de nosotras nos contenemos...— Aliceth susurraba suave y nerviosa—...Todas juramos celibato y castidad al convertirnos en las Esposas de Dios, pero ¿Qué pasa cuando el pecado no viene de fuera, sino dentro de nosotros mismos?

¿A que se refiere con que el pecado este dentro de nosotros, Aliceth?— Frollo se acercaba más a ella, casi la tenía aprisionada contra el otro extremo de la banca, y la mano de su mentón se dirigía ahora a la mejilla de Aliceth, acariciándola con su pulgar. Aliceth, temiendo haber metido la pata, pero demasiado avanzada para dar vuelta atrás, continuó:

—¿Qué pasa cuando existe pecado dentro de nosotros? ¿Algo que no podamos controlar? ¿Algo que, por más que decimos que no, queremos decir que sí?

Frollo tenía muchas respuestas a esa pregunta, las más comunes eran brujería, que alguien puso un maleficio en su ser y debía de curarse, e incluso plantear un exorcismo, porque tal vez un malévolo demonio quería apoderarse del alma humana, poniendo en la cabeza de los demás pensamientos pecaminosos que amenazaban la condenación de su espíritu. Tal vez eso necesitaba María Aliceth...

Pero Frollo conocía perfectamente lo que sucedía a Aliceth.

Eso ocurre cuando existe una tentación cerca de nosotros, y el ser humano es débil por naturaleza...— Su pulgar aún acariciando su mejilla, miradas traicioneras que se dirigían al escote del vestido rojo —... Y debemos ser fuerte a la tentación...

Aliceth prestaba atención a cada palabra que el Juez le daba, pero no esperó lo siguiente.

...Aunque, ¿Sabe algo, María?

¿Q-Que cosa?— Aliceth susurró tímidamente cuando Frollo usó su mano libre para tomar su otra mejilla y sostener su rostro, acercándose a ella, ahora si eliminando la distancia entre ellos.

...Las cosas se tornan difíciles cuando esa tentación es divina. Aliceth... Y es hora que sepas que tu eres mi divina tentación...

Aliceth sentía que Frollo hacía añicos el espacio entre ellos, y por alguna razón, lo permitía. Aliceth sonrió nerviosa y miró a los ojos a Frollo

Tal vez usted lo sea para mi... Tal vez usted sea mi Dios falso, y su religión este en sus labios... y yo tengo fe ciega...

La mano de Aliceth se posaba sobre la de Frollo. El sentía rayos pasar por su cuerpo, algo chispeante entre ellos. Sin medir las consecuencias, tomó el rostro de Aliceth y juntó sus labios con los de ella. Ambos dijeron que sí al paraíso.

Un fuerte trueno despertó a Frollo del mundo de los sueños, maldijo y agradeció que ese sueño fuese interrumpido. Frollo se incorporó en la cama, su piel sudorosa, su cabello plata húmedo. Se llevaba la mano a su sien, pensando seriamente en su sueño.

Frollo se puso de pie, casi tambaleándose, la lluvia torrencial azotando a París. Sus dedos agarrándose con fuerza su cabello.

Ese era el sueño más vivido que jamás había experimentado en su vida, o al menos en décadas. Frollo trataba de calmarse, serenarse. Se sentaba en la cama, las imágenes de su más intima fantasía rebobinado en su cabeza, dando vueltas. Todo se sentía tan real, la luz del sol, el silencio de la Catedral, las mejillas de Aliceth, la seda de su vestido rojo, la suavidad de sus labios...

Frollo furioso, se agarrotaba a si mismo, dejándose caer contra el suelo. La maldita monja de fuego otra vez lo atormentaba, y esta vez, creó una nueva imagen de ella en su mente. Una Aliceth que lo aceptaba y era capaz de adorarlo como a un Dios.

Aunque intento reprimirse, intento autoflagelarse, tratar de sacar a Aliceth de su mente, e incluso considerar el exorcismo como solución, no podía, ya no podía más. Su corazón y cuerpos se han encaprichado con ella, y lo único que pedían era el cuerpo, corazón, alma y devoción de Aliceth.

Cuando la tormenta se volvió en una pacifica lluvia, Frollo elevó su rostro a la ventana, a París, y al fondo, miraba a Notre-Dame, la Casa de Dios que resguardaba a su novicia infernal.

Quiso autoconvencerse por un momento, pero deshecho la idea de alejarse de Notre-Dame por meses hasta calmar su deseo. No, sus manos temblando, ansiosas de sostener a esa novicia, no tenía la voluntad de renunciar a María Aliceth Bellarose.

Tenía que ser suya, de cualquier manera, tenía que volverla la única devota de su propia religión, donde sólo eran ellos dos: El, su Dios falso, ella, su devota de Fe ciega.

Es más fuerte el demonio que el mortal, pero no era un acto del infierno lo que sentía por Aliceth, era su tentación divina. Que lo perdonara Dios, que lo perdonara María, pero él no descansaría hasta que Aliceth estuviese en sus brazos.

Hasta que Aliceth se volviese de su pertenencia.

...