XVI: La flecha del Arquero

Frollo estaba pecando de impaciente esa noche, y no se le podía ocultar.

La espera más tediosa de su vida en el Palacio de Justicia después de la Misa. Claude Frollo no podía soportar la demora. Se sentía agobiado por el cúmulo de responsabilidades y obligaciones que recaían sobre él como el Ministro de Justicia de París. Entre sus deberes políticos, administrativos, y religiosos, sentía todo el peso del mundo reposando sobre sus hombros. Demandas que atender, procesos que recibir, cartas que redactar y responder, leer las diligencias del Rey y cumplirlas, por más tontas que fueran.

Pero sólo un pensamiento alteraba su concentración, el de una doncella de cabellos cuyos cabellos eran los del infierno: María Aliceth.

Anhelaba terminar todos sus interminables pendientes, y que el reloj marcara media hora para la medianoche para irse corriendo de ahí a su encuentro. Necesitaba verla, hablar con ella, necesitaba estar con ella y dejarse abrumar por la neblina púrpura que lo persigue.

Pronto llegó el tiempo de retirarse a descansar, pero no aún la hora para encontrarla. Frollo estaba inquieto por la demora, al grado de hacer una verdadera locura: Importándole poco sí llamaba la atención, Claude se escabulló de su propio palacio para evitar absurdas preguntas de los guardias, atravesó los corredores de piedra y corrió a los establos hasta llegar a su leal Snowball en su cuadra especial. Ensillandose, Frollo salió a su predestinación.

Al cabalgar por las calles de París, podía sentir el frío golpear su rostro, su aliento vehemente, su corazón exaltado y apasionado. Ese encuentro con María Aliceth podría cambiar la vida de ambos para siempre.

La noche estrellada daba un brillo especial a las calles. Guiándose por la luz de la luna, Frollo se dirigía intranquilo a la Catedral. Era aún demasiado temprano para encontrarse con Aliceth, pero era capaz de esperar las horas necesarias.

"Le daré lo que necesita..." Frollo pensaba al escuchar el galope de Snowball contra el suelo empedrado "...Le daré la solución a sus problemas, no la negará, la deseará..."

Una parte de Frollo trataba de mantenerse con los pies en la tierra, viendo todas las posibilidades de ese encuentro, ¿Qué sucedería si Aliceth rechazara su oferta? ¿Si preferiría seguir lidiando con rumores sin sentido y desdenes de monjas fracasadas? Era casi imposible que Aliceth confiara plenamente en él después del "interesante" pasado compartido, cuando ambos eran némesis del uno al otro.

"No... Ella tiene que aceptar"

Apretó las riendas con determinación e indicó a su corcel que fuese más rápido. Frollo se convenció de que Aliceth lo aceptaría, lo haría, ella estaba desesperada por un remedio. Recordó aquel pasillo, testigo de su primer acercamiento, sus lágrimas, su voz quebrada, la confianza que ella le depositó en él, la forma en que sus dedos se tocaron cuando le ofreció su pañuelo...

Frollo conectó entonces la localización de su pañuelo extraviado, una pequeña carcajada escapó de sus labios, más una enorme sonrisa. Esperó que su pañuelo hubiese tenido una buena cuidadora.

Elevaba su mirada, la silueta de las dos torres que pertenecían a la Catedral más bella del mundo se hacía cada vez más grande, indicándole a Frollo que estaba cada vez más cerca de su dulce tentación.

Cuando Snowball llegó finalmente a la enorme plaza fuera de Notre-Dame, Frollo lo paró con el propósito de observar una vez más la majestuosa Casa de Dios, las dos torres y su enorme aguja que parecían tocar la bóveda celeste y la luna. Sólo Notre-Dame era capaz de hacer sentir al ministro Claude Frollo pequeño e insignificante.

El único desperfecto del templo que obstruía la urgencia de Frollo era que las puertas ya habían cerrado.

Una chispa de furia se encendió en Frollo, pero no podía dejar que se avivara hasta volverse fuego insaciable. Mirando a ambos lados, relajando la tensión en sus dientes y hombros, y dejando de apretar sus manos, buscó una posible entrada a Notre-Dame aunque fuese prohibida.

Frollo tomó la rienda de Snowball y ambos rodearon la Iglesia, llegando a donde Notre-Dame y el rio Sena se miraban cara a cara. Bajó de Snowball y lo amarró a uno de los árboles de sus alrededores, observó concentrado a los vitrales y ventanas. Debía de haber alguna abierta, algo que lo ayudara a entrar.

A los segundos, divisó una pequeña ventana a medio cerrar, una oleada de placidez chocando con su cuerpo. Una grieta en las impenetrables paredes de piedra de Notre-Dame. Pero no podía cantar victoria aún.

Frollo se acercó y con sumo cuidado, elevó su toga (Extrañó su antiguo uniforme en momentos como esos). Tuvo que arreglárselas para trepar por las paredes hasta llegar a la ventana, jalando la ventana. No tardó mucho en hacerlo para abrirla por completo y escabullirse en ella.

Cuando por fin logró colarse y sus botas tocaron el suelo, se sintió ahora triunfante.

Si el silencio reinaba afuera en las calles, en Notre-Dame era casi un pecado romperlo. Frollo echó un vistazo a todos lados, esperando no encontrarse con algún bedel perdido.

Anduvo con precaución de no hacer ni un solo sonido, Claude no dejaba de estar alerta, vigilando su alrededor. A pesar que ya había pasado horas del término de la misa nocturna, aún perduraba el olor a incienso.

Frollo llegó al punto de encuentro, el pasillo escondido de Notre-Dame, y esperaría ahí pacientemente. No tenía ni idea de que horas eran, pero, estando la noche aún joven, no faltaría mucho para que llegara la hora indicada por su Aliceth: Medianoche.

Se sentó en una de las bancas y se quitó su sombrero, dejándolo a un lado suyo. A pesar de la impaciencia sobre sus hombros, aguardaba en sigilo. Sus manos entrelazadas, su pierna queriendo moverse arriba abajo producto de su ansiedad.

Frollo cerró sus ojos, tratando de entretenerse con sus propios pensamientos, imaginando y repasando la posible conversación que él y Aliceth tendrían. Incluso ensayaba dentro de su cabeza sus diálogos con Aliceth, susurrando quedante las palabras y frases a usar, listas para convencer a su María favorita de que tomara la solución creada por él.

Aliceth, oh su dulce y precioso capricho, no podía parar de imaginar que salía por la puerta de la sacristía, tal vez haciendo un movimiento torpe que provocara un fuerte ruido, digno de su naturaleza y mala suerte, arrebatándole algunas risas silenciosas a Frollo.

La imaginaba llegar cautelosa, tímida y quizá temerosa. Sus ojos castaños iluminándose de verlo, cumpliendo su parte del trato, y quizá le regalaría otra de sus hermosas sonrisas. La calmaría, la haría sentarse en la banca más remota del pasillo y ahí, le diría su plan para deshacerse de los problemas del convento, el remedio de todos sus males.

"Ven conmigo..."

Frollo susurró en silencio, imaginando miles de reacciones en la cara de Aliceth cuando escuchara esas palabras, desde sorpresa, miedo, incertidumbre, enojo, rechazo. Podría apartarse de Frollo, decirle que estaba loco, incluso tenía que vislumbrar la posibilidad de una cachetada, pudiera ella decir "No" y salir corriendo de ahí, regresando a la sacristía.

Pero Frollo no tenía contemplado un repudio, porque estaba seguro que Aliceth diría "Sí".

A esas alturas, Aliceth necesitaba más de Frollo que él de ella.

O quizá era todo lo contrario.

¿Quién necesitaba más a quién?

Un fuerte estruendo lo sacó del mundo de sus fantasías, abriendo sus parpados de golpe, un segundo golpe parecido al de una puerta chocando contra la pared. Frollo se levantó de la banca, listo para ocultarse. Se fue a lo más lejano del pasillo, a la parte más oscura, todavía era temprano para encontrarse con Aliceth y quizá había otra persona por Notre-Dame.

Se agachó, ocultándose entre las bancas de forma que pudiera ver de quién se trataba.

Ahogó un grito al ver la muy memorizada silueta de Aliceth, ¿Acaso ella era igual de desesperada que él? Sería la primera vez que la impaciencia daba frutos jugosos.

Pero Frollo se dio cuenta que algo no estaba bien, notó a una Aliceth diferente a la de la misa, Incluso diferente a la Aliceth que solía conocer. María Aliceth caminaba casi corriendo, llevándose una mano a su boca, a veces deteniéndose y usando las bancas de apoyo. Silenciosos sollozos que su mano no alcanzaba a callar, más lágrimas cayendo de sus ojos.

Frollo se tensó, ¿Qué sucedió? ¿Sería que Aliceth se arrepentiría de verlo? ¡No! ¡No podía! ¡Frollo se negaría a que Aliceth declinara su ayuda!

"Ella me necesita, ¡No va a dejarme así!"

De repente, Aliceth corrió por el pasillo hasta llegar a una puerta que Frollo conocía bien sus rumbos, a las torres más altas de Notre-Dame.

Sin siquiera pensar que alguien más podría verlo, Frollo salió de su escondite y fue detrás de Aliceth. Al adentrarse en la puerta y ver la infinita escalera de caracol, Frollo decidió gritar.

—¿Aliceth? ¡¿Aliceth?!

Ni una respuesta. Tensándose y gruñendo, Frollo tomó una antorcha colgada en las paredes, corriendo escaleras arriba. No paraba de vocear el nombre de Aliceth, pero ni una sola respuesta. Apresuró el pasó, ella era muy rápida.

"¿Qué demonios estás haciendo?" Frollo pensó mientras seguía subiendo la escalera tan rápido como su cuerpo se lo permitiera. En algún momento Frollo estuvo a punto de tropezarse con un objeto que sus botas pisaron. Al iluminar el escalón, notó que era un zapato de dama. Lo tomó con su mano libre, confundido, Aliceth había dejado un zapato atrás y ni siquiera tuvo la necesidad de regresar por él. Frollo no sabía que pensar, pero algo realmente malo estaba sucediendo.

—¡Aliceth!— Gritó una vez más, esta vez más fuerte, corriendo más a prisa.

Llegó a los escalones finales, y logró notar la puerta de la última habitación a medio abrir. Sin demora, Frollo la abrió por completo y al ver el interior de la torre quedó horrorizado, una escena que jamás se eliminaría de sus memorias:

Aliceth al borde de la ventana, inclinándose, a punto de saltar al vacío en un intento de quitarse la vida.

No. No podía permitirlo. ¡No consentiría que le arrebataran por lo que luchó y construyó por tanto tiempo! ¡Nadie iba a arrebatarle a María Aliceth Bellarose, ni siquiera ella misma!

Sin pensarlo dos veces, Frollo arrojó la antorcha fuera de la habitación y se lanzó hacía a ella, la tomó con toda su fuerza de la cintura y la atrajo nuevamente al interior de la torre, tropezándose y cayendo de espaldas, pero aun sosteniendo con raigambre a la novicia.

Aliceth, quién rezaba las últimas dos oraciones del Padre Nuestro, soltó un grito de conmoción y sorpresa al verse alejada de la ventana. Sólo al final sintió la ira de que su última voluntad fue malograda.

—¡Suélteme! — Aliceth gritó, forcejeando con Frollo, el cual la tenía muy retenida entre sus brazos—¡Que me suelte!— Aliceth exclamó, golpeando los brazos de Frollo con sus puños, a pesar que ya no tenía vigor en estos —¡¿Qué cree que está haciendo?!

—¡Tonta! ¡Estoy salvando tu alma de la condena eterna!— Frollo gritó igual de estupefacto que ella, la estrechó más contra su pecho, sin dejarla ir —¡¿Qué demonios estabas pensando?!

—¡Que me deje en paz!— Aliceth parecía animalito atrapado en una jaula de cazador, haciendo todo lo posible por zafarse de la jaula que eran los brazos de Frollo, y el negándose a dejarla ir. Claude sabía que Aliceth no iba a calmarse tan pronto y tendría que ser paciente, hasta que Aliceth se quedara sin fuerzas —¡¿Por qué no me deja en paz?! ¡Déjeme en paz! ¡Déjeme en paz!— Los gritos fúricos de Aliceth progresaron de una ira tórrida a una resignación dolorosa —¡Que me deje en paz! ¡Que me deje...! ¡Déjeme...! Déjeme en paz...— Y cuando todo rastro de arrebato la abandonó, dio lugar al desengaño de Aliceth. Rompió a llorar dolorosamente.

Los brazos de Claude, de volverse una prisión, se volvieron su lugar de consuelo y se desplomó en ellos, ahora completamente débil.

Claude no dijo más palabras, no osó sermonearla ni reprenderla, sólo estuvo ahí, aun sujetándola contra su pecho.

Los dos en esos instantes tenían una tormenta violenta dentro de ellos mismos. Aliceth dándose cuenta que estuvo a punto de condenar su alma al infierno por encontrar como única solución a todos sus males atentar contra su propia vida. Claude no sabiendo que pensar, sólo sabía que estuvo a punto de perder a Aliceth, su divina tentación, para siempre.

En un silencio profundo, los dos se quedaron abrazados el uno al otro. Claude empezó a mecer a Aliceth, acariciándola y consolándola quietamente. No es cuando él salió de su trance, se dio cuenta de algo que tenía bastante poder sobre él; Aliceth no tenía su habito puesto y pudo vislumbrar lo que ansiaba ver de Aliceth desde el instante que la conoció, al grado de imaginarlo y soñarlo tantas veces: Su cabellera roja.

Pasó sus dedos por sus cabellos, sus yemas tocando la suavidad de los rizos salvajes de Aliceth, sintiendo su textura, su suavidad, no era como lo imaginaba, era mejor.

Echando su cabeza hacía atrás, Claude suspiró siguió acariciando y meciendo a Aliceth. Aún acomodaba sus ideas dentro de su cabeza, pero por ahora, sólo sentía el instinto de protegerla.

En cuanto a Aliceth, miles de emociones se arremolinaban en su pecho y corazón, aún estaba conmocionada, agobiada, adolorida, e incluso desorientada. Miraba a sus alrededores, sentía que su alma ya estaba preparada para abandonar su cuerpo y al ver que ese no fue su destino, estaba volviendo a acomodarse en sí misma. Destino, Aliceth miró su palma, recordó las palabras de la Bruja Gitana, recordó que su destino estaba en las palmas de sus manos.

Dejó caer su frente en el pecho de Claude, haciéndose un ovillo en este, una insólita e inesperada vergüenza se apoderó de ella. Nunca creyó que el Juez fuera a verla en su punto más bajo, y quería sentirse humillada, sofocada y avergonzada por ello.

Quizá Frollo podría burlarse de ella, tal vez la regañaría y con justa razón, estaba a punto de entregarse por voluntad propia al infierno, y a una muerte muy dolorosa. Pero no lo hizo, sólo estaba en silencio, al igual que ella, sólo el silencio los abrumaba, y a la vez, los calmaba.

Cuando los sollozos de Aliceth se apagaron y su respiración se volvió pacifica, Claude certificó que era el momento de una conversación. Claude tomó su rostro entre sus manos y la miró directamente a los ojos. Aliceth se cohibió un poco, encogiéndose de hombros, pero sólo percibió los pulgares de Frollo limpiar sus lágrimas que la surcaban de sus ojos hinchados.

—¿Por qué? — Frollo susurró su pregunta al estar dentro de la serenidad.

—¿P-Porque le importa eso?— Aliceth respondió un poco a la defensiva, temerosa de que la antigua actitud de Frollo hacía a ella saliera a flote —¿Por qué finge interesarle mis razones ahora?
Frollo permaneció en silencio, no hizo nada, no expresó nada. Sólo dijo algo que dejaría con más dudas.

—Porque me importas, niña ingrata— Confesó Claude Frollo en voz firme y ronca —Y no permitiré que nadie vuelva a hacerte daño, ni siquiera tú misma...

Aliceth se quedó perpleja ante la respuesta de Frollo. Algunas lágrimas traicioneras saliendo de sus orbes. Definitivamente él podía ver a través de ella.

Se sentía tan expuesta ante ese hombre, como si estuviese despojada de sus vestiduras, y a la vez, sentía que no podía confiar en otro ser humano en la faz de la tierra más que en él. Una mezcla de dolor, revelación y algo más que no supo identificar atravesaron como flecha de arquero en su pecho. Su corazón se volvió delicado otra vez.

Aliceth asintió lenta tontamente un par de veces y dejó caer su frente otra vez en Claude, el volvió a tomarla entre brazos.

Aquello sin nombre que sucedió en aquella torre de Notre-Dame era imposible de deshacer. Sea lo que fuera, ya no había vuelta atrás

...

Una hora y media después, cuando los tormentos de Aliceth se volvieron lloviznas y Claude se encargaría de poner el zapato en el pie descalzo de Aliceth, los dos bajaron de la torre.

O bueno, sólo lo hizo Frollo, Aliceth estaba siendo cargada por el en sus brazos, ella estaba aún tan sensible por el trauma de atentar con su vida que a veces su cuerpo no reaccionaba adecuadamente, tropezándose como nunca.

Cuidando de no dar un paso en falso y provocar otra tragedia, Claude bajaba las escaleras sosteniendo a Aliceth en sus brazos. Recordaba Frollo que en aquella hora y media en la torre, Aliceth se dispuso a contarle que fue lo que sucedió en la abadía al grado de orillarla a tomarla esa trágica decisión, la ira insaciable en el pecho de Frollo se encendió, pero no iba a demostrarlo ni a hacerle falsas promesas. Malditos todos aquellos que la forzaron a creer que la muerte era la salida.

Caminó por el pasillo de Notre-Dame hasta llegar a la sacristía y de ahí, a la abadía. Frollo cuidó sus pasos de no ser ruidosos, aunque en el fondo, imaginaba que alguien los viera y les reclamara de que estaban juntos, sólo así desataría su ira finalmente contra ellos. Pero nadie apareció, y tal vez fue mejor para el convento.

Y también para Aliceth.

Llegaron a la alcoba de Aliceth, y con sumo cuidado, Frollo la depositó en la cama, Aliceth se cubrió con sus sabanas y no tardó en quedarse profundamente dormida. Frollo se quedó en vigilia, sólo para evitar que Aliceth cometiera otra estupidez. Miró alrededor de la habitación hecha desastre de Aliceth, no iba a decir nada al respecto, reconoció perfectamente los estragos de alguien cuando llegaba a su punto de quiebre.

Algo que a veces él mismo hacía.

Iluminados por la tenue luz de la vela, Frollo observaba el rostro de Aliceth, reposando de sus martirios al fin. Acariciándola con el dorso de dos dedos, Frollo se recriminó a sí mismo.

"No esperaba que la discordia que sembré hubiera provocado esto. María es tonta por haber intentado eso, pero..." Dejó escapar un gruñido, cerrando sus ojos "...Casi la pierdo... Casi la pierdo para siempre..."

Se pasó sus manos por el cabello blanco, agarrándolo con fuerza. ¿Otra vez sentía culpa y arrepentimiento? Negó con la cabeza, no quería atravesar esos sentimientos que lo hacían débil. Pero al volver a ver a su María, suspiró, y dejó que la culpa lo invadiera por esa noche.

—Casi la convierto en otro fantasma que me atormente...

Al escucharse decir esas palabras, Frollo se levantó de su asiento alterado. Apretó su mandíbula y se llevó otra mano a su frente. Suspirando, volvió la mirada hacía la joven durmiendo plácidamente en su lecho. Aliceth ahora se veía tan tranquila, tan en paz ahora que estaba en el mundo de los sueños. Lucía tan inocente y frágil.

De ese extraño sentimiento que aún no lograba identificar llegaban con otras pequeñas ramificaciones: Deseaba protegerla, evitar que volviera a sufrir de ese modo.

Se asomó por la ventana de la habitación de Aliceth, el sol comenzaba a asomarse en el horizonte, tiñendo al cielo, mezclando los colores fríos de la noche con los colores del mañana, matices rojizos que indicaban el amanecer.

Miró a su ciudad y a lo lejos, el Palacio de Justicia. Recordó los malditos pendientes y se llevó una mano a su cara.

"No tengo tiempo para eso, necesito estar aquí, evitar que Aliceth haga otra tontería de la que ni siquiera tendrá tiempo para arrepentirse"

Trató de pensar rápidamente, sentándose nuevamente en la silla, mientras que desde la ventana veía el cielo tornarse de azul oscuro a púrpura.

Púrpura. El color de su neblina.

Sus parpados se tornaban algo pesados pero estaba reacio a descansar. Se arrodillo al lado de la novicia, y le apartó un mechón de la frente con delicadeza. Recordó la solución que tenía para ella y la sacó de entre sus bolsillos: Una solicitud para renunciar a sus votos de novicia, firmado exclusivamente por el Protector de Notre-Dame.

Frollo iba a convencer a Aliceth de dejar el convento, pero el siguiente problema era buscar una forma de retenerla a su lado y no encontraba la forma de persuadirla, sabía que, apenas tuviese su libertad ansiada y un pie fuera del convento, Aliceth huiría a su natal Alsacia junto a su familia, y lo cierto era que Frollo no encontraba aún un pretexto para convencerla y hacerla residir por un tiempo más en París

Pero al ver el Palacio de Justicia al fondo, pequeños cabos se ataron en su cabeza. Recordó lo muy cansado que se había tornado su puesto, demasiada carga, muchísimas labores que hacer y reconocer, excesivos papeleos, pequeños detalles los cuales no podía dejar de lado porque eran parte de su deber. Y ante la tediosa tarea de ser Ministro de Justicia necesitaba a alguien para hacer de frente todo ese deber.

Aliceth sufría en Notre-Dame, y para evitar que esos oscuros pensamientos volvieran a ella, la necesitaba lejos de ahí, lejos de su sufrimiento.

Y precisaba de un asistente en el Palacio de Justicia que le ayudara con diversas tareas.

Aquella podía ser la solución perfecta, tanto para los pesares de Aliceth como para los deseos de Frollo. Esbozó una leve sonrisa. Claro que no iba a permitir que Aliceth se fuera de su vida, porque desde el momento en que la rescató, supo que no podría volver a alejarse de su lado.

Dormitó un poco, necesitaba estar descansado para lo que se venía para ambos.

Por fin, la oportunidad de quemarse en las llamas de su novicia de fuego estaba tan cerca.

...