XVII: Fe ciega
La Madre Irene despertó a los pocos minutos del amanecer, como de costumbre desde hace más de cinco décadas. Dio gracias a Dios por un día más de vida y realizó su rutina de aseo personal, lavándose la cara y preparando su habito de color claro que la marcaba como Madre Abadesa del Convento de Notre-Dame. Sin embargo, durante sus pequeñas costumbres, un sabor agridulce no abandonaba su paladar y su pecho desde el día pasado. Sentía remordimiento por haber tratado tan duro a la Hermana Aliceth, y no sólo por día de ayer, sino por los eventos sucedidos los últimos meses
Sin embargo, su orgullo le impedía admitir completamente su error. Pensó que como Madre Superiora debía mantener la disciplina y el orden dentro de la abadía. Además, el Arcediano tuvo otra de esas charlas donde eran más que llamadas de atención y regaños, pero esta vez él le indicó a la Madre Irene que debía de disculparse con Aliceth apenas la viera.
La Madre Irene salió, y antes de convocar a sus Hijas novicias, se dirigió a las oficinas de la abadía donde tenía que arreglar unos cuantos papeleos antes de proseguir con su rutina. Pero se encontraría con una sorpresa que no sabía si era grata o ingrata:
Se encontraba el Arcediano sentado en su escritorio, con su rostro pálido, lleno de temor e incertidumbre. Frente a él estaba Aliceth, la cual giró al escuchar a alguien entrar.
Antes de darle oportunidad de reaccionar, Aliceth se puso de pie y e hizo una reverencia a su Madre Abadesa.
—Buenos días Madre— Susurró Aliceth, aun temblorosa por las montañas de emociones que sufrió la noche anterior —He estado hablando con el Arcediano esta mañana sobre una decisión que he tomado...
La Madre Irene miraba con cierto suspenso al escuchar las palabras, adelantando un anuncio que no sería del todo agradable. Mostró una hoja frente a ella hecha con su puño y letra.
—He llenado esta solicitud... Estoy solicitando renunciar a mis votos de novicia...
La Madre Irene sintió un repentino dolor de estómago al ver que Aliceth, su novicia más problemática y aquella que sólo fue una jaqueca, y a la vez, la que le dolía la vida monástica, estaba renunciando a ella.
—Hija, ¿Qué es lo que dices? ¿Por qué deseas renunciar?
Aliceth bajó su mirada. Su pecho sintiendo esa nada bienvenida sensación al recordar el evento de la noche pasada, su pie a un paso del abismo. Sacudió su cabeza y le dirigió la Palabra a su Madre Abadesa.
—Ayer... Sufrí... Bueno, tuve una revelación... Lo mejor será que me vaya...
—Hija...— Escuchó al Arcediano levantarse de su silla y acercarse a ella, intentando vagamente una vez más convencerla de lo contrario —Se que han ocurrido muchas cosas que tal vez no esperabas, y entiendo que eres plenamente merecedora de muchas disculpas...— El Arcediano le dirigió una miradita a la Madre Irene, esperando que le diera sus disculpas de una vez —...No creo que renunciar a la vida de novicia sea la solución...
—Padre, muchas gracias, pero—
—Arcediano, si es lo que la Hermana Aliceth desea... No somos nadie para retenerla...
El Arcediano y Aliceth miraron con sorpresa a la Madre Irene, la cual se veía firme, pareciendo estar de acuerdo con la decisión de Aliceth.
La Madre Irene continuó —Además de esa solicitud, tendrás que llenar una carta donde explicarás la dispensa de tus votos, se enviará a la Santa Sede. Si te aprueban, podrás dejar el convento y regresarás a la vida secular. Haz la carta ahora mismo y nosotros nos encargaremos de enviarla, pero en cuanto a lo espiritual, nos podemos adelantar...
El Arcediano intenta explicar con gestos de manos a la Madre Irene que no diera tanta información a Aliceth, pero en ella podía verse un atisbo de esperanza. Sin esperar más, Aliceth preguntó con su natural timidez ante situaciones así.
—¿P-Podemos hacer esto? ¿O-O tendré que esperar? No quiero que el resto de mis Hermanas se den cuenta...
—Redacta primero la carta, Aliceth. Y ya veremos después lo del ritual...
Aliceth, quién hacía un esfuerzo sobrehumano por no entusiasmarse, asintió a su Madre Abadesa, giró e hizo otro al Arcediano, y apuradamente se retiró de la oficina.
—Pero Madre, ¿Por qué ha hecho eso? ¿Qué le sucede? ¿Por qué permite que María Aliceth abandone su vida monástica así como así?
Apenada, la Madre Irene bajó la mirada. En el fondo, sentía una enorme culpa por haber permitido que Aliceth sufriera tanto rechazo y humillación de las otras monjas. También le pesaba en la conciencia el haberla abofeteado la noche anterior en un arrebato de ira.
Lo mejor para Aliceth era permitirle dejar el convento, era la única forma que veía de redimir sus errores y evitarle más sufrimiento a esa pobre e inocente joven.
Media hora después, Aliceth se presentaba con un sobre, dentro, la solicitud de renuncia y una extensa carta expresando sus motivos. La Madre Irene los tomó y suspirando, dijo a Aliceth lo esperado por ella:
—Vamos a la Catedral. Iniciaremos el ritual en privado, sólo usted, el Arcediano y yo...
Pequeños momentos después, Aliceth estaba arrodillada frente al altar de Notre-Dame, ella sola, con la presencia del Arcediano y la Madre Irene. El nerviosismo en sus dedos, pero una creciente emoción nacía de su pecho.
La Madre Irene se aclaró la garganta y comenzó a leer en voz alta la epístola dispensa, autorizando a Aliceth a dejar sus votos monásticos. Mientras la Madre Irene redactaba, el Arcediano miraba con angustia la escena, su semblante serio. Alguien más era testigo de eso, pero estaba oculto de la mirada de la Madre Irene y el Arcediano.
—Aliceth, levántate y pronuncia tus palabras de renuncia
La joven novicia que estaba a punto de perder ese título quedó suspendida por algunos segundos. Antes de levantarse del suelo, Aliceth miró su palma de la mano, observando las líneas de su vida.
Esbozando una pequeña sonrisa, Aliceth elevó su rostro y se puso de pie. Se relamió sus labios y pronunció lo que más esperaba: Su renuncia.
—Yo, María Aliceth Bellarose, habiendo hecho votos de pobreza, obediencia y castidad, declaro ahora mi intención de dejar la vida religiosa y monástica, y retirarme con dignidad de esta Sagrada Orden...
La Madre Irene se acercó a Aliceth, poniéndose a su frente, sosteniendo el hombro derecho de Aliceth con su mano.
—En representación de Nuestro Señor y de Notre-Dame de París, tu renuncia es aceptada y te libero de tus sagrados votos...— Tomando la mano izquierda de Aliceth, y sosteniéndola con suavidad, la Madre Irene le quita su anillo de novicia a Aliceth, y con delicadeza, retira el habito de su cabeza. Su cabello rojo saltando fuera de la tela que la aprisionaba por última vez.
La Madre Irene persigno a Aliceth —Te bendigo tu camino, el Señor te guiará por el resto de tu sendero, te deseamos paz y fortaleza en tu nueva vida...
Aliceth sentía que su alma iba a volver a salir de su cuerpo, pero esta vez para saltar y bailar de felicidad por toda Notre-Dame, de sentirse liberada.
Finalmente, María Aliceth dejó de ser Novicia.
...
Algunas horas después, la Madre Irene y el Arcediano aguardaban en la oficina eclesiástica, esperando a que Aliceth terminara de guardar sus pertenencias y arreglarlo todo en su habitación.
—Debemos de conseguir un carruaje para ella, uno especial que la lleve a Alsacia...
—Tiene razón, fue una decisión precipitada que de seguro Aliceth no avisó ni mandó alguna carta a su familia. Deberíamos de buscar a los que siempre nos apoyan en...
La conversación fue interrumpida en ese instante tras un llamado a la puerta.
—Oh, que rápida es para guardar sus cosas...— El Arcediano se puso de pie y se dirigió a la puerta —...Debemos decirle que nos espere hasta conseguirle transporte para que la lleve a su... hogar...
Al abrir la puerta, se encontraron con la presencia de Claude Frollo.
—Buenos días Arcediano, buenos días Madre Irene...— Frollo sonrió, haciendo una reverencia a ellos. El Arcediano y la Madre Irene se miraron entre sí después de saludarlo —Parece que los he interrumpido en su conversación, ¿Acaso era algo importante? ¿Quizá algo confidencial? Si fuese lo segundo, me encantaría alejarme de la conversación, aunque soy Protector de esta Catedral, y por derecho, me concierne en saber de los temas que están siendo tema de su plática
Elevando su rostro, regresando a su arrogancia, Frollo se cruzaba de brazos, deseoso de saber de qué era lo que la Madre Irene y el Arcediano charlaban.
—S-Sólo conversábamos de cosas rutinarias, sobre la llegada de los festejos del Invierno. No faltaba mucho para ello— El Arcediano intentó desviar la atención de Frollo, fallando en eso.
—Claro que tienen la razón. Se vienen sagradas fechas de las cuales debemos celebrar con todo el respeto que se merece... No permitir calumnias ni contratiempos en aquellos festejos...— De su sonrisa, pequeños rastros de cinismo, recordando el Banquete de la Misericordia en el día de la Asunción de María.
Que placenteros recuerdos.
—Aunque...— Frollo prosiguió —...Noto que hay cierto misterio entre ustedes dos, ¿Acaso hay algún asunto del que no he tenido el placer de enterarme? — La Madre Irene y el Arcediano se miraron entre sí, sin saber que responder —Vamos, pueden confiar en mí. Soy el Protector de este lugar, es mi deber estar informado
El Arcediano estuvo a punto de mencionar cualquier otro tipo de asuntos dentro de la Catedral. Pero la Madre Irene, la cual ella aún desconocía de muchos aspectos del Juez, aspectos oscuros de los cuales sólo el Arcediano tenía conocimiento, decidió no tentar a la suerte de ambos y dijo la verdad:
—La verdad hoy tuvimos una ceremonia privada, su Señoría. Una de nuestras novicias ha decidido renunciar a sus votos monásticos. Usted sabe que cuando esto ocurre, no podemos negarnos a su decisión. No nos ha dicho más motivos, lo único que sabemos es que lo meditó la noche anterior, y tuvimos que adelantar unas cuantas cosas
Frollo, quién escuchaba atentamente a la Madre Irene, fingió sorpresa al escuchar el informe.
—Oh vaya, es una lástima que haya decidido dejar una noble labor. Pero sus motivos ha de tener...
El Arcediano y la Madre Irene parecían creer que desviaron la atención y curiosidad de Frollo.
—Debe de tratarse de la Hermana Aliceth, ¿No es así?
—Así es, su excelencia. María Aliceth ha renunciado esta mañana...— La Madre Irene confirmó. El Arcediano miró el rostro de Frollo, esperando una reacción agresiva o desaprobatoria, algo que dejara ver el descontento de Frollo ante la decisión de María Aliceth.
Pero lejos de ello, Frollo parecía no inmutarse, ni siquiera parecía importarle. Seguía de brazos cruzados, relajado y aún con esa extraña sonrisa.
—Oh, claro que sí, Aliceth, ¿Ella continúa empacando?
En ese instante, la Madre Irene y el Arcediano se vieron entre sí, confundidos ante las palabras de Frollo.
—E-Eh... Sí, parece que sí— El Arcediano dijo desorientado, por alguna razón, sospechando de las palabras de Frollo.
Al escuchar la confirmación, Frollo cerró sus ojos y sonrió.
—Ah ya veo. Bien, la esperaré un poco más
Un respingo de advertencia sacudió a los Superiores de Notre-Dame, sobre todo al Arcediano. Se intercambiaron miradas de pánico.
—¿Esperarla? ¿Por qué esperaría a Aliceth? — El Arcediano preguntó con voz temblorosa, y esto casi provocaba carcajadas en Frollo, pero se omitió a hacerlo. Prefirió ejecutar sus preocupaciones con una última frase.
—Oh, me parece que la pequeña Aliceth ha omitido un pequeño detalle: Ella vendrá conmigo
—¡¿Qué?!— El Arcediano y la Madre Irene dijeron al unísono.
—Como lo escuchan, le he ofrecido un lugar en el Palacio de Justicia como mi asistente personal, y ella ha aceptado. Me la llevaré esta misma mañana, mi carruaje está afuera esperándonos, ¿No les importará que me quede a esperar aquí?
El Arcediano y la Madre Irene no pudieron decir palabra alguna. Mudos, impactados y consternados. Un silencio atónito se apoderó de la oficina.
Claude Frollo logró lo que buscaba, lo que el Arcediano sospechaba tiempo atrás. Miró a las dos figuras de autoridad religiosas, anonadados por la revelación de Frollo.
—Con su permiso, esperaré por María Aliceth en la entrada del convento, como acordamos...— Frollo dijo aún con esa sensación de victoria y satisfacción al ver a los superiores de Notre-Dame temerosos. Hizo una reverencia y Frollo salió de la oficina.
La primera que logró reaccionar fue la Madre Irene, quién se acercó al Arcediano
—Nunca imaginé que el Ministro Frollo se aparecería por aquí ¡Y más con estos planes! ¡Por eso la renuncia de Aliceth fue tan repentina!
El Arcediano, quién aún estaba en suspenso, asentía a la Madre Irene. Ambos profundamente preocupados por la decisión de Frollo de llevarse a Aliceth como su asistente personal. Ambos conocían la reputación del Juez, su estricto carácter y su intolerancia a cualquier cosa que considerara herejía. Si Aliceth quedaba bajo la supervisión de un hombre así, su bienestar y seguridad estarían en constante riesgo.
La Madre Irene podía sentir el arrepentimiento y culpa llenar cada rincón de su cuerpo, había sido demasiado severa con la pobre muchachita, y si bien, no era su novicia favorita, jamás hubiera querido que acabara en manos de Claude Frollo.
El Arcediano compartía el mismo temor, e incluso más, ya que él 12 años atrás vio de primera mano hasta donde podía llegar la maldad de Frollo...
—Debemos de negarnos, es por el bien de Aliceth— El Arcediano alcanzó a responder, dando vueltas por la oficina, paseando de un lado a otro —Ese hombre podría destrozar su espíritu e incluso podría llegar a herirla y dañarla. No esta bien de la cabeza, yo mismo lo he visto años atrás...
La Madre Irene asintió con su cabeza —Tiene razón, Arcediano. Pero, si nos negamos al juez podríamos enfurecerlo. Podría tomar represalias contra nosotros, contra Notre-Dame o incluso contra Aliceth... El es un hombre poderoso y usted lo sabe.
Se sentían los dos atrapados en ese espiral de miedo y zozobra.
—Hablaré con ella...— Dijo la Madre Irene después de llegar a una conclusión —Le advertiré del peligro que corre y le rogaré que se niegue...
El Arcediano asintió, era muy arriesgado, pero no tenían alternativa ni otra solución. Sólo podían rezar a que Aliceth prestara atención a las palabras de la Madre Irene.
La Madre Abadesa salió de la oficina y se dirigió a paso apresurado al convento, como tal lo dijo, estaba ahí Frollo, cruzado de brazos, esperando pacientemente a la ex novicia. La Madre Abadesa intentó parecer casual, haciendo una reverencia a Frollo y adentrándose en el convento.
Frollo sabía lo que iba a hacer la Madre Irene, pero sería todo en vano.
Al llegar a la habitación de Aliceth, notó que ella tenía ya sus pertenencias empacadas en baúles y zurrones, y ella vestía de un vestido marrón sobrio, el mismo con el que llegó al convento.
—Aliceth...— María elevó su cabeza al escuchar la voz de la Madre Irene, la cual no esperaba verla entrar en su habitación —Hija mía, te lo ruego... No lo hagas...— La voz suplicante de la Madre Abadesa resonó en Aliceth, tomando las manos de la jovencita entre las suyas, buscando su mirada —Me he enterado de la oferta que te ha hecho el Ministro Frollo y por favor, no la aceptes. Ese hombre es peligroso, aquí estarás a salvo, no junto a él...
Aliceth escuchó atentamente a su ahora vieja Madre Abadesa, más ella retiró sus manos con suavidad y esbozó una triste sonrisa —Madre, créame que aprecio enteramente su preocupación, pero he tomado una decisión. El Ministro Frollo se ha portado amable conmigo me ofrece una... Bueno, una increíble oportunidad de nueva vida, una donde ya no seré un estorbo para nadie...
—¡No! ¡Eso no es cierto! Tu nunca has sido un estorbo...— La voz de la Madre Irene se tornó quebradiza, sin tan sólo no hubiera sido tan severa con Aliceth, ella no estaría tomando esa terrible decisión —Hija mía, s-sé que cometimos muchos errores, que nosotros no debimos hacerte tanto daño, pero...
—Madre, por favor— Aliceth interrumpió a su Madre Abadesa, suave pero firme —No lo haga más difícil. He tomado una decisión, y aunque se vea difícil, créame que será lo mejor para todos...
Sin decir más, Aliceth tomó la mano de su Madre para depositar un beso en los nudillos, y otro más en su mejilla. Ese pequeño gesto rompió el corazón de la Madre Irene.
Aliceth tomó el baúl y los zurrones y salió de la habitación, marchándose.
Bajó su mirada al habito blanco que Aliceth dejó cuidadosamente doblado sobre la cama.
En ese instante, a la Madre Irene se le llenaron sus ojos de lágrimas. Había fracaso. No fue la Madre Abadesa que juró ser tiempo atrás, no protegió a su hija, aunque fuese la menos favorita, no logró salvarla de las garras de la oscuridad de aquel malnacido. Sólo le quedaba rezar para que Dios se apiadara de Aliceth... Y del alma descarriada de Frollo.
...
Aliceth salió del convento y justo como había acordado con Frollo, ahí estaba esperándola en la entrada.
Frollo la observó ahora sin el habito que cubría su melena y cuerpo, y no pudo evitar contemplarla por algunos momentos, Aliceth finalmente con un vestido y su cabellera roja libre. El corazón de Frollo latió, y aunque quiso sentir lujuria, lo único que pudo sentir una extraña mezcla de admiración y devoción.
Aliceth intentó sonreír pero trato de contenerse, no quería expresar del todo su felicidad por salirse del convento.
Reaccionando, Frollo se acercó a Aliceth y tomó el pequeño baúl que estaba cargando.
—Ya nos están esperando a las afueras, llegaremos a Notre-Dame y le diré a mis guardias que se lleven tus pertenencias, ellos no tienen el derecho de entrar hasta la abadía
—Comprendo, su señoría...— Aliceth asentía mientras ella cargaba con sus bolsos menos pesados, los dos atravesando el jardín del convento hasta la salida de la abadía. Pero antes de que salieran, su camino fue interrumpido.
—Arcediano— Aliceth se sorprendió al ver al Arcediano aparecer, y sintió un pequeño temblor porque la vio junto con Frollo.
—Aliceth, hija mía, ¿Podemos hablar?
—C-Claro— Aliceth asintió, mirando a Frollo por un momento, yendo junto con el Arcediano dentro de la oficina. Frollo seguía sonriendo mientras cargaba el baúl fuera de la sacristía, ellos aún insistían en que Aliceth no se fuera con él, pero Frollo sabía que no iban a poder convencerla de ninguna forma.
Una vez dentro de la oficina, sucedía lo que Aliceth temía: Otra conversación de la misma naturaleza de con la Madre Irene, esta vez con el Arcediano.
—Hija mía, te lo ruego, por favor, quédate— El Arcediano intentó lo mismo que la Madre Irene: Hacer que Aliceth no se fuera con Frollo —No sabes de lo que Claude Frollo es capaz de hacer...
Aliceth, la cual sentía una sensación de culpa en su pecho por tener que volver a rechazar la misma acogida —No se preocupe por mí, usted sabe que estaré bien. Sólo seré su asistente personal
—Aliceth, es enserio. Ese hombre es peligroso— Volvió a insistir el Arcediano, tomando las manos de Aliceth en un gesto desesperado —Frollo no como cualquier otro hombre a cargo de la ley, el tiene... Ciertas peculiaridades que lo vuelven inestable. Aliceth, lo que te digo es verdad, sí te vas con él, no podremos protegerte...
Aliceth, quién no le gustaba rechazar al arcediano, el único que fue bueno con ella, volvió a negar con la cabeza suavemente. Con dulzura, Aliceth retiró sus manos —Se preocupa demasiado, Arcediano, estaré bien, lo prometo. Nada malo me pasará...
El sacudió su cabeza con desesperación, cosa que Aliceth no había visto antes en él. Realmente ella era muy inocente y eso era alarmante, no tenía ni idea de la clase de hombre con quién se iba ni los tormentos que aguardaban por ella. Aliceth era como un pequeño conejito corriendo directamente a las fauces del lobo.
—Frollo no es un hombre que se conforme con poco, hija mía— Dijo finalmente el Arcediano con tono grave —Si te vas con él, pronto descubrirás su verdadero ser, sus verdaderas intenciones. Te aviso esto por tu seguridad: Ese hombre buscará domarte, lo he visto en sus ojos, María, y no te dejará ir una vez que estés atrapada en él... En su interior, arde una oscuridad insondable, y no quiero que seas su próxima victima en caer en sus redes...
Aliceth guardó silencio por unos instantes. Por primera vez empezó a dudar. Recordaba las antiguas acciones de Frollo antes de que llegaran a tener esa intima cercanía.
Más Aliceth volvió a mirar su palma, las líneas de su mano.
"...Debes de ser más inteligente que ese hombre, te hará la mujer más feliz del mundo, pero a la vez la más miserable. No puedes permitir que quebré tu espíritu, anteponte a él y confróntalo cuando sea necesario, sólo así el respetará quién eres"
A su cabeza regresaron las palabras de la Bruja Jayah cuando leyó su mano. Era una locura pensar que Frollo pudiera ser esa alma atormentada a la que estaba unida según su línea del amor, pero, si no fuera el caso, usaría ese mismo consejo cuando llegara aquellos momentos que el Arcediano temía para Aliceth.
—Yo... Hablaré con el...— Aliceth sonaba insegura en sus palabras, pero trataba de mostrarse firme —Le dejaré claras mis condiciones y límites. No creo que se atreva a cruzarlos. Es una figura de autoridad y no puede hacerlo. L-Le agradezco su preocupación...
Aliceth se acercó al derrotado Arcediano y lo abrazo. Un pequeño abrazo de despedida.
—Muchas gracias por sus consejos y sabiduría mientras estuve aquí. Jamás los voy a olvidar
Sin tener más formas de intentar retenerla, Aliceth dio vuelta y se marchó. El Arcediano dejó caer sus hombros, vencido.
—Dios...— El Arcediano susurró —Protege a este pobre cordero...
...
Algunos momentos después, los guardias del Palacio de Justicia guardaban en el carruaje los zurrones y los baúles de Aliceth.
Frollo y Aliceth esperaban hasta que un de los guardias abrió la puerta. Siendo caballeroso, Frollo tomó la mano de Aliceth y la ayudó a adentrarse al carruaje. El le siguió, no sin antes mirar atrás.
El Arcediano y la Madre Irene como si estuviesen viendo una calamidad mirando a Aliceth Bellarose irse de su segundo hogar. Frollo sonrió para sí, una pequeña sonrisa maligna. Al fin el depredador cazó a su presa.
Se metió al carruaje y cerró la puerta, el carrero ordenó a los caballos avanzar. La Madre Irene y el Arcediano en un desconsolado silencio observaron como el carruaje de Frollo se alejaba, llevándose a Aliceth lejos de Notre-Dame para siempre.
—La hemos perdido, Arcediano— La Madre Irene murmuró mientras lágrimas surcaban en su rostro —He fallado a mi deber de proteger a una de mis hijas. Ahora esta en manos de la oscuridad... Y no se si podremos recuperarla...
Finalmente, la Madre Irene empezó a sollozar, podía sentir el fracaso sobre sus hombros. El haber fallado a Aliceth tantas veces hasta orillarla a tomar ese lóbrego destino.
El Arcediano posó una mano sobre su hombro, apoyándola emocionalmente. El también se sentía devastado e impotente. Sentía que pudo haber hecho más por Aliceth.
—Hemos hecho cuanto estaba en nuestras manos— Dijo el Arcediano con voz apagada, tratando de convencerse a si mismos —Le advertimos del peligro, intentamos abrirle los ojos, pero fue inútil. Ella le tiene fe ciega a la falsa bondad de Frollo... Ahora sólo nos queda orar, orar por que María Aliceth pueda superar las pruebas que le esperan, y orar por Frollo, que Dios se apiade de su alma perdida y abandone sus impíos propósitos con María...
La Madre Irene asintió, secándose sus lágrimas —Rezaré por ella cada día y cada noche, rezaré por mi hija Aliceth... Rogaré al Señor que pueda volver pronto al sagrado refugio de Notre-Dame, o que regrese a su hogar en Alsacia...
Al terminar las dolientes palabras, juntos se dieron la vuelta y caminaron lentamente de regreso a la Catedral, una profunda tristeza mezclada con un terrible sentimiento de fatalidad. Algunas campanadas se dejaron resonar.
Sólo Dios ahora podía proteger a María Aliceth antes de que fuese consumida por completo por la oscuridad llamada Claude Frollo.
Que Dios se apiadara de ella.
Fin de la Parte I
