Divina tentación
Parte II
XVIII: La bienvenida
En las calles empedradas de la Capital de Francia un carruaje se trasponía a través de estas, carruaje jalado por un guardián que hacia de lacayo y un corcel blanco. Los citadinos apenas veían el carruaje sin ventanas y coraza dura e impenetrable, se hacían a un lado y le dejaban pasar.
Más por una pequeña ventanita de dicho carruaje, una joven dama cuya vida monástica dejaba atrás asomaba su rostro. La joven dama, ahora ex novicia del convento de Notre-Dame, María Aliceth Bellarose, no podía ocultar su ferviente felicidad que habitaba en su ser ¡Al fin había dejado atrás aquel horrible lugar! ¡Al fin era libre de sus votos de novicia! ¡Al fin se sentía en completa libertad, era una mujer completamente libre!
La alegría se desbordaba en sus labios curveados, sus mejillas pecosas sonrojadas y el brillo de sus pupilas, descubriendo nuevas rutas de la ciudad que no se había dado el gusto de explorarlas y conocerlas. Ese recorrido le era de mucha ayuda, todo era tan abrumador, pero podía conocer un poco más de París.
—Veo que estas alegre— Una voz ronca y gruesa la hizo distraerse de su fascinación, Aliceth miró al portador de esa voz y le sonrió, el Ministro Claude Frollo, el único que pudo ayudarle a escapar de la monotonía y melancolía del convento, el que le ayudó a liberarse de las cadenas de una vida que jamás le iba a pertenecer. La sonrisa en su rostro se volvió aún más radiante —Mírate, casi sacas la cabeza por la ventanilla, si no tienes cuidado, vas a golpeártela con un tronco y la perderás
A pesar de la oscuridad del chiste, Aliceth no pudo evitar carcajearse —Oh, no se imagina cuan contenta estoy…— Aliceth volvía a asomarse por la ventana. Claude sonrió levemente mientras veía a Aliceth con deleite, la joven estaba nerviosa, claro, era un nuevo camino el que tenía que recorrer, pero sus ojos brillaban con emoción infantil mientras admiraba el paisaje citadino de París. Era absolutamente encantador para Claude, pero jamás lo admitiría en voz alta —Muchas gracias por esto...
—No tienes nada que agradecer, María— Respondió Frollo —Soy yo quién debería estar agradecido por haber aceptado mi oferta
—¿Oferta? — Aliceth respondió un poco anonada por la simpleza en la que Frollo respondió. En ese instante, ella se puso de pie dentro del carruaje a pesar del movimiento sólo para sentarse al lado de Frollo. Algo en el palpitó —Eso no fue una oferta, su señoría, eso… Usted me salvó mi vida, salvó mi alma del Infierno, ¿Cómo no voy a aceptar lo que usted me dice? Estaré eternamente agradecida con usted
Aliceth hizo una pequeña reverencia sentada, bajando su cabeza. Una sonrisa oscura en los labios de Frollo que ella no alcanzó a percibir. Tomando su mentón con la punta de sus dedos, Frollo la hizo mirarlo a los ojos.
—Lo vuelvo a repetir, no tienes nada que agradecer. Tu compañía y asistencia me serán muy valiosas. Eso para mi es suficiente recompensa
Aliceth se ruborizó suavemente bajo la mirada intensa del Juez. Aquella inocente timidez sólo acrecentaba el atractivo en ella, y Claude sentía crecer en su interior el ansia de poseerla. Pero debía de ser paciente.
Ya la tenía donde quería, ya iba a quedarse más tiempo del estimado en París, y sobre todo, ya estaba a su lado. Ahora sólo restaba ganarse su confianza y afecto, avivar esos sentimientos para que finalmente cuando ella cayera, pudiera hacerla suya en cuerpo y alma.
Pronto, los dos estarían atrapados en la neblina púrpura, por ahora, sólo los estaba acechando.
—Prometo ser una buena asistente y no causarle problemas— Aliceth dijo, tratando de aclararse con Frollo, sus dedos jugueteando entre sí —Aún si me hubiese ofrecido un puesto en la servidumbre, lo hubiese tomado ¡Y haría mi mejor esfuerzo!
El entusiasmo y la devoción de Aliceth complacían a Frollo, el camino expedito para someter a su pequeña presa ya cazada. Frollo acarició con su pulgar la mejilla de la pelirroja.
—Tonterías, no tienes que preocuparte por tareas vulgares de la servidumbre. Tu puesto es un lugar digno para ti y tus habilidades. Eres más que una simple doncella de la limpieza… O que una monja…
Aliceth sonríe aún más contenta, lo cierto era que estaba fingiendo que aceptaría ser parte de la servidumbre, pero era bueno saber que Frollo no olvidaba su acuerdo sobre lo de ser su asistente.
—Cumpliré con todas las tareas que me encomienda, seguiré todas las órdenes y todas sus diligencias serán cumplidas, prometo no cometer errores y si los cometo, los enmendaré de inmediato
Aliceth dijo muy orgullosa, ella se sentía en una deuda eterna y a cambio de ello, sería la asistente personal más eficaz en la historia de Francia.
Frollo, al ver el entusiasmo de la jovencita se inclinó hacia ella y acarició con el dorso de su mano la mejilla pecosa de la joven mujer —Estoy seguro de ello, pequeña. Y puedo prometerte que, mientras seas obediente y leal, te trataré con mucho cuidado
—Lo prometo— Aliceth dijo animada, siendo el alma más optimista de París. Al ver la jovialidad y frescura de Aliceth, más su timidez e inocencia, Frollo no pudo evitar sentir que sus más bajos instintos se encendieran, aquellos que solía tener bajo control. Disfrutaría tanto hacerla caer en sus redes, la cuidaría como a una rosa, la regaría y haría florecer para cuando estuviese en su máximo esplendor, devorarla pétalo por pétalo hasta marchitarla, y una vez marchita, revivirla y reflorecerla.
El carruaje se detuvo, llamando la atención de Aliceth, volteando a todos lados curiosa. El lacayo de Frollo abrió la puerta, indicando que llegaron a su destino. Frollo fue el primero en salir de la carroza y una vez fuera, estiró su mano a Aliceth para ayudarla a bajar. Aliceth se puso de pie y tomó su mano.
Otra vez esa sensación cuando apenas se tocaban.
Aliceth bajó del carruaje, y mientras que Frollo daba órdenes a sus guardias de llevarse las cosas de la señorita Bellarose, ella quedó absorta al darse cuenta donde sería su nuevo trabajo: El Palacio de Justicia de París.
María contempló anonadada, era un gigantesco palacio lúgubre, los muros de piedra gris se elevaban hasta el cielo, tejas verde oscuras adornando las techumbres, largas escaleras que se elevaban desde la calle hasta la puerta principal, por supuesto que no pasó inadvertido la sensación fúnebre sombría que provenía del lugar, nada que ver con Notre-Dame de París; Las dos eran hermosas creaciones de la arquitectura parisina, pero Notre-Dame emanaba paz, armonía y misericordia, el Palacio de Justicia... Lo contrario.
—No temas, mi dulce María— Escuchó Aliceth por detrás la voz de Frollo tras notar su inquietud y su primera reacción al Palacio —Se que no es nada parecida a la Catedral, pero me aseguraré que el Palacio de Justicia sea un lugar acogedor para ti...— Puso su mano sobre su hombro, Aliceth sintió pequeños respingos ante el contacto de su ahora Superior —Haré que te sientas en casa
—S-Se lo agradezco, s-su excelencia— Aliceth dijo haciendo una pequeña reverencia nerviosa. Cortésmente, Frollo le ofreció su brazo a Aliceth y ella lo tomó, los dos subieron las largas escaleras de la entrada.
La llegada de la joven Bellarose dio mucho de que hablar entre los corredores de piedra. Algunas personas observaron a la dama de cabellos rojos y orbes curiosos tomada del brazo del severo Ministro de Justicia. Aliceth podía percibir como todos los que se atravesaban o pasaban por el camino de Frollo, se apartaban al instante, y cuando él apenas pasaba, ellos hacían una reverencia, aunque fuese ignorada por Frollo.
Claude dio algunas indicaciones a sus trabajadores y guardias, entre ellas que no lo molestaran por las siguientes horas, puesto que tenía mucho que mostrarle a "Su Protegida" sobre la dinámica dentro del Palacio. Aliceth giró sorprendida ante el repentino "nombramiento" de Frollo. Los dos continuaron por los pasillos, hasta que Frollo dijo:
—Escucha bien, mi niña— Frollo habló con firmeza —Aunque tendrás mucha más libertad aquí que en el convento, habrá reglas que acatar— Aliceth dijo que sí con la cabeza y labios, aunque tenía unas cuantas dudas al respecto.
—Sobre lo de ser su protegida...
—Se que te dije que trabajarás para mí como mi asistente personal, pero por razones de seguridad que no comprenderás pronto, será mejor que todos aquí sepan que estarás bajo mi protección. Nadie osará a intentar tocarte, ni siquiera con un dedo. Tengo una gran reputación que me precede y haré que la tuya lo sea también...
Aliceth no supo qué responder a eso, asintió en silencio, pero aún tenía muchas preguntas. Quizá se estaba metiendo en algo más grande de lo que podría manejar y ella no tenía ni idea.
Frollo y Aliceth llegaron a la oficina de este, los guardias que velaban en su sitio rápidamente abrieron las puertas para ambos, Frollo dejó que Aliceth entrara primero, no sin antes indicarle a los guardias que no quería interrupciones de ningún tipo a menos que fueran de vida o muerte.
Aliceth aún tenía la sensación de entrar a lo desconocido, esa abrumadora sensación empezó a paralizarla. Tratando de no caer en pánico, Aliceth intentó distraerse observando la oficina de Frollo.
Dos largas ventanas se elevaban hasta el techo junto con sus cortinas, cortinas marrones, casi escarlatas con toques dorados, gruesas y pesadas decorando las entradas de luz. Algunos escudos en las paredes, uno no imposible de identificar: el escudo del Rey Louis XL, el Rey de Francia. Un segundo escudo debajo del primero que Aliceth descubriría después que se trata del Escudo de los Frollo, la familia y apellido de Claude, tres espadas protegiendo una cruz. Un tercer escudo, que realmente sólo era una cruz patriarcal, aunque su lugar ahí no era meramente decorativo.
Los ojos marrones de Aliceth se dirigieron a un enorme escritorio de cedro más una silla decorada con cuero y cojines rojos. Sobre este escritorio, una pila de libros, libros sobre leyes, filosofía, historia y un candelabro a un lado de ellos, quizá para las lecturas nocturnas de Frollo o cuando el trabajo se sobrepasaba y se robaba sus horas de descanso. Un tintero con su pluma blanca sobre este y algunas hojas en blanco y otras con anotaciones. Detrás de este escritorio, estanterías repletas de libros.
En un mueble de roble cercano al escritorio se encontraba un jarrón con una hermosa orquídea púrpura. Aliceth no pudo evitar esbozar una sonrisa, algo tan delicado y suave en la rigurosidad.
Todo en la oficina de Frollo representaba el poder y la influencia del Ministro de Justicia de París.
Aliceth parpadeo dos veces al darse cuenta que cerca del mueble con la orquídea había un escrito mucho más pequeño que el de Frollo y del mismo material, con su propio tintero con pluma y candelabro.
Frollo permitió que Aliceth conociera su oficina y descubriera aquel entorno, pues ese sería su lugar de trabajo
—Aquí es donde vas a trabajar, María. Tus tareas y obligaciones no serán complicadas, pero tampoco serán demasiado sencillas. Tu responsabilidad como mi asistente personal será tomar notas cuando te lo indique, archivar documentos que necesitaré después, y me ayudaras con la correspondencia, redactaras borradores para cartas, y yo seleccionaré la mejor
—Me parece razonable, su excelencia— Aliceth dijo en casi un susurro, sintiéndose aprehendida por la magnitud de la oficina de su superior —L-Le prometo que no fallaré...
—No lo harás. Y no te preocupes respecto a tu nulo conocimiento de las Leyes y el Derecho, me encargaré de cultivar tu mente con diferentes materias. Eres una mujer inteligente, ávida de conocimiento causa de... Pues, tu antigua labor...— Frollo se encogió de hombros y elevó sus brazos, haciendo insignificante de su pasado como monja —Pero eso no será un problema más mientras estes bajo mi mando
Aliceth asintió —Comprendo, su excelencia...
—En algunas ocasiones serás mi acompañante personal a reuniones especiales, cuando eso ocurra, te avisaré con tiempo para que prepares con anticipación tu apariencia de acuerdo a la reunión, pueden llegar a ser desde simples eventos sociales hasta banquetes auspiciados por el Rey...
Una parte de Aliceth se sacudió al escuchar esa parte especifica. Temió un poco, pues tendría que vestirse adecuadamente para esos eventos, pero su parte femenina la cual extrañaba engalanarse, enjoyarse y vestirse con coquetos y elegantes vestidos gritó de felicidad. Adiós horrendos y mojigatos hábitos y griñones, hola vestuarios y joyas brillantes.
—Eso me parece excelente, siendo honesta— Aliceth no pudo evitar esbozar una emocionada sonrisa.
—En cuanto al trato, te dirigirás a mí con más... Respeto...— Aliceth intentó aguantar una risa, pues en el pasado... Muy respetuosa con Frollo no fue. Recordó el incidente del trapo, cosa que le puso las mejillas rojas del recuerdo. Frollo pareció querer reír con ella, pero mantuvo su semblante serio —A partir de ahora te referirás a mi como "Su excelencia", "Su señoría" al menos en público, pero para cuestiones más interpersonales como estando los dos trabajando aquí, te referías a mi como "Mi señor", ¿Está claro?
—Sí, su excelencia— Aliceth volvió a afirmar. Anotaba mentalmente todas las reglas, acuerdos y modales diplomáticos por aprender. Definitivamente ese era un nuevo mundo para ella.
—Deberás demostrar discreción y obediencia ciega en todo lo que encomiende ¿Eres capaz de esto?
Aliceth se sintió abrumada a la pregunta más con el semblante riguroso de Frollo. María sintió aquella conocida sensación de que él era capaz de verla a través de ella misma.
—Sí, su excelencia— Aliceth respondió a pesar del creciente miedo. No iba a dejarse llevar por este.
—Espero estes a la altura de mis expectativas. Las decepciones no serán bien recibidas de mi parte— Frollo se cruzó de brazos, elevando su mirada hacía la joven pelirroja —Estoy depositando toda mi confianza en ti al traerte aquí. No lo olvides
—No le fallaré — Aliceth respondió enseguida —Como le he dicho tantas veces este día: Estoy sumamente agradecida con usted por esta oportunidad, sería ingrato de mi parte fallarle
Al escuchar las palabras de Aliceth tan dócil como una cierva, Frollo se sintió complacido. Su novicia rebelde ahora era su asistente personal perfecta: Sumisa y obediente. Fue reacia por un largo tiempo, pero la joven pelirroja había demostrado ser maleable y estar dispuesta a seguir sus órdenes al pie de la letra. Claro, tenía muy en mente que la noche anterior fue una avalancha de emociones para ambos, incluso él aún se sentía perturbado por dichas emociones.
Aliceth estaba agradecida con él por evitar la tragedia de esa noche anterior y quería recompensarle con cualquier cosa que le deseará. Ella no sabía la clase de poder que le estaba dando a Claude Frollo.
Por ahora, Frollo sacaría el mayor provecho posible de la gratitud y lealtad de su María favorita.
"Vamos a ver hasta donde llegaremos" Frollo pensó antes de dar su primera instrucción "Espero que lleguemos demasiado lejos. Espero llegues tan lejos como yo quiera"
—María, necesito que organices estos documentos— Frollo tomó algunas hojas que se encontraban sobre su escritorio —Son actas legales de los últimos meses, algunas firmados por mí, ten mucho cuidado. Requiero que las ordenes cronológicamente. Cuando estén listas, déjalas bajo el libro verde de mi escritorio— Frollo dio su primera orden a Aliceth con voz autoritaria.
—Sí, Mi señor, me encargaré enseguida— Respondió Aliceth con prontitud, tomando las hojas en sus manos. Un pequeño galopeo en el pecho de Frollo cuando Aliceth se refirió a él por primera vez como "Mi señor".
—Me encontraré ausente por algunos momentos. Nada que me hará demorar por demasiado tiempo. Para cuando regrese, espero tener dichos documentos debidamente archivados
Aliceth asintió una vez más y se dirigió a su pequeño escritorio. Frollo se dirigió entonces a su puerta, no sin antes echarle un vistazo a Aliceth decidida a dar lo mejor de sí, organizando los papeles con entusiasmo.
Al salir de la oficina y caminar por los pasillos, Frollo no pudo evitar sonreír con maldad. Su mente seguía maquinando los próximos pasos con la joven pelirroja.
Por ahora, sólo era su dulce asistente personal, el día de mañana, sería la fiel devota de este Dios falso.
...
En el Palacio de Justicia existía una zona entre las paredes y corredores, una zona que no era para la clase de personas que pertenecían al grado social del Juez Claude Frollo y similares, ni siquiera para el recién adquirido estatus social de María Aliceth. Aquella zona era especialmente para la servidumbre. Entre los diferentes sitios, uno que siempre funcionaba desde el amanecer hasta más allá del anochecer era la Cocina.
Ollas hirviendo, cuchillos contra las tablas de madera cortando verduras y frutas, cocineras amasando masas para pan, mozos que iban de un lado a otro sosteniendo en sus manos las mejores carnes del mejor ganado de París, algunas llamas saliendo de las sartenes, no ayudando para nada al calor sofocante dentro de la cocina y aromas agradables. Sí a diario tenían que ser excepcionales con la comida y preparar lo mejor para el Ministro de Justicia, ese día en específico tenían que preparar lo que iba más allá de excelente, lo imposible, por órdenes de ese mismo Ministro.
—¡Venga, tenemos que preparar la mejor comida!— El cocinero de mayor rango gritaba al resto de mozos y cocineras, los cuales preparaban con arduo esfuerzo los platillos —¡Hoy nos han pedido que todas las comidas del día sean estrictamente excelentes al paladar!
—Siempre hacemos todos los platillos para el Ministro estrictamente excelentes al paladar— Comentó uno de los ayudantes de cocina quién llenaba de agua algunas ollas —¿Cuál es la diferencia el día de hoy? ¿Qué celebra? ¿Qué atrapó a otro grupo de gitanillos y brujillas?
—¡No! ¡Hoy es algo especial!— Mencionó una de las cocineras, que en sus manos tenía un tazón de papas—¡Dicen los rumores que hoy el ministro Frollo llegó acompañado por una damisela! ¡Una joven y bella dama! Y parece que vivirá aquí a partir de hoy
—¡¿Una dama joven y bella?! Ver para creer— Decía uno de ellos, quién sazonaba las verduras con especias traídas de tierras lejanas —Que una joven bella sea acompañada por el Juez...
—¡Es enserio! Cuando estaba recibiendo ordenes de los superiores para la comida y cena de hoy ¡Alcancé a verla! Es una jovencita tan bella y dulce, pero la verdad lucía un poco confundida, miraba a todos lados y a todos en el palacio, parece que jamás había estado aquí antes— La cocinera insistió mientras tiraba las papas en la olla con agua hirviendo —Debe de ser alguna pariente muy lejana, creo haber escuchado que el Ministro dijo que era su protegida y quería respeto total hacía ella
—¡¿Su protegida?! Entonces no es una pariente suya, si fuese su pariente la hubiera presentado con su filiación— Otra de las ayudantes de cocina mencionó, indicando la posible relación de la protegida de Frollo con la misteriosa dama —Yo también la vi, y sus ropas no eran propias para ser parte de la familia de Frollo, se veían bastante sobrias y humildes. No era una pobretona, pero definitivamente una Frollo no era. Debe de ser una pobre huérfana que adoptó
—¡Jajaja! ¡Como si el ministro fuese benevolente y de buen corazón para adoptar a una huérfana!— Uno de los mozos soltó con sarcasmo —¡Debe de ser una amante secreta!
—¡Oh no!— Todos se llevaron una mano a la boca, pero sin dejar de trabajar —¡Eso es imposible! El ministro Frollo no es capaz de amar a nadie
—¿Y quién dijo que se necesita de amor para ser la amante de alguien?
Todos en la cocina empezaron a especular sobre el origen de Aliceth y la naturaleza de la protección de Frollo. Lo mismo ocurría en el resto de la servidumbre, las sirvientas que les tocó ver a Aliceth en persona se preguntaban sobre su origen, y porque ese especial y delicado trato del Juez más cruel de todos sobre ella.
Algunas de ellas cuchicheaban cerca de la cocina, haciendo teorías, hipótesis y suposiciones, algunas incluso llegaban a reírse en voz alta al llegar a muy delirantes conclusiones, algunos cocineros le secundaban en las graciosas bromas. Pero la diversión acabó cuando vieron llegar a los Servidores del Palacio de Justicia, todos decidieron parar a sus bromas y chismes, y guardaron silencio. Las sirvientas y los mozos se pusieron erguidos.
Aquellos llamados Servidores del Palacio de Justicia también eran parte de la Servidumbre, pero en un nivel superior, conocidos por tener estrictas conductas y pulcros modales. Se distinguían por un uniforme de color escarlata intenso, diferente al resto de la subordinación, cuyos uniformes eran en tonalidades grises y tristes.
Los Servidores observaron atentamente a todas las sirvientas femeninas. Las doncellas miraban abajo, en señal de respeto.
—De ustedes, ¿Quién es la más joven?
Al escuchar la pregunta, una joven de vestido gris y mandil manchado dio un paso al frente. Una joven de ojos verdes y cabello castaño recogido en una cofia blanca. Uno de los servidores se puso delante de la mujercita.
—¿Cuántos años tienes?
—Acabo de cumplir los veinte años la semana pasada, mi señor— La joven hizo una pequeña reverencia. El servidor giró con sus compañeros y todos asintieron.
—Acompáñanos, y escucha bien: El ministro Frollo quiere verte en persona, así que compórtate y usa los pocos modales que conoces
Todas las criadas quedaron pasmadas ante la orden del Servidor, y la pobre sirvienta sólo atinó a tragar saliva, ¿Qué le podría deparar una audiencia en persona con el ministro de Justica? ¿Aquel hombre conocido por ser sanguinario y tirano?
La jovencita siguió a los Servidores por todo el Palacio de Justica, tratando de pensar que no la estaban llamando para algo malo, quizá una llamada de atención, un pequeño regaño o algo por el estilo, todo este tiempo trató de hacer las cosas bien para no llamar la atención.
Pero el hecho de saber que el Juez Frollo la buscaba... Empezó a rezar a sus adentros, nada bueno podía salir de eso.
La joven criada se dio cuenta de que, al seguir el camino de los Servidores, estaba llegando a lugares que no había recorrido antes, lugares destinados para los de mayor clase social, para importantes jueces. Escalón con escalón, llegaban a los últimos niveles del Palacio, prácticamente casi a donde estaban los aposentos del ministro Frollo.
Caminado por el largo pasillo de piedra, donde en enormes ventanas y balcones se podía apreciar una bella vista de la hermosa París, la criada siguió a los mozos hasta finalmente llegar frente a una puerta de madera, y fuera de esta puerta de madera estaba Claude Frollo.
La joven sirvienta se tensó, casi volviéndose de piedra al ver al temible Juez, que casi se le olvidaba hacer una reverencia. Cuando uno de los Servidores se dirigió a Frollo, señalando que esa era la sirvienta más joven, Frollo hizo un movimiento con su mano, agradeciendo a su manera.
Frollo se acercó a la joven, caminando lento alrededor de ella, inspeccionándola. La jovencita sólo estaba de pie, rezando el Santo Rosario dentro de su cabeza.
—Dime tu nombre— Frollo ordenó al terminar de examinar a la muchachita.
—J-Joanne Boyer, su excelencia— la joven dijo su nombre en un hilo de voz, cargado de nerviosismo.
—¿Cuál es tu edad?
—A-Acabo de cumplir los veinte años la semana pasada, su señoría— La chica respondía las preguntas mirando al frente.
—¿Cuántas actividades puedes hacer?— Frollo continuaba cuestionándola, evaluándola. Joanna empezó a relatar las diferentes cosas que podía hacer desde su rango de sirvienta: Cocinar, limpiar, lavar, coser. De repente, Frollo hizo preguntas más específicas sobre actividades femeninas, terminado por preguntar si sabía atender a damas. La joven fue sincera, mencionó que jamás había atendido a mujeres de alcurnia, pero que podría intentarlo.
Frollo la seguía evaluando con sus rigurosos ojos oscuros, la jovencita trataba de evadir la mirada del Juez, hasta que su voz ronca la hizo salirse de su evasión.
—Escucha bien: A partir de ahora tú serás la criada exclusiva para mi protegida. Su nombre es María Aliceth Bellarose, y requiero que le tengas el más grande respeto posible. Atenderás todas sus necesidades y la trataras como a una dama de la nobleza. A la primera falta que me entere, estarás fuera de este Palacio, ¿Entendiste?
Joanna, quién quedó muda por algunos segundos, reaccionó e hizo otra reverencia más pronunciada.
—S-Sí, su excelencia. M-Muchas gracias por este h-honor...
Frollo no dijo nada al respecto, ordenó a los Servidores que la guiarán en su nuevo cargo y le proporcionarán su uniforme carmesí, y antes de irse, Frollo señaló a Joanne que aquella enorme puerta de madera era la puerta de la habitación de Aliceth.
Al irse, Joanne siguió a los Servidores, su corazón podía latir alivianado de vuelta, pero no sabía que iba a suceder con ella porque ahora tenía una nueva responsabilidad en sus manos.
Y el saber que el ministro Frollo tenía la confianza de pedirle que fuera la criada de su protegida le provocaba temor.
...
