XIX: Obsequios y presentes

En su escritorio personal dentro de la oficina principal del Ministro Frollo, Aliceth estaba por terminar la primera diligencia que él ordenó. Revisó al menos dos veces las actas, que todo estuviese en orden cronológico tal como le fue encomendando. Al asegurarlas, Aliceth se puse de pie y dejó las hojas bajo del libro verde del escritorio de Frollo.

Al poner de vuelta el libro en su lugar, sus curiosos ojos marrones no pudieron evitar pasear por el largo escritorio de roble. Sus dedos empezaron a acariciar el libro verde, el cual era un libro de filosofía en latín. Su mano aun paseaba por el roble tallado, terminando en la pluma encajada en el tintero de cristal. Las yemas de sus dedos sintieron cosquillas al pasar por la suavidad de la pluma.

María siguió paseando por la oficina de Frollo, elevando su rostro por detrás del escritorio, ahora curioseando en el librero. Su dedo índice continuó explorando los libros, algunos parecían ser nuevos, podía sentirlo en el cuero, ya que eran suaves y resistentes, y en algunos otros podía sentir el cuero reseco, señal que han pasado algunos años.

Aliceth conocía muchas cosas de Frollo, más malas que buenas, pero nunca creyó imaginar que compartían la fascinación de la lectura. Aliceth podía apostar que de los dos, era Frollo el más fanático, se podía deducir por la cantidad de libros en esa estantería.

"¿Habrá leído todos estos libros? No creo que los use como decoración" Aliceth pensó para sí misma, aún con la curiosidad punzando. Elevó más su cabeza, otra vez viendo los tres escudos en la pared.

A lo lejos escuchó el replicar de las campanadas de Notre-Dame, Aliceth rio en silencio y negó con la cabeza. Si hubiese seguido en el convento, quizá estuviera recibiendo los gritos de la Madre Irene o escuchando nuevos rumores inventados que la Hermana Eulalia diría sobre ella. Tal vez los rumores ya volaron, pero esos se quedaron atrás en el convento.

Ahora estaba ahí, en una paz tan calmada, casi santa, dentro de la oficina de su antes rival.

Un pequeño respingo de inseguridad, ¿Las intenciones de Frollo serán buenas? Recordó las advertencias de la Madre Irene y el Arcediano, pero apenas escuchó sus consternadas voces, Aliceth negó con su cabeza, ahuyentándolas de su conciencia.

No podía estar mejor ahora, se sentía humana, se sentía que era tomada en cuenta, que era considerada. Y de la persona menos esperada. Dejó escapar un suspiro pesado.

"Sí siguiera ahí, hubiera intentado aventarme de la torre otra vez" Aliceth se encogió de hombros, sorprendiéndose de llegar a esa terrible conclusión, más no dudó el porqué. Cerró sus ojos y se permitió escuchar el silencio, más el replicar de las campanas.

"Ahora estoy mejor aquí"

Sus pensamientos fueron interrumpidos al escuchar la puerta abrirse, Aliceth giró y no le dio tiempo de regresar a su escritorio. Frollo entró, observó la escena y cerró la puerta, encontrando a Aliceth hurgando en sus cosas.

—S-Su señoría...— Aliceth, temiendo haber molestado a Frollo, rápidamente se puso al frente del escritorio, y sin saber que decir, agarró las actas que estaban debajo del libro de filosofía —He terminado con su primera orden...

Frollo, quién no esperaba que su primera diligencia hubiese sido completada tan rápido, miró con cierta sorpresa, aunque sin dejar de ver a Aliceth en silencio con severidad.

—Hm... Con que husmeando mis pertenencias, ¿No es así?— Preguntó Frollo cruzándose de brazos, su voz era gélida. Aliceth sonrió con nerviosismo, curveando sus cejas.

—Y-Yo sólo quería saber c-cuales libros tenía... M-Me es interesante ver tantos libros a la vez...— Aliceth se encogió de hombros, temiendo haber cometido la primera falta, y justo en su primer día.

Frollo, levantando una ceja, se acercó hasta llegar con Aliceth, sin quitarle un ojo de encima. Luego, echó un vistazo a su estantería y volvió a ver a la pelirroja asustadiza.

—Le sugiero que se lo piense dos veces antes de meterse donde no le llaman. No me complace encontrarme con que alguien este fisgoneando mis cosas

Aliceth asintió incómoda, tragando saliva. No quería que Frollo desconfiase de ella tan rápido, no después de que el mismo dijera que se encomendaba en ella para ser su asistente, no quería que él pensara que no estaba a la altura.

—Aunque mis palabras puedan sonar correctivas, le sugiero que las tome como consejo también. Lo dejaré pasar en alto, he notado que tiene un interés por la lectura

—O-Oh... ¡Sí! D-De hecho estaba viendo todos los libros que usted tiene— Aliceth relajó sus hombros al ver que Frollo no se iba a tomar tan enserio esta falta —Es increíble, son muchos libros. Apuesto a que debe de haber al menos cien libros aquí...— Sonriente, Aliceth giró al ver el librero, repleto de un sinfín de obras. Frollo observaba detenidamente el entusiasmo de Aliceth y casi esbozaba una sonrisa.

—Veo tu gusto genuino por la lectura. Si me permite, déjeme guiarla a un lugar que le será de su total agrado, ¿Vamos?— Frollo ofreció su brazo nuevamente, y Aliceth, aun nerviosas y entusiasmada a la vez, lo tomó y ambos salieron de la oficina.

No caminaron mucho para llegar al lugar del que Frollo tanto hablaba: La biblioteca del Palacio de Justicia. Entrando por una gigantesca puerta, Frollo nuevamente en su caballerosidad dejó que Aliceth entrase primero.

Hasta el momento, había pocas cosas del Palacio de Justicia que le agradaron a Aliceth, la biblioteca del Palacio se convertiría en uno más de la lista. Aliceth miró fascinada la majestuosidad de la biblioteca, jamás había visto una así de grande en su vida. Estanterías de madera gruesa y tallada llegaban hasta el enorme techo decorado, había escaleras de mano para lograr alcanzar los estantes superiores. Filas y filas de estantes, formando entre los pasillos un laberinto. Algunos atriles solos, otros sosteniendo libros. Mesas de lectura a los alrededores de las estanterías. Algunas largas ventanas con vitrales dejando pasar la luz, iluminando el interior. A la nariz de Aliceth le llegó el agradable olor del pergamino y tinta.

—Este lugar es bellísimo...— Apenas alcanzó a decir Aliceth mientras caminaba lentamente entre los anaqueles. Sus manos tocando la madera maciza, incluso dando pequeños golpecillos sobre esta. Aliceth se animó a asomarse por una de las largas ventanas y se sorprendió gratamente de ver la vista a un pequeño pero floreciente jardín, bancos de mármol y senderos de piedra entre los pequeños arbustos y arboles adorando —¡Pensé que no tenían jardines aquí! — Aliceth exclamó con un dejo de inocencia y emoción en su voz, volteando a ver a Frollo con una sonrisa.

Claude, quién estaba absorto y distraído en ver la espalda de Aliceth, sus faldas moverse con gracia con cada paso que daba y su larga cabellera de fuego que tanto le hipnotizaba y le causaba miles de sensaciones, pretendió haber estado prestando atención a las palabras de Aliceth.

—Ese jardín esta especialmente hecho para cuando me agobio aquí dentro y necesito aire fresco. Por supuesto, también tienes derecho a estar en el jardín para disfrutar todas las lecturas que tú quieras, mi niña

—Muchas gracias— Aliceth no podía dejar de agradecer a Frollo, los dos continuaron su recorrido en la biblioteca, Claude explicando a Aliceth las diferentes secciones, y cuáles serían las que ella necesitaría para su formación.

—Aquella sección es la sección de leyes, leerás al menos un libro por semana. Necesito que tus conocimientos estén frescos. En aquella Ala se encuentran clásicos textos griegos y romanos, pueden llegar a servirte, necesitarás cultivarte, mi María...

Confirme Claude seguía explicando, los dos seguían avanzando hasta que casi llegaban a una sección arrinconada y olvidada. La curiosidad de Aliceth no pudo evitar girar a esa sección y quedarse viéndola por algunos momentos, hasta que Frollo notó que captó la atención de Aliceth.

—María, escucha bien...— Dijo Claude tomando a Aliceth de su hombro, su tono de voz volviéndose riguroso hizo que ella se pusiera alerta, Frollo estuvo a punto de dar una advertencia —Puedes recorrer toda la biblioteca, todo lo que tú quieras, todos los libros de aquí estarán a tu disposición. Todos a excepción de ese lugar...— Frollo señaló la sección estirando su brazo en un dejo dramático —De ese lado, en el ala norte, se encuentra la sección prohibida de la biblioteca. Ahí tenemos copias de libros heréticos. Esos textos testan llenos de brujería, lascivia y pecado, ¡Herejía total!— Dijo con tono muy grave, como si fuese lo peor del mundo —No te acerques ahí bajo ninguna circunstancia ¡Son obras escritas por el puño y letra del demonio que sólo buscan corromper y condenar el alma!

Aliceth, sintiéndose un tanto intimidada, asintió, mirando a ver una última vez esa sección prohibida. Algo que tenía presente en Frollo era que podía llegar a ser extremadamente estricto en cuando a la moral y doctrina religiosa. Entre todas las razones por las cuales era considerado el Protector de Notre-Dame, su devoción y dedicación a Dios era una de esas razones. Aliceth sentía una pizca muy pequeñita de curiosidad respecto a esa sección, quería saber qué tipo de obras podrían considerarse "peligrosas", pero no se atrevía a desobedecer las ordenes de Frollo.

Aunque una pequeña semilla acababa de plantarse en Aliceth. Jugando con su cabello, Aliceth sabía que si no cuidaba, esa semilla podría llegar a germinar.

—N-No se preocupe, Mi Señor, me limitaré a leer cualquier otro libro de la biblioteca

Frollo esbozó una leve sonrisa al escuchar la complaciente respuesta. Claro que Aliceth no leería nada de ahí, la jovencita, a pesar de haber renunciado a la vida monástica, aún tenía principios morales que no iba a ignorar.

Sin embargo, la parte egoísta (La cual era la mayor parte de él) de Claude Frollo quería que en Aliceth se anidara esa incertidumbre de conocer las palabras prohibidas detrás de cada uno de esos libros, y debía de asegurarse de ser él quien la guiara cuando eso sucediera.

Mantener a Aliceth protegida de cualquier influencia corrupta era uno de sus principales objetivos. Esa inocencia que conservaba era algo que el atesoraba y deseaba preservar. Aliceth no sabía, pero Frollo estaría vigilando celosamente cada uno de sus pasos para evitar que cayera en tentaciones impías, o que cualquier otro hombre pudiera quitarle esa pureza que el ansiaba manchar.

Él quería convertirse en la tentación de su María.

Ambos dejaron atrás la sección prohibida, no sin antes y sin que Claude viera, Aliceth girando una vez más hacía atrás.

La curiosidad se habitó en su ser, y no tenía intenciones de dejarla en paz.

Quizá era la neblina púrpura, ahora acechándola a ella.

...

Aún andando entre los pasillos de piedra, Aliceth creyó que volverían a la oficina de Frollo, cual fue su sorpresa cuando el Juez decidió llevarla a otra dirección. Después de subir unas largas escaleras de caracol, Aliceth y Frollo llegaron a los lugares más altos del Palacio de Justica.

—Debí de mostrarte esto desde que llegamos, pero preferí darle tiempo a la servidumbre de que arreglasen todo a la perfección— Claude mencionó a Aliceth, la cual ella se encontraba ligeramente consternada, ¿A qué se referirá ahora el Ministro?

Llegaron a una puerta de madera, Frollo sacó de sus bolsillos un manojo de llaves, tomó la llave plateada más brillante y la metió en la cerradura, girándola y abriendo la puerta. Frollo hizo una reverencia algo exagerada, invitándola a pasar primero.

—Mi María, esta será tu alcoba...

Aliceth quedó de piedra al escuchar la palabra "Alcoba". Sin saber como debía de reaccionar, Aliceth se adentró a la habitación, esperando ver algo sobrio, acostumbrada a la carencia y mesura. Pero encontró todo lo contrario, quedando atónita:

Una belleza de habitación dentro de esas cuatro paredes. Lo primero que los ojos marrones de Aliceth llamarón su atención fue su cama, una enorme cama con doseles de madera decorados por cortinas blancas satinadas y bruñidas, había al menos media docena de almohadas de plumas sobre el colchón. Un baúl pesado en el frente de su lecho.

Cuando logró salir de su impacto y pudo caminar al frente, Aliceth se acercó y tocó las sábanas azules, dándose cuenta que no era nada más ni nada menos que seda.

Aliceth intentaba ahogar suspiros pero era imposible con cada detalle nuevo que veía. Un elegante tocador con un enorme espejo, Aliceth se acercó, notando que reposaban peinetas de carey, cepillos de marfil y velas con aroma a lavanda. Cerca del enorme armario, estaba un biombo de madera con rosas talladas. En otra esquina, un diván mullido con brocado dorado de flores y con cojines, alfombras decorando el suelo e incluso parte de la pared. Enormes ventanales con cortinas del mismo azul cielo, en general, casi toda esta nueva habitación para Aliceth reinaba el azul cielo.

Aliceth no pudo hacer la comparación mental de su antigua y pequeña alcoba en el convento con esta, y una inexplicable ansiedad se apoderó de ella.

—Ay... yo... Mi señor, esto es demasiado— Aliceth se giró, consternada, jamás había recibido tantas atenciones en un solo día, y recibir una habitación digna de una princesa fue demasiado para Aliceth —Yo no puedo... ¡No puedo recibir tanto!

—Tonterías, mereces esto y mucho más, y ni se te ocurra negarlo, que me molestaré contigo por más de un mes— Claude apresuró su rechazo a las negativas de Aliceth, sabiendo que ella pudiera llegar a no aceptar este ostentoso regalo —Acondicioné esta habitación especialmente para ti, no habrá dama ni doncella en este Palacio que la merezca más que usted

—Pero yo, es que...— Aliceth no paraba de mirar a sus alrededores y de mirar a Frollo, conmovida, algunas lágrimas traicioneras empezaron a escaparse de sus ojos —¡Ay! ¡No! ¡No!— Aliceth se giró para evitar que Frollo la viera, el cual se sorprendió de su reacción.

Aliceth intentaba eliminar cualquier rastro de rocío en sus párpados y cara, no quería sentirse y verse tonta ante Frollo. Odiaba no poder controlar sus propias emociones. Pero cuando él sostuvo su mentón, Aliceth en verdad luchó por que sus lagrimales no derramaran más gotas tristes y en desatar el nudo en su garganta.

—No me diga que la Señorita Bellarose le tiene pavor a los lujos

Aliceth empezó a reír con la broma, la extraña mezcla de gracia y tristeza a la vez.

—Disculpe este bochornoso acto, no sé qué me ha pasado— Aliceth empezó a secarse con el dorso de su mano —Han sido muchas cosas estas últimas horas...

Un dedo ajeno a ella empezó a secar los últimos ríos de sus mejillas, Frollo se acercó a confortarla, pasando el pulgar por la piel de Aliceth con la excusa de consolarla. Su piel era tan suave como la más fina de las porcelanas, tan suave como el mármol.

—No tienes nada que disculpar, mi niña. Entienda que usted es merecedora de mi comprensión dada las circunstancias que ha atravesado. Mereces también ser consentida con los más finos presentes acordes a una jovencita con tu belleza y tu encanto

Aliceth no pudo evitar soltar una pequeña carcajadita y sonrojarse, cubriendo su boca con su mano. Algunas últimas lágrimas escapando de sus orbes.

Claude sonreía, aun acariciando la mejilla húmeda de Aliceth. En secreto, esa era una de sus versiones favoritas de Aliceth, cuando ella lloraba, las perlas de tristeza sobre su rostro, su nariz y sus hendiduras sonrosadas.

Tuvo que retener el gran impulso de sostener sus pómulos y juntar sus labios con los de ella, tal cual en sus sueños más salvajes e íntimos. Sí, estaban a solas, en una habitación lejana al resto de todas las almas humanas en el Palacio, Aliceth siendo vulnerable una vez más en su presencia, y con un lecho cerca de ellos.

"No, aún no..."

Frollo pensó. No era el momento para unirse con Aliceth, no era aún el momento para demostrarle a su María sus intenciones detrás de todos estos obsequios y presentes.

La culpa se concibió encajarle en sus sienes y pecho como dagas, cuando elevó su rostro y vio la cruz de plata que decoraba una de las paredes de la habitación, sintió encajarse con más fuerza esas dagas.

Volvió a sentir a Dios observándolo, juzgándolo, condenándolo.

—Mi María, ¿No te parece que es tiempo de tomar un aperitivo? Debes estar hambrienta, ¡No has desayunado!— Frollo intento evadir la atención y Aliceth, ajena a toda la tormenta en Frollo, asintió.

—S-sí, m-me encantaría. La verdad tengo hambre...— Aliceth dijo y volvió a tomar el brazo de Frollo antes de que este siquiera se lo ofreciera. Los dos abandonaron la habitación, y Frollo pensó en ordenar a alguno de sus sirvientes de que quitaran esa cruz de plata de la alcoba de su María Aliceth.

...

Aliceth y Frollo se encontraban en cada una de sus respectivas sillas en un enorme comedor. Ella estaba sentada en el extremo derecho, mientras que Frollo reposaba en el extremo izquierdo. Sólo dos sillas, ni una más. Aliceth miraba con duda a sus alrededores. Había al menos seis ventanas con cortinas tinta, pero, a pesar de la cantidad de lumbreras, no era suficiente luz para iluminar el comedor.

María se preguntó cuando oscuridad habría ahí si fuese de noche, seguramente todo el comedor estuviese plagado de velas, las cenas serían interesantes. En una de las paredes albergaba una larga pintura de la última cena, una pieza decorativa acertada.

Todo eso más cosas que Aliceth no podía explicarse le estaba tornando incomodidad, al grado de perder el apetito, quizá será la distancia entre ella y Frollo, o tal vez el plato frente a ella. Aliceth veía en su plato uvas verdes, frambuesas, nueces, almendras y una manzana roja. Estaba acostumbrada a que esos platos fuesen el postre, no la entrada. Aliceth observaba de reojo a Frollo, quién lucía muy lejano a ella, degustando su platillo con naturalidad.

Indecisa y con temor a quedar ignorante, Aliceth tomó una uva y se la llevo lentamente a su boca. Recordó que todas las formalidad y reglas de etiqueta las había olvidado al entrar al convento, aunque no era como que las siguiera con regularidad desde su hogar en Alsacia, pero muchas pequeñas costumbres del Ministro le hacían tener más preguntas, ¿Se suponía que debía de utilizar cubiertos para la fruta? ¿Era normal comer el postre antes del plato fuerte?

Extrañó la calidez de las comidas de su hogar, y la sencillez en el comedor colectivo del convento. Tomó un sorbo de su vino, mitigando su nerviosismo.

—¿Por qué no hay más sillas?— Aliceth preguntó un poco en voz alta, creyendo que por la distancia Frollo no la escucharía, pero el eco resonó alrededor del comedor y Aliceth casi se llevaba una mano a la boca, avergonzada.

Frollo alzó la mirada de su plato al escuchar la voz de Aliceth resonar en el comedor. Una pregunta tan casual en un ambiente formal, más la urgencia de Aliceth de hacer dicha pregunta.

—No suelo tener más invitados cuando son mis horarios de comida— Frollo respondió en un tono de voz regulado, sus palabras reverberando en las paredes —A partir de ahora, serás mi acompañante. Sólo nosotros dos es suficiente

El Juez dio un sorbo a su copa de vino, sin apartar los ojos del otro extremo de la mesa, donde la avergonzada pelirroja se encontraba.

—No cualquiera tiene el honor de acompañarme en la mesa, la verdad es que las multitudes están sobrevaloradas. Una buena comida y un buen vino se disfrutan mejor en soledad, ¿No lo crees así, María?

Frollo esbozó una leve sonrisa, aunque su mirada seguía siendo intimidante, llevándose una nuez a su boca, esperando la respuesta de su "protegida".

—O-Oh, ya lo...— Aliceth moderó el tono de su voz nuevamente al escucharse entre las paredes —Y-Ya lo veo...— Aliceth asintió ante la explicación de Frollo, y no quiso preguntar por la peculiaridad de la entrada. Sin embargo, sería protagonista de otro pequeño bochornoso momento.

Aliceth tomó la manzana roja como tal y le plantó un enorme mordisco. La sonrisa de Frollo se esfumó al ver esa... Singular forma de comerse una manzana sin modales. No iba a dejar pasar eso en alto.

Al segundo mordisco a la manzana, Frollo miró con cierto horror. Tenía que hacer su primer correctivo. Claude aclaró su garganta para llamar la atención de Aliceth.

—Pequeña... Me temo que acabas de demostrarme tu falta de modales

—¿Huh?— Aliceth preguntó cuando sus dientes se volvieron a encajar en la piel roja de la manzana, interrumpiendo su tercer mordisco.

—Me estaba preguntando... ¿Tu eres un pequeño cerdito que le gusta llevarse las manzanas a la boca?

Aliceth, al escuchar el comentario, su cara se volvió roja como la fruta en su boca. Miró a Frollo y a la manzana entre sus dientes. Dos segundos después reaccionó y dejó la manzana mordida en su plato.

—L-Lo siento mucho, no quise ser grosera. Es que en el convento éramos un poco más informales a la hora de comer— Mencionó avergonzada, su mirada en su plato y manos. Esa conocida sensación de algo encendiéndose en ella cuando Frollo tenía la costumbre de soltar sus pequeños comentarios sarcásticos, pero esta vez intentó apaciguar la flama.

Frollo la observa en silencio por unos instantes, ahora su mirada nada amigable, siendo fría e intimidante. Retoma su propia comida con elegancia.

—Informalidad es sinónimo de vulgaridad e ignorancia. Debes dejar esos hábitos atrás ahora que vivirás aquí— Dijo con tono autoritario.

Aliceth asintió, manteniendo la mirada en su plato. Tomó de vuelta su copa de vino y jugó con ella nerviosamente, dándole pequeños sorbos para mitigar su ansiedad.

Una de las puertas del comedor se abrió en ese instante, para fortuna de Aliceth, y eran los sirvientes finalmente con el plato fuerte.

—Su señoría... señorita Bellarose...— El Mozo se puso al frente mientras que dos meseros se acercaban a dejar platos y cubiertos de plata en cada uno, retirando los platos con fruta. Uno de los mozos llegó con una enorme bandeja cubierto con una campana plateada. Aliceth olfateó a lo lejos y ahora sí su apetito regresó a su estómago, lo que fuera que estuviese dentro de esa bandeja se lo comería en un dos por tres.

Pero cual fue su horror cuando levantaron la campana de plata y sintió que la sangre se les fue a sus mejillas: El plato principal era un grande y jugoso cerdo asado. Y con una manzana asada en su boca.

Los ojos de Aliceth se abrieron como platos a verlo, pudo sentir la mirada de Frollo sobre ella, él en cambió reprimió una enorme carcajada. Cuando Aliceth le dirigió una mirada fulminante, Frollo sintió esa grata sensación familiar: Aquella cuando Aliceth era su novicia rebelde y le plantaba a cada rato pelea cuando el degustaba molestarla. Pero esto no lo planeó, por supuesto. Que bellas y ocurrentes eran las coincidencias. Aliceth aguantaba con sus labios cerrados mientras que los sirvientes cortaban el cerdo y dejaban los platillos preparados sobre los platos.

Una vez terminado de ser servidos, los sirvientes se alejaron de la escena, y una vez cerrada la puerta, Frollo carcajeó un poco por lo bajo, carcajada que Aliceth logró escuchar.

—Veo que hoy cometerás canibalismo...

Frollo no pudo evitar soltar sus clásicos comentarios sarcásticos, aquellos que hacían sacar a Aliceth de sus casillas cuando era monja, y no fue la excepción. Aliceth sonrió, apretando sus labios, sus mejillas volviéndose aún más rojas que nunca, su mano sacudiendo su copa, y mostrando sus dientes, Aliceth no pudo evitar responderle con fingida dulzura:

—Oh, no se preocupe por mí, mi señor, estoy acostumbrada a los cerdos después de tener que aguantarlo por toda mi estancia en Notre-Dame

Manteniendo la compostura, elevó su copa a Frollo y dio un largo sorbo a su vino.

Frollo no pudo evitar reír ante la sátira de Aliceth y también bebió de su copa.

—Y ahora tendrás que soportar de este cerdo por un tiempo más...

Aliceth no pudo evitar rodar sus ojos, pero esta vez el ambiente se sentía divertido —Bueno, supongo que es parte de nuestro trato— Dijo Aliceth riéndose un poco más, empezando a cortar la carne en su plato —Lo mejor será que coma en tranquilo silencio, no queremos que se atragante con tanta risa burlona

Frollo no pudo evitar reír y estuvo de acuerdo con Aliceth, aunque Aliceth soltó eso para que Frollo no pudiese ver su falta de modales al cortar el cerdo.

La cena finalmente abandonó esa incomoda sensación traída por la manzana de la discordia a la que Aliceth osó morder.

...

No tardó mucho para que el anochecer llegara y cubriera con su manto oscuro a París. Desde la ventana de su dormitorio, Aliceth podía observar la bella ciudad, sus codos en el borde de la ventana, sus manos sobre sus mejillas.

Escuchó el replicar de unas campanas, Aliceth elevó su rostro a Notre-Dame y una sonrisa triste se dejó ver en sus labios. La joven ya estaba vestida en un camisón de lino sobrio, que cubría hasta su cuello y tenía mangas abombadas, y su cabellera roja plenamente libre.

Aliceth tuvo un pequeño recuerdo nada agradable, la noche anterior estuvo a punto de lanzarse al vacío entre las torres de Notre-Dame. Ahora estaba en un dormitorio propio y elegante, lejos del convento. Suspirando, Aliceth se alejó de la ventana, la cerró y movió las cortinas para tener libertad dentro de sus nuevos aposentos.

Miró a su alrededor, la habitación bien decorada, la cama con colchón suave y mullido, recordó cuando se dio el tiempo de sacar su equipaje y guardarlo en el armario, descubrió con sorpresa que había cinco vestidos dentro, un regalo más de Frollo.

Aliceth negaba con la cabeza al recuerdo mientras se sentaba en la cama, con la sorpresa que al hacerlo, su cuerpo casi se hundió en esta, perdiendo el equilibrio. Aliceth se rio de ella misma y se elevó de en la cama, dejando caer su cabeza en la media docena de almohadas.

"Demasiadas atenciones y comodidades para una simple asistente"

Pensó Aliceth mientras se deslizaba entre las sábanas de seda. Su naturaleza le hizo que se cuestionara del porque Frollo estaba mimándola con tantas cosas, como si ella fuese una hija, una pariente, o como si fuese su...

Aliceth negó con la cabeza, no quiso cuestionarse para nada, porque para empezar, ni siquiera estaba en posición de cuestionar lo que Frollo le brindaba. Quizá era compensación por el mal que sembró en el convento y el trauma de casi condenar su alma. Pero Aliceth ya no quería rememorar malas memorias.

Su cuerpo reaccionó a la comodidad de la cama, y Aliceth bostezó profundamente, abrazando una de las almohadas, se acomodó y cerró sus ojos. Olvidó rezar a Dios y agradecerle por haberle puesto ese nuevo camino en su vida, pero en su alma, lo estaba. Estaba agradecida con Dios, con su destino, incluso con la Bruja Jayah, razón tuvo en que ella no se iba a quedar para siempre como monja.

Y agradecida con Claude Frollo, por supuesto, a pesar que se lo dijo casi cien veces durante ese día.

Aliceth cayó en un profundo y reparador sueño. Y no sólo se olvidó de rezar a Dios, olvidó apagar la vela, la cual alumbró su rostro lleno de paz.

El destino de Aliceth brillaba cual joyas y piedras preciosas.

...