XX: Renacer
María Aliceth Bellarose juró ser la mejor asistente personal para el Ministro de Justicia de París, y por primera vez en su vida, estaba cumpliendo a la perfección un juramento. En las siguientes semanas, Aliceth demostró de lo que estaba hecha. Frollo era quién más satisfecho se encontraba del desempeño de la pelirroja. Era evidente que la joven ex monja estaba mucho más dotada para el trabajo intelectual que para tareas como hacer sagradas obleas o reunirse a leer versículos bíblicos.
La mente de Aliceth era ágil, ella era una mujer muy inteligente y perspicaz con cada tarea que le era asignada. Entre sus labores como asistente personal del Ministro de Justicia, se ocupaba de clasificar la correspondencia, archivar documentos, transcribir escritos en un lapso de tiempo bastante corto, e incluso llegaba a redactar borradores de correspondencia real, trabajaba diligentemente sin necesidad de que Frollo le estuviese recordando constantemente sus deberes.
Desde la llegada de la ex monja al Palacio, la carga de trabajo del Juez Frollo se había aligerado notablemente. Aunque las primeras intenciones de Frollo estuviesen cargadas de oscuridad, no paraba de decirse así mismo que convencerla de trabajar junto a él fue una de las mejores decisiones que había tomado.
Una de las cosas que admiraba Frollo (Y quizás adoraba en secreto) de su asistente era su mente inquieta detrás de sus ojos marrones. Esa curiosidad de aprender y saber más allá, de empaparse de sabiduría y erudición. Si ella se hubiese quedado en el convento toda esa fascinación por aprender hubiera muerto junto con ella. Tal vez podía llegar a ser una herejía, pero Frollo creía fervientemente que la doctrina de la Iglesia sólo retenía el verdadero potencial de Aliceth.
Durante sus ratos libres, ella iba a la biblioteca, buscaba el libro que Frollo le indicaba que estudiara y leyera en una semana, se sentaba en un diván cercaba e iniciaba con su hora de lectura. A veces acababa las lecturas en el plazo indicado, a veces menos, y las ocasiones que Aliceth sorprendía a Frollo era cuando devoraba un libro en un solo día. Aliceth estaba sedienta y Frollo esperaba que los conocimientos que el compartía con ella fuesen suficientes para poder saciarla.
Pronto, se verían los frutos del esfuerzo de Aliceth.
Aliceth empezaría a hablar con más propiedad, su vocabulario se amplió y cuidaba más su lenguaje, aunque de vez en cuando metía la pata, propio de su espíritu. Cada vez las conversaciones con Frollo eran más profundas, opinaban de los libros y filosofía, demostrando el conocimiento en el que ambos estaban hundidos.
Incluso cuando tenían esos roces y desacuerdos tan clásicos entre ellos, Aliceth usaba todo el conocimiento que Frollo le dio para usarlo en su contra, y Frollo, lejos de golpearle en su orgullo (O tal vez un poco) le hacía gracia. Ahora las "injurias" eran con estilo.
Aliceth empezó a cuidar su imagen, y a ser sinceros, era justo lo que ansiaba hacer desde el momento que puso un pie fuera del convento de Notre-Dame. Todas las mañanas se levantaba sumamente temprano a tomar un baño en su bañera personal. En su baño personal, Aliceth jugaba en la tina decorada con mosaicos de colores con su cabellera, el jabón y las burbujas mientras aseaba su cuerpo, a veces tarareaba canciones mientras sus pies pataleaban el agua enjabonada, otras veces hacía burbujas de jabón con sus manos y soplaba, viendo las burbujas flotar en el aire.
Al secarse con toallas de linos y volverse a vestir con sus camisones, salía a su dormitorio y recibía el primer "Buenos días" de la mañana: Su doncella personal, Joanna Boyer. A Aliceth se le fue presentada su doncella poco después de llegar al Palacio de Justica, y que en ella podía confiar para vestimenta, peinado y otras necesidades que pudiera requerir.
Aliceth jamás había tenido una sirvienta personal antes, en Alsacia llegó a tener gracias a sus padres, pero eran más bien mozos que atendían a toda la familia Bellarose, jamás una propia para ella. Y al no estar acostumbrada a ello, decidió adoptar a Joanna como a una dama de compañía.
Joanna ayudaba a Aliceth con su cabello y vestimenta.
Todas las mañanas, Joanna pasaba el cepillo de marfil por la cabellera roja de Aliceth y le hacía recogidos sobrios pero elegantes, decorado con peinetas, broches o redecillas metálicas. Le ayudaba a ponerse el vestido que Aliceth elegía con anticipación.
Aliceth adquiría un nuevo hábito que le era prohibido incluso en su natal Alsacia, prohibido por su madre para ser exactos: empezaría a practicar su maquillaje, aunque fuese algo recatado, sólo resaltar ciertos puntos de su rostro para verlo más presentable.
Y para sentirse más bonita, obviamente.
Aquella mañana de finales de Noviembre, Aliceth estaba sentada frente a su tocador mientras que su cabellera roja fue peinada con una trenza, nombrada por su propia dama de compañía.
Aliceth no paraba de ver el tocado hecho en sus rizos, la trenza parecía una flor a lo alto de su cabeza, y el resto de su cabello trenzado caía sobre su hombro derecho. Aliceth sonreía cuando Joanna ponía la peineta para darle el toque final a su peinado.
—Me encanta...— Aliceth mencionó sin dejar de verse al espejo, sintiéndose la chica más bella de París —No puedo creer que siempre encuentras la manera de arreglar el monstruo que es mi cabello por las mañanas— Aliceth giraba su cuello tantas veces para lograr ver todos los detalles de su peinado —¿Dices que en las historias paganas los elfos solían peinarse así?
—Así es, Señorita Aliceth— Joanna, quién desde el primer día que Aliceth le dio un trato dócil y noble en ella, sentía una gran confianza y seguridad —Mi madre decía que los vikingos solían usar esta clase de peinados para recordar a sus criaturas y deidades...— Dijo Joanna, dando unos últimos toques —Oh, siempre este pequeño mechón— Tomó Joanna en sus dedos el eterno mechón rebelde de Aliceth, poniéndoselo por detrás de su oreja y peinándolo.
—Bueno...— Aliceth se puso de pie una vez listo su peinado —...Supongo que mientras el Ministro Frollo no se entere del origen de mi peinado, no hay problema, si lo hace, lo considerará herejía
Las dos mujeres empezaron a reír, aunque Joanna lo hacía con un poco de temor.
—P-Pero mi Dama, ¿Por qué lo consideraría así él?
Aliceth soltó otra pequeña risita, negando con la cabeza —Ay, pasa que el ministro Frollo ve herejía por todos lados...— Decía la pelirroja mientras tomaba un par de aretes de perlas de su tocador y se dirigía a un enorme espejo en su habitación, poniéndose los aretes en sus orejas —...Hay días donde es un hombre accesible e incluso compresivo, y otros días donde, ugh, sólo lo tolero. Espero que hoy no sea de esos días y haya tenido un buen sueño— Diciendo esto entre más risas, Aliceth se ponía un pequeño collar de perlas, a juego con sus aretes.
Joanna temía tanto dar una opinión sobre el Ministro, que prefería guardarse los comentarios sobre él para ella, y sólo expresarle buenos deseos a su dama.
—Oh, ya veo... Que mal... Pero espero tenga esta vez un buen día, Señorita Aliceth— Joanna dijo mientras se encargaba de algunos desperfectos en la vestimenta de Aliceth.
Antes de salir de sus aposentos, Joanna hacía una pequeña reverencia a Aliceth, y ella hacía lo mismo. Al despedirse, Aliceth salía de su alcoba y caminaba por los pasillos de piedra, bajando las escaleras de caracol. Aliceth tarareaba algunas canciones antes de llegar a los corredores concurridos.
Por supuesto, la presencia de María Aliceth no pasaba desapercibida.
La dulzura en sus facciones, su porte al caminar e incluso su misma cabellera pelirroja llamaban la atención de quienes se atravesaban en su camino. Sin contar los adornos extras en su persona, como sus vestidos o sus joyas. Aliceth saludaba a todos con amabilidad, a pesar que muchos temían incluso dirigirle la palabra a la joven dama. No podías faltarle el respeto a la protegida de Frollo, si no es que querías terminar en la horca.
Al llegar a la oficina de Frollo, los mismos guardias que cuidaban de su Superior hacían una reverencia a ella, tomando sus cascos e incluso quitándoselos, en respeto. Aliceth les respondía el mismo respeto con una reverencia más y entraba por la puerta.
Una vez dentro, Aliceth hacía por lo que Frollo la trajo ahí: Trabajar.
Aliceth se encargaba del escritorio de Frollo primero, arreglando papeles con la fecha actual, colocando libros que llegaría a necesitar en el día, asegurándose que el tintero estuviese lleno y la punta de la pluma no estuviese dañada. Una vez acomodado el escritorio de Frollo, Aliceth suspiraba y aplaudía una vez, dirigiéndose al suyo y adelantaba sus tareas para que todo estuviese en orden cuando Frollo apareciera.
Aliceth no le molestaba en absoluto estas ocupaciones. Era su responsabilidad y Frollo le había dado esta oportunidad de vida. Había ocasiones que el trabajo era demasiado incluso para los dos, pero Aliceth prefería mil veces estar atiborrada en papeleos legales que en una lectura de versículos bíblicos.
Una hora más tarde, mientras que Aliceth estaba concentrada en su escritorio, la enorme puerta se abría, llamando la atención de la joven. Entraba su Superior, el Ministro Claude Frollo, con ese aire de superioridad y arrogancia que lo caracterizaba, el lazo rojo de su birrete ondeando con su caminado.
—Buenos días, Mi Señor— Aliceth se ponía de pie y se acercaba a Frollo a darle una reverencia más pronunciada. Frollo al verla, no podía evitar sonreír para sus adentros. Ella era perfecta y estaba floreciendo bajo su tutela, la moldeaba cual cera, y cuando la convirtiera en todo lo que el deseaba, entonces reclamaría su cuerpo como justa recompensa por sus esfuerzos y sacrificios
Por ahora, debía seguía actuando con paciencia y cautela, le brindaría más conocimiento, más atenciones, más comodidades y de ser posible más mimos en forma de obsequios. Poco a poco, las inhibiciones y defensas de Aliceth caerían y ella por propia voluntad sucumbirá a sus deseos. Sólo así y cuando eso ocurriera, sería suya en todos los sentidos.
Sólo debía de ser paciente. Paciente. Hasta que Aliceth lo deseara como él a ella.
—Buenos días, mi niña... — Frollo respondía con una sonrisa maligna que Aliceth no alcanzó a percibir.
Aliceth, ignorando los deseos que provocaba en el Juez, se dirigió y buscó en su escritorio algunos documentos. Frollo se dio el lujo de observar el recogido de Aliceth, esas trenzas en su cabeza y el resto de sus rizos cayendo sobre su espalda y hombros. Su mirada recorrió la espalda y las cinturas de Aliceth, luchaba con el impulso de morderse los labios.
Tan ajena e inocente a las avideces del Juez.
—Mi Señor, ha llegado correspondencia— Girándose, Frollo puso sus ojos en cualquier otro lugar que no fuese en Aliceth y trató de mostrar indiferencia —Ha llegado una carta del Duque Adrien Leroy...
Frollo soltó un bufido lleno de fastidio —¿Qué es lo que desea el Duque Leroy?— Preguntó con desdén al mencionar el nombre de aquel hombre.
—Lo ha invitado a una cacería para el día de mañana
Frollo casi rodaba sus ojos y negaba con la cabeza, incluso le señaló con dos dedos a Aliceth su total negativa a la invitación.
—Declínalo, no iré a esa tontería—Dijo con desgano y desagrado— Siempre los nobles creyendo que tengo el espacio para sus actividades que sólo desperdician mi tiempo— Dijo Frollo dirigiéndose a su escritorio y dejándose caer en su asiento—Tengo ocupaciones más importantes que hacer, ¡Parezco ser el único de la corte del Rey que sabe trabajar! ¡Los demás son unos vividores ociosos!
Frollo dejó escapar un suspiro, intentando serenarse. Vio de reojo a su pupila, la cual aún tenía la carta en sus manos.
—¿Quiere que haga un borrador declinando la invitación del duque?
—Preferiría que tu hicieses la carta. De los dos, tú eres la que tiene una pluma talentosa. Tus palabras tendrán sutileza y tacto, cosa que carezco— Frollo se encogió de hombros, admitiendo su defecto, aunque fuese el menor de todos —Cuando la acabes, tráemela para revisarla y darle mi aprobación con mi firma
—Muy bien, mi Señor— Aliceth acató la orden de Frollo y volvió a sentarse en su escritorio, tomó una hoja en blanco de uno de los cajones, mojó su pluma y se dispuso a redactar la carta. Frollo se puso a revisar algunas condenas pendientes antes de ir a ejecutarlas personalmente. Aliceth lo miró de reojo y sonrió para sí, cada día complacida con más muestras de confianza de su tutor.
Después de un pacifico rato donde la calma se anidó entre ambos, Aliceth se acercó y le dio la carta a Frollo. Este la revisó cuidadosamente.
—Nadie como tú para declinar invitaciones con tanta prosa.
Aliceth se rio un poco de su chiste mientras tomaba la carta entre sus manos.
—Gracias Mi Señor— Y sin pensarlo, soltó un pequeño chiste que captaría la curiosidad de Frollo —Experiencia tengo con declinar, si pude declinar tantas propuestas de matrimonio, una invitación a una cacería no es nada
Aliceth dejó escapar unas cuantas carcajadas dulces, recordando ser la rompecorazones de Alsacia, sin saber lo que acababa de provocar en el Juez.
Frollo levantó una ceja ante lo dicho, ahora evidentemente intrigado al escuchar tal afirmación de su ahora secretaria personal. Una expresión de curiosidad cruzando en su rostro. Compartió una sonrisa con Aliceth, más no era producto del chiste, era de interés.
—Debiste desgarrar con la ilusión de muchos que desearon estar contigo...— Frollo dijo con un poco de sugestión que Aliceth no captó, sólo ella no pudo carcajearse al ver la cara de Frollo, llevándose una mano a su lagrimal.
Claude se llegó a preguntar cuál sería la historia de Aliceth, ¿La Señorita Bellarose era demasiado exigente? ¿Ninguno de sus pretendientes estaba a la altura? ¿O quizá se reservaba para alguien que fuese digno?
—En verdad en Alsacia todos los hombres me parecían unos verdaderos asnos, algunos tenían rostro de hombre pero actitud de niño, puro imbécil...— Aliceth reía apenas recordaba sus locuras —Tampoco mis hermanos ayudaron mucho en la elección de un marido, me ayudaban a ahuyentarlos. Todo era un divertido juego hasta que llegaron mis padres con una solicitud de aprobación del convento de Notre-Dame...
Una pequeña irritación escocía en su pecho, apretó sus dientes, y una de sus manos se volvía puño conforme Aliceth continuaba su relato, Frollo no soportaba el hecho que Aliceth fuese una mujer muy solicitada en su tierra natal. Al menos Aliceth rechazó a cada uno de esos enclenques. Ninguno la merecía, ninguno merecía a su Aliceth.
—Parece que tus hermanos eran los únicos cuerdos respecto a esa manía de casarte— Frollo mencionó con voz ronca —Me alegra tanto que se hayan esmerado en proteger la virtud de una bella dama como usted
Aliceth no pudo evitar sonrojarse por el cumplido.
—Creo que lo hacían para molestar a mis padres y a mí, pero ellos no sabían el favor que me hacían... Pero la única solución de mis padres mandarme al convento de Notre-Dame, y el resto ya lo sabe usted... Ahora estoy encerrada con mi rival aquí en esta oficina, mientras hago sus labores y me paga por ello— Aliceth finge una muy dramática escena de ella "sufriendo" estando al lado de Frollo, él no puede evitar sonreír al verla bromear al respecto.
Sin saber que acababa de agregar más leña al fuego que avivaba dentro de Frollo. A pesar que sentía una extraña sensación de enojo porque otros desearon a su Aliceth en el pasado.
Pero ninguno fue merecedor de ella, ni un solo hombre lo es. Y quizá él tampoco lo fuera, pero la quería a ella a toda costa.
Sólo esperaba a que ella lo eligiera a él.
—Pero se te paga bien...— Frollo enfatizó con una pequeña broma, provocando otra risa en Aliceth. Decidió apaciguar un poco su fuego y ocuparse en el presente, en su plan.
Aliceth se dirigió a su escritorio a continuar con el trabajo, no sin antes mirar a Frollo una vez más, el cual estaba concentrado leyendo unos documentos.
—Creo que ya merezco un aumento, ¿No lo cree?
Frollo elevó sus ojos ante la propuesta de Aliceth, tan dulce y encantadora, una parte de Claude no podía evitar derretirse con el espíritu de María Aliceth.
—No
...
Algunas horas más tarde de aquel tranquilo día de Otoño, Aliceth estaba absorta en su hora diaria de lectura. En la quietud y elegancia de la biblioteca, Aliceth leía una encomienda de Frollo, dentro de uno de sus lugares favoritos del Palacio de Justicia. María estudiaba esta ocasión las lecturas y filosofías de Tomás de Aquino, y aunque Frollo le indicó que estudiase ciertos capítulos de ese libro, Aliceth no pudo evitar leer más allá, su curiosidad atrapada entre los párrafos sobre la razón y la fe.
Gracias al sosiego de la biblioteca, y aunque el grosor de las paredes de piedra fuese voluminoso, las campanadas de Notre-Dame se dejaron escuchar hasta llegar a la joven dama. Aliceth elevó su rostro apenas escuchó las campanas replicar, un galopeo de nostalgia en su corazón.
Pero no había tiempo ni lugar para los recuerdos. Aliceth se puso de pie del escritorio y fue a dejar el libro en su lugar. Paseándose en su vestido azul por los corredores, Aliceth tarareaba alguna canción propia de su infancia.
Aunque, al mirar a su alrededor y el saber que ella estaba sola dentro de la biblioteca, Aliceth dejó que sus pies tomaran su propio ritmo, que sus caderas se movieran repetidamente en círculos, y su voz tararear un poco más fuerte esa canción. María empezó a hacer su pequeña costumbre de bailar a solas como los gitanos le enseñaron tiempo atrás.
—Aquí esta...— Aliceth llegó a la estantería correcta, dejando el libro en su lugar, mientras paseaba con su dedo índice al resto de los libros vecinos, Aliceth siguió danzando entre los estantes, el silbido de su voz resonado entre las paredes.
Pero cuando estuvo a punto de dar la vuelta para regresar a la oficina, una extraña fuerza le llamó la atención. María volteó hacía atrás, observando a lo lejos el pasillo de la sección prohibida de la biblioteca. Detuvo su baile una vez que toda su atención se concentró en el lugar clandestino.
María no podía evitar sentirse extrañamente embaída por aquel sitio. Las voces de Frollo resonando en su cabeza, recordándole que aquel era un lugar lleno de obras del demonio que podrían corromper su alma. Sin embargo, sus zapatos resonaban en el piso, caminando lento. Una extraña tentación se apoderaba de su ser, atrayéndola al misterio de lo desconocido. Una bruma alcanzándola, mareándola, la neblina purpura acechándola, aquella misma que abrumaba a su protector.
Golpes en la puerta de madera la hicieron volver en sí, la neblina purpura disipándose, regresando a la realidad. Aliceth negó con su cabeza un par de veces al alejarse de ahí, dirigiéndose al vestíbulo principal de la biblioteca, respirando profundamente y secándose el sudor de sus palmas.
Al abrir la puerta, se encontró con uno de los tantos guardias del Palacio —Señorita Bellarose— Dijo el guardia haciendo una reverencia, entregándole un sobre a Aliceth —Ha llegado correspondencia para el Ministro Frollo— Señaló, extendiendo con ambas manos un sobre. Aun saliendo de su trance, Aliceth parpadeó y balbuceó un poco antes de contestar y poner sus pies en la tierra.
—Oh, y-ya veo, muchas gracias... Pero, ¿Por qué no se lo entregaron ustedes mismos?— Aliceth preguntó confundida al tener el sobre entre sus dedos.
—Señorita Bellarose, es correspondencia Real
—Ah... S-Sigo sin entender
—Nos parece más pertinente que usted sea quién entregue esto al Ministro Frollo que nosotros— Una vez dada la explicación, Aliceth asintió con la cabeza. No creía que esa fuera la explicación, creía que en realidad le temían a Frollo y ella se convirtió en una especie de puente para los recados. No le molestaba, pero no pasó indiferencia en ella con ese detalle —Muchas gracias caballero, vuelva a sus actividades
Con una reverencia más, el guardia se fue de ahí.
Aliceth miró la carta entre sus manos, pero dejó a un lado todo el asunto de la correspondencia Real y el miedo de los hombres de Frollo a su Superior. Aún albergaba la duda en ella, ¿Por qué deseaba visitar la sección prohibida?
Otra vez negó con la cabeza, no había roto ninguna orden de Frollo en el pasado, no lo haría ahora. Salió de la biblioteca, con el sobre Real entre sus manos
...
Aliceth se encontraba como una estatua de piedra al lado de Frollo, demasiado quieta y callada mientras el leía la misiva real. El contenido parecía ser algo que, por la forma en que gruñía, negaba con la cabeza se quejaba, a Frollo no le agradaba absolutamente para nada.
—Esto es ridículo...— Frollo soltaba al tirar la carta a su escritorio —...El Rey está perdiendo la cabeza...— Fruncía el ceño cada que releía la misiva real. En el contenido, el Rey de Francia, Louis XI, requería de algunos tomos de justicia para la biblioteca real. La tarea para Frollo era transcribir esos mismos tomos en blanco.
Aliceth comprendía la molestia de Frollo, eran al menos dieciséis tomos de justicia.
—No son más que caprichos idiotas de ese engendro real. ¡Tengo asuntos de verdadera importancia que atender, no puedo perder el tiempo copiando tomos por simple antojo del Rey! — Frollo exclamó irritado. Dejando caer la misiva, se levantó de su escritorio y empezó a andar por la oficina. Aliceth aprovechó ese momento para tomar la carta y leerla por sí misma.
Aliceth no dejaba de ver al ministro con cautela. Aprendía poco a poco los gestos y ademanes de él, uno de ellos, cuando era demasiada carga de trabajo para el juez o tenía emociones que manejar en un ambiente profesional, se levanta de su asiento y empezaba a andar por los alrededores. Ella sonreía un poco, no podía creer que estaba aprendiendo aquellos pequeños detalles de Claude Frollo.
Sin embargo, uno de sus deberes como la asistente personal de Frollo era actuar bajo circunstancias agobiantes, ser el ancla del Juez antes de que cayera en la desesperación.
—No se moleste, mi señor, al final de cuentas son órdenes del Rey— Aliceth se acercó a Frollo, su voz en un tono apaciguador —Debe de acatarlas, por muy tediosas que le parezcan...
—¡Pero esto es una sandez!— Frollo vociferó, sus manos volviéndose puño —¡Tengo que limpiar las calles de París! ¡El pecado esta allá afuera azotando, provocando la perdición de la gente! ¡No puedo dejar de lado mi deber por esta imbecilidad!
—Lo sé mi Señor, pero debe de entender que desafiar la voluntad real sólo ocasionaría más problemas...
Aliceth dijo su última frase, y aunque Frollo no le dirigió una mirada amable, ella se mantuvo impasible. Frollo sabía que Aliceth estaba en lo cierto y debía de cumplir con sus obligaciones con el monarca. Tampoco quería admitir que la presencia de Aliceth era quién sosegaba sus cambios de humor.
Pasando unos instantes, Frollo pareció calmarse y esbozó una leve sonrisa torcida.
—Bien... Tienes razón por supuesto...— Puso su mano sobre el hombro de Aliceth —Sería una necedad desafiar las órdenes reales, pero tendrás que ayudarme con esta tediosa labor. No puedo delegarla a nadie más
Aliceth asintió, orgullosa consigo misma de lograr calmarlo —Por supuesto que sí, estaré encantada de asistirle en lo que sea necesario
Los ojos marrones de Aliceth brillaron, siempre esa chispa cuando Frollo confiaba en ella para cualquier cosa. La sonrisa de Frollo se hizo un poco más grande, realmente ella le tenía lealtad pura.
—Perfecto... Después buscaremos los tomos. Por ahora, nos enfocaremos en el trabajo que tenemos— Frollo dijo regresando a su escritorio, el lazo rojo de su birrete casi golpeaba la cara de Aliceth, la cual fingió estar bien al volver a su propio lugar —Por ahora, piense en un atuendo elegante pero recatado
Aliceth estuvo a punto de mojar la punta de su pluma en su tinta cuando se detuvo ante la nueva encomienda de Frollo, elevó su rostro y Frollo vio los orbes confundidos de Aliceth.
—¿U-Un atuendo recatado?
—Así es. He pensado que hemos cumplido nuestras obligaciones con la Ley terrenal, más no con las leyes de Dios
Aliceth se paralizó al escuchar esas palabras, temiendo lo que intuía Frollo.
—¿Q-Quiere decir qué...?
—Así es, mañana es domingo, y ya han sido muchos domingos que no hemos asistido a misa...
La pluma cayó de las yemas y la cara de la pobre pelirroja se tornó pálida. María se llevó las manos a sus mejillas, y estuvo a punto de negar cuando Frollo levantó un dedo a ella, señal que debía de parar antes de siquiera empezar.
¿Volver a Notre-Dame?
El mentón de Aliceth empezó a temblar, la ansiedad se hizo presente en sus manos, las cuales empezaron a sacudirse. Aliceth se puso de pie tan rápido que la silla se arrastró contra el suelo, un ruido sonoro por toda la sala.
—M-Mi Señor, y-yo— Aliceth balbuceaba —Y-Yo no—
—No aceptaré una negativa por respuesta, no permitiré que deje sus creencias de lado por el trabajo ni por mi culpa— Frollo se puso igual de pie y se acercó a Aliceth al verla tiritar de miedo.
—¡Van a comerme viva cuando regrese!— Aliceth decía al borde de las lágrimas, mientras jugaba sus manos, casi al borde de rogarle a Frollo que no la hiciera regresar ahí.
—Sabes mejor que nadie que mientras este ahí, ni siquiera osaran mirarte, mi niña— Con el pretexto de calmarla, Frollo pasó su mano por la cabellera de Aliceth, los delicados rizos suaves contra su tacto. Si el fuego no quemara, debía de sentirse así.
—Seguramente habrán hecho algún ritual que en cuanto cruce las puertas me quemaré viva— Aliceth bajó su mirada, aun asustada ante esta nueva situación.
—No digas tonterías mi María, eso sería paganismo y por lo tanto, pecado. Pero en caso de que se atreviesen a usar prácticas herejes si alguien se calcinara, yo sería el quemado— Frollo intentó calmar a Aliceth —Pero creo que me toleran por ser el Protector de Notre-Dame
Aliceth soltó un pequeño jadeo temeroso, no podía dejar de retorcerse las manos ante la idea de volver a Notre-Dame. Al darse cuenta que Aliceth no podía tranquilizarse, Frollo puso un dedo bajo el mentón de Aliceth y le hizo verlo a los ojos.
—No permitiré que te alejes de Dios y tu alma se condene por poco ¿Entiendes?
Aliceth, con sus labios temblorosos ante la mirada directa de Frollo, respondió de arriba abajo, aun temerosa, pero tratando de complacer a Frollo con su respuesta. Asintiendo, Frollo le señaló que dejara de temblar y que ambos volvieran a sus deberes.
A pesar que una parte de Claude estaba en lo cierto, no quería que Aliceth dejara de lado su fe en la religión y en Dios, una parte oscura de él deseaba sacar a Aliceth y pasearla como su trofeo ante aquellos que juraron protegerla, presumir que Aliceth estaba brillando más bajo su cuidado que el de otros, que ahora era una rosa en su mejor esplendor y no una flor marchita cuando era novicia.
A veces la veía de reojo, y a pesar que el miedo se había colado en sus huesos, la bella pelirroja no podía verse tan hermosa que antes. Él la había rescatado, él la salvó del exilio y la muerte, y ahora ella renació bajo su protección.
Sonrió cruelmente para sus adentros ante el pensamiento que más de alguna vieja hermana de Aliceth sentiría el pecado capital de envidia cuando ella cruzara de vuelta las puertas de Notre-Dame.
Aliceth elevó su cabeza al escuchar unas pequeñas carcajadas, venían de Frollo. Frunció el ceño mientras él seguía leyendo escritos judiciales. Ella no sabía si se reía de ella como en los viejos tiempos o se reía de otra cosa. Agachó su rostro y se concentró en trabajar.
...
