XXII: Viejo hogar
El camino de regreso al Palacio de Justicia se tornaba excesivamente tardío y retardado. Dentro del carruaje perteneciente a dicho palacio, dos figuras humanas pertenecientes a Aliceth Bellarose y Claude Frollo estaban petrificadas cual estatuas de mármol. Callados, mudos y pensativos, ambos reflexionando sobre sus acciones tras aquel abrazo íntimo que cruzó algunas barreras de la moralidad y virtud. Claude se cruzaba de brazos, pretendiendo prestar su atención a cualquier otro sitio dentro del carruaje, incluso a la pequeña ventanilla de la puerta. La bella Aliceth se miraba sus nudillos, los cuales tomaban con fuerza la tela oscura de sus faldas.
Uno y otro buscando distraerse en otro lado que fuesen entre ellos mismos. Frollo se maldecía a sí mismo, ¿Cómo fue capaz de haberse dejado llevar por su lado más animal? Dios estaría decepcionado de él, incluso el lo estaba, cayendo tan rápido al sortilegio apenas tuvo la oportunidad, ¿Podía culparse? Todavía persistían rastros del aroma de la cabellera rojiza de su asistente personal impregnados en sus fosas nasales.
No podía evitar mirarla de reojo ¿Cómo estaba ella? ¿Aliceth sonreía? No, eran sus nervios, ¿Por qué estaba tan nervioso de ella? Era la divina tentación que rondaba sus fantasías más oscuras y libidinosas. Más existía algo que no cuadraba dentro de sus razonamientos, Frollo fruncía su ceño, tratando de descifrar el misterio, ¿Por qué en el mundo de los sueños podía acercarse a Aliceth, profanar su pureza y convertirse en el dueño de esta, y al intentar llevar un avance en la vida real se acobardaba y huía encogido y desalentado?
¿Era miedo o respeto a Dios? En el fondo, a Claude Frollo ya le estaba hartando eso.
En la joven dama del otro lado del asiento, Aliceth escuchaba el tacón de sus botines arriba abajo. El sudor en las palmas regresaba y a la vez, procuraba no hacerse de ideas extrañas que caían en su cabeza como lloviznas. Figuraba que aquel extraño cosquilleo en su cuero cabello no fue más que Frollo quedándose sin aliento en su garganta y necesitaba aspirarlo antes de desfallecerse.. Cualquier otra cosa era mejor que imaginar que fue a propósito.
"No pienses mal de él. Él no tendría esa clase de pensamientos por ti" Aliceth cerraba sus ojos y trataba de convencerse de que esas escandalosas ideas no eran verdad.
—María…— Aliceth se sacudió al escuchar a Frollo nombrarla por su primer nombre —…Le ruego que acepte mis disculpas. Me he tomado libertados que han sobrepasado nuestros límites morales. Ciertamente, al ser su Superior y Protector, debo de recordarle la naturaleza de nuestra relación, soy el Ministro de Justicia y usted es mi asistente personal— Lentamente, Frollo se dirigía a ella, dejando que su pavor aclarase las cosas por él —Siempre debe de existir respeto y profesionalidad entre ambos…
Aliceth escuchó las palabras de Frollo, y su primera impresión respecto a ello fue… ¿Decepción? ¿Aliceth estaba decepcionada por la aclaración de Frollo?
Claro que Aliceth no deseaba ni quería imaginar que existiesen segundas intenciones en las acciones de Frollo, pero tampoco esperó que el fuese a dibujar una línea entre ambos y dejarlo todo a la mera laboralidad. Aliceth encorvó sus cejas y miró a los asientos frente a ellos. Ella no quería que hubiese perversas pretensiones en su Superior, pero, inocentemente, deseaba que hubiese algo más allá que ser una simple empleada para él, deseaba lo más parecido posible a una… ¿Amistad?
—E-Eso está muy claro, Mi Señor…— Aliceth respondió, apretando sus labios y virando su vista. Frollo pudo notar la decepción en el rostro de su anhelada asistente, pero, ¿Porque se vería decepcionada? —Q-Quiero que usted sepa que no pienso mal de usted… C-Creo que esas viejas costumbres las dejé en el convento…
El silencio se tornó aún más abrumador, Aliceth y Frollo volvieron a tornarse serios, de hecho, se tornaron secos. Aliceth tratando de encontrar un significado, encontrar que clase de relación tenía realmente con Frollo. Y Claude pensando profundamente porque Aliceth se sentiría decepcionada, ¿Acaso ella… Ella deseaba lo mismo que él?
"No" Frollo negó con la cabeza "Ella es pura de pensamiento, palabra y obra…" Apretó un puño sin que ella lo viera "Yo seré quién le enseñe los caminos de la concupiscencia, ella no se puede mancillar antes que yo mismo lo haga"
Y por alguna razón, la vieja rebeldía de Aliceth que era el pan de cada día en el convento volvió especialmente en ese momento.
—Mi señor, creo que usted está equivocado— Aliceth dijo a Frollo con voz firme, cosa que interrumpió sus pensamientos, y que, claramente, no esperaba.
—¿Acaba de decir que estoy equivocado?
—Mi señor, ¿En verdad usted cree que después de todo lo que hemos pasado juntos, pretenda que nuestra relación sea meramente laboral?
Frollo quedó absorto a las palabras de Aliceth, ¿Qué era lo que…? ¿Qué es lo que ella deseaba realmente?
—María Aliceth… ¿Qué es lo que quieres decir con esas palabras?
—Lo que quiero decir es que entre usted y yo existe una cercanía que no puede ocurrir con alguien más y no se puede suplantar con otra persona. Usted estuvo conmigo en terribles momentos de mi vida en los que no encontraba la salida. Usted y yo nos convertimos en contrarios, pero hicimos las paces y dejamos de lado nuestra rivalidad, ¡Usted salvó mi vida! ¡Salvó mi alma del infierno! ¡Y todas las lágrimas que he derramado usted las ha secado! ¡Y hoy no ha sido la excepción!
Con asombro, Frollo contemplaba a Aliceth confrontándole, quedándose nuevamente mudo. Podía notar el sonrojo de Aliceth en sus mejillas pecosas y su ceño fruncido. Boquiabierto, incrédulo a las palabras de la pelirroja, sus pupilas se dilataron, ¿Acaso sus oscuros deseos podrían hacerse realidad?
Una pequeña sonrisa torcida iniciaba en su boca, más una voz expectante.
—María… ¿Quieres decir qué?
Expectativas que morirían en un par de segundos.
—Lo que quiero decir es que usted no puede simplemente tomar esa clase de decisiones. Si, soy su asistente personal, usted es mi Superior, pero, por nuestra cercanía… Estoy segura que este es el significado de una amistad
Ese fue el turno de Frollo de sentir decepción, pero fue realista consigo mismo, Aliceth no iba a sentir la misma pasión que él, pero una parte suya se regocijo al notar que Aliceth deseaba tener más cercanía.
Así podría caer más fácil.
—María, eres una caja de sorpresas…— Frollo pasó su brazo por detrás de la espalda de Aliceth y la acercó. Ella se aproximó y puso su cabeza en su hombro. Mientras los caballos seguían jalando el carruaje, Frollo tomó la mano de Aliceth, y la sostuvo por el resto del camino.
…
Al llegar al Palacio de Justicia, los soldados del lugar se pusieron a los lados y abrieron la puerta del carruaje. El Ministro Frollo bajó primero con prisa, aguardando uno de sus momentos favoritos que se volvía un pequeño ritual: Ayudar a Aliceth Bellarose a bajar. Ansioso por tocarla de vuelta, ofreció su mano galante y su dulce protegida la tomó, bajando por los escalones con gracia. Al pisar el suelo, Frollo no dejó de sostenerla y como de costumbre, ofreció su brazo para escoltarla. Ambos subieron por la larga escalinata hasta entrar. Al estar dentro del Palacio, ocurría lo mismo de siempre: Las personas que se atravesaban en el camino del Ministro, se apartaban y hacían una reverencia marcada.
—Ministro Frollo…— Un par de jueces de menor rango se acercaban al Ministro —...Señorita Bellarose— Todos reverenciándose entre sí, no olvidando en saludar a la protegida de Frollo —Ministro, precisamos de una audiencia extraordinaria, y requerimos de su presencia
—Entonces espérenme en la sala de audiencias correspondiente. María, puedes ir a descansar, disfruta de tu día libre…
Aliceth asintió, se despidió del resto de los jueces y se fue de ahí. Antes de que Frollo acompañase a los demás, observó a Aliceth desaparecer entre los pasillos. Su dulce María, la ladrona de su aliento. Al desaparecer de su vista, Frollo continuó con sus deberes, regresando la tranquilidad y serenidad a su corazón.
Sin embargo, Aliceth apresuraba su paso en las escaleras de piedra. A pesar que las emociones vividas con Frollo, había algo en su pecho que necesitaba sacarlo con la persona correcta, y Frollo no era esa persona correcta. Al entrar a la puerta de sus aposentos, se encontró con su fiel sirvienta Joanna, la cual hizo una reverencia para recibirla.
—Señorita Bellarose, bienvenida— La joven sirvienta se acercaba a Aliceth para sostener su bolso, en su rostro se notaba el afán de conocer todos los detalles del regreso de Aliceth a Notre-Dame de París. Pero ni siquiera tuvo la necesidad de preguntar, notó los lagrimales de Aliceth llenarse de gotas tristes —¿Señorita Bellarose? ¿Está usted…?
—No…— Con su voz quebrandose, Aliceth se dirigió al diván, dejándose caer y empezando a llorar, Joanna inmediatamente se puso a su lado. Al fin, Aliceth podía desahogarse de su verdadera pena, no de la pena fingida que sirvió de pretexto a Frollo, la real: Su reencuentro con los gitanos. Entre sollozos tristes y melancólicos, Aliceth relató a Joanna su pasado con ellos, aquella vez que los defendió de la humillación de Frollo en el Banquete de la Misericordia, su primer reencuentro, su escape a su campamento provisional, las experiencias compartidas, la sensación de la libertad y lo bohemio, el deseo y la envidia de ser cómo ellos cuando ella sólo era una patética monja de Notre-Dame.
Y entonces, relató el segundo reencuentro, en el que su corazón fue herido.
—Yo no pretendía convertirme en eso que ellos dicen. Yo tomé la oportunidad de trabajar con el Ministro Frollo porque él salvó mi vida. Jamás mis intenciones fueron delatarlos, jamás sería capaz de hacerles algo así
—Oh, Señorita Bellarose
A Joanna le partía el corazón ver a Aliceth así de afligida, jamás la había visto en una pena tan grande.
—Me dijeron que yo era una… Una…— Aliceth temía tanto a esa palabra que no quería repetirla —Oh, jamás me habían insultado así en mi vida, jamás…— Aliceth no podía parar su llanto.
—Señorita Bellarose, desahóguese lo que necesite, aquí estaré para lo que usted necesite
Aliceth hipaba, tratando de controlar los gemidos de dolor de su pecho. Y aunque tenía la necesidad de llevarse las manos a su rostro para ocultar su aflicción, no podía, con Joanna sentía la libertad de mostrar sus emociones sin sentirse juzgada.
—Fue tan doloroso, Joanna— Aliceth se secaba con desespero sus mejillas, rápidamente Joanna se ponía de pie y buscaba en un joyero especial un pañuelo oculto de Aliceth, regresando y ofreciéndolo —Fue tan doloroso ver sus rostros llenos de ira al reconocerme, creo que jamás fui insultada de la forma en que ellos lo hicieron…— Aliceth tendía a repetir eso, era algo que realmente había roto su corazón. Aliceth se secaba con el pañuelo, mientras que Joanna volvía a sentarse a su lado y a tomarla de un hombro.
—No los culpe, Señorita Bellarose, el corazón herido habla antes que la razón…
—¿Podría culparlos? Me dijeron traidora, Joanna. ¡Pero sería incapaz de traicionarlos! Sólo buscaba salir adelante después de todo el dolor que viví en el convento
El corazón de Joanna se oprimía al ver a su Señorita Bellarose en una pesadumbre que parecía no tener fin. Intentaba buscar miles de formas de ayudarla, pero lo único que podía hacer era dejarla desahogarse, solo eso la sanaría. Atinaba a abrazarla, a acariciar sus rulos rojos, y a tomarla de su mano. Sentía impotencia de no poder ayudarla con la carga, sólo ser parte de la travesía de la amargura de la joven María.
—Creo que nunca me había sentido tan angustiada…— Aliceth suspiró después de calmarse, Joanna la sostenía por sus hombros.
—No está sola, señorita, yo siempre estaré a su lado para lo que necesite…
Aliceth miraba con ternura a Joanna, era poco el tiempo que habían compartido y ella ahora era una gran confidente. Sin más, Aliceth se abrazó a Joanna, para sorpresa de ella. Joanna correspondió el abrazo y dócilmente la levantaba del diván. A sus adentros, Joanna pensaba que Aliceth era diferente a las damas de la nobleza pomposas y presumidas que siempre miraban a los de su condición por encima del hombro.
—Venga, debe de descansar, prepararé un baño. Necesita calmar sus nervios…— Aliceth asintió mientras sostenía su pañuelo blanco entre sus dedos. Joanna volvió a abrazar a Aliceth y dar una pequeña reverencia cuando sus ojos sin querer se posaron en el bordado del pañuelo. "CF".
Joanna no expresó nada, no quiso decir nada al respecto, y esperó que Aliceth no se diese cuenta. Cuando Aliceth se recostó en la cama a seguir calmando sus penas, Joanna salía directo a la cocina del Palacio de Justicia a preparar agua caliente. El nerviosismo se apoderaba de ella, ¿Porque la Señorita Bellarose estaba conservando un pañuelo perteneciente al Ministro de Justicia?
"Por favor Dios…" Joanna rezaba en silencio mientras bajaba las escaleras, temblorosa "...Que aquellos viles rumores sobre la naturaleza de la protección de la Señorita Bellarose sean mentira".
En la alcoba de Aliceth, ella aún estaba acostada en la cama, y cuando vio el pañuelo, se dio cuenta que era el pañuelo de Claude. Se rio nerviosa y avergonzada, ¿No se lo había devuelto desde su última pelea en Notre-Dame?
Un pequeño sonrojo ante los recuerdos animados y un suspiro suave, Aliceth cerró sus ojos y besó el pañuelo de seda. Sus ojos se abrieron cual platos al darse cuenta de la acción que acababa de cometer. Aliceth se irguió en la cama tan rápido que miró a todos lados, temiendo que hubiese algún inquilino no bienvenido en la habitación. Aliceth suspiro de alivio y dejó caer su cara a las almohadas y cojines.
Ese sería un pequeño secreto entre ella y Dios.
…
Había transcurrido seis días del regreso de Aliceth y Claude a Notre-Dame, aquellos días transcurrieron sin ni un sólo incidente. Aliceth procuraba levantarse un poco más temprano para embellecerse de costumbre y dejar en orden la oficina de Frollo como todas las mañanas. Le dedicaba una hora desde su llegada en dicho lugar y una vez cumplida la hora, se dirigía a la biblioteca a continuar con la transcripción de los tomos, la encomienda Real que no podían dejar de lado.
Aliceth tomaba uno de los pesados tomos con las leyes francesas y lo dejaba caer con cuidado al escritorio. Aliceth buscaba la hoja seca que usaba de separador y procedía con su tarea. Aliceth no llevaba ni un cuarto del primer tomo de justicia, eran tomos enormes, soporíferos y fastidiosos.
Mojando la pluma en tinta negra, la mano de Aliceth se apresuraba a escribir. No quería mentir, era una tarea absolutamente tediosa y empezaba a compartir el descontento de Frollo. Pero se recordaba a sí misma que no podían desafiar las órdenes del Rey, no quería imaginar las terribles consecuencias de ignorar las divisas del Monarca.
Alguna vez sin querer había escuchado algunas ejecuciones públicas. Recordaba el convento, cuando eso sucedía en la plaza frente a Notre-Dame, el Arcediano no permitía que ninguna novicia del convento fuese testigo del castigo final de los criminales, más podían escuchar desde ahí el griterío de la gente y el sonido cuando la tabla bajaba y la horca hacía su trabajo. Apenas recordaba el vitoreo de la muchedumbre, a Aliceth se le erizaban sus vellos y negaba miles de veces con la cabeza, intentando olvidar eso.
Notó que el temblor de su mano arruinó una letra y Aliceth intentó corregirlo, pero al notar que no se calmaría pronto, decidió dejar la pluma en la mesa de trabajo, ponerse de pie y sosegar el pavor en su ser. Anduvo de un lado a otro, además, aprovecharía el momento cómo un pequeño descanso. De todas formas, le faltaba mucho trabajo por delante.
Aliceth paseó por el gran salón de la biblioteca para relajarse y despejar su mente. Miró por algunas ventanas que daban a las calles de París: Faltaba un día para que llegase el mes de Diciembre, y podía notar que su aliento ya teñía el vidrio. Aliceth soltaba una bocanada más fuerte para hacer algunos dibujos tontos en el cristal.
De repente, Aliceth se percató de la primera caída de nieve en París. No pudo evitar mirar fascinada como los copos brillaban cuando caían del cielo. Fascinada, sería algo que lo recordaría muy bien.
El momento mágico de Aliceth fue interrumpido cuando la puerta de la biblioteca fue abierta de golpe. Claude Frollo entraba, haciendo su aparición. Cuando el Juez la vio lejos de su puesto, frunció el ceño y no dudó en interrogarla.
—¿Qué estás haciendo aquí? Deberías estar trabajando en la transcripción
Aliceth se sobresaltó al escuchar su voz. La verdad no esperaba encontrárselo, y ahora temía que interpretara su breve descanso cómo desidia u holgazanería. Sabía que Frollo no iba a comprender su miedo a las ejecuciones porque él era el primero en ordenarlas, al final era parte de su trabajo. Aliceth decidió apostar por el cansancio.
—S-Solo me estaba dando un pequeño descanso, Mi Señor— Aliceth respondió nerviosa —L-Llevo varios días trabajando en los tomos y necesitaba estirar las piernas unos minutos. Enseguida volveré a mi labor, no se preocupe…
Al escucharla, Frollo se acercó lentamente, y por un instante, Aliceth pensó que sería regañada por su atrevimiento. Pero para su sorpresa, el Jue esbozó una leve sonrisa.
—Está bien, pequeña, te has ganado un breve respiro. Pero no tardes demasiado. Cuantos antes concluyamos con esta labor, mejor
Aliceth asintió alivianada, regresándole su sonrisa.
—Se lo agradezco. Mi Señor
—Bien— Frollo posó una mano sobre el hombro de la joven, gesto que provocó un escalofrío recorrer por todo su cuerpo. Por alguna razón y desde había un tiempo atrás, la cercanía del Ministro la ponía nerviosa. Y esa extraña sensación iba en aumento con cada día.
Aliceth intentó negar con la cabeza, y no sabía si fue el nerviosismo que provocaba Frollo o los recuerdos de las ejecuciones fuera de Notre-Dame que la hicieron temblar. Frollo notó eso.
—D-Disculpe…— Aliceth se disculpó más nerviosa —E-El invierno ya viene, supongo…
Negó con la cabeza para despejar esos pensamientos confusos y dio media vuelta para regresar a la mesa de trabajo. Debía apresurarse a continuar con su labor antes de tentar a la suerte y provocar la ira de Frollo con más interrupciones. Aunque por ahora parecía complacido con ella, sabía que era mejor no abusar de su paciencia. Frollo murmuró que continuaría con los deberes pendientes en la oficina y que la esperaba ahí después de las 5 de la tarde. Aliceth asintió y vio a Frollo irse.
Aliceth fue directo al escritorio para volver con su tarea, cuando en su camino a este, su curiosidad se sacudió, repitiendo una peculiar emoción que sintió antes. Con esa agitación alterando sus sentidos, la joven dama caminó por los pasillos y estanterías hasta llegar al ala norte, la Sección Prohibida de la Biblioteca del Palacio de Justicia.
En el fondo de su pecho, sabía que lo que estaba haciendo estaba estrictamente prohibidísimo, si el Juez Frollo se llegase a enterar, no tardaría en botarla de su puesto y olvidarse de su protección. Aliceth tenía muy claras las advertencias y sermones de su Superior, más no podía comprender porque deseaba tanto conocer aquel lugar que era particularmente clandestino para ella.
Pero recordó las firmes y estrictas palabras de Frollo, y no quería dejarlo todo a su (mala) suerte. Regresó al escritorio, concentrarse en la aburrida transcripción de aquellos tomos era preferible a pensar en la forma en que la existencia de la Sección Prohibida le llamaba. Debía terminar pronto con esa tarea… Al menos hasta que lograra aclarar la confusión que aquejaba su mente.
…
Algunas horas más tarde, Frollo continuaba con sus actividades de Juez, desde dictaminar sentencias, celebrar audiencias y todo lo relacionado a lo que el Ministro de Justicia podía hacer. Mientras redactaba un Acta de Proceso, entró uno de sus criados, sosteniendo una bolsa de tela en sus manos.
—Su Señoría, ha llegado su encomienda…— El joven criado estuvo a punto de sacar el encargo especial de la bolsa de tela cuando un guardia entraba con apuro a la oficina, saludando a Juez en señal de respeto y diciendo su motivo de llegada.
—Ministro Frollo, disculpe la interrupción. Ha llegado un recado especial para usted de carácter urgente
Claude no pudo evitar soltar un quejido molesto.
—¿Que sucede? ¿Porque es de carácter urgente? ¿Es del Rey? ¿Es de Notre-Dame? ¿De algún tonto noble? ¿O finalmente encontraron "La Corte de los Milagros"?
El guardia, quién nervioso, estiró su brazo con el pedazo de papel doblado en su mano.
—No, su excelencia, me temo que no… Temo que es algo más personal. Viene de la Mansión Frollo…
Apenas salieron esas palabras de la boca del guardia, Frollo no pudo sentirse impactado para sus adentros, más una chispa de enojo que se prendió en su ser. Arrebatando el papel, Frollo lo desdobló y leyó su contenido.
Cada palabra escrita era leña que caía directo a la vehemente furia de Frollo, apretaba los dientes y su ceño se fruncia cómo nunca cuando las leía. El criado y el guardia vieron el rostro de su Ministro enrojecerse, tornadose colérico, alguno de ellos se arrepintió de no haberse confesado antes. Arrugó el papel, volviéndose uno con su puño, mientras que Claude se erguía de su asiento.
—Preparen a mi caballo, ¡De inmediato!— Frollo ordenó al guardia y este, reverenciando, se apresuró a salir —¡Y tú! ¡Deja eso en aquel escritorio y sal ahora!— El criado no se lo pensó dos veces, dejó la bolsa en el escritorio de la asistente personal de Frollo y salió corriendo de ahí. Una vez sin público entrometido, Frollo golpeó su puño contra la mesa.
—¡Ese maldito inútil malagradecido!— Frollo mascullaba entre dientes, su temperamento iracundo relucía en su máximo esplendor, rápidamente buscaba entre sus cajones un pequeño morral donde guardaba las monedas de plata que usaba de recompensa para el pueblo.
En Frollo era bastante común que siempre estuviera enojado, pero aquello rebasaba los límites. Ni siquiera fue cual aquel día que llegó echando chispas y soltando maldiciones a su paso. No, esto era peor.
O quizá sólo estaba harto de resolverle la vida a inútiles.
Claude Frollo se conocía, conocía su carácter, y sí iba tal cual a la Mansión Frollo, tal vez sería capaz de cometer un crimen imperdonable. Tomó el bolso del escritorio y apresuró el paso fuera de su oficina.
Aliceth seguía trascribiendo los tomos cuando la puerta fue abierta, de forma que chocó contra la pared de piedra. Al elevar el rostro, Aliceth temió que Frollo hubiese detectado algún error inexcusable e injustificable y que iba a arremeter contra ella. Más él la calmó con palabras encrespadas.
—Escúchame bien, tenemos que irnos ahora mismo
—M-Mi señor, ¿P-Pero?
—¡No tengo la paciencia para explicar! ¡Sólo sígueme! — Aliceth no hizo más preguntas, puso de pie y siguió a Frollo fuera de la biblioteca—¡Tú serás la razón por la cual no cometeré alguna locura de la que me arrepienta! ¡Y preciso que estés presente para eso!
Aliceth abrió sus ojos de sorpresa y desasosiego al escuchar dichas palabras, intentaba seguirle el paso a Frollo. Aunque seguía sin entender que era lo que demonios estaba sucediendo. No quería preguntarle directo, no quería ponerlo más enojado de lo que estaba.
Aliceth siguió a Frollo hasta los establos, ambos esperaron a que Snowball estuviese preparado, y durante la espera, Frollo miró a Aliceth y recordó el contenido de la bolsa:
—Ten, póntelo, hace frío
Aliceth quedó más confusa que antes cuando Frollo casi le lanzaba la bolsa. Aliceth metió la mano y se dio cuenta que había una larga y pesada capa de piel para el frío. Aliceth quedó boquiabierta: ¡¿Apenas le había mencionado que estaba llegando el invierno y le consiguió un abrigo para el frío?!
Pero al ver el estado alterado de Frollo, Aliceth no hizo preguntas sobre este nuevo obsequio, simplemente se lo puso sin chistar.
Cuando Snowball estuvo preparado, lo acercaron a Frollo y Aliceth. Ella tuvo que subirse a un pequeño banquito y además, fue ayudada por Claude cuando se subió sobre el corcel negro, sosteniéndola de la cintura. Frollo subió segundos después, poniéndose su propia capa y guantes..
—Sostente fuerte, María, tenemos que llegar a tiempo a este lugar
Aliceth asintió, agarrándose de la silla de montar, cuando Frollo tiró de las riendas de Snowball, y antes de partir, Frollo le hizo el comentario a Aliceth sobre acomodarse como una dama en el asiento y no a horcajadas. Aliceth hizo caso y apresurada movió sus piernas.
Snowball salió del establo y partió a la calle a toda velocidad, fue tanto, que Aliceth se abrazaba de Frollo porque sentía que caería en cualquier salto del corcel.
"¿Que sucedió? ¿Que habrá hecho enojar al Ministro Frollo?"
Aliceth se sacudió de miedo al pensar en los gitanos, ¿Habría descubierto su pequeño secreto? De ser así, Aliceth rogaría por la vida de ellos, aunque en el pasado fue Frollo quién le dio el consejo de no rogar por la vida de cualquiera.
Pero ellos no eran cualquiera, fueron sus primeros amigos, aunque ellos ya la consideraran enemiga.
Más al notar que iban por una zona que le era desconocida a Aliceth, pero que lucía muchísimo más impecable y distinguida que la mayor parte de París, supo que no era con los gitanos. Dejaban atrás los callejones y las callejuelas apretadas de la ciudad, el camino poco a poco se ensanchaba entre campos bien cuidados. Aliceth no podía evitar curiosear, las casas campesinas del centro de la ciudad no eran comparadas con las enormes haciendas señoriales, los prados cubiertos por la fina capa de la primera caían de la nieve, los jardines excelsos y los árboles de fruta bien podados.
Llegarían a una de esas casonas, una bastante imponente, una mansión con pequeñas torres, ventanales y molduras esculpidas en la piedra. Al llegar a la enorme puerta, Aliceth divisó un escudo de armas tallado en madera decorando la fachada. Aliceth reconoció ese escudo de las tres espadas protegiendo la cruz. Estaban en la mansión Frollo, el viejo hogar de Claude antes de convertirse en el Ministro de Justicia de París.
Claude bajó primero, y con la poca paciencia que le quedaba, ayudó a Aliceth a bajar de Snowball.
—Mi señor…— Aliceth preguntó, sabía que podía llegar a ser importuna, pero realmente deseaba saber que ocurría —¿Porque estamos aquí?
—Porque sí tú no estás aquí, querida María, seré capaz de cometer un asesinato del que me arrepentiré después…
Aliceth tembló por dentro, y a pesar de la severidad de Claude, insistió.
—¿D-De que habla? ¿P-Porque se arrepentiría? ¿Y-y a quién mataría?
Frollo, sin decir una palabra más, caminó a la puerta, insistiendo a Aliceth en ir a su lado. Pegando con todas sus fuerzas la aldaba, anunciando su llegada a su antigua casa.
—A mi hermano, Aliceth, estoy hablando de mi hermano…
Muchas cosas estaban fuera de la comprensión de Aliceth, pero descubrir que Claude Frollo tenía un hermano menor era algo que jamás hubiera esperado.
