XXIV: Retratos del pasado

El ambiente en el comedor de la mansión Frollo era más tenso que un cabo atado a un barco a su puerto. Mientras que la fuerte tormenta de nieve aplacaba París, tres personajes estaban sentados en una mesa de cedro. En dicha mesa, Aliceth, Claude y Jehan degustaban de una pequeña y adelantada merienda mandada a hacer por el mismo Jehan para darle una cordial bienvenida a Aliceth a su morada, a pesar que de iniciaron con el pie izquierdo.

Aunque sus intenciones eran buenas, la poca conversación que existía era entre Aliceth y Jehan, Claude no quería formar parte de, no quería responder a ninguna platica provente de su hermano a menos que Aliceth lo hiciera, o Aliceth le pidiera su opinión.

Pero otra razón por la cual Claude no quería ser participe es que no existía una conversación cómo tal, tan sólo era Jehan atiborrando de halagos a Aliceth.

—Mi querida Señorita Bellarose, a pesar de la tormenta que anuncia que el invierno está tocando nuestras puertas, puedo decir que la calidez de su belleza es suficiente para templar el frío que se viene

Decía Jehan mientras se inclinaba hacía ella, Aliceth sólo sonreía cordialmente, con cierto nerviosismo e incomodidad saliendo entre sus dientes.

—Es demasiado amable, pero le recomendaría no esperar a que mi rostro haga el trabajo de los abrigos y las chimeneas— Aliceth sin embargo, a cada halago tenía una respuesta clara y concisa. Aliceth poco a poco recordaba sus tiempos prenovicios. Sí antes podía rechazar propuestas de matrimonio, ¿Que sería de adulaciones cuyo propósitos eran provocar la furia de otro caballero presente?

Claude parecía tragarse las palabras de su hermano, su mano tornándose puño cerrado por debajo de la mesa. Pero a pesar de eso, cierta satisfacción calmaba sus enojos al escuchar a Aliceth evadir cada cumplido que se le ponía de frente.

—Pero Claude, esta pequeña dama es todo un turrón ¿De dónde sacaste a un pequeño durazno tierno cómo este? Es tan dulce y exquisita— Jehan preguntaba a Claude a malas intención, provocando que sus instintos posesivos se dispararan.

—Es una larga historia, Jehan…

—Bueno, tenemos todo el tiempo del mundo para escucharla. Estamos atrapados en medio de una nevada, ¿Porque tanto secretismo, Claude?

Aliceth, conociendo que Jehan podía ser más entrometido de lo que aparentaba, y a pesar que en el fondo sabía que Claude no diría nada sobre el camino que ambos han recorrido, se adelantó a responder.

—No es que sea una larga historia, realmente es una historia aburrida— Aliceth procuró sosegar el fisgoneo de Jehan —Solamente se me hizo la oferta de ser su asistente personal y la acepté, ¡Y es todo! ¡Lamento decepcionarte!

Aliceth, sonriente, probaba bocado de la cena especial que cocinaron para los tres, un delicioso guiso de cordero con verduras, queso, pan y vino. Aliceth ponía en práctica los modales adquiridos bajo la tutela de Frollo.

—Y dime Aliceth, tú siendo la asistente del Ministro de Justicia ¿No te hartan las lecciones religiosas de Claude? Porque seguramente es de lo único que habla, de la palabra de Dios, ¿Sabías que antes intentó ser sacerdote y reprobó el examen de admisión?

Aliceth detuvo el bocado que estaba a punto de comer al escuchar esa pregunta. Miró a ambos hermanos, a Claude, el cual agachaba su mirada, conteniendo la ira en sí mismo, y después a Jehan, siempre buscando una forma de humillarlo y hacerlo quedar mal. Aliceth, quién horas antes ya había escuchado esa historia durante la discusión entre ellos, pretendió no saber nada, y decidió enterrar un poco de esta humillación

—No… Ciertamente no tenía ni idea de que el Juez Frollo intentó ser sacerdote en el pasado. Aunque no me sorprendería, es un hombre de fe al grado que es considerado protector de Notre-Dame de París, entre tantos títulos que maneja— Aliceth sonrió a Frollo, una pequeña sonrisa confidencial —Dios tiene un plan para todos nosotros— Aliceth estuvo a punto de mencionar que en las palmas de su mano también podía ver su destino, pero no se iba a delatar que tuvo lecturas paganas en el pasado a sus líneas de vida, y continuó defendiendo a Claude— Quizá el del Juez Frollo era el camino de la Justicia….

Pero Aliceth, siendo la reina de la impertinencia, no logró detener su impulso de estirar su mano y tomar la de Frollo sobre la mesa, pequeño detalle que no pasó desapercibido en Jehan. Claude se tornó inmóvil al instante, pero su hermano menor no mencionó nada al respecto. Aliceth tardó dos segundos en darse cuenta de su inoportuno desliz y alejó su mano, tragando un sorbo de su copa de vino.

—Oh claro, claro que Claude encontró su vocación cómo Juez, pero demasiado resentimiento por no ser parte del sacerdocio, sus acciones y su forma de hacer justicia han sido cuestionadas los últimos años…

Claude respiró hondamente, Aliceth se percató de la evidente molestia de su superior ante un nuevo comentario malintencionado.

Bufando, Claude refutó —Tengo razones para hacer justicia cómo lo hago, ¿Tienes idea cómo las calles están adulteradas? ¿Cuántos están cayendo bajo las tentaciones del maligno?

—Sí, ¿Por eso tienes que hacer esa cacería a los gitanos? No soy el único que piensa así, los demás parisinos piensan lo mismo. De hecho, creen que eres demasiado severo con tus acciones, y que el Rey Luis es demasiado estólido para darse cuenta

Aliceth bajó la mirada, apenas mencionaban ese tema, recordaba los gritos e insultos de rencor de sus amigos gitanos a su persona. Recuerdo que se llevaría a la tumba, conocía el temperamento de Claude, y sí llegaba a enterarse de las duras ofensas, sería capaz de rastrearlos por toda París y darles el peor de los destinos: La pena de muerte.

—Mis acciones buscan erradicar la corrupción y las herejías que socavan nuestra ciudad y país. Y El Rey Luis está de acuerdo con mi forma de limpiar a París

Jehan soltó una carcajada sarcástica —Claro, cómo todos los gitanos son corruptos y brujos

—Por supuesto que lo son, su brujería y artimañas están enfermando al pueblo. Pero no lo notas porque te encantan los vicios que te ofrece esa gente — Continuaba Claude defendiendo su punto, Aliceth notaba la tensión creciendo de vuelta, Claude siendo un necio y Jehan buscando excusas para desafiar su paciencia, miraba a uno y al otro, debía de detener eso antes de que acabara en otra discusión en grande.

—Pues he escuchado que el pueblo está empezando a dudar del Rey, y no lo dudes que empiecen a hacer lo mismo conti—

—¡Y fin de la discusión!— Aliceth elevó su tono de voz con una enorme sonrisa nerviosa, poniendo sus manos sobre la mesa y casi elevándose de su silla —Mi padre solía decir que para tener la paz durante la cena no debemos de hablar de política ni religión, aunque le pidamos gracias a Dios por los alimentos… ¡Lo cual, creo que hemos olvidado!— Aliceth volvía a tomar asiento —Se que a veces las diferentes formas de ver la vida chocan, pero no pueden estar discutiendo siempre, se los digo yo, la que tiene doce hermanos mayores. Tuve que aprender el carácter de cada uno de ellos y lograr hacer que los doce estuviesen en paz

Ambos Frollo no pudieron evitar sonreír ante la graciosa intervención de Aliceth, Claude con una sonrisa sobria, dándose cuenta lo mucho que ha aprendido Aliceth bajo su rigor y educación, Jehan un poco más sonoro, queriendo conocer más de ella.

—¿Doce hermanos? No me lo puedo imaginar, ¡Sí nuestra pobre madre apenas podía con dos hijos, no me quiero imaginar con trece hijos!

Aliceth no puedo evitar reír apenas llegaron los recuerdos de su familiar, su corazón latió cálido al hablar de su querida familia.

—Bueno, mi madre y mi padre tuvieron sus métodos para criar a sus trece hijos. Mi madre se encargó de la educación y mi padre de enseñarlos a ser hombres. Aunque solían decir que mucho de eso cambio cuando yo nací, mi padre se encargó de mi educación y mi madre de enseñarme a ser mujer

Aliceth sonreía con ternura, recordaba las viejas lecciones de su padre, fue quién le enseñó a hablar con más gracia, a leer las letras de los libros y a replicar esas mismas letras a puño y letra. Recordaba sus viejas lecciones, su padre siempre tan paciente y amoroso. En cuanto a su madre… Era otra cosa. No es que la quisiera menos por ser mujer y no varón, pero el ser la única mujer de la familia conllevaba una gran responsabilidad sobre sus hombros.

La sonrisa nostálgica se dejó ver en los labios de Aliceth.

—Y vaya que sus padres hicieron un excelente trabajo con usted. Por algo mi hermano la eligió cómo su asistente personal. Aunque estoy seguro no solamente por su intelecto. Su belleza es tan agraciada, que tendría a cualquier caballero a sus pies…

Aliceth sonrió incomoda, suspirando de decepción al escuchar la respuesta de Jehan. Con escuchar esas palabras se dio cuenta de la clase de hombre que Jehan era, hombres que podías confiar los sentimientos, palabras del corazón, secretos profundos del alma o la cátedra más sapiente y erudita, pero a ellos les entraba por un oído y les salía por otro. No les interesaba el interior, sólo el exterior, y aludían en exceso con palabras endulzadas creyendo que los halagos eran suficientes para hacerte caer a sus brazos.

—Agradezco los halagos al esfuerzo de mis padres. Ellos supieron educarme bien— Dijo Aliceth serena — Pero usted tiene en parte razón, el Ministro Frollo no me escogió precisamente por bonita, me escogió porque soy inteligente y se lo he demostrado

La sonrisa de Jehan se esfumaba de poco a poco ante la respuesta de la joven Bellarose, intentó tragarse la poca vergüenza que tenía con ayuda de la copa de vino. En cuanto a Claude, una risa contenida surgió de su boca, cruzándose de brazos, orgulloso de su pequeña asistente astuta. Los ojos cafés de Aliceth se toparon con los ojos oscuros de Frollo, miradas cómplices intercambiando en silencio.

—Vaya, es usted bastante talentosa, y no dudaría de su intelecto…— Jehan intentó apelar con un piropo más, aunque este era débil. Cuando giró a ver a Claude, se dio cuenta de la sonrisa en el —¡Anda! ¡Tú cara de gárgola al fin está sonriendo! ¡Al fin logre hacerte feliz, aunque fuese a costa mía!

Algunos momentos después, en un silencio interrumpido por los cubiertos y los platos, los tres continuaron con su cena. Pronto, el cordero acabó, junto con los aperitivos y el postre. Jehan apenas terminó su platillo, se limpió sus comisuras con su pañuelo y rápidamente se puso de pie, avanzando al lado de Aliceth mientras ella se levantaba de la silla.

—Permíteme mostrarle el resto de nuestra morada, Señorita Bellarose, me es grat—

—Jehan— La voz gruesa de Claude resonó, interrumpiendo los planes de Jehan—Necesito hablar a solas contigo ahora que estas más sobrio, parece que finalmente podemos tener una charla prudente

—Oh, muero por tener esa charla prudente, pero, ¿Vas a dejar sola a tu querida asistente? ¿No nos puede acompañar?

Aliceth, viéndose envuelta otra vez en las fullerías de Jehan, inteligentemente rechazó su invitación.

—¡Por mí no se preocupen! No puedo entrometerme entre los asuntos familiares. Además, con el permiso de ustedes, me gustaría conocer su hogar. Siempre que voy a un nuevo lugar, me gusta descubrir cada rincón. Puede que me haya metido eso en problemas antes, pero no lo puedo evitar

—Oh, dulce y bella rosa, por favor, conoce nuestro hogar. Tengo la pequeña corazonada de que se volverá un lugar recurrente en tus días…

Jehan con otra adulación que hacía enfurecer a Claude, invitó a Aliceth a que explorara la mansión Frollo. Aliceth, quién se levanta de su asiento, agradeciendo a Jehan con una reverencia

—Mi señor…— Aliceth se dirigía a Claude, sonriente y llevándose un mechón rojo por detrás de su oreja. Claude levantó la ceja, había pasado un tiempo considerable que Aliceth no hacía ese pequeño dejo característico de ella —Sí me necesita, estaré en algún sitio de su hogar, pero procuraré no tardarme mucho. Estaré en la sala de estar al terminar

—Ve, Aliceth…

Con el permiso de su Superior, Aliceth se despidió de ambos caballeros reverenciándose antes de salir del comedor. Al retirarse, Aliceth deseaba que esta nueva charla fuese más civilizada y menos impulsiva que la anterior. De cualquier manera, la daga de Claude seguía en el bolso de Aliceth y no saldría de este hasta que volviesen al Palacio de Justicia.

En cuanto la puerta se cerró, Claude miró a su hermano y continuó hostigándolo con el mismo sermón del inicio.

—Jehan, lo que dije en el despacho hace unas horas es verdad. Sí continuas con esa vida decadente no volveré a salvarte de sus letales consecuencias. Esta será la última vez

Claude dijo firme, elevando su rostro a Jehan, apretando su mandíbula, su característica pose cuando está diciendo algo realmente serio.

Pero a cambio de su severa advertencia obtuvo una risotada ruidosa, de esas que odiaba Claude recibir. En verdad, él era el hombre más temido de toda Francia y justo el único ser humano inmune a ese terror era Jehan.

—¿Porque siempre tienes que ser tan serio? ¿Quieres quitar esa cara? Pareces gárgola de Notre-Dame, relaja ese semblante de vez en cuando

—Estoy hablando en serio, Jehan— Odiaba que se riera de él. Jehan le sostenía la mirada, una mirada picara más sus cejas rubias alzadas, advirtiendo a Claude de algo que logró descifrar.

—Si, ya lo noté, siempre con tu semblante amargado… Al menos alguien ya está endulzando tu carácter— Un tono de voz cantarín salió de las picaras palabras de Jehan junto con palmaditas en una de las hombreras del uniforme de Claude.

Claude se inmutó ante la insinuación de Jehan, su mandíbula tensándose más.

—¿De que estas hablando?— Claude preguntó con tono de acusación, otra chispa de enojo encendiéndose, pero esta vez, mezclada con un inminente nerviosismo.

—Pelirrojas, ¿Huh? No te conocía esos gustos, hermanito— Jehan dio una palmada más marcada en el hombro de Claude, provocando que este se pusiese a la defensiva, alejándose súbitamente.

—¡No trates de cambiar el tema!— Contestó Claude casi atacando, y en un intento de que nadie de la servidumbre escuchara, tomó del brazo a Jehan y se lo llevó fuera del comedor hasta entrar a una pequeña sala de estar. Ahí, Claude soltó a Jehan, respirando agitadamente —No sé qué pretendes con esos comentarios

—¿Que pretendo? ¡Sólo digo lo obvio! ¡Parece que al fin has encontrado a una mujer que soporte tu temperamento!

—¡Cuida tu lengua Jehan! ¡No te atrevas a faltarle al respeto a Aliceth!

Jehan disfrutaba ver cómo Claude perdía la compostura —¡Oh vamos, Claude! ¡Sólo estoy bromeando con tu querida Aliceth!— Jehan se dirigía a un diván en el cual se dejaba caer.

Claude, sintiendo la ira salir por sus fosas nasales, se acercaba amenazador al despreocupado Jehan.

—Aliceth es sólo mi asistente personal y mi protegida dentro del Palacio de Justicia, ¡No me aprovecharía de su confianza!— Claude fingía frente a su hermano, llevándose sus manos al pecho. Aunque tuviese sentimientos abrazadores por su María, no dejaría que esos sentimientos vieran la luz del mundo ni que ni un sólo humano fuese testigo de ellos.

—Ah, ahora así se le llama a las amantes secretas, "Asistente Personal" y "Protegida"— Soltaba Jehan sarcásticamente mientras llevaba sus manos por detrás de su nuca.

—María es sólo mi asistente y tus comentarios son inapropiados, ¡Le estas faltando a su honra y persona! — Claude volvía a gritar en ese tono acusatorio, tratando de desviar la atención y culpa a cualquier otra persona que no fuera él.

—Sí, sobre todo porque es muy común que su Excelencia el Ministro de Justicia de París lleve a su simple asistente personal al lugar que fue su antiguo hogar ¿Crees que no he visto cómo te encelas cuando me acerco a ella?

Claude sentía que cada fibra de su cuerpo se encendía a cada provocación de Jehan, la singular combinación de pavor y exasperación.

—¡Procuro que no le faltes al respeto!

—Ah vamos, Claude, deja de negar lo obvio y cuéntame todos los detalles, que me intriga bastante esa cercanía entre ustedes, dime Claude, dime que fue lo que te flechó de ella, ¿Fueron sus encantos? ¿Su belleza? ¿Ya has probado esos encantos?

—Cuida tus palabras, Jehan— Advirtió Claude por enésima vez. Pero Jehan estaba lejos de entender de advertencias y amenazas.

—Pero lo que más me intriga, Claude, ¡Esa muchachita es una niña! ¿Te has puesto a pensar que cuando Aliceth tenga mi edad tú ya estarás arrastrando un bastón? No creo que en el lecho le puedas seguir el paso

—¡Cierra la boca antes de que te la cierre! No sería capaz de desgraciarla así, Aliceth merece todos mis respetos. Ella fue novicia en el pasado, sabe el valor de su virtud

Claude cometió el error de decir el antiguo oficio de Aliceth, en espera de un mejor acatamiento y cortesía a su asistente persona.

Fue todo lo contrario.

Los ojos de Jehan se abrieron de sorpresa y diversión al escuchar esa información, carcajadas burlescas salían de poco a poco de su garganta hasta estallar como fuegos artificiales.

—¡Jajaja! ¡¿Quiere decir que ustedes dos son iguales de mojigatos?!

—¡Te he dicho que cuides tu lengua!

—¡Ah! ¡No me digas! ¿La dulce Aliceth era monja? ¿Usaba hábitos y griñones? ¿Y qué pasó, hermanito, la desviaste del camino del Señor?— Preguntaba Jehan con sorna, estallando en más carcajadas que Claude debía de tragar, a la vez que golpeaba los brazos del diván —¡Apuesto a que la espiabas todo el día en el convento, soñando con sacarla de ahí!

—Eso es una vil falacia… Aliceth dejó por su propia cuenta el convento por razones que no te conciernen, y yo decidí darle un trabajo más digno que el de ser una novicia— Claude se llevaba las manos a su pecho, justificándose —¡Hice lo que tenía que hacer con una damisela!

—Oh, oh…— Jehan se removía en el diván mientras se secaba las lágrimas de su rostro con sus falanges.

Conforme avanzaban las discusiones y provocaciones a su hermano mayor, Jehan Frollo se percataba de algo bastante curioso, algo que no sucedió en discusiones del pasado. Jehan conocía las sombras oscuras que arrastraban el alma de Claude, y podía notar detalles que pasaban desapercibidos incluso por el mismo. Sabía que Claude sentía una irremediable y desenfrenada lujuria por María Aliceth, y el tonto apenas estaba lidiando con tales obscenos sentimientos, no lo culpaba, ¿Que otro hombre no sentiría atracción ante una hermosa dama?

Pero aquí había algo más que ni el mismo Claude comprendía.

Jehan, a pesar de la embriaguez, estudiaba a Claude. Podía ver la negación personificada, sus dientes tensos, el desespero por vedarlo todo, ocultando verdades inquietantes. Jehan elevó una ceja y rio para sí. No era ira lo que despotricaba Claude, era inquietud y alarma, y Jehan supo con astucia el secreto mejor guardado de su hermano: Sentimientos que Claude Frollo escondía incluso de sí mismo.

—Oh vamos, sólo estoy bromeando con tu dulce Aliceth— Jehan suspiró, calmando su necesidad de reír con suspiros entrecortados —Pero tengo que decir esto: Me sorprende verte tan apegado a una mujer después de verte tanto tiempo solo

—Pareces ser alguien que no tiene entendimientos…— Claude se dirigía a la ventana, dándole la espalda a Jehan, su vista fija a través del vidrio —... Nuestra relación es meramente laboral…— La nieve azotaba los árboles sin piedad, la tormenta estaba lejos de dar tregua. Claude suspiró ante todo el trabajo rezagado esperando en el Palacio de Justicia. Aliceth, cómo su asistente, era indispensable para ese trabajo, y el hecho que tampoco estuviese allá le estresaba un poco más.

Al menos el gélido viento de la tormenta no podía penetrar los muros de piedra del lugar que fue su primer hogar. Y aunque el regreso fue amargo como el azafrán, Aliceth estaba ahí, y aunque en un principio fue un halago barato de parte de Jehan, realmente la calidez de su belleza templaba su frío corazón.

A pesar de que la mansión Frollo podía ofrecer majestuosidades y comodidades que ninguna otra casona tenía en sus manos, realmente era un lugar aburrido. Aliceth paseaba entre los pasillos de piedra, buscando algo interesante por hacer mientras la tormenta de nieve azotaba en las afueras y los hermanos Frollo terminaban de discutir. Aún con su abrigo protegiéndola del poco frío dentro de la casona, Aliceth jugaba con su aliento visible, dejándolo escapar de sus labios.

Sabía que su Superior estaba en medio de una charla familiar tensa, y no quería interrumpirlo mientras limaban asperezas. Continuaba explorando por su cuenta el lugar, hasta toparse con un enorme arco tallado en madera que daba a una cámara un poco más grande. Atrapada por la curiosidad, Aliceth no pudo evitar adentrarse a esa habitación inexplorada.

La dulce dama miraba a sus alrededores, era un lugar lleno de reliquias de otra época que le pertenecieron a los Frollo por años atrás. Aliceth se acercaba y miraba las estatuas, los bustos y las pequeñas figuras. Absorta por la delicadeza de cada una de ellas, y mirando a la entrada por si llegaba alguien, Aliceth pasó sus dedos curiosos por el marfil tallado. No es cuando su total atención se centraba en las paredes, las cuales estaban decoradas con escudos familiares y pinturas, más esas pinturas no eran imágenes religiosas de las cuales estaba acostumbrada a ver, eran retratos.

María paseaba para observar cada retrato con curiosidad, miraba los rostros de personas de las cuales formaron parte de tal poderosa e influyente familia. Le era intrigante ver cómo el tiempo hacía estragos en el linaje, testificar a través de los marcos que los Frollo era una familia numerosa, la cual fue poco a poco volviéndose cada vez más pequeña. Aliceth curioseó el retrato de una familia de cuatro integrantes, un hombre de una profunda y severa mirada de cabellos oscuros con ropaje distinguido, extravagante, de color carmesí. A su lado, una mujer dócil con rostro sereno y una tímida sonrisa, más un temor cristalizado en sus orbes azules, usando un vestido del color del cielo. Le seguían dos jovencitos, un pequeñín de al menos cinco años el cual heredó el cabello rubio de su madre, sentado en el regazo de esta. Pero los ojos se volvieron a un joven con los mismos rasgos del padre de familia, más en vez de una mirada severa, una pequeña tristeza dejaba ver aquellos ojos oscuros.

Aliceth quedó tocada por aquel extraño cuadro familiar, y justo al lado de dicho cuadro, se percató que estaba un retrato de ese mismo joven. Con pasos tímidos, Aliceth se acercó a ver de cerca aquel cuadro, y no comprendía porque se sentía cohibida por un simple retrato.

El cabello de aquel joven era color azabache, su corte en cortina cubría sus orejas y dejaba ver algunos mechones desacomodados. Sus ojos eran oscuros, profundos y tristes, cosa que estaba hipnotizando a María. Sus cejas eran del mismo color del cabello, pobladas y finas. Observaba su rostro alargado, su nariz de gancho, sus labios delgados, su mentón perfilado, y ni un solo vello facial. Sus ropas oscuras y púrpuras dejaban ver un collar de plata colgando de este un dije de cruz, y entre sus manos sostenía un libro, el cual debía de ser una biblia.

Antes de que ella misma se diera cuenta, la respiración de Aliceth había cambiado, sus labios estaban ligeramente abiertos, sus mejillas se teñían de un delicado sonrojo, sus dedos entrelazándose entre sí y sus pupilas estaban dilatadas. Aliceth sólo se dio cuenta de su estado cuando su pecho sentía más marcados los latidos de su corazón.

Bajó su mirada al darse cuenta de algo extraño: Aliceth sintió atracción por primera vez en su vida, a pesar de las sombras y de que no era más que pintura sobre un lienzo, en realidad se sentía embalsamada por ese joven. O encantada tal vez.

Un sentido de Aliceth hizo que reaccionara. Quería saberlo todo de él, quería conocer su nombre ¿Cómo se llamaba? ¿Dónde vivía? ¿Porque había tristeza en sus ojos? ¿Ella podía curar esa tristeza? Quería conocerlo en persona, verlo de frente, sonreírle, saludarlo con una respetuosa reverencia y pronunciar de su boca "Estoy encantada de conocerte". Quería conversar con él, saber si era un hombre culto o ignorante, conocer sus gustos, sus disgustos, sus fortalezas, sus temores, quería saberlo absolutamente todo.

¿Qué le pasaba? Sólo era el retrato de un hombre joven y ya hacía ecos en su cabeza, incluso llegó el pensamiento de que tal vez la vida de ese joven estaba unida a la de otra dama, y ella se negó rotundamente. Aliceth cerró sus ojos y en silencio, pidió a Dios de que por favor, él no estuviera con alguien más, que no estuviera enamorado de otra mujer que no fuera ella. Era la primera petición egoísta que le imploraba a Dios, pero no debía de ser nada malo, al parecer ese joven creía en Dios también, ¿No era mucho pedir eso? ¿Un hombre que tuviera su convicción en Dios cómo ella?

Aliceth preguntaría después a Jehan cual era la identidad de ese hombre, a su Superior no le quería preguntar por temor a que pensara mal de ella y se llevase una represalia por "irse por el camino impío" justo con su propia familia. Tal vez Jehan, que era más abierto y liberal a esas cuestiones, le ayudaría a conocer a dicho joven perteneciente a los Frollo.

—Señorita Bellarose…— Aliceth fue interrumpida por una de las criadas de la mansión. Ella hizo su mayor esfuerzo por serenarse lo antes posible. La criada le mencionaba que la estaban buscando.

—E-En un momento iré, muchas gracias…— Aliceth volvió a reverenciar, pero antes de que la sirvienta se diera la vuelta, escuchó la voz de la joven hablarle —D-Disculpe, t-tengo una duda— Aliceth preguntó a la criada, tal vez un buen comienzo de su investigación sería preguntarle a la servidumbre sobre quién era el nuevo protagonista de sus pensamientos. La criada se acercó a Aliceth y ella, sonriente, hizo la pregunta —¿Usted sabe quién es el hombre que está ahí?— Aliceth apuntó a la pintura con su mirada, ansiosa de conocer el nombre, de grabarlo en su memoria y tenerlo para siempre en esta hasta que sus caminos se cruzaran de verdad.

Sin embargo, Aliceth jamás imaginaría que, de hecho, ya conocía la identidad del ladrón de sus rezos.

—Oh, señorita Bellarose, me parece que ha estado entretenida viendo los retratos de los Frollo, es interesante su inclinación por conocer sobre esta familia— La criada dio una pequeña introducción que acababa con la paciencia de Aliceth, pero sólo retrasaba el enorme golpe que recibiría en menos de un segundo —Aquel joven del que usted pregunta no es nada más ni nada menos que su Superior, el Ministro Claude Frollo

Las emociones, la calidez, las mariposas en su estómago, los latidos de su corazón, todo se detuvo y se congeló en un instante. Aliceth quedó atrapada en una sensación de impacto que no le dejaba pensar con claridad, ¡¿Cómo era posible que aquel bello joven era en realidad el Juez Claude Frollo?!

Aliceth intentó no alterarse frente a la criada y con una reverencia, agradeció. Cuando la criada salió de ahí, Aliceth soltó un enorme bufido y tuvo que sentarse en una silla cercana. Se llevó una mano a su pecho, consternada.

Parpadeando, Aliceth no sabía qué hacer o pensar con esos nuevos sentimientos. Elevaba su rostro y veía al joven Claude Frollo verla. ¿En verdad eran la misma persona? Si, si lo eran. Aliceth se puso de pie a estudiar otra vez el retrato, su nariz, sus labios, sus cejas e incluso sus ojos delataban al joven Claude.

Sentía que era injusto, su corazón latió de amor por primera vez y lo hizo por la persona más inesperada de todas en su vida. Negaba con la cabeza y sentía vergüenza en su estómago y pecho.

—Esto es una falta de respeto, Dios mío, perdóname— Aliceth volvió a sentarse en la silla y a rezar. Jamás creyó que tendría que pedirle perdón a Dios por una cosa semejante cómo esa. Aliceth rezaba en silencio muy quedito, oraciones donde le pedía a su Señor el perdón por tener pensamientos impuros.

Aliceth elevó su cabeza, ¿Pensamientos impuros? ¿El amor podía llegar a ser impuro? Aliceth intentaba reorganizar su cabeza ante ese extraño pensamiento. El amor no podía ser impuro, existían diferentes clases de amor, no era el mismo amor que sentía Aliceth por sus padres que por sus hermanos, amaba a sus padres por ser aquellos seres que le dieron su vida, y a sus hermanos por compartir la misma sangre y por qué siempre la protegieron, a su divertida manera, pero la protegieron. No era el mismo amor que ella sentía por su familia que por Dios, porque ese amor era totalmente devoto a él y jamás dejaría de amarlo, porque, a pesar de las severidades de sus leyes, Dios no era más que amor, y tampoco ese amor era el mismo que sentía por sus amigos los gitanos, a pesar que ellos no sentían más que odio hacía ella, o el amor a Joanne, su dama de compañía que se había vuelto su más íntima confidente y amiga.

Sí el amor no es impuro, ¿Porque el que sintió repentinamente por el joven Claude se sentía cómo tal?

Además, Aliceth intentaba negar con su cabeza esos extraños sentimientos. Aliceth no quería sentirse así por su Superior. Era una gravísima falta de respeto sentirse así por quién le salvó la vida en el pasado.

—No, sólo me siento así por lo que fue… Ahora siento respeto por lo que es ahora. Eso es, respeto, admiración…— Aliceth se ponía de pie, recontando cualquier otro sentimiento que no fuese amor —... Agradecimiento… E-E incluso de vez en cuando repulsión— Se reía consigo misma, recordando los primeros sentimientos por él, su primera enemistad en Notre-Dame. Aliceth negaba completamente con la cabeza, enterrando esos chocantes y singulares sentimientos. Sin saber que en algún momento saldrían de la tumba que ella misma cavó.

Aliceth miró de vuelta al retrato del joven Frollo, dejó escapar un largo suspiro, estaba haciendo un gran drama por algo insignificante. Simplemente salió de la sala, dirigiéndose a cualquier otro sitio del hogar de los Frollo.

No está de más decir que la tumba en su corazón se removió un poco cuando Aliceth volvió a ver a Claude Frollo después de otra imposible charla con su hermano. No lo sabía, pero Aliceth estaría bajo una pequeña maldición: Cada vez que Claude se cruzara en su camino, aunque fuese por un instante, regresaría a ella el eco de su juventud.