Se temía a los alrededores de París que la primera tormenta invernal que azotaba a la ciudad se prolongara por el resto de la noche. Algunos criados dentro de la mansión Frollo con pocos conocimientos sobre el clima y sus temperamentos caprichosos estimaban que los fríos vientos feroces sólo se aplacarían con los primeros rayos del alba, por lo tanto, los planes de todos aquellos que tenían pensando en salir esa noche quedaban arruinados, entre tantos ellos, Claude Frollo y María Aliceth Bellarose. A ninguno de los dos les pareció para nada estar una noche en el antiguo hogar del primero, pero no podían arriesgarse a quedarse atrapados en la nieve. Tal como lo advirtieron, tenían que esperar al amanecer si es que no querían arriesgarse a quedarse atrapados en la nieve. Durante el resto del atardecer, Jehan Frollo, el cual estaba encantando con que la joven Aliceth perduraría un poco más de lo considerado en sus aposentos, no se contuvo en volver a usar sus galanterías y envolverla en pomposas exageraciones cuyo propósito no eran nada más que molestar a su hermano mayor más de la cuenta.

Pero el verdadero duelo para el Ministro y su Asistente fue cuando se llegó el momento de irse a descansar. Jehan despidió a Aliceth con otro beso en sus nudillos, deseándole un reparador descanso y una placentera velada. Cuando desapareció de la vista de ambos, Claude tomó la mano de Aliceth y limpió con desdén los restos de la lisonja de su hermano menor.

—Le ruego mis disculpas… Jehan no tiene remedio alguno…

Después de un pequeño sonrojo y risas tímidas, Aliceth fue acompañada por su Superior y una de las criadas con mayores años dentro de la mansión Frollo a los pasillos de las cámaras. La dulce dama los seguía en completo silencio, sólo las antorchas iluminando cada pasillo de piedra dentro del lúgubre hogar. La criada estuvo a punto de dirigir a Aliceth a una habitación para huéspedes, pero al darse cuenta, Claude se negó rotundamente.

—Mi protegida merece mejores comodidades que la sala para invitados. Se cual es la mejor opción para ella

La criada ante las palabras golpeadas de Frollo simplemente se reverenció y deseó las buenas noches a ambos, alejándose sin dejar rastro.

A pesar que sintió pena por la dama doméstica, Aliceth siguió a Frollo a la mejor habitación para ella, la más alejada de las demás, abriéndose con sumo cuidado, cómo si entrase a una capilla sagrada o a un sacro sepulcro. Al pasar por la puerta, Aliceth se fijaba en los detalles de los alrededores mientras que Claude se encargaba de encender las velas y candelabros. Aliceth pudo percibir que era una recamara bastante acogedora, exagerada en decoración y muy femenina, no parecía ser algo del gusto de su Superior, pero no se atrevía a preguntar a quién le había pertenecido ese dormitorio.

—Es muy linda…— Aliceth dijo en voz baja mientras que Frollo inspeccionaba de que todo estuviese en su lugar, lo veía abrir cajones y rebuscar en ellos celosamente todo. Al terminar la inspección, Frollo suspiró a algo parecido al alivio. Aliceth permaneció de pie mientras veía que Frollo buscaba en el viejo armario algo importante, moviendo ropajes y vestimentas. Al encontrar lo indicado, Frollo llegó con Aliceth con un camisón algo anticuado pero bien conservado, y un vestido azul cielo bastante fino. Aliceth fruncía el ceño, aquel vestido le parecía conocido.

—En esta habitación la cama es aún más cómoda y hay prendas que pueden servirte mucho mejor…— Aliceth, mirando a los ojos a Frollo, asintió lentamente, y tomó en sus manos las vestimentas. Mientras que Frollo se agachaba a prender fuego a uno de los leños de la chimenea con ayuda de una antorcha, Aliceth se sentaba en el borde de la cama.

No podía dejar de observar a Claude, su cabeza aún obsesionada con un pasado del que ella nunca fue parte. Entrecerró sus ojos y quería imaginar que el cabello cenizo de Frollo volvía a ser carbón. Su corazón ofuscado con saber cómo era la vida de su Superior en su juventud, sus sueños, sus metas de aquel entonces, sus decepciones, sus miedos, su tristeza. Era una necesidad que no podía curar.

Sus párpados abrieron cuando una enorme rama chocó contra el vidrio de la ventana, al escuchar los silbidos del viento, su piel se erizó de pavor. Parte de ella se sacudió, su cuerpo rememoraba memorias no muy bienvenidas de su pasado. Tragando saliva, Aliceth quería pretender que todo iba correcto con ella, pero Claude se dio cuenta de su estado.

—¿Sucede algo, María?

Aliceth elevó su rostro, sin darse cuenta que había captado la preocupación de su Superior. Apretando sus labios entre sí, suspiró con una honestidad a medias:

—No me gustan las tormentas de nieve, sobre todo de noche…— Aliceth contestó a secas, desviando su mirada a una esquina, rascando su cuello con algo de incomodidad. Frollo levantó la ceja al ver el singular cambio de actitud en su María.

—¿Recuerdas cuando pertenecías al convento de Notre-Dame de París, y por consiguiente, yo, al ser el protector de Notre-Dame, todos los asuntos de la Catedral me concernían, incluidos los tuyos? Bueno, ya no eres novicia , pero sigues siendo mi asistente personal, así que me vas a decir lo que tienes, tengo ciertos derechos sobre ti ahora cómo tu Superior, y cual tú mencionaste en el pasado, cómo tu amistad…

Aliceth sintió los dedos de Frollo en su mentón, y sólo a veces odiaba eso porque significaba tener que verlo a los ojos. Sus ojos marrones se volvieron a encontrar con los ojos oscuros de Frollo, la muy evocada sensación de que él era el único que podía ver a través de ella.

"Ya no hay tristeza en sus ojos…" Recordó aquel retrato del hombre que se enamoró en esa tarde, cayendo en cuenta que ese hombre joven ahora estaba frente a ella siendo un caballero cursado.

—S-Se lo agradezco…— Aliceth tomó los dedos de Claude entre sus manos —...Pero en verdad, prefiero intentar dormir antes… Q-Quizá estoy muy cansada también…— Algo en el fondo de Aliceth se alarmó por la idea de quedarse sola. Una parte de ella quería decir "No te vayas" rogarle porque se quedará con ella por el resto de la noche. Pero era una insensatez pedirle eso a Frollo, no era apropiado, y no quería volver a manchar su reputación ni la de él.

Con su mano libre, Frollo acarició la mejilla de Aliceth, su pulgar áspero pasando por la suave piel pecosa de Aliceth. Ella dejó caer parte de su rostro en la mano del Ministro, su rostro relajándose ante el gesto reconfortante de su Superior mientras él la dejaba reposar despacio.

Por supuesto, el instinto de Frollo despertó ante la vulnerabilidad de su pequeña presa. Aliceth era demasiado ingenua o inocente para percatarse de la real naturaleza de las intenciones de Frollo, más él tenía su propio debate interno sobre si dejarse llevar o anteponerse a sus impulsos carnales. Los pensamientos de Claude eran una tormenta más violenta que la que fustigaba en las afueras. Contemplando el lugar, la alcoba que eligió para Aliceth despertaba pequeños recuerdos que provenían incluso desde su niñez. En el fondo, ese lugar representaba lo único sagrado que conoció jamás, incluso más allá que la propia Notre-Dame.

Un atisbo de conciencia le advirtió a Frollo que no debía de mancillar aquel santuario. Su propio santuario.

Las manos de Frollo se dirigieron al cabello de Aliceth, acariciando con devoción sus rizos, algunos enredándose temporalmente entre sus anillos. Esa sensación le ayudaba en la lucha interior de su corrupto oscuro ser contra la escasa luz que le quedaba en su alma.

—Pequeña… Tienes razón, debes descansar. De alguna forma te he arrastrado a mis problemas personales y ahora estás atrapada aquí— Aliceth abría sus ojos, completamente relajada por el pequeño masaje de Claude.

—Gracias…— Aliceth agradeció a su Superior, sin que él supiera que ayudó a calmar algo más en ella que no tenía intenciones de dejarla en paz pronto. Por lo menos logró superar su miedo a dormir sola en aquella habitación desconocida en medio de la tormenta.

Al despedirse y desearle las buenas noches, Claude reflexionaba mientras avanzaba a su propia recámara. Una vez dentro, se quitaba su birrete, dejándolo en un diván cercano. Se deshacía de sus prendas de Ministro, usando vestimenta más cómoda para dormir.

Se adentraba en su cama con dosel y empezaba a dormitar. Entre sus últimos pensamientos antes de entrar al reino de los sueños, Claude llegó a la pequeña conclusión de que, si tan sólo fueran ellos solos y no estuviese Jehan en la misma mansión, invitaría a Aliceth a dormir en el mismo lecho. Y se sorprendió a sí mismo al reconocer que deseaba de su María algo más que su cuerpo.

Sólo Dios sabría si ella hubiese aceptado.

La noche no fue tranquila para Aliceth.

Despertó a media noche con un grito ahogado y su cuerpo paralizado. Las manos y pies de Aliceth temblaban sin parar y a la vez, las sentía rígidas, sin poder moverlas.

—Ma…Ma…Pa…Pa…— Balbuceaba en una voz arrastrada, sus párpados se negaban a abrirse del todo, y la tormenta azotando contra la ventana, más el aire resoplando, no ayudaban en absolutamente nada a la pobre mujercita. Aliceth tuvo que reunir todas las fuerzas de su cuerpo para recuperar la movilidad de sus manos y finalmente, intentar forzar a abrir sus propios párpados con sus dedos. Al estar al fin despierta por completo, una terrible sensación de peligro la cobijó, y no tenía intenciones de dejarla pronto.

Se erguía en la cama, su respiración agitada, Aliceth miró a todos lados en búsqueda de sus padres o sus hermanos, pero pronto recordó que estaba lejos de su hogar. Aliceth miraba a la chimenea, el fuego estaba por extinguirse.

Un sudor frío la recorría de pies a cabeza, y escalofríos recorrían su espalda al escuchar el silbido del viento, trayendo terribles memorias de su más tierna infancia. Aliceth se llevó las manos a sus oídos, sin querer, evocando esos recuerdos.

Las imágenes borrosas se agolpaban en su cabeza, aquel silbido del viento la trajo de vuelta aquella noche en su natal Alsacia. Aliceth era una pequeña niña que iba tomada de la mano de dos de sus doce hermanos, Jacques y Judas. Los tres pequeñines salieron a jugar cerca de la Catedral a pesar de las advertencias de su madre sobre una pronta nevada. Pero jugaron un poco más de la cuenta y jamás imaginaron que dicha nevada fuese a ser vehemente.

No les faltaba mucho para llegar a casa, estaban a pocas cuadras para estar en la calidez de su hogar. Pero al doblar una esquina, Jacques y Judas notaron algo perturbador, algo que debían de proteger de María a toda costa, pero cuando intentaron hacerlo, era ya demasiado tarde: Los tres vieron el cuerpo de un pobre hombre sin hogar que pereció al frío, su tumba era la nieve y sus rezos eran las corrientes que azotaban sin piedad. Después de presenciar este suceso, quedó grabado en lo más profundo en la cabeza de la pequeña María Aliceth.

Cada fría noche de ese invierno, donde tormentas de nieve azotaban contra los tejados y vitrales, la pequeña María despertaba llorando con el recuerdo de aquel desafortunado vagabundo, y en su pequeña inocencia, buscaba los brazos de sus padres en medio de la noche, y sí no eran con ellos, buscaba los brazos del restos de sus hermanos mayores, quienes la consolaban y le besaban su frente antes de arrullar y hacerla dormir.

Cuando notaron que esa impresión no dejaba atrás a la pequeña Aliceth, sus padres temieron tanto porque se quedará tocada para siempre. Le enseñaron a rezar y a pedir por el alma de aquel desafortunado hombre, haciéndole saber que ahora estaba en el Reino de los Cielos con Dios, y que ya no sufriría más. Eso le daba consuelo a Aliceth en sus primeros pequeños rezos, pedirle a Dios que cuidara en su Cielo al pobre vagabundo sin hogar.

Esas pesadillas se repetían mínimo una vez en cada invierno de la vida de la pelirroja. A Aliceth le gustaba el invierno, las festividades, saber que era la fecha cuando nació Jesús, pero lo que no le gustaba eran las tormentas violentas que venían con esta estación. Parecía ya haber superado aquel repentino miedo, hasta esa noche, donde Aliceth no estaba en Alsacia, en la seguridad y calidez de su hogar, estaba en París, en una mansión fría de una familia que apenas conocía.

El cuerpo de Aliceth temblaba, y cada vez que llegaba a su memoria, Aliceth tomaba el rosario y rezaba por aquella alma, que tuviera un descanso en el reino de Dios, tal como le enseñaron sus padres, pero cada vez su cuerpo se ponía peor. Aliceth no quería volver a dormir, de repente, volvía a tener 5 años, y volvía a tener miedo.

Aliceth se ponía de pie y buscaba su abrigo, ¿Qué podía hacer? No quería intentar dormir, y no quería orar por el momento, quería estar en los brazos de alguien que la pudieran consolar para poder volver retomar el sueño y el descanso. Pero nadie estaba a su lado. No estaban sus padres, no estaban sus hermanos, ni siquiera estaba en el Palacio de Justicia donde podría escabullirse a la recamara de Joanna y dormir con ella. Aliceth sollozaba más, ¿Porque justo cuando estaba lejos de casa? ¿Justo cuando estaba lejos del Palacio de Justicia también? Se sentía tan pequeña e indefensa.

Entre sus memorias revoloteando cómo alas de mariposa, llegó el recuerdo de Claude Frollo joven, y eso sólo calmó su corazón por algunos momentos. Se sentó al borde de la cama, como lo estaba horas antes cuando hablaba con Claude, y al cerrar los ojos, trató de recrear la misma conversación que tuvo con él, pero en vez de pensar en el Claude Frollo maduro que era ya Juez, Ministro de Justicia de París y Protector de Notre, pensó en el Joven Claude Frollo.

Suspiraba al imaginar que ese joven Claude llegaba y acariciaba su mejilla, pasando su pulgar por los rastros salinos de sus lágrimas. Sólo por algunos segundos, Aliceth sonreía ante la audacia de su imaginación, incluso al fantasear con un abrazo del chico de cabello azabache, ella se abrazaba también a sí misma. Pero las vagas ilusiones sólo aliviaban su alma por minutos, no toda la noche.

Aliceth se angustiaba al no encontrar más consuelo ni en su imaginación. Se calentaba frotando sus manos entre sí, viendo el fuego de su chimenea extinguirse de poco a poco. El frío de las paredes de piedra empezaba a calar por debajo de su piel y la oscuridad envolvente acrecentaba su inseguridad. Su cuerpo se sacudía cada vez más, pidiendo que por favor regresase a la cama a descansar, más su alterada mente no entendía de razones, exigiendo que estuviese alerta, que no estaba ni estaría a salvo.

Su angustiado corazón le gritó una idea. Aliceth parpadeó y ni siquiera se tomó el tiempo de pensar si era lo correcto o no. Abrochó mejor su abrigo, tomó un candelabro, su pequeño bolso y su rosario, y sin pensar en las consecuencias de sus actos antes de salir, Aliceth abandonó la habitación que fue asignada para ella. Caminó por los pasillos opacos, apenas siendo iluminados por la pequeña luz de su vela, tanteaba cada vez que miraba las puertas del resto de las habitaciones hasta que una corazonada le indicó a Aliceth en donde debía de detenerse. Temblorosa, Aliceth asomó su ojo por la rejilla para constatar que no estaba en la puerta equivocada.

Sí, pudo ver el Birrete del Ministro de Justicia en uno de los divanes. Aliceth ni siquiera pensó si debía o no, sólo siguió su alarmado corazón. Abrió la puerta con sumo cuidado y tuvo el doble de celo al cerrarla. Apagó su vela soplando y lo primero que sintió fue mayor calor. Aliceth giró a sus alrededores, era la habitación de Claude Frollo cuando vivía en ese viejo hogar suyo.

Desabrochó su abrigo y lo sostuvo entre sus brazos. Curiosa como siempre, Aliceth dio un vistazo a todo su aposento. No era tan enorme, pero si tenía el suficiente espacio para permitir dos divanes de cedro decorados con brocado dorado, una gran chimenea que proveía más del calor necesario para aquellas últimas fechas del año, y un librero al fondo, la pasión de la lectura siempre presente.

Las orbes marrones de Aliceth contemplaron con cansado esmero a la enorme cama con doseles bordados con dovalina, de la misma madera que los divanes y libreros. Dentro de las sábanas color crema, estaba el dueño de ese dormitorio, descansando en su lecho. Aliceth se acercó con cierta curiosidad, deseando ver a su Protector incluso en ese espacio al que se sentía ajena. Descansaba con una camisa de lino blanca, muy pulcra incluso para usarla para descansar. A pesar que todo eso se sentía incorrecto, Aliceth no pudo evitar sonreír al ver una cara conocida en medio de su tormentosa noche.

Pero a ese momento cayó en ella la gravedad de sus pasos, ¡¿Qué sucedería si Frollo abriese sus párpados y viera a Aliceth justo a un lado de su cama?! Aliceth ahogó un suspiro, dándose cuenta de su gran atrevimiento, pero no podía dar paso atrás. La pequeña niña de su interior lloraba, rogando de que despertara a Claude y le pidiera ayuda. La Aliceth adulta no pudo evitar lagrimear al escuchar los ecos de su pasado.

Cerrando sus ojos, Aliceth intentaba pensar en una buena y mejor idea, al final, se le ocurrió algo que... Ni siquiera quería saber si era buena idea o no.

Dejando su abrigo en uno de los divanes, caminó alrededor de la cama hasta quedar del otro extremo, con toda la lentitud que le era posible, Aliceth tomó las cobijas, levantándolas de poco a poco para adentrarse entre las sábanas. Aguantó un pequeño jadeo al sentir la suavidad de la cama de Frollo, aunque no era mejor que la anterior. Acomodándose, Aliceth lo hizo de forma que no lo molestara durante la noche. Cuando su cabeza tocó la almohada, Aliceth lo vio de reojo, Frollo estaba demasiado ocupado en el quinto sueño. Sonrió al verlo, no importaba si no eran sus padres o alguno de sus hermanos a los que podía quedarse abrazada a ellos, con escuchar el compás de su respiración era suficiente arrullo para la pobre María. Aliceth cerró sus ojos, se recordó a sí misma que debía de despertar antes que Frollo para salir de su habitación y evitar malentendidos. Poco a poco, el cuerpo de Aliceth se relajó, bajó sus alertas y decidió dejarle toda la sensación de peligro a su Superior, el cual ni siquiera sabía que tenía una acompañante nocturna.

La tormenta podía seguir azotando a las afueras, pero ya no podía hacer nada contra el consuelo y el descanso de Aliceth.

Tras la tempestad glacial que azotó a París durante la eterna noche, la nieve resplandecía bajo los rayos del sol cuál brillantes diamantes minados por todo el solar de la ciudad. Los campos y tejados de las casas amanecían con un espeso manto blanco deslumbrante. El silencio reinaba en los alrededores, más allá en las afueras de la ciudad, interrumpido por cantos de pequeñas aves que resistieron al frío. Donde la noche anterior las nubes descargaron su furia, ahora sólo había un cielo azul intenso.

Dentro de la Mansión Frollo, Claude Frollo despertaba bajo la luz de aquel cielo intenso, su resplandor entrando por la ventana. Sus ojos negros adaptándose a la imagen celestial a través de su ventana, Claude se persignó, agradeciendo a Dios otro día de vida.

Se tomó algunos segundos así, disfrutando de la paz y serenidad que le daba el ambiente. Era de las pocas ventajas de su antigua casa, al despertar sólo había silencio y armonía de la naturaleza, nada de bullicio y algarabía del vulgo de la ciudad. Irguiéndose un poco, Frollo estaba preparándose para ponerse de pie, vestirse con sus ropas y llamar a Aliceth para partir de vuelta al Palacio de Justicia, no tenían tiempo que perder.

Pero no tenía ni idea que iba a ahorrarse todos esos pasos de sus planes matutinos. Al moverse dentro de sus cobijas, se percató de un extraño peso al otro lado de su cama, cosa que lo desconcertó e incluso irritó. Sí esa era otra de las bromitas de mal gusto de Jehan…

Ahogó un grito al mirar a su lado y reconocer inmediatamente la cabellera roja a su lado, más el angelical y pecoso rostro durmiendo plácidamente ¡¿María Aliceth Bellarose estaba durmiendo en su cama?!

Claude quedó paralizado, su respiración se detuvo abruptamente y su rostro palideció súbitamente, cómo si hubiera visto un fantasma. De sus dientes sólo pudieron salir un par de palabras ininteligibles —¿Pero qué…?

Frollo se quedó por largos minutos al verla dormir. Pasaba su mano por su cabellera gris, intentando hacer memoria de la noche anterior.

¿Cómo fue que llegó ahí? ¿Sucedió algo que no recordaba con exactitud? ¿Acaso…? "No, no es... ¡No recuerdo nada!" Frollo intentaba hacer memoria, trataba de recordar si en algún momento él provocó algo que hizo que ambos compartieran un lecho. Le frustraba no recordar, ¿Qué sucedió? ¿Bebió más vino de la cuenta? ¿Jehan puso algo en su copa que lo hizo perder el control? ¿O fue ella quien perdió el raciocinio y fue la primera en entregarse?

Con creciente ansiedad, Frollo empezó a examinar a sus alrededores, su cama y a Aliceth, frunciendo el ceño, buscando desesperadamente algo que confirmara sus sospechas. Sus dedos tomaron pequeños mechones de la cabellera de Aliceth apartándolos. Aquella sería una señal inequívoca, pero la piel de su cuello estaba intacta, sin marcas ni vestigios.

Sin estar convencido de que eso fuese suficiente, Frollo tenía que seguir buscando indicios convincentes, apartó con ansias las cobijas, ávido por encontrar algún rastro revelador. Pero por más que indagaba con ojos frenéticos, no hallaba nada. Ni una leve marca roja, ni manchas escarlatas en las sábanas albos, ni el vestido de Aliceth en el suelo, ni siquiera algún desorden en los alrededores que hubiera delatado un apasionado y pecaminoso encuentro.

Su frustración crecía al no poder vislumbrar lo que su mente, ansiosa por creer lo peor (O lo mejor), buscaba confirmar. Mientras Aliceth dormía ajena a su escrutinio, intensificando aún más su turbación.

"Esto es inaudito, imposible ¡¿Por qué demonios ella está durmiendo en mi cama?!" Frollo pensaba con frustración y angustia "¡Maldita sea mi suerte! ¡Aliceth ya me pertenece en cuerpo y alma, y mi castigo es haberlo olvidado para siempre!"

Llevándose las manos a su cara, cayendo de rodillas frente a la cama, Frollo sentía que estaba en el juicio final. Miraba a sus alrededores, los crucifijos que tenía, las imágenes de Santa María la Virgen, podía sentir que estaba en su juicio final, todos ellos condenando por atreverse a ultrajar la castidad de la joven que confió en él.

"No, no es mi culpa, ella amaneció ahí, ella fue… Ella fue quién lo inició, ella despertó a mi lado sin que yo recordara algo" En su temor por haber cedido al pecado, Frollo no pudo evitar en sus adentros culpar a Aliceth, excusándose ante las autoridades celestiales "Su cabellera… Su cabellera de las llamas del infierno, debí de saber que era una advertencia" Una inestable fiebre y culpa religiosa atacaba a Frollo. Hiperventilaba, sus pulmones le dolían al llenarse de aire y vaciarse, sus manos entrelazadas, rezando fervientemente, pidiendo perdón. "Ella era pura y algo la tentó, ¡Y ella me tentó a mí! ¡María me ha tentado!"

—¡Perdóname, mi Señor…!— Claude se llevó el primer golpe a su pecho, a la altura de su corazón —¡Perdóname, María Siempre Virgen!— Se llevó otro golpe a su corazón, su culpa, su culpa, su gran culpa —¡Libérenme de esta tentación demoníaca! ¡Salven a este pecador!— Los golpes se intensificaron, al igual que su culpa y su dolor —¡María! ¡¿Qué me has hecho?!— Y sin más, Frollo se dejó caer de cara contra el suelo, jadeando y clamando por el perdón de Dios.

Todos esos alaridos y oraciones hicieron despertar de su letargo a la otra María virgen. Aliceth abría sus párpados poco a poco, estirándose en su cama, despertando de un agradable y más amigable sueño que el de anoche. Más escuchar unos resuellos llenos de angustia hicieron que Aliceth se alertará. Al erguirse en la cama, ella se llevó una mano a su boca, sintiendo su sangre llegar a las plantas de sus pies. Olvidó salir temprano de la recamara de Frollo, y ahora la había descubierto ahí.

Tomando las cobijas, cubriendo su camisón, Aliceth gateó al borde de la cama para ver a un Claude Frollo arrodillado totalmente contra el suelo, no paraba de dar rezos extraños y pedirle perdón a Dios por pecar. Aliceth no comprendía, ¿Que sucedió mientras estaba dormida? ¿Tuvo ella algo que ver con el actual estado de su Superior?

Con una voz llena de timidez y pena, Aliceth intentó llamar la atención de su Superior: —M-Mi Señ…

Pero, apenas escuchó la suave voz de Aliceth, Frollo elevó su rostro desde el suelo, sus ojos inyectados en sangre. Aliceth tembló cuando de un salto, Claude gateó hasta la cama, tomándola de los hombros y empezando a sacudirla, exigiendo una respuesta clara y concisa a todo esto.

—¡María! ¡¿Por qué has despertado en mi lecho?! ¡¿Qué fue lo que hiciste anoche conmigo?!

—¡M-Mi Señor! ¡Me está lastimando!

—Tienes que decírmelo todo, María, ¡Absolutamente todo! ¡¿Por qué estás aquí?! ¡Confiesa!

—¡Mi Señor, t-tiene que calmarse! ¡Y-yo…!

—¡¿Qué me hiciste María?! ¡¿Qué hiciste conmigo?!

Frollo estaba tan alzado que no se percataba del daño físico que hacía en Aliceth, sus uñas casi encajándose entre la tela del camisón y la piel de Aliceth.

—¡Mi señor! ¡Por favor cálmese! ¡Tenga piedad! ¡Me está lastimando! — Aliceth seguía siendo sacudida sin piedad a la vez que Frollo exigía respuestas.

—¡Tú! ¡Acabas de condenar nuestras almas! ¡Ahora el fuego eterno será nuestra penitencia eterna! — Continuaba sacudiéndola, agitándose violentamente, soltando frases incoherentes de su boca. Aliceth lloraba aterrada, jamás había visto así a su Superior de alterado, y sentía que era su culpa.

De repente, las manos de Frollo decidieron liberarla para que estas se juntasen y empezaran a clamar a Dios su perdón. En un amago de sollozos, Frollo estaba recitando rezos incoherentes, fuera de sí. Aliceth, quién estaba respirando para recuperar su compostura, intentaba razonar con él, pero Frollo no entendía de razones por el momento.

El repetía el nombre de "María" en repetidas veces —María… Perdóname María… María perdóname…— Aliceth asomaba su cabeza, extrañada, ¿A quién le estaba pidiendo perdón? ¿A María la Virgen? ¿O a ella? Se mecía adelante y atrás, balbuceando su nombre entre jadeos. Su mente no hallaba consuelo más que delirios de culpa y flagelo.

Los primeros minutos María se había angustiado por su Superior, pero después de un largo lapsus donde no se le veía fin a la tormenta y al carcomía de la culpa, más Claude mascullando frases desconectadas y merluzas, Aliceth se hastió. Llevándose su mano a su ceño, inspirando y suspirando profundamente, le pidió paciencia al Señor y le otorgó su ruego por lo que se venía.

—¡Mi señor! — La voz firme sacó de su arrebato religioso a Frollo, elevando su rostro pasmado a la pelirroja —¡Por el amor de Dios! ¡Deje de azotarse por falsedades e invenciones de su cabeza! ¡¿Qué es lo que le pasa?!— Ella jamás había vuelto a su actitud desafiante y reñidora desde que acordaron dejar en el pasado su rivalidad, aquellas épocas casi lejanas del noviciado de Aliceth.

Aún turbado, y molesto, Frollo frunció el ceño —¡¿Cómo te atreves a hablarme así, niña?! — Exclamó bastante vehemente —¡¿Cómo osas dirigirte a mi en ese tono?! ¡Soy tu Superior!

—¡Lo sé! ¡Pero eso no le da derecho de lastimarme y de sacudirme como animal! ¡¿Qué es lo que usted cree?!

Frollo casi ahogaba un grito, ¿En verdad Aliceth no veía la gravedad del asunto? ¿No se daba cuenta del agravamiento de su presencia? ¡Debía de haber perdido la cabeza y volverse lunática!

—¡¿No entiendes la gravedad de este asunto, cierto?! ¡Tú presencia aquí pone mucho más en riesgo que nuestra reputación! María, nuestras almas estarán condenadas al averno por…—Claude volvió a ver de reojo las sábanas, alguna prueba que implicara que algo inmoral sucedió durante la tormenta invernal nocturna. Nada, por más que sus orbes negros buscasen algún indicio carmesí. Aliceth entrecerraba sus ojos, tratando de averiguar porque su Superior se encontraba tan revuelto e irascible. Por más que buscaba razones, no hallaba y se sentía tonta por ello. O tal vez las encontró, pero eran demasiadas impúdicas para decirlas en voz alta, y era un tema del que no quería jamás tocar con el Juez. Tan sólo mencionarlo sentía que cometía el pecado de la lujuria.

Aliceth prefirió no obviar los temores de Claude y optó por hacerse la tonta.

—M-Mi señor…— De cualquier manera, tenía que explicarse ante Frollo su aparición en sus aposentos—Por favor, escuche…— Sosteniendo las sabanas claras para ocultar su camisón, Aliceth intentaba llamar la atención de Frollo —Se que mi presencia despierta dudas… Y temores… Pero si me permite declarar por qué he despertado esta noche aquí, le prometo que aclararé todas las dudas que tenga

Frollo, quién volvió a ver a Aliceth, desconfiado y escéptico, decide escucharla, a pesar que teme lo que pueda desvelar. Pero muy en el fondo de él, anhela escuchar la narrativa de Aliceth y saber que secretos existía su repentino arribo matutino.

—Habla pues, aunque no prometo mi sosiego. Tu insolencia merece un castigo, determinaré cual será después de tu explicación

La sangre de la joven mujer cayó a las plantas de sus pies ante la advertencia de Frollo, ahora sí se había arrepentido de osarse a escabullirse en la cámara de Claude, más intentó imaginar que tendría la comprensión del Juez, y que él jamás se atrevería a darle un castigo como aquel que sufrió su espalda en El Cuarto sin Luz en la Abadía de Notre-Dame. El recuerdo hizo que llegasen punzadas de dolor a su espalda.

Y eso fue por nada, ahora por una intrusión de esa índole, estaba segura que merecería un verdadero castigo.

Armándose de valor, Aliceth se removió en las cobijas y suspiró antes de iniciar:

—Mi Señor, reconozco que lo que acabo de hacer es una grave falta a la moral y a la decencia. Fue una falta de respeto a usted y podría considerar el peor de mis fallos. Más puedo explicar el porque mi cuerpo ha despertado en su lecho y no en el dormitorio que me ha asignado la noche anterior…— Agarrando un poco más de aire y de valor, Aliceth continuó —… Sucede que anoche… No fue una buena noche para mi…— Temblando, los recuerdos de sus pesadillas se volvían a calar bajo su piel, sus manos fueron las primeras en sacudirse —…A pesar que esto sucedió hace más de veinte años, mi cabeza y mi cuerpo son incapaces de olvidar un suceso del que me temó que no me recuperaré del todo…

Claude Frollo, el cual no dejaba de escuchar suspicaz, intentaba ser abierto de mente, más una parte de su ser se alivianó al saber que no cometieron pecado esa noche, pero esa fue sólo una pequeña parte de él, la parte más devota a su religión y oración, la que le tenía una estricta devoción a Dios. El resto de él se encontraba decepcionado.

Aliceth, quién continuaba con su explicación, dando todos los detalles posibles para hacer de su castigo uno no tan severo, relataba a Frollo sobre aquel suceso de su niñez que la dejó perturbada, y que, a pesar de que transcurrieron dos décadas, parecía ser que aquel temor perduraría en su cabeza de por vida al menos una vez en los inviernos, no importaba cuantas veces rezará por esa pobre alma infortunada, el temor la atacaba hasta sus huesos cual congelamiento. Y justo llegó el momento en el que más le daba pena a Aliceth esclarecer:

—… Cuando sucedía esta pesadilla, solía ir a buscar consuelo en mi familia, ellos apaciguaban mis pánicos y lograban darme un descanso. Desafortunadamente, ocurrió este desagradable evento justo cuando estoy lejana a ellos…— Aliceth bajó su mirada y temerosa, se mordió su labio, a punto de elucidar la razón del bochornoso momento entre ambos —Por eso, me pareció tan simple acudir a donde usted descansaba para poder hacerlo también. No quería despertarlo, lo consideré una tontería para interrumpir su sueño, pero necesitaba dormir al lado de alguien para que mi eterno miedo me dejará reposar y liberarme de mi cansancio….— Las mejillas pecosas de Aliceth se sonrosaron y las intentó cubrir con las sabanas —…Planeaba despertar mucho antes que usted para volver a mi alcoba y pretender que nada había sucedido, pero temó que he dormido de más….

Claude Frollo, quién permaneció en silencio al escuchar la verdadera razón de Aliceth, sintió demasiadas emociones en su pecho. Alivio de que no hubiese ocurrido algo más entre ellos, decepción y frustración por lo mismo. La pelirroja se encogió al ver las facciones tensas en el rostro de su Superior, más se llevó una mano a esta, pasándola en señal de rendición.

—No tienes remedio, María Aliceth Bellarose— Admitió Claude derrotado —Entiendo tus razones, pero hubiera sido más cordial y adecuado haberlas dicho mucho antes — Dijo con tono más sereno, finalmente volviendo al sosiego —María, ¿Cuántas veces te he dicho que bajo mi mando, más allá de todo lo demás, eres considerada mi protegida? Eso va más allá de los muros del Palacio de Justicia

—M-Mi señor…— Aliceth suspiró aliviada al escuchar las palabras del Juez. Acostumbrada a su rigidez y a manejar todo por las apariencias, se había preocupado por haber perdido la confianza de su Superior —Gracias por comprenderme… L-Le prometo que no volveré a actuar de forma impropia, o-o actuar de forma que nuestras reputaciones caigan en deshonra

—Así debe de ser…— Frollo parecía satisfecho con su arrepentimiento —Por ahora, tu palabra será suficiente, pero no olvides tus deberes, eso incluye tus modales…— Aliceth asintió muchas veces, su sonrisa volviendo a sus labios. Poco a poco, conocía más detalles de aquel riguroso Ministro de Justicia, cada día más sorprendida con descubrir un nuevo complemento de él.

Frollo, al ver a su Asistente aún cubierta en sus sabanas, reconociendo su vulnerabilidad, no pudo evitar regresarle la sonrisa para calmarla, y acostumbrarla a aquellos mimos que solía tener con ella de vez en cuando.

—María, ven aquí, pequeña…— Apenas indicó a la mujercita, Aliceth gateó aun enredade en las cobijas a los brazos de Frollo —…Sigues siendo las misma monja necia que sólo sabe meter la pata de Notre-Dame

Aliceth se sonrojó ante los recuerdos de la abadía en Notre-Dame, una pequeña risa tímida mientras se dejaba rodear por los brazos de Frollo. Su tacto se sentía cálido y reconfortante, necesario para el clima fresco que deseaba entrar por las ventanas cerradas.

—Lo siento, mi señor, soy una tonta a veces— Musitó Aliceth con timidez pero una sonrisa sincera en su rostro. Frollo acariciaba su cabellera roja y suelta con ternura, disfrutando de su textura y suavidad. Aliceth cerró sus ojos, y por alguna entusiasta razón, recordó al joven Claude Frollo del retrato. Cuan distinto era aquel muchacho de ojos tímidos del rígido juez en el que estaba en sus brazos, y sin embargo, seguía despertando cosas inexplicables de su pecho, cosas que debían de ser escandalosas e inmorales, pero se sentían correctas a su lado.

Claude bajó su mirada y notó el rubor de sus mejillas pecosas —¿En que piensas, niñas? — Susurró con un tono ronco de su voz. Aliceth abrió sus ojos y elevó su rostro, sin saber que responder, ¿Sería capaz de confesar su osadía? Por supuesto que no.

—E-En nada… Mi Señor…

—Tus mejillas dicen lo contrario…— Claude pasó una mano lentamente por el mentón de la joven, permitiéndole descansarlo en su palma. Sólo en ese momento, Claude se dio cuenta que la oportunidad que había buscado desde que Aliceth renunció al noviciado. Solos, alejados de París, encerrados en una habitación, ella sobre su lecho en camisón. Que sí, había hecho un griterío, acusándola de algo impío y rogándole el perdón a Dios y a Santa María… Pero Aliceth estaba en sus brazos.

Su pulgar pasó por los labios de la pelirroja. Al fin, la neblina purpura llegó a ambos, y estaba dispuesto a intoxicarse con esta junto con su propia María. Aliceth contuvo la respiración, ¿Qué querían decir esas extrañas caricias? ¿Quería Claude saber la verdad? Tal vez, y sólo tal vez, estaría dispuesta a confesar su secreto.

De pronto, un fuerte estruendo hizo que ambos se congelaran de miedo y se separaron, Aliceth intentó buscar un escondite pero tiempo ya no le quedaba.

— Bueno, bueno— La voz conocida de Jehan Frollo se dejó escuchar, quién abrió de golpe la puerta del dormitorio de Claude —Diría buenos días, pero no lo haré porque esta es mi venganza— Jehan, sin tener idea de lo que sucedía, entraba sin ver aún a los protagonistas de la cama —Siempre me obligabas a levantarme antes del amanecer, así que ahora te voy a despertar de tu letargo para que…

La voz de Jehan se detuvo en un grito ahogado al igual que él cuando sus ojos finalmente divisaron a Claude y a Aliceth en la cama de este. Las mejillas de Aliceth se tornaron violentamente rojas y el rostro de Claude palideció.

—¡Oh! ¡Oh! ¡Oh por…! ¡Jajaja!— Sí Jehan Frollo hubiera muerto ese día, hubiera sido de la explosión de carcajadas y burlas a raíz de lo que fue testigo aquella mañana —¡Perdón por interrumpirlos!

Pronto, Claude enrojeció de ira, sus venas brotaron y su furia salió en gritos —¡Jehan! ¡Cierra la maldita boca! — Intentaba recuperar el control a través de intentos de control. Jehan no paraba de reír y se volteaba, más que nada, por respeto a Aliceth para no abochornarla más, quién ya estaba oculta bajó las sabanas de la cama.

—¡Oh Claude! ¡Me has hecho el día, el mes, el año! ¡Todo el siglo XVI me lo has hecho!— Jehan seguía burlándose sin parar mientras que Claude, desesperado, buscaba su uniforme de Juez y se lo ponía apresuradamente.

—N-no es lo que crees— Claude intentó ordenar y aclarar, pero estaba al borde de la vergüenza y el nerviosismo —Esto… Yo… ¡Largo de aquí, animal!

Esa fue la única orden que Jehan cumplió de su hermano mayor. Salió carcajeando de la sala y cerró la puerta. Las risas histéricas de Jehan se escuchaban aún fuera de ahí, resonando por los pasillos de piedra.

Una vez que el rictus fue disminuyendo hasta acabar en ecos, Aliceth salió de su suave escondite, sacudiéndose tímida. Sus pupilas marrones divisaron a Claude Frollo vistiéndose de mala gana el resto de su uniforme, sin siquiera mirarla.

—M-Mi S-S-Señor…— Aliceth musitó muy apenada —Mi señor… Lo siento mucho… Créame que lo que menos quise fue causarle problemas…— Se bajó de la cama aun enredada en las cobijas, así su camisón llegase hasta los tobillos.

Más Frollo la ignoró olímpicamente, terminando de ajustar su uniforme con brusquedad. Caminó a un espejo donde intentó cepillar su cabello plata con sus propias falanges.

—Le he explicado el porqué, Mi Señor, por favor no se enoje conmigo, yo no esperaba que Jehan apareciera…

Frollo se dio la vuelta, finalmente dirigiéndole la mirada a Aliceth, más fue lejos de ser una mirada amable y comprensiva, estaba llena de enojo.

—Pero ha aparecido y ahora seré el hazmerreír de él, y a saber si le dice al resto de la servidumbre…

Sintiéndose pequeña, Aliceth tragó saliva. Se sentía tonta, justamente habían hablando sobre la importancia de la reputación de ambos y ahora sentía que lo había arruinado. Sí tan sólo hubiera aguantado el miedo a la tormenta la noche anterior…

—Le juro por Dios que no quise que—

—¡Basta!— Frollo elevó su voz, casi asustando a Aliceth —¡Vete antes de que pierda la poca paciencia que te tengo! ¡Y vístete decentemente! ¡Nos regresaremos al Palacio de Justicia en menos de media hora! ¡Pero ahora!

Sus ojos abriéndose como dos grandes lunas ante el grito de su Superior, que Aliceth asintió temblorosamente. Dejando caer las sábanas, corrió por su abrigo en un intento de cubrir sus atuendo para dormir y se dirigió a la puerta, no sin antes de abrirla, ver al Juez de espaldas, mirando fijamente a la ventana.

Al escuchar la puerta cerrarse, Claude observaba el paisaje glacial a las afueras de la mansión Frollo, su mente aun hirviendo, maldijo a Jehan, a Aliceth, a sí mismo por dejarse llevar. Casi lo tenía todo, lo tenía todo con ella y ahora, nada.

La ventana crujió cuando el primer golpe de Frollo se estampó, rompiéndose delicadamente. En otro arrebato de furia, Frollo tomó un candelabro de plata y lo tiró contra la pared. El sonido metálico contra el suelo, más los pedazos de velas rotas rodando por el suelo —¡Maldita sea!— Gritaba vehemente, frustrado. Odiaba la sensación de humillación por Jehan de la forma más vulnerable posible. Jadeando, daba vueltas por la habitación, tratando de serenarse, fingir que no le afectaron las burlas. Se dejó caer contra uno de los divanes, llevándose las dos manos a su cabeza.

Odiaba, odiaba sentirse necesitado de alguien, odiaba necesitar de Aliceth Bellarose, su propia María. Que su autocontrol se desmoronara con ella, de las miles de sensaciones que despertaba de su pecho, lo mucho que la deseaba y como la tenía entre sus brazos antes de la interrupción. El fuego en su interior no amainaba, sino que crecía al imaginar cómo habría continuado si no fuera por su estúpido hermano.

Un gruñido escapó de sus labios. Lo que más odiaba era que, temía que más sensaciones más allá de la lujuria estuviesen naciendo, no de sus entrañas ni de su raciocinio, sensaciones que salían de su corazón.

Ocultó su cara entre sus palmas, soltando un quejido más derrotado que molesto.

¿Cómo iba a poder con la distancia que acababa de marcar en Aliceth cuando su necesidad de ella estaba más viva que nunca?