XXVI: El orgullo del Juez

La siguiente hora fue la hora más lenta para Claude Frollo. Estando en el vestíbulo principal, su uniforme pulcro y su birrete en su lugar, esperaba impacientemente a que su Asistente personal bajase de las escaleras. Para ese instante, ordenó a que preparasen el carruaje principal y que un peón se llevase a Snowball aparte. No quería tener que sentir que ella le abrazara durante el camino de vuelta al Palacio de Justicia, siquiera que la tocara. El tacón de su bota golpeaba incansablemente el suelo de piedra, resonando su pequeño eco a través de la sala.

Algunas de las criadas evitaban el contacto visual, sabían lo que significaba cuando el Frollo mayor estaba molesto, y no querían alimentar más ese enojo.

Frollo dejaba escapar el aire de sus fosas nasales, fastidiado, ¿Porque tenía que tardar tanto en bajar? Ávido de temple, observó por la ventana el resplandeciente y pávido paisaje invernal. Odiaba los días fríos desde aquella noche que Quasimodo quedó huérfano de madre, la velada anterior reforzaba aquel punto mental.

Escuchó un par de pasos y Claude giró, listo para decirle a Aliceth que era tiempo de irse, más su semblante se endureció al ver que no se trataba de ella. Reconoció los rizos dorados de Jehan reflejarse con los rayos del sol.

—¡Oh! ¡Hermano! Que sorpresa verte por aquí…— Jehan bufó con aquel tono de voz exagerado y la falsa cordialidad que Claude odiaba. El volvió a darle la espalda, mirando a cualquier otro sitio de las afueras en vez de a su hermano menor. —Veo que esperas impaciente a tu damisela…— Jehan continuó con sorna, llevándose las manos atrás de su espalda e inclinándose hacía él —Las damas siempre son así de tardadas, ¿Que hastío no? Espero no interrumpir nada importante esta vez…— Jehan dejó entre dientes soltar su veneno, adorando burlarse de su hermano mayor.

—Te he dicho que te vayas…— Claude respondió en una voz gutural, su enojo apenas naciente. Jehan contestó con una risita chillona y fingida.

—Siempre tan fácil de provocar, Claude. Pero a estas alturas, apuesto a que ni tú te entiendes…

Las manos de Claude se volvieron puños, los nudillos pasaron de ser rojos a blancos. Claude estaba haciendo un esfuerzo inhumano por contenerse y no tumbar los dientes a Jehan de un puñetazo. Odiaba que, de todos los ciudadanos de París, su hermano fuese el único que lograba sacarlo de sus casillas.

—Será mejor que te marches, tu presencia ya no es grata para mí…

Jehan se carcajeó e hizo caso, dejando la ira hirviendo en Claude. Más al darse la vuelta, un pequeño suspiro ahogado del rubio hizo que Claude se diese cuenta que algo excepcional ocurría.

—Dios Santo…— Al darse la vuelta se percató del porque Jehan se había quedado sin habla: Aliceth estaba bajando de las escaleras, sostenía entre sus manos una pequeña bolsa de tela con su vestido del día anterior y su abrigo, más lo que hizo que Jehan cayera en su encanto fue su vestimenta: Aquel vestido azul cómo el cielo que Claude le indico que usará al día siguiente la noche anterior. Claro, todo antes de la tragedia.

Aliceth, aguantando las ganas de sonrojarse y sonreír por la actitud de Jehan, bajó las escaleras mientras era nuevamente atiborrada de piropos y galanterías del Frollo menor, más cuando Aliceth elevó su mirada al Frollo mayor, notó que en vez de ver con celos la escena, miraba indiferente a otro lado. La naciente sonrisa de Aliceth falleció.

—Definitivamente eres la joya más delicada de París…— Jehan no pudo evitar tomar una de las manos de Aliceth y hacerla darse una vuelta —...Luces cómo una amalgama de zafiros y rubíes, preciosa cómo siempre, querida Aliceth… Pero temo que, a pesar de lo bien que te sienta ese vestido, te falta poco para llegar a la belleza de la dueña original de ese vestido

Aliceth, quién estaba manteniendo su mirada baja, la elevó curiosa y confundida ante la afirmación de Jehan.

—¿Huh? ¿L-Le perteneció a alguna esposa suya?— Aliceth preguntó, naturalmente, arrancándole una carcajada a Jehan.

—¡Ay no! ¡Dios me libre del matrimonio! Por supuesto que no, mi dulzura, pero he decirte que el vestido que estás portando le perteneció a nuestra querida madre…

La voz de Aliceth desapareció ante el hecho que Jehan le acababa de confirmar, sus mejillas se tornaron rojas, ¿Ese vestido que usaba le perteneció a la madre de los Frollo? ¿Le perteneció a la madre de Claude Frollo? Aliceth tembló al saber eso, y buscó con su mirada a Claude, pero este seguía ignorando la escena, ¿Claude Frollo le había pedido que usara el vestido que le perteneció a su madre? ¿Por qué?

Y pronto, cayó en cuenta que aquella alcoba en la que durmió a medianoche fue la misma alcoba de la madre de Claude. La decoración exageradamente femenina, el armario lleno de vestidos, Claude entrando al lugar como si fuese un sagrado sepulcro. Aquel vestido era el mismo vestido que usaba la madre de Claude en aquel recuadro familiar que vio de los Frollo.

Las mejillas de Aliceth ya estaban tan rojas que provocaron ternura en Jehan. Este, emocionado, volteó a Claude para ver su reacción, pero éste continuaba ignorándolos. Aliceth notó que Jehan apretó sus labios, un pequeño dejo de decepción.

—Pero no te preocupes, Aliceth, en verdad luces bellísimas. Sería un honor que te lo quedarás…— Y sin más, Jehan abrazó a Aliceth, aprovechando la apatía de Claude. Al oído de la joven, se dejó escuchar unas palabras de los labios de Jehan —...Pido disculpas por el comportamiento de mi hermano, y por lo que provoqué esta mañana. No fue mi intención que hubiese conflicto entre ambos…— Aliceth reprimió sus lágrimas y las reemplazó con una sonrisa enorme. Jehan se separó y adoptando su personalidad de siempre, continuó —Fue todo un gusto conocerte, preciosa, espero pronto la vida nos cruce los caminos nuevamente…— Y sin más, dejó un último beso en los nudillos de Aliceth.

—Muchas gracias por acogernos esta noche, joven Jehan— Aliceth hizo una reverencia ante él —Espero que pronto tengamos la oportunidad de reencontrarnos…— Y con todo el nerviosismo en su ser, se acercó a Frollo. Su actitud tímida volvió a ella, más cuando parecía que Claude la estaba ignorando a propósito. Al notar la indolencia y el desdén, Jehan aclaró su garganta.

—Hermano, me parece que la dama Bellarose está lista…

Claude, quién finalmente se dignó en mirar a ambos, centró su atención en Aliceth por unos segundos. Su corazón latió al verla tan bella en ese vestido azul que removió algunas fibras del corazón que creía muertas. Pero él mismo se encargó de matarlas.

—Hay mucho trabajo en el Palacio de Justicia, no hay tiempo que perder —Y sin más, abrió la puerta principal y salió. Aliceth, dejando escapar un suspiro, volteó a con Jehan, hizo una reverencia rápida que fue correspondida y corrió tras Claude mientras se ponía su abrigo.

Al llegar a donde Claude estaba, Aliceth estaba pensando en cómo iba a poder montar a Snowball sin ayuda de Claude, quizá podría recibirla de los peones, el problema iba a ser el viaje de regreso, más al ver el carruaje de los Frollo ella quedó sacudida. Y quedaría más sacudida cuando Frollo caminó al carruaje y al abrir la puerta entró primero, sin esperar a que Aliceth fuese la primera. Ella quedó en impacto, ahogando un grito, pero tuvo que tragarse su indignación. Con ayuda de uno de los lacayos, Aliceth se metió al carruaje y finalmente partieron de ahí.

Dentro del carruaje, Aliceth se mecía porque era más complicado andar por la nieve. Frollo estaba cruzado de brazos, mirando todo el tiempo a la ventana. Ella intentaba buscarle su cara pero él ni se dignaba en voltear a verla.

Bajó su mirada, temerosa, ¿Así sería todo a partir de ese momento? ¿Sólo recibiría indiferencia y malos tratos? No fue su culpa, ¿O tal vez sí? Pero no era para tanto, ¿O sí? En verdad que Frollo la estaba ignorando por completo, estaba tan quieto cómo una estatua de piedra, cómo una gárgola, y podía sentir su desprecio.

"No…" Aliceth pensó para ella misma mientras se miraba sus manos sosteniendo su bolsa de tela "Mi corazón ha acogido un cariño especial por él, y ha latido por él de una forma que jamás imaginé, pero esto no es lo que mi corazón quiere".

—¡Deténgase!— Aliceth pidió al lacayo preocupada mientras que Frollo finalmente la vio con menosprecio, a punto de reclamarle por qué detenía el curso del carruaje hasta que Aliceth dijo unas palabras que lo sacarían momentáneamente de su fastidio—¡Snowball está herido!

Snowball, quién estaba galopando al lado del carruaje por un peón, fue detenido. Aliceth bajó del carruaje y se dirigió al peón, consternada por el caballo. Frollo se puso de pie también, intentando ver la herida que Aliceth detectó. Aliceth parecía cruzar algunas palabras al peón que lo hizo bajarse. Frollo no comprendía qué estaba sucediendo, ¿Snowball estaría bien?

La verdad era que estaba más que bien. En susurros, Aliceth indicó al peón que la ayudará a subirse a Snowball, y sólo ahí se dieron cuenta que cayeron en su trampa.

—No se preocupe, parece que está bien, pero estará mejor en el Palacio de Justicia— Aliceth dijo a Frollo pero sin verlo a los ojos, y sin más, Aliceth golpeó las riendas —¡Vamos Snowball!— El caballo azabache relinchó y galopeó con velocidad por todo el camino por delante, adelantando el tramo por mucho.

Frollo quedó completamente impactado, definitivamente Aliceth no iba a aguantar sus malos tratos. Volviendo la furia en él, exigió explicaciones al peón, pero fue engañado por la joven pelirroja. Sin más, aguantando su ira, ordenó gritando al lacayo que continuase lo más rápido posible.

Sentándose de vuelta, Frollo se quitó su birrete y se llevó una mano a su frente sudorosa, ocultando su cara.

Aliceth… Si era toda una caja de sorpresas.

Conforme el carruaje entraba a las calles de París, la paciencia de Frollo estaba a su límite. Había tantas cosas corriendo por su mente, la escena de Aliceth escapando en Snowball de él quedó grabada a fuego en su mente. Toda la ira desatada parecía ser un disfraz de lo que sentía: Temor.

¿Pero temor a exactamente qué? ¿A perderla o a perderse en ella? Todo lo que ella removía en su pecho era incluso doloroso. Se llevaba su palma a su rostro de vuelta, cubriendo sus ojos.

"Ella se está volviendo impía…" Intentaba razonar con sí mismo "... Ella debió de tratar algo mundano con mi cuerpo, por eso despertó en mi cama". Pero otra parte de él se escandalizaba con tales acusaciones contra Aliceth Bellarose. Ella tenía muy presente la palabra de Dios en su vida, y a pesar que cambió el hábito y el griñón por joyas y vestidos, su alma seguía siendo la misma fervorosa de siempre. Dio sus ingenuas explicaciones del porqué amaneció a su lado, ella no iba a arriesgar su alma mancillando su inocencia.

¿Entonces la tentación por ella vivía en él?

"Es inocente de sus actos, pero su belleza me tienta y me hace pensar en impúdicos pensamientos"

Pero quedó suspendido al darse cuenta que el pensamiento que tuvo por ella al verla en el vestido de su difunta madre no fue para nada. Odió haber estado molesto con ella, porque si no hubiese sido por su enojo y orgullo, hubiera dicho el cumplido más bello que su corazón pudo haber manifestado. Verla usar algo tan íntimo y significativo lo hacían perder el control. Pero no dijo nada, y tal vez tampoco hubiera dicho algo por la presencia de Jehan en ese instante.

Se llevaba las manos a su cara, era inmoral lo que pensaba por ella. Por alguna razón, la lujuria era incluso aceptable, ¿Pero lo demás? ¿Qué demonios significaba lo demás que no podía comprender?

¿Porque no podía comprender esas sensaciones que iban más allá de lo carnal?

Antes de que se diera cuenta, el carruaje se había detenido y ya habían llegado al Palacio de Justicia. De inmediato, Frollo se puso de pie y salió del carruaje, ordenando al lacayo que volviera a la mansión Frollo. Tornado su rostro con la seriedad de siempre, Frollo entró juntando las yemas de sus dedos y caminando a paso apacible. Todo el mundo le reverenciaba en respeto y temor, lo clásico.

Antes de llegar a su despacho, Frollo se dirigió a sus aposentos a poder usar alguna fragancia y arreglar mejor su vestimenta antes de volver a sus deberes, más las sorpresas no dejaban de caerle. Al entrar a la sala de estar de su cámara, lo primero que vio fue el vestido azul de su madre descansando en un diván.

El impacto se apoderó de más frustración, ¡¿Ahora Aliceth lo estaba despreciando a él?!

Una orden más a uno de los criados, exigiendo que por favor guardaran en ese vestido en un baúl y que lo dejaran en su recamara, y advirtió que no toleraría ningún tipo de daño o detalle a este. Frollo salió de ahí a paso decidido, ocultando su rabia, aunque las palmas de sus manos estaban adoloridas por el encajamiento de sus uñas. Frollo bajó las escaleras y anduvo entre los pasillos hasta finalmente llegar a donde estaba su despacho. Lo abrió sin avisar ni consideraciones, y lo primero que vio fue a Aliceth sentada en su respectivo escritorio, haciendo anotaciones, con un vestido grisáceo. Aliceth apenas le dirigió la mirada por algunos segundos y continuó con su trabajo.

Miró Frollo a Aliceth tan impasible, cerró la puerta tras él y fue a su propio escritorio, pero sin dejar de quitarle la vista a ella. Al sentir el tacto etéreo, Aliceth elevó su mirada. Los ojos de ambos encontrándose, diciendo miles de cosas a la nada.

—Mi Señor…— Aliceth se puso de pie, lista para redactar los pendientes a su Superior con diplomacia —Debo de informarle que no hubo mucho retraso del trabajo del día anterior, hay avances en el caso de la deuda del señor Maurice Leboeuf, al parecer la ha saldado…

Pero los enunciados de la pelirroja fueron interrumpidos por el apático Juez.

—Bien, no necesito saber más. Primero, explícame lo que sucedió con mi caballo

Aliceth, aún con su temple sereno, se limitó a responder la pregunta de Frollo yéndose a lo obvio —Al parecer no estaba lastimado. Ahora está reposando en el establo

Sus dientes apretando entre sí, Frollo caminó a donde estaba Aliceth, odiando que le evadieran sus preguntas.

—No mientas, huiste con él esta mañana, ¡¿Porque te fuiste en el?!

—Oh… Noté que usted estaba incómodo con mi presencia, así que para no ser una molestia, preferí montar a Snowball y dejarlo solo— Aliceth respondió sin más, encogiéndose de hombros y haciendo desinteresadas muecas con sus labios. Frollo, más enojado con la audacia de Aliceth, puso una palma en su escritorio y se acercó a ella.

—Lo de Snowball lo podemos dejar para después, tenemos otro asunto pendiente, ¿Porque dejaste mi vestido?

—¿El vestido de su madre?— Aliceth respondió con algo de pasmo fingido —Ay no, Mi Señor, usted mismo lo ha dicho, no debemos de sobrepasar los límites laborales…— Sin más, se sentó en su silla —Y no quiero faltarle al respeto al recuerdo de su madre

Aliceth se concentró en los documentos de su mano que no esperó a que Frollo se los arrebatase de sus manos.

—¡Deja de mentirme, María!— Sus reclamos se elevaban con demanda —¡Dime por qué dejaste el vestido!

—Ya se lo he dicho, puede llegar a ser una falta de respeto a su madre— Respondió Aliceth irritada—Además, debo de recordar que en el pasado le dije que no toleraría más faltas de respeto de su parte, ¡Esa manifestación sigue vigente al día de hoy!— Y sin más, ella le arrebató las hojas a Frollo —Parece que su memoria sigue siendo imperfecta— Y haciendo un movimiento con su cuello para acomodar su rizada y larga cabellera, Aliceth prosiguió con su trabajo.

—¿Cómo te atreves? Insolente monja…— El reniego salió desde el corazón y los recuerdos de Frollo, que Aliceth no pudo evitar girar a verlo incrédula y soltar una carcajada.

—Le recuerdo que yo ya no soy novicia…

—¡Pero sigues siendo una dama y debes comportarte cómo tal! Y no cualquier dama, ¡Eres mi Asistente Personal! ¡Mi protegida!— Frollo continuaba gritando, al grado de irritar más y más a Aliceth, quién fruncía el ceño mientras intentaba concentrarse en los documentos pendientes. —¡Deja de buscarme problemas, María!

—¡Y usted deje de gritarme!— Y sin más, Aliceth se puso de pie —¿Sabe algo? Está usted fuera de sí y no está pensando con claridad. Lo dejaré esclarecerse con usted mismo mientras que yo continuaré con los Tomos que el Rey ordenó…— Aliceth caminó a la puerta, y a pesar de las negativas de Frollo y de exigirle que volviese a su lugar, Aliceth abrió la puerta, se giró, hizo una reverencia marcada y cerró la puerta al salir.

Frollo quedó paralizado, observando fijamente la puerta cerrada. Su pecho se volvía grande y pequeño, agitado. Más furia bullía dentro de su ser, pero a la vez, estaba tomada de la mano junto con la angustia.

La angustia de que Aliceth estuviese harta de sus arrebatos impredecibles, angustia a que sus gritos insanos la hubieran alejado, a perder la luz divina de su oscura vida.

Más frustrado que nada, Frollo golpeó el escritorio con su puño cerrado, ella tenía razón, su incansable ira siempre nublaba su juicio. Y lo peor: Su orgullo no dejaba admitir cuando se urgía de ella.

Dejándose caer en el escritorio, Frollo tendría que volver a pedirle perdón. Dejó escapar una risa derrotada. De todos los citadinos y de las personas que lo habían conocido a lo largo de su carrera cómo Juez, sólo Aliceth había sido la única en la que le pidió perdón.

Y le pediría por segunda ocasión. Sólo que esta vez no tenía ni idea por dónde empezar. Y si ella lo aceptaría.