XXVIII: No hay paz para los malvados
El Ministro de Justicia de París estaba arrepentido por los actos de su pasado, ¿Todos los crueles actos que ha cometido en su vida? Por supuesto que no, ¿Los recientes actos cometidos contra su joven asistente personal? Exactamente, esos actos. Pero el Juez, conocido por cruel, déspota y orgulloso, haciendo uso de su última cualidad para ni siquiera intentar formular una disculpa a la jovencita.
La situación no ameritaba un gran drama, pero era tensa. Aliceth se limitaba a dirigirse a él por "Ministro", "Juez", "Su excelencia", "Su Señoría", pero no más "Mi Señor" aunque hubiese sido una orden permanente desde el principio. A Frollo le irritaba que Aliceth fuese rebelde con él en pequeños detalles. Bien decían que el demonio estaba en ellos.
Aliceth hacía su trabajo impecable cómo siempre, pero parecía que su forma de andar era más descarada, incluso cínica. Cada vez que se levantaba de su asiento a propósito arrastraba las patas de su silla contra el suelo, al acercarse al escritorio de Frollo, evitaba mirarlo a los ojos, le mencionaba los pendientes y obligaciones del día a su Superior, y al dejar los documentos sobre el escritorio, ni oportunidad le daba de intentar entablar una conversación, se sacaba la vuelta tan pronunciada que Frollo sólo tenía oportunidad de hablar con la espalda y cabellera de Aliceth.
Anteriormente, Aliceth esperaba después de las cuatro en punto para dirigirse a la biblioteca a seguir reescribiendo los tomos de la encomienda del Rey Louis, pero con los nuevos "cambios" a su rutina, ella se iba al mediodía.
Esta situación irritaba más al Juez, enfadado por haberse excedido con su orgullo. Internamente le echaba la culpa a miles de razones, a la pesadilla de Aliceth, a su hermano, a la tormenta. Pero no, ninguno de esos factores fueron los detonantes de que su María se alejara de él. Fue él mismo quién se lo buscó.
Incluso en los horarios de comida, Aliceth procuraba cenar más temprano que de costumbre para evitar comer junto con Frollo, con el pretexto de que se venía el período del adviento y necesitaba estar preparada para ello.
El penúltimo mes del año pasó muy rápido para muchos, dando lugar al mes más esperado por todos: Diciembre. Y en París, no es un mes desapercibido.
Pronto, cada puerta de cada hogar en París se colgaba guirnaldas de ramilletes de acebo, coronas con hojas verdes muy brillantes y frutillas escarlatas. Era una protección contra los malos espíritus que acechaban esas fechas. El proletariado estaba ansioso y alegre, pronto recibieron un pago muy grande para ellos y junto con eso, tres semanas libres para descansar, orar y encomendarse al natalicio del pequeño Jesús. Era importante recordar que todos estos festejos eran por el nacimiento del Hijo de Dios.
Algunos aprovechaban para conseguir presentes, era una nueva tradición, "presagios de la buena suerte" le llamaban. Entre la multitud de personas que se encargaban de conseguir los obsequios entre las calles de París, Aliceth Bellarose estaba entre ellos, usando uno de sus mejores vestidos y su capa contra el frío, salía de una pequeña librería, teniendo entre sus manos muchas bolsas de tela con dichos "presagios". Aliceth llegaba al carruaje del Palacio de Justicia y con ayuda de los lacayos, dejaba los presentes dentro de esta y se subía al carruaje. Al usar un carruaje sencillo, debía de ponerse la capucha de su abrigo para protegerse de los copos de nieve. Miraba a sus alrededores, jamás creyó que pasaría las festividades navideñas lejos de casa, pero en París, todo tenía una chispa diferente y especial.
Al volver al Palacio de Justicia, ordenó que llevaran todas las bolsas de tela a sus aposentos mientras que seguía a los sirvientes. Al llegar a su recamara y agradecerles a los siervos, Aliceth se giraba, se quitaba su abrigo y guantes, mientras que sacaba una vela y la encendía con ayuda del fuego de la chimenea, poniéndola en el borde de su ventana. Tomaba su biblia, su rosario, y aprovechaba su tiempo del día libre para rezar un poco los versículos de la venida de Jesús.
Al terminar sus rezos, se dirigió al pequeño escritorio de su habitación, entintado una pluma, se dispuso a escribir diferentes cartas a sus seres queridos, en especial, a su familia en Alsacia. Sin embargo, una fuerte ráfaga de viento apagó la vela de la ventana. No provenía del ambiente invernal, provenía de la puerta de su habitación, era Claude Frollo, quién llegó sin tocar su puerta. Aliceth, indignada, ni siquiera intentó dirigirle la palabra, se centró en firmar la última carta y en derretir la cera para sus sellos.
Aclarando su garganta en más de una ocasión, Aliceth pretendía ignorarlo hasta que Frollo habló por su cuenta: —María…— Sus palabras quedaron atoradas en su garganta apenas planeaba dar una disculpa, no sabía qué decir para que Aliceth girará a verlo.
Aliceth, concentrada en sus cartas, intentaba no virar sus ojos al escucharlo hablar por su primer nombre. Cada vez que la necesitaba para algo, para algo realmente profundo, siempre usaba su primer nombre, María, el nombre de su Santa favorita. No fue difícil para Aliceth descubrir que Frollo se encomendaba a Dios para cosas cómo el trabajo, la caza de los gitanos y descubrir la supuesta Corte de los Milagros, pero para encomiendas personalísimas, cosas que tal vez sólo estaban dentro de la cabeza de Claude, esas cosas las pedía a María la Virgen, lo descubría cuando iban los domingos a Notre-Dame y alcanzaba a escuchar entre los susurros de sus oraciones su primer nombre.
Pero María Aliceth no era la misma Santa de piedra preferida de Frollo. Aliceth se puso de pie y haciendo uso de toda su voluntad, giró a él, una sonrisa falsa entre sus dientes.
—Su Señoría. Me extraña mucho de usted, que viene de una refinada y distinguida familia de la capital debe de saber más de modales y etiqueta que yo, una simple muchachita que proviene de un pueblo del norte y que fue monja, para que se le olvide que siempre debe de tocar la puerta antes de entrar…
Frollo quedó desconcertado, mudo por un momento, siempre Aliceth y sus osadías. Sus muelas se encajaron entre sí, pero mostró serenidad ante su asistente.
—Mis modales son propios de mi educación y mi cargo— Intentando recobrar compostura, Frollo elevó su rostro ante Aliceth —Y usted ya ha vivido el tiempo suficiente aquí para no faltarle el respeto a sus Superiores…
—Huh… Cómo usted lo diga…— Soltó Aliceth con una voz cantarina con sutiles toques de sarcasmo endulzando sus palabras, Frollo aguantó, pero su necesidad de ella era más, que tuvo que tragarse su orgullo, y era difícil de pasarlo por su tráquea.
—Vengo a hablar de ciertos asuntos que debemos de aclarar…— Frollo giró para cerrar las puertas con ambas manos. Aliceth, quién miraba a Frollo otra vez con sus secretismos, viró sus ojos, dejando caer de mala gana sus cartas a su mesa —... Lo sucedido días atrás…
—¿Lo que sucedió en su mansión? Por favor, no se mortifique por ello más. Usted mismo lo ha dicho, tenemos que cuidar nuestras reputaciones— Aliceth le recordaba a Frollo mientras se dirigía a la ventana y la abría, dejando entrar más aire invernal a la habitación —Y eso es exactamente lo que estoy haciendo— Aliceth contemplaba París bajó el manto blanquecino, Notre-Dame lucía tan hermosa con esa capa de nieve en sus tejados.
Claude, sus ojos no paraban de ver los rulos de esa cabellera, ¿Que quería significar el color de esa cabellera? Recordó que muchísimo antes existía una caza a las personas que tuviesen aquel color de cabello porque les recordaba a las llamas del infierno, ¿Y si Dios le advertía que Aliceth era su infierno personal a través de los rizos carmesí? Se mordió su labio: Bendito sea ese infierno.
Frollo abrió sus ojos, ¡Blasfemia! ¡No quería faltarle a Dios así! Pero tampoco quería deshacerse de Aliceth, así su melena fuese una advertencia. Frollo caminó hasta ponerse a la par de Aliceth, y contempló junto a ella el paisaje invernal. Los dos en silencio.
—Le ruego mis disculpas por mi comportamiento de aquel día… —Frollo admitió derrotado —Fue imperdonable haberme comportado así de bárbaro contigo
Aliceth alzó sus cejas, haciendo media sonrisa con sus labios. Obvio, esperaba más de esa disculpa, pero estaba tratando con Claude Frollo, el que parecía dolerle en sus vísceras pedir perdón.
—Mi temperamento se sale de control y se aviva el demonio que habita en mí. Pero no excusa mi comportamiento. La valoro, María, valoro su asistencia, su trabajo y su confianza hacía a mí. Usted es una mujer valiosa para mi cargo
"Y hermosa"
El silencio prevaleció entre ellos, silencio que mortificaba al Juez, hasta escuchar una dulce voz salir de su asistente.
—Sus disculpas fueron recibidas, pero verificaré que sean reales— Aliceth soltó sin más, provocando un poco más de frustración en Frollo, pero teniendo que aceptar. Los dos continuaron contemplando la nieve caer hasta que Frollo habló.
—María, si no vamos a Notre-Dame, esa nieve que cae se volverá tormenta, y no tenemos buenas experiencias con las tormentas….
Aliceth elevó una ceja y no pudo evitar mirar extrañada a Frollo, echándole una mirada de soslayo.
—¿Disculpe?
—Hoy es el primer domingo de Adviento, Aliceth, ¿Lo ha olvidado?
Las campanadas al fondo del paisaje parisino, dejando escuchar que era la hora de la misa.
Aliceth levantó la ceja. Era cierto, y había usado domingo para hacer cosas banales en vez de dedicarse ir a misa. Aliceth, confundida, tuvo un pequeño lapsus donde, sin meditarlo bien, aceptó la invitación de Frollo.
—Está bien, iré con usted. Pero sólo por el adviento. No debemos de olvidar nuestro deber con Dios…— Decía Aliceth mientras que se dirigía a su armario a buscar uno de sus abrigos. Al estar concentrada, Frollo esbozo una sonrisa de triunfo. Una victoria pequeña en su paso a reconquistar su confianza.
No tardaron mucho para llegar al carruaje ya preparado, Frollo esperó al lado de este para ayudar a Aliceth subirse a este, pero ella, sin siquiera mirarlo, tomando entre sus dedos las faldas de su vestido, Aliceth se adentró en la carroza, dejando a Frollo con la mano tendida.
Pequeña venganza de haberla dejado abandonada aquella mañana.
Frollo, tragándose su orgullo una vez más, se adentraba al carruaje. En el fondo, él sabía que se lo merecía.
…
No tardaron para llegar a Notre-Dame, en dicho recorrido, Aliceth tenía su mirada alta, fijándose por la ventana, observador atentamente a su alrededor. Frollo se limitaba verla del asiento de enfrente. Normalmente ella se sentaba a su lado y no paraban de tener conversaciones triviales, pero ahora le molestaba tanto que no estuviese sentada junto a él.
Cuando el pequeño coche paró, Aliceth sonrió al reconocer la pequeña plaza afuera de la catedral, la enorme plancha de piedra con el pozo de agua al fondo.
—Lo único malo del invierno debe de ser la escasez de agua— Aliceth dijo tan casual que Frollo para nada imaginaba que ella estaba hablando con él. Frollo levantó la ceja, confundido.
—¿De qué hablas, María?
—Del Pozo, su Señoría— Aliceth apuntaba con el dedo —¿Ese pozo siempre se congela durante los inviernos?
Frollo asomó la cabeza y sintió un terrible mal recorrer cada parte de su cuerpo. Reconocía perfectamente aquel pozo, ese pozo donde doce años antes se planteó cometer un imperdonable crimen. El sosteniendo aquella sabana que protegía a un ser indefenso, pequeña criatura que ha tenido que cargar con ella para expirar sus pecados.
Escuchó el retumbar de las campanas de Notre-Dame, tensándose, trato de no ver al pozo.
—No. No suele congelarse en invierno— Apenas respondió, evadiendo la pregunta. Aliceth observó extrañada, tal vez acababa de despertar algo oscuro en su Superior. Aliceth se asoma de vuelta al pozo, ¿Acaso hay un secreto oscuro que Claude Frollo ocultaba?
Apenas abrieron la puerta, Frollo salió casi disparado cómo flecha del carruaje. Aliceth miró a Frollo y se levantó por igual. Al salir, vio que Frollo volvía a ofrecer su mano, y Aliceth esta vez la tomó. Tuvo que ahogar un pequeño suspiro al sentir cómo temblaba, y no era culpa del gélido ambiente. Aliceth no dijo nada al respecto, sólo esperó a que Frollo le ofreciera su brazo para entrar juntos a la Catedral.
Después de persignarse, encontraron un lugar muy cercano al altar. Aliceth no dejaba de ver su antiguo hogar, sonriendo y mirando a sus alrededores. No faltaba mucho para que la misa iniciara. Aliceth contemplaba los detalles, la decoración en púrpura, las velas a los alrededores, aquella preparándose para el nacimiento de Jesús.
Pero quién no disfrutaba era Frollo, todavía tenso. Aliceth girando a su presencia, no queriendo ser tan cruel con su Superior, se contenía con su "ley de hielo" sólo por estar en Notre-Dame, pero volvía a notar la tensión en él. Frollo mantenía fija su vista al crucifijo del altar. Aliceth, sabiendo que el Juez sobrellevaba un momento aciago, miró a sus manos, las cuales estaban hechas puño. Aliceth no dejaba de verlo, y su primer instinto fue estirar su mano al puño de Frollo, poder sostenerla contra él. Pero en ese instante, la puerta de la Abadía se abría. Aliceth tenía que hacer su pequeña maldad, olvidando estar en la Casa de Dios.
Siempre que salían las novicias del convento, todas lo hacían bajando su cabeza, se persignaban frente al altar y se sentaban en las primeras bancas, y Aliceth siempre esperaba a que una de ellas se diera cuenta de su presencia. Al hacerlo, las corrompía un poco con el pecado de la envidia, y Aliceth se corrompía a sí misma con el pecado de la soberbia. Aliceth no podía evitar reír en silencio, más al ver a sus ex hermanas molestas porque logró una vida más allá del convento. En esta misa del primer domingo de adviento, no iba a ser la excepción.
La Madre Abadesa, la Madre Irene, salía detrás de ella, y siempre que veía a Aliceth, podía ver el remordimiento en sus ojos. Aliceth sólo saludaba asintiendo a ella. Sabía que la preocupación de su ex Madre era que ella estuviese al lado de Frollo, siempre con esas advertencias sobre que él era un hombre malvado.
Pero Aliceth estaba confundida, ¿Aquel hombre cruel y terrible era el mismo que parecía estar pasando por una crisis a su lado? Aliceth volteó a ver a Frollo y alcanzó a escuchar pequeños murmureos. Era el susurrando su primer nombre, pero no refiriéndose a ella.
"Oh, está rezando a la Virgen María de vuelta" Aliceth entonces descubrió que algo temible debía de estar atemorizando a Claude.
Claude seguía en pequeños rezos, pero fueron interrumpidos al sentir la mano enguantada de Aliceth sostener su puño. Frollo bajó sus ojos, ¿El consuelo que buscaba en María se lo daba otra? Frollo quiso sostenerla, pero el órgano anunció el inicio de la misa del primer domingo de adviento.
El Arcediano salió con su estola y casulla púrpuras, los monaguillos sosteniendo la biblia, el coro entonando, todos los feligreses levantándose y cantando junto al coro. El Arcediano sostenía el libro contra el altar, pero la mortificación llegaría a su alma al ver otra vez a Aliceth junto a Claude Frollo. Aunque siempre se preocuparía por ella, no parecía que Aliceth estuviese viviendo las experiencias horribles a las que le advirtió, y notó que el atormentado era Frollo. Quiso esbozar una sonrisa, pero al descubrir los dedos de Aliceth muy cerca de los de Frollo, esa sonrisa murió.
Se preguntaba a veces, ¿Qué clase de relación tendrían ellos dos? ¿Sería la relación laboral que, sorpresivamente, Frollo respetó? ¿O estaría bajo su control? Quizá después de esa misa debía de tener esa conversación con Aliceth.
La primera misa de adviento fue una misa bastante cálida y entrañable.
—Adviento significa "Venida", Adviento significa "Espera", estamos en tiempo de espera, a la espera de la última y gloriosa venida de Nuestro Señor, Jesucristo— Todos los feligreses escuchaban con devoción y singular alegría —Recordemos la palabra de Isaías, capítulo 7, del 10 al 16: "Habló también Jehová a Acaz, diciendo: Pide para ti señal de Jehová tu Dios, demandándola ya sea de abajo en lo profundo, o de arriba en lo alto. Y respondió Acaz: No pediré, y no tentaré a Jehová. Dijo entonces Isaías: Oíd ahora, casa de David. ¿Os es poco el ser molestos a los hombres, sino que también lo seáis a mi Dios? Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emmanuel. Comerá mantequilla y miel, hasta que sepa desechar lo malo y escoger lo bueno. Porque antes que el niño sepa desechar lo malo y escoger lo bueno, la tierra de los dos reyes que tú temes será abandonada." Desde el antiguo testamento, ya se profetizaba el nacimiento de Jesús, donde todos aguardaban de él cómo un mesías, así al inicio del capítulo 56: "Así ha dicho Jehová: Guardad el derecho y practicad la justicia, porque mi a salvación está por venir y mi justicia por manifestarse."
Todos prestaban total y completa atención a las lecturas, excepto Frollo, quién aún sostenía su mirada al suelo. Aliceth de vez en cuando se aseguraba de que Frollo estuviese bien, pero no parecía en estarlo. Algo lo estaba atormentando, algo en su alma estaba temiendo.
—Aunque estemos hablando de la llegada del Señor, recordemos estas palabras significativas del capítulo 57 de Isaías, recordando porque tenemos que ser buenos no sólo en estas fechas, sino en el resto de nuestros años: "Cuando el justo muere, alcanza la paz. Se promete misericordia al arrepentido. No hay paz para los malvados."
"En verdad no la hay" Frollo pensó.
María Aliceth no podía estar a la par del resto de feligreses. Tomó la mano de Frollo sin consultarlo y este se aferró a ella. Aliceth podía sentir la fuerza de Frollo. Incluso sintió su otra mano ocupar su dorso.
El resto de la misa parecía continuar con sosiego, el Arcediano dio un par de palabras, transcurrió la comunión con naturalidad y al final, despidió a los feligreses. Al irse todos, Frollo tenía que quedarse a cumplir con su deber cómo el Protector de la Catedral, por más mal que le hacía estar reunido en el sagrado recinto.
Aliceth, esta ocasión, no tenía problemas con quedarse ahí. Pronto, se les acercaron el Arcediano y la Madre Abadesa al par.
—Arcediano, Madre…— Aliceth se acercó a ambos y se reverenció ante ellos —Me es grato volver a verlos…— Con su fe renovada y las palabras dichas en misa haciendo bullicio en su interior en una sana manera, Aliceth decidió dejar de lado el rencor, todos cometían errores, y ella en el fondo discernía que la Madre Irene ya estaba arrepentida de sus actos del pasado. —Que alegría es volverlos a ver después de todo este tiempo…
—Aliceth, hija mía— El Arcediano no pudo evitar poner una mano sobre su hombro —Confesamos la Madre Irene y yo que siempre estás en nuestras oraciones, siempre oramos protección y serenidad en tu camino, Aliceth
—No se preocupen, todo ha marchado de maravilla últimamente…— Aliceth no podía evitar esbozar una sonrisa —He conocido nuevas personas, he aprendido muchas cosas… No ha sido fácil, pero el Ministro Frollo ha tenido paciencia en mi nueva educación…
Frollo, quién se encontraba incomodo, miraba con desasosiego a la puerta de la torre que daba al campanario. El Arcediano, sabiendo que tenía que ir a cumplir con su obligación, trata de enunciar a Frollo, sacándolo de sus pensamientos.
—Frollo, ¿Te importaría dejarnos a Aliceth para conversar con ella en lo que te ocupas de tus otras "obligaciones"?
Sacudiéndose, Frollo giró a donde estaban Aliceth, el Arcediano y la Madre Irene, y el, quién aún estaba turbado, puso su mejor cara y se dirigió a los tres.
—Aliceth, ve a conversar con ellos, yo me encargaré de otros… Deberes…
Y al parecer, armándose de valor, Frollo se dirigió a la puerta de la torre y la abrió, dejándola cerrar con fuerza al entrar, asustando al Arcediano, a la Madre Irene y a Aliceth.
—¿Es mi imaginación o Frollo parece estar estresado?— La Madre Irene mencionó, Aliceth frunció el ceño, no tenía ni idea a que responder, atinó a decir que lo mejor era tener esa conversación pendiente entre los tres.
…
Frollo subía pesadamente los peldaños de la escalera de caracol de la torre que daba hacía el campanario. El dar vueltas provocaba que tuviera más confusión y remordimiento, pero a medida que ascendía, sus pensamientos se volvían más oscuros.
¿Porque la mención del pozo de agua le provocó gran malestar? ¿Era por el recuerdo de lo hizo hace… trece años? Frollo elevó sus cejas y sus ojos se abrieron en par. Cayó en cuenta que aquel día se cumplían trece años exactos desde que sus guardias descubrieron a un grupo de gitanos al lado del río Senna. Trece años desde que persiguió a una mujer gitana junto a su hijo. Trece años de haber cometido el pecado de matar a esa mujer a los pies de Notre-Dame y casi ahogar a su hijo. Trece años de su deber con el firmamento y el reinado de Dios, trece años de cargar con Quasimodo.
El recuerdo hizo hervir su sangre. Sus memorias emanaban, aún podía sentir a la criatura deforme que sostenía entre sus manos después de asesinar a la gitana. Pesaba mucho, una carga. Siempre lo había visto cómo una molesta imposición, el recordatorio de uno de sus mayores pecados. Trece años vistiendo, alimentando, educando, mirándolo sin miedo…
Pero con odio.
Al llegar al último escalón, preso de la ira, anduvo por los corredores hasta llegar a las escaleras de madera que daban al campanario. Al subir, vio a Quasimodo, cómo siempre, tallando figuras de madera, esa mañana, vio a un nuevo pescador y deseaba recrearlo. Al sentir su presencia, Quasimodo no pudo evitar esbozar una sonrisa, sonrisa que sólo enfureció más al hombre.
—Amo…— Quasimodo no pudo evitar recitar con su voz llena de inocencia y candor, ingenuo y tierno, más esto fue una vil molestia para Frollo.
—Déjame en paz, monstruo asqueroso— Escupió Frollo con desprecio. Quasimodo se sobresaltó confundido. Frollo volcando su odio interior en crueles palabras. Al darse cuenta que dijo lo que sentía, intentó tergiversar inmediatamente —...Esas fueron las palabras que tu madre dijo antes de abandonarte, Quasimodo…— Frollo enunció, llevando sus dedos decorados con sus anillos entre sí —Eso fue al menos hace trece años…
—¿Trece años?— Quasimodo elevó su cabeza, más confundido, ¿Eso quería decir que ya tenía trece años de edad?
—Fueron en las épocas de adviento, Quasimodo… Por estas fechas fuiste encontrado a los pies de Notre-Dame, envuelto en sábanas roídas, llorabas… A la fecha me pregunto cómo alguien tan cruel pudo haber dejado una criatura indefensa ante el frío y la adversidad…
Cada año repetía el mismo mantra cada años, palabras menos, palabras más, siempre enjoyaba y decoraba de lo que era la realidad, pero Quasimodo jamás debía de saberlo.
Ambos miraban París por el enorme balcón, Frollo con determinación, Quasimodo con tristeza.
Frollo cerró sus ojos, recordó perfectamente la noche, entrando a Notre-Dame, sosteniendo al niño entre sus brazos. Las novicias se iban a encargar de él por el tiempo en el que fuera un bebé, esas fueron las palabras del Arcediano, y mientras que él se encargaría de despertar y hablar con la Madre Abadesa, Frollo sostenía aún al niño entre sus brazos.
—Oh Señor, me has enviado una prueba. Este niño es mi cruz para cargar… Tendré que cuidar a esta…Cosa. Pero un monstruo cómo esto debe de permanecer oculto…
Fueron sus palabras al ver al niño ya dormir en sus brazos.
Frollo abrió sus ojos, trece años después, su cruz estaba… Sano, y eso debía de ser lo notable para El Señor.
Miró de reojo a Quasimodo, quién estaba ya muy triste y cabizbajo, veía a sus figuras talladas de madera, a sus pequeños parisinos. De repente, los ojos de Frollo se enfocaron en una: Una figura femenina de cabellos rojos y ropas negras.
—Esta no la había visto, ¿Es nueva?— Tomó la figura entre sus manos. Quasimodo, con nerviosismo, tiraba de su camisa.
—S-Sí, no sé cómo se llama, a-a veces la veo a los alrededores, la veo cuando sale de su carruaje y lo acompaña… Es muy bonita…— Frollo elevó su ceja y casi sonreía, era la figura de su María Aliceth.
Frollo no dejaba de ver a la figura de madera de Aliceth, tuvo un súbdito temor: Quasimodo ya sabía de la existencia de Aliceth, ¿Qué sucedería cuando Aliceth se enterase de la existencia de Quasimodo?
—Quasimodo, debo de darte una nueva regla que debes de seguir: Por ninguna circunstancia te acerques a ella…
—A-Amo, e-eso lo sé, no puedo salir de aquí, pero… ¿Por qué no puedo acercarme a ella?— Preguntaba Quasimodo con perplejidad, sentado y aferrado a la mesa de madera. Frollo lo vio con ojos llenos de advertencia y tal vez amenaza.
—Ella le tiene miedo a los monstruos, Quasimodo, y sé que no quieres asustarla…
Quasimodo bajó su rostro, avergonzado de sí mismo, sus ojos azules se humedecieron. Le costaba aún aceptar su "monstruosidad", pero si lo decía Frollo, su amo, el que lo acogió desde que era un pequeño indefenso, debía de ser verdad.
—S-Sí, amo…— Quasimodo asentía con pena y quebranto —No voy a acércame… No quiero asustarla…— Desvió su mirada a las figuras de unas gárgolas, temeroso de que ellas pudieran ver su aflicción.
—Bien, Quasimodo, comprendes bien lo que te digo— Frollo soltó con falso reconocimiento, palpando la joroba de Quasimodo. —Por cierto, recomiendo que pintes de púrpura la figura de esta dama…— Frollo mencionó dejando la figura de Aliceth en la mesa, antes de partir.
—¿Púrpura?— Preguntó Quasimodo confuso, pero Frollo ya se estaba retirando.
—Te visitaré mañana, traeré leña y abrigo para el invierno, y más comida…— Pero antes de retirarse, Frollo giró a ver a Quasimodo, su estorbo, su cruz, su carga —No lo olvides, Quasimodo, este es tu santuario…— Y sin decir algo más, Frollo abandonó a Quasimodo.
Quasimodo, perplejo aún, tomó entre sus pinturas la que era morada y con el pincel cambió el color del vestido de Aliceth. Quasimodo se preguntaba si esa mujercita era "divina", ya que, recordando sus enseñanzas, el púrpura sólo era para los Santos. ¿Esa mujer era digna de ser venerada?
Escuchado las recomendaciones de sus "amigas" las gárgolas, Quasimodo seguía pintando la figura de Aliceth bajo el atardecer frío.
…
En la abadía, dentro de la oficina eclesiástica, Aliceth sostenía una "conversación" que más bien sonaba a que fuera un interrogatorio de parte del Arcediano y la Madre Irene. Sentada frente al escritorio, Aliceth estaba escuchándolos, desorientada sobre a dónde iba esa plática ante sus antiguas figuras de autoridad.
—Aliceth, sabemos que has pasado una larga temporada desde que te fuiste a vivir al Palacio de Justicia, y… Claro, siempre pensamos en cómo te está yendo junto con el Ministro. Pero, si lo crees necesario, podemos hablarlo en secreto de confesión…
—Arcediano, Padre…— Aliceth intentaba explicarse pero ni ellos la dejaban continuar.
—Sabes que puedes confiar en nosotros, María, y precisamente por eso y por lo que significaste para nosotros cuando fuiste novicia de Notre-Dame, queremos lo mejor para ti, y eso sigue siendo vigente— La Madre Irene se adelantaba, sin dejar a Aliceth hablar más que las respuestas a sus preguntas.
—Comprendo, pero—
—Ahora, Aliceth, ¿El Ministro Frollo te ha hecho daño? ¿Te ha provocado algún daño físico?
Aliceth quedó en silencio al escuchar la pregunta directa y sin tapujos, al igual que el Arcediano y la Madre Irene, los cuales sólo callaron para escuchar la palabra de Aliceth. Ella se sentía extrañada y fruncía el ceño en incredulidad.
—Esto es… Es que yo…— Sabiendo que no iba a tener opción, Aliceth decidió limitarse a responder sus dudas —No. El Ministro Frollo no me ha hecho ningún daño
—Muy bien Aliceth… ¿Alguna otra clase de daño?
—¿Otra clase de daño? ¿Cómo qué otra clase de daño?— Aliceth preguntaba por igual, el nerviosismo se hacía presente en ella, pero por lo quisquilloso que se volvían el Arcediano y la Madre Irene.
—¿Recuerdas nuestras advertencias cuando dejaste el convento? Ahora, ¿Has visto alguna de esas advertencias cumplirse, Aliceth?— La Madre Irene insistía, cosa que Aliceth confundía más.
—N-no… Quiero decir, el hombre es… Testarudo, terco, mandón, a veces impertinente…— Viraba sus ojos, recordando el temperamento de su Superior —Sí, él me ha enseñado mucho sobre filosofía, derecho, sobre las leyes de París… Pero no he visto nada más que me alerte o me advierta de que es un hombre malo. Quiero decir, claro, hace esas cazas a los romaníes de las que no estoy de acuerdo para nada, ¡Pero no puedo ir contra lo que él dicta en sus leyes! Me limito a ser su Asistente Personal…
—¿Estas segura Aliceth?— El Arcediano de repente interrogó a Aliceth casi asustándola con su repentina pregunta —Aliceth, tienes que ser completamente honesta con nosotros. Lo poco que hemos visto entre misas nos hace temer que seas más que su Asistente Personal
Aliceth quedó sin aliento ante la duda inoportuna del Arcediano, y no sabía dónde meterse ¿Porque preguntaban eso? Era incómodo, aunque intuía a donde querían llegar con ese dudoso cuestionario.
—¿Q-Qué cosas, Padre?
El Arcediano y la Madre Irene se vieron entre sí. Aliceth preguntó sólo para asegurarse, y al final, el Arcediano hizo una pregunta muy escandalosa, rogando a Dios para sus adentros de que Aliceth no se molestara con ellos sólo por ofuscarse por ella —A veces vemos cómo entras a Notre-Dame tomada de su brazo, y también entre misas, vemos que se toman de la mano, y hoy no fue la excepción…
Aliceth, quién hizo un esfuerzo por no soltar un suspiro pesado, cerró sus ojos y trató de formular una respuesta que convenciera al Arcediano y a la Madre Irene, y de que la dejaran en paz con ese interrogatorio, porque no estaba pasando su mejor momento en su relación de amistad con el Juez.
—Mire, Padre. Entre el Ministro y yo si hay… Una amistad, o algo parecido a eso… El Ministro Frollo me ha sido de gran apoyo estos meses, adaptándome al exterior de vuelta, a la ciudad, incluso los primeros días regresando acá fueron difíciles para mí, y él sostenía mi mano cómo apoyo…
El Arcediano y la Madre volvieron a verse entre sí, un poco más de pánico entre ellos, ¿Acaso existía algo indebido entre ellos dos? ¿Acaso Frollo ya se aprovechó de la inocencia de Aliceth? ¿Acaso Aliceth ya cayó en sus mentiras?
—Aliceth… ¿Esa amistad que tienes con Frollo…E-es…?
—Está muerta
Los dos no esperaban esa respuesta de parte de Aliceth. Ella, rencorosa, no olvidaba lo ocurrido en la Mansión de Frollo, y Aliceth, quién repentinamente recordó todo, el vago y débil intento de disculpa, y de persuadir a ir a misa, hizo que las emociones y los sentimientos en ella se hirvieron cómo olla con agua caliente, y esa olla estaba por explotar.
—¿Muerta, Aliceth?
—Sí, Madre… Lo que pasa es que entre nosotros dos hubo un malentendido. Sin entrar en detalles, necesité del apoyo del Ministro Frollo en una cuestión personal y él lo hizo, me apoyó y me ayudó, hasta que él mismo lo arruinó— La voz de Aliceth empezaba a elevarse —Cabe aclarar que su hermano menor, Jehan, tuvo mucho que ver con dicho malentendido, pero el Ministro Frollo fue cruel sin consideraciones, me dijo que lo ridiculicé, que sería el hazmerreír de sus criados y su hermano en su mansión, que debía de comportarme cómo una dama y que no lo metiera en problemas— Al escuchar la sensibilidad mezclada con exaltación de la pelirroja, el Arcediano y la Madre Irene se daban cuenta cómo Aliceth alzaba la voz, parecía estarse guardando eso y apenas tuvo la oportunidad, se desahogaba con ellos.—... Así que dije, ¿Bueno porque no? Al final es verdad, él es mi Superior y yo soy su Asistente personal, y no podemos sobrepasar los límites de esta relación que es laboral
—María…— El Arcediano intentó detener a Aliceth, pero no, una vez que Aliceth iniciaba, nada podía detenerla.
—Así que me he limitado todos estos días a limitarme, a sólo ser su Asistente Personal y nada más. Claro, he notado a su Señoría buscarme la cara, hablar más allá de temas laborales, incluso hoy intentó disculparse, ¡Disculparse! ¡Pero ustedes, que lo conocen mejor que yo, deben de saber cómo son sus clases de disculpas!— Aliceth se puso de pie de repente —¡Y ahora con el pretexto de que fue el primer domingo de adviento me invitó a pasar la misa de adviento junto a él!
El Arcediano y la Madre Irene contemplaban cómo Aliceth no paraba de moverse por toda la oficina, elevando más su tono de voz, realmente aquel asunto no arreglado con el Ministro le calaba en su alma, pero no de dolencia o molestia, había algo no resuelto ahí.
—Y noté que tuvo una turbación en esta misa, y tuve que apoyarlo, claro, porque yo debo de estar disponible siempre para ayudarlo, ¡Pero cuando yo requiero de su ayuda, debe de ser en secreto y no a la vista de los demás! ¡Porque el Juez es demasiado orgulloso de que otros vean que ayuda a su Asistente Personal y Protegida!
—Aliceth, creo que ya es suficien…
—¡Pero saben lo que más me enoja!—Lo radical en el arranque arrebatado de Aliceth desistió a la Madre Irene de intentar pararla— ¡Que sea tan testarudo para incluso tener amistades! ¡Que lo que teníamos era una obra maestra hasta que lo arruinó! ¡Y que por su maldito y estúpido orgullo nuestra amistad ahora esté muerta!
—¡María, lenguaje!— La Madre Abadesa corrigió a Aliceth. Ella miró con asombro a ambos. No podía creer que ambos vieron esa parte de ella aún conflictuada. Sin dejar que la vergüenza llegase a ser una emoción más en su enmarañado corazón, se dejó caer en el asiento, suspirando.
—Lo siento Madre, yo… Tal vez fue una falta de comunicación, tal vez pedí demasiado… Pero él mismo lo mató, él mismo dijo que debíamos de limitarnos a una relación laboral, ¡Y ahora que es justo lo que hago no le gustó!— Aliceth aún intentaba desentrañar sus pensamientos, cosas que el Arcediano y la Madre Irene estaban a la deriva.
—Aliceth… Ehh…— El Arcediano no tenía ni idea de cómo continuar —Esto… Aliceth… ¿Hay una razón por la cual existe este distanciamiento entre tu y Frollo?
—Porque él es un idiota
—¡María, lenguaje!— Volvió a señalar a Aliceth la Madre Irene, ahora sí debía de atajarla —María… Comprendemos que estés molesta con el Juez Frollo, pero… Me parece que el Juez está haciendo bien
—¿Haciendo bien?— Aliceth giró a la Madre Irene, incrédula por sus palabras. La Madre Irene no sabía cómo hacerle entender a Aliceth que, para la fascinación de ambos, el Juez estaba haciendo lo correcto.
—Aliceth, el Arcediano y yo temíamos que el Juez Frollo intentase sobrepasar sus límites contigo, de que te hiciera daño de alguna manera que… Nosotros no pudiéramos evitarlo, pero… Que el Juez esté tomando esa distancia entre ustedes dos me parece… Magnífico
—¿Magnífico?— Aliceth preguntó suspicaz ante las palabras de su ex Madre Abadesa.
—Bueno, vemos que el Ministro Frollo se da cuenta que se ha tomado ciertas libertades contigo que moralmente y ante los ojos de Dios no están bien vistas, y nos sorprende mucho que decida hacer lo correcto, que ponga límites entre ustedes
Aliceth quedó con la boca abierta, muda, no podía entonar ni una vocal.
—¡¿Se acaban de dar cuenta que les dije que Frollo está matando nuestra amistad?!
—Aliceth…— El Arcediano interrumpió a Aliceth —Lo que la Madre Irene se refiere es que no es correcto que tengas una amistad con Frollo, y parece que incluso hasta Frollo lo ha comprendido bien, nos extraña que no lo veas así, justo cuando dejaste el convento, dijiste que hablarías con el Juez para que respetara tus condiciones
Aliceth, quién estaba escuchando justo lo que no quería escuchar, se levantaba de la silla, aguantando las ganas de gritar, patalear y hacer un berrinche.
—¡Es que yo le había dado mi amistad y el la tiró por la borda!— Aliceth intentaba aguantar sus lágrimas, era el alma más incomprendida de Notre-Dame.
—Oh, Aliceth— El Arcediano y la Madre Irene al verla así, se acercaron a ella y la tomaron de sus hombros —Calma, niña, estás haciendo una tormenta en un vaso de agua. Tienes que comprender que hay una diferencia enorme entre ustedes dos, una diferencia de estatus, poder y edad… ¿Porque repentinamente quieres tener una amistad con Frollo?
—No es justo que el Juez Frollo sea cruel conmigo después de todo lo que hemos pasado…— Aliceth bajó su mirada a sus zapatos, aunque dicha afirmación provocó que el Arcediano y la Madre Irene presintieron que algo más existió.
—¿Aliceth…? ¿A qué te refieres con…?
La duda de la Madre Irene no pudo ser contestada ante el repentino sonido de tres golpes en la puerta. El Arcediano, a pesar de que era un momento delicado, se adelantó a abrir la puerta, y oh vaya, el Rey de Roma estaba detrás de esa puerta.
Frollo, quién tenía una cara sumamente seria, venía con el Arcediano y la Madre Abadesa a seguir hablando sobre los temas pendientes de la Catedral. Pero no imaginó ver la escena que presenciaba.
Aliceth, quién inhaló y exhaló bruscamente, uno de sus mechones rojos volando con su suspiro, se giró al Arcediano y a la Madre Irene, haciendo una reverencia marcada y rápida a ellos —Espero verlos pronto, nos vemos el siguiente domingo de adviento— Y sin más, se apresuró a salir con toda la apatía del mundo de la oficina eclesiástica —Con permiso— Y sin esperar a que Frollo se moviese, Aliceth salió empujando con su hombro con la fuerza necesaria para hacerlo tropezar.
Era ahora el turno de Frollo de estar confundido ante la actitud de Aliceth, y al girar al Arcediano y la Madre Irene, ambos no daban crédito a lo que veían. El, quién volvía a sentir la vergüenza y enojo de la desfachatez de su asistente personal, tuvo que hacer una reverencia rápida ante ellos.
—Mis disculpas, tengo algunos asuntos que atender…— Y sin decir más, Frollo fue detrás de Aliceth.
Lo único que atinaron el Arcediano y la Madre Irene, fue verse entre sí sin salir de su asombro y lentamente, asomar sus cabezas por la puerta, mirando a un desesperado Juez ir detrás de su Asistente.
—Válgame el cielo, ¿Viste esta escena dantesca? Sin duda Aliceth le guarda mucho rencor a Frollo. Ni siquiera cuando era novicia y Frollo la provocaba la había visto así de molesta— El Arcediano susurraba a la Madre Irene.
—Las palabras de María fueron reveladoras, parece que Frollo no es tan maligno cómo creíamos
Pudieron escuchar un portazo a lo lejos, era la puerta de la abadía.
—Creo que la pobre criatura tan sólo añoraba una amistad sincera con el Juez. Y sabiendo el carácter de Frollo, debió de herirla con su proceder…
El Arcediano se lamentaba de que Aliceth estaba herida de su alma, pero era mejor que se mantuviera lejos del Juez. Más la Madre Irene, más allá de su vocación de Madre Abadesa y dedicación de años al Señor, su intuición femenina detectó más que el Arcediano.
—No estoy tan segura, Arcediano. Me temo que el corazón de María Aliceth anida algo más que sólo cariño amistoso por el Juez
Fue el turno del Arcediano de quedarse sin habla, mirando pasmado a la Madre Irene, tartamudeó apenas su garganta le dejó hablar.
—¿I-Insinúas que… La muchacha tiene sentimientos prohibidos por Frollo?
Y sin más, la Madre Irene asintió lentamente. El pobre Arcediano sentía que iba a desmayarse ante la confirmación.
—Así es. Debemos de rogar al Señor de que el Ministro jamás perciba tal cosa, podría aprovecharse de los sentimientos de María. Roguemos porque sean sentimientos pasajeros para ella y que, ahora que tiene el camino a elegir, pueda conseguir un buen prospecto que la respete
Mientras que la Madre Irene veía aún la puerta de la abadía, profundizando en sus pensamientos, el Arcediano ya había empezado a rogarle a Dios de que por favor, de ser reales aquellos sentimientos de Aliceth, la alejara de aquella equivocada bruma del amor.
…
