XXIX: La absolución del perdón
Aliceth andaba entre los pasillos de las bancas apresurada, sosteniendo sus faldas, no sin antes de salir por completo de Notre-Dame, darse la vuelta para hacer la genuflexión, pero al hacer la seña de la Santa Cruz, percibió al Juez Frollo caminar aprisa a ella. Dejando escapar un bufido, Aliceth se persignó apresurada, pero antes de salir, Frollo la alcanzó y le tomó de su brazo.
—Te daré cinco minutos para que me des una explicación de tu comportamiento frente al Arcediano y la Madre Irene— Enunció Frollo con esa rígida voz. Suficiente tenía que haber visitado a Quasimodo para soportar ahora otro berrinche de Aliceth.
—No necesitaré ni un minuto porque no le diré— Y soltándose del brazo de Frollo, Aliceth caminó fuera de la Catedral, Frollo, sintiendo sus venas calentarse, fue tras Aliceth, quién ya se estaba subiendo al carruaje de ambos.
Cuando Frollo subió, vio a Aliceth emberrinchada mirando a la ventana. Al avanzar el coche jalado por los caballos, Frollo se sentó a su lado y volvió a jalar el brazo de Aliceth.
—No repetiré, María, ¿Porque tuviste esa actitud cómo si fueras una niñata frente al Arcediano y la Madre Abadesa?
Ella, quién no se dignaba en verlo, suspiró y se removió en su asiento, finalmente respondiendo.
—No le concierne porque usted dijo que entre nosotros sólo hay una relación laboral
En verdad, Aliceth tenía cómo propósito sacar de sus casillas a Frollo.
—¡Esto si me concierne porque eres mi Asistente y eres parte de mis deberes y obligaciones! ¡Así que no me contradigas, niña insolente!— Frollo volvía a su estado natural, la ira. Aliceth continuaba ignorando sus arrebatos, al grado de darle la espalda. Frollo sentía que todo el coraje y la furia quedaban atoradas en su garganta —¡Maldita sea, María! ¡¿Cuál es tu propósito de atormentarme de esta manera?!
—Ninguno, Su Señoría— Aliceth procuraba y cuidaba su lengua de que no se le escapara un "Mi Señor", cosa que Frollo ya había notado tiempo atrás.
—¡No me contradigas, María!— Frollo finalmente la tomó de sus hombros y la giró bruscamente a él, siempre esa rudeza cuando su rabia lo sobrepasaba —¡Reconoce que tu comportamiento frente al Arcediano y la Madre Abadesa fue inaceptable!
—Y usted reconozca que lo que hizo en su antiguo hogar fue digno de un niñato…
Los ojos oscuros de Frollo se abrieron de estupor, ¡¿Aliceth todavía seguía apesadumbrada por los conflictos del pasado?!
—¡No empieces de necia de nuevo, María! Esta mañana he reconocido mis errores y tu dijiste que estaba olvidado
—Pues lo he reflexionado y me arrepentí, recojo mi perdón
Frollo sentía que iba a estallar, realmente esta mujercita le sacaba lo mejor y lo peor de él.
—¡¿Y a qué viene esa manía tuya ahora?! Poco aprendes de las misas de cada domingo, poco aprendes del perdón
—Ay, su Señoría, usted es el menos indicado para hablar del perdón— Aliceth escupió volviendo a darle la espalda, suficientemente dramática para que su cabello golpeara la cara de Frollo. Claude no tenía la más mínima noción del repentino y brusco cambio de actitud de Aliceth, de esos que le disgustaba, y esta vez, convirtiéndose lo más caprichosa posible.
—Basta de tus insolencias, ¿A qué se debe este histrionismo?
Aliceth, quién seguía de brazos cruzados contemplando por la ventanilla, hizo un ademán sacudiéndose y virando sus ojos, respondió las preguntas de Frollo.
—Precisamente mi conversación con el Arcediano y la Madre Irene fue de usted. Me preguntaban si me había estado tratando bien y cómo ha sido mi experiencia en el Palacio de Justicia. Naturalmente estaban preocupados por mí, pero mientras nuestro parloteo continuaba, me preguntaban por la clase de relación que usted y yo tenemos, exactamente cuál clase… ¿Y sabe qué? Les mencioné un poco de lo que ocurrió en su viejo hogar
El rostro de Frollo empalideció al extremo apenas escuchó las palabras de Aliceth, el pánico interno externándose con el sudor frío y sus manos enjoyadas sacudiéndose.
—¿Qué hiciste? ¡¿Qué les dijiste María?! ¡Habla ahora!
—¡No les dije nada sobre mi pesadilla y el desafortunado incidente que tuvimos en su lecho!— Aliceth gritó tan alto que Frollo casi le daba por impactar su palma en los labios de la pelirroja imprudente. Cualquiera que haya estado cerca del carruaje pudo haberlos escuchado, pero logró atajar el nefasto impulso visceral —Pero al recordar lo desalmado que fue conmigo, me hizo pensar que quizá perdone todos sus errores con facilidad, sin darle tiempo a que usted reflexione cómo debe de ser…
Las orbes castañas de Aliceth acechaban desafiantes a su Juez, con su paciencia, esperando la respuesta de él. El mutismo reinando entre ambos. Los ojos oscuros de Frollo se entrecerraron ante la nueva intrepidez de Aliceth. Ahora no podía disculparse sin creerse perdonado, ahora en cualquier instante, si a la mujercita se le ocurría, podía recogerle el perdón y continuar con el resentimiento. Que descaro.
—¿Insinúas de que no siento culpa por mis errores, niña testaruda?— La voz de Frollo en un sigiloso y frío susurro —No sabes todo lo que he vivido y hecho para redimir todos los pecados que he cometido… Y desearía con el alma que mis errores contigo fuesen mis peores pecados…
Las cejas de Aliceth dejaron de fruncirse al escuchar la singular confesión de su Superior, más no bajaba la guardia. Dentro de Frollo, existía una profunda agonía que cubría perfectamente bajo la máscara de un Juez Virtuoso.
"No hay paz para los malvados" volvieron a resonar las palabras de las Sagradas Escrituras en su cabeza, resonando cómo las campanas de Notre-Dame.
—Y no te culpo, eres demasiado joven para comprender muchas cosas, entre ellas la carga que llevo, las cruces que cargo… Así que te lo advertiré: No ganas nada con estos juegos infantiles
Aliceth bajó su mirada y elevó una de sus cejas, parecía que la cavilación se hizo de lugar en sus pensamientos. Frollo observó con curiosidad, esperando que Aliceth no preguntarse cuáles eran esos pecados del pasado que cargaba crónicamente.
A pesar de que el aura se tornó en una tensión tan pesada instalada en los hombros de ambos, Aliceth no iba a detenerse para hablar de su sentir —No niego que usted tenga sus propios problemas y culpas, al final, todos cargamos con nuestros pecados, y sólo Dios sabe con cuales son…
Fue el turno de que Frollo elevará su ceja, ¿Aliceth tenía sus propios pecados? Su fuego interior anheló conocerlos, pero este se extinguió conforme de la boca de Aliceth continuaban saliendo palabras.
—Pero… Eso no lo exime de responsabilidades… Sabe que tengo razón, mi Se… Mi Señor…— Aliceth, rendida al darse cuenta que el nombramiento se le escapó entre sus labios, no pudo evitar dirigirse así a Frollo —...Lo único que le pido es que tenga consideración de mis sentimientos, deje de tratarme cómo a una tontaina y asuma su parte de fallo…
Frollo no pudo hacer más que respirar hondo.
—Tal vez tengas razón…— Claude admitió a regañadientes, Aliceth parpadeó, no esperaba la victoria ese día, y tampoco esperó que la máscara del Juez empezará a quebrarse. Suspirando, Frollo acerca su mano al rostro de Aliceth, acariciando su mejilla. —Perdóname…
Y una pequeña y un tanto absurda sonrisa nació de los labios de Aliceth.
La joven permitió que Frollo acariciase su mejilla, era reconfortante recuperar ese "algo" que existía entre ambos, esa intimidad y fraternidad que a ojos de otros sería un escándalo. Poco a poco, los dos se acercaron, otra vez volviendo al contacto físico, ese particular lenguaje que sólo entre ellos podían leer, escribir y comprender.
Aliceth elevó sus ojos a Frollo, las emociones bullían dentro de ella. A su mente volvió el recuerdo de Frollo joven y el sueño que tuvo con él… ¿Y sí ese Claude Frollo estaría escondido bajo la fachada de Juez? Estremeciéndose, Aliceth acercaba su rostro al de Claude, curiosa de saber si en los ojos del Ministro, existía un vestigio del joven Claude Frollo, de aquel joven de ojos tristes.
Claude y Aliceth volvían a sentir su conexión avivarse, a pesar de que para los demás, esa conexión era sinónimo de falta a la moral y a los valores cristianos. Dentro de Aliceth, deseaba descubrir por sí misma si aún podía recuperar a Claude.
Más la sensatez se apoderó de su juicio, y antes de plasmar uno de sus peores pecados en los labios de Claude, dirigió su rostro al hombro de Frollo y se limitó a abrazarlo cómo siempre.
En el fondo, Claude Frollo se quedaría con la duda si Aliceth intentó besarlo en esa ocasión. Encomendándose a que Aliceth seguía siendo pura de pensamiento, la rodeó en ese abrazo protector, y ella se dejó envolver. Aunque las disculpas fueron dichas en su cara, Claude no dejaba de dar pequeños susurros en su oído, más disculpas pequeñas y cercanas. Oculta en la tela oscura, los labios de Aliceth no podían abandonar su sonrisa.
Al apartarse, Claude sostuvo a Aliceth y juntó su frente con la de ella, se tomaron su tiempo para sentir su amistad revivir y volver a la existencia. Los dos tuvieron la necesidad de cruzar la línea, pero no deseaban arriesgarse a arruinar su amistad recién resucitada.
De parte de Claude, con algo tan vil cómo la lujuria, y de parte de Aliceth, con algo tan precioso cómo el amor.
…
Los días pasaban, el Invierno se dejaba entrever cada semana, todos los parisinos anhelando con emoción la llegada del 24 de Diciembre. Pero faltaba una semana para que se llegase la fecha del nacimiento de Jesús.
Con la espera, la dulce y vibrante Aliceth tenía una pequeña huella en su corazón que, sí no la sacaba de esta, juraría que se volvería loca. Con apoyo de Joanna, logró dar con un artesano joyero, al cual le pidió una encomienda secreta. El artesano no comprendió del todo porque debía de ser secreto, pero lo hizo de todas formas. No fue nada barata y tuvo que sacrificar de sus joyas menos queridas, pero tenía que sacar la devoción de su pecho, sino, se ahogaría con esta.
Aliceth estaba sentada esa tarde leyendo su biblia en silencio cuando escuchó que tocaron la puerta. Aliceth tan pronto se puso de pie y se dirigió a la entrada de su habitación.
—Joanna…— Sonreía Aliceth, quién vio a su querida amistad con un pequeño bulto entre sus manos.
—Señorita Bellarose…— Haciendo una pequeña reverencia, elevó la pequeña bolsa hacía la dama —...Ha llegado esto del taller del joyero. Ha dicho que ha terminado su encomienda
Los ojos castaños de Aliceth se iluminaron como rubíes apenas escuchó la noticia y con emoción, tomó la pequeña bolsa entre sus manos.
—Joanna… Muchas gracias…
—¿Necesita algo más?
—Por el momento no Joanna. Ve a descansar, hace frío… Gracias por todo— Sonreía Aliceth a su amistad. Joanna reverenció a Aliceth y salió de ahí, dirigiéndose a sus propios aposentos algo apurada, tenía mucho frío y no quería lidiar con este.
Antes de cerrar, Aliceth se aseguró de que no hubiese nadie indeseado a los alrededores. Al encerrarse en su habitación, la joven caminó de vuelta al diván, emocionada de ver esa encomienda vuelta realidad.
Abrió el bolso, dejó caer a su mano el secreto y la sostuvo. Era una joya nueva, una bastante sencilla a consideración de todo lo que la joven Bellarose solía usar, pero podría ser esta la más valiosa de todas. Entre sus dedos, Aliceth sostenía una cadena de oro con un dije sencillo. En el dije, las iniciales "CF".
¿Estaba perdiendo la cabeza? ¿No estaba desperdiciando su tiempo? ¿O estaría cruzando una línea?
"No, no si nadie más lo sabe" Aliceth pensó para sí con una enorme sonrisa imborrable en su rostro. Esa joya jamás saldría a la luz, pero mientras estuviese sola en su habitación, sin miradas intrusas, ni siquiera las del dueño de aquellas iniciales, sólo en esas circunstancias ella usaría ese collar.
Tan pronto dejó de admirar, sus dedos volaron a su cuello, el dije reposó entre sus clavículas, y con ese pequeño secreto entre su piel y huesos, Aliceth retomó la palabra sagrada del Señor.
…
