XXX: Natividad
El resto de domingos de adviento pasaron sin pena ni gloria, los cuales sólo aumentaban la anticipación de los feligreses por la fecha más especial del año para muchos. Los devotos estaban preparándose para el 24 de Diciembre, la fecha del nacimiento de Jesús. Cada 24 de Diciembre se daba lugar a una gran aglomeración en las calles de París desde la primera hora del día. Las casas que no estaban decoradas se hacían adornar con ramas de muérdagos y acebos, coronas adornaban cada puerta, y las que ya estaban decoradas, volvían a agregar más detalles invernales. En algunos patios de las casas se estaban haciendo los respectivos sacrificios para la cena, tenían que ser abundantes para romper el ayuno del adviento, y muchos ansiaban por que llegara la hora de la cena.
Algunos hogares que tenían la fortuna de tener sus propios árboles, los más pequeñines disfrutaban en decorarlos, aunque fuese una tradición pagana, era una de esas que tomaban prestadas, para mantener viva la ilusión de los niños. Dios entendería y no se molestaría con ello.
Al atardecer, se acercaba la Vigilia Vespertina Navideña, o conocida entre la población cómo la Misa de Gallo, todos vestían de sus mejores ropajes y se preparaban para ir al templo de Notre-Dame a celebrar.
Desde la altura de una de las ventanas del Palacio de Justicia, Claude Frollo contemplaba el desfile del vulgo dirigiéndose a la Catedral. A pesar del gran significado de la natividad y todo lo que conllevaba, para Claude era un festejo vacío y sin sentido, ¿Acaso Claude había perdido su fe devota a Dios y a la religión católica? ¡Por supuesto que no! Pero Frollo tenía sus razones para apenas festejar esta fecha significativa.
Por más creyente y fiel que fuese Frollo a su religión, sólo en esta existía una sola cosa que se le cuestionaba, una cosa que Frollo detectó años atrás en su juventud y se llevó con ese desengaño desde entonces: Que el nacimiento de Jesús fuese en inverno. Para Frollo, desde el momento que su mente empezó a cuestionar la navidad, no tenía sentido que el hijo de Dios naciese en un pesebre a la intemperie del frío, más en la Tierra Santa, un lugar que, a pesar de que se decía en libros y manuscritos que era un eterno caluroso lugar, no sería una estación indicada para parir a un bebé casi al aire libre.
Frollo se acomodaba su birrete en su cabeza, este festejo le parecía una falta de respeto a su salvador, ¿Por qué? Cambiaron la fecha para evangelizar las fiestas paganas, ignorando y dejando al olvido la verdadera fecha del nacimiento de Jesús. Tal vez sólo necesitaban un pretexto, pero Jesús no debía de ser considerado una excusa, no al salvador.
Cuando intentó salir, se miró al espejo antes de abandonar sus aposentos, su atuendo era diferente por la ocasión: Una toga negra con mandas largas y abombadas, bordados en morado y con hilillos de oro, pantalones oscuros con botas de cuero, lisos y brillantes, un exuberante collar en el que tenía incrustaciones de rubíes y esmeraldas. Para el frío, una gran y pesada capa azabache lo acompañaría junto con guantes de piel de cabritilla que le llegaban hasta los codos.
Oh, y por supuesto, su birrete.
Al salir de sus aposentos, con una bolsa de tela entre manos, los guardias alrededor suyo reverenciaban, sin atreverse a ver los pasos usuales que daba Frollo hacía la habitación de la única mujer que lograba desestabilizarlo. Se dirigió a los aposentos de su dulce asistente personal, tocando la puerta tres veces antes de entrar.
—¿Aliceth? ¿Puedo pasar?
—¡Un Momento!
Desde las paredes azules, Aliceth se quitaba apresurada su collar prohibido, guardándolo rápidamente en uno de sus pequeños joyeros de mármol, uno que fuese insignificante a los ojos de su Protector. Dejando su cuello sin adornos y sin pistas que delataran la tormenta invernal de su corazón, se dirigió a su puerta y abría a su Superior. Después de una compartida reverencia, Aliceth dejaba pasar a Frollo.
—Mi Señor, buenos días...
—Buenos días, María. Espero estes lista para nuestro día, que será demasiado ocupado
—Y que lo diga, Mi señor —Aliceth sonreía agachando su mirada y Frollo aprovechó aquel instantáneo momento para apreciar el atuendo de Aliceth: Un vestido azul rey de terciopelo bastante sobrio pero elegante, su cabello rojo recogido en una trenza y guantes a juego con sus accesorios. El Juez no pudo evitar levantar una ceja al ver el cuello desnudo de Aliceth, sin ningún collar que lo adornara.
—Pequeña...— Sus ojos oscuros señalando el cuello y pecho de Aliceth —...Pareces incompleta sin tus habituales adornos...
Aliceth, haciéndose la sorprendida, se llevaba su enguantada mano a su pecho y dejaba escapar un grito ahogado —¡Oh Mi Señor! Tiene razón— Dándose la vuelta, Aliceth se dirigió a su tocador —Debe de haber un collar que vaya a juego con...
Y sin que lo esperara o siquiera sospechara, este simplemente deja caer a su mano el contenido de la bolsa, aclarando su garganta, Aliceth veía el enorme collar de zafiros engarzados en plata en la mano de su Superior. Las mejillas pecosas de la pelirroja se volvieron cómo sus rizos.
—Mi Señor, n-no debió de...— El dedo índice de Frollo calló las protestas de Aliceth antes de que nacieran.
—Supongo que hasta en la Iglesia están acostumbrándose a festejar en estas fechas tradiciones paganas, pero no estaba dispuesto a esperar hasta el día de Reyes para darte este obsequio, la ocasión lo amerita...— Los ojos de Aliceth se iluminaron y no pudieron evitar ver a las orbes oscuras de Frollo —... Permíteme...
Girándola de vuelta al espejo, Aliceth contempló cómo las manos de Frollo posaban el collar de zafiros en su cuello. Ella no pudo evitar tentarlo después de sentir el metal en su piel —Esto es demasiado... Pero se lo agradezco, Mi Señor...— Aliceth giró a Claude, sonriendo cómo una pequeña niña después de recibir su juguete favorito de obsequio.
—Debes de lucir enjoyada, debes de brillar cómo una piedra preciosa. Recuerda nuestro compromiso después de la misa de natividad...
Aliceth tragaba saliva, su estómago temblando ante la mención del compromiso, lejos de algo bastante malo, en realidad, era de anticipación, de alegría, de finalmente vivir una de las cosas que tanto ansiaba desde que pisó el Palacio de Justicia.
—¿El festejo en el palacio real?— No podía ocultar el entusiasmo en sus palabras y el brillo de sus ojos.
—Así es, mi pequeña María...— Decía Frollo mientras su mano posaba en el hombro de Aliceth —...Esta noche conocerás a todos aquellos nobles con los que me codeo por amor a nuestra ciudad. Tendrás que comportarte cómo la dama en la que te has transformado, en la que te he ayudado a convertir
Aliceth no podía evitar llevarse sus manos enguantadas a sus palmas, la sonrisa de oreja a oreja delataba el encanto y la ilusión que le prometía ese día. Los ojos marrones de Aliceth brillando cómo si fuesen rubíes.
—Conoceré a tantas personas importantes, personas de la nobleza, de la realeza, ¡Dios mío! ¡Tal vez llegue a conocer a los Reyes!— Ahogaba tantos gritos cómo su garganta le permitía —Se que debo mantenerme elegante y sobria, pero no le puedo prometer mucho cuando ocurra el primer baile— Aliceth sonreía más emocionada que nunca.
Aunque la ilusión de Aliceth derretía su corazón congelado, Frollo esbozó media sonrisa ante la pequeña advertencia de su protegida, el agarre en su hombro ligeramente se tornó un poco más firme, junto con un pequeño consejo.
—María, aunque la alegría de embargue, debes de recordar que estas siendo acompañada por el Ministro de Justicia de París, y cómo te he mencionado, deberás de comportarte cómo una dama, la discreción es fundamental en esta clase de eventos, María. No quiero escuchar rumores de la asistente del Ministro de Justicia que se descontroló en medio del baile real
Aliceth, bajando sus hombros con algo de pena en estos y en sus mejillas pecosas, sonrió algo avergonzada, eran ciertas las palabras de su Superior, si ella fue educada por el para ser una dama de alcurnia, debía de demostrarlo. No quería hacerlo pasar por vergüenzas.
—T-Tiene razón, Mi Señor, lo siento mucho... P-Procurare ser una digna representante de usted...
La sonrisa en Frollo se volvió completa, liberando el hombro de Aliceth, le ofreció su brazo.
—Ven, pequeña, debemos de disfrutar de nuestra primera natividad juntos...
Aliceth, quién volvía a tener esa extraña sensación de amenaza, su instinto insinuando que debería de tener cuidado, tomó con su mano decorada en su guante el brazo de su Superior. Al salir de la habitación, Aliceth no paraba de preguntarse, ¿Porque apareció de vuelta ese sentimiento? ¿Porque justo después de recuperar su amistad con Claude Frollo?
...
Cuando el atardecer se ocultó y el anochecer tiñó a la ciudad de oscuro, las calles fueron iluminadas con velas y antorchas, miles de feligreses salían de sus casas, entonando canciones rememorando el nacimiento de Jesús, de todo lo que José y María tuvieron que pasar para que pudiera nacer sano y salvo de la maldad que azotaba en aquellas épocas. Ahora todo relatado en melodías y villancicos.
Todos los creyentes se aglomeraban fuera de Notre-Dame, velas en las manos de cada uno de ellos, todos bien abrigados, los copos cayendo sobre sus capas y capuchas. La sonoridad se dejaba escuchar mientras que las pesadas puertas de la Catedral se abrían, dejando salir al Arcediano junto con sus acólitos, diáconos y monaguillos. Vestidos todos con túnicas blancas y estolas púrpuras, el Arcediano saludaba a todos y les daba la bienvenida a la misa de natividad.
—Que la luz de Jesucristo ilumine nuestros caminos y los llene de paz y amor eterno— El Arcediano dijo firme, elevando sus brazos a la aglomeración, haciendo la señal de la cruz, bendiciendo a todos los presentes —¡Adelante todos! La celebración aguarda por todos ustedes, sean bienvenidos, pasen y tomen asiento para iniciar la liturgia...
Las personas se dejaron ir, adentrándose al solemne templo, cada uno encontró un asiento para estar atentos a la misa de esa noche. Notre-Dame jamás se había visto tan bella, llena de luces, cada una representando la esperanza y la calma.
Frente al altar, el Arcediano abrió su biblia, entusiasmado por hablar de las sagradas escrituras donde se hablará del nacimiento de Jesús.
—Hablemos de uno de los versículos que explican con detenimiento y humanidad este divino momento: Lucas 2: "En aquellos días César Augusto emitió un decreto para que se hiciera un censo en todo el mundo romano. Este fue el primer censo que se hizo mientras Quirino era gobernador de Siria. Y cada uno iba a su propia ciudad a empadronarse. Entonces también José subió de la ciudad de Nazaret de Galilea a Judea, a Belén, la ciudad de David, porque era de la casa y del linaje de David. Fue allí para registrarse con María, que estaba comprometida para casarse con él y estaba esperando un hijo. Mientras estaban allí, llegó el momento del nacimiento del niño, y ella dio a luz a su primogénito, un hijo. Ella lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había habitación disponible para ellos. Y había unos pastores que vivían en los campos cercanos, cuidando sus rebaños por la noche. Se les apareció un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor, y quedaron aterrorizados. Pero el ángel les dijo: "No temáis. Les traigo una buena noticia que causará gran alegría a todo el pueblo. Hoy os ha nacido en la ciudad de David un Salvador; él es el Mesías, el Señor. Esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre". De repente apareció un gran grupo del ejército celestial con el ángel, alabando a Dios y diciendo: "Gloria a Dios en las alturas de los cielos, y en la tierra paz a aquellos en quienes descansa su favor". Cuando los ángeles los dejaron y subieron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: "Vayamos a Belén y veamos esto que ha sucedido, que el Señor nos ha dicho". Entonces se apresuraron y encontraron a María, a José y al niño que estaba acostado en el pesebre. Cuando lo vieron, difundieron lo que les habían dicho acerca de este niño, y todos los que lo oyeron quedaron asombrados de lo que les decían los pastores. Pero María atesoraba todas estas cosas y las meditaba en su corazón. Los pastores regresaron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, que era tal como les había sido dicho. Al octavo día, cuando llegó el momento de circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, el nombre que el ángel le había puesto antes de ser concebido."
Las novicias, quienes estaban vestidas con los hábitos de gala, no podían evitar sonreír al imaginar la travesía que María y José atravesaron para que pudieran tener al pequeño Jesús a salvo, quién lloraba al escuchar esas escrituras era María Aliceth, lo hacía en silencio. Era un poco obvio que iba a tener simpatía por la mujer quién inspiró su primer nombre, pero, más allá de la simpatía también existía la empatía, de saber que tal vez María estaba aterrorizada de que su pequeño recién nacido era conocido ya cómo el Mesías, pero tomaba todo ese miedo y lo transformaba en amor y protección para su pequeño.
Miraba de reojo a Frollo, quién estaba completamente absorto en ese pasaje de la vida de María, claro, era su Santa favorita, toda su atención puesta en ella. Aliceth bajó su mirada y no pudo evitar volver a ver la palma de su mano. Recordó las palabras de aquella bruja gitana que le profetizó una familia a futuro. La mano no pudo evitar caer dócilmente en su vientre, ¿Algún día sería madre cómo María? ¿Tendría la suficiente madurez y fuerza para proteger a su hijo, como María protegió a Jesús? Aliceth no pudo evitar mirar con solemnidad a su alrededor, observando a los caballeros presentes prestando atención a las palabras del Arcediano, ¿Quién de ellos sería su "José"?
María era realista, su corazón albergaba sentimientos confusos por Frollo, pero una parte de ella estaba haciéndose la idea de que eso sería temporal, quizá su corazón se volcaría pronto al verdadero padre de sus hijos, y que tal vez no estaba tan lejos de ella.
Era extraño, tantos años rechazando pretendientes impuestos por sus padres, negándose a la vida matrimonial, y ahora nacía el singular anhelo en la víspera de navidad.
La gota de la cera caliente cayendo a su guante le hizo salir de su fantasía dirigida por ella misma y volver a la misa, no podía distraerse pensando en cosas que todavía no ocurrirían todo gracias a una práctica pagana que hizo en el pasado. María prestó atención nuevamente, pidiendo perdón a Dios internamente por dejarse llevar por singulares pensamientos.
...
Una vez acabada la misa de natividad, las novicias volvían a preparar un enorme festín que era casi el triple de grandiosidad del que hicieron alguna vez en agosto para compartir con el resto de feligreses, llamado "el festín de noche buena". Al salir y ver a sus ex hermanas preparando todo con dedicación, ella se encogió de hombros, recordando el desastre hecho en el "festín de la misericordia", aquel donde tuvo su primer enfrentamiento serio con Frollo.
Pero ella ya no era más una novicia y Frollo era ahora uno de sus amigos más cercanos.
Además, los planes de Aliceth no eran estar presentes en aquel festín, sus planes eran otros, unos un tanto más interesantes.
Mientras que el Arcediano miraba cómo la celebración iba sin ningún incidente, el Ministro de Justicia y su Protegida se acercaban a él.
—Frollo, Aliceth...— Por supuesto, el nudo en su estómago volvió apenas los vio juntos de vuelta. Recordó las palabras de la Madre Irene sobre los supuestos sentimientos que albergaba la jovencita por el tirano que tenía al lado suyo, pero intentó mantenerse sereno —...Que gozo verlos en esta sagrada noche
—Igualmente, Arcediano— Aliceth y Frollo hacían una reverencia marcada, señal de respeto —... Ha sido una celebración tan conmovedora, casi me hacía llorar, si soy sincera— Aliceth reía nerviosa, mientras que su nariz se tenía carmesí causa del efecto invernal a los alrededores.
—Felicitamos su elocuente homilía, ha sabido honrar el nacimiento de Cristo
El Arcediano agradecía a Frollo y a Aliceth por sus felicitaciones, aunque albergaba otra cosa que no estaba completamente de acuerdo: Los trajes de ambos bastante opulentas y exuberantes, contrastando con el resto de creyentes cuyos prendas eran humildes y serviles. De Frollo se lo esperaba, siempre en fechas especiales debía de restregar al resto de París del poder que tenía y en esas ocasiones lo hacía a través de la vestimenta. Temía por Aliceth, quién se dejará impresionar por los lujos que Frollo le ofrecía bajo su protección.
—Muchas gracias a ambos, no podía hacer menos por una fecha tan importante como esta. Por favor, sean bienvenidos al festín, a continuar en comunión
Pero apenas soltó la invitación, Frollo se apresuró a rechazarla cordialmente.
—Lamentablemente no podremos unirnos, Arcediano. El rey me ha encomendado una misión especial esta nochebuena
—Oh, que pena— El Arcediano mencionó con pesar, el único hombre al que Frollo no podía desafiar sus órdenes, el Monarca de Francia—Espero sea una tarea que glorifique al Altísimo
Frollo no pudo evitar sonreír con sorna disfrazada de afabilidad, por supuesta que la tarea era cualquier cosa excepto glorificar al Señor —Así lo espero. Le ruego nos disculpe, pero debemos partir pronto
Aliceth se adelantó a Frollo y se despidió del Arcediano con un sincero y fuerte abrazo. El cariño entre ellos perduraba aún.
—En ese caso, que Dios guíe sus pasos. Felices fiestas a ambos
—Gracias Arcediano, igualmente, que la paz lo acompañe
Frollo y Aliceth se despidieron del Arcediano, y él, de costumbre, ofreciendo su brazo a su acompañante. Aliceth sostenía y ambos caminaron entre la multitud, ya que su carruaje fue estacionado algunas cuadras atrás debido a la aglomeración. El Arcediano miraba con pesadumbre la escena, si Frollo supiera de los verdaderos sentimientos de Aliceth (O al menos eso era lo que sospechaba la Madre Irene), él se aprovecharía cual depredador y Aliceth caería en la perdición.
Su deseo de navidad fue que Dios protegiera a Aliceth de toda maldad. Incluida la de Frollo.
...
La luz de la luna llena iluminaba los caminos de piedra que conducían al intrigante baile auspiciado por el Rey Louis XI, ayudados con antorchas a los bordes del empedrado que señalaban el sendero correcto para llegar al Palacio de Fontainebleau.
Conjeturas y rumores de los invitados de la corte se dejaba escuchar mientras que los carruajes llegaban a sus destinos, ¿Porque el Rey decidió hacer el baile de navidad en un Palacio no muy habitual de sus preferidos? Sobre todo, ¿Porque elegir en especial este recinto para celebrar la gran fiesta navideña? Fontainebleau distaba varias leguas de la capital.
A lo lejos, la fachada del imponente palacio se dejaba ver entre el cielo estrellado, sus tejados cubiertos por una bella capa invernal, desde dentro, invitaba a cualquiera a reunirse para compartir iluminación y calor.
Cada carruaje se estacionaba, salían hombres de la corte acompañados por sus damas de honor, esposas deseando escuchar y entonar los cotilleos más recientes de la Sociedad Francesa, y por supuesto, damiselas puestas y presentadas en sociedad, deseando encontrar un buen prometido en esa noche navideña. Al desplegarse de la caminata de piedra, se filtraban desde el interior de las paredes de piedra la música y risas. Desde fuera, mayordomos bien abrigados recibían a los invitados y los dejaba pasar. la nobleza francesa descendía para adentrarse en el misterio de aquella fiesta fuera de lo común, incluso ante la fecha del festejo.
Pronto, llegaba un carruaje que su sonido imponía a metros de distancia, los mayordomos reconocieron la silueta del carruaje completamente cubierto, tragando saliva, uno de ellos habló en voz alta que llegaba el carruaje del Ministro de Justicia de París. Incluso invitados de la corte que estaban tomándose el tiempo de llegar al castillo, lo hicieron a prisa.
Uno de los lacayos bajaba del carruaje y se dirigía a abrir la puerta. La figura imponente de Frollo con sus vestiduras más sofisticadas y selectas , bajando paso a paso de los escalones, Frollo divisó a lo lejos algunos nobles sonreír tensamente al notar su presencia. Frollo sonrió por igual, sin saber esos nobles la sortija que lo asistía cómo su doncella.
Esperó al lado de las pequeñas escaleras, su mano estirada para sostener la palma decorada de su protegida, la cual sostuvo cuando ella decidió salir. Al bajar los escalones, Aliceth no pudo evitar quedar boquiabierta al contemplar al magnifico Palacio de Fontainebleau en su gran esplendor, la belleza arquitectónica que se elevaba por los cielos nocturnos. El resplandor y calidez que se dejaban ver por las ventanas, al igual que la música y los murmureos, sacado de los cuentos de hadas que siempre le relataban de pequeña antes de dormir. La pequeña niña que dormía en el interior de Aliceth despertó para sonreír con alegría infantil.
Frollo, al darse cuenta de la sentimental reacción de Aliceth, la hizo volver a su mundo dando pequeños toques en su dorso.
—Veo que el castillo ha sido de tu agrado, pequeña
Aliceth, saliendo de su impresión, miraba a Frollo con sus mejillas sonrojadas y su sonrisa de oreja a oreja.
—Es tan magnífico, Mi Señor, nunca había visto un palacio tan hermoso...
La joven asistente de Claude no paraba de ver el panorama frente a ella, los carruajes, las damas de la corte llegando con vestidos pomposos, peinados exagerados y joyas en galantes, la nieve cayendo, dando un toque más mágico y delicado al paisaje.
—Gracias por permitirme compartir este momento con usted, Mi Señor— Aliceth murmuró a Frollo, el cual hizo que el frío interior de su corazón sintiera un minúsculo atisbo de ardor.
—¿Vamos?
Sin esperar a más, los dos caminaron, sosteniéndose el uno al otro, dirigiéndose a la entrada. Los mayordomos hicieron la reverencia y el que dirigía a todos se acercó a ambos.
—Su excelencia, Señorita, bienvenidos —Una marcada reverencia a la pareja —Permítanme mostrarles la entrada al "chateau de Fontainebleau", permítanme cuidar de sus abrigos por favor, y disfruten de la noche
Aliceth tragó saliva, sosteniéndose de Frollo y adentrándose junto a él, intentaba pretender que era una dama que ya había asistido a esta clase de bailes, pero jamás a uno cómo estos. Al entrar a la sala de baile, hizo reunión de todas sus fuerzas por contener un grito ahogado, la gran sala engalanada con tapetes, candelabros, tapices y velas. Al fondo, la banda de música replicando y entonando melodías que hacían danzar a varias parejas en medio de la pista de baile. Nada en su vida, ni los cuentos, la habían preparado para tanta magnificencia y luz.
En cuanto a Frollo, al sostener a Aliceth así frente a todos quería dar un pequeño e insignificante mensaje: No cualquiera podía acercarse a ella. Un mensaje dirigido a todos dentro del palacio, incluidos los hombres solteros que deambulaban en búsqueda de fortuna a través de una prometida. Era claro, ¿Quién quisiera acercarse a la joven dama que estaba al lado del tétrico Ministro de Justicia de París?
Claro que el par no pasó desapercibido, los susurros al notar la presencia del Ministro se volvieron más frecuentes pero menos audibles para el oído del Juez.
—¿Has visto? El Ministro Frollo ha llegado, ¡Pero no llegó solo como de costumbre! ¡Trajo a una pareja esta noche!
—¿Una pareja?— Dos damas de alcurnia trataban de descifrar la escena en puesta frente a ellas —¡Pero si es una niña!
—Por supuesto, pero todo apunta que debe de ser una familiar lejana de Frollo
—¿Familiar lejana? ¿Quizás una hija bastarda de Jehan Frollo?
—¿O su propia hija bastarda?
—Por supuesto que no, el Juez siempre ha sido tan ortodoxo al catolicismo que se cree que hizo votos de castidad a pesar de no pertenecer al sacerdocio
Mientras que Frollo y Aliceth caminaban y se encontraban con conocidos de Frollo, saludándolos y reverenciándoles, teniendo pequeñas charlas, más damas y esposas de nobles daban sus propias teorías, no era posible que una dama tan hermosa estuviese del lado de Claude Frollo.
—¿De dónde habrá salido esa ratoncita tan cercana al Juez Frollo?— Una mujer de mediana edad con un vestido tan ceñido que apretaba su cuerpo miraba con lejano desdén a la pareja. Otra mujer de mayor edad sacaba sus propias conjeturas.
—¿No lo ves? Hasta acá apesta que la damita tiene grandes ambiciones que logró capturarlo, ¿Acaso tú estarías dispuesta a emparejarte con el Ministro?
—¡Por Dios! ¡Libranos del mal!— Persignándose, las dos damas intentaban no reír tan fuerte —Tienes razón, tarde o temprano el Juez iba a caer ante una cara bonita, y que valor de la jovencita
—Seguramente el Juez Frollo ha dejado de ser un inmaculado, que no nos sorprenda una apresurada boda cuando los planes de la rojita hayan dado sus frutos
Las dos damas empezaron a reír con fuerza que casi dejaban caer sus bebidas. Risas que no pasaron desapercibidas para el Ministro. Advirtió que la presencia de Aliceth causaría un posible revuelo entre los asistentes, más entre las asistentes femeninas. Aliceth, quién seguía embalsamada con el lugar, no se daba cuenta aún de que ya tenía más de mil teorías sobre su origen, la mejor de todas, ser una familiar muy lejana de los Frollo que estaba siendo presentada en sociedad o de las menos favorecedoras para su reputación, ser una hija bastarda del Ministro que apenas estaba reconociendo o una mujer en búsqueda de riquezas y un buen lugar en la corte.
—Acompáñame Aliceth— Frollo dirigió a Aliceth a través del salón —Creo que es momento que debas conocer a diferentes mujeres de la corte
—¿A las Damas de la corte? ¡Oh! ¡Que emoción!— Aliceth se sentía más entusiasmada de conocer a más mujeres, más Frollo detuvo ese entusiasmo para dar una pequeña advertencia.
—No te precipites, Mi María, conozco a las mujeres de esta posición, nada diferentes a tus ex hermanas del convento
La sonrisa de Aliceth se desvaneció al sentir una nada bienvenida sensación de mal augurio al escuchar la afirmación de Frollo.
—¿Qué? ¿Son como ellas?
—Sin duda, pero si en el convento de Notre-Dame tus hermanas eran pequeñas culebrillas, en la corte son las verdaderas víboras. Pequeña, no debes de ser su ratón para dejar que te devoren, se un águila para devorarlas
Al escuchar el consejo de Frollo, se sostuvo con fuerza de él, Aliceth asintió a las palabras de su Superior, y se preparó para cualquier intento de ataque a su prestigio. Frollo la dirigió al grupo de mujeres conformadas por las esposas de los nobles de la corte del Rey, compañeros de Claude Frollo.
Al saludarlas con un nada efusivo saludo, las damas respondían a coro mientras que Aliceth reverenciaba a ellas.
—Permítanme presentarles a María Aliceth Bellarose, ella es mi Asistente Personal en el Palacio de Justicia y Protegida a la vez
Las mujeres no pudieron evitar mirarla de pies a cabeza, tratando de encontrar un error, un defecto, un desperfecto en ella, Aliceth saludó a todas siendo amable, sin bajar la guardia. En cada mirada podía sentir la hostilidad larvada de la que Frollo presagió, pero ella ya no era una novicia ingenua de Notre-Dame.
Justo en ese instante, un duque saludó a Frollo y le pidió que por favor formará parte de una conversación entre otros caballeros, Frollo tuvo que dejar a Aliceth atrás, sabiendo que las doncellas no se atreverían a abrasarlas por dos razones, la primera: Aliceth sería lo suficientemente inteligente para desviar cualquier comentario ponzoñoso a su persona, ¿La segunda? Es protegida del Ministro Frollo, nadie realmente quisiera tener problemas con el Ministro Frollo.
—¿De los Bellarose? No he escuchado ese apellido jamás en mi vida— El primer ataque se avecinaba —Me parece que no es un apellido... Honorable
Aliceth no esperó que lo primero que atacarían fuese a su apellido y familia, pero debía de mantenerse firme.
—Ciertamente no es un apellido perteneciente a las grandes casas de las que acostumbran a relacionarse, pero mi familia es considerada privilegiada en nuestra pequeña Alsacia. Mi familia se encomienda y sigue la palabra de Dios, y considero que eso sea... Honorable
La cara de desagrado de la dama no se hizo esperar, así que otra iba a ir en apoyo.
—Vaya, que bonito vestido y que lindo collar— Un comentario con dobles intenciones se dejaba llegar—Esa vestimenta es tan preciosa y ostentosa para una simple asistente personal
Aliceth miró sus vestiduras y les dedicó una sonrisa segura.
—El Ministro Frollo es muy generoso con mi salario gracias a los servicios y la gran ayuda que le proporciono
Aun sonriente, Aliceth miraba al grupo, parecía que no iban a dejarse de una simple sierva les iba a responder.
—Esas joyas no creo que hayan pertenecido a los Bellarose, me parece que debió de conseguirlas de otra forma
Aliceth tocó el collar de zafiros reposando en su garganta. Necesitaba fuerza para responder.
—Me temo que no, no pertenecen a mi familia, pero ser protegida de un hombre tan influyente cómo el Ministro Frollo tiene sus ventajas
¡Que insolente era esta muchachita! ¡Una sierva que se creía con el derecho de responderles a ellas, las que la nobleza corría por sus venas, sólo porque era protegida de uno de los hombres más importantes en la corte del Rey! Eran los diversos pensamientos entre las mujeres, quienes no querían recibir más contestaciones, pero querían terminarla de humillar.
—Es de mala educación aprovecharse de tu "bondadoso" protector para sacarle regalos
—Estoy de acuerdo con usted, aunque temo que me es más de mala educación tener que rechazarlos. Mire que cada vez que el Ministro tiene oportunidad, después de mi jornada laboral, en mi habitación aparece un nuevo vestido o una nueva joya, ¡Ni siquiera me da la oportunidad de declinárselos! Supongo que deben de ser incentivos por mi lealtad a Mi Señor
Con las palabras dichas de su boca, Aliceth permaneció en silencio con una amigable cara, ella sabía que no merecía esos desprecios, por más valor que tuvieran los apellidos o más pesados estuviesen sus vestidos.
Pero aquellas mujercitas no querían dejarse de la "vilana de Alsacia", y aún proseguían hasta sacarla de sus cabales y dejarla mal ante todos.
—Vaya... Parece que el Ministro realmente te consiente con esos regalos... Me pregunto qué clase de "servicios" le das al Ministro para que te compense con vestido y regalos
Aliceth, cuya sonrisa desaparecía de poco a poco y sentía una pequeña furia latente, estuvo a punto de responder la insinuación más directa a su persona, cuando de pronto una voz más firme y grave se escuchó detrás de ella.
—Se encarga de enlistar mis citas, archivar documentos de importancia real, redacción de borradores de cartas, apoyarme con reescrituras, y de ser necesario, su acompañamiento a reuniones y eventos sociales
Al volverse sobresaltadas, vieron al imponente Frollo, quién las había escuchado azorrillar a su dulce protegida con viles preguntas venenosas. La severidad en sus ojos enmudeció al resto de las mujeres. Aliceth en cambió, contuvo una risa.
Atravesando el grupo, Frollo se puso a la par de Aliceth y la tomó de su brazo. Las damas apenas balbucearon disculpas, incapaces de sostenerle la mirada al intimidante Juez.
—¿Duquesa Camille Lombard?— Frollo preguntó por la última dama que intentó humillar a Aliceth, sintiendo su sangre caer a sus plantas. Más Frollo estaba listo para humillarla en su lugar —Temo que las cacerías del Duque Lombard no son más que viles cuentos para cuidar de su calma
—S-Su excelencia, no creo n-necesario que intente aclarar los tiempos de mi marido, m-me parece que—
—Me temo que las cacerías en vez de darse lugar en las afueras de París se dan lugar en los burdeles más rancios de la Ciudad
Los labios de Aliceth no pudieron contener la risa, tuvo que llevarse su mano enguantada a sus labios mientras que el resto de las damas dirigieron su mirada a la pobre y humillada Duquesa Lombard.
—Discúlpenme, pero es hora de retirarnos. El deber nos llama.
Se alejaron dejándolas con la palabra en la boca. Aliceth sonrió para sus adentros, habiendo dado otro paso en su enfrentamiento.
—Pobre Camille— Aliceth murmuraba entre pequeñas risas y Frollo la secundaba.
—He manchado un poco la reputación de los Lombard, pero haría lo necesario para no dejar que hicieran más comentarios despreciables hacía a ti, mi María
—¿En verdad, Mi Señor?— Aliceth reía mientras caminaban ambos por la sala, y sin querer, Frollo confesaría algo más que debía de mantenerse en secreto.
—Es real. Por ti mataría, María...
Claude se mordió su lengua al haber hablado de más, Aliceth miró desconcertada a Frollo, jamás esperó toparse con la sincera devoción de su protector.
—Mi señor, yo... No sé qué decir— Al igual que una planta que se adhería a la pared, los sentimientos de Aliceth empezaron a enredarse. Al notar la turbación en su Asistente, Frollo se apresuró a serenarla.
—Perdone mi franqueza, María. Sólo quise expresar el estima y gratitud que te tengo
Ella asintió lentamente, sin que su Superior supiera que su mente estaba ya alejada de ahí. Aliceth tenía planes de encontrar a su "José" en el Baile de Navidad. La idea se anidó en su cabeza después de la misa de natividad, pero su apresurado plan se tambaleaba con cada palabra que salía de la boca del Juez.
Aliceth se dignó a tomar con su mano libre la mano de Frollo que la sostenía, una expresión de que esos afectos eran correspondidos, al menos a la medida que ella suponía de Frollo.
Regresar a su realidad fue difícil, pero Frollo logró aligerar el ambiente.
—Pero basta de melancolías, te llamé porque vas a conocer a alguien importante
—¿Alguien importante, Mi Señor?— Aliceth se esforzó por recobrar la sonrisa. Aunque por dentro era un mar de dudas sobre su destino y lo que realmente quería para ella misma.
—Vamos a conocer a los monarcas de estas tierras, querida
Aliceth quedó boquiabierta al escuchar los planes de Frollo, incrédula y sorprendida, los nervios empezaron a ganarle.
—¿En verdad, Mi Señor?
—¿Yo cuando te he mentido, mi María?
Aliceth hizo acopio para no gritar emocionada, pero por supuesto que tenía incertidumbres. No todos los días conocías a los Reyes de Francia, y temía Aliceth verse inadecuada e incluso ridícula para ellos. Al apretar el brazo de Frollo, este intuyó el súbdito temor de su Asistente.
—Sólo mantén la compostura y los ojos en alto, responde con la educación que te impartido cuando te dirijan la palabra. El Rey Louis es muy sociable, y ni se diga de la Reina Charlotte, aunque ella llegue a ser más prudente que su esposo...
Aliceth y Frollo atravesaron la sala, más saludos lejanos y reverencias a la persona del Juez, hasta llegar a una pequeña aglomeración donde muchos se apartaron al notar al Juez. Dos figuras se dejaron ver, figuras que le cortaron la respiración a Aliceth.
—¡Oh! ¡Si es mi Juez favorito! ¡Frollo! ¡Has llegado!
—Su Majestad— Frollo reverenció a la par de Aliceth, quién estaba aún dentro de su emoción: ¡Se estaba arrodillando ante los Reyes de Francia! Y se dio cuenta que sí eran, ya que Frollo besó los anillos reales de cada uno de ellos.
Aunque saliendo del primer impacto, quién había dejado más marca en ella fue precisamente la Reina y no el Rey.
El Rey Louis XI era un hombre cuya estatura no se esperaría de un monarca al mando de una nación cómo Francia, no debía de medir más allá de un metro y sesenta centímetros, Aliceth se percató que incluso ella era más alta que él por cinco centímetros, ni se dijera de Claude, que debía de sacarle 45 centímetros al Rey. Su nariz era muy grande y pronunciada, parecía un pico de cuervo, al menos ese fue el primer pensamiento comparativo dentro de la mente de Aliceth, en su piel pálida, arrugas y piel de más colgaban de su cara y cuello, y no pudo percibir si su cabello era completamente oscuro y tenía ya mechones platas cómo los de su Superior puesto que usaba un sombrero rojo con toques dorados, algo ridículo para su gusto. El traje rojo que enmarcaba sus piernas delgadas y su gran barriga le hacía parecer que estaba tratando con un bufón y no con un Rey, pero Aliceth se limitó a hacer una marcada reverencia cuando Frollo la presentaba ante él cómo su asistente personal y protegida.
—Permíteme presentarle a mi Asistente Personal y Protegida, María Aliceth Bellarose
El Rey Louis dirigió una mirada de pies a cabeza a Aliceth, la cual ella estiró su mano para recibir un cortés beso en su dorso.
—Mademoiselle Bellarose, que belleza, su presencia ilumina la sala cómo un clavel naciendo entre la nieve
Aliceth se enrojeció, lo que menos esperaba esa noche era recibir un halago más del propio Rey, aunque su sonrisa fue más por incomodidad que por agradecimiento. Tras él, notó la figura de la Reina Charlotte, quién no estaba nada contenta con el comportamiento de su marido.
Charlotte era una mujer alta, tal vez un metro setenta o cinco centímetros más, debía de sacarle a su esposo diez centímetros, su figura era esbelta y su rostro era bellamente ovalado, con pómulos marcados, nariz fina y ojos profundamente oscuros y apagados, aunque sus facciones estaban endurecidas, su porte era elegante y su donaire era natural. Era veinte años más joven que el Rey pero parecía que sólo se llevaban cinco años de diferencia. Su cabellera recogida en un peinado sencillo y su vestido era sobria, de un color opaco cómo la zarzamora. Era mujer realmente lucía cómo una Reina.
—¡Espero nos honré por el resto de la velada! ¡Sus ojos parecen dos rubíes que con gusto sostendría en los anillos de mis dedos!
El Rey no merecía a esa mujer.
La Reina Charlotte apretaba los labios, Aliceth pudo descubrir cómo las falanges de la Reina que sostenían una copa de oro se hacían de rojas a blancas en cuestión de segundos, bebiendo de su vino lentamente.
Dándose cuenta de lo que provocó, Aliceth intentó detener los alardes del Rey, pero Frollo se encargó de ello.
—Aliceth no sólo destaca por su belleza, es una mujer inteligente, responsable y elocuente, sin ella, la mitad de mi trabajo estaría en la borda— Frollo sostuvo a Aliceth acercándola a él, y ella agradeció tanto que saliese de él esa manía de querer protegerla a toda costa de cada piropo y alarde a su persona.
Que en Frollo, esos era celos. Conocía la naturaleza de su Rey, el único hombre en la Tierra superior a él, y aun así fue capaz de controlar su puño y no haberlo estampado en la cara del monarca.
Aliceth descubrió porque Frollo consideraba a la Reina más prudente que él con esas pocas palabras que cruzaron.
Frollo y el Rey Louis XI cruzaron palabras de temas de política que iban más allá de París, cuestiones entre otros países y un tal "Carlos el Temerario" que parecía ser un rival del Rey. Mientras que el Rey reía y decía que ese tal Carlos iba a invadir pronto algunas zonas de Francia. La Reina Charlotte, quién había permanecido en silencio, intentó dar su opinión.
—Perdonen al Rey, que ha estado pensando últimamente en la guerra, le he dicho por su bien y su salud que debería dejar eso de lado, no me gustaría que decaiga cómo hace años atrás
Lo cual, se vendría una incómoda situación de la que lamentablemente Aliceth sería testigo.
—¿Porque opinas si no te he cedido la palabra? ¿Quién te ha dicho que puedes opinar? Te he advertido que, cuando me dieras un hijo sano, puedes hablar, ¿Lo has hecho?
La Reina Charlotte tuvo que callar, bajando su mirada en vergüenza.
La sonrisa de Aliceth desapareció, mirando fijamente a la Reina, y de soslayo al Rey. Su boca, impertinente, estuvo a punto de soltar algo que tal vez le hubiese costado la cabeza y ni siquiera Frollo pudiera protegerla de eso, pero el apretó dos veces el brazo de Aliceth, indicándole que debía de guardar silencio. Conocía el temperamento de su acompañante, la lengua que más de una ocasión le trajo problemas y miles de advertencias que él mismo impartió a la ex novicia. Pero retar al Rey era una sentencia de muerte. A pesar de, Frollo sería capaz de arriesgarse a ser condenado por matar por Aliceth, tal cual le aseguró minutos antes.
Pero prefirió contener a su protegida antes de ser protagonista de un drama innecesario.
—Con su permiso real, continuaré presentando a la Señorita Bellarose ante el resto de la corte. Hasta luego, Su Alteza
—Hasta luego, Su majestad. Hasta pronto, su Alteza— Aliceth repitió lo mismo que Frollo, pero haciendo una reverencia más profunda ante la Reina Charlotte. No deseaba enemistarse con ella a causa de su marido. Incluso cuando se dirigieron por el resto de la sala, Aliceth no pudo evitar mirar hacia atrás, regalándole a la Reina una mirada de compasión, a pesar de la frialdad de sus facciones.
Después de media hora del aquel encuentro embarazoso entre el Rey la Reina de Francia, Aliceth ciertamente se estaba cansando de la velada, por no decir aburriéndose. Todo era presentarse ante conocidos de Frollo, esperar a que Frollo terminase de hablar con ellos y seguir marchando por todo el recinto. A esas alturas copas de vino ya descansaban en las palmas de ambos, pero Aliceth era joven, y cómo toda joven dentro de un baile, lo que más deseaba era danzar.
En algún punto, Aliceth tuvo que dejar su copa a una mesa cerca para poner su palma cerca de su boca y lanzar un bostezo disimulado. Por supuesto que esto no pasó desapercibido para Frollo.
—Veo que, a pesar de llevarte al baile real más esperado, te está ganando el aburrimiento
Aliceth, atrapada, sostuvo su copa y aguantó una carcajada.
—Perdone mi Señor, es que sólo ha hablado de política con sus iguales y conocidos, y por supuesto que las charlas son más que interesantes. Pero sólo soy una joven mujer y toda mujer joven dentro de una fiesta desea bailar— Aliceth no pudo evitar poner un rostro de puchero, esperando que Frollo aceptase de cumplir su capricho.
—Pequeña, si se me presentase la oportunidad de bailar, la evito. Prefiero tener los pies en la tierra
Aliceth elevó sus cejas, sorprendida de la negativa.
—¿Ni aunque sea un sola pieza?
—La verdad no tengo la menor intención de bailar. Los únicos que hacen eso son los que buscan pareja, y ellos me parecen insoportables. Tu estas aquí acompañándome, por cierto, no olvides que es parte de tus deberes acompañarme a reuniones sociales. Las condiciones establecidas no incluyen el bailar
Mientras seguían andando por los pasillos decorados, Aliceth infló sus mejillas dejando escapar un mohín infantil —Mi Señor, siempre es trabajo, pero recuerde que no todo es trabajo. Tenemos derecho a divertirnos
—Mis formas de diversión no son en un vulgar baile, Aliceth
—¿Ni aunque fuese real y auspiciado por el Rey?
La mirada severa de Frollo, harto de las insistencias de la pelirroja, provocó que Aliceth dejase de intentarlo, aunque no pudo evitar ella sentirse decepcionada y completamente frustrada.
—Mi Señor, sabía que usted era estricto en su labor como Ministro de Justica, pero no imaginé que fuese tan aguafiestas. Apuesto a que era igual de aburrido que de joven
Su corazón no pudo evitar revolotear cómo ala de mariposa al evocar el recuerdo de Claude Frollo joven. Estaba tan segura que si ambos estuviesen compartiendo edades, ya estarían danzando en la pista después de convencerle.
En algún punto de la noche, la cara de hastío en Aliceth fue difícil de disimular, más cuando más de algún caballero se acercaba a ella, tragándose el miedo de pasar por frente a Claude Frollo, invitándola a danzar, y este simplemente rechazando a cada futura pareja de baile por ella. Todos se alejaban apenas escuchaban la negativa de Frollo, entendiendo perfectamente y no queriendo desafiarlo. Aliceth miraba con desagrado a Frollo y este la reprendía sutil y cortésmente.
—Nunca sabrás que hay detrás de esos hombres, estafadores, deudores, vividores, cazafortunas, o imbéciles que buscarán manchar tu honor, Pequeña, entiende que te estoy protegiendo
Aunque en realidad, Frollo no soportaría que Aliceth bailase con otro hombre.
—Ministro Frollo— Un mayordomo se acercó a la pareja —El Rey requiere de su presencia, desea discutir con usted sobre un tema de interés, pero requiere hacerlo a solas
Frollo vio a Aliceth, la inquietud apoderándose de su ser ante dejarla sola. Tomando la mano de Aliceth, sosteniéndola con firmeza.
—Se una dama con modales, Pequeña. No quiero volver y que haya problemas
—No se preocupe por mí, Mi Señor— Aliceth reverenció a Frollo —Le juró que todo estará bien
Aún no tan convencido de dejarla sola, Frollo soltó las manos de Aliceth y se separó de ella, yéndose junto con el mayordomo que también se despidió de la joven dama. Al verlo fuera de su vista, Aliceth finalmente se sintió liberada. Sosteniendo sus faldas, empezó a andar entre los invitados, saludando, esperando la oportunidad del primer baile.
Para sorpresa de la pobre mujercita, Aliceth paseaba entre los invitados, sonriendo, dando su mejor cara y siendo simpática cuando algunos se atrevían a cruzar palabras. Aunque notaba las miradas esquivas de los caballeros, los cuales, los pocos que se atrevían a dirigirle la palabra, pronto la dejaban sin más.
La frustración creía en ella ¡¿Y ahora porque todos la evitaban cómo si ella fuera la peste negra?! Molesta, Aliceth anduvo hasta encontrarse con un matrimonio no tan longevo de los cuales fueron muy amigables con ella, uno de los tantos conocidos de Claude Frollo.
—Conde Dupont, Condesa Dupont— Aliceth llegaba con el matrimonio, el Conde ocupado, hablando con otros hombres y la Condesa atendiendo su saludo.
—Oh Mademoiselle Bellarose ¿Que anda paseando sola por la gala?
—El Ministro tuvo que atender algunos asuntos con el Rey Louis, y me he quedado a esperarlo, más he notado que ni un caballero me ha invitado a bailar...— Aliceth desahogando su pequeña desilusión de la noche. La Condesa pronto daría explicación a la mala suerte de Aliceth.
—Temen al Ministro Frollo, jovencita. Si no fuese por él, usted tendría miles de pretendientes tras suyo
Aliceth fruncía el ceño, ¡Que desesperante! ¡Y que cobardes los caballeros presentes! ¡Sólo ella era la Asistente personal, no la hija o familiar directa del Ministro Frollo! Por eso la ignoraban.
—Qué pena, creí que había verdaderos valientes en la velada. Ni hablar, con su permiso, seguiré buscando alguna diversión en este sitio
La Condesa y Aliceth se despidieron y ella continuó buscando la forma de salir a bailar. Los bailes individuales habían ya cesado, tenía que conseguir una pareja para el siguiente baile, y lo haría a toda costa. Incluso si eso la hiciese ver cómo una desesperada.
Aliceth divisó la espalda de un caballero alto, de cabellos dorados, de porte gallardo, hablando con fluidez y sosteniendo una copa. Le hizo recordar a Jehan Frollo, el cual ya la hubiera sacado a bailar al menos más de diez veces. Una lástima que prefería burdeles y cantinas en vez de reuniones sociales cómo estas. Armándose de valor, pensando que tal vez este podría ser su "José", dejando atrás cualquier dejo de discreción, se acercó a hablarle.
—Buenas noches, caballero— El hombre giró al escuchar la voz de Aliceth, el cual no pudo evitar sonreírse y saludarla con solemnidad
—Buenas noches, ¿En qué puedo servirle?
— ¿Tendrás el siguiente baile para esta doncella?
El aludido la miró confundido por tremenda osadía. Aliceth enrojeció mortificada al darse cuenta de su atrevimiento, pero no había vuelta atrás. El noble hombre tomó de su copa y estuvo por aceptar la temeraria invitación a bailar, cuando los ojos del tipo llenos de satisfacción y alegría fueron petrificados cómo si estuviese viendo el fantasma del castillo.
En ese momento, una mano se posó en el hombro de la pelirroja. Era Frollo, que la observaba severo
—Discúlpate ahora y retírate, niña — Ordenó con frialdad.
Aliceth agachó la cabeza, apenada. Su intento de distraerse, divertirse y olvidar a Frollo había terminado en desastre.
—L-Lo lamento, perdone mi atrevimiento— Sin más, Frollo alejó a Aliceth de ahí, mientras que el alma regresaba al cuerpo del noble.
El camino de vuela estaba plagado de un aplastante silencio incomodo ente ambos, la rigidez en la cara de Frollo cómo si hubiera sido tallada en piedra, y ella no dejaba de ver el suelo, apenada por el pequeño desastre que hizo atrás. Esperaba la primera reprimenda de Frollo, más al intentar verlo de reojo, veía que Frollo parecía estar pensativo, sopeando algo dentro de su cabeza.
Ambos seguían caminando entre la música, las charlas ajenas y las velas decorativas. Los hombros y cuello de Aliceth tensándose, su mano libre sosteniendo la falda de su vestido con reciedumbre, hasta que de la boca de Frollo salió su dictamen.
—Has actuado con poca discreción esta noche, niña insolente
Aliceth asiente, sintiendo culpa por primera vez de un regaño de su Superior.
—Si la siguiente pieza te acompaño, ¿Vas a portarte bien?
Más jamás esperó lo dicho por él, Aliceth lo miró incrédula ¿Acaso había escuchado bien? ¿Frollo cedió al baile por ella? La cara de Aliceth resplandeció de felicidad.
—¡Lo prometo, mi Señor! ¡Oh! ¡Muchísimas gracias!
Apenas aceptó el baile, los dos ya se encontraban en la pista junto con otras parejas. La siguiente canción era una donde los pasos debían de ser suaves e íntimos, dejando la euforia y los saltos de los bailes anteriores.
Aliceth no podía dejar de sonreír a Frollo, el cual su cara continuaba seria, aun confusa y maravillada por ser la pareja de baile del Ministro de París, preguntándose si fue tanto su mal comportamiento que accedió al menos una pieza. Cercanos a ellos, el Rey Louis levantaba una ceja, admirado de ver al mesurado Frollo a punto de hacer lo que evitó por toda su vida.
El arpa de la orquesta real dio inició a la melodía, reanudando la danza, todas las parejas se reverenciaban antes de dar inicio a los pasos. Sosteniendo su mano derecha, Claude guiaba a Aliceth con firmeza pero a la vez delicadeza, haciéndola caminar alrededor suyo. La gaita y la flauta acompañaron al arpa, haciendo más deleitosa la melodía.
María Aliceth gira con gracia siguiendo los pasos de Claude. Aunque tuviese experiencia en las danzas, se deja llevar por la guía de su mano. De vez en cuando, echa un vistazo a otras parejas, temiendo no poder seguir el ritmo original. Pero al instante, sus ojos marrones buscan los ojos oscuros de Frollo.
En ellos permanece, su ancla en su pequeño mar de inseguridad, la mantienen centrada, y pronto, siente que puede caminar sobre el agua, derribando sus inquietudes, sus pasos se sincronizan. Ya no necesitaba ver a los demás, su cuerpo se acercó al de él, sosteniendo su cadera y sus dedos entrelazados, los dos bailan en una perfecta armonía.
A pesar de la seriedad latente, en los ojos de Claude hay una ilusión, el placer de tener tan cerca a su Aliceth así, de poder sostenerla así frente a todo el mundo. Su pulgar acaricia el dorso de su mano inconscientemente. Sin darse cuenta, estaban tan juntos, tan embalsamados en su propio universo, bailando al son de la melodía. No podían dejar de verse, ni siquiera cuando Claude la hacía girar, procuraban no perder su visión, la visión de la mujer que amaba danzando con él.
Claude casi se ahogaba en un suspiro, ¿Amaba a María Aliceth?
Temió, su corazón de piedra latió de temor, ¿Acaso esa mujer frente a él no sabía las consecuencias de su latente magnetismo? ¿Del riesgo de que su fachada de impavidez estaba por quebrarse frente a sus cofrades y tal vez secretos adversarios? ¿De lo molesto que estaba de a pesar de su cercanía y amistad no poder tenerla entre sus brazos? ¿No poder tener a esa preciosa mujer para él?
"¿Que me estás haciendo, María?"
Al escuchar la música cesar, el alma de Frollo anheló por más. Sin darse cuenta ninguno de los dos, estaban lo incorrectamente cerca, que casi sus alientos chocaban entre sí. Frollo se separó, recordando su porte y que debía de ser respetuoso con Aliceth.
En cambio ella, verdaderamente ya se sentía en un cuento de hadas de su más tierna infancia. Sólo las palmas de los participantes del baile la hicieron regresar a su realidad. Aliceth, sonriendo tanto a Frollo, hizo una última reverencia, agradeciéndole tanto por haber cedido a su pequeño capricho.
Y Claude tal vez arrepintiéndose un poco.
...
La fiesta perduró por el resto de la noche, las mujeres riéndose un poco pasadas de copas, algunas avergonzando a sus maridos, la cera de las velas consumidas en el suelo, el amanecer amenazando con aparecer, dejando que el frío invernal abandonara la noche.
El Rey ni siquiera agradecía a los invitados por asistir, ya estaba lo suficientemente borracho con alguna dama de compañía en una de las habitaciones privadas del Palacio. La Reina Charlotte en su propia, la cual no disfrutaba para nada esta clase de reuniones. La Duquesa Camille Lombard exigiéndole al Duque Lombard a donde se iba de cacería y que no le mintiera, o su cabeza rodaría por las calles de París.
Los carruajes de alejaban del Palacio de Fontainebleau, la corte bastante satisfecha por la velada de navidad, que Dios los perdonase, pero el Rey Louis sabía hacer las mejores fiestas en las mejores fechas. En uno de esos carruajes, el Ministro de París y su protegida se alejaban de una de las mejores noches de su vida. Desvelada, Aliceth intentaba dormitar pero quería estar al pendiente del camino, escuchando el galopeo de los caballos. Aliceth giraba a su derecha, Frollo dormido, recargando su nuca en el asiento, su birrete del otro lado del carruaje.
Aliceth sonrió con ternura al verlo dormir, sosteniendo su mano aún, la cual el apretó tres veces antes de partir. Podía decir que iba a ser un largo camino. Aliceth quiso olvidar su plan de buscar marido por el momento y decidir embriagarse de sus sentimientos prohibidos por Frollo, juró ver de esa divina tentación en los ojos de él durante el baile, más volvía a ser el mismo Ministro santurrón después de la danza.
No importaba, le hizo sentir cosas parecidas a la magia, y tal vez a la divinidad.
Aliceth dejó reposar su cabeza en su hombro, se permitió dormir con él, no iban a ser muchas las veces en las que descansarían juntos, tenía que aprovecharlas.
Sosteniendo su mano, Aliceth cerró sus ojos, rogando a Dios que por favor, que su alma destinada a ella apareciese cuanto antes, porque si llegaba a última hora, podría ser demasiado tarde. Podría ser que alguien quién estaba ya en el mundo onírico llegase a ser el rey de su corazón por completo.
Ansiaba llegar a su recamara para dormir el resto del día y decorar su cuello con su dije secreto, con las iniciales de su amado prohibido.
...
Fin de la parte II
