XXXI: El festival de los bufones
Esa mañana de invierno los vecinos de París fueron despertados por el ruido de todas las campanas de la ciudad repicando a todo repicar desde la Catedral de Note-Dame. Desde el 24 de Diciembre a esa fecha, la última y primera estación del año azotó con su impasible frigidez, aunque a partir del primero de enero, las temperaturas subían. La nieve todavía presente en las calles parisinas, más parecía que existía una razón por la cual la naturaleza cedía a los caprichos del hombre.
Aquel 6 de enero de 1476 era fecha de solemne importancia para los ciudadanos, un día en que la historia se haya guardado cómo un recuerdo especial: El festival de los bufones.
¿Que era el festival de los bufones? Una fiesta que "llenaba de emoción a todo el pueblo de París", tenía varios nombres dicho festival a lo largo de los callejones y las arterías de la capital. El día en que todos podían dejar sus labores de lado y adentrarse al esparcimiento que prometía la fecha.
Los festejos podían suscitarse en cualquier punto, cualquier esquina, cualquier piedra en París era el perfecto escenario para que la locura hecha festival reluciese en todo su esplendor.
Pero el escenario principal, donde toda la diversión y el entretenimiento se ponía apasionadamente mejor, ese era justo en la plaza frente a la Catedral de Notre-Dame. Desde muy temprano por la mañana, se dejaban ver a las personas montar las tarimas y colgar las banderas de colores vivos y alegres.
Muchos en París decidían pasar un buen rato en el llamado "Festival de los bufones", por no decir casi toda la ciudad. Todos a excepción de una sola persona.
En lo alto del campanario de Notre-Dame de París, el pequeño Quasimodo miraba desde el borde de su santuario, siendo el único espectador de la festividad a esas alturas. Apoyando su cabeza en sus brazos cruzados, Quasimodo veía con una melancolía que no debía de tener cavidad aún en su poco tiempo de vida.
Los sonidos de las carpas levantándose, los gritos lejanos de la gente poniéndose de acuerdo en donde colocar la tarima de baile, incluso de aquellos niños que hacían travesuras, jugando a los alrededores y terminaban siendo regañados por los adultos. Quasimodo podía ver y escuchar eso a lo lejos, escondido en la torre del campanario.
Su inocencia no encontraba la lógica por la cual no podía asistir al "Festival de los bufones", regresó a los estrechos pasillos de sus aposentos a medio hacer, escalando entre los tablones de madera, a pesar de contar con 13 años, ya pesaba cómo una pequeña cría de jabalí, pero contaba con la fuerza de un jabalí crecido, aunque jamás usaba esa fuerza más allá de hacer replicar todas las campanas de la torre.
En la mesa en medio de la sala de madera yacía uno de sus pequeños tesoros que cuidaba con su vida, sus diminutos juguetes de los habitantes de París, una diminuta pasión que fue creciendo, aprendida en la soledad que lo acobijó. Para en aquel entonces, el panadero, el pescador, algunos criados que se levantaban muy temprano para ir a las casas de las familias más prosperas de la ciudad, la joven mujercita que su Amo recomendó pintar sus vestidos de púrpura y entre otros más. No obstante, su prioridad ahora era reconstruir las casas alrededor de su hogar desde su nacimiento, Notre-Dame.
Era la mejor forma de distraerse hasta que escuchase el bullicio que daba inicio al festival.
Mientras que el cincel y el cuchillo empezaban a darle forma a un pequeño pedazo de madera, el crujido de los escalones dejó tenso a Quasimodo. Al dejar sus herramientas en la mesa, miró a su amo de pie tras él, su toga negra y reluciente, el lazo carmesí de su birrete ondeando por el viento y la misma mirada áspera y desabrida, si una pizca de amabilidad en ella.
—Buenos días, Quasimodo— Frollo habló con su voz más seria de lo normal, y Quasimodo podía intuir porque era así. Cada 6 de enero, Quasimodo sólo le pedía una cosa, una sola cosa a su amo: Ir al festival de los bufones.
Y cómo cada año, la respuesta era negativa.
—B-Buenos días, amo— Decía Quasimodo, bajando su cabeza, la tristeza en su rostro.
—Veo que estas continuando con su pequeño… Pasatiempo— La mirada oscura de Frollo se posaba con los pequeños muñecos de madera —Bien, puedes dejar eso de lado por ahora. Es hora de desayunar…
Frollo se sentó en la misma mesa de siempre, Quasimodo iba por sus respectivos platos, copas y cubiertos, como de costumbre, los de plata para Frollo y los de madera para él. Al sentarse en la mesa, Frollo sacaba un par de manzanas, pan, patatas, un poco de miel, una botella de vino y para sorpresa de Quasimodo, dos pedazos de carnes bien envueltos para evitar el antojo de las molestas moscas.
—Amo…— Veía Quasimodo con sus ojos bien abiertos el pedazo de carne en su plato, su estómago gruñó al olerlo, no estaba acostumbrado a esta clase de pequeños lujos que Frollo le regalaba (Muy) de vez en cuando.
Mientras que Frollo partía su carne con naturalidad, Quasimodo no sabía que responder, este pedazo de carne era demasiado, ¿Era una ocasión especial? ¿Festejaban algo?
—A-Amo…— Preguntó Quasi un poco nervioso, se notaba que no recibía regalos así, puesto que su cuchillo de madera no cortaba la carne con facilidad cómo el cuchillo de plata de Frollo.
—¿Sí, muchacho? — Preguntó Frollo y Quasimodo se encogía de hombros, no sabiendo exactamente que preguntar. Tragó un poco de saliva antes de hablar, esperando no molestar a su amo.
—¿E-E-Esto…? ¿Porque estamos comiendo carne hoy?
Sus pies temblaban por debajo de la mesa, esperaba no hacer enojar a su amo. A pesar de que él lo vestía, lo alimentaba, lo educaba, siempre tenía que tenerle un respeto, respeto que se confundía con miedo.
Frollo, quién permanecía concentrado en su alimentación, miró a Quasimodo, y limpiándose políticamente sus labios con su pañuelo, respondió su duda.
—Necesitaré energías necesarias para el día de hoy. Será un largo y horroroso día para mí. Tendré que asistir al Festival de los Bufones. Lidiar con el populacho de París, ver a las escorias que merecen estar tras las rejas bailar frente a mis narices no es nada fácil, ¡Y no poder hacer nada para arrestarlos!
Quasimodo bajaba la cabeza, claro, no era una ocasión más especial que mantener nutrido al cuerpo y la mente de Frollo para poder lidiar con el trabajo de hoy. Bajando su cabeza, ni quería hacer la pregunta de todos los años.
Más recibió la respuesta de siempre:
—Quasimodo… Tú sabes que no puedes asistir, ¿Tienes en cuenta eso?
—Sí, amo
—Lo hago por tu bien, el mundo el cruel, el mundo es malo… Y sí sales de aquí, nadie allá va a protegerte… ¿Sabes que todos te rechazaran sí te ven?
Quasimodo bajaba su cabeza, recordando que su físico podía asustar al de muchos allá afuera, y recordando las historias que Frollo le contó alguna vez cuando era niño, todos temen de aquellos que parecían monstruos. Y él era uno de aquellos que parecía monstruo.
—Lo sé, amo… M-Me quedaré a ver el festival desde aquí…
Una sonrisa siniestra naciente de los labios de Frollo, Quasimodo siempre hacía caso. Era su cruz, pero al menos era obediente.
—Es correcto, Quasimodo. Ahora, come tu filete, no te lo traje desde el Palacio de Justicia para que las moscas lo aprovechen y tú no
Quasimodo elevó su mirada a su filete y pronto vio las moscas en su plato. Espantándolas con su palma, volvió a tomar sus utensilios y a intentar cortar la carne. Al terminar de desayunar, Quasimodo se quedó lavando los platos después de una despedida fría de Frollo, "lamentándose" de su deber cómo funcionario público e ir a ver al festival de los bufones.
Cuando su amo se retiró, Quasimodo limpió su pequeño santuario y al intentar mover una silla para alcanzar a barrer el polvo y el aserrín, sin querer tiro un pequeño cristal que usaría para los vitrales de su pequeña Notre-Dame de madera. Se quebró en mil pedazos, y al agacharse a recogerlos, su reflejo deformado se vio en algunos de ellos.
Sus dedos pasearon por su rostro, acariciando cada protuberancia, cada verruga, cada cicatriz…
"Monstruo", pensó con amargura. Él era un monstruo, su amo se lo había advertido y tal vez tenía razón. Nadie allá afuera lo aceptaría, todos se horrorizarían de él y huirían asustado. Tal vez lo mejor para él era quedarse en el campanario, en su santuario, lo más alto de Notre-Dame.
Reunió los cristales rotos con cuidado. Desde la torre ver a la multitud divertirse abajo, risas que jamás serían para él, sonidos que jamás bailaría, melodías que jamás escucharía. Lo mejor para él era presenciar el festival sólo desde las sombras.
…
A pesar de que en la Biblioteca del Palacio de justicia se encontraba repleta de Antorchas y chimeneas para lograr combatir el frío del invierno, no era suficiente para calentar las pobres y frías manos de Aliceth Bellarose, quién seguía en su eterna tarea de reescribir los Tomos Reales encomendados por el Rey Louis XI. Aliceth sentía el cansancio apoderarse de su cuerpo y su mano derecha. Había despertado temprano esa mañana para lograr avanzar a los dichos tomos, pero su compromiso a la encomienda real le estaba afectando físicamente. La tarea era complicada, y tal vez debió de haber hecho caso a su Superior de no tomar la palabra del Rey, pues apenas iba a la mitad del cuarto tomo, cuarto tomo de catorce tomos.
Aliceth sumergió la pluma en el tintero para poder estirar sus piernas y su espalda. No debía de ser muy tarde, quizá era el mediodía. En cuanto se puso de pie para poder pasearse por el salón de la biblioteca, la puerta se abrió abruptamente.
En otros tiempos, Aliceth pudo haberse quedado paralizada, esperando el primer regaño de su Superior y la observación del porque no estaba en su asiento haciendo su trabajo. Ahora, lejos de sentir el recelo de no hacer bien su trabajo dejó que una sonrisa sincera naciera de sus labios.
—Buen día, Mi Señor— Aliceth se acercó a saludarlo con la reverencia y los respetos de siempre. Frollo saludó por igual, acercándose a su querida Asistente Personal.
—Buenos días, Aliceth
María, sin dejar de resplandecer con su sonrisa, se acercó a su Superior un poco más de lo debido, aprovechando la soledad del espacio. Contagiado por la calidez de su Asistente, Frollo esbozó una sonrisa a medias.
—Mi Señor, noté su ausencia desde muy temprano, ¿Hubo alguna situación que lo hizo salir de sus horarios rutinarios? — Preguntó Aliceth con una curiosidad perspicaz en su tono de voz. Frollo, quién no dejaba de sonreírle, por supuesto que jamás le diría en donde realmente estuvo, sobre todo a Aliceth, no era alguien quién debería de conocer sus más profundos pecados.
—Tuve un par de deberes que requirieron de mi visita, deberes que requerían mi atención personal— Soltó, su andar se dirigió al escritorio de Aliceth, el cual estaba el trabajo de Aliceth plasmado. Aliceth, sin dejar de verlo, sus manos atrás de su espalda, caminó cual felina a Claude.
—Me sorprende que no pueda saber de esos deberes personales, siendo yo su asistente personal— Descansó sus caderas en las espaldas de un diván. Dicha afirmación llamó la atención de Frollo, sus comisuras se curvaron apenas unos milímetros mientras que intentaba silenciar una risotada traicionera en sus labios.
—Eres muy curiosa, Aliceth, pero recuerda que la curiosidad mató al gato
Aliceth, quién ahogó una carcajada ante el comentario de su Superior.
—Que linda forma de decir que soy una cotilla, pero sólo hago mi trabajo— Elevando sus manos y dejándolas chocar en sus caderas, Aliceth se puso a la par de Frollo.
—Bien, querida, tú ganas, es parte de tu trabajo. Estuve viendo un par de detalles en Notre-Dame con respecto al día de hoy, qué es el festival de los bufones…
La cara de Aliceth dejó el brillo ígneo para cambiar a uno de completa ilusión.
—¿El festival de los bufones? ¿Qué es eso? — preguntó con real entusiasmo y Frollo viró sus ojos, un fastidioso suspiro escapando de su boca apenas le recordaban el festival.
—Nada especial, pequeña, en verdad no lo es nada…— Saliendo de la biblioteca, Frollo vociferaba contra el dichoso festival mientras que Aliceth iba tras él —...Es un festival campesino degradante, el estupor por todas las calles, ladrones, pobres, mendigos, payasos, volatineros, bailarinas, borrachos y—
—Vaya, a lo que usted cuenta, deben ser un festival bastante folclórico— Poniéndose a la par de Frollo, Aliceth escuchaba con más admiración a lo que Frollo relataba.
—Folclórico es una palabra que le queda… decente a este festival
Ambos caminaban hasta el despacho de Frollo, el cual después de dejar pasar a Aliceth primero, los dos se dispusieron a sus actividades. Mientras que Frollo revisaba algunas sentencias, Aliceth revisaba entre el papeleo que parecía ser la agenda del juez.
—¿Desea entonces que lo ponga cómo juez en los juicios importantes del día de hoy?
Frollo se llevaba sus dedos al ceño, intentando hacerse el mártir tanto cómo fuera posible.
—Ay, María, desearía tanto que así fuera, ¡Pero debo de asistir a ese… Festival!
—¿Debe? — Repite Aliceth, con un poco de incredulidad, aguantando la risa.
—¡Es mi deber cómo funcionario público! ¡Pero no disfruto en absoluto esta fecha! ¡Menuda recua de asnos y cernícalos estos parisienses! — Llevándose las manos en el pecho, Frollo volvía con esos ademanes que en secreto hacían reír a Aliceth, aquellos donde él se lamentaba por cosas nimiedades.
Frollo se percató cómo Aliceth intentaba no burlarse de la situación, llevando sus manos a sus mejillas, ocultando los pequeños sonidos que derretían el frío corazón de Frollo. Claude levantó una ceja y puso su mirada fija en la joven mujercita.
—¿Acaso te estás burlando de mí, Señorita Bellarose?
Aliceth suavizó su expresión, más sin dejar de sonreír, observó a su Superior desde su escritorio —Mi Señor, usted sabe que jamás sería capaz de burlarme de usted, y no era mi intención, aunque, me impresiona tanto que haya tanto pesar en su corazón por un simple festival
Frollo se llevó una mano a su cara, fue su turno de reír.
—Porque no has sido testigo de las aberraciones de ese festival. Horribles, horrendas. Mi día menos favorito del año…
—Bueno, estaba pensando en una solución a ese gran problema que usted tiene…— Aliceth jugueteaba con la pluma entre sus dedos. Frollo arqueó la ceja nuevamente, ¿Ahora qué planes tenía su pelirroja favorita? —...Tal vez si usted me invite a ese festival, quizá sea… Más amena su experiencia en dicho festival
Frollo soltó un bufido ante la auto invitación de su asistente —Ni lo pienses, Aliceth. Cuando digo que es un espectáculo grotesco, es porque lo es. Usted bajo mi protección ya está en otro nivel, y uno muy por encima de muchos parisinos, y usted—
Aliceth en cambió, no lo dejó terminar— Por favor, Mi Señor, ¿Y si se ahorra el sermón y me invita de una vez? Estoy segura de que ambos nos divertiremos…
Frollo la miró fijamente, pretendiendo negarse, y tras unos segundos cedió, esbozando una media sonrisa. —Está bien, puedes acompañarme. Pero no diga que no se lo advertí
Después de la invitación, Frollo prosiguió con seguir leyendo sus escritos, más el sonido de Aliceth levantándose de su silla le distrajo.
—Bueno, ¿Me recomienda alguna vestimenta en específico? — Se puso al frente del escritorio, sus pequeños puños en sus caderas, dando vueltas alrededor, las faldas de su vestido volando.
Frollo no hizo más que verla de reojo y darle la recomendación perfecta:
—El vestido que más deteste y no le importe que se llene de lodo… Ah, y de preferencia no lleve joyas, no exagero cuando digo que hay ladrones…
Aliceth, no aguantando la emoción, hizo una reverencia rápida a Frollo y salió corriendo del despacho, dirigiéndose a su recamara a prepararse. Cuando la pesada puerta de madera se cerró, Frollo se llevó sus manos a su rostro.
¿Qué iba a hacer con Aliceth Bellarose?
…
El sol pronto se situaba sobre toda la ciudad de París en todo su esplendor. En los callejones adoquinados de la ciudad se llenaban poco a poco de multitudes alegres, murmullos llenos de fervor y vehemencia. La misma Catedral de Notre-Dame vigilaba el animado festejo frente a sus antiguas puertas, la única testigo de la colorida diversión y los interesantes hechos que estaban por suscitarse en plena plaza.
Las coloridas carpas y puestos de comida plagaban cada punto de la plaza, el aroma de los platillos embriagaba el ambiente con sus deliciosos aromas. El mar de gente paseaba entre cada puesto, no era un día para trabajar, por supuesto que no. Era la fiesta oficial de los tontos.
Los payasos y malabaristas con tus trucos y destrezas llegaban incluso a asustar a los transeúntes al ritmo de las alegres melodías de las trompetas y los tambores músicos ambulantes, muchos de los asistentes animándose a bailar y danzar al ritmo de las panderetas y las gaitas.
Los niños corrían entre la muchedumbre, algunos siendo perseguidos por el dueño de algún puesto después de ser atrapados por hacer un pequeño hurto. Otros simplemente se perseguían los unos a otros entre risas.
Era un día al que sacarle provecho, una vez al año todo era al reverso en el día de topsy turvy. O así le llamaban entre los que se ocuparon de levantar el festejo.
Y a pesar de toda la alegría y colores que emanaba de dicho festejo, sólo un alma en París le era indiferente, incluso, repugnante. Frollo estaba sentado dentro de su carruaje, molesto con oír ya la música y los murmurios, significado de que ya se acercaban de la plaza. Contrarío a Aliceth, por supuesto, por la pequeña ventanilla ella miraba maravillada la visión frente a sus ojos.
—Mi Señor, ¿Cómo no le puede gustar esto? — Aliceth decía encandilada con la viveza del ambiente —¡Todo esto se ve tan increíble!
El Juez solamente puso los ojos en blanco, resoplando, ¿Porque esta muchachita no veía lo mismo que él?
Cuando sus orbes volvieron a su lugar, se dedicó a juzgar la vestimenta de Aliceth: Un vestido amarillo, uno no muy usual en su guardarropa —Cuando te dije que eligieras tu vestido menos favorito, no creí que sería… El de color chillón
Aliceth se miró su atuendo y carcajeó algo nerviosa —Mi Señor, creí que no sería adecuado usar cualquier cosa para un festejo cómo este, y quería combinar con la ocasión
Un gran esfuerzo tuvo que hacer Frollo para no herir los sentimientos de su protegida al momento de exteriorizar sus pensamientos. Más una advertencia le cedió al sentir el carruaje detenerse en medio del bullicio de la plaza.
—No llores cuando este manchado de fango…
Cuando Frollo bajó del carruaje, Aliceth hizo un puchero sin que el la viera, levantándose por igual y bajando con ayuda del Juez, a pesar de hacerlo a regañadientes porque su asistente personal jamás le hacía caso en cuanto a vestimenta se refería, lo hizo con la delicadeza que ella se merecía. Una vez que sus botines tocaron el suelo, Aliceth miró a su alrededor la magnífica vibra llena de vida, fascinada con cada nuevo detalle que le ofrecía la capital de su país.
—Quédate cerca— Frollo susurró a su oído —No te alejes… Hablo enserio cuando digo que aquí está la peste de París…
Aliceth asintió, caminando tras Frollo mientras este, sin mirar a ninguno de los ciudadanos que los veían con temor y fisgoneo, llegaba a la carpa correspondiente para él, una carpa especial para los servidores públicos. Ordenó que trajeran una nueva silla para dejarla al lado de la suya, enfatizando que fuese una muy cómoda para su protegida.
Cuando ambos ya se encontraban en sus lugares, Aliceth no era capaz de atestiguar todo lo que ocurría a su alrededor, no podía dejar de impresionarse. El Juez Frollo debía de ser demasiado aburrido para no disfrutar la magia de este festival, aunque para sus adentros, ella recordaba que para él no era magia, era brujería.
En la tarima se presentaban actos para entretener al público, un grupo de acróbatas fueron los primeros en subir al escenario carente pero vistoso. Ante las personas, empezaban a dar volteretas, saltos hacía atrás que desafiaban cualquier lógica, incluso alguno se atrevía a caminar con las manos y no con los pies, provocando reacciones de asombro al público. Aliceth era quién más aplaudía, aunque sus ánimos se disipaban un poco cuando miraba de reojo a su Superior y veía la apatía en su rostro. Aliceth hizo una mueca de desagrado, en verdad Claude se esmeraba en no disfrutarlo.
El siguiente acto era uno que sólo se podía ver elevando la cabeza al cielo. A través de dos torres de las cuales colgaban una cuerda bastante tensada, una arlequín salía de un extremo, saludando a todos, y con ayuda de una vara, andaba por la cuerda. Aliceth tuvo que levantarse un poco de su asiento para contemplar el osado acto, fueron minutos de tensión para todos hasta que la arlequín logró llegar al otro lado de la cuerda, todos aplaudiendo con estupor, al igual que Aliceth, pero Frollo permanecía impasible.
Pronto, el siguiente acto fueron un par de payasos haciendo un acto en medio de la tarima, haciendo malabares y soltando pequeñas poesías en forma de chistes y rimas, robándole las risas al público. Aliceth tenía que limpiarse las lágrimas, y prefirió no mirar a Frollo, se enojaría de solo ver su amargura.
Aunque Aliceth no estaba lejos de enojarse de verdad.
El siguiente acto, uno de los bufones se puso enfrente, anunciando a todos que venía por lo que muchos esperaban, muchos del público se miraban entre sí. La pelirroja se preguntaba a lo que los payasos se referían, pero aguantó sus ganas de preguntarle a Frollo.
—¡Ahora! ¡Vengan todos! ¡Es hora de admirar a las más hermosas mujeres de toda Francia bailar! ¡Bienvenidas a nuestras bellas bailarinas danzar!
En ese momento, de una carpa aledaña al escenario, salieron tres gitanas en vestidos muy llamativos, con joyas hasta en sus trenzas, dejando un poco a la imaginación su figura y su piel ante los demás. Todos empezaron a aplaudir y a vitorear, incluso algunos chiflidos se dejaron escuchar. Aliceth se ruborizó distinguir a esas tres mujeres tan femeninas y sensuales en su baile, que, recordó el campamento gitano al que fue alguna vez, y recordaba haber visto a varias gitanas bailar en cada esquina para lograr ganar unas cuantas monedas, pero eso no tenía nada que ver con los movimientos de esas gitanas. Fue tanto su vergüenza, que intentó mirar a Frollo y reírse junto a él... Y por primera vez desde que llegaron, en él no había una expresión de aburrimiento o fastidio.
Aliceth se percató que, a pesar de la severidad en su rostro, había un pequeño atisbo de curiosidad, pero no la curiosidad que ella conocía parecía estar prestando "demasiada atención" en dichas mujeres, ¿Acaso Frollo... Estaba codiciándolas?
El ceño de Aliceth se frunció, y algo en esto no le estaba gustando para nada.
—¿Disculpa? — Aliceth no pudo evitar decir en voz alta, llamando la atención de Frollo.
Giró ante la pregunta acusatoria, sorprendiéndole el tono de voz empleado por su protegida, y más fue su sorpresa al mirar su expresión.
—María… ¿Ves que repugnante es eso? Eso que bailan las gitanas es una representación pura de la lujuria
—¿Y porque las ve tanto? — Frollo elevó sus cejas, ¿Aliceth lo andaba culpando? —No debe de mirarlas así, más si representan un pecado mortal…
Ahora, quién tenía la cara llena de apatía y disgusto era Aliceth, poniendo su codo sobre el brazo de su silla, mirando con desgano el espectáculo. Ella no comprendía, ¿Porque le molestaba tanto? Sentía un extraño fuego en su interior, algo parecido a la envidia, pero ¿Envidia de qué?
La atención de Frollo ya no estaba sobre las gitanas, estaba sobre Aliceth, ¿Se sentía enojada? ¿Su querida María estaba molesta porque miraba de más a esas romaníes? ¿Se preocupaba tanto por su alma para que no fuese condenada al infierno? ¿O… Su querida Aliceth tenía celos?
Poniéndola a prueba, Frollo pretendió seguir "disfrutando" el número de las gitanas, y justo cómo lo sospechaba, Aliceth se daba cuenta de lo que Frollo hacía. Ella, sintiendo que Frollo volvía a no tomarla en serio, se irguió en su asiento.
—¡Va a caer en el infierno si las sigue viendo! — Aliceth volvió a reclamar, sólo que al acabar se dio cuenta que no moduló su tono de voz, fue casi un grito. Llevándose dos dedos a su pecho, Aliceth miró alrededor por si alguien más la hubiera escuchado, pero todos permanecían atentos a las gitanas.
Ruborizándose, no sabía dónde esconderse, y justo una pequeña risa de parte de Claude fue la gota que rebasó el vaso. Aliceth vio la mirada picara que Frollo le dedicaba. El sólo confirmaba ciertas sospechas de ella.
—¡¿De qué se ríe?!— Aliceth volvió a preguntar acusatoriamente, volviendo a nivelar su voz —¿Porque se está burlando de mí?
—Pequeña, yo sería incapaz de burlarme de ti… Pero, sólo confirmo lo evidente…
La confusión se hizo parte de las emociones de Aliceth que trataba de mantener a raya. Una vez acabado del espectáculo, Aliceth no quiso ni volver a aplaudir ni seguir apoyando, simplemente se puso de pie.
—Me siento mal y me quiero ir
—¿Te quieres ir tan pronto?
—Vamos, a usted no le gusta este festival y yo no me estoy sintiendo bien, ¡¿Podría hacerme caso esta vez?!
Aliceth empezó a pedirle a Frollo, aunque lo que realmente estaba sucediendo es que le exigía. Frollo, sin dejar de darle esa sonrisa que sacaba de quicio a su pobre María, asintió.
—Está bien, mi niña, si te sientes mal, podemos irnos de aquí
Y sin hacer más preguntas, Aliceth se puso de pie y fue la primera en salir de la carpa, sin esperar a que Frollo siquiera se levantara de su asiento. Mala decisión, cuando Aliceth bajó los escalones, lo primero que se encontraron sus botines fueron un enorme charco de lodo.
—¡¿Es enserio?!— Aliceth gruñó, la mezcla de emociones se exteriorizaba, sus mejillas del mismo color que su cabello. Sin más, se fue directo a la carroza, dándose cuenta al subirse, que parte de las faldas de su vestido ya pecaban de estar sucias del fango que trató de evitar por todo el festejo.
Cuando Frollo llegó, vio a su emberrinchada Aliceth ya mirando por la ventana. No pudo evitar reír, pero tuvo que abstenerse cuando Aliceth le dio una mirada fatal. No preguntó nada por el camino hasta que podían divisar el Palacio de Justicia a lo lejos.
—Y bien, pequeña, ¿Cuál es la dolencia que nos obligó a retirarnos temprano del Festival de los bufones?
—¿Hum? — Aliceth giró, y se dio cuenta que Frollo quería seguir indagando en emociones que ni ella comprendía, pero no se quebró la cabeza en inventarse algo —... Dolores de mujeres…
—¿De mujeres?
—¡Sí! ¡De mujeres! ¡Cosas que a los hombres no les incube! — De repente, el carruaje se detenía y antes de que pudiera parar por completo, Aliceth se levantaba y salía apenas la puerta era abierta. Frollo contempló extrañado las rabietas de Aliceth, pero se reía por dentro. Su Aliceth estaba sintiendo celos y estaba aprendiendo a lidiar con ellos. Ojeaba como Aliceth se subía por las escaleras, molesta e incluso arrastrando sus botas para evitar manchar el suelo del Palacio de Justicia.
A pesar de que Frollo creía que Aliceth lidiaba con sus nuevas emociones posesivas, Frollo tenía el crédulo pensamiento que eran pequeños celos propios de una muchachita por la admiración y el respeto que sentía por él, aunque deseaba en el fondo que fuesen otra clase de celos.
Si tan solo Claude supiera que una nueva emoción complicada se abría paso en el confundido corazón de Aliceth...
