[NOTA DE LA AUTORA:Disculpen la tardanza, sepan de que la autora le pasó la maldición de Wattpad/AO3 donde casi me vuelven complice de un hurto en mi área laboral, afortunadamente salí librada de eso, sino, actualizaciones desde el "Torito" JAJAJA. Sumandole al estreno de "Joker: Folie a Deux", sepan que la autora tuvo por 5 años fijación por la primera parte, y su hiperfijación se fijó en la segunda parte. Lo siento mucho. Lo prometido es deuda, hay doble actualización con todo ya mejorado, ¡Disfruten la lectura!]

XXXII: Molestia desconocida

El eco de un tacón sucio de fango resonando contra la piedra del piso retumbaba en las paredes, dando paso a la fúrica Protegida del Ministro de Justicia, algunas personas entre los pasillos contemplaban como la mujer pelirroja se aceleraba en sus pasos, ignorando todos a su alrededor, sin siquiera dar su caracteristico saludo, deseando un buen día con una voz tan deleitosa cual fruta en verano.

Aliceth se dirigió directamente hasta su recamara, no sin antes quitarse sus botines. Descalza y con las botas en su mano, se metió a la habitación y cerró con una fuerza desmedida, cosa que se dio cuenta cuando el portazo sacudió las paredes de piedra. Encogiendose de hombros, tiraba los botines a un rincón y se dirigía as su espejo.

Sólo así se dio cuenta de que debió haber hecho caso a Frollo en cuanto a usar el vestido que menos le gustaba, las faldas manchadas de lodo y tierra. Pero al verificar su vestimenta se dio cuenta del color vibrante en sus mejillas.

—¿Eh?— Aliceth se puso una mano en una de ellas, sintiendo lo caliente de su piel, casi el color granate desvanecía las pecas que decoraban su rostro —¿Estaré enferma? ¡¿Que me hizo Claude?! ¡Esto es su culpa!

Justo en ese instante, alguien tocaba la puerta, Aliceth estuvo a punto de ir por uno de sus botines sucios listo para usarlo de ataque, hasta que escuchó la voz de Joanna. Sin esperar más, fue tras el llamado y abrió la puerta.

—Joanna, que bueno que vienes— Tomandola de la mano, la adentró y cerró la puerta —Mira ¡Mira lo que me sucede!

Joanna se sorprendió de ver el estado de Aliceth, por completo, desde sus vestimentas manchadas con fango hasta el color de su cara.

MademoiselleBellarose, ¿Que sucedió? Escuché que llegaron temprano del Festival, pero no esperé que fuese porque usted lo pidió— Joanna ponía su mano en la frente de Aliceth —¡Esta muy caliente! ¡¿Se siente bien?!

—No, no me siento bien, ¡Mire mis mejillas! ¡Están rojizas! ¡Y me siento cómo con calentura, pero no de enfermedad!

—¡Le prepararé un baño! Quizá pescó algo en el festival y le hizo efecto de inmediato— Rápidamente, Joanna se salía de la habitación y corría a las cocinas a ordenar baldes de agua para el baño de la pobre Señorita Bellarose, quién podría estar entrando en enfermedad. Un rato después, el baño de Aliceth estaba listo, pero ella seguía rehacía a hacer las cosas.

Después de que Aliceth agradeciera la hospitalidad de Joanna, prometiendo contar lo sucedido en el festival después del baño, Aliceth ya estaba sola en la privacidad de este. Al ver el vapor elevarse por las paredes y verificar con sus falanges sí podía lidiar con la temperatura del agua, Aliceth empezó a desvestirse, quitandose prenda por prenda, hasta quedar en su camisón interior. En un espejo que también era parte de la decoración de su cuarto de aseo, Aliceth se vio reflejada en este.

Una abrasadora curiosidad se apoderó de ella, cómo si necesitaba ser saciada con algo. Tomando las faldas del camisón y aguantando el desagrado de recordar a las gitanas de aquel espectaculo, Aliceth elevaba poco a poco la tela hasta mostrar algo más de piel. Contemplandose, imaginaba que tal vez podría ser un vestido corto, algo escandaloso e indecoroso, pero... Ella sentía que podría verse bien.

Soltó la tela, sólo para que sus dedos viajaran a su escote. Recordando nuevamente la vestimenta de esas gitanas, Aliceth bajó las mangas de su camisóna sus hombros, dejando que su escote cayera hasta dejar ver el nacimiento de sus pechos. Sonrojandose, hacía memoria de cómo sus piernas lucían junto con el escote coqueto que dejaba ver de más.

"¡¿Que estas haciendo?!"Un pensamiento lleno de escrutinio y asechamiento atacó su mente, dandole la espalda a su propio reflejo, sorprendiendose de tener ideas tan faltas a la moral, ¿Que significaba querer mostrar sus piernas? ¿Que significaba querer enseñar lo que había más allá de su busto? ¡Eso era un pecado!

Aliceth decidió descambiarse y sin mirar al espejo, meterse a la tina. Ahí, tratando de relajarse, Aliceth intentaba reflexionar lo que su reflejo intentaba decirle, a pesar que no quería indagar más, pues eso parecía ser una ramificación de la lujuria, y justamente eso fue lo que señaló a Claude cuando no dejaba de ver a las gitanas danzar.

Se recostó contra la tina, suspirando al escucharse dentro de su cabeza. Quería pedirle permiso a Dios de seguir preguntandose muchas cosas, y a la vez, no sentirse tan culpable cómo un pecado al querer seguir cuestionandose el porque no podía ser cómo esas gitanas. Ellas no seguían las ordenes de Dios, pero Aliceth creía que bailaban por pasión a la danza, y por conseguir algo del pan de cada día. Al evocar las memorias de ella bailando con otras gitanas en el campamento, en verdad no recordaba de que ellas le enseñaran esa clase de pasos y movimientos, ¿No lo habrán hecho porque respetaban su oficio de novicia en aquel momento?

Una muy aludida sensación de su pecho retornó, su deseo de libertad, ese deseo que se apaciguó cuando dejó el convento, ahora renaciendo con más fuerza y deseo, pero, ¿Libertad de qué? ¿Por que su alma pedía ser libre otra vez?

¿Tal vez anhelaba ser libre, esta vez, cómo las gitanas que bailaban en el escenario del festival de los bufones?

Cerró sus ojos, pidiendo a su moral religiosa callarse por un rato, imaginó que era ella quién estaba arriba del escenario, su cabello trenzado, usando faldas y blusas de colorpúrpura, joyas hasta en su nariz y su cabellera. Podrían recibirla de diferentes formas, ser aludida o repudiada, ser llamada "Belleza" o "Pecadora" , pero la única atención que ella anhelaba recibir era del Ministro de Justicia que se sentaba justo en la carpa frente al escenario.

De por sí su corazón estaba aturdido con sus chocantes sentimientos a su Superior, ahora esta nueva sensación estaba complicando las cosas. Pero en vez de analizarlo, decidía dejarse llevar por sus nuevas fantasías. Ella, bailandole, acercandose a su silla, cómo si ellos fueran los únicos presentes en dicho festival.

"No las veas a ellas, quiero que me veas a mi"

Volvía a sentir la neblina púrpura apoderarse de ella. Su deseo de ser vista por Claude Frollo cómo él miraba a las otras gitanas.

Aliceth abrió sus ojos, su vista por debajo del agua, pequeñas burbujas que salían de su boca y se elevaban a la superficie, Aliceth sacó su cabeza y respiró profundamente. Entre sus pestañas húmedas, intentaba desenmarañar este nuevo reajuste en su corazón y alma, ¿Desde cuando deseaba la atención y aprobación de Claude Frollo de ese modo? Después de ese festival que odió con su alma todo lo cambiaba.

Ahora comprendía porque Claude odiaba el Festival de los Bufones.

Quizá porque le exponían las cosas que no podía tener. Ya fueran por sus estrictos valores morales o por la educación religiosa a la que fue criado.

—Tonto...— Aliceth bufó y se hundió en su tina. Todo lo que él desea podría tenerlo a su lado.

...

A pesar que sus sentimientos cólericos se habían apaciguado durante su tiempo en el baño, volvieron a reaparecer abrasadores cuando ya estaba secada de su cuerpo y cabello. Descalza y en su camisón, su voz llena de indignación, iba de un lado a otro, contando con detalle lo sucedido en el festival mientras que Joanna estaba sentada en el pequeño baúl de siempre.

—Ah, Joanna, ¡Todo en ese festival era increíble! No te puedes imaginar que ahí había entretenimiento de todo tipo...— Aliceth relataba mientras que se sentaba sobre su cama, sus manos elevandose, desribiendo todo con ellas —... Había arlequines, acróbatas, creo que había incluso trapecistas, ¡Todo era... Wow!— Aliceth intentaba rememorar lo bueno.

—Oh Señorita Bellarose, que bueno que la pasó bien el festival...— Joanna escuchaba atentamente a su dama. Aliceth se reía, todas las cosas buenas antes de que... ¿Ella misma lo arruinara?

—El problema fue después...— La expresión en ella cambiaba, cosa que Joanna notaba.

—¿El problema? Oh, me imagino que el Ministro Frollo debió amargar el momento. H-He escuchado que a el no le gusta esa clase de eventos donde... La gente común se reúne...

Aliceth aguantó una carcajada, los rumores de su Superior siempre tan acertados —El estaba con su cara de gargola desde que llegamos— Joanna se carcajeó al escucharla, y girando a la puerta, temiendo de que el Ministro estuviera ahí espiandolas y ella siendo imprudente. A pesar que todo era más que carcajadas, Aliceth volvió a sentir esos ilegibles y perplejos conmociones que aún no lograba traducir a su entendimiento.

—En verdad que, a pesar de la apatía de Claude, ¡Todo estaba yendo excelente! ¡Pero sucedió algo que...!— Los dedos de Aliceth se enroscaban y un gimoteo ahogado dejó morir entre sus dientes y labios. Joanna conocía cuando algo del Ministro hacía enojar a su Dama.

—Dejeme adivinar: Dijo que era suficiente y que ya quería volver al Palacio de Justicia

Las mejillas de Aliceth se tiñeron por enesima vez, esta vez plagada de vergüenza, hubiera sido fácil echarle la culpa a su Superior, y aunque omitia algunos detalles a su doncella de confianza, algo en su interior le pedía que no mintiera, que necesitaban aclarar los bullicios de su pecho.

—No, no fue eso... Realmente todo iba tan pero, pero sucedió algo... Peculiar

—¿Peculiar? ¿Que fue peculiar?

Dudando si debía de decir esta parte a Joanna o no, Aliceth suspiró profundamente, el aire abandonando sus pulmones, al igual que su cobardía.

—Unas gitanas subieron a bailar a la tarima, y cuando bailaron, pues... He visto cómo algunas gitanas bailan por las calles, y no bailaban para nada cómo las de ese festival. Tampoco se vestían cómo ellas. Sus faldas eran cortas, usaban blusas que dejaban ver mucha de su piel, y tenían joyas hasta en sus narices... Y todos en el festival las miraban cómo embobados...— Aliceth trataba de explicarse ante Joanna, aunque algunas palabras se atoraban en su garganta.

—Bueno, Señorita Bellarose, se sabe que esa clase de mujeres... Muchos escrupulos no tienen, más cuando se trata de llamar la atención masculina, la que es débil

Un sentimiento de incomodidad perturbó a Aliceth ante las palabras de Joanna, justo minutos antes estaba deseando ser libre igual que esas gitanas, poder usar sus ropas y joyas. Pero pretendió ignorarlo.

—...Admito que me sonrojé, jamás había visto una escena así, y cuando miré a Claude... Las miraba con mucho detenimiento, y...— Ahí estaba otra vez esa agonía fúrica que quemaba por dentro a Aliceth, incomoda, irritante e insoportable. Se levantó de su cama y se dirigió al espejo, contemplando que no tuviese a la vista otra vez esos signos que podrían delatar su verdadero sentir— Era fastidioso que su Excelencia, tanto que se jacta de ser recto, pulcro y escrupuloso, no dejaban de ojearlas

Joanna elevó sus cejas ante lo que Aliceth intentaba aclararle. Podía ver el resentimiento en las orbes marrones de Aliceth, su mandibula tensa, y cómo la sonrojez de sus mejillas se hacía más intensa.

—¿Porque le molesto, señorita Bellarose?

Cuidando de sus palabras por no revelear de más, Aliceth jugueteó con alguno de sus mechones.

—¿Porque me molestó? No fue molestía, sólo... Me pareció hipocrita de su parte

Joanna elevaba sus cejas y apretaba sus labios, en señal de que ya sabía por lo que la Señorita Bellarose estaba lidiando.

—Me parece que hay algo que le agita. Y no le culpo, usted nunca creería que fuese a tener duelos con otras damas, más por... Bueno, semejante ejemplar al que le ha echado el ojo...

Las mejillas pecosas de Aliceth volvieron a sonrojarse, mirando a Joanna.

—¿Estuvo bien en reclamarle?— Sinserizandose con ella, Aliceth prosiguió con la anecdota, cosa que provocó que Joanna se llevara las manos a su boca, levantandose del asiento improvisado.

—¡¿Reclamarle?! Señorita Bellarose, ¡Usted no puede hacer eso?

—¡¿Porque no?!— Aliceth quedó estupefacta a la respuesta de Joanna, ¿También ella estaría del lado de Frollo? —Yo le recordé que eso puede llevarlo al infierno ¡Y se burlaba de mí! ¡¿No ve que intento proteger su alma?!

Joanna, pasmada por la negativa de Aliceth, se acercaba de poco a poco a ella.

—E-Es que... Señorita Bellarose, perdone que le diga de esta forma, pero el es un hombre, y muchos, si no es que todos, les gusta mucho sentir la lujuria, así sea sólo de vista. Es algo propio de ellos... Eso incluso pudo pasarle al Ministro

—¡Pero el tanto proclamaba ser recto y firme! ¡¿Porque tendría que olvidar sus valores y su deber a la iglesia cuando esas mujeres bailaban?! ¡¿Se le olvidó que es el Protector de Notre-Dame?! ¡Tiene una reputación que cuidar!

—Señorita Bellarose... Es que usted no podía acreditarse a exigirle eso. Es un hombre, sí, uno muy recto y que tiene muy presente a Dios en su vida, pero al final de cuentas, es un hombre, ¡Y los hombres son así!

Aliceth se cruzó de brazos, negandose a escuchar las palabras de su dama de compañía, haciendo un mohín con sus labios. Volvía a acomodarse en la cama, intentando lidiar con ese agitado sentimiento.

—De seguro el Ministro ya le pidió perdón a Dios por ver a esas mujeres de forma lasciva, y usted está aquí mortificandose por sus actos— Joanna se puso a su lado, tomando de su hombro, tratando de tranquilizarla. Pero había cosas que no le parecían sensatas a Aliceth, a pesar de la extrañeza de la situación.

—Joanna... ¿Y porque me dices que a mi no me corresponde haberle exigido que no las mirara?

Joanna intentó aguantar una carcajada, en verdad Aliceth estaba muy sensible y no quería hacerla sentir más hundida en el pozo de emociones encontradas.

—Es que usted no es su esposa...

—¿Su esposa?— Aliceth giró a Joanna, el ceño fruncido proponiendo la turbación en ella —¿Porque tendría que ser su esposa? Soy su Asistente, es suficiente para recarlarle las cosas que hace mal

—No, me refiero a que, al no ser su esposa, su prometida, o vaya, incluso su amante, no le corresponde exgirle fidelidad, porque en primera, no ha habido un voto de fidelidad entre ambos

—¡Si lo hay!— Aliceth elevó su voz, Joanna asustandose un poco —¡Le prometí que sería fiel siempre y cuando fuera su asistente personal!

Joanna esta vez soltaba una risotada que enfureció a Aliceth, pero lejos de burla, desbordaba de ternura —Sí, fidelidad en cuanto al trabajo, no a asuntos del corazón, Aliceth. Y me temó que son los asuntos del corazón lo que te estan poniendo celosa...

Aliceth suspiró, intentó negarlo otra vez, pero incluso Joanna ya sospechaba desde antes de los sentimientos de su dama por el Ministro, y que dichos sentimientos no se quedaron con la versión joven del Juez.

—No, Joanna, no es eso, ya se lo que dije en el pasado, pero no puedo seguir fantaseando toda mi existencia con algo que no va a ocurrir — Aliceth logró sentir cómo el ardiente embrollo en su pecho resbalaba a su garganta, pero tenía el temple para que sólo se quedara en su garganta, y no se escabullera a sus lágrimales—...El Ministro Frollo sólo ve me cómo a una amiga en la cual puede depositar su confianza, sus dudas y tal vez algunos secretos, pero, ¿A verme cómo potencial conyuge? ¿Cómo su mujer? No lo creo...

Joanna podía leer la decepción en los ojos de Aliceth, pero a la vez, como ella misma se encargaba de que esa decepción la transformara en algo más optimista. Aliceth volvía a levantarse de la cama y se dirigía a su tocador, tomando algunos anillos y jugando a ponerlos en su dedos. Su voz pasando de tremula y aspera, a cantarica, melodiosa y pícara.

—Además, debo de aprovechar la libertad de que mis padres no estén aquí, y poder elegir a un perfecto pretendiente para mí. Uno que tal vez pueda ajustarse a mis necesidades y expectativas— Aliceth se sonreía, enterrando sus sentimientos por Frollo para dar paso a un futuro que no lo veía tan lejano. Ponía uno de sus anillos en el dedo corazón, contemplandolo, preguntandose si su futura argolla nupcial sería de ojo, plata, y si tendría piedras preciosas decorandola —¿Te confieso algo, Joanna? Tendría que elegir a uno que fuese indicado para mi... Algo que yo pueda elegir, no que elijan por mí, y nadie va a estar ahí para entorpecer mi selección de marido

Aliceth dejaba que naciese una sonrisa más bribona. Jugando con sus manos, tratando de percibir el futuro que tenía por delante. Joanna distinguía la decisión en el aura de Aliceth, una mujer con libertad de elección, al menos de su pareja.

—¿Y que tal de Jehan Frollo?

Aliceth giró a Joanna sobresaltada al escuchar la "proposición". Una carcajada salió de su garganta.

—¡¿Jehan Frollo?! ¡¿Es una broma?! ¡Jajaja! ¡Creo que sí llegara a estar en matrimonio con Jehan tendría que estar muy ebria para poder decir los votos frente al altar! ¡Si es que el no esta ebrio antes!

—Bueno, yo lo decía porque el Ministro la tiene acostumbrada a estos lujos y sería una pena que su futuro esposo sea un pobre. Y le recuerdo, tendría la fortuna de los Frollo a sus pies

Aliceth carcajeó junto con Joanna y sus disparates. Pero tenía razón, su futuro marido no tendría porque ser pobre.

...

Joanna se dedicó a llevar a cabo la pequeña mendacidad que su dama dio inicio en el festival de los bufones. Su andar entre los pasillos de piedra le hizo llegar a la sala del comedor. En la larga mesa de madera de la cual la cena estaba servida. El Ministro Frollo esperaba cruzado de brazos, sus dedos tamborileando contra el brazo cubierto en la tela, Joanna pudo jurar ver un chispazo de júbilo cuando cruzó la puerta, júbilo convertido en desilusión y pronto en amargura, todo en cuestión de segundos. Joanna debió de suponer que el Ministro esperaba la presencia de cierta joven dama en su lugar y no precisamente la suya.

—Su Señoría...— Joanna, con todo el temor del mundo, se agachó a dar una reverencia bien marcada al Juez —... En mi deber, lamento informarle que la dama Aliceth Bellarose sigue encontrándose indispuesta para poder acudir a cenar...

Al oír las palabras de Joanna, el semblante de Frollo terminó por amargarse completamente, usando el fastidio para encubrir su desilusión. Tamborileando sus dedos ahora sobre el cedro de la mesa, su mano libre sacudió a la criada.

—Bien, vete

Obviando el hecho que no esperaría nada de modales de parte de su Señoría, Joanna se retiró del lugar.

Una vez a solas, Frollo se llevó una mano a su mentón, olvidando la comida en su plato, intentaba figurar que tan grave hubiera sido la molestia de Aliceth, o si realmente se encontraba indispuesta para poder pasar la cena a solas con él, cómo lo eran todas y cada una de ellas por las noches desde que Aliceth puso un pie en el Palacio de Justicia de París.

"Pequeña malcriadita, jamás imaginé que fueras de las egoístas, las que nunca quieren compartir nada de lo que es suyo"

"Nada de lo que es suyo..."

Frollo pensaba con cierta burla y realización desde su cabeza, imaginando la intensidad abrasadora de los celos de Aliceth, de negarse a compartir los alimentos sagrados con él por un arranque de exaltación mujeril durante el Festival.

...