Annabeth XXI (7000)
—Yo quiero leer —pidió Charles
La verdad es que no estaban seguros sobre quién era el punto de vista, así que ¿que mal podía hacer que leyera?
—Bueno… Annabeth XXI, XXII—leyó Charles, de todas maneras no podía ser tan malo
—Se repite, no pasamos nosotros—celebró Piper mirando a Jason
—Gracias a los dioses —suspiró Jason
Nico también se veía bastante aliviado
—Eso me parece una terrible injusticia —se quejó Leo
—Exijo que entonces el próximo libro sea solo de ellos dos —dijo Percy
—Que falta de respeto —dijo Frank negando con la cabeza
—Así es la vida de injusta —dijo Nico encogiéndose de hombros, él estaba perfectamente bien con que Jason no pasara
Charles decidió que era el momento de empezar a leer
Annabeth decidió que los monstruos no la matarían. Ni tampoco la atmósfera venenosa, ni el traicionero paisaje con sus fosos, sus acantilados y sus rocas puntiagudas. No. Lo más probable es que muriera de una sobredosis de situaciones raras que le harían explotar el cerebro.
—No voy a mentir, suena bastante posible —dijo Apolo
—Contando el lugar en el que están, definitivamente es una opción —comentó Zoë
—Pero nos alegra que no haya pasado —dijo Hermes
—A mí también —murmuró Annabeth
Primero, ella y Percy habían tenido que beber fuego para seguir con vida. Luego habían sido atacados por una pandilla de vampiras encabezadas por una animadora a la que Annabeth había matado dos años antes.
—Por eso a nadie le caen bien las animadoras —dijo Esperanza
—A Zoé sí —señaló Bianca
La mencionada le dio un manotazo y agregó —No es precisamente animadora —aunque en realidad ni siquiera sabía lo que había pasado con ella
Percy la miró con las cejas levantadas, pero la niña apartó la mirada y se sonrojó
Por último, los había rescatado un titán vestido de conserje llamado Bob que tenía el pelo de Einstein, los ojos plateados y unas increíbles dotes con la escoba.
Claro. ¿Por qué no?
—No es más raro que todo lo demás —dijo Thalia
—Sigue dentro de la escala —coincidió Piper
—Creo que a estas alturas hay pocas cosas que podrían sobrepasar la escala —comentó Annabeth
—Es un poco complicado —coincidió Percy
Seguían a Bob a través del terreno baldío, sin desviarse del curso del Flegetonte, hacia el oscuro frente de tormenta. De vez en cuando se detenían a beber agua de fuego, que los mantenía con vida, pero a Annabeth no le entusiasmaba. Tenía la garganta como si continuamente estuviera haciendo gárgaras con ácido de batería.
—Bueno, era fuego así que no sé cual estaba peor —dijo Rachel
—Creo que el ácido de batería tendría peor sabor —comentó Leo
—El fuego tampoco era un manjar divino —señaló Percy
Su único consuelo era Percy. Cada cierto tiempo él la miraba y sonreía, o le apretaba la mano. Debía de estar tan asustado y desconsolado como ella, pero sus intentos por hacerla sentir mejor embargaban a Annabeth de amor hacia él.
—Awwww —chillaron sus amigos
—Me encantan —dijo Afrodita
Annabeth se sonrojó
Zoé y Charles se sonrieron el uno al otro, siempre habían sabido que sus padres estaban asquerosamente enamorados, escucharlo desde esta perspectiva después de todo, era como un pequeño curita
—Bob sabe lo que hace —aseguró Percy.
—Tienes unos amigos muy interesantes —murmuró Annabeth.
—¡Bob es interesante! —el titán se volvió y sonrió—. ¡Gracias! grandullón tenía buen oído. Annabeth tenía que acordarse.
—Es bueno saberlo —asintió Hermes
—Siempre debes estar al tanto de todo sobre tus enemigos —dijo Atenea
—Él no era un enemigo —masculló Annabeth
—Bueno, Bob… —trató de mostrarse despreocupada y cordial, cosa que no resultaba fácil con la garganta quemada por el agua de fuego—. ¿Cómo has llegado al Tártaro?
—Salté —contestó él, como si fuera evidente.
—Bueno, para ellos no es difícil —comentó Atenea
—Supongo que tiene sus ventajas —dijo Katie
—Claro, él no hace sonar ninguna alarma porque está ahí —asintió Poseidón —es una gran ventaja
—Definitivamente lo es —dijo Perséfone
—¿Saltaste al Tártaro porque Percy pronunció tu nombre? —dijo ella.
—Me necesitaba —sus ojos plateados brillaban en la oscuridad—. No pasa nada. Estaba cansado de barrer el palacio. ¡Vamos! Estamos a punto de llegar a una parada para descansar.
Percy hizo una mueca
—Cualquiera se cansaría de barrer un palacio —comentó Travis
—No es algo que quieras hacer todo el tiempo —coincidió Leo
—Por supuesto que no —masculló Nico
«Una parada para descansar».
Annabeth no se imaginaba lo que esas palabras significaban en el Tártaro. Recordaba todas las ocasiones en las que Luke, Thalia y ella habían empleado las paradas para descansar cuando eran semidioses sin hogar y trataban de sobrevivir.
—Esperemos que signifique lo mismo que para nosotros —dijo Thalia
—No hay muchas opciones de entendimiento —dijo Percy
—No lo sabes —comentó Thalia
—Pero sí significaba lo mismo —asintió Annabeth
Adondequiera que Bob los llevara, esperaba que hubiera servicios limpios y una máquina expendedora de aperitivos. Contuvo la risa tonta. Sí, decididamente se le estaba yendo la cabeza.
—Bueno, tenías la esperanza —dijo Piper
—Siempre es bueno tener un poco de esperanza de algo —comentó Hestia
—Y sobre todo en un lugar como ese —concordó Sally
—Por supuesto que sí —asintió Poseidón
Annabeth avanzó cojeando, tratando de hacer caso omiso a los rugidos de su estómago. Observó la espalda de Bob mientras los llevaba hacia la pared de oscuridad, situada ya a solo unos cientos de metros de distancia. Su mono de conserje azul estaba rasgado entre los omóplatos, como si alguien hubiera intentado apuñalarlo.
—Eso no suena bien —dijo Connor
—Esperemos que nadie haya intentado hacerlo —dijo Bianca mirando a Hades, aunque sabía que el dios ni siquiera era de la época y no podía saberlo
—Además ¿quién estaría tan alto para apuñalarlo en los omóplatos? —preguntó Rachel
—Eso sería un problema —asintió Miranda
Unos trapos para limpiar sobresalían de su bolsillo. En su cinturón se balanceaba una botella con pulverizador, y el líquido azul que contenía chapoteaba de forma hipnótica. Annabeth recordó la historia del encuentro de Percy con el titán. Thalia Grace, Nico di Angelo y Percy habían unido fuerzas para vencer a Bob en las orillas del Lete.
—¿Por qué a Percy no lo llamaste con el apellido?—preguntó Thalia
—Porque estaba a mi lado, y es Percy —dijo Annabeth mientras se encogía de hombros
—Es Percy, eso lo resume todo —señaló Piper
—Supongo que lo hace —coincidió Apolo
Cuando el titán se quedó sin memoria, no tuvieron el valor de matarlo. Se volvió tan amable, encantador y servicial que lo dejaron en el palacio de Hades, donde Perséfone prometió que sería atendido.
Perséfone se sonrojó un poco, cosa que era un poco tonta porque aún no había pasado ese evento y todo lo que lo rodeaba, claro que su esposo no había estado nada contento con la creación de esa espada e incluso se podía decir que en el futuro se habían desquitado con el Titán.
Al parecer, el rey y la reina del inframundo pensaban que «atender» a alguien significaba darle una escoba y hacerle barrer la porquería que ellos dejaban. Annabeth se preguntaba cómo Hades podía ser tan insensible.
Hades hizo una mueca
—Yo me pregunto lo mismo —murmuró Bianca
Ella nunca se había compadecido de un titán, pero no le parecía bien acoger a un inmortal amnésico y convertirlo en un conserje no remunerado.
«No es tu amigo», se recordó.
—Tal vez lo sea —dijo Travis
—Lo era —suspiró Annabeth
—Era el mejor —dijo Percy con una sonrisa triste
Le aterraba que de repente Bob se acordara de quién era. El Tártaro era el lugar al que los monstruos iban a regenerarse. ¿Y si le devolvía la memoria? Si se convertía otra vez en Jápeto… Annabeth había visto cómo había lidiado con las empousai. Annabeth no tenía ningún arma. Ella y Percy no estaban en condiciones de luchar contra un titán.
—Bueno, no se puede descartar la posibilidad —dijo Artemisa
—En realidad no sabemos mucho de ese lugar y como funciona, así que no podemos estar seguros de nada —comentó Apolo
—Definitivamente ir ahí, es ir a ciegas —masculló Annabeth
—Y vaya que sí —dijo Nico
Miró con nerviosismo el mango de la escoba de Bob, preguntándose cuánto tardaría la punta de la lanza escondida en asomar y apuntarla a ella. Seguir a Bob a través del Tártaro era un riesgo terrible. Lamentablemente, no se le ocurría un plan mejor.
—Claro que no, estábamos solos —masculló Annabeth
Atenea hizo una mueca —Aunque necesitan estar alertas
Se abrieron camino con cuidado a través del ceniciento terreno baldío mientras arriba, en las nubes venenosas, brillaban relámpagos rojos. Otro bonito día en la mazmorra de la creación. Annabeth no podía ver muy lejos por culpa del aire brumoso, pero, cuanto más andaban, más convencida estaba de que todo el paisaje era una curva hacia abajo.
Charles hizo una mueca mientras leía
—Sí lo parecía —asintió Percy
—Creo que lo era —coincidió Nico
—Fue bastante extraño darse cuenta —comentó Annabeth
Había oído descripciones contradictorias del Tártaro. Que si era un pozo sin fondo. Que si era una fortaleza rodeada por muros de latón. En realidad no era más que un vacío infinito. Una de las historias lo describía como lo opuesto al cielo: una enorme bóveda de roca hueca e invertida.
—Bueno, ya sabemos que versión puede ser —murmuró Hermes quién también se preguntaba si su hijo había estado ahí, sobre todo porque había estado conviviendo con Cronos, cosa que lo veía más que probable, pero Luke no daba ninguna señal de reconocimiento, aunque no estaba seguro si estaba fingiendo
Parecía la versión más exacta, aunque si el Tártaro era una bóveda, Annabeth se la imaginaba como el cielo: sin un final real, hecho de múltiples capas, cada una más oscura y menos acogedora que la anterior.
Y ni siquiera eso se acercaba a la verdad…
—No creo que nadie pueda confirmar la verdad —dijo Apolo
—Y eso que nosotros estuvimos ahí —dijo Percy
—Supongo que al menos nuestros testimonios ayudan en algo —comentó Annabeth
Pasaron por delante de una ampolla en el suelo: una burbuja translúcida del tamaño de un microbús. Acurrucado en su interior se hallaba el cuerpo medio formado de un drakon. Bob atravesó la burbuja sin pensarlo dos veces. La ampolla estalló en un géiser de baba amarilla y humeante, y el drakon se disolvió.
—Que asco —dijo Lena
—Fue bastante horrible —asintió Percy
Clarisse en realidad se veía bastante satisfecha con eso, odiaba a los drakones con toda su alma y mientras menos hubiera, mejor
Bob siguió andando.
«Los monstruos son granos en la piel del Tártaro», pensó Annabeth. Se estremeció. A veces deseaba no tener tanta imaginación, ya que estaba segura de que estaban andando sobre un ser vivo.
—Algo así —dijo Hades
—Qué horror —dijo Rachel con una mueca
—Y que lo digas —murmuró Percy
El paisaje sinuoso —la bóveda, el pozo o lo que fuese— era el cuerpo del dios Tártaro: la más antigua encarnación del mal. Del mismo modo que Gaia habitaba la superficie de la tierra, Tártaro habitaba el pozo.
Los semidioses se estremecieron
Si ese dios se percataba de que estaban caminando por encima de su piel, como pulgas sobre un perro… Basta. Se acabó pensar.
—Aquí —dijo Bob
—Sí, creo que mejor no lo pienses demasiado —murmuró Will
—A veces simplemente no ayuda el pensar demasiado —coincidió Thalia
—Me estaba perjudicando más yo sola —asintió Annabeth
—Definitivamente —dijo Piper
Se detuvieron en lo alto de una cumbre. Debajo de ellos, en una depresión resguardada que parecía un cráter lunar, había un círculo de columnas de mármol negras rotas alrededor de un oscuro altar de piedra.
—El santuario de Hermes —explicó Bob.
—¿Mi santuario? —preguntó Hermes
—Sí —asintió Percy muy seriamente
—¿Por qué estaría un santuario para mí ahí? —el tono de Hermes era de absoluta confusión, luego pareció recordar algo porque agregó un suave —oh
Percy frunció el entrecejo.
—¿Un santuario de Hermes en el Tártaro?
Bob se rió de regocijo.
—Sí. Se cayó de alguna parte hace mucho. Tal vez del mundo de los mortales. Tal vez del Olimpo. De todas formas, los monstruos lo evitan. Casi todos.
Hermes le dio una mirada totalmente traicionada a Apolo —Fue el que tiraste, idiota
—Fue un accidente —se defendió Apolo
—Terminó en ese lugar
—Mira el lado positivo —la voz de Apolo sonaba un poco condescendiente —ayudaste a los chicos
Aun así Hermes lo miró mal
—¿Cómo sabías que estaba aquí? —preguntó Annabeth.
La sonrisa de Bob se desvaneció. Tenía una mirada vacía en los ojos.
—No me acuerdo.
—Tranquilo —dijo Percy rápidamente.
—Lo importante es que está ahí —dijo Rachel
—¡Exactamente, gracias! —exclamó Apolo
—Hay que ver el lado positivo de las cosas —asintió Perséfone
Hermes resopló
A Annabeth le entraron ganas de darse una patada. Antes de que Bob se convirtiera en Bob, había sido Jápeto el titán. Como todos sus hermanos, había estado encerrado en el Tártaro una eternidad. Evidentemente, conocía el lugar. Si se acordaba de ese santuario, podía ser que empezara a recordar otros detalles de su antigua cárcel y su antigua vida. Eso no sería bueno.
—Por supuesto que no lo sería —dijo Atenea
—Puede que también lo haya visto después de que se le borró la memoria —comentó Thalia —en uno de sus viajes
—Esa también me parece una buena explicación —asintió Reyna
—Lo es —dijo Annabeth
Treparon al interior del cráter y entraron en el círculo de columnas. Annabeth se desplomó sobre una plancha de mármol rota, demasiado agotada para dar un paso más. Percy se quedó a su lado en actitud protectora, escudriñando el entorno.
—Son una monada —dijo Afrodita
Percy y Annabeth se sonrojaron
El frente de tormenta negro se encontraba a menos de treinta metros de distancia y lo oscurecía todo delante de ellos. El borde del cráter les tapaba el terreno baldío situado detrás. Allí estarían bien escondidos, pero si los monstruos se tropezaban con ellos, lo harían sin avisar.
—Y eso definitivamente sería un problema —asintió Rachel
—Estábamos en clara desventaja —dijo Annabeth
—Y tal vez Bob no sería suficiente —señaló Poseidón con preocupación
—Con tantos tipos de monstruos ahí, definitivamente es algo para pensar —comentó Hera
—Has dicho que alguien nos estaba persiguiendo —dijo Annabeth—. ¿Quién?
Bob pasó su escoba alrededor de la base del altar, agachándose de vez en cuando para examinar el terreno en busca de algo.
—Sí, nos están siguiendo. Saben que estáis aquí. Gigantes y titanes. Los vencidos. Lo saben.
La voz de Charles tembló mientras lo leía
—No me gusta como suena eso de "los vencidos" —dijo Poseidón
—Cada momento se pone peor eso —dijo Zoë
—Y empeora aún más —murmuró Percy intercambiando una mirada con Annabeth
«Los vencidos…»
Annabeth trató de dominar su miedo. ¿Contra cuántos titanes y gigantes habían luchado ella y Percy a lo largo de los años? Cada uno de ellos les había parecido un desafío imposible. Si todos estaban allí abajo, en el Tártaro, y si estaban buscando seriamente a Percy y Annabeth…
—Son el enemigo público número uno —suspiró Bianca
—Creo que no les daría mucho gusto vernos —comentó Percy
—Bueno, si nos guiamos por la reacción de Kelli, entonces no —dijo Rachel
—Aunque esperemos que no encuentren a nadie demasiado difícil —murmuró Chris
—¿Por qué paramos, entonces? —preguntó ella—. Deberíamos seguir adelante.
—Pronto —dijo Bob—. Los mortales necesitan descansar. Este es un buen sitio. El mejor sitio para… Oh, el camino es muy largo. Yo os vigilaré.
Algunos de los semidioses se movieron incómodos al pensar que un titán los vigilara mientras dormían. Incluso Sally que por las miradas tristes de su hijo y de Annabeth había entendido lo importante que se había vuelto Bob, pero de todas maneras era extraño pensar en la vulnerabilidad que tenían en ese lugar
—Pero tiene razón, necesitan descansar —dijo Deméter
Annabeth lanzó una mirada a Percy y le transmitió un mensaje silencioso: «Oh, no». Andar con un titán ya era bastante grave. Dormirte mientras el titán te vigilaba… No hacía falta ser hija de Atenea para saber que era una enorme imprudencia.
—Sobre todo en ese lugar —dijo Perséfone
—Pero ambos tienen que dormir, no saben lo que los está siguiendo y si los atacan mientras están cansados no va a terminar bien para ustedes — dijo Chris
—Pero no es necesario que duerman al mismo tiempo —señaló Clarisse
—Duerme tú —le dijo Percy—. Yo haré la primera guardia con Bob. Bob asintió rugiendo.
—Bien. ¡Cuando te despiertes, habrá comida!
—Suena bastante bien —dijo Connor
—Una atención bastante buena —asintió Leo
—Aunque espero que sea comida apta para humanos —dijo Rachel
—Oh bueno, definitivamente —asintió Katie
A Annabeth se le revolvió el estómago al oír hablar de comida. No lograba imaginar cómo Bob podría conseguir comida en medio del Tártaro. A lo mejor también era empleado de catering además de conserje.
—Podría ser —asintió Leo
—Un mago jamás revela sus trucos —señaló Connor
—Sí los reveló —comentó Percy con una pequeña sonrisa
Ella no quería dormir, pero todo su cuerpo la delataba. Los párpados le pesaban.
—Despiértame para la segunda guardia, Percy. No te hagas el héroe.
Él le dedicó aquella sonrisa que ella había llegado a adorar.
—¿Quién, yo?
—No, yo creo que Bob —dijo Travis rodando los ojos
—Dioses —se quejó Annabeth mientras Percy se reía
—¿Quién diría que Annabeth es tan cursi? —bromeó Thalia
—Cállate —masculló Annabeth
La besó con los labios resecos y llenos de un calor febril.
—Duerme.
Annabeth se sintió como si estuviera otra vez en la cabaña de Hipnos del Campamento Mestizo, invadida por el sopor. Se acurrucó en el terreno duro y cerró los ojos.
—A veces no importa que tan mal esté el lugar, simplemente hay que dormir —dijo Chris
—Supongo que podría haber sido peor —dijo Annabeth
—No creo —comentó Piper —creo que ese es el peor
—O está muy alto en la lista —coincidió Nico
XXI Annabeth
Más tarde tomó una decisión: nunca JAMÁS dormir en el Tártaro.
—Pero no creo que tengas mucha opción —dijo Apolo
—Ojalá esa sea la única vez que tienen que dormir ahí —dijo Sally, esperando que no hubieran tenido que estar tanto tiempo en ese lugar, sabía que probablemente el tiempo se movía de forma diferente, pero aún así
Los sueños de los semidioses siempre eran malos. Incluso en la seguridad de su litera en el campamento había tenido horribles pesadillas. Pero en el Tártaro eran mil veces más vívidas.
—No puede ser —dijo Piper
Los semidioses hicieron una mueca
—Definitivamente no suena muy divertido —dijo Miranda
—No lo fue ni un poco —comentó Annabeth
Primero, volvía a ser una niña, subiendo con dificultad la colina mestiza. Luke Castellan la llevaba a rastras cogida de la mano. Su guía, el sátiro Grover Underwood, saltaba en la cumbre, gritando:
—¡Deprisa! ¡Deprisa!
—Genial —masculló Annabeth
—Claro que sí, empezamos esas pesadillas con todo —dijo Thalia con una mueca
—De la manera más increíble —comentó Grover con un poco de sarcasmo
Luke también hizo una mueca
Thalia Grace estaba detrás de ellos, conteniendo un ejército de perros del infierno con su terrorífico escudo, Égida. Desde la cima de la colina, Annabeth vio el campamento en el valle: las cálidas luces de las cabañas, la posibilidad de refugiarse.
—Justamente tenía que ser ese —masculló Annabeth
—Bueno, supongo que combina con la vibra del lugar —dijo Thalia
—Eso definitivamente lo hacía —asintió Annabeth
—Claro que sí —murmuró Annabeth
Tropezó y se torció el tobillo, y Luke la cogió en brazos. Cuando miraron atrás, los monstruos estaban solo a varios metros de distancia: docenas de ellos rodeaban a Thalia.
—¡Marchaos! —gritó Thalia—. ¡Yo los entretendré!
Thalia hizo una mueca, no le gustó lo que pasó después, pero claramente no se arrepentía de esa decisión
La chica blandió su lanza, y un relámpago en zigzag atravesó las filas de monstruos, pero cuando los perros infernales cayeron, otros los sustituyeron.
—¡Tenemos que huir! —gritó Grover.
Grover miró el libro como si lo hubiera ofendido personalmente, probablemente así era
—Odio que esto sea público —masculló Annabeth
—Todos estamos de acuerdo en eso —asintió Piper
—Hay cosas que solo se deberían quedar en nuestra mente o nuestros sueños —asintió Percy
—Sería muchísimo mejor —coincidió Leo
Enfiló hacia el campamento. Le seguía Luke, que llevaba en brazos a Annabeth; ella lloraba, le golpeaba el pecho y le gritaba que no podían dejar sola a Thalia. Pero era demasiado tarde.
La escena varió.
Los cuatro chicos hicieron una mueca, todos aun tenían sentimientos con lo que había pasado aunque ya hacía varios años de eso.
Zeus miró a su hija, levemente orgulloso por el valor que tuvo al no dejar a sus amigos a su suerte, aunque el imbécil del hijo de Hermes hubiera terminado como lo hizo
Annabeth era mayor y ascendía hasta la cumbre de la colina mestiza. Donde Thalia había luchado por última vez ahora se alzaba un alto pino. En el cielo bramaba una tormenta. Un trueno sacudió el valle. Un relámpago partió el árbol hasta las raíces y abrió una grieta humeante.
—Genial —dijo Thalia
—Claro que ese no podía ser todo el sueño —suspiró Miranda
—Eso sería demasiado amable —comentó Annabeth
—Y ese tipo de cosas no suele pasar —coincidió Percy
Abajo, en la oscuridad, estaba Reyna, la pretora de la Nueva Roma. Su capa era del color de la sangre fresca de una vena. Su armadura de oro relucía. Alzó la vista, con rostro regio y distante, y habló directamente a la mente de Annabeth.
Reyna la miró alzando una ceja
—Es complicado explicarlo, pero lo vas a entender —comentó Annabeth
—Bueno —dijo Reyna
—Y espero que todos nosotros también lo entendamos —dijo Bianca
—Por supuesto que sí —asintió Annabeth
Lo habéis hecho bien, dijo Reyna, pero hablaba con la voz de Atenea. El resto de mi viaje transcurrirá en las alas de Roma.
Los ojos oscuros de la pretora se volvieron grises como nubarrones.
Debo quedarme aquí, le dijo Reyna. Los romanos deben llevarme.
—Vaya —dijo Reyna, suponía que de eso se trataba, pero era distinto a escuchar la confirmación
—Pero ¿por qué los romanos? —preguntó Bianca —se supone que los odia, y Annabeth la rescató ¿no debería ser ella quien la lleve?
—No gracias —dijo Annabeth
—Los romanos la robaron, así que la mejor muestra de nuestro arrepentimiento y parar la guerra es precisamente que un romano la devuelva a su lugar —comentó Reyna—. Aunque no tengo idea de por qué yo.
La colina se sacudió. El suelo se onduló y la hierba se convirtió en pliegues de seda: el vestido de una enorme diosa. Gaia se alzó sobre el Campamento Mestizo; su rostro soñoliento era del tamaño de una montaña. Manadas de perros infernales treparon por las colinas.
Todos los chicos hicieron una mueca, con todo lo que había pasado durante los últimos días, era horrible escuchar que algo malo le pasara al campamento.
Gigantes, Nacidos de la Tierra (con seis brazos) y cíclopes salvajes arremetieron desde la playa, derribaron el pabellón comedor y prendieron fuego a las cabañas y la Casa Grande.
Deprisa, dijo la voz de Atenea. El mensaje debe ser enviado.
El suelo se partió a los pies de Annabeth y cayó en la oscuridad.
—Nada mejor que eso para descansar —dijo Leo con sarcasmo
—Me sentía muchísimo mejor que cuando me fui a dormir —respondió Annabeth en el mismo tono
—Claramente, ese tipo de sueños ayuda con la energía —dijo Piper
—Es algo que se sabe —asintió Percy
Abrió los ojos de golpe. Gritó, agarrando los brazos de Percy. Seguía en el Tártaro, en el santuario de Hermes.
—Tranquila —dijo Percy—. ¿Pesadillas?
El cuerpo de Annabeth se estremeció de miedo.
—¿Me… me toca hacer guardia?
—Eso no es lo que nos preguntamos después de una pesadilla —dijo Thalia
—Pero era una pregunta importante —dijo Annabeth —porque alguien no había dormido
Percy le dio una sonrisa inocente —En mi defensa, había otras prioridades
—Por supuesto que sí —dijo Sally
—No, no. No hace falta. Te dejaré dormir.
—¡Percy!
—Eh, no te preocupes. Además, estoy demasiado exaltado para dormir. Mira.
Bob el titán estaba sentado con las piernas cruzadas al lado del altar, masticando alegremente un trozo de pizza.
—¿Pizza en ese lugar? —preguntó Piper
—Les dije que había prioridades —señaló Percy
—No, pues sí tenías razón —asintió Leo
—Que bueno que sí hablaba de comida para humanos —dijo Rachel
—¿Pero cómo está ahí? —preguntó Bianca
—Eso es algo que van a descubrir muy pronto —dijo Percy
Annabeth se frotó los ojos, preguntándose si seguía soñando.
—¿Es eso… pepperoni?
—Ofrendas dejadas en el altar —dijo Percy—. Sacrificios a Hermes del mundo de los mortales, supongo. Aparecieron en una nube de humo. Tenemos medio perrito caliente, uvas, un plato de rosbif y una bolsa de M .
—Eso es un robo —se quejó Hermes
A pesar de todo, algunos chicos se rieron ante la expresión de Hermes
—A veces la vida no es justa —dijo Apolo encogiéndose de hombros
Hermes se cruzó de brazos con molestia
—¡Los M para Bob! —dijo Bob alegremente—. Si os parece bien.
Annabeth no protestó. Percy le llevó el plato de rosbif, y ella se lo zampó. En su vida había probado algo tan rico. La carne seguía caliente, con la misma cobertura dulce y sabrosa que la de la barbacoa del Campamento Mestizo.
—Eso es extraño —dijo Travis
—Sí lo era —asintió Percy tratando de no reírse
—Puede que haya alguien que tenga el mismo sazón que el campamento —comentó Connor
—No exactamente —dijo Annabeth
—Lo sé —dijo Percy, descifrando su expresión—. Creo que es del Campamento Mestizo.
A Annabeth la embargó la nostalgia. En cada comida, los campistas quemaban una parte de su comida para rendir homenaje a sus padres divinos, pero Annabeth nunca había pensado adónde iba a parar la comida cuando se quemaba.
—Espera, ¿hemos sido engañados? —preguntó Miranda
—No, no han sido engañados. Así que no dejen de hacerlo —señaló Apolo
—Lo que está pasando en el libro dice otra cosa —comentó Travis
—Bueno, no es un engaño para todos —murmuró Percy
Tal vez las ofrendas volvían a aparecer en los altares de los dioses en el Olimpo… o incluso allí, en medio del Tártaro.
—M —dijo Annabeth—. Connor Stoll siempre quemaba una bolsa por su padre en la cena.
Connor soltó un grito muy poco digno —¡Esos eran mis M !
—Eran —dijo Leo un poco divertido
—Oye, fue una buena acción sin que supieras —dijo Percy
—Sí, pero ¿por cuantos años?
—Bueno, ya tiene algunos cientos desde que Apolo lo tiró, lo que de hecho ahora explica por qué no recibo tantas ofrendas —masculló Hermes
—Pero ayudó a los chicos —dijo Apolo rodando los ojos —prioridades
Recordó estar sentada en el pabellón comedor, contemplando la puesta de sol sobre el estrecho de Long Island. Era el primer lugar en el que ella y Percy se habían besado. Los ojos le empezaron a escocer.
—Dioses —murmuró Annabeth sonrojada
—Yo también me acuerdo muy bien de eso —dijo Percy
—Awwww —chillaron sus amigos
Percy le posó la mano en el hombro.
—Eh, es una buena noticia. Comida de casa, ¿no?
Ella asintió con la cabeza. Terminaron de comer en silencio. Bob masticó los últimos M .
—Debemos irnos. Llegarán dentro de unos minutos.
—Bueno, gracias por la comida —dijo Percy a los hijos de Hermes
—De nada, supongo —murmuró Connor
—Ahora ya sabemos que no pasa nada si no quemamos la comida a nuestro padre —comentó Tavis
—Pero alimentan a las buenas criaturas del Tártaro —señaló Katie
—Buen punto —dijo Travis
Percy y Annabeth hicieron una mueca, pues no sabían si ellos habían sobrevivido después de lo que había pasado
—¿Unos minutos?
Annabeth alargó la mano para coger su daga, pero se acordó de que no la tenía.
—Sí…, bueno, creo que minutos… —Bob se rascó su cabello plateado—. El tiempo es difícil de calcular en el Tártaro. No es igual.
—Mejor no se queden a averiguarlo —dijo Piper
—Se pueden quedar con ese tipo de duda —asintió Jason
—Hay cosas que está bien no saber —concedió Thalia
—Pero al menos ya comieron comida de verdad —dijo Rachel
—Përo Percy no ha dormido —señaló Bianca
Percy se acercó lentamente al borde del cráter. Miró en la dirección por la que habían venido.
—No veo nada, pero eso no significa gran cosa. Bob, ¿de qué gigantes estamos hablando? ¿De qué titanes?
Bob gruñó.
—No sé cómo se llaman. Seis, puede que siete. Puedo percibirlos.
—Eso no suena para nada bien —dijo Leo
—Son demasiados —dijo Poseidón con preocupación
—Lo malo es que en cuanto dejen el altar de Hermes ya no van a tener disponible la comida — comentó Artemisa
—¿Seis o siete? —Annabeth no estaba segura de que no fuera a vomitar lo que había comido—. ¿Y ellos pueden percibirte a ti?
—No lo sé —Bob sonrió—. ¡Bob es distinto! Pero sí que huelen a los semidioses. Vosotros dos tenéis un olor muy fuerte. En el buen sentido. Como… Mmm. ¡Como pan untado con mantequilla!
—Me gusta ser un pan —dijo Percy
—Y un pan con mantequilla aún mejor —asintió Leo
—Claro que sí —dijo Percy —eso suena aún mejor
Annabeth rodó los ojos
—Pan untado con mantequilla —dijo Annabeth—. Genial.
Percy regresó al altar.
—¿Es posible matar a un gigante en el Tártaro? Quiero decir, sin ayuda de ningún dios.
Miró a Annabeth como si ella tuviera respuesta a la pregunta.
—Lo siento por no darte la respuesta adecuada —dijo Annabeth
—Está bien, era algo que nunca antes se había planteado —dijo Percy
—Y aunque se hubiera planteado, no hay nadie que lo pudiera contestar —señaló Hades
—Supongo que está bien no tener respuestas —murmuró Annabeth
—No lo sé, Percy. Viajar por el Tártaro, matar monstruos aquí… Nunca antes se ha hecho. Tal vez Bob pueda ayudarnos a matar a un gigante. Tal vez un titán cuente como un dios. No lo sé.
—Sí —dijo Percy—. Vale.
—No suenas muy convencido —dijo Thalia
—No lo estaba —admitió Percy y mirando a Annabeth agregó —pero no es tu culpa
—Bueno, gracias —dijo Annabeth
Percy le sonrió
Annabeth podía advertir la preocupación en los ojos de él. Durante años, Percy había dependido de ella para hallar respuestas. Y ahora, cuando más la necesitaba, ella no podía ayudarle. No soportaba estar tan perdida, pero nada de lo que había aprendido en el campamento la había preparado para el Tártaro.
—No era algo que debieran de haber pasado, a ninguno de ustedes —murmuró Quirón mirando a Percy, Annabeth y Nico
Los dioses se removieron incómodos porque realmente ellos tampoco lo esperaban
Solo estaba segura de una cosa: tenían que seguir avanzando. No podían dejarse atrapar por seis o siete inmortales hostiles. Se levantó, todavía desorientada a causa de las pesadillas. Bob empezó a limpiar, recogiendo la basura en un montoncito y usando la botella con pulverizador para limpiar el altar.
—Gracias, supongo —dijo Hermes
—Bueno, al menos no te dejaron todo el altar regado —comentó Apolo
—La verdad es que yo sí lo hubiera dejado así —señaló Percy
—Lo sabemos —asintió Piper
—¿Adónde vamos ahora? —preguntó Annabeth.
Percy señaló el oscuro muro tormentoso.
—Bob dice que en esa dirección. Al parecer, las Puertas de la Muerte…
—¿Se lo has dicho?
Annabeth no pretendía hablar con tanta aspereza, pero Percy hizo una mueca.
—Lo siento —dijo Annabeth
—Está bien, entendía tu recelo, pero necesitábamos ayuda —comentó Percy
—Lo sé, hiciste lo que debías —dijo Annabeth con una pequeña sonrisa
—Mientras tú dormías —reconoció él—. Bob puede ayudarnos, Annabeth.
Necesitamos un guía.
—¡Bob ayuda! —convino Bob—. A las Tierras Oscuras. Las Puertas de la Muerte… Hum, no sería buena idea ir directos. Hay demasiados monstruos reunidos allí.
—Nos podemos imaginar —asintió Rachel
—Creo que sería imposible pasar desapercibidos —dijo Chris
—Y su olor los puede delatar —comentó Luke
—Definitivamente es un gran problema —asintió Jason
Ni siquiera Bob podría barrer a tantos. Matarían a Percy y a Annabeth en dos segundos —el titán frunció el entrecejo—. Sí, creo que segundos. El tiempo es difícil de calcular en el Tártaro.
—Vale —masculló Annabeth—. Entonces ¿hay otro camino?
—Esconderse —dijo Bob—. La Niebla de la Muerte podría ocultaros.
Percy maldijo en voz baja, intercambió una mirada con Annabeth que tampoco se veía muy contenta con compartir esa parte de la historia. Por supuesto, eso era algo que esperaba de manera desesperada que no pasara en los libros.
Annabeth y él sabían lo que había pasado, pero Percy no quería que nadie más lo supiera, mucho menos que leyeran sus pensamientos en ese momento ¿qué pensaría su mamá sobre eso? Definitivamente no sería bueno porque en ese momento se convirtió en alguien que no esperaba ¿cómo podía decepcionar a su mamá así?
Además. no era su mamá. No iba a mentir, le preocupaba demasiado lo que Zoé y Charles pudieran pensar de él si esa escena aparecía, esperaba que por primera vez la suerte pudiera estar de su lado.
—Ah… —de repente Annabeth se sintió muy pequeña a la sombra de un titán—. ¿Qué es la Niebla de la Muerte?
—Es peligrosa —contestó Bob—. Pero si la señora os concediera la Niebla de la Muerte, podría ocultaros.
—Suena bien, aunque el nombre me dice que no es tan buena —dijo Bianca
—Nada que tenga en su nombre la palabra "muerte" puede ser buena —dijo Leo
—Además ¿quién es la señora? —preguntó Sammy
—Alguien que esperamos no descubran —murmuró Percy
Poseidón le dio una mirada preocupada a su hijo
Si pudiéramos evitar a la Noche… La señora está muy cerca de la Noche. Eso no es bueno.
Nico se estremeció, Will le tomó la mano en una señal silenciosa de apoyo
—La señora —repitió Percy.
—Sí —Bob señaló delante de ellos a la negrura—. Debemos irnos.
Percy miró a Annabeth esperando consejo, pero ella no tenía ninguno que ofrecerle.
—Bueno, dicen que el que calla, otorga —señaló Leo
—Y nuestras opciones eran limitadas —dijo Annabeth
—Entonces supongo que ese era el camino —asintió Percy
Estaba pensando en su pesadilla: el árbol de Thalia hecho astillas por un relámpago, y Gaia alzándose en la ladera y desatando a sus monstruos sobre el Campamento Mestizo.
—Vale —dijo Percy—. Supongo que hablaremos con una señora sobre una Niebla de la Muerte.
—Suena como toda una cita —dijo Travis con sarcasmo
—Ya sabes, ¿para qué tener citas normales si podemos tener citas espectaculares? —bromeó Percy
—Exactamente, debes de pensar a lo grande —asintió Leo
—Por supuesto —dijo Annabeth rodando los ojos
Percy le dio una sonrisa inocente
—Espera —dijo Annabeth.
Le zumbaba la cabeza. Pensó en su sueño sobre Luke y Thalia. Se acordó de las historias que Luke le había contado sobre su padre Hermes: dios de los viajeros, guía de los espíritus de los muertos y dios de la comunicación.
—Sí bueno, cuando quieras —dijo Hermes
—A veces el servicio deja mucho que desear, pero bueno —comentó Apolo
—Sí, es un poco deficiente —coincidió Perséfone
Hermes se cruzó de brazos —A la próxima van a ir ustedes mismos a buscar sus paquetes
Se quedó mirando el altar negro.
—¿Annabeth?— Percy parecía preocupado.
Ella se acercó al montón de basura y escogió una servilleta de papel lo bastante limpia.
—Al menos fue una servilleta decente —murmuró Connor
—Por supuesto, que estemos en ese lugar no quiere decir que mandemos un mensaje deficiente —dijo Annabeth con sarcasmo
—Tenemos en cuenta el control de calidad —asintió Percy
Se acordó de la visión de Reyna en la grieta humeante, bajo las ruinas del pino de Thalia, hablando con la voz de Atenea.
Debo quedarme aquí. Los romanos deben llevarme. Deprisa. El mensaje debe ser enviado.
Atenea sonrió orgullosa de que su hija hubiera entendido el mensaje tan rápido, por supuesto, cómo no iba a hacerlo, era la semidiosa más inteligente de su generación, había logrado lo que nadie y estaba solo a un paso de regresar la estatua a casa
—Bob —dijo—, las ofrendas quemadas en el mundo de los mortales aparecen en este altar, ¿verdad?
Bob frunció el entrecejo, incómodo, como si no estuviera preparado para un examen sorpresa. —¿Sí?
—Nadie está preparado para uno de esos —señaló Percy
—Te dejan muy sorprendido —asintió Zoé
—Definitivamente —coincidió Leo —hay cosas malvadas y luego están los exámenes sorpresa
—Todos los odiamos —dijo Rachel
—Entonces ¿qué pasa si quemamos algo en este altar?
—Esto…
—Tranquilo —dijo Annabeth—. No lo sabes. Nadie lo sabe porque no se ha hecho nunca.
—Ahora que lo sepamos entonces supongo que hay que divulgarlo, como fuente de información —dijo Hermes
—O mejor no lo divulgamos y solo que quede de conocimiento interno —señaló Dionisio
—El conocimiento se hizo para compartirse —dijo Zoé
—Igual el vino y nadie lo comparte conmigo —gruñó Dionisio
—Ehh… —murmuró la chica
—Olvídalo —susurró Percy
Existía una posibilidad, pensó ella, una remotísima posibilidad de que una ofrenda quemada en ese altar apareciera en el Campamento Mestizo.
Es poco probable, pero si funcionara…
—Sería algo increíble —comentó Apolo
—Técnicamente debería poder funcionar, la comunicación es en dos vías —dijo Atenea
—¿Ves? Tu templo caído sirve más allá que aquí —comentó Apolo encogiéndose de homrbso
Hermes rodó los ojos
—¿Annabeth? —repitió Percy—. Estás planeando algo. Tienes la cara que pones cuando estás planeando algo.
—No pongo ninguna cara cuando planeo algo.
—Sí la pones —asintió Thalia
—Sí lo haces —dijo Piper
Algunos de los demás chicos asintieron de acuerdo
—Sí, ya lo creo. Arrugas la frente y aprietas los labios y…
—¿Tienes un boli? —le preguntó ella.
—Estás de coña, ¿no?
—Ay Annabeth, es que tú también —dijo Piper
—Bueno, pero no me refería a que fuera espada —dijo Annabeth
—Pero sigue siendo boligrafo —dijo Percy con una sonrisita descarada
—Bien —murmuró Annabeth
Percy sacó a Contracorriente.
—Sí, pero ¿puedes escribir con él?
—No… no lo sé —reconoció él—. Nunca lo he intentado.
—Mi más grande humillación plasmada en los libros —se quejó Percy
Annabeth le sonrió —Más vale tarde que nunca
—Me voy a poner una bolsa de papel en la cara —dijo Percy
Quitó el tapón del bolígrafo. Como siempre, se convirtió en una espada de tamaño normal. Annabeth le había visto hacerlo cientos de veces. Normalmente, cuando Percy luchaba, simplemente se deshacía del tapón. Después siempre volvía a aparecer en su bolsillo más tarde, cuando lo necesitaba. Cuando colocaba el tapón en la punta de la espada, se convertía otra vez en un bolígrafo normal.
—Funciona de manera extraña —bromeó Leo
—Como cualquier cosa mágica —asintió Percy
—Si tiene magia va a funcionar raro, es como una ley —coincidió Piper
—Todos estamos de acuerdo en eso —dijo Jason
—¿Y si colocas el tapón en el otro extremo de la espada? —propuso Annabeth—. Donde lo pondrías si fueras a escribir con el bolígrafo.
—Eh…
—Una respuesta perfectamente razonable —asintió Thalia
—Lo sé, yo siempre doy ese tipo de respuesta —señaló Percy
—Claro que sí —asintió Annabeth
Percy parecía indeciso, pero acercó el tapón a la empuñadura de la espada. Contracorriente encogió y se convirtió otra vez en bolígrafo, pero esa vez la punta estaba descubierta.
—¿Puedo?
—Nada más tomó unos cuantos años descubrirlo —dijo Apolo
—Pero lo descubrió —señaló Will
—Ni siquiera fui yo quien lo descubrió —se quejó Percy
—Pero bueno, de una manera u otra la información llegó —dijo Chris
Annabeth se lo quitó de la mano. Alisó la servilleta contra el altar y empezó a escribir. La tinta de Contracorriente brillaba como el bronce celestial.
—¿Qué haces? —preguntó Percy.
—Escribo un mensaje —dijo Annabeth—. Espero que Rachel lo reciba.
—Eso es bastante increíble —dijo Bianca
—Vaya que sí lo fue —murmuró Connor
—Cosas del top tres que debes hacer si vas a ese lugar —dijo Percy
Annabeth y Nico resoplaron
—¿Rachel? —preguntó Percy—. ¿Te refieres a nuestra Rachel? ¿El oráculo de Delfos?
—La misma.
Annabeth reprimió una sonrisa.
—¿Nuestra Rachel? —bromeó Katie
—A ver Perseo, explícate ¿cómo que nuestra Rachel? —preguntó Travis
—Sí Percy, explícate —dijo Annabeth riendo
Percy se sonrojó
—Reyna tiene un arma y no va dudar usarla —dijo Will riendo
Cada vez que sacaba a colación el nombre de Rachel, Percy se ponía nervioso. En cierto momento, Rachel había estado interesada en salir con Percy, pero ya era agua pasada. Ahora Rachel y Annabeth eran buenas amigas. Sin embargo, a Annabeth no le importaba incomodar un poco a Percy. Tienes que mantener despierto a tu novio.
—¡Oye! —se quejó Percy
Las chicas asintieron de acuerdo
—Además tampoco ayudó que dijeras el "nuestra" —dijo Miranda
—Genial —masculló Percy
Annabeth y Rachel chocaron los cinco
Annabeth terminó la nota y dobló la servilleta. En el exterior escribió:
Connor:
Dale esto a Rachel. No es una broma. No seas idiota.
Besos, Annabeth
—No lo fui —dijo Connor orgulloso de sí mismo
—Fue bastante bueno que no lo fueras —dijo Annabeth
—Aunque me sacó un susto ese mensaje —dijo Connor
—Y eso nos debió de haber dado una pista de cómo funcionaba el altar —comentó Chris
—Estábamos trabajando con poca información aquí, Chris —señaló Travis
Respiró hondo. Estaba pidiéndole a Rachel Dare que hiciera algo increíblemente peligroso, pero era la única forma que se le ocurría de comunicarse con los romanos: la única forma de evitar una matanza.
—De todas maneras estaba aburrida —dijo Rachel encogiéndose de hombros
—Hay mejores cosas para hacer cuando estás aburrida —señaló Reyna
—¿En serio, Reyna? Estamos rodeados de un montón de niños —bromeó Percy, vio la oportunidad y necesitaba hacerlo
Todos soltaron una carcajada
Rachel y Reyna se sonrojaron, la última le dio una mirada asesina a Percy
—Ahora solo tengo que quemarla —dijo—. ¿Alguien tiene una cerilla?
La punta de la lanza de Bob salió disparada del mango de su escoba. Echó chispas contra el altar y estalló en fuego plateado.
—Ah, gracias.
—Genial. Titán preparado vale por dos —dijo Leo
—Claro, siempre debes estar preparado para todo —asintió Piper
—Pero cada momento me convenzo más de que necesito una escoba como esas —dijo Connor
—Todos necesitamos una de esas —asintió Leo —para cuando tengas limpieza por la mañana y lucha contra monstruos en la tarde
Annabeth encendió la servilleta y la dejó sobre el altar. Observó como se consumía en cenizas y se preguntó si estaba loca. ¿Podría el fuego salir del Tártaro?
—Deberíamos irnos ya —advirtió Bob—. En serio. Antes de que nos maten.
—Esa me parece una excelente idea —dijo Poseidón
—Ojalá que el tiempo que perdieron no les juegue en contra —dijo Perséfone
—Pero de cualquier manera necesitaban enviar ese mensaje —comentó Atenea
Annabeth se quedó mirando el muro de oscuridad que tenían delante. Allí, en algún lugar, había una señora que ofrecía una Niebla de la Muerte que podía ocultarlos de los monstruos: un plan recomendado por un titán, uno de sus más implacables enemigos. Otra dosis de situación extraña para hacer explotar su cerebro.
—De acuerdo —dijo—. Estoy lista.
—Fin del capítulo —anunció Charles
—Por fin —murmuró Annabeth
—Aunque sabemos que de todas maneras el siguiente también se trata sobre ti —comentó Piper
—Muchas gracias por recordarmelo —masculló Annabeth
—Entonces supongo que me toca leer a mí —dijo Zoé
