DISCLAIMER: Los personajes de "Candy Candy" no me pertenecen, son propiedad de Kyoko Misuki e Yumiko Igarashi. Sólo realizo esta historia con fines de entretenimiento y sin ánimo de lucro, sólo el ferviente deseo de liberarme de la espinita clavada en el corazón después de ver el anime y leer el manga. Por siempre seré terrytana de corazón.
DESEOS DE AÑO NUEVO © 2017 by Sundarcy is licensed under CC BY-NC-ND 4.0. Está prohibido la reproducción parcial o copia total de este trabajo.
DESEOS DE AÑO NUEVO
By: Sundarcy
o-o-o
Capítulo 16: IMPOSIBLE DE ACEPTAR
Residencia privada, Chelsea
Manhattan, Nueva York
03 de enero de 1920
La tarde había llegado a la ciudad de Nueva York muy lentamente, o por lo menos, así le había parecido a Terry: un día interminable. Aunque tal vez sólo fuera porque él había pasado atrapado toda la mañana y parte de la tarde en su habitación sin hacer prácticamente nada. Echado en su cama, en lo que Candy insistía en llamar: reposo médico necesario, él únicamente había estado la mayor parte del tiempo despierto con los ojos fijos en el techo sin saber realmente qué hacer.
"¿Cómo es que he terminado así?" — se cuestionó a sí mismo algo perplejo.
Su atención estaba distraída, preso de una sensación que aún no podía o quería reconocer, se sentía casi nervioso y no podía mantener conversación o quedarse quieto por largo tiempo. Sus pensamientos corrían en diferentes direcciones a la vez, mientras la única idea clara que producía su cabeza en ese momento era que todavía tenía que llegar al final de este día en una sola pieza, sin embargo... ¿Cómo diablos hacer algo así si ya estaba fallando incluso antes de empezar?
Lo que hacía aún más complicada esta situación era que la razón de toda su lucha interna parecía totalmente ajena a lo que estaba provocando en él, y esa circunstancia no hacía más que frustrarlo.
Si tan sólo Candy supiera lo que le hacía escuchar sus suspiros y las risitas que soltaba de vez en cuando mientras exploraba su cuarto, ella no se la pasaría riendo por la habitación o dedicándole cómplices miradas tan llenas de su auténtica dulzura que lo dejaban sin aire en sus pulmones, y otra vez más frustrado que antes al no poder controlar sus reacciones.
"¡Rayos!" — pensaba él, moviéndose incómodamente en su cama.
Había descubierto que no podía mantenerse tranquilo teniendo a Candy sola con él en su cuarto. Era tan vivamente consciente de su presencia… de sus suspiros... de su risa... que se sentía embriagado e inquieto a la vez. Ahora sí que podía entender cómo este momento, compartir el mismo espacio con ella, se había convertido en angustia y éxtasis en partes iguales.
Hundiéndose más sobre el suave colchón debajo de él, rozó sus dedos sobre la sedosa frazada, presionando sus mejillas contra las almohadas al tiempo que cerraba sus ojos para desviar sus pensamientos de adonde querían ir. No obstante, por más que la calidez y la oscuridad lo envolvieron, esas sensaciones bien recibidas únicamente lo calmaron un poco.
Las horas al lado de Candy nunca le habían parecido interminables, al contrario, era como si siempre pasaran demasiado rápido. Sin embargo, la situación en la que se encontraba ahora hacía que el pasar de los minutos lo agitaran demasiado, como si esa profunda necesidad de sentirla cerca en verdad lo estuviera volviendo loco… bueno, más de lo que estaba, seguramente.
Con mucho pesar, se dio cuenta que debía salir de su cuarto ahora mismo, sino no habría forma de poder conservar lo poco que le quedaba de cordura después de esto.
—¡Odio quedarme aquí encerrado! ¡Quiero salir de este cuarto! — se quejó Terry, haciendo amago de salirse de la cama y atrayendo la mirada de Candy inmediatamente.
Lo cierto era que esta no era la primera vez que Terrence se quejaba, ella ya había perdido la cuenta del número de veces que lo había hecho, solamente bastaba decir que habían sido demasiadas. ¿De verdad estaría tan aburrido como decía?
—¡Terry! Tienes que descansar un poco más. — le insistió nuevamente, tratando de evitar que él se levantara.
—Estoy muy bien. ¿No me ves?
Ella lo veía, claro que lo veía, él había recuperado totalmente su color natural y lucía tan increíblemente apuesto como siempre. No obstante, hace unas horas había estado tan mal que todavía resultaría muy poco aceptable que se levantara y realizará sus actividades normales como si nada hubiera pasado. Si algo había aprendido Candy en todos sus años como enfermera era que después de un ataque como el que tuvo, el descanso era completamente necesario.
—No creo que sea buena idea. — la voz de ella sonaba preocupada, pero en su rostro apareció la expresión más severa que pudo adquirir.
Lamentablemente, su intento de persuadirlo tuvo muy poco éxito. El gesto de su carita más que poner a Terry serio y consciente de su estado, sólo lo hizo sonreír y recuperar algo de buen humor.
—Solamente quiero caminar un poco por la casa. — aclaró él pacientemente, dedicándole una sonrisa y una mirada tan tierna que ella tuvo que morderse los labios para evitar soltar el suspiro que quería escapar de su boca.
—No saldré a la calle, me quedaré dentro. — continuó Terrence, no notando la turbación de su pecosa. —Tal vez lea algún libro en mi estudio, cualquier cosa que involucre estar fuera de este cuarto al menos por lo que queda del día. — terminó eso desviando su mirada de ella, y tragando con dificultad al recordar su situación junto al lugar donde estaba.
Intrigada, Candy alzó sus cejas curiosamente, no entendía qué era lo que le pasaba a Terry para querer evitar su cuarto con tanta insistencia. Sin embargo, ella ya no tenía muchas más ideas para evitar que se levantara. Con algo de renuencia, no le quedó más que asentir y él no perdió el tiempo en hacer lo que decía.
Suspirando exasperada por su terquedad, ella lo vio levantarse de la cama y dirigirse a la puerta. Contento de haberse salido con la suya, él sonrió satisfecho hacia ella en el último minuto antes de salir del cuarto, y como siempre Candy lo siguió por detrás, rodando sus ojos levemente.
Estaban caminando por el pasillo del segundo piso que se dirigía hacia las escaleras, cuando una de las habitaciones que Candy no había notado antes llamó su atención de pronto. La puerta estaba entreabierta y ella pudo vislumbrar desde su posición la vista de un bello piano oculto entre las sombras.
—¿Terry?
Él paró de caminar al escucharla y volteó a mirarla.
—¿Qué es ese lugar? — preguntó una vez él la miró, señalando la habitación que había captado su atención.
Lentamente, Terry enfocó sus ojos en hacia donde indicaba y murmuró:
—Es la sala de música.
—¿Tienes una sala de música? — exclamó ella sin pensarlo, pero luego se sintió tonta por siquiera cuestionarlo.
Tenía mucho sentido que Terry tuviera una sala de música con un piano de cola a su disposición. ¿Acaso no recordaba el magnífico intérprete que era de ese instrumento?
De repente, un flujo incesante de pensamientos la invadió, trayendo consigo todos los recuerdos de aquellas tardes en Escocia, cuando él le enseñaba a tocar el piano. Fueron esos momentos en los que descubrió esa alma sensible y asombrosamente talentosa que habitaba dentro de él, oculta tras una fachada insolente y fascinante a la vez.
Un profundo suspiro escapó de su pecho, llenándola de un sentimiento dulcemente apacible, aunque algo doloroso. Tal vez era la nostalgia por aquellos tiempos que parecían tan vivos en sus recuerdos, aunque a la vez eran tan lejanos, tiempos que ya no volverían. Sin necesidad de preguntarle lo que estaba pensando, Terry estaba seguro que compartían los mismos pensamientos: las memorias de un pasado que todavía resonaba entre ellos como las notas de una melodía inolvidable.
—¿Por qué no entramos? — ofreció él con un leve esbozo de sonrisa en sus labios, también sintiéndose invadido por los recuerdos y la nostalgia.
Sin necesidad que se lo repitan dos veces, ella ingresó entusiasmada al lugar, y una vez dentro, fue el mismo Terry quien abrió las cortinas, permitiendo que la luz de la tarde inundara el espacio, mientras suaves partículas de polvo parecían danzar en el aire. Liberando un suspiro emocionado, Candy sonrió ante la escena frente a ella.
Elegantemente situado en la esquina, de manera que recibía directamente los tonos rosáceos y levemente ambarinos del atardecer que se deslizaban por la ventana, el piano pareció cobrar vida ante sus ojos. Sus teclas brillaban en un resplandor tan encantador, que era como si aquel bello instrumento llamara con insistencia a ser tocado. Candy lo percibió y, sin querer, su mirada se dirigió hacia Terry, deseando... anhelando desde el fondo de su corazón poder escucharlo tocar al menos una vez más.
Al sentir el peso de esos dulces ojos sobre él, el joven actor se quedó momentáneamente inmóvil, incapaz de articular palabra. Aquel piano había permanecido en esa habitación durante meses, prácticamente olvidado, sin que nadie lo tocara. Sin embargo, en ese preciso instante, como si una chispa de emoción se encendiera en su corazón, emergió en él una necesidad imperiosa de crear música en el piano, una sensación que no experimentaba desde hacía tiempo. Para Terry, una de las formas más puras de expresar lo que sentía era a través de la música, y no podía seguir ignorando el llamado que le hacía aquel instrumento.
Así fue como, en ese pequeño cuarto bañado por las suaves luces del ocaso, caminó lentamente hacia el piano. Sentándose con una elegancia casi instintiva, sus manos reposaron sobre las teclas con confianza, mientras su mirada se perdía en el horizonte invisible del arte que estaba a punto de dar vida. Con un suspiro profundo, sus dedos comenzaron a acariciar las teclas con una delicadeza exquisita, desatando una melodía que brotaba desde lo más profundo de su ser. Conteniendo la respiración, Candy escuchó cómo las primeras notas de Nocturne Op.9 No.2 (*1) llegaban suavemente a sus oídos.
Las notas parecían llevar consigo una historia, una emoción que desbordaba en cada acorde. Las manos de Terrence danzaban sobre el teclado con una destreza única, creando una sinfonía que trascendía las palabras y envolviendo a la joven en un mundo de pura emoción.
Ella lo observaba con admiración, quedando cautivada por la pasión que emanaba de cada nota, transportada a un lugar donde todo era diferente y sólo existía la magia de la música. Con cada arpegio(*2), Terry la llevaba a vivir cada momento con él: la nostalgia, el misterio, un sentimiento que parecía evocar la noche, todo contenido en la melodía que fluía de sus manos expertas.
Cada nota era como un llamado... un suave susurro del alma, atrayendo a Candy hacia él, acercándose lentamente hasta quedar justo a su lado. El joven, con los ojos cerrados y completamente entregado a la música, percibía la presencia de su pecosa como una sensación adictiva y envolvente. Era como si una fuerza divina lo poseyera, guiando cada uno de sus movimientos con una certeza perfecta.
Los ojos de ella empezaron a brillar con emoción, reflejando un mismo sentimiento que fluía de sí misma. En ese momento, el mundo pareció detenerse, dejando solamente a la música y a ellos en una armonía absoluta.
Y al final, cuando la última nota se desvaneció en el aire, el silencio que quedó en la habitación fue reverencial, un silencio que sólo un artista capaz de trascender lo ordinario podría generar.
"Sólo tú, Terry…" — pensaba ella, profundamente conmovida, al verlo sumido en la música, como si esta hubiera dejado de ser algo externo para formar parte de él.
Sobrecargada por la intensidad de sus emociones, Candy se sentó a su lado, acercando lentamente sus manos a las de él, deseando profundamente ser capaz de tomarlas entre las suyas y llevarlas hasta sus labios, en agradecimiento por haber creado esa música tan hermosa.
Terrence abrió los ojos suavemente y observó con detenimiento sus manos reposando sobre las teclas, inmóviles junto a las de su pecosa. El brillo etéreo que irradiaban las manos de Candy no hizo más que aumentar la fascinación que sentía en ese momento. Era como estar dentro de un sueño tan dulce y frágil, que temía cerrar los ojos por miedo a perderse cualquiera de esos mágicos instantes que estaba viviendo.
—No puedes evitar sentir la música ¿verdad?
Fue la suave voz de Candy la que rompió el silencio que se había formado hasta ahora. Ella suspiró y curvó sus labios en una tierna sonrisa, haciendo que él enfocara sus ojos en ella.
Cuando su pecosa sonreía o reía, Terry no podía evitar sonreír también, incluso si era sólo por dentro. Estar en su compañía era sentir que él también era alguien, que podían calentarlo los rayos del Sol sin importar que fuera invierno.
—Es la primera vez que toco este piano. — confesó él con la voz algo ronca de emociones contenidas.
Esa declaración hizo que Candy alzara sus cejas en sorpresa y lo cuestionara con curiosidad.
—¿No lleva mucho tiempo aquí?
Contemplando con atención el piano, ella notó que lucía casi nuevo.
—En realidad, hace varios meses que a Eleanor se le ocurrió regalármelo, pero no lo había usado hasta ahora.
—¿Por qué no lo habías tocado antes?
Esa era una pregunta algo complicada de responder… bueno, quizás no tanto, pero respondérsela a su propia alucinación, si le parecía algo absurdo.
—No lo sé… sólo no me nacía hacerlo. — contestó él, tratando de desviar el tema.
Candy agrandó sus ojos, mirándolo absolutamente intrigada. Frunciendo su naricita un poco contrariada, su rostro adoptó una expresión de dulce curiosidad que fue capaz de romper cualquier barrera que Terry pudiera tener.
—Creí que lo sabías… solamente toco el piano para una sola persona. — fijando sus ojos en los verdes ojos de ella, él suspiró. —Sólo toco para ti, Pecosa.
Solamente para ella, la única mujer capaz de encender las largamente dormidas brasas de su alma. Esa confesión hizo que Candy soltara un jadeo inconsciente y se lo quedara viendo con la boca entreabierta, no se esperaba esa declaración.
Tragando con dificultad, la joven sintió cómo Terry empezó a trazar con sus ojos un detallado recorrido en cada una de las facciones de su rostro, poniendo especial atención en esas encantadoras pecas. La ferviente mirada de él sobre ella dejó tras de sí un fuego que parecía querer acelerar los latidos del corazón de Candy a límites insospechados.
—Todavía me siguen gustando, ¿lo sabías? — murmuró él, aún observando fijamente las pecas de su naricita respingada.
Una sonrisa se asomó en los labios de Candy apenas lo escuchó. No hacía falta que él le dijera a qué se refería para que ella lo entendiera.
"...Me gustan las pecas."(*3) — aquello que alguna vez él le dijera hace varios años, estaba firmemente grabado en su memoria, y era como si casi pudiera oír en ese momento esas mismas palabras susurradas a sus oídos, haciéndole cosquillas al corazón.
Candy podía escuchar lo que creía eran los mismos latidos de su inquieto corazón, intensamente agitado en todo ese sinfín de emociones que únicamente el joven frente a ella le podía causar. Aún en medio de ese torbellino de emociones, algo peculiar captó su atención: Terry, absolutamente absorto en las pecas de su rostro, musitaba algo en una voz tan baja que ella no podía entender. Aún así, tuvo la extraña sensación de que él susurraba números, como si estuviera contando en silencio.
—¿Estás enumerando mis pecas o algo así? — preguntó, entrecerrando los ojos con fingida sospecha.
Terrence dejó escapar un silbido y, acto seguido, soltó una sonora carcajada.
—Eso sería una misión imposible. Terminaría el próximo Año Nuevo.
La joven frunció su naricita y arrugó el ceño, aparentemente indignada, aunque no logró mantener la pose mucho tiempo. Al final, su expresión seria se quebró, y las risas de ambos se fundieron en un coro alegre.
—Mira esta. Es nueva, ¿no? No la había notado antes.— comentó él, luego que dejaron de reír, señalando una diminuta peca cerca de la comisura de los labios de ella.
Ella ladeó la cabeza con aire juguetón y esbozó una sonrisa que dejó ver un travieso hoyuelo.
—Ya te había advertido que yo hago todo lo posible para tener más pecas. — le sacó su lengua, guiñándole un ojo para luego agregar. —Sólo hice todo lo que estaba a mi alcance para lograrlo y estoy feliz con los resultados.
Y para mostrar cuán orgullosa estaba, se cubrió esa peca con su mano de manera deliberada, aunque pretendía que pareciera casual.
—Si te gustan tanto, ¿por qué te las cubres?
—Bueno, esta peca en especial no es muy de mi agrado. — admitió ella con algo de renuencia, mordiéndose el labio con un gesto de ligera incomodidad.
Era una peca algo problemática para ella debido a la ubicación en la que justamente le había aparecido. ¿Por qué tenía que salirle una peca justo en la comisura de sus labios?
— Si no te gusta es mía, yo la quiero.
Terrence se sorprendió a sí mismo al decir aquello, pero aun así no dio marcha atrás. Al contrario, su sonrisa se torció burlonamente mientras sus ojos se iluminaban con un brillo divertido.
—La llamaré Terry.
—¿Terry?
Las cejas de Candy se enarcaron asombradas. ¿Acaso él hablaba en serio?
—Es la peca que está más cerca de tus labios, así que es justo que se llame Terry. — la sonrisa de él adquirió un tinte más endiablado al añadir. —Creo que la razón es más que obvia.
—¿Estás nombrando a mi peca como tú? — murmuró ella, contrayendo sus cejas como si no se lo pudiera creer.
—Es como un regalo para mí, recuerda que mi cumpleaños ya se acerca.
—Entonces para que quede claro… ¿quieres adquirir mi peca?
Terry asintió repetidas veces con tanto entusiasmo que Candy no pudo evitar reírse, mientras sus ojos adquirieron una chispa traviesa antes de seguir con su juego.
—No sé si puedas pagarla, mis pecas no vienen gratis. ¡Lo sabes, Terry! — suspiró con aparente pena, claramente desmentida por el destello travieso de sus ojos verdes y la forma en qué mordía su labio inferior para evitar sonreír. —No tienes idea de todo el esfuerzo que hago para conseguir más.
Riéndose internamente, ella más bien estaba pensando en formas en las que él podría compensarle. Tal vez una promesa de no hacerle más bromas por lo que quedaba del día, sólo para empezar.
—Ya la reclamé, y eso no está a discusión. — alzó la barbilla con una seguridad que sólo él podía lucir, sin parecer demasiado arrogante. —Ahora déjame admirar a Terry un poco más.
Candy rió con fuerza por causarle demasiada gracia esa declaración, sin embargo, poco a poco su risa se fue apagando cuanto notó cómo los ojos del joven actor se mantuvieron admirando a 'Terry' con demasiada intensidad. La respiración de la joven se volvió más irregular, atrapada por la forma casi reverencial en la que la mirada de Terrence se posaba sobre ella. Esa mirada, tan profunda, le quitaba el aliento.
Pausadamente, la mirada de él fue deslizándose desde sus labios hasta centrarse en los ojos de ella, contemplándola con tal fijación que parecía que él pudiera desentrañar los más grandes secretos del universo en ese mar de ojos esmeraldas. Era algo único, esos ojos de Candy que centelleaban tan bellamente, hechizándolo sin remedio.
—¿Sabes que puedo ver un paraíso brillando en tus ojos? —su voz profunda y aterciopelada vibraba lentamente en los oídos de ella, como una melodía suave que acariciaba su alma. —Sé que tú también lo sientes.
Había momentos como este en los que las palabras de Terry le llegaban hasta lo más hondo. Sin pensarlo, una de las manos de Candy se movió por sí sola, subiendo lentamente hacia el rostro de él, deseando poder tocarlo... sentirlo. Sin embargo, cuando su mano alcanzó finalmente la mejilla de él, sintió su corazón parar al darse cuenta de que sus manos no podían tocarlo. Entristecida, apretó sus labios, tratando de aplacar ese nudo de decepción que se instaló en su garganta.
Estaba empezando a bajar su mano lentamente, cuando percibió cómo Terry comenzó a subir su propia mano hasta encontrarla con la suya justo a la altura de su pecho. Extendiendo sus dedos, Terrence unió con lentitud su palma a la de Candy. Tragando con dificultad, él intentó apaciguar en vano la emoción que lo recorría al ver sus manos unidas a las de ella, aunque sea simbólicamente. Pues si bien no podía sentir el tacto de su palma, nadie podía negar la infinita paz y sentido de pertenencia que le traía este pequeño acto.
Es como había escuchado decir alguna vez, aunque en ese entonces no lo hubiera creído. Ahora comprendía cuando decían que el amor es algo loco. Muchas veces carece de sentido y parece imposible de explicar, pero no se trata de expresarlo con palabras o entenderlo, todo siempre se ha tratado de sentir… y con Candy, él siempre había sentido demasiado.
De pronto, escuchó a su pecosa emitir un suspiro tan profundo que el pecho de ella subió y bajó entre respiraciones. Instintivamente, sus inquietos ojos fueron guiados hacia esos dulces labios que emitieron aquel errante suspiro.
De manera casi instantánea, Terry movió su mano hacia el lugar donde supuestamente se encontraban los labios de Candy. Él trazó con la punta de su dedo esos labios ligeramente, era casi como si pudiera sentirlos. El labio inferior de Candy pareció temblar levemente, y a él le entraron tantos deseos de besarla ahí mismo, de sentir su respiración mezclándose con la de ella, tantos deseos de perderse en ella que creyó que explotaría si no lo hacía en ese instante.
Él sabía que esto no tenía lógica ni mucho menos sentido, por más hechizado que pudiera sentirse en ese instante, una parte de su razón aún le decía que era una locura desear tanto el beso de su propia alucinación, pero francamente a Terry eso ahora no le importaba en lo más mínimo. Sus ojos recorrieron cada detalle de sus labios, intentando memorizar cada detalle de su forma, cada curva, cada pequeño gesto que hacían sin pronunciar palabra. Por un instante, parecía que el mundo se había reducido solamente a ese espacio entre ellos dos.
Cuando levantó la vista, se encontró nuevamente a merced de esos ojos esmeralda. Había algo en su mirada que lo desarmaba por completo: una súplica silenciosa, un deseo que casi lo obligaba a cruzar la línea que aún se resistía a cruzar, esos hermosos ojos parecían rogarle que la besara...
Pero él no podía. No todavía. Había algo en su interior que lo retenía, un miedo a perderse por completo en esta locura que lo consumía poco a poco. Por más que quiso decir algo, cualquier cosa, al final no encontró palabras. Estaba demasiado absorto en el movimiento casi imperceptible de sus labios como para pensar en cualquier otra cosa.
"¡Oh, al diablo!" — se dijo, no pudiendo soportar más. —"Estoy más que loco de todos modos."
Su respiración se agitó, su corazón galopaba fieramente en su pecho mientras su cuerpo se inclinó hacia adelante. Cerrando sus ojos, Terry sintió sus labios ya preparados para besarla con tal abandono que muy probablemente nunca más volvería a recuperar la razón cuando…
—¿Señor?
El corazón de Terrence pareció detenerse por un instante. Como si lo hubiera alcanzado un rayo, abrió los ojos de golpe, sólo para encontrarse frente a frente con la mirada atónita de su mayordomo, quien estaba plantado en la entrada del salón con la boca ligeramente entreabierta.
Lleno de inquietud, Terry se quedó completamente paralizado, su mente inundada de pensamientos caóticos. Imaginó la escena desde la perspectiva del hombre: seguramente debía parecer algo digno de desconcierto. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? ¿Qué había visto exactamente?
Él tragó saliva, todavía sin saber cómo reaccionar, mientras el peso del momento seguía suspendido en el aire.
—La cena ya está servida, Sr. Graham.
La voz del buen hombre sonaba vacilante y desvió sus ojos al suelo para evitar encontrarse con la mirada de Terrence.
—Ahora voy.
Terry se incorporó del asiento como si nada hubiera pasado, y empezó a sacudir repetidamente la solapa de su camisa para tratar de esconder su turbación. Si quería conservar algo de su dignidad intacta, debía seguir fingiendo.
—¿Se encuentra bien, señor? — habló su empleado, luego de un momento.
La sincera preocupación que detectó en la voz de su mayordomo lo hizo sentirse todo menos tranquilo.
—Por supuesto, hace tiempo que no tocaba el piano, sólo me dejé llevar por la emoción.
Aquella declaración no apaciguó nada de la nerviosismo reflejado en el semblante de su mayordomo. Sin tener nada más que agregar, Terry no quiso seguir alargando esa incómoda conversación más tiempo. Poniendo como excusa perfecta la cena, el joven actor pasó de largo hacia la puerta de la sala de música y apresuró su paso en dirección al comedor.
"¿Hasta cuando seguiré quedando como un tonto ante mis empleados?" — se preguntó a sí mismo frustrado, pero lo que más le molestaba era otra cosa. —"¡Ah! ¿Por qué John tuvo que ser tan inoportuno para aparecer justo en ese momento? ¿Por qué no pudo llegar después?"
Era ese último pensamiento lo que lo hacía sentirse más molesto consigo mismo, por lo ilógico que resultaba el hecho de que se sintiera más irritado por la decepción de que lo interrumpieran en ese momento, a que lo hayan visto en esa situación primer lugar. ¡Demonios!
Aquellos pensamientos contradictorios se vieron interrumpidos en cuanto notó cómo 'su pecosa distracción' se ponía a su lado. Volteándose inconscientemente a verla, observó cómo el labio inferior de Candy sobresalía hacia adelante, formando un leve puchero que parecía denotar… ¿decepción?
El ceño fruncido que tenía Terry hacia unos instantes se desvaneció repentinamente y terminó esbozando una sonrisa algo tonta.
"¡Rayos! Tú sí no tienes remedio, ¿no?" — se quejó para sus adentros.
Terry no sabía que era más demente, el estar molesto porque le hayan interrumpido ese momento con su alucinación o lo extrañamente contento que se sentía al saber que Candy estaba igualmente decepcionada como él de que los hubieran interrumpido.
Suspirando pesadamente, él intentó bloquear sus pensamientos en lo que seguía su camino al comedor. De verdad que ya se había cansado de intentar comprenderse, en el mundo de contradicciones en lo que parecía haberse convertido su vida últimamente, este era sólo una situación más para agregar a todo este enredo.
"Esperemos que lo queda de la noche sea mejor." — se dijo con algo de optimismo. —"Creo que ya no hay nada más que pueda pasar durante o después de la cena."
Si tan sólo él pudiera siquiera sospechar lo que le esperaba...
TyC TyC TyCTyCTyC
Después de la cena, Terry salió del comedor con paso intranquilo, estando atrapado en ese fastidio recurrente que ya se le estaba haciendo costumbre en los últimos días, lo que suponía la continua irritación de sentir que otros te traten como un demente, algo que tristemente había terminado siendo su situación actual.
Nunca creyó que la cena podría resultar tan intolerable, él no había podido comer casi nada, y no era sólo porque no tenía apetito, sino porque no pudo evitar sentir las miradas preocupadas que le dirigían sus empleados a cada momento. Su mayordomo, su cocinera y hasta el joven Peter parecían turnarse entre los tres para observarlo con un nerviosismo que parecía rayar en el miedo.
Además, como si eso no hubiera sido suficiente, tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para ignorar a Candy durante todo el transcurso de la cena, pues no quería dar lugar a más situaciones que siguieran demostrando su locura. Por suerte, su pecosa pareció no notarlo, tan ensimismada que se encontraba en sus propios pensamientos, no prestando atención ni a la comida... ¡cómo si fuera posible!
Si bien había estado viviendo momentos maravillosos al estar acompañado de su pecosa a cada instante, no podía negar que esa parte racional de su mente seguía batallando en su consciencia por hacerlo recapacitar sobre su situación. Fue así como en vez de tranquilizarlo, la cena solo sirvió para desestabilizar su ya inquieta voluntad.
"Tengo que pensar en otra cosa…"— se decía por los pasillos en esa lucha interna contra su propia racionalidad. —"Debo distraerme con algo."
Volver a la sala de música estaba fuera de discusión, después de lo que pasó en la tarde, sería mejor no regresar por ahí. Por eso, la otra opción que era ir a su estudio, sí le pareció excelente idea.
Una vez pudo entrar a su estudio y verse rodeado de todo ese entorno familiar que representaba para él aquel sitio, recién pudo suspirar aliviado de estar totalmente solo. Sin embargo, no estaba enteramente solo, puesto que a su lado estaba Candy que lo observaba intrigada por su inquieta actitud.
Ella se había pasado toda la cena abstraída en pensamientos confusos que parecían no querer dejarla, el no tener la certeza de lo que le pasaba desde que despertó en lo que en un primer momento creía su sueño volvió a pasarle factura en la cena. De nuevo, la inquietante posibilidad que en la mañana le parecía muy probable, le devolvió cientos de preocupaciones que parecían no encontrar respuesta por ningún lado.
Ni siquiera se dio cuenta de lo rápido que había pasado el tiempo hasta el momento en que notó cómo Terry se levantaba de la mesa y se retiraba del comedor apresuradamente, fue ahí cuando cayó en cuenta que no había podido probar casi nada de la comida de la cena, y ahora solamente le quedaba sentirse culpable de haber pasado todo el rato perdida en sus desordenadas reflexiones.
Luego de salir del comedor y de ser paseada por los pasillos de la casa, no le pareció extraño que Terry la llevara a su estudio. Ella ya había notado que este lugar era como un refugio para el joven actor, y ciertamente, sería el primer lugar al que iría cuando se sintiera ofuscado, tal como se encontraba ahora. Le resultaba muy obvio a la joven que algo le pasaba a Terrence, se notaba en su postura, en lo tensos que estaban sus hombros y la manera casi imperceptible en que apretaba sus manos en puños de vez en cuando.
Ella vio cómo casi mecánicamente el castaño empezaba a buscar entre los libros que tenía sobre su escritorio, claramente tratando de decidir cuál escoger para empezar a leer.
—¿Estás bien, Terry?— inquirió sin planearlo.
Él volteó a mirarla, aparentemente sorprendido que se dirigiera a él. ¿Se había olvidado que estaba a su lado?
—No me pasa nada. —respondió en el acto, tosiendo levemente e intentando ocultar la tensión que sentía en su cuerpo.
La rubia pecosa arqueó sus cejas con evidente incredulidad, no convenciéndose con su respuesta.
—Tal vez esas galletas de Susana todavía me están causando estragos. — dijo él rápidamente, improvisando la primera excusa que se le ocurrió, mientras fingía toser una vez más, tratando de hacerla más creíble.
Candy frunció el ceño, esta vez sí lucía algo preocupada.
—¿Me dejas revisarte?
—¡No!
Sobresaltada, ella brincó en su sitio y lo vio con los ojos entrecerrados por el escepticismo.
—No es nada, estoy bien. — insistió él con su tono casi a la defensiva.
Ella se cruzó de brazos y lo observó fijamente como si intentara descubrir lo que le afligía. Después de unos segundos de tensa espera, suspiró pesadamente y relajó los hombros.
—Está bien, no te voy a presionar. Si no quieres decírmelo, lo entiendo.
Si bien el alivio que Terry sintió fue grande, también fue efímero, porque Candy no había terminado. Su mirada se hizo más seria al tiempo que añadía con voz firme:
—Pero hay algo más que sí quiero que me respondas.
El castaño se tensó, incapaz de apartar la vista de su pecosa. Fue ahí cuando ella le suelta una pregunta que había venido rondando por su cabeza desde el incidente con Susana en la mañana.
—¿Cómo es que Susana no sabía que eras alérgico a las almendras?
Esa pregunta sí se le tornó graciosa a Terry. ¿Cómo es que su pecosa le preguntaba algo así?
—Susana no sabe casi nada de mí. ¿No te has dado cuenta? Ni siquiera sabe de dónde soy. Nunca ha mostrado interés por conocer mis gustos o mis preferencias. — él enarcó una ceja, reflexionando sobre ello, y luego añadió con cierto tono de duda. —Aunque, para ser justos, tal vez ella haya intentado interesarse... pero la verdad es que nunca me ha dado la suficiente confianza como para contarle algo de mí. No tenemos nada en común.
—Pero... los dos aman el teatro. — rebatió ella vacilantemente.
—Puede que en algún momento hayamos tenido al menos eso en común. Pero eso fue hace mucho tiempo...
"¿Por qué estoy explicándole todo esto a mi alucinación?"— era la pregunta que rondó la cabeza de Terry. No obstante, incapaz de controlarse, siguió esclareciéndose de igual manera.
—Si te soy sincero, nunca vi en Susana un verdadero amor por el teatro. Es cierto que le gustaba hacerlo y era muy buena en ello. Sin embargo, hay una gran diferencia entre ser bueno en algo y amar hacer eso en lo que eres bueno. Cuando uno vive la actuación es diferente… — dejándose llevar por el sentimiento, la voz de Terry terminó adquiriendo mucha emoción. —Es algo único. Un reflejo profundo de quién soy. Cuando actúo, siento que el arte y mi esencia se funden, que no hay barreras. Todo se convierte en una búsqueda de autenticidad, algo que me transforma y me alimenta el alma. ¿Entiendes lo que te digo?
—Sí, lo entiendo.— respondió Candy, sonriendo cautivada por la forma en que había descrito su pasión por el teatro. —Es justo cómo describiría lo que es ser enfermera para mí, una pasión que me nutre y me transforma también, en un compromiso con otros y un propósito de vida, porque está en mí ayudar a los demás.
—¡Exacto! En ese sentido, somos muy parecidos.
Terry la vio con una sonrisa igualmente entusiasmada, sintiéndose comprendido por primera vez en mucho tiempo.
—Nunca nos guiamos en lo que los demás esperaban de nosotros. Seguimos nuestros sueños y fuimos contra la corriente, contra todo tipo de convencionalismos sociales. ¿De verdad crees que Susana alguna vez iría contra el mundo por mí?
Candy soltó un suspiro, desviando sus ojos al suelo. Esa respuesta parecía tan obvia, pero aún así ella todavía no la terminaba por aceptar.
—Ya no lo sé. — fue lo único que pudo decir en un susurro.
Muchas de las cosas que creía sobre esa mujer habían terminado destruidas estos últimos días y tenía la impresión que solamente seguiría descubriendo más cosas que no serían tan buenas.
—Pues yo sí sé, Susana nunca lo haría. Ni siquiera puede ir contra su madre que tanto la controla.— expuso amargamente —Nadie haría algo como eso por mí ahora... Nadie nunca lo hizo.
Por un instante, el peso de esas palabras llenó el espacio entre ellos. Lentamente, Candy elevó sus ojos hasta encontrarse con los de él, sintiendo cómo la amargura de aquella confesión había hecho que todo lo demás se sintiera irrelevante. Esas palabras la habían herido de cierta forma, como un golpe que no se ve venir pero que duele más que cualquier cosa.
La declaración que Terry acababa de hacer era tan directa, y le dolía, claro que le dolía, porque era como si él omitiera intencionadamente cosas de su pasado relacionadas con ella. ¿Acaso él no lo recordaba? ¿Tan rápido se olvidó de todo?
—Yo lo hice. — los ojos de Candy expedían una chispa casi eléctrica al enfrentarse a Terrence con un ímpetu que no podía controlar. —Crucé todo el Atlántico con la firme esperanza de volver a encontrarte.
—¿De qué estás hablando?— pronunció el castaño con la voz apenas audible.
—¿Recuerdas esa carta que te mande donde te conté todo lo que viví después que te fuiste del colegio?
Parpadeando repetidas veces, la mente de Terry no alcanzaba a procesar la magnitud de lo que le estaba diciendo, y sólo atinó a mirarla con el ceño fruncido.
—No sé de qué carta me hablas, Pecosa.
—¿Ahora vas a negar esa carta también?
Casi como si le hubiera dado una bofetada, Terrence sintió esa pregunta con el mismo dolor con el que él la había herido con su declaración anterior. La miró fijamente, y un nudo se formó en su garganta por el peso una acusación injusta.
—¿Cómo crees que alguna vez podría negar una carta tuya?
Ella recibió esa respuesta con el peso del remordimiento clavándose en su pecho. Sintiéndose avergonzada, no pudo sostener más aquel cruce de miradas con Terry. Desviando sus ojos a cualquier otra parte menos a él, terminó enfocada en el rincón de la chimenea que tanto le hacía recordar a las tardes de Escocia en un verano ya lejano. Sólo fue consciente de la presencia de Terry cuando el sonido del cajón abriéndose con un leve crujido, la hizo volver al escritorio.
Un sutil aroma a papel viejo y tinta emergió en el aire al abrir el cajón, evocando momentos de nostalgia. Dentro, se encontraban sobres rosados cuidadosamente apilados, cada uno con una caligrafía delicada que le resultaba muy familiar a Candy.
—¿Las reconoces?— vocalizó Terrence con esos color mar profundamente clavados en ella.
Los sobres tenían bordes ligeramente desgastados, como si hubieran sido acariciados con frecuencia. Candy perdió el aliento y sus ojos se vieron irremediablemente empañados.
—¿Todavía conservas mis cartas?
Él le sonrió, mirándola con una dulzura que se le tornó casi dolorosa a la joven.
—¿Cómo podría deshacerme de ellas?
Llevándose uno de los sobres a sus labios, él inhaló profundamente y sintió un cosquilleo en su cuerpo al percibir el familiar aroma de ella, que había quedado impregnado en el papel.
—Son un recuerdo de la mejor época de mi vida: aquellos tiempos en los que estaba seguro de un futuro contigo.
Inevitablemente enternecida, Candy sintió que su respiración se detenía. Su corazón, inquieto, golpeaba contra su pecho, incapaz de seguir el ritmo descontrolado de sus emociones. Había algo en las palabras de Terrence, en la frágil dulzura de su voz, que la desarmaba por completo.
—Yo también conservo las tuyas. — confesó ella, sonriendo aún con las lágrimas acumulándose en sus ojos por la misma emoción que le embargaba.
Su declaración no tuvo el resultado que la joven rubia esperaba, pues de un momento a otro, el rostro de Terry se volvió inescrutable.
—No creo que quisieras tener un recuerdo mío.
La sonrisa que se había comenzado a formar en los labios de Candy se esfumó, y sus ojos adquirieron una chispa de dolor casi palpable.
—Parece que me conoces muy poco para decir eso.
—No es por eso que lo digo. — la interrumpió, claramente alterado, su voz temblando entre la ira y la culpa. —Te conozco, Candy. Sé lo noble que eres, pero hasta la persona más buena puede guardar algo de resentimiento por el dolor que alguien le ha causado. Yo te hice daño... mucho daño. Siempre he pensado que el día que encontraras a alguien más, dejarías de aferrarte a esas cartas… a ese dolor. Y finalmente me convertiría en un recuerdo, un triste y lejano recuerdo para ti.
—¿Cómo podría olvidarte, Terry? — preguntó ella temblorosamente, apenas en un susurro.
Sus ojos se encontraron, y en ese silencio compartido se dijeron todo lo que las palabras jamás podrían expresar. Finalmente, con una determinación que nacía desde lo más hondo de ella, Candy reunió el valor para continuar:
—Eres imposible de olvidar… —confesó con una fuerza que le salió del alma.
Las palabras de ella flotaron en el aire, llenando el espacio con una verdad tan desgarradora que el corazón de Terry no pudo evitar temblar ante ella. Con cada sílaba, sentía una punzada de esperanza, pero también un profundo dolor. Era como sostener una hoja de doble filo: deseaba con cada fibra de su ser que lo que ella decía fuera cierto, pero su mente, siempre implacable, se negaba a creerlo. En esa eterna lucha entre su corazón y su razón, su mente acabó ganando.
—Para mí fue difícil dejarte ir, Candy. — dijo envuelto en una amarga resignación. —Pero tú… tú te fuiste sin siquiera mirar atrás. Ni una sola vez. ¿Cómo no pensar que fue fácil para ti olvidarme cuando fue tan sencillo para ti irte?
Aquello cayó como el golpe final que rompió la frágil calma de Candy. De inmediato, su respiración se aceleró, y sus ojos, habitualmente dulces, se llenaron de una furia que ardía contenida en su mirada. Su rostro, enrojecido por la rabia y el dolor, reflejaba la intensidad de la herida que las palabras de Terry habían abierto.
—¿Cómo puedes decir eso? —su voz temblaba con una mezcla de incredulidad y angustia. —¿Cómo puedes creer que fue fácil para mí?
Los labios de Candy comenzaron a temblar, y la tormenta de emociones que luchaba por contener amenazaba con desbordarse en cualquier momento. Su pecho subía y bajaba rápidamente, cada palabra se sentía como un peso insoportable.
—Fue lo más difícil que he hecho en mi vida. — continuó, quebrándose al tiempo que sus recuerdos la asaltaban. —Dejarte atrás fue como arrancarme una parte del alma, y lo hice… porque no tenía otra opción.
Tragó con dificultad, sus ojos humedeciéndose mientras intentaba mantenerse firme, pero el dolor del pasado la envolvía por completo.
—¿Crees que yo no sufría? — su voz se hizo más fuerte, cargada de años de dolor reprimido. —¿Crees que no sentía celos, una furia silenciosa, al imaginar que pasarías tu vida con ella? ¡Con alguien que no era yo!
El temblor en sus manos se extendió hasta su pecho, sus respiraciones entrecortadas reflejaban la batalla interna que libraba. Candy apretó los labios, intentando contener un sollozo que amenazaba con escapar.
—No sabes lo que es… — susurró totalmente rota en una confesión de vulnerabilidad. —No tienes ni idea…
Sus ojos se llenaron de lágrimas que luchaba por no dejar caer, aferrándose a ese último vestigio de control.
—¿Sabes lo que es esperar cada día… temblando, pensando que en cualquier momento me enteraría de que te ibas a casar con otra? — sus palabras fueron apenas un murmullo, pero la fuerza detrás de ellas era devastadora.
En ese instante, toda la distancia, todo el tiempo que los había separado, desapareció en el torbellino de emociones que ambos compartían. Estaban atrapados en un momento que desnudaba todas sus heridas, una verdad dolorosa que ninguno de los dos podía seguir ocultando.
Terrence pudo ver cómo el rostro de su pecosa se desmoronaba, y de repente, una ola de arrepentimiento lo invadió. Sabía que había cruzado una línea y quizás ya no habría marcha atrás.
—Candy…
Su voz se convirtió en un susurro ronco, había tanto que podría decirle, pero las palabras no salieron de sus labios, atrapadas en su garganta de tantos sentimientos encontrados en su pecho.
"Claro que sé de lo que hablas." — él deseaba poder decirle. —"He vivido esa misma incertidumbre y dolor desde que te dejé ir."
Pero no fue capaz, y ella tampoco habló, el dolor en esos bellos ojos verdes era más elocuente que cualquier respuesta. No siguió discutiendo, no gritó, sólo se quedó en silencio. Fue ahí cuando Terry se sintió como la persona más ruin por no medir sus palabras. ¿Por qué siempre terminaba lastimando a lo que más amaba?
Él se acercó a Candy con una vehemencia que sólo puede nacer del desconsuelo. Sus pasos fueron ágiles, cargados de una necesidad incontenible, como si ella fuera la única fuente de vida para un hombre perdido. Cada fibra de su ser clamaba por ella, y sus ojos, llenos de anhelo y angustia, buscaron con desesperación encontrar los de su pecosa.
Al llegar frente a ella, su corazón latía al compás de una espera interminable. Sintiendo el peso de su presencia, la joven alzó la vista lentamente. Sus miradas se encontraron, y en ese instante, todo el dolor, el amor, la nostalgia y los recuerdos que compartían se reflejaron en sus ojos.
—Candy… perdóname. —murmuró trémulamente bajo el peso de las emociones.
Exhalando profundamente, él se llevó la mano al cabello, intentando ordenar el caos en su mente, pero las palabras parecían enredarse con cada latido acelerado. La habitación se llenó de un silencio denso, al tiempo que buscaba el valor para continuar:
—Siempre he temido abrirme, mostrarme vulnerable… — reconoció con los ojos nublados de una tristeza antigua. —Nunca quise admitirlo, pero había algo en ti, en la forma en que te acercabas a mí… —su voz se quebró por un momento. —Temía lo que provocabas en mí. Sentía que ya no tenía control…
Se detuvo, respirando con dificultad, intentando explicarse mientras los sentimientos lo desbordaban. Terrence bajó la mirada, incapaz de sostener la intensidad de lo que sentía.
—Es como si antes de ti no existiera nada, y después de ti tampoco. Como si todo de mí se consumiera en ti, Candy.
Su voz se rompió, pero había una determinación dolorosa en aquella declaración, algo que hacía que la tensión en el aire reflejara todo lo que sus palabras no podían abarcar.
Apenas lo oyó, ella sintió cómo una ligera punzada de dolor atravesó su frente, expandiéndose por toda su cabeza. Se llevó una mano a su frente, intentando apagar ese extraño malestar que ya se le había venido haciendo costumbre últimamente. Sin prestarle mucha importancia al dolor repentino, se encontró a sí misma más enfocada en las palabras que él acababa de decir que habían logrado que su corazón latiera con fuerza.
Por unos segundos que parecieron eternos, se quedó en silencio, intentando procesar lo que acababa de escuchar. Su pecho se apretó, incapaz de ignorar la profundidad de lo que él le estaba confesando. Sentía una mezcla de tristeza y sorpresa, conmovida hasta lo más profundo por la sinceridad en sus palabras. Percibiendo cómo la tensión en el ambiente crecía, Candy respiró hondo, y tras un momento de reflexión, enfocó sus ojos en él.
—Mejor olvidemos todo esto, ni siquiera comprendo cómo mi pregunta terminó en esta ronda de acusaciones.
Secándose las lágrimas de sus ojos, con la vista perdida en las cartas, notó algo que había pasado por alto hasta ese preciso momento.
—No están todas las cartas que te mandé — mencionó inesperadamente.
Terry la contempló con un gesto de confusión y luego respondió muy seguro:
—Son todas las cartas que me llegaron.
Fue Candy la que lucía confundida ahora, frunciendo su ceño mientras la duda se arremolinaba en su mente.
—No pueden ser todas. — replicó, negando con la cabeza. —Te mandaba de tres a cuatro cartas por semana, cada una con cada detalle de lo que hacía en el día. No podía parar. Algunas semanas te envié incluso más.
El aire entre ellos se volvió pesado, como si la duda tomara forma. Candy fue la única capaz de poner en palabras lo que ambos estaban cuestionándose.
—¿Cómo pudieron desaparecer tantas cartas?
Para Terry, la respuesta era tan clara como el día. Su mente fue arrastrada a un recuerdo incómodo, y su rostro se tensó al reconocer la única persona capaz de tal traición. Una rabia imparable comenzó a hervir bajo la superficie de su semblante, y parecía que ya no había marcha atrás.
—¡Susana! —exclamó él con su voz contenida por la ira que se esforzaba por controlar.
Candy lo observó, tratando de no dejarse llevar por el mismo torbellino de emociones.
—¿De verdad crees que ella haría algo así? — preguntó con cautela, intentando mantener la diplomacia en su tono.
Terrence asintió con una certeza peligrosa en su mirada que no admitía oposiciones.
—No sólo lo creo, lo sé. Ya lo hizo una vez… aquella vez me devolvió la carta, pero... ¿quién dice que no lo hizo de nuevo? Nadie más sería tan entrometida, tan manipuladora. — las palabras se escapaban de sus labios de manera acelerada. —Te juro que en cuanto la vea, le diré lo que me acabas de contar, y no me detendré hasta…
Paró de hablar cuando una repentina noción chocó de pronto en su cabeza. Viendo repentinamente a Candy, y percatándose aún más de su etérea presencia, se dio cuenta de algo que había pasado por alto.
"¿Qué es lo que estoy haciendo? Estoy siguiendo lo que me está diciendo mi propia alucinación, algo que mi propia mente está inventando."— pensó con una combinación de incredulidad y desconcierto. —"¿Acaso estoy perdiendo el control?"
Suspirando cansadamente, Terrence desvió la mirada de su pecosa y frotó la yema de sus dedos contra sus párpados, tratando de aliviar el peso de sus pensamientos. Su expresión tensa y sus hombros caídos era lo único que revelaba su agotamiento.
—Olvidemos esto, ¿quieres? —dijo en voz baja, casi apagada, mientras hacía un gesto con la mano, deseando dispersar las palabras que acababa de decir. —No tengo ni idea de por qué me estás diciendo esto. Obviamente, mi cabeza quiere concentrar aún más cólera en Susana.
La joven pecosa, que lo observaba en silencio, no pudo evitar contradecirlo.
—Pero si Susana es la responsable, ella debe responder por sus acciones.
El castaño la miró brevemente, su rostro endurecido con su mandíbula tensa, y sus ojos brillando entre la frustración y el cansancio, se notaba de lejos que él estaba luchando por todos los medios para no perder el control.
—¿Y quién dice que aquí faltan cartas tuyas?
—Lo digo yo porque yo misma las escribí. — repuso ella con el mismo ánimo, sin apartar sus ojos de los de él.
—Exacto.— respondió Terry con su voz teñida de una amargura que le quemaba la garganta. —Lo dices tú: mi propia alucinación.
Ella lo observó perpleja por un momento, como si no comprendiera a qué se refería.
—¿Qué quieres decir?
Terrence la miró con intensidad, una mezcla de dolor y agotamiento reflejándose en sus ojos.
—Candy, solo tú puedes decir que no entiendes lo qué digo.
—Es que por más que trato no entiendo lo que dices.— insistió ella con su confusión evidente en su rostro.
—¿Cómo no vas a entender? ¡Todo está claro! — levantando la voz, una risa amarga escapó de los labios de Terry. —Estoy absolutamente loco.
Eso no alivió en nada el desconcierto de ella, al contrario, la puso más confusa sobre a lo que se refería.
—¿Por qué dices eso? ¿Por qué crees que estás perdiendo la cordura?— Candy se acercó hacia él, exigiendo respuestas. —¡Explícamelo bien!
Él rió de nuevo, esta vez con un toque de desesperación que parecía quebrarlo desde dentro.
—¿Acaso no es obvio? — preguntó, mirando al vacío por un instante antes de clavar sus ojos en los de ella. —Te veo en todas partes, Candy. ¿Qué otra prueba necesito para saber de que estoy perdiendo la cabeza?
—¿Por qué el hecho de verme significa que estás volviéndote loco?— exclamó ella, aún incrédula y cada vez más desesperada.
—Apareciste de pronto en mi casa y no me has abandonado desde entonces, ¿acaso no es ese un claro reflejo de que estoy demente?
Esa respuesta dejó a Candy en un limbo de contradicciones. ¿Qué podría decirle si ella tampoco entendía nada? Algo dudosa, decidió decirle la misma explicación que se había venido haciendo desde hace días.
—Terry, no estás loco.— explicó con paciencia, aunque su preocupación era evidente. —Aparecí de pronto porque este es mi sueño, es normal que las cosas en los sueños no sigan ninguna lógica.
Negando con la cabeza, él liberó un suspiro que parecía cargar el peso de todo lo que sentía.
—¿Sueño? Esto no es ningún sueño. Han pasado días desde que estás aquí. ¿Qué sueños duran tanto?
Candy abrió la boca, pero se quedó sin palabras por un instante. Aun así, con obstinación, se obligó a replicar:
—Está bien, así este no sea mi sueño, eso no significa que yo no sea real, porque yo soy Candy.
Él esbozó una sonrisa triste, sacudiendo ligeramente la cabeza.
—Sí, eres Candy... pero la Candy de mi imaginación, creada por mi mente desquiciada.
—¡No! —protestó ella con su voz cargada de exasperación. —¡Soy yo, la Candy real!
—Es increíble lo que puede hacer la mente humana, ¿no crees? —dijo él, volviendo a soltar otra risa amarga. —Deseé tanto que estuvieras aquí que mi mente te creó tan perfectamente igual a Candy que casi podría creer que eres tú... si no supiera que no es posible.
La joven lo vio incrédula, sintiendo cómo la frustración crecía dentro de ella.
—¡Pero soy yo, Terry! ¡Mírame!
Él suspiró profundamente, dejando que su mirada recorriera cada detalle de su rostro pecoso. Sus ojos se suavizaron, pero su expresión seguía cargada de tristeza.
—Claro que te miro, Candy. Eres hermosa, pero... sólo eres una alucinación de mi agotada mente.
—¡Soy real! — gritó ella con su irritación alcanzando un nuevo nivel.
—Eres producto de mi imaginación. —insistió él, más suavemente, aunque sus palabras fueran una sentencia que le dolía pronunciar.
—¡Que soy real! — explotó Candy con su voz temblando de enojo ahora. El simple hecho de que él redujera su existencia a un capricho de su mente la hacía enfurecer.
—¡Sí, claro! — habló el castaño con un sarcasmo afilado, sonriendo ligeramente e intensificando la molestia de ella.
—¡Soy Candy!
El joven actor agrandó su sonrisa, asintiendo con la cabeza como si le creyera, a pesar que claramente se notaba que no. Ella dejó escapar un suspiro exasperado, su mente girando en busca de una forma de convencerlo. ¿Cómo asegurarle a Terry que en verdad era real? Ella tenía recuerdos, emociones, pensamientos propios. ¿Acaso eso no era suficiente para demostrar que era real?
—Si no soy real, ¿cómo es que tengo mente y voluntad propias?— intentó razonar, su tono más calmado, pero aún algo desesperado.
—Porque mi mente quiere reflejarte así. — curvó sus labios con ironía. —Tal como eres: voluntariosa y terca.
—¿Esa es tu brillante explicación? — resopló burlonamente. —¡No me hagas reír! ¿Cómo te hago entender que soy real?
—Eres producto de mi imaginación. — volvió a insistir él con una calma que resultaba inquietante.
—¡Soy real!
Sin embargo, ahora la duda comenzó a invadir la mente de ella. ¿Y si él tenía razón? Era cierto que tenía voluntad propia, pero... ¿y si eso no bastaba para demostrar que era real? Si de verdad lo era, ¿por qué no podía convencerlo? Y si él no creía en su existencia... ¿eso significaba que, de algún modo, ella era menos real?
—Bueno, al menos eso creo. — murmuró finalmente para sí misma, casi sin darse cuenta, mientras la incertidumbre empezaba a corroer su confianza.
—¡Ajá! Escuché eso.— exclamó en triunfo el joven.
—¡Olvídate de eso! — espetó ella, frustrada al límite con su respiración volviéndose errática. —¡Me estás haciendo dudar de mi propia existencia! Terry, soy yo. ¡Soy Candy! ¡Tarzán Pecosa! ¡Cree en mí!
"¡Cree en mí!" — esa última frase resonó en la cabeza Terry, borrando su sonrisa y haciéndolo vacilar.
Un recuerdo borroso y lejano de una conversación similar que había tenido en un sueño, volvió a él, y las palabras que Candy le dijera en aquel sueño hace unos días cobraron relevancia en su cabeza, pareciéndole de pronto como lo más importante que tenía recordar. Un profundo temor se instaló en su corazón, haciéndolo palidecer, y por un instante, su mente tambaleó.
—¡No! ¡No puede ser! — negó con la cabeza tercamente, dando un paso atrás y separándose un poco de ella. —¿Sabes lo que significa lo que me estás diciendo?
No eran demasiadas las opciones, y lo único que podía explicar aquello que ella decía era demasiado horrible para siquiera imaginarlo.
—No tiene sentido.— se dijo Terry, hablando más para sí mismo. —Lo que es más lógico es que me estoy volviendo loco.
—¿Prefieres creer que estás perdiendo el juicio a creer que soy yo?
Los ojos de su pecosa lo vieron con una mirada transparente que denotaba estupor y algo de tristeza.
—Mi mente me quiere engañar. — él sacudió su cabeza, apretando los puños, pensando que así podía despejar esas dudas que lo atormentaban. —¡No puede ser!
—Terry...
La joven rubia lo miró, sus ojos brillando con súplica. No obstante, él no podía enfrentar la verdad, no cuando creerla significaba algo mucho más aterrador que la locura. Lo mejor que se le ocurrió era rehuir a los problemas, no quería hacerlos frente en ese momento.
—Será mejor que por ahora trate de ignorarte, Candy.
Aquella resolución que había estado formando en su cabeza a lo largo de la cena, tomó más relevancia en ese momento. Las palabras lo sorprendieron incluso a él mismo, pero la decisión parecía firme. Por su parte, ella se quedó sin habla al escucharlo.
—¿Ignorarme? — su voz temblaba entre la incredulidad y el enfado. —¿Acaso crees que puedes solucionar todo ignorándome?
Terrence asintió, tragando duramente, totalmente dispuesto a intentarlo, a pesar de que sabía que sería muy complicado.
—No quiero hacerlo, pero los demás se están dando cuenta de lo demente que estoy. ¿No has notado cómo me miran la Sra. Keith, John y Peter? Es claro que tengo que ignorarte por un tiempo al menos.
—¿Así que tu plan es ignorarme?— con fingida calma, Candy se cruzó de brazos, levantando su mentón a la defensiva. —¡Es la idea más tonta que se te pudo ocurrir! ¿Cómo piensas hacerlo?
—No te digo que vaya a ser fácil, pero voy a intentarlo.
El castaño estaba firme en su decisión, aunque una parte de él le decía que esto estaba condenado al fracaso, incluso antes de empezar.
—Pues a ver si te funciona. —respondió ella con una ironía casi mordaz, sus ojos verdes fijos en él, chispeando desafiantes y llenos de determinación.
Terry la miró una última vez, con una mezcla de desconcierto y dolor, antes de acercarse a su escritorio. Cerró con llave el cajón en donde guardaba las cartas de Candy, como si con ese gesto pudiera sellar también sus sentimientos. Después, salió del estudio, dispuesto a llevar a cabo su plan, por más arriesgado y desatinado que fuera.
Sin embargo, mientras él se empeñaba en ignorarla, Candy estaba aún más decidida a no dejarse silenciar. Si había algo en lo que ambos coincidían, era en su obstinada voluntad. Así como él luchaba por apartarla de su mente, ella se sumía con aún más fuerza en su resolución de hacerse escuchar, costara lo que costara.
ANOTACIONES:
(*1) Nocturne Op.9 No.2: Es una de las obras más conocidas y hermosas del compositor polaco Federico Chopín, compuesta entre 1830 y 1832. Está en mi bemol mayor, con una estructura de rondó. El tema principal es cromático, pero lleno de energía nostálgica.
(*2) Arpegio: Sucesión más o menos acelerada de los sonidos de un acorde.
(*3) Frase de Terry a Candy en CCFS: Adoro esta frase, es de la escena en la sala de música del colegio San Pablo. Una declaración tan de Terry: Me gustan las pecas. ;) Sólo de imaginármelo, hace que me derrita.
o-o-o
"Las palabras no esperan el momento perfecto, crean sus propios momentos perfectos convirtiendo los instantes más ordinarios en segundos especiales."
Espero haber hecho especiales estos momentos dedicados a mi historia.
Gracias por leer.
. . . . . .
By: Sundarcy
NOTAS DE LA AUTORA:
Seguimos avanzando en la trama, y la verdad, no puedo culpar a Terry; toda esta situación es realmente difícil de creer. Espero que más adelante pueda abrirse a escuchar. Con respecto a lo de las cartas que Susana robó, eso no lo estoy inventando yo, la misma Keiko Nagita (Kyoko Misuki) lo puso en CCFS, así que sólo decidí agregar ese detalle para darle más trama a la historia.
Por cierto, algunos de ustedes me han preguntado sobre el Hogar de Pony. ¡Buenas noticias! En el próximo capítulo veremos qué está sucediendo allí. Adicionalmente, estaré respondiendo en la cajita de reviews a los mensajes que dejaron algunas queridas lectores por ahí, a las que tienen cuenta las estaré respondiendo por mensaje privado. Gracias.
Les deseo una semana llena de bendiciones. ¡Reciban un fuerte abrazo virtual!
Sunny =P
18/01/2025
