Resistiéndome
Inuyasha
Debí imaginármelo. - sonrió, poniéndose de pie. - El buen Taisho, amante de los humanos, al rescate de otra mujer.
- Tienes dos opciones, maldito. - gruñí. - O te vas sin oponerte o te mataré en este instante.
- ¿Si? - empuñó sus garras. - Quiero ver que tienes...
Antes de que pudiese terminar la frase, me abalancé sobre él. Mis garras se incrustaron en su pecho, al mismo tiempo en que los recuerdos de aquella pelea atravesaban mi mente.
Inicio del flashback.
Época feudal
Mi Tessaiga chocó contra su Banryu en el mismo instante en que nuestras miradas volvían a cruzarse y la ira escalaba a niveles difíciles de controlar.
- Tú te buscaste todo esto solo, Taisho. - aquella sonrisa burlona no se borraba. - Los humanos y los demonios jamás deben estar juntos.
- ¡¿Fue por eso?! ¡¿Por eso nos delataste?!
- ¡¿Eres sordo o qué?! - me empujó, alejándose. - ¡Ya te dije que yo no fui quién reveló sus planes!
- ¡Maldito mentiroso!
- ¡Kahori era la protectora de la Perla de Shikon! ¡¿Cuántos demonios crees que estaban tras ella?!
- ¡Ella jamás se exponía de noche! ¡Y tú lo sabías!
- ¡Ya deja de culparme a mi, maldita sea! - nuevamente nuestras armas chocaron, sin embargo, esta vez fui yo quién se alejó. - Lo mejor es que comiences a culparte a ti mismo por no haber llegado a tiempo para protegerla.
- ¡Te dije que no la nombraras!
Fin del flashback.
- ¿Qué sucede, Taisho? ¿Te acordaste de algo? - me golpeó en el rostro, alejándome. - ¡No te olvides con quién estas hablando!
- Y tú no te olvides que tenemos algo pendiente, maldito.
Le había dejado un hueco en el pecho, una herida de consideración aún para un demonio, sin embargo, el maldito se resistía a irse.
- ¡Esto no te incumbe, bestia! ¡Kagome es mi mujer!
- Escúchame bien, porque sólo lo diré una vez. - mis garras resonaron en ese momento. - Ni se te ocurra volver a acercarte a Kagome porque te mataré sin pensarlo.
- ¡Ja! ¿Tú crees? No me digas que ya te enamoraste de nuevo...
- No vas a hacerme caer en tus estúpidos juegos. Lárgate si no quieres dar tu último aliento en este lugar.
¿Qué si podía asesinarlo ahí mismo? ¡Por supuesto que podía! Sin embargo, no deseaba que ella presenciara todo esto, después de todo, no tenía ni idea de lo que pensaba o sentía con respecto a Bankotsu, aunque yo me encargaría de dejarle en claro con la clase de ser que estaba tratando, lo demás dependería de ella.
La sangre había comenzado a brotar a borbotones y pude notar que se estaba debilitando.
- Esto no va a quedar así, Inuyasha. - gruñó. - Yo no soy como tú... yo te arrancaré la cabeza cuando vuelva a verte.
- ¿Por qué no lo intentas ahora? - empuñé mis garras y, antes de hacer otro movimiento, él se marchó.
Me quedé de espaldas a Kagome, observando como Bankotsu se perdía en lo que ya era la penumbra de la noche mientras mis ojos regresaban a su dorado natural y mis garras se retraían.
- ¿I... Inuyasha? - su voz se oyó como un susurro y voltee de inmediato.
- ¡Kagome! - me arrodillé a su lado, tomándola en mis brazos. - ¿Estas bien? Ese maldito estaba...
- Si, lo se. - apoyó su mejilla en mi pecho. Me sorprendió con creces que no estuviese en medio de una crisis de llanto y miedo. - ¿Cómo me encontraste?
- Es una larga historia. - pase mi mano por debajo de sus piernas.
- ¿Qué haces? - noté como su cuerpo se tensaba levemente.
- Tranquila. - me puse de pie, elevándola. - Te quedarás conmigo esta noche.
- ¡¿Qué?! ¡¿Acaso te volviste loco?!
¿Cómo era posible que estuviese más impactada por esto que por todo lo que vivió momentos atrás?
- ¿Quieres morir en manos de ese idiota? Me lo hubieras dicho y me corría del camino.
- Idiota. - suspiró, cerrando sus ojos.
Su rostro había comenzado a hincharse y la sangre que cubría parte de sus labios se estaba resecando, sin embargo, la frialdad en su mirada prevalecía. Instintivamente pose mis labios sobre los suyos, lamiendo parte de aquel líquido.
- ¿Qué haces? - susurró.
- Curando lo que ese bastardo jamás debió tocar.
Nuestros ojos se encontraron un pequeño instante y el brillo que observé en ellos me dio un poco de tranquilidad. Sentí, ¿alivio?.
Sin decir más, comencé a caminar hacia mi auto y sólo en ese entonces comencé a prestarle más atención a pequeños detalles que antes había pasado por alto. A pesar de la sangre, su aroma se mantenía dulce pero no empalagoso, difícil de explicar, pero a mi olfato era bastante agradable. Su piel se sentía muy suave y su cabello mantenía un brillo notable, seguramente debido a su cuidado.
- Mi abrigo. - murmuró. - Bankotsu lo tiró por allá.
- Déjalo.
- No... no tienes idea de lo que me costó...
- Keh, yo te compraré uno.
- Tienes que estar demente.
- La demente eres tú que quiere volver por una insignificante prenda que fue testigo de como casi te matan.
El silencio reinó nuevamente, no sin antes dejarme en claro, mediante un suspiro, que mi decisión la ofuscaba.
Otro detalle de Kagome Higurashi: al parecer, era sumamente terca.
La coloqué en el asiento del acompañante y, luego de tomar mi lugar, nos dirigimos hasta mi departamento, el cuál quedaba bastante lejos. Durante nuestro viaje tenía la intención de hacerle mil preguntas, sobre todo aquellas que estaban relacionadas a la manera en la que se sentía, después de todo, no sólo había sido golpeada, también ese imbécil había abusado de ella. Pero... ella no dijo nada en todo el camino y tampoco quería presionarla. No la conocía lo suficiente como para saber sobre sus maneras de lidiar con las emociones o situaciones, por lo que me limité a conducir, observándola de a momentos, hasta que llegamos a nuestro destino.
Me detuve en el estacionamiento del edificio y, por primera vez desde que subimos, nuestras miradas se encontraron.
- ¿Quieres que...?
- No. - abrió la puerta, tomando su bolso. - Puedo sola. - bajamos y antes de subir las escaleras que nos conectarían con el exterior, me interpuse en su camino. - ¿Qué haces?.
- ¿Qué crees que pensarán aquí si traigo a una chica cubierta de sangre a mi casa?
- ¿Y que quieres que haga?
- Sólo ponte esto. - me quité el saco y la envolví con el. Por suerte, era lo suficientemente largo como para cubrir parte de su pequeño cuerpo. - Y trata de no levantar mucho el rostro.
- ¿Eso no lo hará ver más sospechoso? - arqueó una ceja.
- Bien, si quieres decir lo que te sucedió, adelante... - me giré y comencé a caminar. Sonreí al escuchar como se quejaba pero me seguía.
Nuevamente nuestro camino estuvo musicalizado por el silencio y, por suerte, no nos topamos con nadie en el pequeño trayecto al ascensor. Ingresamos y marqué el piso 50.
- ¿Tan alto? - se sorprendió.
- Me gustan las alturas. - le sonreí y desvió su mirada.
Silencio por tercera vez.
El pasillo estaba desierto, por lo que sólo se oían nuestros pasos sobre la alfombra. Abrí la puerta e ingresé, prendiendo las luces, al mismo tiempo en que volteaba y me deleitaba con su reacción. Sus ojos castaños se abrieron ampliamente mientras exploraban cada rincón del lugar.
- Vamos, no es para tanto. - me burlé.
- ¿Qué? Bu... bueno, supongo que no podía esperar menos del hijo de Toga Taisho.
- Bien, conoces a mi padre.
- ¿Quién no lo hace?
- Tienes razón. - me acerqué, tomando sus manos y, en ese momento, noté su leve rubor. - Por aquí. - la guie hasta el baño. - Puedes ducharte, buscaré entre mis cosas algo que te quede bien.
- ¿Tienes ropa de mujer en tu departamento?
- Dije entre mis cosas, ¿acaso crees que vestiría de mujer?
- De ti me espero cualquier cosa. - desvió su mirada a la ducha.
Nuevamente me sorprendía su tranquilidad. ¿Por qué se comportaba de esa manera? Era todo lo contrario a lo que me esperaría de cualquier mujer.
Salí del lugar y me dirigí hacia mi habitación, dándole el espacio suficiente para que se aclimatara. Busqué entre mis cosas y, por fin, encontré una sudadera blanca y unos jogging que, con suerte, le quedarían decente.
Regresé y me detuve al otro lado de la puerta, escuchando el sonido del agua caer. El aroma dulce había regresado, lo que me indicaba que la sangre había desaparecido. Iba a tocar, sin embargo, ingresé sin más.
- Aquí te dejo la ropa. - pronuncié sin elevar mi mirada del suelo.
Voltee con la intención de salir, sin embargo, su mano envolvió la mía, obligándome a girar.
- Inuyasha. - murmuró.
- ¿Kagome?
Su cabello alborotado goteaba como una pequeña cascada. Su cuerpo completamente desnudo poseía aquel brillo que el agua le había dado. Se veía completamente hermosa, mucho más que la primera vez que la había visto.
- Déjame agradecerte por haberme salvado.
- Keh, tonta. - desvié mi mirada, sintiéndome ligeramente nervioso. - No tienes que agradecerme, yo sólo...
- No. - me interrumpió, tomando mi mejilla y me obligó a mirarla de nuevo. - De verdad... necesito agradecerte.
Maldición, ¿por qué mi corazón está tan acelerado? Sólo es una mujer... sólo es una simple mujer humana.
- Yo...
- Shhh. - se puso de puntillas, mientras sus labios rozaban los míos y sus manos comenzaban a desabotonar mi camisa.
Kagome.
Estaba completamente segura de que él estaba desconcertado por mis reacciones, sobre todo teniendo en cuenta lo que acababa de vivir hace solamente una hora atrás. Sin embargo, él no tenía idea que ésta era la única manera que encontraba de lidiar con todos estos problemas. Olvidar.
Si, el olvido había sido mi mejor aliado durante la relación que mantuve con Bankotsu. Cada noche, al cerrar los ojos, el maltrato y los golpes se perdían en mis sueños, desapareciendo completamente al amanecer. Tal vez ese había sido el motivo por el que había aguantado tanto.
Mientras desabotonaba uno a uno los botones de su camisa, los flashbacks de su lucha contra ese idiota pasaban por mi mente. Si, le había atravesado el pecho con sus manos, las cuales no se veían normales, lo corroboré cuando, disimuladamente, posé mis ojos en sus dedos y noté la sangre en ellos. Aún así, Bankotsu se había retirado caminando, algo que una simple persona no hubiese podido hacer con semejante herida.
El buen Taisho, amante de los humanos, al rescate de otra mujer.
Sus palabras atravesaron mi mente al mismo tiempo en que mis yemas entraban en contacto con la piel desnuda de su torso y mis labios continuaban rozando los suyos.
Para esa altura ya dos cosas me habían quedado claro: Ni Inuyasha ni Bankotsu eran humanos y... ya se conocían. Pero... ¿Quién era la mujer a la que Inuyasha rescató en algún momento? ¿Y por qué?.
Gran parte de mi silencio en todo el viaje a su departamento estaba directamente relacionado con eso. Mi mente comenzó a unir los puntos y, aunque la manera esporádica en la que me miraba al manejar a veces amenazaba con desestabilizarme me mantuve firme en mis convicciones, preparando todas las preguntas que le haría en algún momento. Además... necesitaba desesperadamente quitarme la sensación que habían dejado los dedos de Bankotsu en mi intimidad, la cuál fue invadida descaradamente.
Llevé mis manos a su pantalón, con el fin de ayudarlo a que se lo quitara y su mano se posó sobre la mía.
- No... no tienes que...
- Inuyasha. - nuevamente no lo dejé terminar. - Por favor.
Noté como tragaba saliva, sin embargo, apartó su mano. La prenda descendió y, con dos simples pasos, ya estaba fuera. Coloqué mis dedos a ambos extremos de su ropa interior y nuestras miradas se cruzaron. Al no encontrar una nueva negativa, la prenda tuvo el mismo destino que su pantalón.
- Kagome, no entiendo, ¿por qué...?
- Necesito... quitarme esta sensación de mierda. - susurré. - Hay cosas que tal vez jamás puedas comprender.
Tomé su mano y voltee, comenzando a caminar a la ducha. Me siguió sin protestar. Al ingresar, volví a mirarlo mientras abría la canilla. El agua caliente nos golpeó a los dos mientras nuestros ojos se mantenían en los del otro.
- ¿Qué puedo hacer para que olvides esa sensación? - murmuró, pasando su mano por mi mejilla.
- Sólo déjame agradecerte el haberme salvado.
Sus dedos recorrieron la mejilla que Bankotsu había golpeado y se detuvieron en la parte posterior de mi cabeza, tomando mi cabello con delicadeza. Nuestros labios se unieron en un suave y profundo beso, uno en el que nuestras bocas comenzaron a danzar a un ritmo lento y sugerente.
Y que bien se sentía.
Mi lengua se coló en el interior de su boca y, lejos de intentar detenerme, permitió que se uniera a la suya. El agua seguía azotando nuestros cuerpos, al mismo tiempo en que el vapor había empezado a empañar el vidrio de la ducha.
Casi sin darme cuenta, comencé a acariciar su miembro, el cuál ya estaba duro. Gruñó ante mis caricias y noté que quería alejarse, sin embargo, no encontraba la voluntad de hacerlo. Por el contrario, sus manos tomaron mi trasero, pegándome a su cuerpo.
Nuestras pieles rozaban en todo momento y cada roce dolía. Dolía porque ambos queríamos ser un sólo ser, pero no podíamos.
- Kagome. - murmuró, sin abandonar mis labios. - ¿Quieres matarme?
- No podría aunque quisiera. - tomé su sexo y me elevé un poco, dejándolo entre mis piernas.
- Maldición. - echó su cabeza hacía atrás en el mismo momento en que la piel sensible de él entró en contacto con los pliegues de mi entrepierna. - Estas mojada.
- No tienes forma de saberlo. - sonreí, mientras comenzaba a removerme en un vaivén lento.
- Me estas mojando más que el agua de la ducha.
Inuyasha.
No podía creer lo que estaba sucediendo. Ambos estábamos completamente desnudos, con nuestros cuerpos pegados, deseando ser uno sólo en ese momento y ya comenzaba a dudar de si no podía mandar todo a la mierda y penetrarla sin más. Después de todo, ¿Qué más podía pasar?.
Pero... ¿era el momento? Ella acababa de vivir una situación más que traumática y, aunque yo no sabía lo que pasaba por su mente, no deseaba practicar un acto tan intimo en este contexto.
¿Acto intimo? ¡Sólo es sexo, maldición!
No, en este momento no se trataba de sólo sexo.
Su sexo rozaba el mío con un notable deseo y, aunque ella pensara que no podía darme cuenta de su humedad, la realidad era que la percibía a la perfección. Comencé a realizar el mismo movimiento que ella, emulando el acto completo.
- Inuyasha. - gimió y mis manos apretaron su trasero con más fuerza.
- ¿Puedes venirte así? ¿Restregándote contra mi miembro?
- No lo digas así. - el tono de su voz me estaba volviendo loco. Sus manos se clavaron en mi espalda. - Te necesito dentro de mi.
- Quiero, Kagome. - apreté mis labios. - No tienes idea de como lo deseo, pero...
No es el momento.
- Pareciera que me estas mintiendo.
Tenía que ser una broma. En ese momento la voltee, apoyando toda mi espalda en la pared y saliendo un poco del rango en el que el agua caía, comencé a dejarme caer sin soltarla.
- ¿Qué haces? - su nuca chocó contra mi hombro, mientras su trasero estaba pegado a mi miembro y terminábamos sentados en el suelo.
- ¿Cómo puedes pensar que te miento? - mordí el lóbulo de su oreja. - Me tienes loco desde que te conocí un año atrás.
Mis manos comenzaron a masajear sus pechos y una sonrisa se formó en sus labios.
- Pero no quieres tener sexo conmigo...
- ¿Tú crees? - mi mano descendió por su abdomen y se detuvo en su intimidad, esperando su permiso. - ¿Quieres que te diga todo lo que te haría? - rocé levemente sus pliegues con la yema de mis dedos y sus piernas se abrieron en toda su extensión.
- Te escucho.
- Ya te he probado con mi boca... - ingresé mis dedos en su interior en el mismo momento en que un sonoro suspiro abandonó sus labios. - Te he penetrado con mis dedos. - comencé a besar su cuello, sin dejar de hablar. - Pero... quiero hacerte mía, Kagome. - ingresaba lenta y suavemente en su sexo, sintiendo toda la calidez de su humedad.
- ¿Ha... hacerme tuya?
- Quiero que me sientas completamente dentro de ti... llenando cada parte de tu ser.
- Inuyasha. - arqueó su espalda al momento en que comencé a penetrarla con mayor fuerza.
- Quiero que grites mi nombre como nunca gritaste el de nadie...
- ¡Inuyasha!
- Así o... más fuerte. - mis dedos se perdieron en su interior, deteniéndose.
Borrando cada rastro de aquella introducción no consensuada y reemplazándola por el deseo de sentir más.
Kagome
No podía más, verdaderamente ya no soportaba el imaginarme todas aquellas escenas y no poder hacerlas realidad. Tomé su brazo y saque sus dedos de mi intimidad, volteando y subiéndome sobre él, provocando el nuevo roce de nuestros sexos.
- No puedo, Inuyasha. - murmuré, tragando saliva y apoyando mi nariz en la suya. - No puedo seguir escuchando y no hacer más.
- Kagome. - me besó desesperadamente. - Mi amor, no es el momento.
- ¿Y cuando lo será?
- Cuando no estemos atravesados por lo que sucedió.
Comprendí de inmediato y supe que tenía razón, esto podía malinterpretarse como mi deseo de querer tapar con este acto la aberración a la que fui sometida.
- Entiendo. - murmuré, mientras comenzaba a removerme sobre su miembro. - Pero, al menos...
- Hazlo. - tomó mis caderas, guiando el ritmo de nuestros roces. - Muéstrame de lo que me estoy perdiendo.
Sonreí y comenzamos a besarnos con desesperación, al mismo tiempo en que aumentaba la profundidad de mi acto, arrancándonos varios suspiros y gemidos. Al cabo de unos minutos, el hormigueo en mi interior era evidente y deseaba ir cada vez más y más rápido.
- Inuyasha, no puedo...
- Si, hermosa, yo tampoco.
Mordí sus labios al mismo tiempo en que me dejaba llevar y explotaba en un mar de pasión, uno que bañó su piel sensible por completo. Casi en simultaneo, sentí en la parte baja de mi trasero aquel líquido caliente, producto de su propia liberación. Nuestras bocas se negaban a separarse, sin embargo, se vieron obligadas a hacerlo para regular nuestras respiraciones.
- Te odio. - murmuró, apoyando su frente contra la mía.
- ¿Por qué ya rompiste más reglas de las que pensabas?
- No, porque por tu culpa ahora deberé bañarme de nuevo.
Reí sin más, mientras me ponía de pie y salía de la ducha en busca de mi toalla y la ropa que él había traído para mi. Pude sentir su mirada sobre mi cuerpo en todo momento, sin embargo, no giré, por el contrario, dejé que me observara con detenimiento antes de salir del baño.
No sabía en que dirección quedaba su habitación y no quise investigar, husmear en casas de personas que no conocía jamás había sido mi prioridad, por lo que terminé cambiándome en la sala. La ropa que me había traído, para mi sorpresa, me quedaba mejor de lo que esperaba o eso imaginé ya que no había un espejo en donde revisarme.
A pesar de la distancia, pude escuchar el momento en el que él salió del baño y, seguramente, se dirigió a su habitación para cambiarse. Me senté en el sofá, terminando de secar mi cabello cuando apareció por el pasillo.
- ¿Quieres comer algo?
- ¿He? - su pregunta me sorprendió.
- Que si quieres comer.
- No... lo siento, pero estoy demasiado cansada.
- ¿Seguro? - se dirigió a su nevera, inspeccionándola. - Puedo calentarte algo o podemos pedir algo.
- Inuyasha. - nuestras miradas se encontraron. - No es necesario que hagas esto por mi. - sonreí. - Sólo descansaré un poco en el sofá y me iré.
- ¿Acaso estas loca?
- ¿Qué? ¿Loca? ¿Por qué?
Sin responder se acercó y tomó mi mano obligándome a ponerme de pie. Su agarre se sentía cálido y tranquilo, todo lo contrario a lo que Bankotsu había profesado horas atrás. Caminamos a través del pasillo el cuál estaba tenuemente iluminado y nos detuvimos frente a la puerta que se ubicaba al final. Suavemente la abrió y prendió la cálida luz, dejándome ver el lugar en el que descansaba todas las noches.
- Vaya, me pregunto cuantas mujeres habrán dormido en esa cama.
- Eres la segunda. - ingresó y me quedé en la puerta. - Kikyo fue la primera.
- ¿Disculpa? - volteó y arqueé una ceja.
Definitivamente no me esperaba esa respuesta.
- ¿Qué? Oh... lo siento. - sonrió. - A veces me olvido que en este tipo de cosas hay que mentir. Eres la primera, ¿mejor?
Sonreí y también ingresé, observando cada detalle con genuino interés.
- Al menos estas respuestas espontaneas me dicen que puedes llegar a ser honesto en algunas cosas. ¿Puedo? - señalé la cama.
- Toda tuya.
Ante esas palabras me senté y, posteriormente, me recosté sobre mi costado izquierdo. Cerré mis ojos ante lo confortante que era y supe que podía quedarme toda la vida allí si era necesario.
- ¿Necesitas algo más?
Abrí mi mirada y sonreí, encontrándome con sus orbes dorados, los cuáles me transmitieron una total y absoluta calma.
- Si, quiero que me cuentes un cuento.
- ¿Un cuento? - la sorpresa en su tono era evidente. - ¿Es que me viste cara de niñero?
- No, pero... me ayudará a dormir. - palmee el espacio libre de la cama, invitándolo a que se recostara a mi lado.
- No puedo creer esto. - se quejó, pero siguió mi indicación. - Bien, dime, ¿algún gusto en particular?
- Quiero que me cuentes la historia de aquel joven no humano que le salvó la vida a esa joven humana.
Me quedé en silencio al mismo tiempo en que el dorado de su mirada se dilataba y sus labios se separaban ligeramente, quedándose completamente mudo.
