Capítulo 9: Amistad.

De aquí en adelante, el tiempo para caer en preocupaciones se me partió por la mitad. Era mucho mejor que estar todo el día mirando por encima del hombro como un demente, pero una parte de mí extrañaba la libertad de modificar mi agenda como se me diese la gana. Gastar horas y horas vagabundeando por los bosques llegaba a ser agotador en más de un sentido, pero era un trabajo honesto y funcional. Como decía Don Ramón: «No hay trabajos feos, lo feo es tener que trabajar».

Me tomé mi tiempo para familiarizarme con el entorno; explorar a profundidad los bosques aledaños, acostumbrarme a ellos y aprender a reconocer los lugares donde las criaturas moraban y se escondían. No pretendía abuzar de estas nobles bestias, pero teniendo en cuenta la situación no me tembló la mano a la hora de poner trampas especiales para cada una de ellas. Un hombre tiene que comer, después de todo.

Braier recibió su mercancía con gusto, y tal como habíamos acordado, las partes menos útiles acababan cayendo en mis manos. Mi primera idea fue usar los huesos para expandir mi armamento, pero rápidamente acabé descartando esta idea. Eran demasiado frágiles, se fragmentaban a la mínima de entrar en contacto con cualquier superficie rígida y moldear su forma era demasiado tedioso y lento. Decidí así que lo mejor sería limitar su uso para mejorar los artificios.

Ahora, en cuanto a la fauna, esta resultó no ser muy diversa. Acostumbrado a la vida en climas más húmedos, tenía la esperanza de hallar mayor variedad, mas solo me encontré con un puñado de plantas y especias interesantes; en su mayoría, basura para ponerle a la comida. Una de ellas, sin embargo, me llamó la atención de manera alevosa.

Se trataba de unos frutos de color rojizo con puntos negros, pequeños, pero demasiado llamativos para ser de buena sangre. Los animales de la zona solían pasarlos por alto a la hora de buscar alimento, pero sí pude ver un par que, fuese por accidente o por otro motivos, se arriesgaron a consumirlos. Empezaron a actuar de formas «particulares», muy fuera de lo común. Y con esto quiero decir «gracioso», o como diríamos en casa, «más duro que patada de monja».

Dicho esto, y en contra de cualquier llamado de atención por parte de mi sentido común, me aventuré a darles el beneficio de la duda; cosa que bien podría haber acabado horriblemente mal, pero en su momento no lo pensé demasiado. Bastó con meterme tres a la boca para empezar a sentir su efecto, mismo que se intensificó a más no poder con el correr del tiempo. Quedé «inhabilitado» por un buen rato, por así decirlo. Para que nos entendamos, mi mente abandonó mi cuerpo en pos de las visiones otorgadas por el universo y sus creadores. No entraré en detalles de qué fue lo que vi durante ese tiempo, pero quisiese recalcar que no fue precisamente un viaje placentero.

Y convengamos que la cosa solo empeoró una vez regresé al mundo de los vivos. Frente a mí, una no muy agraciada Fitts me observaba desde lo alto con una postura que era la viva imagen de la decepción. Era como si me estuviese diciendo «No me sorprende que lo hayas hecho, pero qué pena de ti». Toma conciencia de la escena; tu servidor, tirado sobre la nieve en mitad del bosque, delirando y hablando en lenguas extrañas mientras la elfa aguardaba junto a mi para evitar que fuese comido por los depredadores. Muy amable de su parte, por cierto.

Descartada la idea de usar los frutos para cocinar, eso sin duda. Sin embargo, sí me guardé la data en el libro de reportes. Si bien no les hallaría un uso práctico, nunca se sabe cuándo puedes necesitar un poco de sedante improvisado. Más vale estar preparado.

Y ya que mencioné a mi nueva amiga de orejas largas… Dediqué algo de mi tiempo a tratar de fortalecer mis lazos con ella. Seré franco, la cosa estaba bastante difícil. Ponía lo mejor de mí, pero ella simplemente no tenía intenciones de abrirse conmigo. Conseguimos establecer un mínimo de confianza, sí, pero mantenía su mundo como un misterio cada vez que intentaba abordar los temas. Podía entenderlo, considerando lo hablado con su patrona, y hasta me avergüenza un poco admitir que yo hubiese tardado menos en soltar la sopa. Era una chica comprometida con su trabajo, respeto eso.

Refiriéndonos a este último, intenté dejar el tema de lado mientras estaba con ella, el problema fue que era casi imposible no traerlo a la mesa de vez en cuando. Ambos sabíamos por qué estábamos ahí; no se iba a admitir, pero algo me dice que mientras más nos conocíamos, más se daba cuenta de que mis intenciones no eran exactamente las de ser amigable. Pero supongo que eso jamás le molestó.

Y entre una cosa y la otra las semanas pasaron. Recuerdo la primera vez que conseguí romper con nuestra rutina. No fue sencillo, pero tras mucha insistencia acordamos encontrarnos a las afueras del restaurante. Había pedido su ayuda con un temita «problemático» del trabajo; un ligero incidente relacionado con los vendedores del pueblo. Ya llegaremos a eso.

Fitts llegó temprano esa mañana. Aún no había desayunado, por lo que la invité a pasar y le ofrecí un lugar en la mesa. Y por supuesto, no tardé en hacer la prueba con ella también; el bello beso de la divina la gastronomía argenta, que extendí en forma de un endulzado mate.

—Bebed de mi copa y seréis eterna.

Pude reconocer el brillo de la curiosidad en los ojos de la elfa. Era eso, o tal vez lo imaginé; era difícil saberlo con esos lentes.

—Eso es…

—Yerba mate, correcto. Un desayuno, almuerzo, merienda o cena autónomo de mi etnia.

—Pero… Bueno, supongo que puedo intentarlo.

Su escepticismo era palpable. Sostuvo el mate en sus manos, y con delicadeza sorbió la bombilla para probar la infusión. Lo intentó, trató de enmascarar su verdadera respuesta, pero las comisuras de sus labios fueron prueba suficiente de su desagrado.

—Ah, bien, sabe… exótico.

«No todos pueden tener buen gusto» pensé decepcionado.

—¿D-De donde dijiste que eras?

—Derhost, al sur de Asura —repliqué al instante—. No es un lugar muy famoso, podríamos decir que es un pueblo muy grande, o una ciudad muy pequeña. Bastante bonito, eso sí.

Fitts asintió mientras se obligaba a continuar bebiendo. Está claro que no la detuve.

—¿Extrañas estar allá?

—No del todo, en realidad. Extraño a mi gente —aclaré con seriedad—. Si hablamos del lugar donde nací… bueno, daría lo que fuese por volver ahí, pero estoy seguro de que eso es algo imposible. Ese sitio se perdió para siempre.

Tal vez esas palabras fueron más melancólicas de lo que hubiese gustado. Traté de sonar jovial, pero no descarto que mi alma dejase salir cierta añoranza de viejas épocas. Ella se limitó a observarme, procesando lo que acababa de decir mientras su semblante se suavizaba hasta formar una amarga sonrisa.

—Creo que yo podría decir algo similar. Me crie en un poblado no muy lejos de la cordillera, en el reino de Fittoa. Villa Buena.

Ese nombre hizo clic en mi cabeza casi al instante; resonó cual eco distante. Erron lo había mencionado aquel día, cuando el cielo se partió en dos.

—¿Fittoa dices? ¿No es el lugar donde ocurrió… ya sabes?

Entendí de antemano que aquello era un tema delicado. La amarga carcajada que emanó de su garganta me confirmó el hecho, y las emociones que venían justo a este.

—La calamidad no tuvo piedad con nadie, y mi familia no fue la excepción. Mis padres, mis amigos, mi… —sus labios se cerraron en seco antes de acabar la frase—. Lo siento. No es un recuerdo muy agradable, como podrás imaginar.

Asentí con un gesto.

—Lo vi en persona —comenté de regreso—. Yo y mi tío. Viajábamos a través de las planicies cuando ocurrió. No llegó a golpearnos, pero el radio de explosión casi me saca volando.

—Bueno… Yo sí pude volar. Es más, hasta toqué las nubes con mis dedos.

—¡Oh, wow! Eso… es increíble, ¿no? —sonreí.

No sabía que tanto de verdadero había en esto último, pero me pareció bastante lindo que tratase el hecho con algo de humor. Y a ella esta respuesta hasta le pareció graciosa. Tras esto, Fitts dejó salir un profundo suspiro. Su semblante se perdió en el horizonte y su voz se secó de palabras, mas estas no eran necesarias para suponer lo qué pasaba por su cabeza en ese mismo instante. Yo mismo he estado en esa situación, después de todo.

—Lo siento. Es un mundo muy jodido para todos. El tata tenía un gran dicho: «Todas las cosas pasan por algo». Pienso en ello todos los días.

—Hmm… ¿Él creía en el destino?

—No exactamente. Mi familia era muy religiosa. Pese a todo lo vivido, aún me gusta pensar que hay alguien cuidando de nosotros ahí arriba. Es bueno tener algo en que apoyarse, ¿sabes?

Y de nuevo, vi a la muchacha sonreír, esta vez un poco más convencida.

—Palabras muy grandes para ser dichas de esa forma. Siento que tomas las cosas muy a la ligera… «Gaucho» —me extendió el mate.

—No, más bien diría que las tomo con yerba, agua y azúcar —le guiñé un ojo.

Sin pensarlo demasiado recargué el recipiente a gusto y sorbí profundo. Disfruté del dulzor del líquido mientras este bajaba por mi garganta, momento en el cual pude sentir una ligera perturbación en la fuerza. Al abrir los ojos, me percaté de la mirada de profundo desagrado que ahora yacía en el rostro de la elfa al otro lado de la mesa. Era hasta «asquerosa» me atrevo a decir; como si estuviese a punto de vomitar la cena del día anterior. Fue algo repentino, me tomó por sorpresa. Había hecho algo que la inquietó de sobremanera, de eso no me cabía dudas, y mi primera hipótesis fue la más obvia y la menos probable.

—Ah, ¿querías otro?

—¡N-No! ¡El sorbete!

—¿Sorbete? —bajé la mirada, incluso más confundido que antes—. ¿Qué?

—¡Que no lo limpiaste!

—… ¿Y el problema?

—¿C-Cómo que cual es el problema? ¡Acabo de beber de ahí! —exclamó con horror.

—… ah, claro.

No te voy a mentir, no lo entendí. Traté de procesar la lógica de su alboroto, pero por mucho que la pensaba mi mentalidad de campesino fue incapaz de comprenderla.

«Qué delicada…»

Y entonces, en ese mismo instante dejé que la maldad se apoderaba de mí. Le sonreí con malicia, acercando mis labios a la bombilla de manera dolorosamente lenta. Tomé otro sorbo, mucho más largo y sonoro que el anterior, provocando así la respuesta esperada en la pobre chica.

—¡ASQUEROSO! ¡BASTA! —esbozó medio-cubriéndose los ojos.

—¿Qué tiene de malo? En casa lo hacíamos siempre. ¡Es hasta una tradición familiar!

¡EEEEWWWWW!

Mientras disfrutaba de la escena de la elfa retorciéndose en su asiento, no pude evitar notar la aparición de un tercero. La silueta de Braier se asomó por el marco de la puerta, curioseando el motivo detrás del alboroto. Esa maldita mirada en su rostro, el atisbo de la picardía, me dio conocer su entendimiento; o al menos lo que él creía como tal. Con gracia, se acercó a la mesa ladeando su cintura en un gesto jocoso antes de posarse en el asiento entre nosotros.

—Tendrá que disculpar a mi compañero, señorita. Entenderá que mi buen pasó mucho tiempo viviendo entre animales y plantas. Es prácticamente uno de ellos llegado este punto.

—Por lo menos no le tengo ganas a una tipa con partes de animal.

Mi comentario no le molestó en lo absoluto; muy por el contrario, a juzgar por sus gestos hasta parecía enorgullecerse de ello.

—No es mi culpa que tengas tan malos gustos, hermano. Algunos sabemos apreciar la belleza y el erotismo detrás de un trasero peludo.

Arqueé una ceja, sin animarme siquiera a refutar.

—Ahá, sí, claro… Cambiando de tema, él es Fitts, un amigo y compañero de negocios. Fitts, te presento a Braier; patrón, compadre, hermano del alma, y también mi fianza en caso de que algún día caiga en cana.

—Mercader Braier sin más, el placer es todo mía, mad… —el elfo se detuvo en seco al terminar de procesar la información—. ¿«Amigo»? ¿O sea… que es vato?

Una pequeña sonrisa agradecida se dibujó en los labios de la muchacha. Estaba claro que no tenía intenciones de revelar su secreto, pero mentiría si dijese que no estuve a punto de cometer ese error.

—Fitts el silencioso, encantado —esbozó engraveciendo un poco el tono.

—Huh, mira nomás —le inspeccionó de arriba abajo con una sonrisa—. Pues sí tienes las pintas de un «silencioso».

—No te burles, le pasa seguido y no es gracioso. No es su culpa ser bien parecido. Yo creo que hasta podría desajustarle las tuercas a alguien no muy convencido con lo suyo —le guiñé un ojo.

—¡HA! ¡Norteño y joto! —me señaló con un dedo—. No dejas de sorprenderme, hermanito. Cuando creo que ya escuché la última me sales con una nueva.

—Norteño, vato, joto… No entiendo la mitad de las palabras que usan —esbozó la elfa arrugando el entrecejo con impotencia.

La confusión de Fitts era evidente, pero explayarme con la verdad no serviría más que para crear más preguntas incomodas. ¿Quién era yo para someter a la pobre a semejante mal? Mejor hubiese sido dejar la cuestión en el aire y permitir que poco a poco llegase a la conclusión de su significado. Sería mejor para todos, en especial para mí que me ahorraría el deber de explicar.

—De cualquier modo —me levanté, estirándome un poco para entrar en campaña—. Creo que mejor vamos partiendo. Hay mucho que hacer, y prefiero largarme de aquí antes de que empieces a hablar de tus leñadoras en bikini.

—Van a vender las pieles, me imagino —replicó el orejón, tomando posesión del mate y la pava—. Figuro que el contacto que te di no llenó tus expectativas.

—¡El tipo es un estafador! ¡Me estaba ofreciendo la mitad de lo que me daban los otros vendedores!

Sin mostrar un mínimo de sorpresa o interés por mis quejas, Braier se limitó a decir:

—Amigo mío… es mi socio de quien hablas. ¿De verdad esperabas que fuese alguien decente?

Abrí la boca para responder, más mi voz fue detenida por la tan fría verdad que el desgraciado acaba de usar.

—Pues… Ahí tienes un buen punto.

Fitts rio, más que entretenida por la escena que acababa de contemplar.

—Qué dupla más extraña la de ustedes dos. Siento que podría verlos hablar todo el día —señaló la joven.

—No. Te aseguro que no quieres.

—¡No le hagas caso, es un amargado! ¡Está muy verde! ¡Tiene que aprender que la vida es una lenteja!

Antes de que Braier pudiese continuar, tomé a Fitts por los hombros y la empujé fuera de la habitación.

—¡Dije que nos vamos!

Braier era un tipo confiable, pero no podía arriesgar a decirle lo que se cocinaba. Él no necesitaba saber, no de momento al menos. Ya habría tiempo para explicaciones en algún momento dado, pero ahora lo que había era mucho cuero y pieles y poco dinero en mis bolsillos. Eso se solucionaría pronto.

En condiciones óptimas, estos materiales necesitaban ser curados lo antes posible para prolongar su vida útil. Sin embargo, sin los recursos para llevar a cabo este proceso, lo mejor era venderlos lo antes posible, de preferencia antes de que empezasen a apestar. Mi amiga nueva me ayudó para cargarlos sobre una de las carretas, mi amigo viejo se prestó con esta última y uno de sus caballos. Tenía experiencia tratando con este tipo de animales, por lo que pude manejarme bastante bien.

Asumí que, debido a su estatus como guardaespaldas de la princesa, Fitts tendría como mínimo tener conocimiento del mercado local; cosa que no fue del todo acertada, pero su buena voluntad me permitió acercarme un poco más a los vendedores. Una vez más, los desgraciados trataron de verme la cara y ofrecerme precios absurdamente bajos, mas gracias a la intervención de la elfa logré conseguir bastante más dinero que en las semanas anteriores. A ojo podíamos estimar entre un veinte y treinta por ciento más.

No me rompieron el orto, por lo que regresé a la carreta con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Ya no me estoy ahogando! —grité al aire.

—Baja el tono, vas a asustar a los niños —rio ella—. Podrías conseguir mucho más si empezases tu propio negocio. Estoy segura de que a tu amigo le beneficiaría bastante.

—Mujer, no sé cómo se manejarán los elfos en ese sentido, pero los humanos no podemos vivir sin dormir.

Estoy seguro de que ese comentario no le sentó del todo bien. A cambio, recibí un gesto un poco más serio de lo usual, una respuesta que dejaba entrever la molestia disfrazada de amabilidad.

—Nunca escuché de un montaraz que se quejase por eso…

Decidí, al menos de momento, no indagar demasiado en ese tema. En su lugar, desvié la atención del tema apuntando a algo más mundano.

—¿Montaraz?

—No es muy difícil de asumirlo, ¿sabes? Se deja entrever por… bueno, varios motivos.

—Hah… bueno, de donde vengo no solemos decirles así, aunque me gusta como suena. Montaraz… ¡El montaraz de las tierras pampeanas! —repetí con aires épicos.

—Puede que lo estés inflando demasiado —apuntó sonriéndome con ironía—. Por cierto, debo preguntar, ¿podríamos hacer una parada en la biblioteca local? Hoy debían llegar algunos documentos importantes, y me gustaría ir a revisarlos si no es mucha molestia.

Está claro que no me iba a negar. Me acababan de pagar, más de lo necesario y todo gracias a ella. Mi tiempo era su tiempo, así que, como diría el bueno de Homero:

—¡Al depósito de libros!

Algo me dijo que no era cosa de todos los días que una carreta aparcase frente a la entrada del lugar. Pude notar un par de miradas no muy afables que se asomaron por las ventanillas; los encargados, quienes desde el vamos demostraban no ser del tipo comprensivo con aquellos ajenos a su mundo. Pero como a mí poco me importaba su postura al respecto, les saludé con la frente en alto. Por supuesto, sin esperar una respuesta.

Nos adentramos en el edificio, siendo recibidos por la vista de las altas repisas que se alargaban con secciones enteras de manuscritos y pergaminos. Una tierra aislada y desconocida para los «no-intelectuales» como yo, pero un McDonald's para la señorita a mi lado. Parecía un escenario sacado de algún volumen de Harry Potter; muy clásico, místico y con muchos aires de clasismo por ahí. Mas esto solo era para llenar las apariencias, pues mientras más me adentraba en el eco y los olores del papel avejentado, más visible era la verdadera naturaleza del lugar; una biblioteca común y corriente que también fungía de servicio postal.

«La realidad puede ser decepcionante a veces» reflexioné en silencio.

Vi a Fitts perderse entre las filas aledañas, y ni me molesté en seguirla. Asumí, como es evidente, que sus deberes no eran de mi incumbencia y sería mejor ofrecerle su espacio. En su lugar, moré por los alrededores revisando los títulos de cuanta obra pasase frente a mí. Y aunque en un principio encontré a esta tarea como algo aburrido y sin emoción alguna, acabé siendo devorado por la cultura de esta tierra tan extraña.

Me topé con libros de astrología que hablaban de mundos más allá del tiempo y el espacio, cartografía de planos imposibles, historia que parecían novelas de ficción, e incluso algo llamado «aritmética mágica». El por qué un mago necesitaba saber sobre ecuaciones y trigonometría escapaba por completo a mi entendimiento, pero ahí estaba, flagrante y vanidoso con su encuadernado de cuero.

Y entonces lo vi; una obra muy en particular, un libro azul cuyas páginas amarillentas revelaban su antigüedad. Era un simple manual, mas no uno que hacía referencia al cosmos, al paso del tiempo ni a conceptos matemáticos. Aquel, era un manuscrito de las artes mágicas; encantamientos, más en concreto.

La curiosidad llamó a mi puerta, misma que me reveló una verdad escondida frente a mis ojos. A lo largo y ancho de todo el tiempo que pasé malaventurado en los extensos campos, bosques y planicies, jamás me detuve siquiera a considerar la idea de aprender dichas habilidades. Es gracioso, en mi posición, unas facultades tan interesantes debieron de haberse convertido en una prioridad. Supongo que la oportunidad tan solo no se dio; no tuve a nadie que pudiese iniciarme en ese mundo, ya ni hablar de explicar las bases. Incluso si así lo hubiese querido, lo más probable es que no hubiese llegado más allá de «el nivel cero». Pero la cosa era diferente ahora.

En ese momento, mientras exploraba aquellas páginas manchadas por el pasar de los años recabé en sus dibujos, los pentagramas, los planos e ideas que para ese entonces eran alienígenas para mi persona. Fue cuando me pregunté: «¿Por qué no? ¿Por qué no darle una chance a los vestidos y la brillantina?».

Fitts tardó más de lo que hubiese esperado. Tras un par de horas, su figura emergió de entre las estanterías para encontrarme sentado a la esquina de un pequeño escritorio; recluido en la soledad con mi nueva adquisición. Le saludé con una sonrisa, y aunque ella me devolvió el gesto, su expresión se deterioró al mero instante de haber visto lo que entre mis manos descansaba.

—Gaucho… ¿qué es eso? —preguntó, sus ojos clavados en la portada.

—Una belleza, ¿no? Decidí empezar a estudiar un poco de magia, así que se lo compré al señor de ahí atrás. Hice una inversión a futuro.

—¿Cómo que lo compraste? ¿C-Cuanto pagaste por eso? —noté cierto nerviosismo en su voz.

Le dije el precio, y como si hubiese recibido una noticia terrible, su rostro palideció.

—¿Qué pasa? —inquirí consternado.

—Ese libro es una edición antigua, Gaucho… de colección.

—Oh, eso es bueno, ¿no?

—Son volúmenes de antaño; muy densos y desde luego muy avanzados hasta para un experto. Además ese libro en concreto… una reedición no oficial, por lo que…

—Espera… ¿Como que «no oficial»? ¿Me estás tratando de decir que ES FALSO?

De inmediato volteé en dirección hacia el dependiente, solo encontrándome con el escritorio vacío y la presencia de una señora anónima a todo el hecho. Está más que claro que no me devolvieron el dinero que gasté. Quedé como un completo idiota frente a todos, y ahora tenía un bonito pisapapeles mágico. Lo «bueno» de esto, es que lejos de desmotivarme, este incidente solo me empujó a insistir con este nuevo capricho. Había pagado por ese pedazo de papel inmundo, y tenía planeado usarlo.

Centré mis esfuerzos en aquel libro maldito; usé cada segundo de mis tiempos muertos para tratar de descifrar su contenido. Mis momentos a solas, las noches de insomnio y hasta las escapadas al baño se llenaron de símbolos raros y palabras que en mi vida hubiese sabido de su existencia. Era tal cual lo había definido Fitts, esas páginas parecían escritas en otro idioma; como si de por sí no se me complicaran los que conocía. Logré deducir el significado de algunos conceptos, pero aquello era como tratar de alisar una montaña con una lima para las uñas. ¿Podía ver el progreso? Sí, pero estaba lejos de sentirlo.

Así se me fue una semana entera, y ni siquiera pude pasar de las primeras páginas. Y sí, como podrás hacerte a la idea, mi determinación empezaba a flaquear. Fue entonces cuando reconocí que, era buen momento para dar el brazo a torcer. Lo mejor sería empezar con algo más sencillo; un ejercicio que cualquiera pudiese lograr sin importar cuan poca fuese su experiencia. Para mi buena suerte, tenía el candidato perfecto.

Estábamos reunidos frente al claro, bajo la sombra del viejo abeto; el mismo lugar donde nos encontramos por primera vez. En una mano sostuve una de las dichosas piedras musicales de Braier, mientras que la otra me aferraba a la muñeca de esta última, forzando un gesto bruto y dramático. Recordé a aquel mago haciendo esa misma seña, peor en comparación era como si intentase exprimir la magia por medio de la fuerza bruta. Y a mi lado, la cansada mirada de la elfa que ya había contemplado ese mismo escenario unas tres veces.

—No entiendo qué pasa —resoplé aceptando la derrota—. ¿Cómo se supone que canalice algo que ni sé si existe? Este… «pana» o como se quiera llamar. ¿A quién tengo que llamar para que salga?

Mana… —corrigió ella—. Y no es tan sencillo. Insisto en que no deberías empezar por la canalización, es demasiado muy avanzada para un iniciado. Lo tradicional es comenzar recitando hechizos.

—Hey, si estas cosas se comercializan entonces no debe ser tan complicado. Braier puede hacerlo con los ojos cerrados.

—Braier tiene al menos doscientos años…

—Y estoy seguro de que al menos cien de esos los pasó rascándose. Mi punto, es que si estas cosas son para uso general, debe existir un secreto detrás de todo esto.

Fitts suspiró exasperada.

—¿Por qué insistes en hacer las cosas de la manera difícil?

—El tata siempre decía: «Si algo parece muy complicado, es porque hay una forma más fácil de hacerlo». Decía eso mientras intentaba arreglar el tejado con una pala.

—Creo que prefiero no preguntar —reafirmó sin sorpresa alguna.

—¡Oh, pobre de mí! ¡Yo solo quiero disfrutar de los placeres de la buena música! ¡Si tan solo conociera a alguien sabio, con experiencia y buena voluntad que pudiese aconsejarme. O tal vez gui…

No.

Su respuesta no se hizo esperar un momento; cortó mis palabras como un cuchillo cortando la mantequilla, con una negativa helada y semblante igual o más frio. Sonreí con picardía, dirigiéndome a su rostro con una insistencia silenciosa.

—No pongas esa cara… Ya te dije, ni siquiera debería estar fraternizando contigo para empezar. ¿Por qué siquiera pensarías que voy a arriesgarme a enseñarte magia?

—¿Por qué eres un rollito de canela y en el interior sabes que no soy una mala persona? O bueno… no mucho.

Jugué mi carta más potente; los ojitos de cachorro triste. Está claro que el término «rollito de canela» no le sentó bien en lo absoluto, pero sabía de la debilidad que tenía Fitts ante los ojitos. Se frotó el entrecejo, disgustada por haber quedado expuesta con su vulnerabilidad. ¿Me sentí un poco mal por ellos? No, a decir verdad no. No estaba pidiéndole nada malo, y a pesar de que pudiese meterse en problemas si alguien se enteraba de esto, ¿qué chances había de que eso ocurriera? Estábamos a solas en medio del campo.

—Aunque sea muéstrame como se hace. No hace falta que me des una explicación detallada, con un ejemplo me conformo… —le extendí la piedra—. Aunque sea para saber que sí funciona.

Tardó sus buenos minutos en el debate, pero poco a poco el duro semblante de la muchacha se transformó en una expresión derrotada absoluta. Sonreí para mis adentros cuando la piedra me fue arrebatada de las manos.

—Solo una vez. Y me debes, ¿está claro?

—¡Claro como el cristal, profesora Orejafales!

—¡Y ya te dije que no me llames así!

Me sentí bastante entusiasmado a decir verdad. Vi a la elfa poner la piedra entre sus manos y cerrar los ojos mientras canalizaba. Ahora, puedo decirte que esperé muchas cosas de esto; esperé ver el maná desprendiéndose de su piel, un aura de colores brillantes, que el aparato empezase a levitar, incluso me esperaba que su pelo cambiase a lo Dragon Ball. ¿Pero lo que pasó en realidad? Bueno… de haberlo sabido tal vez no le hubiese insistido tanto.

Primero, deja que te explique el funcionamiento de las «rocas-sonoras». Trata de imaginarlas más como globos llenos de agua. Al reproducir el sonido en su interior, lo que ocurre es que dejamos que el líquido fluya hacia el exterior, mas no como un torrente, sino en pequeñas ponchaduras. Para lograr esto, lo ideal es suplirle con una descarga de mana de baja intensidad; una aguja, por así decirlo. Ahora, siendo que ni yo ni Fitts estábamos al tanto de esta teoría, no teníamos manera de saber lo que pasaría en caso de recibir un «pinchazo» demasiado potente, y solo diré que ella tenía más poder bajo la manga del que podía verse. En términos incluso más simples, el pequeño globo de agua… explotó.

El chirrido atronador nos azotó con la fuerza de un monzón. No hubo fuego, metralla, ni cualquier otro elemento además del sonido aturdidor; fue solo eso, una onda sonora, pero una que pudo oírse a kilómetros a la redonda. Pude sentir el impacto golpeando mis tímpanos, pero a nada de esto mis sentidos se apagaron por completo. Fue como si mi cerebro hubiese dejado de funcionar; me desvanecí por unos instantes. Este efecto, por suerte, no se extendió más allá de un par de segundos.

En un primer momento estaba sentado sobre aquella rama, y al siguiente la fría nieve abrazaba mi cuerpo. Nos habíamos caído, pero ninguno de los dos sintió el golpe. Mis oídos palpitaban mientras aquel molesto pitido continuaba sonando en mi cabeza, mas desapareciendo de forma paulatina. La mera acción de sentarme en el suelo parecía complicada; todo a mi alrededor daba vueltas.

—Ugh, Dios… Creo que hasta me sacó la cera… Fitts, ¿cómo estás? —mascullé frotándome las orejas.

Al principio, no volteé a buscarla. Asumí que ella estaría en la misma situación que yo, sin siquiera dimensionar la diferencia más evidente entre ambos. No recibí respuesta alguna de su parte, cosa que me generó una desagradable sensación; una corazonada, podríamos llamarlo. Algo había salido mal… oh amigo, algo había salido terriblemente mal.

—¿Fitts? ¿Hey F…?

No esperaba toparme con aquella imagen. Giré sobre mí, esperando encontrarme con el irritado semblante de la elfa. Pero en su lugar, solo vi la imagen de su silueta desparramada sobre el gélido suelo, y esto bastó para crear un hueco en mi estómago. Ahí estaba la pobre, su cuerpo contorsionándose en el sitio, revolcándose de dolor mientras sus palmas se aferraban con fuerza a ambos lados de su cabeza. Su garganta se estrechaba y su boca permanecía abierta en grande en un gesto de dolor inconmensurable; hasta recuerdo ver sus uñas enterrándose en su piel. Toda tranquilidad que hubiese podido existir en mi interior desapareció de inmediato.

—¡FITTS! —clamé con horror, lanzándome en su ayuda sin una forma real de hacerlo.

Los oídos de los elfos son mucho más sensibles que el de los humanos. La pobre recibió la explosión a quemarropa, por lo que el daño fue devastador. La sangre emanaba del interior de sus oídos, chorreando y goteando a través de sus dedos mientras la magia curativa se esforzaba por tratar las heridas. Pero era extraño. El efecto no era estable, no como cuando la utilizó conmigo; era intermitente, como si le estuviese costando mantener el ritmo.

Mi primer error fue el más estúpido; entrar en pánico. Esto me había tomado por sorpresa, quería ayudar, pero ¿qué formas tenía un tonto como yo de ayudar a una maga experta como la que tenía en frente? No estaba preparado para esto, pues nunca lo había experimentado.

A causa del primero, ocurrió mi segundo error; perder la percepción del entorno. Estaba tan sumido en el momento que ni siquiera me percaté de lo que acontecía a nuestro alrededor. Lo dejé acercarse; nos puse en peligro por dejar que la situación me abrumase. Ignoré las señales; el repicar de las zarpas, el eco de sus graznidos, los árboles sacudiéndose y los pájaros volando. Todo pasó por debajo de mi radar, pero no del suyo. Ahí estaba la pobre elfa, sorda y tendida en el suelo, pero con la voluntad suficiente para ver el tablero de juego y saber lo que se nos venía encima.

De repente dejó de recitar su conjuro en pos de uno nuevo. Su mano se disparó hacia su cinturón, y mientras empezaba a invocar un cantico nuevo, apuntó la varita hacia mi pecho.

—¡MONSTRUO! —esbozo con el dolor presente en su voz.

Sentí la ventisca golpear de lleno contra mi pecho, separándonos una gran distancia. Y entonces, en esa diminuta fracción de segundo, realicé sus motivos. Tal vez a sea mi cerebro quien lo recuerda así, o puede que la adrenalina haya afectado mi percepción de la realidad; pero juraría haber visto todo en cámara lenta. Sus colmillos, una dentadura con molares chuecos y enormes que pasó a centímetros de mi cabeza. Su enorme figura; sentí el suelo vibrar cuando aquel gigante clavó sus garras en el suelo, abriendo la nieve con su derrape.

Frente a nosotros, había aparecido una bestia de pesadillas.

Un oso blanco, o «Luster Grizzly» como se los conoce aquí. Tuve varios encuentros con su especie durante nuestro viaje a Runoa, pero este no era como ninguno que hubiese visto antes. Oh no, este era único en su especie. Para empezar, era enorme; al menos el doble de grande que uno normal. Su cuerpo estaba lleno de cicatrices, cortadas tan profundas que podían verse por debajo de su pelaje. Su musculatura era tal que las flechas en su lomo parecían simples astillas, y estoy seguro de que ni siquiera era capaz de sentirlas llegado ese punto. Su mirada era tan intensa como las llamas del infierno; el solo posar de sus ojos sobre mí consiguió que me temblaran las piernas. Y por último, su rugido, que solo puedo compararlo con el aullar del viento a mitad de un huracán.

El hechizo de Fitts me alejó del peligro, mandándome a volar hasta los pies de un tronco viejo y podrido. Ella, por su parte, tuvo un poco más de suerte al ser impulsada hasta la cúspide de un viejo abeto, alcanzando luego a aferrarse de uno de sus gajos. Esto, sin embargo, nos separó.

Analicé rápidamente la situación. Pelear estaba fuera de discusión. Armado solo con Faca'lis y sin mis dagas arrojadizas no tendría la más mínima chance de sobrevivir. Tampoco podía contar con la ayuda de Fitts, no en sus estado actual. Por otro lado, no había necesidad alguna de preocuparme por su bienestar, y la razón de esto era bastante sencilla; su atención estaba fijada sobre mí, tanto que no volteó a verla ni por un segundo. Considerando esto, me figuro que no hará falta que te explique cuál fue mi decisión final.

—¡¿POR QUÉ ME PERSIGUE LA DESGRACIA?! —clamé a todo pulmón.

En mi vida he corrido tan rápido como lo hice ese día. Las zancadas que di sobre la nieve fueron evidencia plena de todas las horas que pasé entrenando. Es por esto que jamás hay que saltear el día de piernas, muchachos. Sin embargo, por muy grandes que fuesen mi capacidades físicas, tenía en claro que jamás podría compararme con semejante criatura; cuatro patas contra dos no me parece justo de todas formas. Su gran tamaño, por otro lado, era también una desventaja en este escenario, y es que aunque su fuerza y resistencia fuesen monstruosas, su agilidad flaqueaba bastante agilidad. Y yo podía usar esto a mi favor.

Pensé en utilizar la misma estrategia que con el hombre-jabalí. Alcancé a trepar a uno de los árboles, y valiéndome del entrelazado techo de la arboleda, logré mantener a salvo mientras recorría el terreno. Sus garras rebanaban los troncos a cada instante en que lograba acercarse, podía sentir las vibraciones de la madera tras cada impacto. Era aterrador. Pese a todo, había condecorado a este como «MI BOSQUE», y estaba a punto de demostrarle al señor gomita por qué.

Los disparadores sonaron. Estacas eran disparadas desde el interior de los arbustos, troncos emergían de sus escondites para azotar su cuerpo, las dianas capturaban sus extremidades y ralentizaban su andar a cada instante. Nada alcanzó siquiera a hacerle un rasguño. Su piel y musculatura eran demasiado densas para ser heridas por armamento tan rudimentario. Estaba bien al tanto de estos factores, pero mi objetivo nunca fue ese. Verás, las circunstancias me forzaban a mantener un ritmo acelerado y constante, cosa que poco a poco mermaba mi estamina; sin embargo, cada vez que el oso caía en una de mis trampas, se veía forzado a pausar su carga, momento que aprovechaba para tomar un respiro.

Sabía a la perfección que no contaba con el equipo para hacerle frente, por lo que ya había optado por aquello que se me da mejor; jugar sucio.

Conseguí llevar al amigote hasta una zona alejada del claro, un sitio muy particular que solía usar para prácticas. La presencia de depredadores era bastante más abundante ahí, por lo que mis trampas tenían otros objetivos aquí. Eran «especiales», por así llamarlas.

Entre medio de graznidos y jadeos, alcancé a oír el repicar de traquetear de ramas rompiéndose y del suelo cayendo. Esta era una de las consentidas que más trabajo me tomó, un pequeño agujero de dos metros que me vi forzado a cavar a mano; lleno de estacas de hueso.

El oso cayó, mas sus patas frontales alcanzaron a aferrarse a la cornisa.

«¡Ahora!»

Lancé a Faca'lis. La bestia rugió en ira y dolor. Sus ojos fueron perforados por las hojas. Misma lógica que con el hombre-jabalí; piel dura, pero visión frágil. Para mi mala fortuna, no conseguí que llegasen muy profundo, pero lo suficiente para inutilizar uno de sus sentidos. Sin la capacidad de verme, asumí de inmediato que podría escapar de él con facilidad. Estaba equivocado.

La bestia clavó sus garras en el suelo, y con un poderoso empujón embistió su camino fuera del pozo. Me tomó por sorpresa, apenas hice tiempo a evadir el ataque. Sus mandíbulas se cerraron alrededor del tronco en el que me encontraba. Las raíces fueron arrancadas del suelo, y el árbol cayó fue arrancado por aquella fuerza monstruosa.

El maldito no tenía intenciones de dejarme ir. Me perseguía, incluso a ciegas podía seguirme el pasos como si nada. Era incluso más feroz que antes; destruía todo a su paso con tal de alcanzarme. Estaba rabioso, imbuido por la ira y la sed de sangre, y yo no entendía el cómo ni el por qué. Y entonces me golpeó; la idea, la realidad de mi situación.

«¡Mierda! ¡Es la maldita ropa!»

Por eso no intentó seguir a Fitts. Las pieles, el cuero y la sangre; su hedor había quedado impregnado en mis prendas. Yo no era solo una presa, era un caramelo para él. A sabiendas de esto, asumí una cosa; el escape ya no era una opción. No me dejaría ir hasta tenerme entre sus fases.

Traté nuevamente de marcar distancia, pero a cada instante la cosa se complicaba más. Sin más pausas en las que apoyarme, el esfuerzo empezaba a sacarme factura. Me cansaba, mi velocidad se reducía, el grandote ni siquiera estaba transpirando.

—Qué mal te veo, Gauchito.

Debía pensar rápido. Tenía un par de ideas a mano, pero no llegaría a aprovechar más de una. Me la tenía que jugar, y de preferencia, con la más rápida. Fijé entonces mi objetivo, e ignorando la creciente fatiga, me dirigí hacia terrenos más elevados.

Esta parte del bosque conectaba con el pie de una pequeña montaña. No era demasiado alta, pero lo suficiente para crear elevaciones y riscos en el entorno. Esto complicaba un poco el avance, pero no estaba dispuesto a ceder. Con cada árbol que derribaba, las astillas saltaban y se clavaban en mi piel; las ramas golpeaban mi rostro y las hojas dificultaban mi visión. Podía ser derribado en cualquier momento; el saber esto incrementaba la adrenalina en mi sangre.

En la distancia pude ver el paisaje abriéndose. La imagen de una altísimo despeñadero apareció frente a mí. Habría sido mejor desde arriba, pero no habría soportado el camino hasta allá. Había grietas y aberturas enormes entre las rocas que conformaban la pared. Una persona normal no podría generar un golpe capaz de empezar un derrumba, pero un monstruo del tamaño de una camioneta seguro que sí. El problema era que había al menos tres metros de vacío entre el último árbol y la muralla.

Ya no había vuelta atrás. Me vi contra la espada y la pared, debía actuar y sin dudar ni por un instante. Una vez diese el salto, tendría menos de un segundo para llegar hasta la meta y no ser despedazado. Estaba exhausto. Sentía que el corazón me iba a reventar, pero no estaba dispuesto a morir ahora. Esto no era una batalla de fuerza, sino de voluntad. Y yo tenía la voluntad de vivir.

Me aferré a la cúspide del último madero. Sentí el impacto, cómo el pobre se estremecía hasta las raíces antes de empezar a caer. Se desplomó a mi favor, apuntando en dirección al peñasco. Clavando dedos y uñas en la madera, me aferré al tronco mientras este perdía altitud, y usé lo último de mis fuerzas para impulsarme.

Lo juro por Dios; en ese mismo instante, una garra pasó rasgando mi espada. No lo sentí, pero en mi mente, el dolor de mi carne siendo desgarrada era palpable y real. Aguanté la respiración, cerré los ojos, y cuando me di cuenta, ya me estaba aferrando a la primera roca. Está de más decir que subí la ladera como alma que lleva el diablo. Me sentí como una cucaracha, a decir verdad.

El furioso rugir del monstruo me erizó la piel. La pared entera tembló cuando su cuerpo la embistió. Fue como un terremoto, todo comenzó a vibrar y a desprenderse; desde el guijarro más pequeño hasta el pedrusco más grande. No perdí el tiempo a la hora de impulsarme lejos de ahí. En ese momento, mientras mi cuerpo flotaba a metros del suelo y mi mente se vaciaba de todo pensamiento, pude deslumbrar el brillo de una amarillenta dentadura que se cerraba a centímetros de mí. El oso, ahora parado sobre sus patas traseras, fue empujado de vuelta al piso por la lluvia de granito.

Me olvidé completamente del cansancio cuando sentí el abrazo de la nieve. Rodé en el suelo en un descontrol total, sin detenerme un instante hasta estar tras el tronco de un bellísimo álamo. He de decir también que, tuve toda la suerte del mundo de no haber sido golpeado por alguna roca. La maldita suerte parecía ponerse de mi lado solo en casos de vida o muerte. No sabía decirte si debía estar agradecido o furioso por ello.

El derrumbe no tuvo piedad con el animal. Vi la escena el último momento, escuchando con atento morbo como sus huesos se rompían y como su rugido se transformaba de la ira al miedo, y del miedo a la desesperación. Y tras unos segundos que parecieron eternos, el silencio.

Contemplé el terreno por un tiempo excesivamente largo. Me dejé caer, mi espalda golpeando contra el corteza a la par que me deslizaba hacia abajo. Sentí hasta el último cabello de mi cuerpo erizado en ese instante. Mi corazón se negaba a regresar a la calma, y yo a despegar los ojos de aquello frente a mí. Y entonces, como si fuese un reflejo del nerviosismo o el miedo, se me escapó una carcajada. Me relajé en el lugar, dejando que el cansancio se apoderara de mí y trajese el dolor de regreso. Mis piernas, mi espíritu entero dolía. Pero estaba vivo, y por eso, me permití cerrar los parpados.

Sin embargo, y como si aquello fuese una broma cruel del destino, a la mínima que dejé que esto ocurriera, lo oí; una piedrita, diminuta, del tamaño de grano de arroz se movió. A esta le siguió otra, una más grande, y otra más luego. El leve sonido de un graznido comenzó a escucharse bajo la enorme pila a medida que esta se movía, dejando ver así figura emergía desde lo más profundo.

—Dioooos… —refunfuñé—. ¿No te podías quedar ahí un rato más? Aunque sea hasta que me fuera.

Jadeó, gruñó, se arrastró, pero no se dio por vencido. Como si de una escena sacada de una película se tratase, el monstruoso animal emergió nuevamente. Sus ojos, su cuerpo, todo en él estaba completamente arruinado, y sin embargo ahí estaba, dispuesto a dar hasta lo último para darme caza. Apenas podía andar, cada uno de sus pasos era un infierno, mas era más de lo que se podía decir de mí.

—Está bien… está bien —asentí, haciendo un último esfuerzo por ponerme de pie.

La adrenalina volvió. El miedo se acrecentó, más no dejé que este se apoderara de mí. No… No le iba a dar el gusto de verme derrotado. El mundo no me vería llorar, no me vería gritar en mis últimos momentos y desde luego no aceptaría la llegada de esto. Ese era «MI BOSQUE» y «MI VIDA», y si ese hijo de puta quería quitármela, la iba a pelear hasta el último esfuerzo.

Levanté la guardia.

—Dale cagón… —musité, reiterando luego con más fuerza—. ¡PARATE DE MANOS!

Podría decirse que estaba mentalmente preparado para lanzarle puñetazos a un oso gigante cuando aquello ocurrió. El sonido de huesos resquebrajándose viajó a través del silencio. La sangre voló, cayendo sobre la blanquecina nieve cual lluvia y manchando dejando un rastro desde el punto de inicio; un charco, que poco a poco crecía hasta formar una laguna debajo del cuerpo. Apenas me di cuenta cuando ocurrió, fue una fracción de segundo, un simple parpadeo. El monstruo se desplomó. Su cabeza yacía sobre el suelo, partida en dos, con el cráneo abierto exponiendo la no tan agradable imagen de sus interiores.

¿Qué arma sería capaz de lograr aquello? ¿De rebanar algo que ni la fuerza de una avalancha fue capaz de derrotar? Pues, la respuesta puede hasta parecer un poco tonta al principio. Una ráfaga de viento; una potente y devastadora ráfaga de viento.

—Estás demente…

La imagen de aquella elfa empuñando su varita llegó a mi rango de visión. Ahí estaba ella, observándome desde la distancia con un gesto cansado cual madre regañando a su hijo luego de una travesura. Me dediqué una sonrisa, ya ni siquiera con las fuerzas para seguir de pie. Te seré sincero, nunca me sentí tan aliviado como en ese mismo instante.

Caí de regreso a los pies del árbol.

—¿De casualidad no serás un ángel? —musité risueño.

—Sí, Gaucho, soy un ángel. Un ángel que va a tener que explicar a su majestad todo lo que pasó hoy.

A paso tranquilo, vi a la muchacha acercarse a mí y dejarse caer a mi lado. Ahí estábamos los dos, apoyados bajo el álamo, exhaustos y un poco molestos a decir verdad. Pero vivos, que es lo que cuenta.

—…qué desastre. —esbozó tras un suspiro—. ¿No podías hacerme caso y recitar los conjuros?

—Hey, no trates de echarme el muerto, no tenía forma de saber que esto iba a pasar. Y también… lo siento.

Fitts pasó uno de sus dedos detrás de su oreja, apartando la mirada con cierta incomodidad. Estaba enojada, diría que hasta quería echarme algo de la culpa por todo lo ocurrido, pero bien sabia que eso no sería justo.

—No importa —musitó no muy convencida—. Solo… no más incidentes con magia, ¿sí? Ni mucho menos con esos artefactos extraños.

— Está bien. Te lo voy a pagar, en serio. Es una promesa.

El momento se volvió más incomodo de lo necesario. No había un buen ambiente, y a pesar de que todo se haya arreglado al final, las cosas no habían quedado precisamente bien. Mierda, tal vez hasta me sentí un poco mal al respecto.

Traté entonces de apartar este pensamiento. Volví la mirada al oso, contemplando su ahora inerte cadáver mientras el viendo soplaba en mi oído y mis latidos recuperaban su ritmo. No pude evitar repasar todo lo acontecido; toda la persecución, las emociones que aún tenían efecto en mí, la ferocidad y violencia de aquel animal. Y fue esto ultimo lo que me hizo darme cuenta de algo. Un hecho singular, pequeño, pero que al ver la gran escala de las cosas, parecía no encajar.

—Hey… ¿no te parece extraño? —le comenté a la elfa—. Esa cosa salió de la nada, nos atacó porque sí.

Fitts refunfuñó.

—Lo más probable es que el ruido de la explosión lo haya atraído.

—Sí, eso es evidente, pero quiero decir… Quería matarme; no quería comer o defenderse, estaba decidido a matar. Los animales no suelen hacer eso.

—Son monstruos, Gaucho. Ellos no piensan de la misma manera. Son violentos por naturaleza.

Todo se ha dicho, Fitts no estaba en ánimos para hablar. De alguna verdad en verdad quería convencerla de lo contrario, hacerle ver que podía haber una razón más profunda que simplemente «bicho grande, malo». Pero considerando la situación, y a sabiendas de que no me convenía seguirla cagando, decidí no discutir.

—Puede ser. ¿Quién sabe?

Pero, por supuesto, no abandoné esta idea.

Una vez nos hubimos separado, regresé al claro; el punto inicial. Las huellas del oso seguían marcadas en la nieve, un tanto difuminadas debido al viento, pero aún visibles. Seguí su rastro, alcanzando a recorrer distancia hasta la zona montañosa. Ahí, donde el suelo se elevaba hasta formar la ladera de la montaña, me encontré con una oscura y profunda cueva. Era un lugar bastante grande, al menos para la percepción de un chico de doce años; fácilmente podrías esconder a una persona ahí.

En su interior, vi a una pequeña y blanquecina bolita de pelos que se movía entre las sombras; una criatura que, a pesar de ser visiblemente no mayor a un par de meses, tenía el tamaño de un canino promedio. Sus ojos, preocupados y tristes, se posaron sobre mí mientras me acercaba. Di pasos pequeños, intentando no asustarla de ninguna manera.

—Hola enanito —me puse de cuclillas frente a él—. ¿Esta es tu casa? ¿Esa grandote de antes era tu mami?

Amagó un par de zarpazos cuando intenté acercar mi mano. Aún no tenía la fuerza suficiente para herirme, por lo que no me sobresalté cuando me golpeó. Y tras un par de intentos, conseguí que oliese mi palma. Todas las piezas encajaban ahora.

—Sabes… Yo también perdí a mi mami hace mucho. Podría decirse que estamos en las mismas —de manera lenta, acaricié su cabeza.

El animal desconfió, pero no se retiró del cariño. Su pelaje estaba helado, pero él parecía bastante cómodo de todas formas. Bueno, quitando el hecho de que estaba frente al extraño que acababa de matar a su madre.

—Mira, necesito un amigo; alguien que me cuide las espaldas. Y tú pareces querer a alguien que te alimente, al menos hasta que te vuelvas enorme. Podemos hacer equipo, ¿qué te parece?

Sus ojos se posaron sobre mí unos momentos, y como si hubiese entendido mis palabras, comenzó a acercarse. Restregó su cuerpo contra el mío antes de recostarse sobre el piso; hasta parecía un perro. Sonreí, acercando una mano para acariciar su lomo, cosa que pareció gustarle.

—Voy a tomar eso como un sí. Pero vas a necesitar un nombre, creo tener uno muy bueno a mano… Bosko.