Destinados.

Hiroaki Kanbara y Kiran Orimoto no solo eran mejores amigos; eran hermanos en todo menos en sangre. Desde que se conocieron en la preparatoria, su amistad creció de manera inquebrantable, convirtiéndose en un pilar en las vidas del otro. Compartieron sueños, logros y hasta sus mayores anhelos: unir a sus familias de manera más profunda. Con la llegada de sus hijos, Takuya e Izumi, ese sueño tomó forma. Ambos imaginaban un futuro donde sus hijos se enamoraran y, con el tiempo, consolidaran una sola familia.

Sin embargo, la realidad era otra. Desde el primer momento, Takuya e Izumi no se soportaron. Incluso siendo bebés, no se toleraban, y a medida que crecieron, la tensión entre ellos solo aumentó. Las maestras del jardín de infantes ya estaban acostumbradas a sus constantes discusiones y riñas.

Un día en el jardín de infantes, Takuya, con su overol de mezclilla y una camiseta verde, se encontraba concentrado en armar una torre de bloques. Izumi, vestida con un vestido amarillo con estampado de flores y sandalias blancas, lo observaba desde el otro lado del salón. Después de unos segundos, cruzó los brazos con determinación y se acercó.

—¡Eso no se pone ahí! —dijo Izumi, señalando un bloque rojo que Takuya acababa de colocar en la cima de su torre.

Takuya levantó la mirada, frunciendo el ceño. —¿Y tú qué sabes? Es mi torre, no la tuya.

—¡Pero está mal! Se va a caer —replicó Izumi, metiendo la mano para quitar el bloque.

—¡No lo toques! —gritó Takuya, apartándola con un suave empujón.

—¡Mandón! —exclamó Izumi, cruzando los brazos.

Takuya la miró de arriba abajo y sonrió con burla. —¡Ja! Tú eres la mandona, y además con ese cabello corto pareces un niño feo.

Los ojos de Izumi se abrieron con sorpresa, y luego frunció el ceño, encendida de ira. —¡No es cierto! Mi mamá dice que soy bonita. Tú eres el feo, Takuya. ¡Y malcriado!

—Pues tu mamá te miente —respondió él, encogiéndose de hombros con una sonrisa burlona.

Izumi, roja de coraje, levantó una mano y tiró el bloque que sostenía Takuya. La torre se vino abajo, haciendo que él se quedara paralizado por un segundo antes de lanzar un grito.

—¡Lo hiciste a propósito! —Takuya se levantó de golpe, con los puños apretados.

—¡Porque estaba mal! —replicó Izumi, sacándole la lengua.

—¡Eres insoportable! Ojalá no hubieras venido nunca al jardín —gritó él, mientras la señalaba con un dedo acusador.

La maestra llegó justo a tiempo para separarlos antes de que la situación escalara aún más. Izumi fue llevada a regañadientes al rincón de reflexión, mientras Takuya recogía los bloques murmurando para sí mismo.

Los días pasaron, y aunque las discusiones entre ambos no cesaron, un día Izumi no apareció más en el jardín. Takuya apenas notó su ausencia, pero esa misma tarde, mientras cenaba con sus padres, ellos le explicaron la razón.

—Izumi ya no ira al jardín, Takuya —dijo su madre con voz tranquila. —Ella y su familia se mudaron a Italia por el trabajo de su papá.

Takuya, que estaba jugando con su tenedor, levantó la vista, sorprendido. —¿Italia? —preguntó con curiosidad, como si esa palabra extraña no tuviera mucho sentido para él.

—Sí, está muy lejos —respondió su padre. —Así que ya no la verás más.

Por un instante, Takuya se quedó en silencio, procesando la noticia. Luego, una pequeña sonrisa se formó en su rostro.

—¡Qué bien! Así no va a arruinar mis torres ni a mandarme como si fuera mi jefa.

Los primeros meses después de la partida de Izumi, Takuya disfrutó de una calma que no había conocido antes. Sin ella para criticarlo o arruinar sus construcciones, el salón de clases parecía más tranquilo, más suyo. Pero a veces, cuando estaba a punto de terminar un dibujo o de construir algo con los bloques, miraba hacia la silla vacía que solía ocupar Izumi y sentía algo extraño, algo que no quería admitir. Aunque nunca lo habría dicho en voz alta, había momentos en los que extrañaba sus peleas y su presencia... aunque fuera solo un poquito.

Para el pequeño Takuya, de tan solo cinco años, la mudanza de Izumi a Italia fue motivo de celebración. Finalmente, su mayor fuente de molestias quedaba atrás, y podía disfrutar de la tranquilidad que siempre había deseado.

Doce años después.

La casa de los Kanbara estaba más animada que nunca. Hiroaki y su esposa supervisaban los últimos detalles de la decoración, mientras se aseguraban de que todo estuviera perfecto para la llegada de los Orimoto. Después de más de una década viviendo en Italia, la familia regresaba a Japón, y Hiroaki no podía estar más emocionado por el reencuentro con su mejor amigo.

Sin embargo, no todos compartían su entusiasmo. En el piso superior, Takuya, de 17 años, observaba el ajetreo desde la ventana de su habitación con una expresión de fastidio. Era un joven morocho de cabello castaño y ojos marrones, de físico atlético gracias a los años que había dedicado al fútbol. Como capitán del equipo de su preparatoria, se había ganado la admiración de muchos, lo que también le había otorgado cierta fama de mujeriego. Pero esa tarde, ni el fútbol ni su popularidad podían animarlo.

La idea de volver a ver a Izumi Orimoto le resultaba insoportable. Recordaba perfectamente a esa niña mandona y terca que siempre encontraba la manera de arruinarle el día. Aunque habían pasado doce años, Takuya no tenía ninguna intención de descubrir si había cambiado. Para él, el regreso de la familia Orimoto significaba una sola cosa: problemas.

Mientras su madre lo llamaba desde abajo, Takuya suspiró con resignación. Sabía que no tenía escapatoria, y aunque intentara evitarlo, el inevitable reencuentro con Izumi estaba cada vez más cerca.

El castaño bajo las escaleras con expresión de fastidio, mientras su madre termina de ajustar un jarrón con flores en la mesa. Su padre supervisa la comida desde la cocina, y Shinya, su hermano menor de 12 años, está sentado en el sofá con una sonrisa traviesa.

—¡Por fin bajaste! —dijo su madre, volteándose hacia Takuya—. ¿Puedes ayudarme a poner los manteles en la mesa? La familia Orimoto llegará en cualquier momento.

—¿De verdad tenemos que hacer tanto alboroto por ellos? —respondió Takuya, cruzándose de brazos—. Es solo una familia, no la realeza.

—Son amigos muy importantes para nosotros, Takuya —intervino su padre desde la cocina, con tono firme—. No estaría de más que mostraras algo de entusiasmo.

—Claro, qué emocionante —replicó Takuya, con sarcasmo—, volver a ver a Izumi Orimoto... La única persona en el mundo con la habilidad de arruinar mi día solo con existir.

—¡Oh, vamos, hermano! —dijo Shinya con una sonrisa burlona—. Admítelo, estás emocionado. Vas a volver a ver a tu futura esposa.

—¿Qué dijiste? —Takuya lo miró con una mezcla de incredulidad y molestia.

—¡Eso! —rió Shinya—. Mamá y papá siempre dicen que sería genial si tú e Izumi se casaran algún día. ¿Te imaginas? ¡Seré el cuñado perfecto!

—¡Eso jamás va a pasar! Ni en un millón de años —espetó Takuya, rodando los ojos—. ¿Tú sabes lo insoportable que es esa chica? Prefiero jugar un partido contra el equipo más fuerte de la prefectura que pasar cinco minutos con ella.

—Takuya, han pasado doce años —intervino su madre, suspirando—. Quizás Izumi ha cambiado.

—Lo dudo mucho —Takuya cruzó los brazos—. Seguro sigue siendo igual de mandona y fastidiosa.

—Pues espero que al menos intentes ser amable, por el bien de todos —añadió su padre, saliendo de la cocina con una bandeja de comida.

—¿Y si ella ya tiene novio, Takuya? —preguntó Shinya, en tono burlón—. ¿Qué harás entonces?

—¿Novio? Perfecto —dijo Takuya con una sonrisa irónica—. Que alguien más la aguante por mí.

—Takuya, por favor —intervino su madre, lanzándole una mirada de advertencia—. Solo trata de comportarte.

—Está bien, está bien... Pero no esperen milagros —suspiró Takuya.

Mientras Shinya se reía entre dientes, Takuya tomó uno de los manteles y se dirigió a la mesa, murmurando algo sobre lo larga que sería esa noche.

Media hora después, Takuya estaba sentado en su cama, con los brazos cruzados y una expresión de fastidio. Llevaba una camiseta negra básica y pantalones de mezclilla oscuros, su cabello castaño estaba un poco más desordenado de lo normal porque, en su habitual rebeldía, lo despeinó antes de bajar las escaleras. Había escapado a su habitación para evitar las burlas de Shinya y los constantes elogios de sus padres hacia los Orimoto. Para él, la noche no podía ser más insoportable… o eso pensaba.

Unos golpes en la puerta interrumpieron sus pensamientos.

—Takuya, baja ahora. La familia Orimoto acaba de llegar —la voz firme de Hiroaki resonó desde el otro lado.

Takuya suspiró con resignación.

—Ya voy... —respondió, arrastrando las palabras mientras se ponía de pie con desgano.

Ajustó la camiseta y se pasó la mano por el cabello, como si intentara hacer un mínimo esfuerzo por lucir presentable, pero en realidad quería parecer desinteresado. Al bajar las escaleras, el sonido de las risas y las animadas conversaciones llenaban la sala.

—¡Ahí está Takuya! —anunció Hiroaki con una sonrisa.

Todas las miradas se volvieron hacia él. Kiran y Antonella Orimoto lo observaron con una mezcla de calidez y asombro.

—¡Takuya! —dijo Kiran con una sonrisa cálida—. No puedo creer lo grande que estás.

—Y muy apuesto, por cierto —añadió Antonella con admiración.

Takuya forzó una sonrisa. —Muchas gracias —dijo con cortesía.

Justo cuando pensaba que podría soportar la noche con un poco de paciencia, una risa suave y melodiosa rompió la tranquilidad en su mente. Reconoció de inmediato ese sonido: la risa de la niña de cinco años que solía burlarse de él y salirse siempre con la suya.

—Vamos, Takuya, saluda a Izumi —dijo Hiroaki, dándole un leve empujón hacia adelante.

Takuya giró la cabeza con desgana, preparándose para encontrarse con la versión adulta de la niña mandona que tanto lo había irritado. Sin embargo, cuando sus ojos se posaron en ella, su cuerpo se quedó inmóvil.

Izumi estaba de pie frente a él, sonriendo con una mezcla de dulzura y confianza. Llevaba un vestido blanco con detalles florales que resaltan su figura elegante y femenina. Su cabello, ahora largo y rubio con suaves ondas, caía sobre sus hombros, enmarcando sus ojos verdes esmeralda que parecían brillar bajo la luz cálida de la sala.

Por un instante, Takuya olvidó cómo hablar.

—¿Qué pasa, Takuya? —dijo Izumi, rompiendo el silencio con una sonrisa divertida—. ¿Ya no sabes cómo saludar?

—Eh... hola. Bienvenida de vuelta —respondió Takuya, parpadeando y tratando de recomponerse.

Izumi extendió la mano con naturalidad. Takuya, aún algo desconcertado, tardó un momento en reaccionar antes de estrechársela. Al hacerlo, una leve corriente de electricidad recorrió su cuerpo, algo que no supo explicar.

—Parece que a Takuya lo dejó sin palabras, ¿eh? —bromeó Hiroaki, riendo.

Las risas llenaron la sala, pero Takuya apenas las escuchó. Su mente seguía atrapada en la imagen de Izumi. La niña que solía fastidiarlo ya no existía. En su lugar, había una joven que, para su consternación, había captado toda su atención

Media hora antes. Izumi estaba sentada en el asiento trasero del auto, con los brazos cruzados y la mirada fija en la ventana. Aunque le agradaba la idea de volver a ver a los Kanbara, especialmente a Hiroaki, Yukiko y el pequeño Shinya, había algo que le revolvía el estómago: la idea de volver a encontrarse con él.

"Takuya Kanbara..." pensó con una mezcla de fastidio y nerviosismo. El niño que siempre se burlaba de mí. El que no se cansaba de decirme que parecía un niño con ese corte de cabello. Él fue la razón por la que me lo dejé crecer..."

Izumi miró su reflejo en la ventana, su largo cabello rubio enmarcaba su rostro con suaves ondas. Era un recordatorio de los años que pasaron, pero también de cómo ese niño ruidoso y arrogante había influido en su vida, aunque no quisiera admitirlo.

—Izumi, cariño, no podemos quedarnos aquí toda la noche —dijo Antonella desde el asiento delantero, tratando de sonar paciente.

Izumi frunció el ceño, como si la voz de su madre la hubiera arrancado de sus pensamientos. —Pues yo sí. No pienso salir.

Kiran, quien manejaba, soltó un suspiro cansado. —¿Otra vez con esto? —dijo mientras giraba el rostro un poco hacia atrás—. Hija, ya no son niños.

Izumi se cruzó más los brazos, girándose hacia sus padres con una mirada desafiante. —¿Y eso qué importa? Takuya Kanbara siempre fue insoportable. Me decía que parecía un niño feo solo porque tenía el cabello corto, y que no sabía comportarme como una "niña de verdad". ¿Por qué tendría que soportarlo ahora?

Antonella se giró parcialmente desde el asiento del copiloto, con una sonrisa comprensiva en los labios. —Izumi, han pasado doce años. Las cosas cambian. Tal vez Takuya también cambió.

Izumi bufó y desvió la mirada hacia la ventana otra vez. —Lo dudo mucho. Seguro sigue siendo igual de arrogante y fastidioso.

Su madre suspiró con ternura, mientras su padre negaba con la cabeza con resignación. Sabían que convencer a Izumi sería difícil. Sin embargo, después de una ronda más de súplicas y promesas de que no sería tan terrible, Izumi finalmente accedió a salir del auto.

Con pasos lentos y una expresión de desagrado, cruzó el jardín hacia la entrada de la casa de los Kanbara. Aunque intentaba mantener la cabeza en alto, un extraño nudo de incertidumbre y molestia se formó en su pecho. ¿Qué tal si él no había cambiado?

Izumi entró a la casa de los Kanbara sintiéndose aún reacia. Aunque mostró una sonrisa educada al saludar a Hiroaki y Yukiko, su incomodidad era evidente. La familiaridad del lugar le trajo una avalancha de recuerdos, y no todos eran agradables.

"Ojalá no estuviera aquí…" pensó, mientras respondía cortésmente a las preguntas de Hiroaki. Sin embargo, su atención fue interrumpida cuando escuchó su voz.

—Takuya, baja de una vez —anunció Hiroaki, con ese tono autoritario pero cálido que siempre le caracterizaba.

Izumi sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda. Su mente volvió automáticamente a esos años en los que ese niño ruidoso y molesto parecía disfrutar irritándola a cada momento. ¿Qué tanto habrá cambiado...?

Cuando él apareció al pie de las escaleras, Izumi sintió cómo el aire se le atascaba en los pulmones.

Takuya ya no era el niño burlón que recordaba. Era alto, con el cabello castaño despeinado de manera descuidada pero atractiva, ojos marrones más profundos de lo que recordaba y un físico marcado que delataba su pasión por el deporte. Izumi parpadeó, desconcertada por lo que estaba viendo.

"No puede ser... ¿Ese es Takuya?"

Él bajó el último escalón con pereza, metiendo las manos en los bolsillos, y sus miradas se cruzaron. Por un instante, Izumi se esforzó por recuperar la compostura, aunque su corazón latía como loco.

—Eh... hola. Bienvenida de vuelta —dijo Takuya, con desgana, como si el saludo le costara esfuerzo.

Izumi intentó responder con naturalidad, forzando una sonrisa mientras extendía la mano. Pero cuando él tardó un segundo de más en estrechársela, su incomodidad regresó. Claro, sigue siendo el mismo niño insoportable de siempre... sólo que más alto y con músculos.

Más tarde, durante la cena

La mesa estaba llena de risas y conversaciones animadas entre los adultos. Mientras tanto, Izumi y Takuya intercambiaban miradas fugaces, pero ninguno hacía el esfuerzo por hablar. La tensión entre ellos era palpable, como si los años no hubieran borrado su antigua rivalidad.

En medio del bullicio, Kiran lanzó un comentario que Izumi deseó no haber escuchado jamás.

—¿No sería maravilloso que estos dos terminaran juntos algún día? —dijo, riendo y señalándolos con el tenedor.

El comentario cayó como una bomba.

—¡¿Qué?! —exclamaron Takuya e Izumi al unísono, sus voces llenas de indignación.

Izumi lo miró horrorizada, con las mejillas encendidas. —¡Papá, no digas esas cosas!

—¿Yo con ella? —interrumpió Takuya, soltando una risa sarcástica—. Ni lo sueñes.

Izumi frunció el ceño, claramente ofendida. —Lo mismo digo. Antes prefiero mudarme a otra vez a otro continente.

Takuya se encogió de hombros, divertido. —Con esa actitud, no me extraña que no tengas novio.

Izumi abrió la boca, incrédula. —¿Y tú qué sabes? Seguro a todas las chicas les dices lo mismo para mantener tu fama de mujeriego.

—Bueno, al menos yo no intento ser alguien que no soy, señorita.

Esa palabra, "señorita", fue suficiente para que Izumi explotara.

—¡Eres un...!

—¡Niños! —intervino Yukiko, con una sonrisa amable—. Vamos, ¿no es lindo que ahora que irán juntos a la preparatoria tengan la oportunidad de conocerse mejor?

Ambos se quedaron helados, mirando a Yukiko como si les hubiera anunciado la peor noticia del mundo.

—¿Qué? —repitieron al unísono.

Takuya se cruzó de brazos, frunciendo el ceño. —No necesito pasar más tiempo con ella.

Izumi giró hacia su madre, horrorizada. —¡Esto no puede estar pasando!

Mientras los adultos intentaban calmar a Izumi, Hiroaki y Yukiko intercambiaban sonrisas cómplices, claramente disfrutando de la situación. Shinya, por su parte, no paraba de reír abiertamente, mientras que Takuya e Izumi seguían lanzándose miradas de disgusto.

Lo que no sabían era que esta convivencia forzada sería el comienzo de algo que ninguno de los dos había anticipado.

Unos días después, Takuya e Izumi caminaban juntos hacia la escuela, con rostros serios y una atmósfera de evidente incomodidad entre ellos. Sus padres los habían obligado a ir juntos con la excusa de que era el primer día de Izumi y ella no conocía el camino ni a nadie, algo que ninguno de los dos había aceptado de buena gana.

Izumi llevaba el uniforme estándar de preparatoria japonesa: una blusa blanca de manga larga con cuello en forma de lazo y una falda corta de cuadros en tonos oscuros. Su cabello largo y ondulado caía con gracia sobre sus hombros, y aunque llevaba una actitud seria, el uniforme resaltaba su figura de manera evidente. A Takuya no le pasó desapercibido lo bien que le quedaba; el uniforme se ajustaba en ciertos lugares de forma... molesta. No le gustaba admitirlo, pero algo en su presencia le hacía cuestionar si realmente la veía igual que antes.

Por su parte, Izumi miraba de reojo a Takuya, que llevaba el típico uniforme masculino: una chaqueta oscura de punto con una camiseta blanca debajo y una corbata perfectamente atada. El pantalón de cuadros le quedaba impecable, y su postura, relajada pero segura, proyectaba un aire de confianza que no pasaba desapercibido. Aunque llevaba el mismo uniforme que los demás chicos, él tenía esa capacidad de hacerlo lucir mejor, algo que irritaba profundamente a Izumi.

—Esto es ridículo —resopló Takuya, rompiendo el incómodo silencio—. Tus padres pudieron haberte traído. No necesito una niñera.

Izumi arqueó una ceja, molesta por el comentario. —¿Niñera? Por favor, el único niño aquí eres tú. Seguramente tus papás te mandaron conmigo porque no confían en que llegues a tiempo.

—Oh, claro —replicó Takuya, girándose hacia ella con el ceño fruncido—. Porque tú eres la perfecta señorita puntualidad, ¿verdad?

—Lo soy —Izumi cruzó los brazos y levantó el mentón con aire altivo—. Y al menos no paso mis días jugando a ser el "chico popular".

Takuya apretó la mandíbula, irritado por su actitud, aunque trató de no darle importancia. Sin embargo, no pudo evitar mirarla de reojo mientras seguían caminando. Admitía para sí mismo que Izumi había cambiado mucho desde que eran niños: su cabello largo y ondulado brillaba bajo el sol, y sus ojos verdes esmeralda parecían aún más llamativos. Pero su actitud seguía siendo la misma.

—Puede que ahora luzca como una modelo de revista —pensó Takuya con fastidio—, pero sigue siendo igual de mandona y fastidiosa.

Izumi también lo observaba de reojo, aunque trataba de mantener su mirada al frente. No podía negar que Takuya había cambiado físicamente: su altura, su cuerpo atlético… era evidente que tenía éxito con las chicas. Pero para ella, seguía siendo el mismo niño inmaduro que la molestaba por cualquier cosa.

—Claro, ahora es el capitán del equipo de fútbol y tiene a todas detrás de él —pensó Izumi, apretando los labios—, pero en el fondo sigue siendo el mismo Takuya arrogante de siempre.

Cuando llegaron al colegio, ambos sintieron las miradas de los demás caer sobre ellos. Era imposible no notar los murmullos que se desataban a su paso.

—¿Quién es esa chica? ¿Es nueva? —susurró uno de los chicos.

—Es hermosa. Mira su cabello, parece una modelo —comentó una de las chicas, impresionada.

—¿Estará soltera? —preguntó otro, sin quitarle los ojos de encima.

Takuya frunció el ceño al escuchar los comentarios. No entendía por qué tanto alboroto. Pero cuando llegaron al aula y la maestra pidió que Izumi se presentara, todo tuvo sentido.

—Hola, soy Izumi Orimoto —dijo ella con una sonrisa educada—. Viví algunos años en Italia, pero ahora estoy de vuelta. Espero llevarme bien con todos ustedes.

Los murmullos se intensificaron. Algunos chicos no podían evitar elogiarla en voz baja.

—¿Cómo puede ser tan bonita? —susurró uno, embelesado.

—Es perfecta —añadió otro, con entusiasmo.

Takuya, sentado en su pupitre con los brazos cruzados, sentía algo extraño al escuchar esos comentarios. Aunque intentaba ignorarlo, no podía evitar sentirse molesto, incluso si no entendía del todo por qué.

—Oye, Takuya. ¿Esa chica nueva vino contigo? —preguntó Kouichi, sentándose a su lado con una sonrisa divertida—. ¿La conoces?

—Sí, la conozco —respondió Takuya con sequedad, mirando de reojo a su amigo.

—¿Me la presentas? Es increíblemente guapa —añadió Kouichi, inclinándose hacia adelante para mirar mejor a Izumi, que estaba ocupada organizando sus libros en su pupitre.

Takuya bufó, claramente irritado, y miró a Kouichi con el ceño fruncido.

—No entiendo cuál es el alboroto —dijo, cruzando los brazos con más fuerza—. Izumi no es una chica linda.

Kouichi lo observó con una mezcla de sorpresa y escepticismo, pero antes de que pudiera responder, Kouji apareció detrás de ellos, dejando su mochila sobre el pupitre junto a Takuya.

—¿Qué pasa con esa chica nueva? —preguntó Kouji, mirando en dirección a Izumi—. Escuché a varios decir que parece una modelo.

—No parece una modelo, lo es —intervino Kouichi con una sonrisa burlona—. Takuya no quiere admitirlo, pero está claro que esa chica es algo especial.

—¿Modelo? —Kouji alzó una ceja y miró a Takuya, esperando una reacción.

Takuya negó con la cabeza y suspiró, tratando de mantener la calma. —Dejen de exagerar. Es solo Izumi. Nada del otro mundo.

Kouichi intercambió una mirada divertida con Kouji, como si no se creyera ni una palabra de lo que Takuya decía.

—Solo Izumi, ¿eh? —dijo Kouichi, sonriendo con picardía—. Entonces no te importará que le invite a salir.

Takuya apretó la mandíbula y lo fulminó con la mirada. —Ni lo pienses, Kouichi.

—¿Por qué no? Dijiste que no es nada del otro mundo —replicó Kouichi, disfrutando de la reacción de su amigo.

—Porque no quiero que arruines su primer día con tus tonterías —respondió Takuya rápidamente, intentando no sonar tan alterado.

Kouji dejó escapar una risa baja, mirando a Takuya con curiosidad. —Vaya, te estás esforzando mucho por no sonar celoso.

—No estoy celoso —respondió Takuya entre dientes.

—Claro que no —replicó Kouichi con una sonrisa burlona—. Solo estás... ¿cómo lo dicen? Protegiendo a tu amiga de la infancia.

—Ya basta —dijo Takuya, poniéndose de pie de golpe—. Si tienen tanto interés en Izumi, vayan y hablen con ella.

—No hace falta ponerse a la defensiva —comentó Kouji, levantando las manos en señal de paz—. Solo estamos diciendo que, para alguien que no la considera especial, te afecta mucho lo que digamos sobre ella.

Takuya no respondió, simplemente tomó su mochila y salió del aula, dejando a Kouichi y Kouji intercambiando miradas divertidas.

—¿Crees que se dé cuenta algún día? —preguntó Kouji.

—De lo que siente por Izumi o de lo obvio que es que está celoso? —respondió Kouichi con una sonrisa.

—Ambas —respondió Kouji con una risa baja.

Mientras tanto, Takuya caminaba por los pasillos tratando de calmarse, sin saber por qué las palabras de sus amigos le habían molestado tanto.

—No estoy celoso... —murmuró para sí mismo, aunque incluso él comenzaba a dudarlo.

El tiempo había avanzado, y aunque habían pasado varios meses desde que Izumi regresó a Japón, la relación entre ella y Takuya seguía siendo exactamente la misma: llena de choques y constantes discusiones. En la preparatoria, apenas podían cruzar miradas sin que una nueva pelea estallara, y fuera de la escuela las cosas no eran mucho mejores.

Sin embargo, sus familias parecían disfrutar de esta dinámica. Hiroaki y Kiran no perdían oportunidad de bromear al respecto, convencidos de que la testarudez de ambos no era más que una barrera para ocultar lo evidente: que había algo más entre ellos. Yukiko, por su parte, solía decir entre risas que, cuando el amor llegara, ninguno de los dos lo aceptaría fácilmente.

Los Kanbara y los Orimoto comenzaron a compartir más tiempo juntos. Salían de paseo, organizaban cenas y, más recientemente, habían decidido hacer un día de campo. Sin embargo, para Takuya e Izumi, esas reuniones familiares eran una tortura. Tener que verse fuera del colegio y fingir cortesía era algo que ninguno de los dos disfrutaba.

El sol brillaba con fuerza en el cielo mientras ambas familias disfrutaban del día en un amplio parque. Los padres charlaban alegremente bajo la sombra de un árbol, mientras Shinya corría por el césped. Takuya, sin mucho ánimo, se había sentado junto a un árbol, con los brazos cruzados, mientras miraba de reojo cómo Izumi acomodaba unas mantas cerca de la comida.

Takuya pensaba mientras lanzaba miradas rápidas hacia Izumi, que organizaba unos platos cerca.

—¿Por qué siempre tengo que verla? —murmuró para sí mismo—. Podría estar con mis amigos ahora mismo, pero no... aquí estoy, aguantándola como siempre.

Izumi, que alcanzó a notar una de esas miradas, suspiró con fastidio, frunciendo el ceño mientras intentaba ignorarlo.

—¿Por qué siempre tiene esa cara de amargado? —pensó, mientras acomodaba los platos con algo más de fuerza de la necesaria—. Podría intentar ser amable por un día, pero claro, es Takuya Kanbara.

De repente, Shinya apareció corriendo detrás de una pelota, tropezando con ella en el proceso. El balón salió disparado directo hacia Takuya, quien reaccionó justo a tiempo para atraparlo con las manos.

—¡Ten más cuidado, enano! —le gritó Takuya con molestia.

—¡Relájate, hermano! —respondió Shinya entre risas, mientras se alejaba corriendo.

Molesto, Takuya sostuvo el balón con fuerza y, sin pensarlo mucho, se lo lanzó de vuelta a Shinya. Pero su puntería falló y, en cambio, el balón fue a dar directamente al brazo de Izumi, que en ese momento estaba girándose.

—¡Oye, Kanbara! —exclamó Izumi, claramente irritada—. ¿Qué te pasa?

—No fue mi intención —dijo Takuya, intentando reprimir una sonrisa nerviosa—. Aunque tal vez deberías prestar más atención.

Izumi bufó, recogiendo el balón del suelo con brusquedad. Lo miró con una ceja arqueada y una expresión desafiante.—¿Ah, sí? Pues préstame atención tú.

Sin dudarlo, le lanzó el balón con fuerza. Takuya logró esquivarlo por poco, pero el impulso lo hizo tropezar con una de las mantas que estaban sobre el césped. En su intento torpe por no caer, se sujetó de Izumi, arrastrándola con él.

Ambos cayeron al suelo enredados, pero lo que nadie esperaba era que terminaran tan cerca el uno del otro. Izumi quedó sobre Takuya, sus rostros apenas a centímetros de distancia. Por un momento, el parque entero pareció detenerse.

Takuya abrió los ojos sorprendido, observando de cerca los ojos verdes de Izumi, que brillaban bajo el sol.

—¿Cuándo se volvió tan... linda? —pensó, incapaz de apartar la mirada.

Izumi también se quedó inmóvil, su respiración algo acelerada. No podía evitar fijarse en los detalles de Takuya: su mandíbula definida, el calor que irradiaba su cuerpo, sus ojos marrones que ahora parecían más cálidos.

—¿Qué me pasa? —pensó, sintiendo que el corazón le latía con fuerza—. Es solo Takuya... pero, ¿por qué no puedo moverme?

El incómodo silencio fue interrumpido por una carcajada de Shinya.—¿Se van a besar o no? —dijo con burla—. ¡No puedo estar todo el día esperándolos!

Izumi reaccionó de inmediato, levantándose de un salto, con el rostro completamente sonrojado. —¡No digas tonterías, Shinya! —protestó, evitando mirar a Takuya.

Takuya, por su parte, también se levantó con rapidez, sacudiéndose el césped de la ropa. Su rostro estaba notablemente rojo.

—Fue un accidente... nada más —dijo, desviando la mirada.

A lo lejos, las familias que habían visto la escena intercambiaban miradas y risas. Hiroaki le dio un codazo cómplice a Kiran.

—Te lo dije, poco a poco —susurró Hiroaki.

—Sí, pero no se lo pondrán fácil a ellos mismos —respondió Kiran, sonriendo.

Mientras tanto, Takuya e Izumi hicieron lo posible por no cruzarse durante el resto del día, aunque en sus mentes, el momento que compartieron seguía repitiéndose como una cinta interminable.

Pasaron unos días desde aquel pequeño accidente. Ese acercamiento inesperado entre Takuya e Izumi había desatado algo entre ellos, algo que no podían ignorar. Aunque las peleas seguían siendo parte de su dinámica, ya no eran tan intensas como antes, y las miradas furtivas que compartían empezaron a durar más de lo que cualquiera de los dos quería admitir. Sin darse cuenta, algo había cambiado entre ellos.

Los celos, que antes solo aparecían de forma esporádica, empezaron a hacerse más evidentes. Takuya no podía evitar molestarse cuando algún chico hablaba con Izumi, mientras que ella sentía una punzada de fastidio cada vez que lo veía rodeado de chicas. Ninguno de los dos quería reconocer lo que sentía, pero la tensión entre ellos crecía día a día, convirtiendo incluso las interacciones más simples en un campo de batalla de emociones.

En la preparatoria, las discusiones aún estallaban al cruzar miradas, como si no pudieran evitar provocarse, pero esta vez no era solo rabia lo que los impulsaba. Fuera de la escuela, la tensión se sentía más palpable, aunque ambos intentaban disimularlo.

En una tarde, Izumi terminó su práctica de voleibol y, mientras esperaba a Akemi para irse juntas, decidió quedarse cerca del campo de fútbol. Desde allí, observó el entrenamiento de Takuya, quien, como siempre, corría con una energía desbordante. Su agilidad y habilidad con el balón lo hacían destacar entre sus compañeros, como si el campo fuera su escenario.

Alrededor del campo, un grupo de chicas se había reunido, lanzando risas y comentarios coquetos mientras observaban a Takuya. Una de ellas, más atrevida, gritó con descaro:

—¡Takuya, quítate la camisa! ¡Hace mucho calor!

Izumi rodó los ojos, pero para su disgusto, Takuya sonrió divertido, aceptando el reto como si fuera un desafío personal. Sin pensarlo, se quitó la camiseta sudada, dejando al descubierto su torso tonificado. Las chicas reaccionaron con suspiros y piropos más intensos, claramente deleitadas con el espectáculo.

Izumi apretó los labios, tratando de no prestar atención, pero la punzada de celos fue inevitable.

—"Qué idiota… quitándose la camisa como si fuera un modelo de pasarela. Ridículo." —pensó, tratando de convencerse de que no le importaba.

Cuando el entrenamiento terminó, Takuya se acercó a ella con su habitual aire despreocupado, la camiseta colgada al hombro.

—¿Qué haces aquí? ¿Viniste a verme entrenar? —preguntó, esbozando una sonrisa que mezclaba arrogancia y diversión.

Izumi lo miró con frialdad, cruzando los brazos.

—¿Por qué haría algo tan absurdo? Estoy esperando a Akemi, no tengo tiempo para tus tonterías.

Takuya arqueó una ceja, divertido por su actitud. —¿Tonterías? ¿Eso crees que es el fútbol?

—No me refiero al fútbol —replicó Izumi, su tono afilado como una daga—. Me refiero a ti, actuando como si fueras un stripper. Quitarte la camisa solo para que esas chicas idiotas griten por ti… ¡Qué patético, Takuya!

Él parpadeó, sorprendido por la intensidad de su respuesta. —¿Qué tiene de malo? Hace calor, y no es mi culpa si soy popular.

Izumi bufó, rodando los ojos. —¡Claro! Eres tan popular que no necesitas usar la cabeza para nada más.

Por un momento, Takuya la miró con más atención. Había algo en su mirada que lo desconcertaba, una chispa de algo que no lograba descifrar. Sin embargo, antes de que pudiera responder, Izumi tomó su mochila y se giró hacia él.

—Por cierto, ponte la camisa. No todos queremos ver ese show.

Takuya sonrió con picardía y dio un paso hacia ella. —¿Estás celosa?

Izumi lo fulminó con la mirada. —¿Celosa de qué? Por favor, Takuya. Tengo mejores cosas que hacer que preocuparme por alguien como tú.

Sin darle oportunidad de replicar, se marchó hacia la entrada del gimnasio, su cabello ondeando al viento. Takuya la vio alejarse, una sonrisa divertida formándose en su rostro.

—"Definitivamente está celosa" —pensó, sintiendo una extraña satisfacción que no lograba explicar.

Con el paso de los días, algo comenzó a cambiar. Aunque las discusiones seguían siendo frecuentes, ya no eran tan hostiles como antes. Las conversaciones entre ellos se volvieron más largas, incluso relajadas, y las sonrisas, aunque fugaces, empezaron a surgir de vez en cuando. Poco a poco, Takuya e Izumi parecían estar bajando la guardia, permitiendo que una conexión más genuina floreciera entre ellos.

Sin embargo, esa conexión tambaleó con la llegada de un nuevo estudiante a la preparatoria: Ryota, un chico alto, de cabello oscuro y ojos claros, que no pasó desapercibido para nadie.

Ryota era amable, atento y, para el disgusto de Takuya, no ocultaba su interés por Izumi. Su llegada cambió la dinámica entre ellos, ya que Izumi y él comenzaron a pasar más tiempo juntos. Las risas entre ambos eran frecuentes, y las miradas cómplices no tardaron en captar la atención de todos, especialmente de Takuya.

Desde la distancia, Takuya observaba cómo Ryota lograba hacer reír a Izumi con una facilidad que lo irritaba.

—"¿Qué tiene ese tipo? No es tan impresionante…" —pensaba, mientras apretaba los dientes, sintiendo algo que jamás admitiría: celos.

La presencia de Ryota amenazaba con desmoronar lo que apenas empezaba a construirse entre Takuya e Izumi, como una tormenta a punto de arrasar con todo.

Unas semanas después, Takuya intentaba convencerse de que no le importaba. Se repetía a sí mismo que no tenía por qué prestarle atención, que era irrelevante. Pero cada vez que veía a Izumi conversando animadamente con Ryota, notando cómo sus ojos brillaban al estar con él, o cuando sus padres mencionaban, casi con entusiasmo, que los Srs. Orimoto les habían contado que Izumi había salido de paseo con Ryota, algo dentro de él se encendía.

Era una sensación molesta, frustrante. Como si una parte de él no pudiera aceptar que Izumi, la misma chica con la que discutía constantemente, ahora apenas le prestara atención. Sus bromas y comentarios sarcásticos, que antes siempre lograban sacarle una respuesta—ya fuera una burla, una mirada de fastidio o una risa contenida—, ahora no parecían causarle ningún efecto. Y eso lo irritaba aún más.

Sus amigos, Kouichi, Kouji y Junpei, no tardaron en notar el cambio en su actitud. Una tarde, después de la práctica de fútbol, mientras descansaban en la cancha, Kouichi se acercó con una sonrisa burlona.

—Estás celoso, ¿verdad? —preguntó sin rodeos, con esa calma provocadora que siempre usaba cuando quería molestar a alguien.

Takuya frunció el ceño de inmediato.—¿De qué hablas? —respondió, cruzando los brazos en una clara actitud defensiva.

—De Ryota, obviamente. Se nota que te molesta cómo mira a Izumi —intervino Kouji, apoyándose contra la pared con una sonrisa divertida.

—¡Por favor! —exclamó Takuya, rodando los ojos—. ¿Celoso yo? Ni en un millón de años. Además, Izumi no es tan especial como todos creen. Solo es una cara bonita y con unos pechos grandes, además es mandona, fastidiosa y siempre tiene que salirse con la suya. ¿Quién podría estar con alguien así?

Rió con desdén, como si realmente creyera sus propias palabras. Pero lo que no sabía era que Izumi, que había pasado cerca de la cancha buscando a Ryota, había escuchado cada una de ellas.

Se quedó inmóvil por un instante, sintiendo cómo su pecho se comprimía al oírlo hablar de ella de esa manera. Un calor amargo subió hasta su garganta, pero no dejó que ninguna emoción se reflejara en su rostro. Sin decir una palabra, se dio la vuelta y se alejó rápidamente. No valía la pena quedarse a escuchar más.

Mientras tanto, los amigos de Takuya lo miraban con incredulidad.

—¿En serio, Takuya? —preguntó Junpei, alzando una ceja—. Eso fue demasiado, incluso para ti.

—¿Qué? ¡Es la verdad! —respondió él, encogiéndose de hombros.

Pero algo en su interior se sintió extraño. Incómodo. Como si hubiera dicho más de lo que realmente pensaba.

Desde ese día, Izumi cambió por completo su actitud hacia él. Ya no discutía, ya no respondía a sus provocaciones. Cuando él intentaba fastidiarla con algún comentario sarcástico, ella simplemente lo ignoraba o le contestaba con frialdad, sin siquiera mirarlo. Sus risas, que solían ser inevitables incluso en medio de sus peleas, ahora solo aparecían cuando era absolutamente necesario. Pero no eran las mismas. Ya no tenían el brillo de antes.

Al principio, Takuya creyó que solo se estaba comportando así para molestarlo, que en cualquier momento volvería a gritarle o a empujarlo con frustración. Pero los días pasaban, y la indiferencia de Izumi se mantenía. Y con cada mirada vacía, con cada silencio, algo dentro de él se apretaba más.

No entendía por qué le afectaba tanto. Se decía a sí mismo que lo único que le molestaba era que ya no podía divertirse fastidiándola. Pero cada vez que intentaba provocar una reacción y lo único que recibía era el vacío, sentía una punzada en el pecho que no lograba ignorar.

Lo peor era que sus familias seguían reuniéndose como de costumbre, ajenas a la tensión entre ellos. Para todos, Takuya e Izumi seguían siendo los mismos de siempre. Pero para él, cada encuentro se volvía más incómodo. Verla comportarse como si él no existiera, verla sonreír para todos menos para él… era insoportable.

Y lo peor de todo era que no tenía ni idea de por qué.

Era una tarde cualquiera en la habitación de Takuya. Él, Kouji, Kouichi y Junpei estaban supuestamente estudiando para los exámenes finales, aunque la mayor parte del tiempo se la pasaban charlando de cualquier cosa. Entre risas y bromas, la conversación giraba sin rumbo hasta que Junpei dejó caer una bomba sin previo aviso.

—¿Sabían que Ryota quiere pedirle a Izumi que sea su novia? —soltó con un tono casual mientras revisaba algo en su teléfono.

El comentario golpeó a Takuya como un puñetazo en el estómago. Sin darse cuenta, el lápiz resbaló de su mano y cayó sobre el escritorio con un leve sonido. Su espalda se tensó, y aunque intentó disimularlo, su expresión se ensombreció. Kouji, siempre observador, lo notó de inmediato.

—¿Takuya? —preguntó, levantando una ceja con suspicacia.

—¿Qué? —respondió él rápidamente, adoptando un tono despreocupado—. Me da igual lo que haga Izumi.

Kouichi soltó un suspiro pesado, como si estuviera cansado de escuchar la misma mentira una y otra vez.

—¿De verdad, Takuya? —preguntó, cruzándose de brazos—. Es obvio que te molesta, y es aún más obvio que te gusta Izumi. ¿Por qué no lo admites de una vez?

—¡Porque no es cierto! —exclamó Takuya, llevándose las manos a la cabeza con frustración—. Izumi es… ¡Izumi! Siempre me está fastidiando, es mandona, molesta… No hay nada entre nosotros.

Kouji rodó los ojos, harto de la actitud de su amigo. —Si sigues con esa actitud, la vas a perder. ¿De verdad quieres verla con otro chico? ¿Con Ryota, específicamente?

Takuya no respondió de inmediato. Sus labios se entreabrieron, pero ninguna palabra salió de ellos. Un nudo extraño se formó en su pecho, uno que no quería reconocer. Sus amigos intercambiaron miradas, dándose cuenta de que no tenía sentido seguir presionando. Dejaron el tema por la paz, aunque sabían que Takuya ya estaba perdido en sus pensamientos.

Esa noche, cuando finalmente se quedó solo en su habitación, el silencio se volvió insoportable. Se dejó caer en su cama y cerró los ojos, pero en lugar de calmarse, su mente se llenó de imágenes de Izumi.

Recordó la forma en que ella se reía cuando algo realmente la divertía, cómo entrecerraba los ojos y cubría su boca con una mano antes de estallar en carcajadas. Recordó cómo su cabello se movía con el viento cuando corría en la cancha, los mechones dorados reflejando la luz del sol. Recordó su mirada… esos ojos verdes que parecían brillar cada vez que hablaba con entusiasmo sobre algo que le apasionaba.

Se dio cuenta de que la había observado más de lo que creía. Que, sin notarlo, había memorizado cada uno de sus gestos, cada detalle de su expresión. Recordó la manera en que arrugaba la nariz cuando algo no le gustaba, cómo mordía su labio inferior cuando estaba nerviosa, cómo su voz adquiría un tono más suave cuando hablaba en serio.

Y entonces, todo hizo clic.

Ese dolor que había sentido cuando ella lo ignoraba… no era solo frustración ni orgullo herido. Era vacío. Un vacío que solo aparecía porque la quería cerca, porque necesitaba su atención tanto como el aire que respiraba.

Los celos que lo carcomían cada vez que veía a Ryota junto a ella no eran simple irritación. Dolían porque, en el fondo, él quería ser quien la hiciera sonreír de esa manera. Él quería ser la razón por la que sus ojos brillaran.

Se quedó en silencio, mirando el techo de su habitación con el corazón latiéndole con fuerza.

Demonios.

Se había enamorado.

Y lo peor era que, ahora que lo sabía, quizás ya fuera demasiado tarde para hacer algo al respecto.

El sol de la mañana iluminaba la escuela, pero Takuya no tenía cabeza para nada más que su misión: encontrar a Izumi y confesarle lo que sentía. Había pasado la noche en vela, reviviendo cada momento con ella, cada palabra no dicha, cada sentimiento que se había negado a aceptar. Ahora lo sabía con certeza: no podía perderla.

Sabía que ella siempre llegaba temprano, así que recorrió la escuela con el corazón latiéndole con fuerza. No tardó en encontrarse con Akemi, amiga de Izumi, quien, con una sonrisa divertida, le informó que la había visto subir a la azotea… con Ryota.

El estómago de Takuya se encogió al escuchar ese nombre. Su pulso se aceleró, y sin pensarlo dos veces, corrió escaleras arriba, sintiendo el miedo latir en su pecho.

No. No puede ser demasiado tarde.

Cuando llegó, estaba a punto de abrir la puerta, pero se detuvo al escuchar las voces al otro lado. Se quedó quieto, su respiración contenida.

—Izumi, me gustas desde que llegué a esta escuela —la voz de Ryota sonaba firme, pero nerviosa—. Eres increíblemente hermosa, amable y divertida. Y me encantaría que fueras mi novia… ¿Quieres ser mi novia?

El corazón de Takuya se detuvo. Apoyó la espalda contra la pared, sintiendo un torbellino de emociones golpearlo con fuerza: celos, temor, frustración… pero lo peor fue el miedo a escuchar la respuesta de Izumi.

Ella guardó silencio unos segundos antes de suspirar.

—Ryota… gracias por decírmelo —su voz era suave, pero titubeante—. Pero… necesito unas horas para pensarlo. Te daré una respuesta hoy al finalizar las clases.

Takuya cerró los ojos con fuerza, sintiendo un alivio momentáneo y, al mismo tiempo, un temor latente.

No puedo dejar que tenga dudas. No puedo permitir que se aleje.

Cuando Ryota salió, Takuya esperó unos segundos antes de abrir la puerta.

Izumi estaba de espaldas, mirando el horizonte. El viento jugueteaba con su cabello, y el sol iluminaba su silueta con una suavidad que le robó el aliento. Por un momento, se quedó quieto, simplemente observándola, grabando cada detalle en su mente.

Era ella. Siempre había sido ella.

Reuniendo todo su valor, dio un paso adelante.

—¿Vas a aceptar? —preguntó con voz grave, cargada de emociones contenidas.

Izumi se giró con los ojos levemente abiertos por la sorpresa, pero en cuanto lo vio, su expresión se endureció.

—¿Y eso qué te importa? —respondió en un tono frío, cruzándose de brazos.

Takuya sintió el impacto de sus palabras, pero no podía culparla. Respiró hondo y se acercó un poco más. —Izumi, yo…

—¿Por qué te importa ahora? —lo interrumpió, sus ojos brillando con una mezcla de dolor y enojo—. ¿Por qué te interesa lo que haga cuando tú fuiste el que dijo cosas horribles de mí?

Takuya sintió un nudo en la garganta. —¿Tú…me escuchaste? —susurró, sintiendo cómo la culpa lo aplastaba.

Izumi bajó la mirada por un segundo, como si no quisiera admitir cuánto le había dolido.

—Sí, lo escuché todo —murmuró, con la voz temblando—. Dijiste que no soy linda, que soy fastidiosa, mandona… ¿Eso es lo que piensas de mí, Takuya? Porque, si es así, no sé qué haces aquí.

Él sintió el peso de sus palabras como un golpe en el pecho. Se acercó un poco más, con el corazón acelerado.

—Izumi, lo siento… No debí decir esas cosas. Estaba molesto, confundido… Pero nada de eso es verdad.

Ella apretó los labios, como si quisiera mantenerse firme, pero sus ojos la delataban.

—Entonces, dime la verdad, Takuya. ¿Qué sientes?

Takuya tragó saliva. Este era el momento. Ya no podía huir.

—La verdad es que te amo —dijo con voz firme, pero llena de emoción—. Me he enamorado de ti, Izumi. Me enamoré de la forma en que sonríes cuando hablas de algo que te apasiona, del brillo en tus ojos cuando te emocionas, de la manera en que siempre logras sacarme de quicio… pero también de cómo eres la única persona que realmente me entiende.

Izumi abrió los ojos con sorpresa, y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.

—¿Por qué ahora, Takuya? —preguntó con la voz quebrada—. ¿Por qué cuando hace unos minutos alguien más me confesó sus sentimientos?

Él dio un paso más y tomó suavemente su rostro entre sus manos. —Porque soy un idiota —susurró, con una sonrisa triste—. Porque tardé demasiado en darme cuenta de lo que siempre estuvo frente a mí. Y porque la idea de verte con otro me rompe el corazón… pero no es solo eso. Te amo, Izumi. Te amo por todo lo que eres, por todo lo que me haces sentir.

Izumi lo miró con el corazón desbocado, su pecho subiendo y bajando con fuerza. —Yo… hace tiempo acepté lo que sentía por ti, Takuya —confesó en un hilo de voz—. Me di cuenta después de escucharte. No comprendía por qué me habían dolido tanto tus palabras, hasta que lo entendí… Me dolió porque estaba enamorada de ti.

Takuya sintió un calor indescriptible inundar su pecho. Ya no había dudas. No había nada más que los dos y lo que sentían.

Sin decir nada más, cerró la distancia entre ellos y la besó. Fue un beso desesperado, profundo, lleno de todo lo que habían callado durante tanto tiempo. Izumi se aferró a su camisa, correspondiendo con la misma intensidad, como si con ese beso pudiera decirle todo lo que había guardado en su corazón.

El tiempo pareció detenerse. En ese instante, el mundo exterior dejó de existir. Solo eran ellos, envueltos en un amor que por fin, después de tantas negaciones y miedos, habían encontrado el uno en el otro.

Después de aquel beso en la azotea, Takuya e Izumi nunca volvieron a ser los mismos. Con delicadeza, Izumi rechazó la propuesta de Ryota, y así comenzó una historia que siempre había estado destinada a ocurrir.

Lo suyo no fue un amor sereno ni perfecto, sino apasionado, lleno de risas, pequeñas peleas y reconciliaciones cargadas de ternura. Takuya, con su carácter impulsivo e inmaduro a veces, nunca dejó de recordarle a Izumi cuánto la amaba. E Izumi, con su forma mandona y su corazón ardiente, disfrutaba de ser la única capaz de hacer que él se detuviera a mirarla como si fuera lo más precioso del mundo.

Cuando sus familias supieron que estaban juntos, las madres de ambos simplemente se rieron, diciendo que era algo inevitable desde que eran niños. Los padres, aunque al principio se mostraron sorprendidos, terminaron aceptándolo con calidez. Las reuniones familiares se volvieron frecuentes, y en cada una de ellas todos disfrutaban viendo a Takuya e Izumi discutir por tonterías, solo para terminar reconciliándose con sonrisas cómplices y un beso robado.

Los años pasaron, y con ellos, su amor se fortaleció. Aprendieron a apoyarse en los momentos difíciles y a celebrar juntos los triunfos del otro. Sin importar las diferencias o las discusiones, siempre terminaban con la certeza de que no podían imaginar la vida sin el otro.

Cuatro años después, Takuya la llevó a la azotea de la escuela, el lugar donde todo comenzó. El cielo estaba teñido de tonos naranjas y rosados por el atardecer, y el viento soplaba suavemente, como si el universo supiera que era un momento especial.

—La primera vez que estuve aquí contigo, me tomó mucho tiempo darme cuenta de lo que sentía. Fui un tonto —dijo él, sosteniéndole las manos—. Pero esta vez no quiero que pase un solo segundo más sin que sepas lo importante que eres para mí.

Izumi lo miró con los ojos brillando de emoción cuando él se arrodilló ante ella.

—Izumi, ¿quieres casarte conmigo?

Las lágrimas corrieron por sus mejillas antes de soltar una risita.

—Al menos esta vez fuiste más romántico —bromeó, antes de asentir con entusiasmo—. Sí, Takuya, quiero casarme contigo.

Su boda fue un reflejo de ellos: llena de risas, momentos apasionados y la calidez de sus seres queridos.

Seis años después de aquel primer beso, las familias Kanbara y Orimoto, junto con sus amigos más cercanos, se reunieron para celebrar el primer cumpleaños de Kazzy, su hija.

La pequeña, con sus rizos castaños y los ojos brillantes de Izumi, estaba sentada en su silla alta decorada con globos de colores. Takuya no podía dejar de mirarla con un orgullo inmenso en el pecho, mientras Izumi arreglaba con ternura el moño en su cabello.

—Es increíble cómo pasa el tiempo, ¿no? —comentó Kouichi, sirviéndose un poco de pastel—. Parece que fue ayer cuando ustedes dos no podían verse sin discutir.

—Y ahora tienen una hija hermosa que seguramente heredará el carácter de su madre —bromeó Junpei.

—¡Oye! —protestó Izumi, cruzándose de brazos—. Si Kazzy tiene carácter, será porque su padre es igual de testarudo que yo.

Takuya rió y la abrazó por la cintura, apoyando la frente contra la de ella. —Tal vez, pero también tiene la sonrisa más hermosa, igual que tú.

Izumi sintió un calor recorrerle el pecho. Cada vez que Takuya la miraba así, como si fuera su mundo entero, se daba cuenta de cuánto lo amaba.

Esa noche, mientras el sol se ponía y la celebración continuaba, Takuya e Izumi se alejaron un poco del bullicio para observar a Kazzy jugar con Kouichi y Kouji.

Izumi apoyó la cabeza en el hombro de Takuya, suspirando. —¿Crees que estamos haciendo un buen trabajo como padres?

Él sonrió y la abrazó con más fuerza. — Claro que sí, aunque todos los días aprendemos algo de esto de ser padres. Pero todo saldrá bien porque tenemos algo que nunca nos faltará: amor.

Izumi levantó la mirada y lo encontró viéndola con una ternura infinita. En ese instante, recordó cada beso robado, cada discusión absurda, cada momento en que él la había hecho sentir amada.

—Te amo, Takuya.

—Y yo a ti, Izumi —susurró, acariciándole el rostro—. Una y otra vez, siempre te elegiré.

Se besaron bajo el cielo estrellado, con el sonido lejano de la risa de su hija y la brisa nocturna envolviéndolos en un instante de pura felicidad.

Desde la distancia, Hiroaki y Kiran los observaban con una sonrisa, sintiendo en el corazón que todo lo que habían soñado se había hecho realidad.

—¿Sabes, Kiran? —dijo Hiroaki—. Siempre imaginé que nuestros hijos terminarían juntos algún día.

Kiran asintió, con los ojos brillando de emoción. —Desde que eran niños, algo especial los unía. Y mira ahora… compartimos una hermosa nieta.

Se quedaron en silencio, disfrutando del momento hasta que la paz se vio interrumpida por la voz indignada de Izumi.

—¡Te dije que no le dieras pastel! ¡Mira cómo tiene las manos llenas de crema!

—¡Es su cumpleaños! ¡Puede ensuciarse todo lo que quiera! —respondió Takuya.

—¡No es cuestión de ensuciarse, Takuya! ¡Ahora yo tengo que limpiarla!

—¡Pues yo puedo limpiarla!

—¡Ya sé cómo limpias! ¡Sería peor!

Kazzy los miró y soltó una risita feliz, aplaudiendo con sus manitas llenas de crema.

Desde su rincón, Hiroaki y Kiran estallaron en carcajadas.

—Algunas cosas nunca cambian —dijo Hiroaki.

—Eso es seguro —respondió Kiran—. Pero no lo cambiaría por nada.

Mientras los gritos y risas continuaban, una cosa quedaba clara: el amor que unía a esa familia era inquebrantable. Y sin importar los años que pasaran, Takuya e Izumi siempre se elegirían el uno al otro.