I
Kirinmaru, Lord Chamberlain del rey Sesshomaru, caminó a paso firme por el amplio pasillo de piedra siendo guiado por Jaken, consejero real y uno de los más fieles del monarca. En medio de un profundo silencio que solo era interrumpido por el sobrio sonido de las pisadas de ambos caballeros, Lord Kirinmaru observó sin detenerse cada uno de los cuadros colgados en las paredes: reyes, príncipes y princesas, muchos de ellos ya fallecidos, engalanaban el estrecho espacio con una presencia reservada y de riguroso protocolo que, a esas horas de la madrugada, más que imponentes eran tétricos.
No había pasado más que un rato desde que el sol se había asomado entre las colinas del este así que el noble caballero pudo intuir que lo que sea que necesitase su rey era algo que seguramente le había hecho despertar antes del alba, o incluso lo había obligado a permanecer despierto toda la noche.
Cuando sirviente y Lord se detuvieron frente a una gruesa puerta de fresno con detalles en metal y oro, no pudo evitar tratar de ajustar su ya impoluta ropa de lino color negro en un gesto que trataba de disipar cualquie rastro de incertidumbre en su rostro. Cuando la puerta se abrió, siguió de nueva cuenta a Jaken hasta el escritorio de madera donde su rey quien, sin apartar su mirada de lo que sea que estuviera escribiendo en su escritorio, lo esperaba sentado en una pomposa silla cubierta de terciopelo rojo.
El hombrecillo, demasiado viejo como para seguir vivo, hizo una reverencia ante su rey antes de comenzar a hablar:
—Majestad —le saludó con respeto—. Lord Kirinmaru está aquí.
Kirinmaru dio un paso hacia adelante justo cuando Jaken lo presentó, dio una reverencia suave, presentando sus respetos. Tragó suavemente saliva cuando hubo un breve silencio antes de que el sirviente del rey saliera de la habitación, cerrando la puerta tras de sí para permitirles hablar en privado.
—¿En qué puedo servir a mi rey? —preguntó apaciblemente luego de erguir su espalda.
El rey, a pesar de ser un hombre en plena juventud, se tomó su propio tiempo para dejar su fina pluma en el tintero del escritorio para después levantarse de su silla. Kirinmaru miró sin evitar contener la respiración que, a pesar del gesto de dolor que se reflejaba en el rostro de su monarca al conseguir levantarse, no soltó ni el menos audible de los quejidos.
Su largo cabello plateado caía sobre sus hombros como una fina cortina quebradiza que se movió frágilmente cuando el monarca se erigió sobre su lugar buscando ayuda del par de bastones de roble oscuro que sostuvieron regiamente al hombre que, de estar completamente erguido, luciría una alta estatura.
—Lord Kirinmaru —empezó el monarca tan elegantemente erguido como le era posible ayudado de sus manos sujetando firmemente sus bastones, sus dedos eran tan pálidos y delgados que podría parecer que lo que se aferraba a las empuñaduras talladas como las garras de algún demonio eran solo los huesos de un cadáver y no un hombre vivo—, hemos pasado toda la noche ajustando todos los detalles de lo que será un nuevo comienzo no solo para todo el reino sino para mi propio legado, que es el de mi padre.
El Lord Chamberlain tragó despacio y enderezó lo más que pudo su espalda antes de contestar—: estoy siempre a sus órdenes, majestad.
La sonrisa en el pálido rostro del rey le provocó un severo escalofrío que no estaba seguro si era un mal augurio, pero algo le decía que era así.
—En este momento Sir Royakan está preparándose para partir al este, a la viña de las luciérnagas para hablar con Lord Higurashi —comenzó el rey a explicarse con su acostumbrada voz serena.
—Perdón, mi rey, ¿se encuentra bien la reina madre? —preguntó casi de inmediato, tratando de comprender las intenciones del monarca. Bajo su lógica, la única razón por la que el rey buscaría a su familia por línea materna era por algo relacionado precisamente a su señora madre.
—Mi madre se encuentra perfectamente bien, mi lord, incluso mejor que yo. No tiene de qué preocuparse —el rey Sesshomaru retomó la cabecilla de la conversación, sin poder evitar el tono de ironía ácida al referirse a su estado de salud comparado con el de su madre—. Sir Royakan en realidad va a en nombre de la corona para pactar un arreglo matrimonial con la nieta del Duque Higurashi, Lady Kagome.
—¡Oh!, estoy seguro que Lady Higurashi será una espléndida esposa y una reina ejemplar, majestad —por segunda vez en la misma conversación, sus palabras se adelantaron, había perdido hace mucho tiempo las esperanzas de que el rey Sesshomaru volviera a casarse después de la muerte de la reina Rin pero parecía que las cosas estaban cambiando.
—Si es una buena esposa, no será mi derecho declararlo y lo de reina, para que eso pase yo ya ni siquiera estaré en este plano para contemplarlo —con la misma ironía fría y directa de hace un rato, el rey Sesshomaru le respondió.
Lord Kirimaru tuvo que hacer un esfuerzo extraordinario para no perder el balance en ese momento—, ¿Cómo dice, mi rey?
—Que el acuerdo de matrimonio no es para mí, mi apreciado señor, es para mi hermano y heredero, InuYasha —al pronunciar el nombre de su medio hermano, el rey irguió su espalda lo más que la enfermedad le permitió al mismo tiempo que alzó el mentón. En contraste, Lord Kirinmaru sintió que necesitaba encorvarse del dolor que le provocó ese nombre en el estómago.
—El joven InuYasha tiene casi diez años que abandonó la corte y renunció a su título, majestad —protestó sin poder evitar pronunciar aquel nombre con desdén—. Además…se trata de un ilegítimo.
—El príncipe InuYasha es un hijo nacido fuera del matrimonio pero legitimado por su padre apenas llegó al mundo, mi señor —el rey Sesshomaru endureció su mirada—, por lo que le sugiero que la próxima vez que se exprese de él lo haga con el debido respeto y con mayor razón si es frente a mí.
—P-pero mi rey…
—Mi hermano no abandonó su hogar, fue expulsado por mi madre apenas encontró la oportunidad —continuó el monarca sin darle derecho a una tregua—, y aunque ella en su rabieta le haya dicho a todo el reino que renunció a su título de príncipe, eso jamás fue cierto. ¿O qué pasa?, ¿es que de pronto tiene más peso lo que diga la reina madre que lo que diga ya?
—Por supuesto que no, majestad…
—InuYasha jamás perdió su derecho de ser mi heredero. Y me encargaré que se le respete como tal —Sesshoumaru dio un golpe firme con uno de sus bastones—. Y además de para enterarse de lo que ya está decidido, mi Lord, la razón por la que le he mandado llamar es para pedirle que acompañe a sir Jaken al oeste, al valle de los molinos, y traigan a mi hermano ante mí.
—Por favor, permítame pedirle que lo reconsidere, majestad. —sus palabras salían empujadas una a otra de su boca, con una sensación amarga en la misma que no sabía describir pero le hacía temblar todo el cuerpo—. Aún cuando su majestad el rey Inu no Taisho reconoció a su bastardo, habrá familias que aún podrían negarlo
—Por eso no podemos perder más tiempo —respondió el monarca frunciendo el ceño, era evidente que comenzaba a desesperarse ante la necedad de su Lord—. No solo me aseguraré que el próximo rey sea un Taisho, sino también tendrá sangre Higurashi tal y como lo presagió mi abuelo.
—Sé que los médicos le han dado buenos pronósticos referente a su salud, majestad —Lord Kirinmaru refutó, no dispuesto a dar su brazo a torcer—, estoy seguro que si es usted quien desposa a su prima podrá engendrar un legítimo heredero…
—¡Estoy muriendo! —vociferó tan firme el rey que parecía el rugido de un león, fue un clamor tan potente que el monarca tuvo que aferrarse tanto como pudo a los bastones que lo sostenían, el Lord frente a su monarca instintivamente apretó los labios, entendiendo que no era prudente alegar nada más—. Tengo un deber con los dioses, el reino, con mi padre, su padre que fue rey antes que él y vio cómo las crueldades de la guerra casi nos deja en ruinas. No dejaré ese deber al azar de mi enfermedad.
El hombre de cabellos rojizos y ojos color olivo agachó la cabeza, avergonzado—. Lo entiendo, majestad, perdóneme por favor.
—Jaken ya ha dado las instrucciones para que les preparen un coche, se van ya mismo así que vaya a preparar su equipaje —la voz de Sesshomaru era tan gélida que podía sentir cómo si le cortara la piel—. Traiga a mi hermano ante mí, sin importar lo que cueste, que le aten los pies y las manos de ser necesario.
—Sí, majestad… —Lord Kirinmaru dio una pequeña reverencia.
—No me falle, mi señor —advirtió el rey con tal firmeza que Kirinmaru sintió un escalofrío recordarle la espalda—. O me obligará a pensar que está desafiando mi voluntad, que es la de los dioses.
El Lord Chamberlain irguió su postura y miró fijamente los dorados ojos de su rey.
—Jamás me atrevería, majestad —aseguró.
—Está decidido, el príncipe InuYasha y Lady Kagome Higurashi se casarán antes de que termine el otoño —declaró el rey con renovadas energías.
El Lord no pudo decir más, solo se limitó a asentir sin poder ocultar el estar temblando aunque no sabía si de terror, de ira o de preocupación. Quizá una extraña mezcla de todas esas sensaciones.
Que los dioses nos protejan…pensó en silencio.
