II

Apenas Lord Kirinmaru salió de su despacho, Sesshomaru sintió sus piernas y brazos flaquear así que no tuvo más remedio que dejarse caer en la silla de respaldo alto que estaba justo detrás de él. Soltó un cansado suspiro, cerró los ojos y llevó los dedos al puente de su nariz en un gesto que intentaba disipar tantísima frustración.

—¿Se encuentra bien, majestad? —sir Jaken se acercó a él con cautela, Sesshomaru frunció el ceño al darse cuenta que no notó cuando el anciano había regresado a la habitación.

—De solo pensar que la obstinación que mostró Kirinmaru no es nada comparado a que harán otros miembros del consejo hace que me duela la cabeza —confesó el rey sin alejar su mano de su rostro.

—Si me permite comentárselo, señor —el hombre anciano y de baja estatura se acercó al escritorio del rey—, pensé que sería sir Myoga a quién ordenaría acompañarme a ir por su alteza, el príncipe.

—Es demasiado leal a mi hermano —Sesshoumaru se justificó sintiéndose por fin menos tenso, permitiéndose acomodarse mejor en su silla—. No se atrevería a imponer mano dura de ser necesario para traerlo aquí. Además, una de las tareas de Lord Kirinmaru es la de velar por mantener orden en todas las descendencias nobles del reino, su deber es proteger a mi heredero.

—Perdóneme, majestad, pero ¿no sería por querer cumplir con su deber querrá desplazar a su hermano e imponer al siguiente en la línea sucesoria, Lord Onigumo? —preguntó el hombrecillo con cautela, Sesshomaru frunció el ceño con desprecio al escuchar el nombre de su despreciable tío, no quería oír hablar de él o de cualquiera de sus hijos, igual de deleznables que él.

—Por eso confío en ti, Jaken —la voz del monarca de nuevo era firme y autoritaria—. Asegúrate que se cumpla mi voluntad. Ninguna otra más que la mía.

—Haré lo que sea necesario, majestad —Jaken dio una reverencia—. Ahora, con su permiso, debo estar listo para el viaje.

Sesshomaru no contestó, con un simple gesto despachó a su consejero y de nueva cuenta quedó solo en su amplio despacho, demasiado frío a esas horas de la mañana. Suspiró de nuevo antes de buscar nuevamente sus bastones para ayudarse a ponerse de pie, lo cual intentó hacer de la manera más firme y regia posible.

Una vez de pie caminó despacio hacia el gran ventanal ubicado a su derecha, donde podía observar los jardines centrales del palacio que, ya comenzando a bañarse por la luz del sol de la mañana, tomaban un color azul grisáceo.

La mañana ya había empezado y él no tenía tiempo que perder.

De ninguna forma.


Ese día había comenzado particularmente frío, lo que lo había obligado a abrigarse un poco más de lo que acostumbraba antes de comenzar su jornada al frente de los campos de trigo de su familia, bueno, la familia de su madre.

Ató su plateado cabello en una melena alta para evitar que le estorbara en sus deberes y salió de su dormitorio: una habitación pequeña, con muebles finos pero con los tapices de las paredes viejos y con humedad. Un encuadre que le recordaba siempre que, a pesar de su sangre, su origen aún era una vergüenza que era mejor mantener en un rincón olvidado.

Cuando llegó a los sembradíos de trigo, los peones de la finca ya habían comenzado con la cosecha de ese día mientras Miroku, asistente del administrador general, se encargaba de supervisar que los sacos con el grano se subieran a las carretas que las llevarían a los distintos molinos.

—¡InuYasha! —lo llamó el joven de cabello oscuro y ojos azules apenas lo vio acercarse, cuando éste atendió el llamado, Miroku señaló el carro detrás de él—. Este está listo para llevarlo a los molinos…¿quieres llevarlo tú?

El renegado príncipe vio de reojo el cargamento de costales en la parte trasera del desgastado carromato, asintió el silencio y se acercó para tocar el cuello de uno de los dos caballos de trabajo que lo halaban.

—¿Takemaru ya se ha aparecido por aquí? —preguntó por su padrastro queriendo sonar lo más indiferente posible sin alejar su mano del animal de carga.

—No. Sólo tu hermano, Bankotsu, estuvo aquí un rato antes de regresar a la casa grande —le respondió Miroku regresando su mirada a las notas que tenía en su mano donde escribía la cantidad de granos de trigo que se llevarían a los molinos, InuYasha no pudo evitar arrugar la nariz con desagrado.

—Si es que acaso se digna a venir bajo el sol el señor de los molinos —comenzó su petición sin poder evitar referirse con sarcasmo a Takemaru—, dile que quiero hablar con él.

Después que su amigo le aseguró que así lo haría, el joven peliplateado subió al pescante del carromato, ordenó a dos trabajadores que lo acompañaran, tomó las riendas de los caballos y emprendió su trayecto hacia los molinos…a uno de ellos en particular.


—¿Mi hijo? —Irasue, la reina madre, preguntó con genuina sorpresa cuando, mientras sus dos doncellas le peinaban cuidadosamente su largo cabello plateado después de su aseo matutino, entró un sirviente a sus aposentos y le informó que el rey Sesshomaru solicitaba su presencia.

—Sí, mi señora —le confirmó el hombre de mediana edad y cabello oscuro—. Su majestad ha pedido que comparta el desayuno con él en su estudio.

Aún sin nada en el estómago, la reina pudo sentir éste revolverse de la ansiedad, que su hijo la mandara a llamar no sería nada del otro mundo si no fuera tan endemoniadamente temprano por la mañana…

—¿A qué hora despertó su majestad? —le preguntó al sirviente que estaba frente a él aún aguardando su respuesta.

El hombre de piel clara carraspeó su garganta antes de responder—. Tengo entendido que el rey no subió a sus habitaciones anoche para dormir, majestad.

Irasue parpadeó un par de veces de más para asimilar esa respuesta, esto definitivamente no podía significar nada agradable—. Iré en un momento —le respondió tan tranquila como pudo, el siervo dio una reverencia ante ella y salió de la habitación.

Con un gesto de su mano ordenó a sus doncellas que se alejaran de ella y así lo hicieron con una suave reverencia. Con altivez, la reina se levantó de la silla de su tocador y miró a las dos jóvenes que le servían por un momento antes de dirigirse a las puertas de su habitación.

Caminó en silencio por el pasillo, siendo seguida por sus doncellas que caminaban un par de pasos detrás de ella. A Pesar de su rostro aparentemente impasible, su cabeza era un campo de batalla ahora mismo, ¿qué era lo que estaba tramando Sesshomaru?, ¿qué era tan importante que lo había hecho pasar sin dormir toda la noche?