III

Las puertas del despacho de su hijo se abrieron de par en par apenas los guardias la vieron acercarse, entró junto a sus doncellas y lo vio de pie, sostenido por su par de bastones de madera, a un lado de la pequeña mesa que el servicio, quienes se encontraban en uno de los rincones del despacho esperandolos, había dispuesto para el desayuno.

—Buen día, madre, toma asiento —la saludó educadamente y le indicó la silla frente a la suya—. Sango, Kagura, por favor atiendan a mi madre.

La reina madre se dirigió hasta el sitio indicado por su hijo y sus doncellas, obedeciendo al rey, prepararon frente a ella un par de cubiertos y loza de porcelana. Un sirviente, que definitivamente no era Jaken, hizo lo mismo para Sesshomaru. Casi de inmediato, el equipo de servicio comenzó a movilizarse por la habitación con bandejas de comida y té caliente para ambos.

Esperó a que fuera él quien rompiera el silencio entre ambos pero, en lugar de eso, dio un suave sorbo a su té apenas su nuevo siervo llenó su taza. Con una serenidad que resultaba terrorífica.

—¿Debo extrañarme por todo esto? —preguntó después de no soportarlo más.

—Ya sé que no es típico de mí éstas atenciones, así que supongo que no debería fingir o alargar la situación —respondió Sesshomaru dejando su taza a un lado para disponerse a tomar un bollo de pan para después partirlo a la mitad con sus delgados dedos—. Sucederá algo muy importante en estos días y quiero que lo sepas primero por mí.

—¿Y eso que sucederá tiene que ver con que el lambiscón de Jaken no esté rondando aquí? —Ahora que sentía sus músculos más relajados, se permitió tomar una pequeña cuchara con un poco de miel para endulzar su té.

—Siempre has sido muy perspicaz, madre —su hijo le sonrió antes de morder su pedazo de pan—. Lo he enviado, junto a Lord Kirinmaru, al valle de los molinos.

A pesar de haber endulzado su té, el trago le supo profundamente amargo.

—¿No estarás pensando en traer al ilegítimo de tu padre de regreso a la corte, verdad? —Irasue entrecerró los ojos, con recelo.

—¿Por qué no? —Sesshomaru no se intimidó por su madre ni por un momento—. InuYasha es mi heredero.

—El hijo de Onigumo, Naraku, es tu heredero.

—No mientras pueda evitarlo —le corrigió con prontitud—. Jamás perdió el apellido que le dio nuestro padre y pienso declararlo mi legítimo sucesor apenas esté aquí y le arreglemos un matrimonio con una familia importante que respalde su derecho al trono.

—¿Piensas casarlo con una mujer de alcurnia? —dejó su bebida sobre la mesa y no pudo evitar burlarse con una risilla—. Dudo muchísimo que cualquier miembro de la nobleza piense siquiera en la idea de casar a una de sus hijas con un bastardo, por más que se trate de uno del rey.

—Justo con eso en mente es que decidí ofrecerle el acuerdo de matrimonio primero a una familia que ya ha respaldado muchas veces antes a la corona —no supo bien el por qué, pero la reina madre sintió la urgente necesidad de tomar más aire de lo normal—. También se ha ido Sir Royakan de la corte, lo he enviado a la viña de las luciérnagas ha pedir la mano de Lady Kagome...

Golpeó la mesa con ambos puños y tomó impulso para ponerse de pie, escuchó a Sango jadear del repentino susto.

—¡Fuera todo el mundo ahora mismo!, ¡largo! —le ordenó a todos los sirvientes en la habitación, quienes dieron una reverencia nerviosa y salieron tan rápido como les fue posible en completo silencio.

El cuerpo se estremecía tanto que estaba segura que si alejaba sus manos de la mesa se caería al suelo, su hijo la veía directamente a los ojos con un semblante serio, no se había siguiera movido ante su arrebato de ira.

—No puedes hacerme esto… —su voz temblaba tanto como su cuerpo.

—Tienes que dejar de pensar que se trata de algo en contra tuya —Sesshomaru tomó su par de bastones y se puso de pie.

—La presencia de ese bastardo en el palacio ya es suficiente insulto directo hacia mí —la reina madre endureció fríamente su mirada—, pero, ¿casarla con una hija de mi familia?, ¿qué afronta es esta?

—Los Higurashi también son mi familia —Sesshomaru levantó el cuello con altivez, con un porte y firmeza que, de no saberlo, no imaginarías nunca que estaba debilitado por la enfermedad—. Y si no puedo confiar en ellos para mantener el orden en el reino, ¿en quién puedo entonces?

—Entonces cásate tú con tu prima —le pidió, aunque casi parecía una súplica, odiando tanto la forma en la que su voz tiritó—. O casemosla con Naraku pero, por favor, no me humilles de la misma forma que me humilló tu padre…

—Estoy tan al borde de la muerte que volver a casarme con quien sea es una irresponsabilidad —declaró el rey sin moverse de su sitio ni un ápice—. Y el deseo de mi abuelo fue que los Taisho y los Higurashi reinaran juntos tantos siglos como fuese posible.

—¡Ese viejo loco y sus alucinaciones me condenaron! —chilló frustrada—. ¡Te condenaron y condenaron a Rin!

—Ya es suficiente —sentenció el monarca elevando el tono de su voz—. He sido muy tolerante con tus caprichos pero no pienso permitir que cuestiones mis decisiones. InuYasha se casará con Lady Higurashi y será el rey, tu rey, el día que yo muera.

La respiración de la reina madre era errática y pesada, llegó a pensar que se desmayaría pero estaba segura que seguía de pie solo con las fuerzas de su orgullo. Alejó sus manos de la mesa, corrió hacia la puerta la cual abrió de un solo empujón y salió del despacho a paso firme, furiosa.

Malditos fueran todos. Los Higurashi, los Taisho, su difunto marido, la zorra de su amante pero, sobre todo, el engendro ilegítimo de ambos…


—¡Kikyo! —la voz chillona de su hermana menor la hizo despegar la vista del libro de inventarios donde su padre le había pedido contabilizar los kilos de harina producidos en la semana—. ¡hermana, InuYasha viene para acá!

Con un subidón de euforía, soltó la pluma de cuervo con la que escribía, saltó de la silla del viejo escritorio de su padre y se asomó por una de las ventanas del segundo piso del molino propiedad de su familia.

Cuando lo vio acercarse guiando una carreta llena de sacos de trigo, su corazón revoloteó de alegría. Se alejó corriendo de la ventana y bajó las escaleras casi resbalando en el proceso.

—¡Suikotsu! —llamó al joven protegido de su padre—, ha llegado InuYasha con un cargamento de trigo.

El muchacho de piel morena, quien se ocupaba organizando unos sacos de harina en la planta baja del molino, enderezó su espalda y salió a recibir al recién llegado.

Kikyo, antes de salir a acompañarlos, revisó su ropa llena de harina intentando con sus manos arreglarla un poco. La vieja madera rechinó bajo sus pies al caminar a la salida y se sostuvo del borde del umbral.

Su hermana menor, Kaede, ya había llegado hasta el hombre de cabello plateado mientras lo saludaba con energía.

InuYasha bajó del pescante del carromato, saludó a Kaede con un jugueteo a su cabello para después saludar a Suikotsu quien también ya se había acercado a él. Kikyo vio al par de jóvenes de casi la misma edad hablar de algo mientras el peliplateado señalaba la mercancía que había traído para después ordenar a los dos hombre que habían llegado con él que descargaran los costales de trigo.

Ella se acercó despacio, no queriendo interrumpir el trabajo de ambos hombres pero InuYasha, apenas la vio, se apresuró frente a ella. Suikotsu, solo dando un suspiró de cansancio, se acercó a la parte trasera de la carreta y ayudó a bajar el cargamento.

—Kikyo —la saludó al mismo tiempo que tomó su mano—, ¿dónde está tu padre?

—Partió en la madrugada rumbo al poblado que está río arriba —le explicó pensando que quería hablar sobre el nuevo encargo de harina—. Un viejo amigo suyo falleció y fue a presentar sus respetos.

El muchacho de piel morena y ojos dorados se mordió ligeramente los labios con frustración.

—¿Está todo bien?

InuYasha negó con un movimiento de su cabeza—. Tranquila, no pasa nada —se encogió de hombros—. De todos modos supongo que es mejor hablar primero con Takemaru. Después hablaré con tu padre.

Parpadeó de más, confundida. Ella sabía bien que si InuYasha podía pasar semanas enteras sin dirigirle una sola palabra a su padrastro mejor para él pero, no entendía qué tenía que ver su padre en lo que sea que estuviera tramando el joven en su cabeza.

—¿Sobre qué quieres hablar con ellos? —preguntó por fin.

—Ya te lo había dicho —el corazón de Kikyo dio un salto en su sitio recordando el contexto de su última conversación—. Quiero pedirles su permiso para casarme contigo.

Kikyo no pudo evitar la sonrisa y el sentimiento de orgullo en el pecho. Ya no existían dudas en su corazón que InuYasha la quería tanto como ella a él.

Se pertenecían en cuerpo y pronto, con la bendición de los dioses, sus corazones permanecerían unidos para siempre.