Notas: Disculpen que no actualizara estos días pero estuve en temporada de exámenes finales y bueno! lo importante es que ya tengo un poco más de tiempo espero disfruten el capítulo!
XI
Bankotsu, ya cansado de hacer de mandadero de su padre, entró sin pedir permiso de nueva cuenta al despacho de este. De inmediato su medio hermano, InuYasha, volteó a verlo con una expresión de los mil demonios la cual delataba que sus invitados ya le habían hablado de las intenciones del rey Sesshomaru.
—¿Qué hace él aquí? —preguntó InuYasha redirigiendo su mirada hacia Takemaru. Bankotsu se quedó quieto en la puerta de entrada, no podía decirle a InuYasha a dónde lo había mandado su padre y no quería mentirle para luego contradecir cualquier cosa que ya estuviera planeada.
—Tu hermano te escoltará junto con los señores hasta la capital —respondió Takemaru, Bankotsu tuvo que aguantarse lanzar un bufido de enfado, lo que le faltaba, seguir siendo un manda y trae de su padre—. También será el representante mío y de los señores del valle ante el rey el día de tu boda.
—No habrá ninguna boda porque no regresaré a la corte —sentenció InuYasha—. Mucho menos para casarme con ninguna niñata desconocida demasiado rica y mimada para comprarse un marido pero demasiado tonta para conseguirlo ella misma.
—¡Ya es suficiente! —para sorpresa de Bankotsu, no había sido su padre quien elevó la voz ante la típica altanería de su hermano, sino uno de sus invitados: Lord Kirinmaru—. Lady Higurashi no ha nisiquiera pedido este matrimonio, todo ha sido un arreglo de su majestad, ¿no has entendido que te ha declarado su heredero? ¿o no te has dado cuenta?
—Que se case él entonces que esa Lady Higurashi y se haga de otro heredero, a mí no me interesa serlo —InuYasha le sostuvo la mirada a Lord Kirinmaru, para el pelinegro fue una completa impresión darse cuenta que no era su padre la persona a la que su medio hermano más detestaba en la tierra—, y a mí que me deje en paz para poder casarme con quien yo quiero hacerlo.
—Su majestad no puede volver a casarse, su alteza —sir Jaken intervino con calma, InuYasha volteó a ver al hombre viejo y de baja estatura—, nuestro rey está muy enfermo…él mismo teme que no le quede mucho tiempo.
Los ojos de InuYasha se abrieron más de la cuenta, su expresión ahora no era de enojo sino de una rara combinación de preocupación y miedo. Por curiosidad, Bankotsu dirigió fugazmente su mirada hacia su padre, por su expresión perpleja adivinó de inmediato que él tampoco conocía la razón de gran peso ante la urgencia de llevarse al hermano bastardo del rey con ellos. Lord Kirinmaru, por su lado, no perdió su temple firme y decidido.
—¿Ya lo entiendes, muchacho? —le explicó en un tono de voz más sereno—. Esto está más allá de un simple capricho de tu hermano, o tu terquedad absurda de casarte con esa campesina. Está el reino completo y su estabilidad en juego.
—Un bastardo jamás será un rey —murmuró InuYasha negándose a aceptar lo que parecía ser su destino.
—Su majestad Inu no Taisho te reconoció como un legítimo apenas naciste y, según recuerdo, fuiste educado como un príncipe hasta tus quince años. Jamás has sido un bastardo —para la mala suerte de su medio hermano, el Lord que debatía con él era tan obstinado como él—. Ser príncipe no solo es un privilegio, alteza, existe un deber que cumplir. Con el reino, con tu padre, tu abuelo, con los dioses. Y por esos dioses, te juro que te haré cumplir con ese deber.
La mirada de InuYasha volvió a endurecerse, además su respiración era errática y violenta. Sin decir una sola palabra, se apresuró hasta la puerta principal, quitó a su medio hermano de un empujón y salió de ahí como alma que llevaba el diablo.
El silencio volvió a reinar el lugar, esta vez más pesado que antes, pero no duró mucho pues Lord Kirinmaru volvió a hablar:
—Permítame retirarme a descansar, Lord Takemaru, ha sido un largo viaje y además estas reuniones han sido agotadoras —pidió con educación, el padre de Bankotsu se puso de inmediato de pie—. Tenemos previsto emprender nuestro regreso a la corte a más tardar pasado mañana.
—Por supuesto, mis señores, sus habitaciones ya están listas para ustedes —le escuchó a su padre invitarles con el mismo decoro.
—En cuanto a esa jovencita…lo dejamos en sus manos, mi lord —le recordó Kirinmaru antes de salir del despacho, Sir Jaken dio un par de reverencias de despedida a padre e hijo y se marchó también.
Bankotsu cerró la puerta apenas sus invitados se fueron y de nuevo regresó el silencio.
—Lo de la hija del molinero ya está visto, pero, ¿en serio crees que InuYasha ya aceptó irse con ellos? —le preguntó volteando a verlo. Su padre, quien había vuelto a sentarse en la silla de su escritorio, tenía un semblante exhausto pero también bastante fastidiado.
—Ve a buscarlo y no le quites los ojos de encima —le ordenó—. Y cualquier sospecha que provoque, por más pequeña o absurda que parezca, vienes y me informas de inmediato.
Fantástico, pensó el joven de piel morena, otro mandado. Sin responderle directamente, volvió a abrir la puerta del despacho y salió de ahí. La de problemas que estaba dando su querido hermano mayor, simplemente le provocaban ganas de golpearlo en el estómago…
Con tanto sigilo como le fue posible, Suikotsu se coló en los campos de trigo de los Takemaru. La noche ya había caído por completo, lo que le facilitó la tarea de escabullirse tan dentro como podía.
Cuando se dio cuenta que Kikyo había huído de su casa, el único lugar donde se le ocurrió buscarla era justo en la propiedad del señor de los molinos. Y debía encontrarla rápido, si su padre se daba cuenta que no estaba en casa podría venir a pedirle ayuda a Lord Takemaru y las cosas no harían más que empeorar.
A paso silencioso, llegó hasta una carreta desocupada y se detuvo a pensar en donde podría buscarla. Quizá en alguno de los establos, si es que no se había escabullido hasta la casa principal.
Sus pensamientos se quedaron en blanco y se preparó para golpear o ser golpeado cuando sintió una mano colocarse en su hombro.
—¡Hombre, tranquilo! —le calmó la persona que lo había pillado, gracias a la luz de la parafina que llevaba en su otra mano Suikotsu pudo darse cuenta que era el hijo del señor Takemaru, Bankotsu.
—Discúlpeme, mi joven señor, sé que no debo estar aquí pero…
—Tú eres el hijo del molinero, ¿no es verdad? —le preguntó al darse cuenta que era él.
—No soy su hijo, mi señor, sólo soy un recogido.
El joven de larga trenza negra se encogió de hombros, sin darle mucha importancia a ese detalle—. El viejo Kyoya le dijo a mi padre que te considera su hijo, ¿no te dijo de qué hablaron?
—Solo me dijo que hoy por la mañana un carruaje de la casa Takemaru llegará por Kikyo…
—¿Y es por eso que estás aquí, Kyoya al final no va a colaborar? —continuó con su interrogatorio.
—No, mi señor, es que…Kikyo no está ni en su casa ni en el molino. Sospecho que podría haber venido aquí para hablar con InuYasha.
Como si esa información le encendiera una luz en la cabeza de Bankotsu, Suikotsu lo vio dirigir su mirada hacia los establos comenzando a caminar hacia allí a paso silencioso pero tan veloz como pudo. Suikotsu decidió seguirlo, si Kikyo estaba aquí, se sentía con el deber de llevarla con bien a casa, no quería dejarla a merced de personas que la querían desaparecer.
Ambos detuvieron su andar cuando, entre las sombras, vieron la silueta de un hombre entrar a uno de los establos. Con señas, Bankotsu le señaló que se acercaran por la parte trasera para evitar ser vistos, lo primero que escucharon al estar lo suficientemente cerca fue el llanto de una mujer, Suikotsu se dio cuenta de inmediato de quién se trataba.
—¡Kikyo! —escucharon la voz de InuYasha en el interior de la choza de madera, Suikotsu pensó en avanzar hasta la entrada para impedir que hablaran pero Bankotsu se lo impidió, apuntándole con un ademán de su mano que lo mejor era escuchar.
—¡No te enamores de ella! —chilló Kikyo apenas se dio cuenta que era él—. Por favor, no vayas a enamorarte de ella.
—No, no, Kikyo, escuchame —InuYasha trató de consolarla—, no voy a dejar que nos separen, tenemos que irnos de aquí…
Suikotsu sintió sus ojos abrirse con sorpresa, al escuchar como InuYasha le proponía a Kikyo simplemente fugarse y como ella, entre llantos, aceptaba hacerlo.
—Por ahora regresa a tu casa, si tu padre se da cuenta que no estás podría avisarle a Takemaru —le indicó procurando mantener la calma—. Ten lista tus cosas, iré por ti antes de que amanezca.
Escucharon a ambos amantes despedirse y se escondieron detrás de unos barriles con agua para evitar que los descubrieran cuando los vieron salir del establo. Kikyo corrió entre las cabañas de madera para salir por uno de los portales donde entraban los animales de carga, InuYasha por su lado regresó al camino empedrado que llevaba a la casa principal.
Cuando se aseguraron que no los veían, Suikotsu y Bankotsu salieron de su escondite. Suikotsu pensó correr tan rápido como pudiera para alcanzar a Kikyo y convencerla de que fugarse era una locura o, en una situación más desesperada, avisarle al señor Kyoya de sus planes pero, cuando vio a Bankotsu señalar el interior del establo decidió seguirlo.
El joven hijo del señor del valle se acercó a uno de los caballos, un bello potro gris y de pelo blanco—. Este es el caballo de InuYasha —le dijo mientras sacaba al animal de su corral—. apresúrate a ensillarlo y llévatelo.
—¿Cómo dice, mi señor?
—Llévatelo y escóndelo en tu casa —repitió con un tono firme—. Avísale a Kyoya lo que hablaban esos dos, yo iré a hablar con mi padre.
Suikotsu asintió con un movimiento de cabeza, con prisa siguió sus instrucciones, apenas se subió al caballo este renegó al desconocer a su jinete pero al final acató sus órdenes y emprendió una rápida carrera hacia el pueblo. El corazón del joven pupilo latía con fuerza y el frío viento de la noche le golpeaba en la cara.
Solo deseaba con toda su alma estar haciendo lo correcto.
