La Batalla Contra el Abismo Interior
En un abrir y cerrar de ojos, múltiples manos emergen del suelo, intentando atraparme. Ágilmente, esquivo sus garras, bailando entre ellas mientras Puck dispara certeramente a los cultistas que se acercan a nuestras trincheras.
Me abalanzo audazmente hacia uno de los dedos, pero este responde con una manifestación aún más aterradora: crea más brazos, multiplicándose hasta llegar a siete. Me enfrento a un dilema, ya que, si aumento mi gravedad para poder disparar, caeré en una peligrosa caída libre.
Puck, sin perder tiempo, lanza una andanada de estacas de hielo hacia los dedos, pero estos se protegen utilizando los árboles como escudos improvisados. Me doy cuenta de que no puedo sostenerme en el aire por mucho tiempo, ya que mi reserva de maná es limitada.
—Manténgalos ocupados, no puedo mantenerme en el aire por mucho tiempo, mi maná es escaso —advierto, consciente de que debo reservar mis fuerzas para enfrentar a Petelgeuse
—Todavía no dominas por completo el hechizo, es normal que consumas tanto maná por tan poco tiempo —responde Puck, con una sonrisa reconfortante.
En ese momento, Puck fija su mirada sádica en los cultistas.
—Marco, ha llegado el momento de nuestro hechizo favorito —dice, preparándose para lanzar un hechizo que requiere de un tiempo de canalización prolongado.
Aprovechando el tiempo que Puck necesita para crear su hechizo, me enfrento a tres dedos adicionales que se han unido a la batalla. Aunque esto indica que tanto los dedos como Petelgeuse se han vuelto más poderosos, no me intimida. Aunque aún no domino completamente las artes espirituales, confío en mi ingenio y astucia para superar los obstáculos.
Elevo mi cuerpo varios metros en el aire, esquivando ágilmente los brazos que intentan atraparme, mientras comienzo a pronunciar palabras desafiantes hacia los monstruos ante mí.
—Escuchen, abominaciones repugnantes. La bruja no les tiene más amor que a mí—sonrío con malicia—Yo puedo regresar de la...
De repente, el tiempo se detiene. Múltiples manos amenazantes estuvieron a punto de golpearme. En el momento en que Satella devuelva el tiempo, debo aprovechar al máximo el impulso. A mi lado, siento una presencia ominosa, una sensación de temor que atraviesa mi corazón mientras miles de agujas parecen clavarse en mi ser.
Una mano penetra en mi cuerpo, posándose sobre mi corazón y apretándolo con fuerza, sacudiéndome hasta volverme a la realidad.
—¡Impulso! —grito con todas mis fuerzas, lanzándome a volar varios metros sin control.
El miasma que envuelve el lugar provoca que mi maná se descontrole, deshaciendo el hechizo que me mantenía suspendido en el aire. Empiezo a caer a una velocidad vertiginosa, mientras los rostros de los cultistas se transforman en una expresión de horror absoluto.
—¿Como? ¿Como? ¿Como? ¿Como? ¿Como? —Repiten al unísono mientras se agarran la cabeza.
Mientras caigo en picada, desesperadamente intento utilizar mi magia para elevarme de nuevo en el aire. Con todas mis fuerzas, trato de invocar el poder necesario, pero mis esfuerzos resultaron en vano.
La gravedad me arrastra inexorablemente hacia abajo. En un intento desesperado, manipulo el viento a mi alrededor para crear fricción y ralentizar mi caída, pero en ese preciso instante, soy embestido por uno de los brazos que emergieron de un cultista. Con rapidez, protejo mi estómago, pero soy arrojado con violencia contra el suelo a gran velocidad.
Sin salvación aparente, trato de invocar nuevamente el poder de Murak, pero el miasma ha invadido mi conexión mágica, bloqueando su uso. A escasos centímetros del suelo, una puerta negra se materializó frente a mí.
Atravieso la puerta y me veo envuelto en una caída rodante por el suelo. Rápidamente, protejo mi cabeza y me dejo llevar, rodando a toda velocidad. Con las últimas fuerzas que me quedaban, utilizo magia para crear una barrera de agua que frenara mi impulso. Atravieso la barrera y finalmente caigo al suelo, jadeando por el dolor y el agotamiento. Entonces todo se vuelve oscuridad.
Cuando recobro la consciencia, alguien sostiene mi mano. Giro la cabeza y veo a Beatrice a mi lado. A mi alrededor, yacen los cadáveres de múltiples cultistas, mientras los soldados continúan luchando a lo lejos. Beatrice me lleva al lugar donde se encontraban los heridos, y en ese momento, una luz azul se asoma en el cielo.
Mientras miles de brazos se acercan, Puck sigue brillando intensamente. Los brazos intentan detener aquella luz, pero contra todo pronóstico, esta se fortalece aún más.
Un rayo de luz azul surcó el cielo a una velocidad asombrosa, atravesando los brazos y destruyéndolos al instante. Los tres cultistas se refugiaron detrás de los árboles, cometiendo un grave error.
El rayo impactó contra los árboles, provocando una explosión y desatando una nube blanca que se propagó rápidamente. La explosión fue tan poderosa que una neblina fría se extendió por todo el lugar, alcanzándome donde yacía en el suelo.
Intenté levantarme, pero el dolor agobiante en mi cuerpo me lo impide. El miasma dentro de mí aumentaba la presión, obstaculizando mi capacidad de curación.
Beatrice parece estar diciéndome algo, pero no puedo escucharla. Mis tímpanos probablemente se han dañado debido a la intensidad del viento. Aun así, ella continúa ,hablando, y yo solo puedo responderle con una sonrisa, consciente de que las palabras no eran necesarias en ese momento.
Después de unos segundos, mi audición regresa y se llena con el sonido ensordecedor de los disparos y los gritos desesperados de los soldados que luchan frenéticamente por sus vidas. También alcanzo a oír los dolorosos aullidos de los heridos, quienes se aferran a la esperanza de sobrevivir. Mi mirada se posa en Beatrice, quien permanece concentrada en su tarea de curarme.
—Te necesito, vamos —me pongo de pie, pero ella trata de detenerme y hacer que regrese—Lo siento, Beatrice, pero tenemos que enfrentarnos a Petelgeuse.
Ella me mira, aferrando mi mano con fuerza. Su mirada mientras me sana es compleja, llena de preocupación y determinación. Sé que no puedo usar a Beatrice como un arma para atacar, solo puedo confiar en ella para huir en el momento adecuado.
—El miasma dentro de ti ha crecido demasiado. En este momento, usar las artes espirituales es complicado, y mucho menos ciertas magias. Expones tu cuerpo a una presión extrema. Si continúas así, morirás —se queja Beatrice, tratando de impedirme hacer algo arriesgado.
—No es momento de eso, debemos ir...
Antes de que pueda terminar mi frase, recibo un fuerte golpe en la parte trasera de mi cabeza que me deja aturdido. Todo a mi alrededor se sume en la oscuridad. Cuando recupero la conciencia, siento que mi cuerpo ha sido completamente curado. Mi maná está casi agotado, pero una sensación de renovación recorre todo mi ser. Observo a mi lado y veo que Beatrice está ocupada sanando a otros heridos. Me incorporo con determinación y escudriño el entorno en busca de Emilia, confirmando mis sospechas de que ella me atacó.
Sé perfectamente que Emilia es muy poderosa, incluso la más fuerte de todos nosotros, excluyendo tal vez a Roswaal. Sin embargo, el problema no radica únicamente en la fuerza. En este momento, Petelgeuse tiene todas las ventajas frente a Emilia. No se trata solo de enfrentarse a Petelgeuse, sino también a los cultistas.
Decido ignorar las objeciones de Beatrice y me pongo a correr. Los sonidos de los disparos han cesado y la aparente calma reina en el campo de batalla. Los soldados celebran su victoria mientras sigo adelante. En mi visión periférica, diviso a Rem, y sin dudarlo un segundo, grito con todas mis fuerzas.
—¡Rem! —mi voz resuena cargada de urgencia, captando su atención mientras gira su cabeza hacia mí.
Ella me mira con una sonrisa orgullosa, irradiando determinación y valentía. Cuando me acerco a ella, me transmite su alegría y confianza.
—Se acabó —dice Rem, dirigiendo su mirada hacia el horizonte, donde se asoman cientos de cadáveres, un recordatorio desgarrador de la batalla que hemos librado.
Mis ojos escudriñan el entorno en busca de Emilia, pero no logro verla ni a ella ni a Puck en ninguna parte. La preocupación y la frustración se apoderan de mí, y sin pensarlo dos veces, tomo la mano de Rem y comenzamos a correr hacia el bosque.
—¡Tenemos que encontrar a Emilia! —exclamo con molestia, sintiendo la urgencia latir en cada fibra de mi ser.
Rem, con un rostro preocupado, me explica que Emilia se dirigió al bosque para enfrentar a los cultistas. Mi preocupación se intensifica, ya que sé que Emilia es fuerte, pero desconoce la capacidad de Petelgeuse para cambiar de cuerpo, solo conoce sus manos ocultas.
Me reprocho por no haberle revelado esa información, dejando que mis emociones me nublaran el juicio. Me siento verdaderamente estúpido por no haberle advertido sobre ese peligro.
Avanzamos por el camino que se despliega ante nosotros, y a medida que nos adentramos en la batalla, presencio un panorama desolador. Estacas de hielo se alzan como macabras estalagmitas, y decenas de cuerpos inertes yacen dispersos. Corro a toda velocidad, deseando fervientemente que Emilia haya logrado vencer a Petelgeuse sin incidentes.
Sé que, si alguien puede derrotarlo, es Emilia, pero también soy consciente del peligro que conlleva enfrentarlo. Sigo corriendo a toda velocidad, esquivando cualquier obstáculo que se cruza en mi camino.
Finalmente, de manera irónica, llego a un risco cubierto de estacas de piedra. Mi mirada se posa sobre Emilia, su cabello revolotea en el viento, pero sus heridas son evidentes, indicando una batalla feroz. Observo cómo la sangre gotea de sus manos y parece al borde del desmayo. Su mirada se dirige al cielo, como buscando fuerzas y refugio.
En el suelo, yace el cuerpo inerte de Petelgeuse, un monstruo con cabello verde bosque. Durante el trayecto, Rem me había informado que Alsten había eliminado a uno de los dedos de Petelgeuse junto con ella, lo que significa que aún quedan dos dedos con vida. Si Emilia ha logrado derrotarlos, entonces habremos ganado esta batalla.
Emilia voltea hacia mí, me dedica una sonrisa casual y hace una pose de victoria, mostrándome su pulgar. Se acerca hacia mí con confianza, y noto que sus heridas comienzan a sanar. Un alivio abrumador se apodera de mí al verla bien.
—Uno de ellos logró escapar, pero quedó gravemente herido. No debió alejarse tanto —explica Emilia con una sonrisa, revelando un atisbo de satisfacción—. Sin embargo, este era mucho más fuerte que los otros, decía cosas extrañas, pero ya está muerto.
Aunque me alegra verla en buen estado, siento que algo ha cambiado en Emilia. Hay una extraña aura en su presencia, una sensación que me inquieta. No sé qué ha sucedido, pero sé que debo hablar con ella y aclarar mis dudas.
En el instante en que Emilia termina su oración, mi atención se dirige hacia la esfera de cristal que me entregó Beatrice. La tomo entre mis manos, esperando que algo suceda, pero para mi sorpresa, no ocurre nada. El miedo se apodera de mi mente, mientras espero un ataque inminente. Sé que Petelgeuse no es tonto y aprovechará cualquier oportunidad para atacar.
Emilia se acerca a mí para calmarme, pero en ese preciso momento, un grito se escapa de sus labios, rompiendo el silencio del bosque.
—¡Marco! —grita Emilia mientras me empuja con fuerza, apartándome justo a tiempo.
Una neblina purpura se forma frente a mis ojos, y gotas de sangre empiezan a caer sobre mi rostro. Confundido, observo la situación mientras otro brazo amenaza con golpearme. Sin embargo, una barrera de hielo se crea a mi lado, desviando el golpe y empujándome junto con Emilia, lanzándonos a ambos por los aires. Me arrastro por el suelo y finalmente choco con un árbol.
Mi visión se vuelve borrosa, pero me obligo a levantarme y evaluar la situación. La neblina dificulta la visibilidad, pero hago un esfuerzo por enfocar mis sentidos. Al dar un paso, siento que pateo algo y, con cautela, bajo la mirada hacia mis pies para ver qué sucedió.
Al levantar la vista, me encuentro con una escena desgarradora. La cabeza de Emilia descansa sobre mis pies, su rostro aún muestra una sonrisa, pero parece haber aceptado su destino. No tengo mucho que pensar, no quiero pensar en nada, este mundo ya es un fracaso. Dirijo mi mirada hacia adelante, pero lo que veo es al monstruo que he dejado entrar en nuestras vidas.
La impotencia y la resignación me invaden. Comprendo que este es el resultado de mi estupidez, mi búsqueda de poder y mi deseo de sobresalir. Mis acciones han traído desgracias a aquellos que me rodean, y ahora me enfrento a las consecuencias. No tengo cómo pedir ayuda, solo puedo afrontar lo que se avecina.
El monstruo sonríe y comienza a reír. Con la apariencia de un viejo, este cruza los brazos y luego los extiende, jadeando mientras se deleita con su risa macabra.
—Una sorpresa, una verdadera sorpresa —admite Petelgeuse mientras acaricia su cuerpo con sus brazos—. Qué amor, qué demostración tan pura de amor. La medio demonio entregó su cuerpo para salvar a un fracasado como tú. Es una pena que ni siquiera lograra superar las pruebas, al final, sigue siendo pereza.
En un acto de ira y desesperación, disparo directamente hacia Petelgeuse, pero las balas son bloqueadas por sus brazos. Él se ríe mientras continúo disparando, sin éxito. En un instante, saco el cargador de magia Yang y lo reemplazo rápidamente. Mantengo mi mirada fija en los ojos de Petelgeuse, desafiante y decidido.
—Ya que estamos, mejor lo pruebo —digo con determinación, apretando el gatillo y disparando directo hacia la cabeza de Petelgeuse.
La bala atraviesa cada uno de sus brazos que puso en defensa, pero debido a su gran número, logra desviarla, impactando en su hombro. Una sonrisa se dibuja en mi rostro al ver que al menos he logrado herirlo.
Petelgeuse observa la herida con extrañeza, como si fuera algo desconocido para él. Mientras tanto, cargo de maná la esfera de cristal que tengo en mi mano, mientras Petelgeuse comienza a gritar.
—¡Tú, que estás lleno de amor! ¡Te atreves a arruinar el cuerpo que me fue otorgado! —exclama Petelgeuse, empezando a morderse las manos con fuerza—. Eres tan estúpido que ni siquiera ves lo que hay sobre ti jajajajajaja.
Petelgeuse estalla en risas mientras, lentamente, dirijo mi mirada hacia arriba. Lo que veo me paraliza.
—¡Las reuní para darte placer! —ríe Petelgeuse, moviendo los cuerpos de Rem y Emilia como si estuviera danzando con ellos.
Mis ojos se posan en las dos mujeres que he conocido y con las que he compartido tanto. Rem, atravesada en el pecho, yace inerte, moviéndose en sincronía con el cuerpo de Emilia. No puedo apartar la mirada, tengo que enfrentar con mis propios ojos las consecuencias de mis acciones. Y después, enmendarlo.
—¡Morí por amor! ¡Vaya! ¡Qué lindo! —bromea Petelgeuse, tratando de ver mi reacción.
Sonrío con determinación mientras termino de cargar la esfera de cristal. Suelto mi rifle y tomo una kukri que me regaló Baltazar. En este momento, nada más importa. De todas formas, ellas volverán a la vida una vez que esto termine.
—¿Eh? —Petelgeuse me mira con curiosidad mientras se acerca con precaución—. Eres un espécimen interesante, es una lástima que tanto amor en ti no pueda ser aprovechado por mí. Dime, ¿quién eres? La cantidad de miasma en ti es extraña, como la de un arzobispo.
Petelgeuse empieza a rodearme rápidamente, analizando mi cuerpo. Repite constantemente la palabra "extraño" mientras saca un libro de cuero negro con varias inscripciones en él.
Mientras Petelgeuse hojea el libro y saca su lengua en señal de deleite, lo observo con curiosidad. Sin embargo, su expresión cambia repentinamente.
—Ya veo, ya veo, eres verdaderamente extraño —dice Petelgeuse en un abrir y cerrar de ojos, y mi brazo que sostenía la esfera de cristal vuela por los aires.
Antes de que pueda siquiera reaccionar, veo mi propio brazo volando en el aire, separándose de mi cuerpo antes de caer al suelo. Un dolor desgarrador me invade mientras la desesperación se apodera de mí.
—¡AGHHHHHH! —grito, mientras intento sujetar mi brazo mutilado. A pesar del intenso dolor, miro a Petelgeuse con determinación, negándome a darle el placer de verme sufrir. Utilizo magia de fuego para quemar la herida de mi hombro, apretando los dientes hasta que varios de ellos se rompen por la presión. Una vez detengo el sangrado jadeo mientras le sonrío a Petelgeuse.
—¡Increíble! —exclama Petelgeuse, aplaudiendo con entusiasmo—. Eres verdaderamente diligente. Me pregunto qué tipo de experiencias has tenido para ser tan fuerte. De seguro el amor que yace en ti es tu gran fuerza.
Petelgeuse suelta a Emilia y Rem, dejándolas caer con fuerza al suelo. En ese momento, sus cuerpos son aplastados por una sucesión de manos que emergen del suelo, despedazándolos y esparciendo sus partes por todo el lugar.
—¡VAYA! Con solo verlo, puedo decir que eran personas importantes para ti —dice Petelgeuse con una sonrisa—. La medio demonio demostró su amor por ti, aunque haya fallado la prueba y no haya ganado tu corazón. No puedo evitar sentir pena por ella. La iba a usar para mi deleite, pero me parece mejor esto.
No aparto la mirada de Petelgeuse, quien sigue intentando derribarme.
—¿Estás celoso? —pregunto, mientras le sonrío directamente a la cara.
Petelgeuse voltea la cabeza, sonríe por un segundo y luego me mira amenazadoramente.
—¿Yo? —en un instante, Petelgeuse se endereza y se presenta con la mano en el pecho—. Soy un arzobispo del pegado, representando la pereza ¡Petelgeuse Romanée—Conti! ¡Death! El amor en mi es inamovible, mi gran amada Satella me espera mientras que yo cumplo con su deber. —Petelgeuse empieza a moverse desenfrenado, en un acto asqueroso—. Si, ¡Satella! La fuente de mi amor. Es por ¡Satella! ¡Satella! ¡Satella! ¡Satella! ¡Satella! ¡SATELLA! Que yo hago todo con extrema diligencia.
Petelgeuse cruje su cuello mientras me observa. Yo no vacilo, simplemente observo sus reacciones como algo insignificante. Incluso el dolor en mi cuerpo no existe para mí. Me acerco a Petelgeuse sin temor alguno, extendiendo mi otro brazo.
—Soy Marco Luz, alguien amado por la bruja de la envidia —sonrío.
Petelgeuse me mira cauteloso antes de estrechar mi mano con fuerza, su rostro se ilumina con alegría.
—Un amante de la bruja siempre es bienvenido. Incluso si no puedes ser un dedo, todo amor es importante. Amor... sí, ¡AMOR! —exclama Petelgeuse con una sonrisa.
Preparo mi hechizo. Puedo crear una espada de calor que destruirá su brazo. Al menos le causaré dolor antes de morir. Petelgeuse sigue sujetándome mientras añade:
—Sí, serías un gran arzobispo si no fuera porque soberbia apareció recientemente.
El mundo se desmorona a mi alrededor mientras Petelgeuse extiende su brazo amenazador hacia mí, su risa macabra resonando en mis oídos. Mi expresión deja de sonreír, como si mi rostro se derrumbara junto con mis esperanzas. Es en ese momento en que la desesperación toma control de mi ser y se convierte en un nudo en mi garganta.
—Es una pena. Ahora tendrás que resignarte a un papel clandestino, pero no te preocupes —dice Petelgeuse con un tono suave y retorcido—. Toda persona amada es bienvenida ¡kekeke!
A pesar de su provocación, de sus palabras cargadas de malicia, me obligo a mantener la calma y seguir adelante, sin permitir que su manipulación afecte mi determinación. Estoy decidido a enfrentarlo, a corregir los errores que he cometido. No puedo permitirme mostrar conmoción ni debilidad en este momento crucial.
Siento un torbellino de emociones tumultuosas dentro de mí mientras intento comprender las palabras de Petelgeuse. Mi mente lucha por reunir mis pensamientos en medio de la oscuridad y la falta de esperanza que me rodea. Lentamente, suelto su mano y me alejo de él, tratando de mantenerme en pie ante la marea de incertidumbre que amenaza con arrastrarme.
—¿Has encontrado a soberbia? —pregunto, tratando desesperadamente de evitar caer en el abismo de la desesperación.
Petelgeuse alza los brazos con una alegría retorcida, como si estuviera deleitándose en mi desdicha.
—¡Sí! ¡Sí! Su amor es incomparable para nosotros. Él es alguien a quien admiro desde el fondo de mi corazón —explica con orgullo, su mirada dirigida hacia el cielo como si estuviera contemplando algo sagrado.
Caigo de rodillas al suelo, mis ojos fijos en el cielo sin comprender lo que está sucediendo a mi alrededor. Todo se vuelve cada vez más extraño, más desconcertante. ¿Qué significan todas estas revelaciones? Mi mente se agita en un torbellino de pensamientos confusos, tratando desesperadamente de encontrar una respuesta, una pizca de claridad en medio del caos.
¿Qué hago?
Debo ser fuerte.
Dejarme sentir ahora y cuando regrese seguir esforzándome.
No tengo tiempo que perder.
No importa que tengo que hacer.
Yo... yo, yo, ¡YO! Puedo seguir. Solo tengo que hacer lo que siempre hago.
Si, debo ignorar mis emociones y hacer lo que debo hacer.
Petelgeuse continúa balbuceando incoherencias mientras mi cuerpo empieza a temblar involuntariamente. La sensación de desorientación y pérdida se intensifica a medida que me doy cuenta de que toda mi confianza, todo lo que creía saber, se basaba en información errónea. Si nada de lo que he conocido hasta ahora es válido, ¿qué me queda?
—Eres extraño, muy extraño —dice Petelgeuse, acercándose agachado frente a mí—. No sientes nada por la muerte de esas mujeres, pero te preocupa no tener un puesto. —Petelgeuse junta sus puños, su rostro retorcido por la alegría— ¡Ya veo! eres un trabajador incansable. Experimentas tanto dolor porque no podrás dirigir el amor, sí, el amor ¡AMOR!
Petelgeuse comienza a repetir obsesivamente la palabra "amor", su risa estridente se entrelaza con mis pensamientos y amenaza con consumirme. Si todo sigue cambiando de esta manera, si las bases mismas de mi existencia se desmoronan, es posible que me encuentre en situaciones irreparables. La certeza que solía acompañarme se desvanece lentamente, y mi confianza en el futuro, en saber cómo manejar las cosas, se desvanece junto con ella.
Una sensación de desgarramiento me invade, como si mi alma estuviera siendo arrancada de mi pecho. La tristeza y la desesperación me envuelven como una sombra eterna, envolviendo mis pensamientos y apagando cualquier destello de esperanza. Parece que ya no podré encontrar la felicidad, que debo enfrentar los desafíos a la antigua manera, sin el consuelo de lo que una vez consideré mi refugio.
—¿Por qué me entristecería verlas morir? —río amargamente, sabiendo que de todas formas debo enfrentar la muerte—. Es absurdo. Todo es absurdo.
El mundo se despliega ante mí, un panorama desolador y oscuro en el que mi existencia parece desvanecerse. Cierro los ojos, sintiendo cómo cada fibra de mi ser se resquebraja bajo el peso de la desesperación. En este momento desgarrador, todo parece perdido, y yo, yo me encuentro en medio de un abismo sin fin.
Petelgeuse, con una sonrisa macabra y despiadada, extiende su brazo hacia mí, decidido a completar su siniestro cometido. Sin embargo, un grito desgarrador atraviesa el aire, cargado de desesperación y angustia. Es la voz de Beatrice, resonando como un eco desesperado en mi mente.
—¡Detente! —grita Beatrice, agarrándome y teletransportándome al instante.
Sus manos aferradas a mi cuerpo me arrancan de las garras de la muerte, somos teletransportados arriba del risco, y juntos caemos al suelo, sin aliento y desorientados. El dolor en mi pecho es insoportable, tanto físico como emocional. La presencia de Beatrice a mi lado, su calor envolviéndome, solía ser mi refugio en los momentos más oscuros.
Pero ahora, en medio de este caos y destrucción, su abrazo solo me recuerda que ya no hay esperanza para mí. Me encuentro sumido en la oscuridad más profunda, condenado a vivir en un abismo de desesperación.
«Ya no importa, todo será borrado —pienso, intentando darme fuerzas»
La certeza de que debo enfrentar a Petelgeuse se aferra a mi mente, pero también reconozco lo estúpido que fui en mis acciones anteriores. Tenía todas las ventajas a mi favor, pero las desperdicié en banalidades e imprudencias. Mis propias emociones, en lugar de fortalecerme, me han vuelto más débil y vulnerable. «Acaso lo olvidaste», me reprocho en silencio, recordando la lección que debí aprender hace mucho tiempo.
Mientras Beatrice comienza a usar su magia para curar mis heridas, no puedo evitar sentirme abrumado por mi propia estupidez. Siempre es lo mismo, siempre provoco caos cuando intento hacer algo, preocupándome más por los demás que por mí mismo.
Los sollozos entrecortados de Beatrice llenan el aire, mezclándose con mis propios lamentos internos. Ella me abraza con desesperación, tratando de consolarme y liberarme de la culpa que amenaza con ahogarme.
—Marco —murmura entre lágrimas—. Pucky, no lo siento por ningún lado. Ahora que Emilia está muerta, entonces el debería estár destruyendo el mundo.
Es cierto, Puck no apareció ni siquiera para proteger a Emilia. Todo está demasiado extraño, ya no se en que creer o que hacer.
—Marco, no es tu culpa. —Beatrice se presiona en mi pecho—. No te culpes, por favor.
Sus palabras golpean mi corazón destrozado. Pero no puedo aceptar su petición, no cuando me he convertido en el verdugo de nuestros propios sueños. Ahora tengo que aprovechar, ya que este futuro está perdido, tengo que aprovechar para ganar fuerza.
Guardo silencio, incapaz de responderle. Beatrice me conoce tan bien que entiende mi tormento sin que pronuncie una sola palabra. Sus ojos cristalinos me observan con ternura, y siento cómo el peso de su mirada se clava en lo más profundo de mi ser.
—Tu mirada, es la misma que estaba haciendo Betty en el balcón —susurra con voz temblorosa, sus manos se aferran a mí, aunque esta vez yo no puedo corresponder su gesto—. Marco, porfa...
Sin permitir que sus palabras me arrastren aún más al abismo de la locura y la desesperación, atravieso a Beatrice con mi kukri, hundiéndola en su espalda frágil. El dolor se refleja en sus ojos sorprendidos, pero su sonrisa perdura, desafiando la crueldad de nuestro destino.
La kukri desciende lentamente, liberando el maná que fluye en un torrente luminoso, llenando el aire con su esencia mágica. A pesar de todo, ella solo me sonríe con cariño, aceptando su destino con una resignación sobrenatural.
El corazón se me desgarra en mil pedazos mientras las palabras de Beatrice, impregnadas de amor y sacrificio, reverberan en mi alma torturada.
—Marco... —susurra Beatrice, con sus últimas fuerzas— te quiero mucho, mi príncipe.
La veo desaparecer lentamente, como un eco eterno que quedará grabado en lo más profundo de mi ser. En un destello de luces deslumbrantes, Beatrice desaparece ante mis ojos, su cuerpo se disuelve en partículas de maná que danzan en el aire hasta desvanecerse por completo.
El peso de la situación se cierne sobre mí con una intensidad aplastante. No puedo soportar la idea de que Beatrice sea testigo de mi muerte, de todas formas, ella, con su instinto protector, se negaría a permitirme partir.
Mis palabras se repiten en un eco ensordecedor:
—Tuve que hacerlo, tuve que hacerlo. —Intento mantener la cordura, luchar contra la espiral descendente que amenaza con arrastrarme—. Lo haré mejor, no importa si no es igual, encontraré la fortaleza necesaria para seguir adelante, sin importar cómo.
Me convenzo de que soy más fuerte que nunca, aunque mis acciones contradigan esa afirmación.
Mis ojos se clavan en la kukri, un símbolo macabro de mis actos irreversibles. Busco desesperadamente una salida, una solución que pueda cambiar el rumbo de mi destino, pero un dolor desgarrador atraviesa mi corazón, torturándome sin piedad. Aprieto mis puños con fuerza, tratando de encontrar la determinación para seguir adelante, pero me siento atrapado en un abismo de remordimiento y desesperación.
Emilia sacrificó su vida por mí, Rem pereció debido a mis errores, y ahora he arrebatado la vida de la persona que más quiero, manchando mis propias manos con sangre inocente.
En ese instante, una voz llena de desprecio y arrepentimiento resuena en el ambiente, como un eco doloroso.
—Estás loco, jamás debí dejarte a Emilia. Me equivoque.
No logro reconocerla por completo, pero sus palabras penetran en mi alma destrozada. Me quedo sin palabras, incapaz de responder.
Quizás, en realidad, estoy más desequilibrado que Petelgeuse.
La desesperación me envuelve con garras afiladas, y sin pensarlo dos veces, atravieso mi propia garganta con la kukri. La retiro al instante, y siento cómo mi ser comienza a desvanecerse. Luchando por tomar aire, jadeo mientras la sangre brota de mi boca y mi visión se nubla en una neblina ominosa.
Una extraña sensación recorre mi mejilla, reclamando toda mi atención. Siento una única gota que viaja desde mis ojos hasta el borde de mi mejilla. Solo en ese preciso momento, cuando la gota escapa de mi rostro, todo se sumerge en una profunda y devastadora oscuridad. Un abismo sin fin se abre ante mí, consumiéndome en su morada fría y eterna.
Me hundo en el vacío, arrastrado por la tristeza y la desesperanza que ahora son mi única compañía.
