Las Razones para Ganar.

Soy Alsten, debo ser el coronel que todos esperan que sea.

Si quiero hacer de este ejercito el más fuerte.

Debo ser quien lo demuestre.

—¡No nos enfrentaremos a meros humanos! —grito con vehemencia, elevando mi voz por encima del tumulto.

Tan solo espera, este es el primer escalón que debemos superar.

—¡Son monstruos! ¡Criaturas que han segado miles de vidas humanas sin experimentar la más mínima pizca de culpa! —miro a mis soldados, la mayoría de los cuales aún están plagados de temor.

Una nueva determinación comienza a forjarse en sus ojos, y puedo sentir el cambio en el aire. La guerra no ha hecho más que comenzar, pero estamos dispuestos a enfrentar cualquier abominación que se interponga en nuestro camino.

Tomo mi arma con firmeza, sintiendo su peso reconfortante en mis manos. Lanzo una mirada penetrante a mis compañeros de armas y prosigo con determinación en mi voz:

—El miedo solo fortalecerá al enemigo, sin importar qué ideas retorcidas alberguen en sus mentes. Recuerden lo que realmente importa, aquello por lo que estamos dispuestos a darlo todo —Elevo mi arma, tratando de infundirles convicción—. ¡Somos el escudo que protege a nuestros seres queridos! ¡Es nuestro deber salvaguardarlos!

Los soldados me observan atentamente, y puedo ver cómo sus miradas se transforman. Ahora sostienen sus armas con determinación, alzándolas en señal de unidad. Uno a uno, demuestran su fuerza interior.

Así es, me convertiré en una fuerza imparable para vengar a quienes te arrebataron todo.

—¡Somos soldados! ¡Estamos por encima de aquellos caballeros que eluden su deber! —exclamo con furia—. El motivo de este ataque carece de relevancia cuando se trata de proteger aquello que amamos. Y esto no es culpa de ella, todos ustedes lo saben.

Mis palabras sorprenden a muchos, algunos aprietan sus labios mientras otros muestran una determinación renovada.

—Esto es culpa de aquellos que nunca tomaron medidas para erradicar el culto de la bruja —añado, mostrando mi enojo—. ¡Somos superiores! ¡Somos el ejército de Irlam!

A lo lejos, unos arbustos comienzan a moverse. Oslo, al detectar el movimiento, levanta su mano. Apunto con mi rifle, dejando claro que mis palabras son más que meras palabras.

¡Bang!

Un disparo rasga el aire, la bala surca el campo de batalla y se encuentra con el enemigo. Este cae al suelo sin siquiera acercarse a nosotros. La información del general resulta precisa, son meros seres humanos.

Los exterminaré.

—¡Ataquen! ¡Por Irlam! —grito con vehemencia, impulsando a todos los soldados a tomar cobertura y abrir fuego.

En una rápida sucesión, una horda de figuras encapuchadas emerge del bosque. Se aproximan velozmente hacia nosotros, demostrando una agilidad superior a la de un humano común. Una lluvia de balas arremete contra los cultistas, derribándolos al instante.

El caos se desata, y el campo de batalla se convierte en un escenario de furia y desesperación. Los estampidos de los rifles se mezclan con los gritos de combate, y el humo de la pólvora se cierne en el aire. La guerra ha comenzado, y no daremos tregua hasta que el último vestigio del culto haya sido erradicado.

El estruendo de los rifles de asalto llena el aire, mientras los soldados disparan ráfagas interminables de balas, procurando tomar cobertura para recargar. Ante nuestra ofensiva, un grupo de magos conjura un pilar de piedra, desde el cual lanzan ráfagas de bolas de fuego hacia nosotros.

—¡Artillería! —dirijo mi mirada hacia los imponentes cañones, listos para entrar en acción.

Apuntar cada cañón es una tarea ardua, reservada únicamente al capitán de la artillería. Su capacidad de cálculo es extraordinaria, permitiéndole determinar la trayectoria en cuestión de minutos.

La capitana me observa y asiente de inmediato.

—¡Soldados, tomen sus posiciones! —exclama Sofía, y el grupo se coloca detrás de los cañones, listos para la acción.

Los magos nos atacan con furia, lanzando bolas de fuego que nos obligan a buscar cobertura. Disparan hacia los cañones, intuyendo el peligro que representan, pero su revestimiento de metal impide que el fuego los alcance.

Llega el momento.

—¡Fuego! —grita Sofía.

¡BOOM!

Los cañones se activan de forma simultánea. Proyectiles de hierro surcan el aire a gran velocidad, los magos intentan protegerse con barreras de tierra, pero el proyectil las atraviesa sin piedad. En un instante, una lluvia de escombros los pulveriza por completo.

—¡Sigan disparando! —exclamo, instando a los soldados a abandonar su cobertura.

Los cultistas se acercan inexorablemente, y si permitimos que sigan forzándonos a tomar cobertura, llegarán a posiciones peligrosas. Sin descanso, continuamos disparando, conscientes de que nuestras vidas y las de los demás dependen de nuestra habilidad en este momento crucial.

—¡No se rindan! ¡Mantengan el fuego! —grito, infundiendo coraje en cada palabra.

La batalla se intensifica, la adrenalina fluye a través de nuestras venas y nuestros corazones laten al ritmo de la guerra. No hay margen para la rendición. Nuestra determinación y valentía serán la clave para superar este desafío y asegurar la supervivencia de aquellos que amamos.

El fragor de la batalla continúa, con los soldados disparando en perfecta coordinación, alternándose con aquellos que están recargando para mantener un flujo constante de fuego. Al reducir al mínimo el tiempo entre recarga y disparo, les negamos cualquier oportunidad de acercarse.

A pesar de que solo han transcurrido unos minutos, la tensión en el aire es palpable. Decenas de cadáveres yacen en la llanura, impregnando el ambiente con el inconfundible olor a pólvora y barro. Estamos ganando, y parece que podemos mantenernos firmes sin que nadie resulte herido, al menos a este ritmo.

—¡Miren! —exclama un soldado, señalando hacia el cielo.

Alzando la vista, podemos divisar a una de esas criaturas retorciéndose en el aire, aparentemente gritando, aunque el estruendo de las balas lo envuelve todo y nos impide escuchar su voz. La profecía del general se ha cumplido: uno de los dedos del arzobispo ha llegado.

El temor se apodera de los soldados mientras observan cómo varios árboles son arrancados de raíz, dejándonos perplejos ante la absurda magnitud de la situación. En un abrir y cerrar de ojos, esos árboles son arrojados hacia nuestra posición.

—¡Cúbranse! —grito, instando a los capitanes a repetir mis palabras.

Nos resguardamos detrás de cualquier cobertura disponible, estos son árboles comunes. Al impactar contra el suelo, rompen una de nuestras barreras defensivas en pedazos. Los soldados son lanzados por los aires, impotentes ante la fuerza del embate. Un árbol se abate sobre uno de los cañones, reduciéndolo a escombros en un instante.

—¡Escuadrón de rescate! ¡Lleven a los heridos de inmediato! —grito mientras me apresuro hacia la ubicación del capitán Bert.

Este joven, de la misma edad que el general, ha sido designado como capitán debido a su puntería excepcional, siendo la única persona capaz de cambiar el rumbo de la situación. El capitán le ha otorgado un prototipo de mejora para su arma: una pequeña mira que le permite apuntar con precisión a larga distancia.

Al llegar junto a Bert, ya lo encuentro apuntando al cultista, por lo que mi prioridad es protegerlo. Según lo indicado por el general, para acabar con él, debemos distraerlo, ya que su habilidad le permite utilizar brazos invisibles como defensa.

—¡Artillería! —dirijo mi mirada hacia Sofía, quien parece estar lista.

Aún nos quedan tres cañones en funcionamiento, así que no estamos desprovistos. Los gritos de dolor se entremezclan con el estruendo de las balas, y el temor comienza a apoderarse de todos. La situación se está volviendo cada vez más complicada.

Por suerte, los cultistas no parecen ser muy astutos. A pesar de estar en un campo abierto, lo más fácil sería que nos rodearan, pero si alguno de ellos ha considerado esta estrategia, no ha llevado a cabo el ataque. Tal vez es porque tenemos a alguien confiable velando por nuestra espalda.

Esa mujer, sin lugar a duda, protegerá a todos.

—¡Disparen! —grito, seguido de la explosión de los cañones.

Las balas de cañón impactan contra el suelo cercano al cultista. Este intenta protegerse con árboles, pero estos son destrozados al instante. Según el general, es probable que solo pueda generar unos pocos brazos más allá de los cuatro con los que ya cuenta, pero a medida que más de los dedos caigan, más brazos aparecerán.

Cuatro árboles han sido utilizados, lo que significa que el cultista tiene seis brazos en total: dos para mantenerse en pie y cuatro para atacar.

—¡Ahora! —digo, mirando a Bert, quien sonríe con arrogancia.

El dedo del arzobispo arrebata más árboles. Comienza a mover su cuerpo y tomar su cabeza, aunque no puedo escuchar lo que dice, sin duda actúa como un loco.

—¡Entendido, mi coronel! —responde Bert, apretando el gatillo de su arma.

¡BANG!

En un abrir y cerrar de ojos, justo cuando el dedo parece estar a punto de lanzar los árboles, sin previo aviso, comienza a caer, estrellándose contra el suelo.

—¡Abatido! —celebra Bert, mientras todos comenzamos a gritar con fuerza.

Sin duda, es algo increíble. A pesar del tamaño del proyectil, resulta extrañamente difícil predecir lo que va a suceder. Como bien dice el general, no importa cuán poderoso sea, mientras su cuerpo sea humano, una bala será suficiente.

—¡Por Irlam! —grito, seguido por la emoción de los soldados.


«¿Cómo puede haber tantos de estos bastardos?» pienso, mientras clavo mi bayoneta en el cuello de un cultista, sintiendo cómo su vida se desvanece entre mis manos.

Nos encontramos en el corazón del bosque, un claro rodeado de cadáveres de cultistas. El suelo embarrado dificulta nuestro movimiento, mientras los árboles altos y tupidos nos obstruyen la vista, ocultando de dónde emergen nuestros enemigos.

Emilia dispara estacas de hielo con destreza, mientras Puck, su fiel espíritu protector, desvía los proyectiles arrojadizos que nos lanzan los cultistas. A pesar de nuestros esfuerzos, no hemos logrado avanzar debido a la feroz ofensiva que estamos enfrentando. Ya hemos eliminado a dos de los dedos del arzobispo, pero esto solo ha fortalecido a Petelgeuse.

Cuando Emilia luchaba, no había tantos cultistas a nuestro alrededor. La situación se ha vuelto aún más peligrosa y desconcertante. No sé qué nos espera si seguimos combatiendo en estas condiciones adversas.

—Es frustrante no poder volar —lamenta Emilia, mientras con una patada en el aire estalla la cabeza de un cultista, llenando el entorno con una macabra explosión.

Este lugar está plagado no solo de cultistas, sino también de temibles wolgarms, razón por la cual ambos portamos cristales protectores para mantenerlos alejados. A pesar de ello, a los cultistas no parecen importarles ser devorados por los wolgarms, ya que arrojan los cuerpos de los caídos hacia ellos mientras intentan acercarse. Si tan solo pudiéramos volar, nuestro avance no sería tan obstaculizado.

Los cadáveres se acumulan rápidamente, instándonos a retirarnos sin demora.

—¡Emilia! —grito, y ella comienza a conjurar un hechizo.

Los cultistas, al verla, intentan aprovechar la situación para atacarla. Pero Puck sale al frente y arremete contra todos a su alrededor con estacas de hielo, forzándolos a retroceder. Me coloco junto a Emilia, lo que hace que Puck embista en todas las direcciones, manteniendo a raya a nuestros enemigos.

El maná de Emilia parece inagotable, algo fuera de este mundo. Disparo mi arma contra los cultistas, quienes intentan esquivar los proyectiles de Puck. Los cadáveres se amontonan a nuestros pies, pero parece que no hay fin a esta lucha interminable.

—¡Ahora! —exclama Emilia, congelando el suelo en su lugar, creando así un camino de hielo recto a nuestro paso.

Emilia toma mi mano y ambos nos deslizamos por el camino helado que se abre paso, rompiendo los árboles que bloquean nuestro avance. Hemos realizado este movimiento varias veces, y eso nos indica que estamos más cerca de nuestro objetivo.

Mientras luchamos codo a codo, puedo ver en Emilia un genio innato para la defensa. No sé qué experiencias ha vivido, pero a pesar de tener bloqueados sus recuerdos, no se queda rezagada. Su dominio del maná es letal, y de alguna forma logra mantener un flujo constante de energía mágica en su cuerpo, lo cual es asombroso y enigmático.

He intentado replicar su control innato, pero concentrarme en ello mientras peleo resulta complejo. En cambio, ella lo hace de manera inconsciente, como si estuviera en perfecta armonía con sus habilidades.

Me esfuerzo por mantener bajo control el miasma que habita en mi ser, como un veneno que amenaza con corromperme. Cada vez que abro mi puerta, el miasma intenta desencadenar mi pérdida de control. Después de cada batalla, su presencia se intensifica, creando no solo obstáculos para el uso de la magia, sino también afectando mi claridad mental.

Dos cultistas intentan lanzar bolas de fuego hacia nosotros, pero antes de que puedan hacer algo, disparo certero y sus cabezas estallan en un estallido de violencia. El cansancio comienza a apoderarse de mi cuerpo, llevamos varios minutos luchando sin descanso.

Jadeo mientras avanzo incansablemente, consciente de que solo yo tengo la capacidad de poner fin a Petelgeuse. Emilia y yo nos movemos a una velocidad vertiginosa, golpeando y acabando con cada cultista que se cruza en nuestro camino.

Tuve que transmitirle a Emilia información sobre nuestro enemigo, revelarle todo sobre su poder, y ella, sin hacer preguntas sobre cómo obtuve esa información, la acepta sin reservas. Ambos sabemos que no es el momento adecuado para cuestionar.

Varias minas se han activado a nuestro alrededor, pero nos enfocamos en llegar a la primera que fue detonada.

—¡Vaaaya! —una voz horripilante y cargada de malicia se hace eco en el ambiente.

Emilia y yo nos detenemos de inmediato. En el momento en que escuchamos esa voz, Emilia desata su magia y genera una neblina espesa. La única forma de ver al enemigo es usando algún polvo o sustancia similar que revele su silueta, ya que se vuelve ligeramente visible. Aunque dificulta mi visión, lo considero un sacrificio aceptable, ya que soy capaz de percibirlo claramente.

Juntamos nuestras espaldas, vigilantes en todas las direcciones. Sabemos que no podemos permitir que los dedos del arzobispo mueran, debemos neutralizarlo y congelarlo sin causarle daño letal. Sin eso, nuestro plan se desmoronará. El problema es lo difícil que resulta hacerlo.

De repente, un cultista aparece a mi costado. Sin dudarlo ni un segundo, apunto y disparo a su cabeza, y en el mismo instante, cae inerte al suelo. Sin embargo, como si el destino se burlara de mí, siento una reacción mágica intensa.

—¡Fura! —exclamo, generando una poderosa ráfaga de viento que envía el cadáver del cultista volando.

¡Boom!

El cuerpo del cultista estalla en mil pedazos, esparciendo sus vísceras por todas partes. Un humo carmesí comienza a invadir el ambiente, y el olor resulta insoportable. Ambos seguimos alertas, pero antes de que podamos hacer algo, un brazo sobrenatural intenta agarrar a Emilia.

Ella hábilmente esquiva el brazo, haciendo que este continúe su trayectoria y choque violentamente contra un árbol, destrozándolo por completo.

—¡Vamos! —exclamo, lanzándome en dirección al brazo. Necesitamos detenerlo sin causarle daño mortal. Solo Emilia es capaz de realizar esa tarea. Mientras ambos corremos en la dirección que hemos trazado, observo cómo varios brazos se acercan amenazantes.

Emilia, a toda velocidad, no logra percibir su presencia, por lo que recae en mí la responsabilidad de ser sus ojos en este momento crítico.

—¡Agáchate! —grito, y ambos nos arrojamos al suelo justo a tiempo, evitando que cuatro brazos se desencadenen y arrasen con todos los árboles que se encuentran sobre nosotros. La tierra se estremece bajo el impacto, y los árboles caen a nuestro alrededor, creando un caos descontrolado.

Emilia, sin perder un segundo, despliega su magia.

—Ul huma —pronuncia Emilia, y al instante, cuatro pilares emergen de la tierra, destruyendo los árboles que amenazan con aplastarnos.

Continuamos avanzando decididos hasta llegar al lugar donde se encuentra el dedo del arzobispo. Al llegar, este retira su máscara, revelando su rostro desfigurado. Sus quemaduras faciales y su cabello chamuscado me hacen recordar que ya lo he matado en un bucle anterior.

Con odio, ella me señala con el dedo, y un gruñido gutural escapa de su garganta, como el de un perro enrabietado.

—Grr ¡Traidor! ¡Traidor! Hueles tan bien. —La mujer se sacude la cabeza violentamente mientras arranca puñados de su propio cabello—¡Traidor! Traicionaste la fuente de la felicidad por proteger a la medio demonio.

Emilia me mira sorprendida ante las palabras del monstruo. Yo no aparto la mirada de ella, sino que permanezco alerta, atento a cada uno de sus movimientos, porque eso es lo que debo hacer en este momento.

No entiendo por qué me llama traidor; mi fragancia debería ser suficiente para someter a cualquiera. Sin embargo, aquí estoy, enfrentándome a esta situación. ¿Será posible que Orgullo haya hecho algo?

Sacudo la cabeza ligeramente, murmurando para mí mismo.

—No sé por qué me llamas traidor. Si es por mi aroma, no es más que una prueba que debo superar. —Mientras ella continúa arañándose y jalando su propio cabello, apunto cuidadosamente y disparo a la pierna del cultista.

Ella muestra sorpresa en su rostro, pero permanece inmóvil en su posición, como si estuviera deleitándose con la situación que se avecina.

—¿Eh? —murmura, bajando la mirada hacia su pierna herida, pero no hace nada al respecto. Luego, alza la cabeza y esboza una sonrisa retorcida—Te mataré, y entonces podré obtener aún más de su amor.

Desde su espalda emergen ocho de esos perturbadores brazos. En este momento, si mis cálculos no fallan, ya han sido aniquilados la mitad de los dedos del arzobispo.

Eso implica que el ejército o las minas han acabado con los otros tres. Recuerdo vagamente de algo que leí hace tiempo que Petelgeuse puede manifestar un máximo de cien de esos brazos. De ahí se deduce que el primer dedo solo logró extraer cuatro de ellos.

Cada muerte de los dedos provoca un incremento en su número individual. Petelgeuse otorgó el cuarenta por ciento de su poder a los dedos, lo que les permite poseer cuatro brazos cada uno si dividimos ese poder entre los diez dedos que existen. Ahora solo quedan cinco dedos, y si continuamos así, nos enfrentaremos a Petelgeuse en su forma más poderosa.

El problema radica en la estrategia que están empleando ahora. Aprovechan los cristales lamicta para causar explosiones. Si algo así llega al pueblo, no sé qué tan preparados estén para defenderse. Utilizan estos cristales como si fueran granadas, provocando daños en nuestras trincheras.

Espero que este solo sea un sombrío pensamiento y no una realidad que tengamos que enfrentar.

—Emilia, hay cosas que no puedo revelarte, pero debes confiar en mí. No las menciono porque no puedo hacerlo, incluso si quisiera —digo mientras apunto hacia el cultista, contemplando si será necesario acabar con su vida o no.

Emilia dirige su mirada hacia la mujer desquiciada, que continúa balbuceando sin cesar. En un rápido movimiento, esta abalanza cuatro de sus brazos hacia nosotros. Doy un paso largo en su dirección, intentando acercarme, pero ella, anticipándose a mis acciones, comienza a arrojar tierra en todas direcciones, mezclándola con la densa neblina que cubre el ambiente.

Decido utilizar mi magia para disipar la neblina, pero justo en ese momento, desde el cielo empiezan a caer varios árboles. Emilia, utilizando sus estacas, logra destruir varios de ellos, pero la cultista ha ascendido a los cielos, evadiendo nuestros ataques.

Apunto hacia el cultista y disparo, pero este se protege hábilmente, desviando así la bala. Existen ciertas espadas capaces de repeler los brazos de Petelgeuse, pero solo las armas mágicas son las más efectivas en este sentido.

Decido impregnar mi kukri con maná, aunque sé que podría dáñala, es mejor hacer algo que quedarse de brazos cruzados. El cultista embiste en mi dirección, y con dificultad logro esquivarla mientras el suelo se llena de huecos y escombros. Emilia sigue atacando con determinación, pero al encontrarse el cultista en el aire, se convierte en un blanco esquivo y complicado.

La situación se vuelve más tensa a cada segundo que pasa, y el destino de nuestra batalla aún pende de un hilo incierto.

—Si subo mucho, no podré ver sus ataques —comenta Emilia, posicionándose a mi lado y buscando una estrategia. El uso de magia espiritual en este momento resulta complicado, ya que estoy alejado de Beatrice y su influencia se disminuye.

Observo a Emilia, quien parece estar un tanto fatigada. Llevamos varios minutos luchando sin descanso, y definitivamente necesitamos tomar un respiro antes de enfrentar a Petelgeuse.

—Tengo un plan —le digo a Emilia, mientras reúno maná para utilizar mi magia—. Envíame volando cuando te lo indique.

Comienzo a manipular la gravedad con magia, reduciéndola solo un poco para poder ser impulsado con fuerza. Con el apoyo de Emilia, podré acercarme rápidamente al cultista. El verdadero desafío será esquivar sus ataques.

—¡Ahora! —grito, dando un salto en el momento indicado.

Emilia agarra mis pies al instante, agachándose ligeramente para proporcionar el impulso necesario y lanzarme al aire. Salgo disparado a gran velocidad, mientras la mujer, al percatarse de mi movimiento, atrae sus brazos hacia mí. Emilia y Puck no pueden intervenir, ya que podrían resultar heridos en el proceso.

—¡Fura! —conjuro, creando ráfagas de viento a mis lados para evadir su embate. Me aproximo más y, con mi kukri, corto varios de sus brazos.

Impulso mis pies para aumentar mi velocidad. Aún no tengo total control en el aire, pero no tengo otra opción. Justo cuando estoy a punto de alcanzarla, la mujer lanza todos sus brazos directamente hacia mí. En un instante, veo cómo se acercan peligrosamente.

Con un impulso de viento, logro esquivar los brazos. Sin perder tiempo, me posiciono sobre el cultista, quien se distrae por un breve instante, momento que aprovecho para ejecutar un hechizo conjunto. Aunque no lo he probado antes, existe la posibilidad de que funcione.

—¡Ra Vita! —exclamo, un hechizo que mezcla viento con magia Yin, provocando que una onda de viento me impulse hacia la mujer. En el aire, siento que la gravedad se incrementa sobre mí. Caigo a una velocidad vertiginosa, pero coloco ambas piernas en posición y me preparo.

La mujer gira su cabeza justo a tiempo para recibir el impacto de mi golpe. Mis piernas duelen por la fuerza del impacto, pero no me rindo y sigo adelante. Con mi patada, la envío volando, y en un abrir y cerrar de ojos, el golpe la hace estrellarse contra el suelo, creando un pequeño cráter.

Desactivo el hechizo y caigo en picada hacia el suelo. Intento utilizar murak, pero de repente siento un agudo dolor en el corazón. Un sabor metálico invade mi boca y comienzo a escupir sangre. Me precipito desde las alturas, sin poder hacer nada mientras Emilia grita con preocupación.

—¡Marco! —exclama Emilia, corriendo hacia mi posición de caída.