Yo soy...

Las personas presentes se sorprenden ante las palabras de Reinhard; sin embargo, antes de que puedan reaccionar por completo a la noticia reveladora, la puerta principal comienza a abrirse lentamente.

Desde allí emerge una niña radiante. Su cabello dorado brilla como si estuviera hecho de hilos hechos de oro mismo mientras camina con gracia vestida en un hermoso vestido amarillo adornado con mangas blancas delicadas que envuelven sus manos pequeñas y botas impecables. Un moño naranja adorna el centro perfecto de su cabeza.

Detrás de ella caminan sus sirvientes con igual gracia, pero se detienen repentinamente cuando llegan a mitad del camino hacia donde está ella parada en todo su esplendor noble.

Vestida, así como lo está ahora parece más digna e ilustre que nunca anteriormente había parecido ser. Aunque, por supuesto, nadie más que yo sabe la verdad: ella es efectivamente una noble y miembro de la familia real, lo cual probablemente le da a criterio del dragón mayores posibilidades de ser elegida sucesora.

Ella camina con una sonrisa radiante en su rostro mientras se acerca al frente. A diferencia de antes, esta vez Rom está a su lado. Supongo que él ha sido quien la ha instado a participar en las elecciones de alguna manera.

Reinhard se aparta para cederle el lugar principal a Felt. Ella me mira fugazmente y en ese mismo instante nota mi presencia entre la multitud expectante. Yo le devuelvo una sonrisa y trato de hacer un saludo discreto; sin embargo, ella se acerca rápidamente con una sonrisa amplia dibujada en sus labios:

—¡Hermanito! —exclama Felt mientras se posiciona enfrente mío— ¿Qué haces aquí? Me alegra ver que estás bien.

Intento decir algo, pero antes de poder formular palabras coherentes, ella dirige su atención hacia Beatrice y sin pensarlo dos veces pone su mano sobre la cabeza de Beatrice mientras bromea despreocupadamente con tono jovial

—Veo que no perdiste el tiempo, hermanito... Tienes una hijita muy linda aquí contigo.

Beatrice retira suavemente la mano de Felt, sin decir una palabra pero con una sonrisa tímida en sus labios. En ese momento, Gildark interviene con tono neutro:

—Señorita, si ha terminado de hablar con sus antiguas amistades, por favor acérquese.

—¡Sí! ¡Sí! Una formalidad tras otra —responde Felt mientras camina ligeramente molesta.

Observo a Beatrice sorprendido por su reacción, pero ella continúa luciendo esa dulce sonrisa.

—Jejeje —susurra Beatrice alegre.

Quién diría que Felt caería bien ante los ojos de Beatrice. Bueno, al menos verla feliz me reconforta el corazón.

Felt se coloca junto a Emilia y extiende su mano hacia adelante. Reinhard toma la insignia entre sus manos y la posiciona cuidadosamente en la palma extendida de Felt, haciendo que esta brille intensamente.

—Antes que nada, es importante mostrar esto —dice Reinhard mientras todos observan atentos—. Como pueden apreciar, señores presentes aquí reunidos, la señorita Felt, a quien cuento personalmente como la candidata a la que apoyo para futura reina del Reino de Lugunica... es nuestra última candidata al trono.

Un murmullo generalizado recorre el salón mientras todos miran sorprendidos a Felt; sin embargo, ella mantiene una expresión entre molesta y aburrida en su rostro.

—Con esto damos comienzo oficialmente a la selección real —prosigue Reinhard solemnemente.

Gildark pone su mano sobre su pecho, seguido por el resto de los caballeros presentes, mostrando respeto hacia Felt. A pesar de ello, uno de los sabios interrumpe con una voz llena de desprecio:

—Aunque la gema del dragón reconozca a la señorita Felt como sacerdotisa... ¿No creen que podría haber algún problema durante la selección?

—¿Estás insinuando que los Caballeros Imperiales hemos cometido un error? —replica Gildark con voz firme y desafiante.

La tensión en el ambiente se vuelve palpable cuando Gildark plantea esa pregunta. Los caballeros imperiales enfurecidos por tal afrenta a su honor dirigen miradas serias hacia los nobles presentes, quienes responden con expresiones altivas e ignoran esos gestos amenazantes.

La tensión entre ambos bandos es evidente y me doy cuenta de que necesito comprender mejor la compleja estructura política del Reino de Lugunica para poder entender las implicancias y repercusiones de esta selección real en curso.

Los susurros de los nobles se arremolinan en un mar de preguntas por la misteriosa identidad de la joven dama, cuyo pasado parece oculto en las sombras.

Caballero Reinhard, con solemnidad en su semblante, accede a explicar de forma sucinta cómo halló a la enigmática figura.

Hábilmente, omite cualquier mención de nuestro encuentro y lo que sucedió entre nosotros, pero fiel a su naturaleza, no puede dejar de revelar una verdad innegable.

—¡Una rata de los barrios bajos! —exclama con desdén uno de los nobles.

En ese instante, Felt se vuelve hacia el altivo caballero y, con una valentía sin igual, responde:

—¡Así es! ¡Puede que sea una rata, pero soy digna de aspirar al trono!

Su réplica arroja luz sobre su verdadera naturaleza, y mis ojos la contemplan con una nueva perspectiva. Contengo a duras penas la risa al ver la expresión del noble, incapaz de mantener su altivez ante la osadía de la joven.

El hombre, furioso, busca más palabras para lanzar contra Felt, pero antes de que pueda hacerlo, Priscilla interviene con su aire de superioridad característico:

—Estas nimiedades resultan tediosas —dice Priscilla, con una sonrisa maliciosa mientras cubre su boca con un elegante abanico—. Al final del día, una rata es solo capaz de mantener una conversación a su nivel intelectual.

El desprecio de Felt hacia Priscilla es palpable en su mirada, y con una chispa de desafío en sus ojos, responde:

—¿Qué sugieres entonces? ¿Acaso deseas pelear?

En ese instante, Priscilla empieza a liberar pequeñas cantidades de maná, haciendo que su delicado vestido ondee graciosamente en el aire.

—Tremenda insolencia para una rata. ¿Acaso sabes con quién estás hablando? —proclama Priscilla, agitando su abanico mientras pequeñas llamas brotan de él, incrementando la presión en el ambiente.

Emilia se interpone valientemente entre Felt y Priscilla, dispuesta a proteger a su amiga, pero antes de que pueda actuar, Reinhard toma el control de la situación.

Un aura de maná danza alrededor de él, aunque su rostro permanece inexpresivo, como si la demostración de Priscilla no tuviera efecto alguno sobre él.

—Me disculpo con usted, señorita Priscilla —Reinhard muestra una pequeña sonrisa, intentando calmarla.

Emilia entonces parece estar por actuar, pone su mano en su pecho mirando hacía Priscilla esta pregunta:

—¿Qué deseas hacer en este lugar sagrado? —su mirada preocupada es opacada por la mirada desinteresada de Priscilla.

Aunque yo personalmente no hubiera intervenido, sé que es parte de la naturaleza intrépida e inquebrantable de Emilia. Es algo que nunca cambiará. Al fin y al cabo, Emilia siempre será una persona de buen corazón.

Por eso mismo, siento que tengo la responsabilidad de ser su protector silencioso.

Priscilla responde con desdén:

—Solo intentaba enseñarle disciplina a la rata a quien estás protegiendo.

Emilia exclama con fuerza, mostrando destellos de enfado.

—¡Debes disculparte por tu falta de respeto!

Priscilla cubre nuevamente su rostro y le responde sin mirarla directamente:

—En ese caso, tú deberías disculparte ante todos los presentes por haber nacido .—Luego dirige una mirada despectiva hacia Emilia—: medio elfa de cabello plateado.

Emilia se detiene unos segundos antes de suspirar calmadamente. Luego se voltea hacia Felt y le pregunta con preocupación:

—¿Estás bien?

Felt asiente y mira a Priscilla antes de tomar posición frente a ella. No creo que quedarse callada frente a esos insultos sea lo mejor para ella, pero considero esto como un avance para Emilia.

Anteriormente solía afectarla mucho cuando enfrentaba situaciones similares, pero ahora veo cierta fortaleza en ella.

Solo espero poder hablar por ella cuando sea necesario.

El sabio líder, con una mirada tranquila, interviene:

—¿Han terminado ustedes, señoritas?

Es una persona intrigante.

Su mirada parece ser capaz de abarcar toda la situación. Probablemente ya había previsto que algo así sucedería desde el momento en que supo que Emilia era candidata al trono.

A pesar de todo, no muestra favoritismo alguno.

—Sin más preámbulos, iniciemos la presentación de las candidatas al trono —anuncia Gildark mientras invita a una de las aspirantes a pasar.

Priscilla es la primera en avanzar hacia el centro del escenario.

Ella se coloca dos escalones por encima, a la altura de los sabios. Gira hacia nosotros con una sonrisa arrogante, una mano en su cintura y la otra levantando su abanico mientras señala a todos.

—Estas elecciones son inútiles; sin duda alguna, yo soy la única capaz de gobernarles —proclama con tono elevado—. Lo único que deben hacer es inclinarse ante mis pies y servirme. Quieran o no, eso es lo que terminará sucediendo.

Nadie dice nada, excepto Al, quien deja escapar un suspiro exhausto. No he hablado con él, pero ser siervo de alguien como Priscilla debe ser agotador en muchos sentidos.

La siguiente en subir al escenario es Crusch; mantiene una postura marcial. Félix se posiciona detrás de ella con una sonrisa sincera llena de orgullo.

—Si llegase a gobernar —dice Crusch—, mi primer decreto como reina sería eliminar el contrato que tenemos con el dragón. —Las personas miran sorprendidas ante sus palabras; sin embargo, ella no muestra ninguna alteración y extiende su mano para explicarse—: El Imperio del Dragón de Lugunica lleva el nombre del dragón, pero no le pertenece realmente; somos nosotros quienes conformamos este imperio.

Crusch desciende del escenario y Anastasia toma su lugar junto a Julius.

Cuando la veo nuevamente, como había notado antes. Anastasia es una mujer baja de estatura, poseedora unos ojos azul celeste que capturan la luz y transmiten una calma apacible.

Su cabello largo y ondulado, de un morado delicado, cae graciosamente hasta sus caderas, ondeando con cada movimiento que ella hace. Viste un elegante vestido blanco que le otorga una apariencia etérea y delicada.

Su cabello está adornado con un pasador en forma de estrella amarilla, resaltando y añadiendo un toque encantador.

Ella sonríe codiciosamente y dirigiendo su mirada a todos comienza a hablar:

—Soy una chica ambiciosa; deseo poseer todo lo que me rodea porque para mí no basta con mis éxitos comerciales. —Cierra los ojos antes de agregar firmemente—. Quiero tener mi propio reino.

Con esas últimas palabras, Anastasia baja del escenario. Como habíamos planeado previamente, Emilia incita a Felt a subir como siguiente candidata.

El plan consiste en que ella sea la última en presentarse; sin importar qué pase, ser la última dejará impresas las palabras de Emilia en todos nosotros.

Palabras egoístas, mal intencionadas, palabras sin sentido y llenas de arrogancia.

Felt se coloca frente a todos, con una mirada de molestia en su rostro. Reinhard sonríe mientras permanece detrás de ella.

—No sabía muy bien qué decir, pero ya no me importa —dice Felt mientras pone su mano en el pecho y exclama con firmeza—. ¡Destruiré todo! Este reino está podrido por todas partes, por eso lo arrasaré todo y lo construiré nuevamente a mi manera. ¡Le daré un soplo de aire fresco a estas tierras!

Los nobles la miran con desprecio mientras contienen sus ansias de hablar; los murmullos se hacen cada vez más audibles a medida que Felt baja del escenario con una sonrisa.

Ahora es el turno.

—La última en presentarse es la candidata al trono Emilia, quien está acompañada por su patrocinador Roswaal L Mathers —anuncia Gildark mientras Emilia se prepara.

Con pasos tranquilos y llenos de confianza, Emilia sube elegantemente al escenario; su sonrisa no abandona su rostro mientras se gira hacia el público.

Nuestros ojos se encuentran y puedo ver que ella está lista. Su mirada es firme, sin rastro alguno de nerviosismo u otra emoción turbulenta.

Con una voz llena de determinación comienza el discurso Emilia:

—Hoy me dirijo humilde pero decidida ante vosotros como candidata que anhela liderar este reino hacia un futuro próspero y brillante. En este momento crucial de nuestra historia, deseo enfocarme en lo realmente importante: nuestras posibilidades para crecer y avanzar juntos.

Sus palabras son claras y concisas, sin vacilaciones ni florituras innecesarias. Emilia hace una breve pausa para dirigir su mirada a todos antes de continuar.

—En nuestras manos reside un potencial ilimitado, y es mi firme convicción que cada uno de vosotros tiene la capacidad de alcanzar grandes logros.

Los nobles miran sorprendidos a Emilia; incluso los caballeros y demás presentes parecen estar prestando atención a sus palabras.

—Desde el más humilde campesino hasta el comerciante más emprendedor, todos desempeñáis un papel crucial en el tejido de nuestra sociedad. Es en la unidad y en el reconocimiento de nuestras fortalezas individuales donde encontraremos el camino hacia el éxito colectivo.

Ahora es momento de ejercer presión.

—Como...

Interrumpiendo a Emilia, uno del público comienza a balbucear.

—Esto carece de sentido. Escuchamos a las candidatas y ahora tener que soportarla por tanto tiempo es indignante —declara el hombre con desprecio, agitando sus oídos como si quisiera desprenderse del sonido de la voz ajena.

No había un tiempo para hablar, si las candidatas anteriores hicieron su propuesta tan simple es porque es el límite de lo que pudieron improvisar.

Al hacer una propuesta de campaña debes ser directo, pero esto no es publicidad. El objetivo del discurso de Emilia es otro.

En ese preciso instante, uno de los sabios del consejo se suma al desdén generalizado:

—Estoy de acuerdo. Permitir que una niña de los barrios bajos se presente aquí. ¡Incluso el Marqués Roswaal L Mathers se atreve a traer una medio demonio a este recinto sagrado!

La repentina metamorfosis del ambiente toma a Emilia por sorpresa, convirtiendo a los presentes de asombrados en insultantes, sin que ella pueda hacer nada para evitarlo.

Los caballeros muestran confusión, algunos entrecierran sus ceños con desprecio.

Entre todos, es Julius quien parece más afectado, sus manos se tensan con fuerza, luchando por mantener la compostura.

De noble semblante, su afán de autocontrol es palpable.

—¡Dejadla terminar! —exclama un noble, creando una división entre opiniones y discusiones.

¿Quién habría pensado que alguien la apoyaría?

Frente a una disputa aparentemente interminable, solo queda una opción. Cuando la razón pierde relevancia, la fuerza debe tomar las riendas.

Girándome para sorprender a Félix, le llamo la atención y, imbuido de maná, elevo mi voz con fuerza y alegría:

—¡JA! —El comienzo de mi risa resuena en toda la estancia— ¡Jajajajajaja!

La mirada de todos se dirige hacia mí, dejando de lado los insultos y discusiones para intentar interrumpirme.

El noble que desencadenó todo, el hombre cuyo aspecto feo podría representar siete fealdades combinadas, me interrumpe con curiosidad:

—¿Quién diablos es este individuo?

Mis lágrimas de risa apenas se desvanecen, y en el retorno a la seriedad, clavo mi mirada en aquel hombre, consciente de que, si la fealdad pudiera personificarse, este individuo sería su leal representante.

Con su barba y bigote largos y canosos, su aspecto semeja el de un chivo malhumorado.

—No importa quién soy, lo que realmente importa aquí es que están cometiendo un grave delito —respondo con firmeza, sin ceder ante su mirada furiosa.

El hombre, en demanda de una explicación, escudriña mi semblante con ira, mientras la expectación se apodera del público circundante.

—Permítanme ofrecer una opinión a todos aquellos que están vertiendo comentarios de odio hacia la persona que he elegido apoyar. —Dirijo mi mirada hacia el público, que se muestra impaciente, y con una sonrisa confiada, continúo—: Las candidatas al trono del Dragón de Lugunica son actualmente las personas más importantes en todo el reino.

Me pongo de pie, haciendo que todos esperen a que esté dispuesto a hablar.

—¡Habla de una vez o vete! —exclama aquel noble y sus aliados con odio.

Haciendo caso omiso de su reacción hostil, mi mirada se posa en las candidatas, quienes me observan con curiosidad. Solo Priscilla permanece imperturbable. Anastasia me mira con impaciencia, mientras que Crusch me ofrece una mirada seria.

Emilia, en cambio, me mira con sorpresa, pues le había dicho que ganarse el favor de las personas era primordial, pero omití una enseñanza crucial.

La política se rige por facciones; para triunfar, uno debe saber quiénes son sus aliados y quiénes sus enemigos.

—Al tener tanta relevancia, todas las candidatas están por encima de cualquiera de nosotros en rango. —Coloco mi mano en el pecho—. Si me permiten decirlo, considero que insultar y faltarle el respeto a cualquiera de ellas equivale a traicionar los deseos del dragón y desobedecer el mandato imperial.

Con una mirada aguda, escaneo a aquellos que deliberadamente han agraviado a Emilia. Observo cómo ellos se inquietan al percibir la verdad en mis palabras.

—Me consta que el decreto imperial establece que todo acto de traición es castigado con la muerte del culpable, sin importar su estatus —continúo, dirigiendo mis palabras a todos los presentes.

Mi aseveración se impone como un hecho irrefutable, provocando murmullos entre la multitud. Incluso Anastasia se ve sorprendida por el giro inesperado de los acontecimientos.

El noble que fue el detonante de todo se torna impasible.

Siendo él quien instigó las miradas de desprecio, todos sus compañeros del consejo se callan de inmediato, asumiendo el papel de figuras de autoridad, lo cual hace que su acción resulte verdaderamente condenable

En un abrir y cerrar de ojos, el noble intenta defenderse:

—¿Cómo osa una persona de la servidumbre hablar sobre leyes y razonar contra nosotros, los nobles? —me señala con furia, y su saliva vuela con el énfasis de sus palabras—. En efecto, acabas de insultar a todas las personas que son superiores a ti. Deberías ser arrestado de inmediato. —Y, con una sonrisa maliciosa, exclama—: ¡Arrestadlo!

La situación se vuelve a tornar tensa, las personas parecen aún más divididas entre los que entendieron mis palabras y los que buscan defenderse.


Sostengo mis manos con fuerza mientras observo cómo Marco intenta defenderme. No puedo culparlo; yo misma pensé que sería capaz de concluir mi discurso a pesar de las miradas cargadas de asco que se posan sobre mí.

Pero, a pesar de todos mis esfuerzos, parece que nada funcionará.

Marco trata de calmar la situación con aplomo, pero ahora es él quien está siendo objeto de los insultos más despreciables.

—¡Es solo un vulgar aldeano! —escupe alguien con desdén.

—¡Se cree importante con ese garrote a sus espaldas! —añade otro, lleno de hostilidad.

Jamás he sido aficionada a las peleas.

Siempre he creído que forjar un mundo para todos implica colaboración y ayuda mutua, como ocurre en Irlam, donde los habitantes trabajan juntos para mantener el pueblo próspero y floreciente.

Sus palabras ya no me afectan como solían hacerlo, pero cuando siento toda esa aversión hacia mí, no puedo evitar desear tapar mis oídos y huir.

No obstante, debo mantener mi fortaleza.

Solo porque ahora piensen que no valgo la pena, no significa que esa opinión será eterna. Todos merecen una oportunidad de redimirse.

Aun así, la situación se torna cada vez más tensa, y Marco se convierte en el enemigo de todos.

Intento pronunciar algunas palabras, pero Roswaal coloca su mano en mi hombro, deteniéndome.

—Él lo hizo para que, cuando lo expulsen, puedas concluir tu discurso. Así, a pesar de las consecuencias que él afronte, todos sabrán que sus palabras son verdaderas y respetarán tu opinión —me explica Roswaal con sabiduría.

Marco siempre se encuentra allí, listo para socorrerme, pero lo que anhelo va más allá de su ayuda.

Un persistente presentimiento de que mi esfuerzo ha sido en vano albergo en mi corazón, donde yace una chispa temerosa de avivar su fuego.

Mi entorno se torna hostil, mientras los insultos hacia Marco continúan en aumento. Felt, en un intento por intervenir, ve su voz silenciada por el clamor de los demás.

Gildark es retenido por uno de los sabios, mientras su líder, con ojos penetrantes, escruta directamente los míos. En ese instante, pareciera como si él leyera el desenlace de este conflicto en la profundidad de mi alma.

—Fue un buen discurso, una lamentable situación —expresa el líder del consejo de sabios.

Es el único que no me ha dirigido una mirada despectiva, salvo otro anciano que parece absorto en sus propios pensamientos. Verdad es que todo mi esfuerzo parece desvanecerse ante la apariencia que porto.

No, la raíz de todo esto yace en aquellos que no logran ir más allá de las apariencias. He sido bendecida con compañeros y familiares que me comprenden, aunque el camino no haya sido sencillo.

Ahora, cuento con muchas personas a mi lado.

Y Puck, sé que en algún rincón del mundo espera que me descubra a mí misma.

Marco insiste en que soy demasiado bondadosa, y que debo considerar mi bienestar.

Pero yo discrepo, ya que ayudar a los demás es, en sí mismo, un acto que beneficia mi propio ser. Antes, solo ambicionaba ser gobernante para descongelar el corazón de los habitantes de mi aldea.

Ahora, mi propósito es transformar todo cuanto toque.

Felt y yo somos afines.

—¡Yo mismo me encargaré! —exclama una persona que se aproxima a Marco. Reinhard parece intentar intervenir, pero algo siniestro acontece.

Mi respiración se torna pesada, y una opresión mágica se extiende, sumiendo al ambiente en una densa atmósfera de incertidumbre.

—¿Un ataque? —se cuestiona Gildark con extrañeza.

Pero yo sé quién es la culpable.

Betty, con odio profundo en su mirada, se eleva en el aire mientras mantiene su hechizo. Por un instante, observo a Anastasia jadeando con dificultad y me apresuro hacia ella.

—Perdónala, no fue su intención herirte. —Coloco mi mano en su espalda y desactivo el hechizo—, solo actúa según lo que los demás dijeron.

Entonces me percato de que la puerta de Anastasia no existe, lo cual justifica su reacción. Agradece con la mirada antes de dirigir su atención hacia Betty.

Julius me observa fijamente por un momento, pero yo le sonrío, procurando tranquilizarlo.

Betty continúa observando cómo todos se preparan para protegerse, incluso Reinhard luce sorprendido.

Marco, por el contrario, muestra una sonrisa, como si todo hubiera sido planificado por él.

—Atrévanse a tocar un solo cabello de mi contratista, atrévanse a intentar algo y, como el gran espíritu Beatrice. —La presión se incrementa, obligando a algunos a arrodillarse—, les prometo que ninguna alma quedará sin lamentar su insolencia.

La opresión cede, permitiendo a las personas recobrar el aliento y erguirse nuevamente. Marco ha desbaratado su primera impresión por completo, pero la causa de todo esto reside en mi incapacidad para ser una gobernante adecuada.

—¡Arréstenlo de inmediato! —exclama Gildark, provocando temor en los caballeros.

La situación se deteriora y yo permanezco inmovilizada, pues aún ignoro qué camino tomar.

—Tienes un gran compañero, señorita Emilia —afirma el lider del consejo, esforzándose por ponerse de pie.

Sé lo que debo hacer, lo sé, y, sin embargo, me siento como una insensata.

Perdón, Marco, parece que he echado a perder todo, pero a pesar de cómo se encuentran las cosas...

Tú me enseñaste que uno debe hacer lo que tiene que hacer.

—Sí, más que un compañero, es una estrella que ha llegado a mi vida —respondo, esbozando una sonrisa ante la situación.

Los caballeros cercan a Marco, la situación no podría empeorar, aunque él parece no tener intenciones de intervenir.

Yo sí.

Tomo una bocanada de aire, y con todas mis fuerzas, grito:

—¡Deténganse!

Expulso mi maná, captando la atención de todos. Una pequeña neblina emerge de mi respiración, mientras todos se giran hacia mí.

Me equivoqué al pensar que debía soportar insultos indefinidamente, pero tarde o temprano, esto habría de suceder.

—¿Cómo te atreves a gritar así? Definitivamente, tanto tu sirviente como tú están mal de la cabeza, debería darte vergüenza, repulsivo ser medio demonio.

En ese mismo instante, una estaca de hielo surge a sus pies. Sin pronunciar palabra alguna y sin vacilar, la boca del hombre se cierra en un instante y el miedo se entrevé en sus horrendos ojos.

Esto no es algo que haría normalmente, pero, si quiero proteger a quienes quiero debo de hacer lo necesario.

Estoy hastiada, furiosa.

—El que debería permanecer en silencio eres tú —digo mirando a todos mientras mi mano se posa sobre mi pecho, luchando por aplacar el corazón que amenaza con estallar—. Como candidata al trono de Lugunica, tengo los mismos derechos que cualquier otra aspirante. Pese a quien le pese, he sido elegida por la voluntad del dragón.

Los caballeros dejan de rodear a Marco, quien se acerca a Reinhard.

Estoy indignada.

Jamás deseé aceptar estos sentimientos.

—Aquellos que se hacen llamar sabios deben demostrar su sapiencia. Sostener ideas xenófobas y racistas hacia cualquier individuo es un acto de ignorancia e irrespeto. —Mi mirada se torna firme mientras intento hacerles comprender—. Sus palabras son mis palabras; faltarle el respeto a una candidata al trono debe ser severamente castigado. Si no se es capaz de respetar el estatus o a cualquier ser consciente, entonces jamás se podrá gobernar adecuadamente un reino.

Ahora debo apaciguar a las altas autoridades.

—Me disculpo por la actitud de nuestra campaña. Si he de enfrentar alguna penalización, la aceptaré con gusto. —Los observo a todos, mientras el líder de ellos esboza una sonrisa—. Creo que la posición de sabios conlleva la habilidad de ver más allá. Me lastima profundamente ser comparada con una de las peores catástrofes, simplemente por nacer con su presunta apariencia.

—¡Eso no importa! ¡Tu semejanza con ella es innegable! —exclama alguien.

Me volteo con determinación, fijando mi mirada en cada uno con ira, y coloco mi mano en el pecho.

¡SOY EMILIA! No soy otra, no importa cómo me vean. Juzgar a alguien por su apariencia es tan ignorante como falto de nobleza.

Sí, soy Emilia, finalmente lo he expresado a todos.

No soy un monstruo.

—Mi campaña propuesta se mantendrá siempre. Comenzamos en un pequeño pueblo y nos estamos expandiendo gradualmente.

Debo darlo todo.

—Como futura gobernante, estaré ahí para todos, sin importar su estatus o sus necesidades. Siempre brindaré apoyo, pues es mi deber como líder. —Frunzo el ceño, mostrando mi molestia—. Sin embargo, un gobernante que no se hace respetar nunca será adecuado. Por ello, exijo al gran consejo de ancianos que arresten al principal culpable. Un individuo como él no debería trabajar bajo la protección del noble dragón de Lugunica.

Mi corazón se quiere salir de mi pecho, decir todas estas palabras, actuar de esta forma es algo que nunca haría. Pero, se que es necesario.

El sabio en jefe hace una señal a Gildark, quien asiente y se lleva al hombre que inició todo esto. Sin oportunidad de decir una palabra, es escoltado y sacado del lugar.

Ahora, con alguien para cargar con la culpa, Marco no tendrá problemas.

Un silencio calmo envuelve el recinto, todos me miran mientras jadeo lentamente tras haber hablado tanto. Entre los caballeros, hay miradas de sorpresa acompañadas de algunas sonrisas.

Pero la sonrisa que más me reconforta es la de Marco. Al alzarme el pulgar y guiñarme el ojo, mi corazón se serena un poco.

—Señorita Emilia, nos disculpamos profundamente por los inconvenientes causados. Ha demostrado ser digna de portar el título de candidata, por lo que nos gustaría que culminase con su discurso —expresa aquel anciano que antes se mantuvo en silencio.

Aunque los demás no estén totalmente de acuerdo, no se oponen.

—¡Muchas gracias! —Inclino mi cabeza en agradecimiento, disculpándome por lo sucedido. Luego, me posiciono firme y continúo con determinación—. Mis palabras no carecen de fundamento. Mi objetivo es claro. Si no creen en mí por mi apariencia, si no creen en mi nombre, entonces les demostraré que deben creer.

—Irlam es un pequeño pueblo en los dominios del marqués Roswaal L Mathers, mi generoso patrocinador. Partiendo desde cero, hemos ido creciendo sin cesar.

Las personas comienzan a mirarse entre sí, pues ese nombre parece sonar familiar a algunos.

—La máquina a vapor, un invento creado y comercializado en Irlam, ha estado en boca de todos. Esa invención no fue ideada por un noble, ni concebida por un mago.

Apunto hacia Marco, haciendo que todas las miradas se posen en él.

—La persona presente aquí es la inventora de la máquina a vapor. Con su ingenio, ha demostrado que el potencial reside en las oportunidades. Todos tienen la oportunidad de crecer, de avanzar. Como sociedad, debemos anhelar seguir adelante y ser más fuertes. Para ello, necesitamos que todos trabajemos juntos.

Con mi mano en el pecho, agradezco el apoyo brindado por Marco y por todos los habitantes en Irlam.

El momento ha llegado, y ahora, con la determinación ardiendo en lo más profundo de mi ser, revelaré una de las más oscuras amenazas que ha acechado a estos reinos.

—El arzobispo del pecado del culto de la bruja, aquel ser que encarna la pereza y cuyo nombre resuena como un eco aterrador: Petelgeuse Romanee Conti, ha sido oficialmente erradicado de este mundo.

Lo siento, padre Guise. Se que lo que te sucedió fue por mi culpa, pero, se también que deseas que salga adelante.

Mis palabras, imbuidas de pasión y convicción, resuenan en el majestuoso recinto, y enseguida exclamo con fuerza, demostrando que mis palabras no son meros alardes sin fundamento:

—¡Fue derrotado por un grupo sin espadas, sin entrenamiento de caballería, por poco más de cuarenta personas! Juntos, aniquilamos una maldad que por generaciones había resistido cualquier intento de extirpación.

Las personas presentes comienzan a murmurar, sus expresiones mezclan sorpresa e incredulidad ante la inusual hazaña. Sin embargo, no cedo ante sus dudas. Mantengo mi mirada firme, con mis ojos brillando con determinación.

—Permítanme ser el puente que nos conduzca hacia un futuro más resplandeciente y próspero —proclamo, erguida con determinación.

Es el cierre de mi discurso, y lo hago con la certeza de que mis palabras llegarán a oídos sensibles.

No me arrepiento de mis acciones, aunque comprendo que los desafíos que enfrentaré serán enormes.

Tal vez debí haber dado este paso antes, pero el destino nos ha conducido hasta aquí.

Soy Emilia.

Una medio elfa de cabello plateado, una medio elfa que supuestamente se asemeja a la bruja de la envidia.

Pero más allá de las comparaciones y los estigmas, yo sé quién soy en realidad.

Sigo siendo Emilia, una fuerza viva dispuesta a tejer un nuevo camino para todos aquellos que, como yo, anhelan un futuro mejor.


Al término del discurso, mis ojos permanecen abiertos de par en par, sorprendidos ante la inesperada intensidad de las palabras de Emilia.

Aquello que ensayamos previamente se vio opacado por la autenticidad y pasión que emanó de su ser en este instante.

Observo la mirada satisfecha de Roswaal, intuyendo que este resultado estaba planeado por él desde el principio. Sin embargo, no me preocupa, pues sin importar lo que acontezca, estoy decidido a acompañarla hasta el final.

—Lo siento, supongo.

Beatrice se encuentra en mi pecho, pidiendo disculpas por su comportamiento anterior. Aunque la situación fue inesperada y estuvo a punto de poner en peligro nuestro contrato, no tengo el corazón para reprenderla.

Brilló con luz propia en este escenario, y eso me llena de orgullo.

—Tranquila, Betty. Brillaste como nunca, mi princesa —le aseguro, y ella asiente, comprendiendo mi apoyo inquebrantable.

Mi mente se centra en el próximo paso. Observo a los nobles que apoyaron a Emilia, pues ellos podrían convertirse en piezas valiosas para su causa.

Sin embargo, uno de los sabios refuta las palabras de Emilia, cuestionando la veracidad de su afirmación de haber acabado con el arzobispo con la ayuda de campesinos.

Emilia confirma la verdad de su declaración.

En este lugar, solo dos personas pueden discernir la verdad en su totalidad. Yo no soy uno de ellos, pero sé que no mentiré en ninguna circunstancia. Roswaal, señalado por Emilia, aporta su testimonio, sellando la credibilidad de su afirmación.

—He comprobado personalmente la veracidad de la información. Como marqués yo, Roswaal L Mathers, juro que todo lo expresado es cierto —asevera con solemnidad.

Ante la firmeza de Roswaal, no queda mucho más por decir. Sin embargo, solicita que la persona que estuvo presente y dio el golpe final al arzobispo hable.

La mirada de Reinhard se posa sobre mí con sorpresa, pero yo sonrío con calma. Bajo a Beatrice y tomo su mano con determinación. Ahora es el momento de mostrar mi verdadera fortaleza.

Frente a todos, sin titubear, me encamino hacia el centro.

Desconozco la razón detrás de los actos de Roswaal, pero comprendo que el contenido de su libro de la sabiduría cambiará si alguien más lo testimonia.

Sin tiempo para vacilar, mi deber impera y me arrodillo ante las candidatas y el consejo. En este instante, mi voluntad se funde con la de Emilia, dispuestos a enfrentar cualquier reto que el destino nos depare.

—Sube hacia nosotros para que podamos observarte con detenimiento —pide uno de los sabios con un tono serio.

Niego con la cabeza con humildad y respeto.

—Disculpen mi atrevimiento, pero no me atrevería a darle la espalda a las candidatas al trono de esa manera. Por lo tanto, solicito hablar desde esta posición.

Respetando las formalidades y reafirmando el error cometido por los nobles no les quedará otra que aceptar.

Gildark ordena con firmeza:

—Preséntate ante todos.

Desde mi posición, miro hacia adelante confiado. No hay rastro de temor en mí, pues sé lo que estoy haciendo.

—Alcalde del pueblo Irlam, inventor de la máquina a vapor, general del ejército de Irlam, mago espiritual de un gran espíritu y la persona que asesinó a un arzobispo del culto. Además, soy socio de la candidata al trono, Emilia.

Mi orgullo y determinación se reflejan en mi mirada mientras proclamo mi identidad.

—¡Soy Marco Luz!