Las Historias que no Conocemos.
Pasados unos segundos sin respuesta, puedo percibir movimiento desde el fondo del recinto. Un hombre corpulento y robusto emerge entre las sombras, recordándome a Rom, aunque más joven. Sus poderosos brazos parecen haber sido forjados para tareas pesadas mientras me observa con molestia desde su posición.
—La segunda entrada a tu derecha; toca cinco veces seguidas —indica el hombre antes de desaparecer nuevamente en las sombras.
Siguiendo al pie de la letra sus instrucciones, nos dirigimos hacia dicha entrada y repito los pasos indicados: toc, toc, toc, toc, toc.
Casi inmediatamente después, la puerta se abre revelando a un individuo musculoso con cabello blanco y ojos púrpura que reflejan una profunda experiencia vivida.
Este hombre nos examina detenidamente a mí y a Beatrice antes de concedernos acceso sin titubear. Al adentrarnos siento cómo aumenta súbitamente la temperatura ambiente.
El exterior resulta ser tan solo una fachada engañosa, pues una vez dentro de la casa se desvela un amplio pasillo de piedra que nos conduce hacia lo desconocido.
Caminamos en silencio siguiendo al hombre, quien ejerce el papel de nuestro guía.
—Tuvimos que huir; Baltazar sacrificó a su grupo para que pudiéramos quedarnos. Ahora vivimos en las sombras —dice el hombre con ira y decepción impregnados en su voz.
El ambiente está cargado con un olor desagradable, una mezcla nauseabunda de sudor, metal y carbón.
A mi alrededor se acumulan montones de piezas metálicas, cuchillas afiladas, espadas relucientes y cajas repletas de armas junto a desperdicios abandonados.
Sin embargo, esto no es lo que me interesa verdaderamente...
—El gremio de herreros de Lugunica ha logrado monopolizar la capital y, en general, la mayor parte de todo Lugunica. Se establecieron sucursales en todos los rincones y explotando a sus trabajadores sin piedad para cumplir con los pedidos —el hombre se voltea hacia mí, extendiendo su mano en un gesto firme.
Dudo por un instante, pero sin más opción que aceptar el saludo, estrecho su mano. El apretón es vigoroso y trato de no quedarme atrás.
—Ya sabemos quién eres; Baltazar nos envió una carta, pero hemos decidido esperar noticias más alentadoras. —El hombre me mira con ojos carentes de vida—. Soy Brimar, un hombre despojado de sus triunfos pasados.
Él libera mi mano y abre la última puerta, revelando lo que parece ser un sótano. Descendemos por las escaleras y la temperatura se vuelve cada vez más intensa.
Los golpes metálicos resuenan nítidamente a medida que avanzamos escalón tras escalón.
—Somos personas expulsadas por la burocracia; sin otra alternativa viable, decidimos dedicarnos a vender armas a ladrones mientras nos mantenemos ocultos en las sombras —explica Brimar.
Una vez llegamos al fondo del sótano, puedo ver claramente la escena ante mis ojos: nueve individuos están presentes junto al fornido hombre que me trajo hasta aquí, siendo diez. La sala está repleta de yunques y hornos ardientes que emanan un calor sofocante.
Vivir bajo estas condiciones debe ser agobiante.
—¿Tú eres aquel quien luchó contra los caballeros? —pregunta Brimar, fijando su mirada en mi rifle.
Las noticias se han propagado rápidamente; el hecho de que los sirvientes hayan presenciado mis enfrentamientos ha vuelto imposible mantener la discreción. Además, existe la posibilidad de que todo haya sido planeado para convertirme en un enemigo de estas personas.
Parece que estos hombres desprecian a los caballeros, lo cual podría ser una ventaja para mí.
—Sí, les di una lección. —Sonrío ligeramente, provocando que Brimar me observe con seriedad.
—¡JAJAJA! —exclama Brimar riendo con fuerza—. Una vecina corrió la voz sobre eso; las personas no le creyeron al principio, pero parece ser cierto. Marco Luz, socio de la candidata medio elfa.
Brimar parece estar complacido por esta revelación y las demás personas dirigen sus miradas hacia mí mientras se levantan y se acercan sonriendo. Aunque todos ellos son adultos ya, su aspecto deja mucho que desear: sucios y malolientes hasta el punto de resultar nauseabundos incluso para Beatrice.
La forma en que las noticias se propagan asegurará que los rumores crezcan hasta llegar a un punto en el que, incluso si no les creen inicialmente, no les quedará más opción que difundirlos.
Será un golpe contundente al orgullo de los caballeros.
Todos hablan simultáneamente, impidiéndome cualquier intento de comprender sus palabras. Extiendo mis manos para detener su cacofonía y, en cuestión de segundos, todos caen en silencio.
—He venido aquí por una única razón. —Muestro mi rifle—. He venido a ofrecerles la oportunidad de vengarse.
Apunto con mi arma hacia una pared y todos se apartan rápidamente. Un estruendo ensordecedor llena la habitación cuando disparo; las personas se cubren los oídos y experimentan un momento de temor.
Luego dirigen sus miradas hacia el origen del sonido mientras una leve estela de humo escapa del cañón del rifle. Sin embargo, señalo hacia la pared impactada.
No tengo tiempo que perder; pronto tendremos que dirigirnos hacia Crusch.
—Estoy construyendo mi propia ciudad; por ahora somos solo un pequeño pueblo —explico con determinación—. Pero con esta arma diseñada por mí y construida por Baltazar hemos logrado exterminar al culto de la bruja, eliminando a uno de sus arzobispos.
Los herreros observan atentamente cómo me dirijo hacia la pared para ver cómo la bala atravieso todo a la vez de formando un pequeño cráter. Se llenan de temor al contemplarlo, pero rápidamente comprenden mis palabras.
—Les pagaré de manera justa; les proporcionaré comida y vivienda. Mejoraremos sus condiciones de trabajo y, sin duda alguna, mejorarán sus vidas. —Aprieto mi puño, mostrando mi determinación—. Somos un pueblo en crecimiento. Esta es la única oportunidad que tendrán para progresar. Si desean vengarse, solo podrán hacerlo junto a nosotros.
Ellos deben saber ya que soy el creador de la máquina a vapor; ya conocen la existencia de Irlam. Supongo que solo necesitan un poco de motivación.
—Dejen atrás este lugar sombrío y adéntrense en la luz, donde trabajarán y serán reconocidos como verdaderos artesanos. Realizarán hazañas nunca vistas; mejoraremos y crearemos tantas cosas que el gremio de herreros de Lugunica se rendirá ante nuestros pies.
Aunque no dicen palabra alguna, sus rostros aún reflejan pesadumbre debido a una razón evidente.
El crecimiento desmesurado del gremio se debió a la monopolización de la producción de acero.
El hierro quedó relegado a labores simples, sin lugar en un mundo donde el acero era el protagonista indiscutible. Ese fue el punto clave que llevó al declive de todos los demás gremios.
Pero las cosas ya no son como solían ser.
—Sé cómo producir acero. —Dibujo una maliciosa sonrisa mientras ellos me miran con expresiones cargadas de sorpresa—. El gremio de Lugunica no es el único capaz de hacerlo, pero ese no es mi objetivo. Nuestro acero será superior al suyo, forjado con maestría y perfección.
Sí, cuando logre fabricar hierro forjado podré iniciar los procesos para obtener acero; a partir de ahí, solo será cuestión de reciclar y mantener la pureza del metal intacta.
No obstante, necesito personas capaces que guíen a los obreros en este proceso delicado.
Todos estos individuos fueron líderes en sus respectivos gremios; se vieron obligados a cerrar sus puertas, pero nunca desperdiciaron su tiempo ni dejaron marchitar sus habilidades.
—Baltazar los ha recomendado y aquí estoy yo por esa misma razón —continúo hablando mientras observo sus rostros mudos—. Si desean tener la oportunidad de vengarse, deberán venir a Irlam. Solo allí encontrarán un nuevo comienzo bajo un nombre renovado.
Los hombres me miran sin pronunciar palabra alguna; solo se escucha el chisporroteo proveniente del calor abrasador emanando desde los hornos. Intercambian miradas cargadas de duda y temor.
—El arma que he diseñado es capaz de vencer a caballeros sin problemas; la máquina que creé mejora la eficiencia de cualquier proceso y permite realizar tareas semiautomáticas. —Entrego un saco a Brimar, revelando así mis intenciones—. Dentro encontrarán diez monedas santas, veinte de plata y una de oro.
Ellos se apresuran a examinar el contenido del saco, confirmando su valioso tesoro.
—Pueden partir cuando lo deseen; solo traigan consigo aquello que más atesoren, el resto no es necesario. —Les doy la espalda mientras comienzo a subir las escaleras en dirección opuesta.
—Si desean venganza, si anhelan progresar, si sueñan con presenciar cómo los herreros nos observan desde abajo cuando hayamos alcanzado la grandeza... entonces les espero en Irlam con los brazos abiertos.
Sin decir una palabra más, nos alejamos del lugar. Beatrice parece sentirse más cómoda al respirar el aire puro y yo también.
La verdad es que no podría soportar ni un minuto más en ese ambiente sofocante y mal oliente.
—¿Por qué les diste tanto dinero? ¿No hubiera sido mejor enviar carruajes para llevarlos a Irlam? —Beatrice dirige su mirada hacia un puesto de comida y nos acercamos a él.
Compramos unas brochetas de fresa y varias frutas, caminamos de vuelta a la mansión, así podemos ir con calma.
Los herreros son personas orgullosas, pero también leales; fueron líderes abandonados por su gente y se mantuvieron fieles a sus principios hasta el final.
Brindarles una oportunidad es mejor que dejarlos sumidos en la miseria.
Ellos no tienen cómo empezar de nuevo con ese dinero en Lugunica; podrían marcharse, pero seguirían enfrentándose a dificultades.
El reconocimiento que estamos obteniendo es un factor clave: el discurso de Emilia, mi pelea personal contra el culto... Hoy me otorgaran el título de barón, lo cual permitirá que las noticias sobre nuestra victoria ante el culto se propaguen aún más.
Todo esto gracias al golpe explosivo; no pudieron ocultar la información debido al poderoso discurso de Emilia y al apoyo del sabio jefe Miklotov, quien hizo posible recibir un premio justo.
—Al darles dinero, ellos se sentirán en deuda con nosotros —concluyo mientras saboreo la última fresa—. Si tienen lo necesario para tomar sus pertenencias y apostarlo todo por esta oportunidad, estaré orgulloso de recibirlos. Si no lo hacen, entonces simplemente no los necesito.
Esta es la mejor manera de filtrar a las personas; si verdaderamente anhelan venganza, harán todo lo que esté en su poder para obtenerla. Y si tienen el coraje suficiente para unirse a nosotros, harán cualquier cosa que les pida.
Beatrice parece entenderlo, pero su atención es capturada por una tienda donde un dibujo negro en forma de libro adorna el tablón de madera.
Sus ojos se iluminan con un destello de recuerdo, recordándome algo que prometí y se me había olvidado por completo.
Entramos a la tienda y una pequeña campanilla cuelga sobre la puerta, produciendo un sonido agradable. Una joven nos mira con sorpresa y realiza una reverencia mientras nuestros ojos exploran el lugar.
Los estantes están perfectamente ordenados y los libros parecen ser cuidados con esmero. Sin embargo, llama mi atención la gran cantidad de ejemplares presentes en el establecimiento.
Mientras Beatrice busca entre las estanterías, decido entablar conversación con la encargada.
La mejor manera de hacer negocios es involucrarse en los problemas de los demás. La capital es sin duda alguna una fuente inagotable de riqueza, pero también está plagada de una competencia feroz que hace que los negocios abran y cierren constantemente.
La chica me mira con una sonrisa forzada; su rostro pálido y sus ojeras indican claramente que ha estado sometida a altos niveles de estrés últimamente, lo cual ha afectado su sueño.
Sus cabellos azul celeste contrastan llamativamente con sus ropas desgastadas.
El mercado del libro siempre está repleto normalmente, lo cual implica que los precios fluctúen constantemente.
Pero también significa que elegir bien el lugar para comprar puede ser crucial; un mercado frutal no resulta idóneo para adquirir libros ya que uno generalmente no va cargado hasta arriba cuando planea realizar tal compra literaria.
Además, esta zona no goza precisamente de prosperidad, por lo que no es de extrañar su falta de clientes.
—Me gustaría adquirir varios libros. —Sonrío, intentando ser cordial.
Los ojos de la chica se iluminan y ella inmediatamente endereza su postura mientras me observa con alegría.
—Entendido. Una vez los coloque en el mostrador, le daré el total, señor —explica con cierta desesperación mientras parece respirar con dificultad.
—¿No recibe mucha clientela? —inquiero curioso.
Ella rápidamente se da cuenta del exceso de emoción en su respuesta inicial y tose ligeramente para calmarse. Luego dirige una mirada decepcionada hacia la tienda antes de responder:
—Es una mala zona; alquilé este lugar debido a su precio conveniente, pero los clientes rara vez aparecen. Además, los libros son bastante antiguos. No obstante, quise crear esta biblioteca; fue la herencia que mi abuelo dejó y decidí ponerla a la venta para financiar mi vida mientras...
La joven se detiene abruptamente cuando percibe que está compartiendo detalles íntimos sobre su vida ante un desconocido. Se avergüenza rápidamente y guarda silencio.
—¿Hay algo más que deseas hacer? —pregunto con tono curioso.
Si ha confiado lo suficiente como para hablar así, supongo que está dispuesta a contarlo todo.
Justo cuando la chica está a punto de hablar, Beatrice aparece repentinamente.
—¡Marco! —exclama Beatrice corriendo hacia mí con un libro en sus manos. Su rostro iluminado revela que ha encontrado algo que le gusta—. Mira, es como las historias que me cuentas.
Con entusiasmo, ella me entrega el libro titulado "Un amor de lamentos". A simple vista parece ser una historia melancólica y triste. Intrigado, abro el libro para explorarlo. En lugar de encontrar una sinopsis o cualquier otra información inicial, lo primero que se despliega ante mis ojos es el índice seguido del primer capítulo.
—Trata sobre una princesa que se enamora de un príncipe de una nación opuesta —explica la chica con un suspiro cargado de desmotivación.
—¿Has leído todos los libros en este lugar? —pregunto curioso.
Ella asiente con la cabeza mientras toma suavemente el libro de mis manos y avanza directamente hacia la última página donde solo aparecen los agradecimientos del autor: Helena Grandheart.
—¿Eres tú? —inquiero sin poder evitarlo.
No hay otra razón por la cual alguien enseñaría los agradecimientos tan abruptamente; empiezo a comprender lo que ocurre aquí.
Comienzo por explicarle a la joven mis pensamientos mientras conectamos las piezas del rompecabezas.
Ella desarrolló un interés por la lectura gracias a su abuelo y probablemente enfrentó dificultades después de su fallecimiento, viéndose obligada finalmente a vender su colección personal. Tal vez aprovechó esa situación para aprender a escribir y comenzar una nueva vida basada en su pasión por las letras.
Es increíble la diversidad de mundos que existen entre las páginas de los libros.
La chica abre sus ojos con sorpresa, confirmando así mis sospechas.
—¿Nos conocemos? —pregunta temerosa mientras intenta analizarme detenidamente, buscando rastros familiares en mi rostro.
Yo niego su suposición, lo cual provoca que ella retroceda unos pasos con cautela.
—Bueno, digamos que he conocido a personas en situaciones similares a la tuya, por lo que fue fácil deducirlo —respondo con calma. A través de un análisis sencillo, puedo vislumbrar los detalles más obvios de su situación.
—Mi abuelo no ha fallecido, pero tus suposiciones son bastante acertadas —admite ella.
Explica que su abuelo está enfermo y necesita vender sus preciados libros para costear el tratamiento médico necesario. Al observar su rostro preocupado, comprendo que la situación no es nada favorable.
Dirijo mi mirada hacia Beatrice en busca de apoyo y complicidad
Ella asiente con una sonrisa enigmática como si ya hubiera decidido el camino a seguir.
—Tengo una propuesta para ti —anuncio sin rodeos.
Ahora que tengo frente a mí a alguien deseoso de dedicarse a escribir, puedo iniciar mis proyectos personales; sí, me refiero al periódico local.
Lo primero será conseguir papel adecuado para imprimir nuestras publicaciones y eso requerirá establecer negociaciones en Irlam con Anastasia. Sin embargo, mientras tanto podemos utilizar papel común; lo importante es comenzar la industria de impresión masiva.
La curiosidad brilla en los ojos de la joven ante mis palabras directas e intrigantes.
—Quiero ofrecerte trabajar para mí; así podrás hacer lo que amas y recibirás una remuneración adecuada por ello. Además, me comprometo personalmente a cubrir todos los gastos del tratamiento médico necesario para curar a tu abuelo.
Sé que la mejor manera de asegurar la lealtad de las personas es ofreciendo ayuda en momentos difíciles. Aunque existe el riesgo de traiciones, este se reduce considerablemente cuando alguien tiene una deuda pendiente con nosotros.
—Dependerá de los límites que establezcas y de la confianza que deposites en mí —respondo, notando su desconfianza palpable.
—¿Quién eres tú? —me pregunta con cierto escepticismo.
—Soy Marco Luz, un placer conocerte —respondo con cortesía mientras realizo una leve reverencia—. Soy el alcalde de Irlam, un pueblo en pleno crecimiento.
La joven me mira con desconcierto, lo cual me hace comprender que no está al tanto de lo sucedido.
—Permíteme ver a tu abuelo —solicito con amabilidad y empatía hacia su situación desesperada.
Ella accede confiada y abre el mostrador del local.
Supongo que se encuentra tan angustiada que está dispuesta a intentar cualquier oportunidad mínima para ayudar a su abuelo.
Subimos juntos las escaleras hasta llegar a una habitación donde se percibe un olor nauseabundo a podredumbre. Hago acopio de mi voluntad para contener las náuseas, pero Beatrice reacciona inmediatamente tapándose la nariz.
—Huele peor incluso que tú —afirma ella con expresión de repulsión.
El comentario me resulta doloroso e inesperado, es algo que no puedo evitar cuando el miasma sale de mí.
Me acerco al anciano, quien muestra signos evidentes del paso del tiempo en su rostro arrugado y cabello blanco y frágil. La chica se apresura en auxiliarlo rápidamente cuando descubro que ha tenido un accidente fisiológico repentino.
—Aun si logramos curarlo, dudo mucho que le quede mucho tiempo de vida —murmuro con pesar.
—Lamento que tengas que presenciar esto —se disculpa inclinándose en señal de respeto.
La tomo suavemente por los hombros y la levanto, buscando transmitirle consuelo en medio de la tristeza.
—No te disculpes, todos llegaremos a esa edad si la vida nos lo permite. Nunca juzgaré a los ancianos porque también llegaré a ser uno. Hay cosas que escapan a nuestro control y esta es una de ellas.
Salimos brevemente de la habitación para permitirle limpiar el desorden y abrir las ventanas para airear el ambiente viciado.
—Mi abuelo duerme durante horas, come, pero le cuesta mucho hacerlo —explica ella mientras regresamos al interior del cuarto.
A simple vista, no noto nada inusual o extraordinario en su estado físico.
Beatrice se acerca al anciano y coloca su mano sobre su cabeza, irradiando una pequeña luz azul tenue. Observo detenidamente sus arrugas profundas, su cabello blanco y frágil, así como las manchas en su rostro marcadas por el paso del tiempo.
Después de unos segundos, Beatrice me mira con gesto negativo al ladear la cabeza dos veces.
—En realidad no tiene ninguna enfermedad —afirma con convicción.
No sé hasta qué punto llegan los límites curativos de la magia poseída por Beatrice; quizás alguien como Félix sea capaz de obtener más información al respecto.
Pero por ahora no tengo acceso a él ni a sus habilidades especiales. Además, enfrentarse a esta situación sin solución aparente requeriría un esfuerzo considerable.
El semblante de Helena se desdibuja, y en sus ojos se vislumbra un rastro de incertidumbre mientras me escucha hablar. Siente la necesidad de comprender sus palabras, como si buscara respuestas en lo más profundo de su ser.
—Este hombre no padece ninguna enfermedad, sino que se encuentra en una edad avanzada —afirmo con calma, sintiendo cómo su mirada perdida se transforma en una lucha desesperada por no aceptar la cruel realidad que enfrenta.
Helena parece ser consciente de la situación, pero su corazón se resiste a aceptarla.
—¡No digas semejante cosa! ¡Eres un estafador! —exclama con vehemencia, sujetándome con fuerza de la chaqueta. Sus palabras, llenas de angustia, se desatan como un vendaval.
Pero yo mantengo mi serenidad, consciente de que debo ser firme en mis convicciones.
Las lágrimas comienzan a brotar de sus ojos mientras golpea el suelo con impotencia. La fragilidad de su figura revela el impacto de la difícil situación económica que enfrenta, evidenciando su deterioro físico y emocional.
—Cada cuerpo emana una energía única y con la edad, esa energía se va diluyendo de hecho —explica Beatrice, buscando ofrecer una explicación a lo que está sucediendo.
Los espíritus ven el mundo de manera distinta a nosotros, la vida y la muerte, incluso, estoy convencido de que perciben el miasma, guardándolo en secreto. Al fin y al cabo, ellos están compuestos de maná, lo que le otorga una perspectiva diferente a la nuestra.
—El anciano ha vivido muchos años, pero pronto...
Helena intenta aproximarse a Beatrice, pero la detengo con suavidad, mirándola con compasión.
—Vive los últimos días con tu abuelo, toma —le ofrezco veinte monedas de oro, lo cual la sorprende.
Sus lágrimas continúan fluyendo mientras sostiene con fuerza las monedas. Es una pequeña inversión para cumplir con mis objetivos, después de todo, este dinero pertenece a Roswaal. No me duele gastarlo.
Así podrá comprobar con los curanderos que quiere, y ver que no hay más que hacer.
Le entrego una tarjeta de metal, un objeto que he diseñado para identificar a las personas que recomiendo. Esto facilitará su travesía, ya que los guardias no pondrán obstáculos en su camino.
—Gracias... —susurra Helena, agradecida.
Con Beatrice a mi lado, me dirijo hacia la puerta mientras ella permanece en el suelo, sosteniendo con devoción las monedas.
—Si dudas, puedes preguntar por ahí. Estoy seguro de que alguien sabrá sobre mí. Si lo que realmente deseas es cumplir tus sueños, entonces toma esa decisión por ti misma —aconsejo antes de partir.
La incertidumbre y el dolor marcan su rostro, pero sé que ha recibido una chispa de esperanza. La elección está en sus manos, y solo el tiempo dirá si tomará el camino que le ofrezco.
De todas formas, es de vital importancia que llegue con una determinación inquebrantable para superar cualquier adversidad. Solo el tiempo revelará qué acontecerá.
Antes de cerrar la puerta, añado un último comentario
—No obstante, te recomendaría no venir esta semana o al menos hasta recibir noticias importantes. Es solo por precaución.
Concluyo mi visita y salgo del lugar en compañía de Beatrice, quien sostiene entre sus manos un único libro.
—¿Te llevaste el libro que ella escribió? —pregunto sorprendido al ver que la portada es idéntica.
Beatrice asiente mientras acaricia el tomo con ternura.
—Se asemeja a las historias que me cuentas, supongo. Me pregunto cuál será su desenlace de hecho.
En verdad me intriga descubrirlo también; admito haber quedado perplejo ante ese giro inesperado. Me pregunto si tendremos la oportunidad de volverla a ver... Quizás con las monedas de oro pueda emprender otro rumbo.
Sin embargo, a veces resulta más acertado dejar esa decisión en manos de los demás: si alguien desea forjar un vínculo o entablar una conversación... Eso es lo mágico: cada persona encierra una historia aún no leída, como un libro oculto esperando ser descubierto.
Es apasionante cómo en cuestión de minutos hemos sido testigos de situaciones tan intensas y emotivas; verdaderamente hemos presenciado un amor puro como el que Helena siente por su abuelo...
Una vez llegamos a la mansión, veo que todos están listos y las carrozas esperan ansiosas para partir de una vez por todas. Aunque sea mediodía, supongo que podré disfrutar de un refrigerio en el camino.
Emilia me recibe al atravesar los portones principales. Sale corriendo hacia nosotros con su atuendo militar impecable. No puedo evitar admirar lo bien que le queda; sin embargo, se muestra avergonzada cuando nuestros ojos se encuentran... Parece haber recordado todo.
—Buenas tardes, princesa. —Le sonrío maliciosamente, burlándome gentilmente.
Ella se detiene en seco y cubre su boca mientras sus mejillas adquieren un tono carmesí intenso. Sus ojos buscan desesperadamente algún rincón donde esconderse. Pero no hay tiempo que perder.
Continúo caminando adelante, dejándola junto a Beatrice.
—Dejemos lo ocurrido atrás y sigamos adelante —comento con determinación.
Los soldados también salen preparados con sus maletas para acompañarnos a Crusch. Los sirvientes organizan el equipaje rápidamente y en cuestión de minutos estamos listos para iniciar nuestro viaje.
Lucas se coloca a mi lado y me mira seriamente.
—Hemos enterrado al último...
Finalmente he obtenido información valiosa que me permite vislumbrar dos posibles escenarios futuros: eso significa que debo investigar más para obtener pruebas contundentes... Para poder anticiparme al futuro creado por Roswaal...
—Buen trabajo —le respondo complacido.
Sin más dilación, subimos a las lujosas carrozas y emprendemos el viaje hacia la majestuosa mansión de Crusch. Emilia parece haber recobrado la calma, pues conversa tranquilamente con Beatrice.
Esta última muestra su libro con orgullo, lo que provoca una animada charla entre ambas.
Ahora que estamos aquí, debo asegurarme de hacer todo correctamente. Crusch posee un agudo discernimiento para detectar mentiras incluso mejor que Puck.
No puedo permitirme ceder ante la presión; después de todo, ella es una candidata al trono y cada paso debe ser meditado cuidadosamente.
Ayudarla o no ayudarla... Permitir su muerte o luchar junto a ella... Al final, sé que Emilia elegirá brindarle apoyo, por lo que no tendré otra opción. Sin embargo, si fuera yo quien estuviera en esa situación, consideraría dejarla morir como la mejor opción.
Claro está que eso afectaría considerablemente mi economía personal; tendría que buscar nuevos proveedores mientras la familia Karsten se recupera del golpe sufrido. Pero eso no importa ahora mismo; manejar los asuntos relacionados con Crusch debe convertirse en mi principal prioridad.
Ya sea si vive o muere... Eso queda por verse.
Después de poco más de una hora llegamos a nuestro destino deseado: la mansión de Crusch.
He realizado algunas modificaciones en el reloj personalizado dividido en veinticuatro horas; sin embargo, aún estoy evaluando qué tan bien funciona y es probable que realice algunos ajustes antes de comercializarlos oficialmente.
Es absurdo carecer de franjas horarias adecuadas; medir el tiempo en horas y minutos solo es posible si realizo las modificaciones adecuadas. Es una herramienta útil que necesito para mi trabajo
A partir de ahora, el tiempo se medirá siguiendo esta lógica renovada.
La carroza se detiene y unos sirvientes la abren desde afuera. Al descender, vislumbro una mansión descomunal que hace palidecer a la residencia de Roswaal.
Emilia y yo observamos admirados mientras nuestros ojos recorren los cuatro pisos del edificio, un límite sin precedentes en cuanto a diseño arquitectónico.
Una enorme terraza con dos majestuosas fuentes adorna sus laterales; torres de vigilancia se alzan imponentes a lo lejos. Además, puedo distinguir varias carrozas estacionadas en la terraza: señal inequívoca de que efectivamente se están preparando para enfrentar a la ballena.
