Crear un Camino.

Me alejo caminando hacia la habitación de Emilia para pasar tiempo con ambas. Después de cenar, deciden regresar a la habitación ya que están completamente cautivadas por la historia.

—Es sumamente interesante, además de que Betty lee con gran belleza —Emilia sonríe mientras es halada por Beatrice.

Ambas lucen radiantes y estoy contento de haber ido a esa librería. Espero que Helena también esté bien; es lo mínimo que puedo hacer por ella.

Me dirijo a mi habitación con la intención de descansar, pero antes de bajar las escaleras soy detenido.

—Marco —llama Crusch, haciendo que me gire hacia ella.

Ella luce un vestido negro femenino con partes transparentes que realzan su belleza. Un contraste perfecto para su cabello verde suelto. Es una forma de mostrar confianza, aunque incluso si yo quisiera, dudo poder hacerle algo en este momento

—¿Te importaría acompañarme a charlar un rato? —Crusch sonríe cordialmente invitándome.

Asiento sin dudarlo y la sigo hasta un balcón donde hay una pequeña mesa decorada con una botella de vino y dos copas.

—¿Te gustaría tomar un poco? —pregunta Crusch mientras sirve el vino en una copa.

—Es todo un honor ser servido por alguien como usted. —Sonrío aceptando la copa.

Aprecio el aroma del vino, percibiendo su dulzura mientras muevo levemente la copa para analizar su consistencia.

—Este vino es propio de la familia Karsten. —Crusch me mira mientras observa su copa—. Es mi favorito.

Inclina ligeramente el brazo que sostiene su copa e incita a hacer lo mismo.

Choco mi copa contra la suya mientras mantengo mi sonrisa.

—Brindemos por las acciones que nos han permitido conocernos. —Tomo un leve sorbo, quedando maravillado por el dulce sabor del vino. Realmente es de una calidad exquisita.

—Es curioso cómo llamas al destino —Crusch toma otro sorbo, disfrutando tranquilamente de su bebida.

Niego con la cabeza en desacuerdo.

—Algo como el destino no existe; fueron nuestras acciones, las acciones de cada persona en este mundo las que han construido nuestro encuentro. —La miro directamente a los ojos mientras sonrío—. Fue la voluntad de todos y cada uno de los seres en este vasto mundo lo que ha hecho posible nuestro primer encuentro, y por supuesto, esta conversación aquí y ahora.

Tomo otro sorbo del vino mientras contemplo la luna, radiante en el cielo nocturno, bañándonos con su cálida luz.

—En mi opinión, es una hermosa manera de verlo. Mucho más significativa que simplemente atribuirlo al destino.

Mis palabras hacen que Crusch se detenga por un momento. Ella me mira durante unos segundos antes de sonreír y suspirar levemente.

—El esfuerzo conjunto... —Crusch cierra los ojos brevemente— Ya veo... sin duda alguna, esa perspectiva resulta mucho más gratificante.

Asiento, asimilando sus palabras mientras tomo otro sorbo del vino.

—¿Hay alguna razón específica por la cual quisiste compartir este momento conmigo? —pregunto mientras observo cómo ella contempla su copa detenidamente.

Ella me mira a los ojos fijamente sin apartar su intensa mirada.

—Lo dijiste tú mismo —Crusch responde con seguridad—. Quiero conocerte mejor.

Sus ojos afilados pero hermosos me cautivan por un instante. La belleza de Crusch es innegable, especialmente por su aura madura e inteligente. De alguna manera, siento una conexión con ella, aunque eso no sea realmente importante para mí.

Ganar su confianza y obtener información relevante es lo que verdaderamente importa en este momento. Necesito saber cuánto sabe sobre la historia de Lugunica; al ser un Karsten, debe estar enterada de los secretos ocultos tras el contrato con el dragón.

Seguramente hay una razón más profunda detrás de su deseo egoísta de romper ese pacto.

—Entiendo... supongo que esta ocasión es propicia antes de enfrentarnos a una gran bestia —suspiro mientras sonrío y tomo otro sorbo del vino.

Crusch sonríe como si mi pequeña broma realista le hubiera agradado profundamente.

—Incluso en los momentos más oscuros se puede disfrutar de un buen vino —responde, su mirada perdida en la luna. Por un instante, percibo una pizca de nostalgia en ella.

Crusch se gira hacia mí y me observa como si estuviera viendo algo más allá de mi presencia. Intento romper el silencio, pero parece que Crusch está atrapada en sus pensamientos.

—Crusch —la llamo para devolverla a la realidad.

—Disculpa, estaba sumida en mis propios pensamientos —ella responde, volviendo a tomar otro sorbo mientras contempla la botella de vino.

—¿Sucede algo? —pregunto con curiosidad.

—Simplemente recordé a alguien que se te asemeja; no exactamente igual, pero sí en tu forma de expresarte —dice Crusch sin dar demasiados detalles.

No tengo mucha información sobre ella ya que nunca profundicé mucho al respecto durante mis investigaciones sobre la novela. No sé exactamente a quién o qué se refiere.

Crusch continúa hablando después de un breve momento.

—Marco, eres alguien peculiar —afirma mientras me mira fijamente.

—Vaya... eso es una extraña manera de conocer a alguien —comento con una sonrisa irónica. Ella también sonríe brevemente antes de volver su expresión seria nuevamente.

—Permaneces tranquilo incluso ante las situaciones más precarias; piensas tan estratégicamente como para manipular las intenciones de los sabios y has logrado enfrentar a uno de los caballeros más fuertes del reino —observa detenidamente cada palabra que pronuncia.

—Bueno, Julius se contuvo bastante —respondo con modestia.

Si Julius hubiera ido a matarme, seguramente habría perecido sin remedio. Quién sabe cuántas vidas me llevaría derrotarlo.

—Eso no es lo importante; tu objetivo era mostrar tu fuerza para atemorizar a tus enemigos —afirma Crusch con seguridad.

Ha dado en el clavo, pero no me sorprende en absoluto.

—Has creado la máquina de vapor, el rifle y los cañones, también eres un comerciante excepcional con conocimientos vastos en una amplia gama de temas —continúa Crusch enumerando mis logros con admiración—. Eres elocuente y tranquilo, tu talento mágico es innegable. Posees un gran espíritu como tu contratista, Irlam también, que ha florecido bajo tu liderazgo. Además, has creado ese material revolucionario para construcción y has forjado un ejército formidable que ha luchado contra el culto de la bruja.

Me quedo boquiabierto ante la impresionante lista de logros que ella menciona ahora. Tantas cosas sobre mí que desconozco cómo responder adecuadamente a sus palabras.

Crusch prosigue sin detenerse:

—Derrotaste a un arzobispo y a varios miembros de su séquito; tus habilidades estratégicas son notables según lo que he observado. Puedes mantener conversaciones fluidas sin caer presa del nerviosismo. Eres perspicaz e incluso posees una apariencia física atrayente. —Sus ojos siguen penetrando profundamente los míos mientras habla—. Si fueras tú quien se postulará al trono... sin duda...

Mis ojos se abren sorprendidos por la avalancha de palabras que escapan de sus labios.

Me encuentro atónito ante las numerosas cualidades que destaca en este momento. Son tantas cosas que me quedo sin saber qué decir.

Sin embargo, entiendo perfectamente su intención subyacente tras esa pregunta anterior en el jardín: A los ojos de Crusch, represento una amenaza latente que requiere extrema precaución.

—Afortunadamente, siento que ambos podríamos llevarnos bien. —Sonrío, tratando de aliviar la tensión en el ambiente—. Puedo tener mis ambiciones, pero también soy capaz de reconocer lo que me rodea, y eso es precisamente lo que me ha permitido lograr tantas cosas.

Miro a mi alrededor y reconozco las piedras aún sin pulir. Si Crusch y yo formáramos un dúo en busca del trono, estoy seguro de que podríamos conquistar mucho más que Lugunica.

—Ser rey no implica gobernar en solitario —explico con calma—. El Consejo de Sabios tiene un poder inmenso cuando se trata de tomar decisiones políticas.

Este mundo es más intrincado y político de lo que parece; aunque el rey tome decisiones, estas pueden ser fácilmente desestimadas por los sabios.

Continúo argumentando:

—Si llegáramos al trono juntos, puedo asegurarte de que ambos podríamos sacar provecho para cumplir tus objetivos. Sería como un renacimiento político: una reina y una vice reina tomando decisiones conjuntas.

Las decisiones de la reina mantendrían su importancia sobre las demás, pero a su vez no se subestimarían las opiniones del otro. Esto dificultaría la manipulación por parte del Consejo.

Al explicarle mis pensamientos a Crusch, ella queda sumida en profunda reflexión durante unos segundos.

—Al decirlo así, suena como si ya hubieras considerado esta posibilidad —comenta mientras sus ojos escudriñan los míos con mayor intensidad.

Sonrío, confirmando sus sospechas.

Sí, aunque yo pueda salirme de tus expectativas, eso no significa nada peligroso para mí.

Después de todo

Tu no has escapado de las mías.

—Cada uno tiene su manera de abordar las cosas. Decidí formar una alianza contigo porque compartimos el mismo objetivo. —Termino mi copa y nos sirvo vino a ambos—. En mi opinión, esta alianza nos brindará la facilidad de alcanzar lo que deseamos.

La unión de Emilia y Crusch, dos mujeres con ideales similares, puede dar lugar a una fuerza indomable.

Sin duda alguna, veo que es posible.

—Hablaremos más sobre esto después de enfrentarnos a la Ballena Blanca —dice Crusch con una sonrisa coqueta mientras me mira directamente a los ojos—. Si eso significa poder tenerte a mi lado...

—Sería un honor sin igual —respondo sinceramente.

Seguimos bebiendo y conversando sobre las máquinas de vapor y el desarrollo industrial. Omití mencionarle el proceso de producción del acero, pero sí le hablé sobre el hierro forjado, capturando su atención por completo.

Llegamos a un acuerdo para enviar todo el hierro extraído en sus minas hacia nuestra fábrica para ser convertido en lingotes; solo si se comprueba la calidad del hierro forjado.

De ser así, absorberemos toda su producción y les dejaremos encargados exclusivamente de fabricar armas, bajo la condición de incluir el nombre "Irlam" en sus marcas distintivas.

Después de terminar la noche, me retiro a mi habitación para descansar plenamente mientras Beatrice y Emilia se quedan leyendo tranquilamente.

La mañana siguiente transcurre sin incidentes destacables hasta llegar al momento esperado: el banquete que precede al ataque, que se celebrará esta noche. Los invitados, todos ellos caballeros en busca de gloria o venganza por sus seres queridos, están a punto de llegar.

Visto mi uniforme militar y me encuentro frente a mis soldados, quienes esperan órdenes con disciplina y determinación.

—Soldados, espero que den lo mejor de sí mismos. Manténganse calmados en todo momento y no olviden demostrar su valía —les digo con firmeza.

—¡Sí, mi general! —exclaman al unísono mientras realizan un saludo militar.

Pasados unos minutos, las majestuosas puertas del recinto se abrieron para dar paso a una multitud de personas, ancianos caballeros ataviados en imponentes armaduras.

Todos permanecen serios, mientras el lugar sigue llenándose con la presencia de los presentes.

Durante varios minutos, analizo a cada individuo, sintiendo ciertas miradas de desprecio que, en ocasiones, se entrelazan con desaprobación y murmuros al verme.

Sin embargo, yo conservo mi sonrisa, aguardando pacientemente a que Crusch tome la palabra.

Crusch se alza en una tarima, captando la atención de todos los presentes. Tras una breve presentación, comienza a describir la estrategia, mencionando las habilidades de la ballena blanca y los riesgos que enfrentamos.

—La ballena blanca es un oponente formidable, pero gracias a la información obtenida por la campaña de la candidata Emilia, hemos logrado establecer una estrategia —explica Crusch, provocando sorpresa y susurros entre los presentes, algunos mostrando su desacuerdo con sus palabras.

Parece que Crusch quiere dejar las cosas bien claras; pensé que tomaría una ruta más apacible.

—Ahora será el segundo comandante, el general del ejército de Irlam, Marco Luz, quien dirija la estrategia —proclama Crusch con firmeza, señalándome y haciendo que todas las miradas se posen sobre mí.

La tensión en el ambiente es palpable, pero yo me mantengo seguro de mis capacidades. Ignoro a todos los demás mientras sonrío y subo a la tarima. Crusch y yo intercambiamos breves miradas, comprendiendo el mensaje implícito en ellas.

Debo demostrar que soy capaz de liderarlos.

Erguido frente a todos, dirijo mi mirada hacia los caballeros. Los ancianos observan con calma, mientras los más jóvenes parecen aborrecer la idea de verme aquí.

Probablemente, es simplemente envidia lo que motiva su reacción.

Por ello, necesito tomarlos por sorpresa.

Concentro maná en mi garganta y, con fuerza y determinación, exclamo:

—¡Atención!

Los murmullos y comentarios cesan de inmediato, y todas las miradas se posan sobre mí, aturdidas por mi llamado. Algunos miran con molestia, impotentes ante mi posición.

Beatrice sube a la tarima y toma mi mano, marcando así el inicio de mi discurso. Comienzo a explicar la estrategia, y a medida que avanzo, puedo notar cómo las expresiones de los presentes empiezan a cambiar.

Ante mis planes, se vislumbran varias contramedidas que no pueden ser ignoradas.

La neblina densa que nos rodeará dificultará enormemente cualquier intento de comunicación entre nosotros, por lo tanto, será crucial tomar precauciones adecuadas para garantizar nuestra supervivencia.

Explico los efectos que tendrían sus habilidades y dejo en claro que, en caso de no poder soportar la situación, debían obedecer las órdenes que les fueran impartidas.

—Mi objetivo es reducir las bajas al mínimo, por lo que todos deben seguir mis instrucciones, así como las de la señorita Crusch. Si alguno tiene alguna objeción...

Algunos caballeros se acercan, exigiendo una razón por la cual debería ser yo quien los comandara.

—Es cierto que derrotaste a un arzobispo, pero eso no es suficiente para liderar a nosotros, los caballeros —afirman con orgullo, aunque también se nota cierto temor en ellos.

Los caballeros más ancianos observan con molestia la situación, mientras que otros parecen estar satisfechos conmigo como su comandante, lo cual me reconforta

Los cinco caballeros continúan con sus comentarios, proclamando que ellos son la verdadera raíz de todo y que tenían el derecho de elegir a su propio comandante.

Pero llega un momento en el que dejo de prestarles atención, agotado por sus palabras sin sentido.

—Betty —llamo a Beatrice por su apodo, y ella libera mi maná, que llena la estancia con fuerza.

Los caballeros que se habían acercado fueron los primeros en sentirlo, tocándose el pecho y arrodillándose al instante.

Los ancianos se mantuvieron de pie, demostrando su entereza, mientras que el resto se debatía entre el temor y la resistencia.

Concentro mi rabia hacia los jóvenes frente a mí, buscando eliminar cualquier indicio de problema.

—Como comandante, no toleraré faltas de respeto —advierto, señalando con mi rifle a uno de ellos, lo que le hizo mirarme con terror.

Tal vez, habían estado presentes durante mi combate, lo cual hacía las cosas aún más interesantes.

—Quedan destituidos como fuerza para el ataque. Su misión será proteger las fronteras. Es una orden —les indico con firmeza.

Intentan articular alguna respuesta, pero ejerzo aún más presión sobre ellos. Libero mi fuerza y la dirijo hacia ellos, utilizando el maná para crear una zona de presión que los mantuviera arrodillados.

Este es el último recurso para mantener el orden, y aunque prefería no recurrir a la fuerza, es necesario demostrar mi firmeza como comandante para asegurar la cohesión del grupo y proteger a todos bajo mi liderazgo.

Gracias a Beatrice a mi lado, controlo la situación.

—Esto no es un juego. Todos debemos colaborar entre nosotros; tener individuos así solo nos hará más débiles —les libero, permitiéndoles tomar aire desesperadamente.

Con un solo brazo, apunto hacia un estante donde reposa una armadura de hierro, el peto que constituía el uniforme habitual de los caballeros.

Son pocos los que poseen armaduras de acero debido a los altos costos que implica, reservado en su mayoría para los caballeros reales que cuentan con armaduras completas de acero, o familias prominentes como hay ahora.

¡Bang!

El rifle atraviesa la armadura al instante, haciendo que esos cinco jóvenes abandonen el lugar bajo las miradas acusadoras de los demás.

—Tenemos nuestra propia forma de luchar, combinando nuestras mejores habilidades y planificando las estrategias más efectivas —les recuerdo, tratando de tranquilizarles.

Sí, ahora era el momento de comenzar.

—¡Mientras esté con vida, prometo traer la cabeza de esa ballena! —grito, alzando mi rifle y mirando a todos con determinación—. ¡Vámonos de caza! ¡Honor a nuestra batalla!

Los presentes me observan con asombro, pero rápidamente siento la determinación resonar en cada uno de ellos. Dirijo una mirada a Emilia, quien me sonríe con aprobación mientras Crusch se mantiene a su lado.

Seguiré avanzando, seguiré mejorando, mientras conserve fuerzas seré imparable. Devoraré este mundo, y nadie podrá hacer nada para detenerme.

—¡Matemos a la ballena blanca! —proclamo con fervor, sintiendo cómo el espíritu de lucha se enciende en todos los corazones presentes.