Lo que Ocultan los Corazones.
Nos acomodamos en el césped, nuestras miradas perdidas en el firmamento. Coloco la caja y la botella a un lado.
—¿Qué es eso? —indaga Crusch, claramente intrigada por el contenido de la caja.
A través de la magia, el proceso de curación de las hojas de tabaco es sumamente sencillo. Le expliqué a Rem los pasos necesarios y, con su destreza innata en la artesanía, logró completarlo a la perfección desde el primer intento.
—Es un cigarro. —Extraigo uno de la caja y se lo ofrezco.
Aunque sé que el sabor no será precisamente agradable ya que; un cigarro es, después de todo, un cigarro.
Pero para este momento es exactamente lo que necesito.
—Se trata de una hoja que ayuda a relajarse, su sabor no es el más agradable, pero contribuye a apaciguar el corazón.
La forma es similar a la de un cigarrillo convencional, solo que está rodeado por las hojas compactadas; opté por no hacer un puro, ya que sería una cantidad mayor de tabaco, algo con lo que prefiero no lidiar.
Dentro de la caja reposan varios cigarros, alrededor veinte, pero planeo abordarlos con moderación. Su mirada curiosa parece querer conocer sobre lo que le digo.
—Primero debes encenderlo. —Desde mi pulgar genero una pequeña llama, coloco el cigarro en mi boca y lo enciendo, permitiendo que el humo penetre en mi cuerpo.
Poco a poco, una sensación de calidez empieza a extenderse por mis pulmones, contrarrestando el frío que siento.
Inmediatamente, una pequeña sensación de calma se apodera de mí; en realidad, no es tanto la nicotina lo que me tranquiliza, sino el efecto de llenar mis pulmones con el aire caliente.
Aunque, por supuesto, el efecto de la nicotina se hará notar después.
Expulso el humo de mi boca, observando cómo se dispersa en el aire hasta desvanecerse por completo.
—¿Te gustaría intentarlo? —dirijo mi mirada hacia Crusch, quien examina el cigarro con cautela.
Ella asiente, brindándome la oportunidad de instruirla con minuciosidad en el proceso.
—Dado que no estás habituada a esto, es probable que tosas la primera vez; no te preocupes, es completamente normal.
Los pulmones están reaccionando al aire perjudicial.
Es como si reconocieran un intruso en su interior.
Pediré a Beatrice que emplee su magia de sanación, aunque no estoy seguro de si podrá aliviar los efectos a este nivel. Después de todo, daño es daño.
Una vez encendido el cigarro, Crusch queda inmóvil durante unos segundos mientras el humo comienza a escapar por la parte superior. Cuando el extremo se ilumina y parece que está listo, Crusch comienza a toser.
—¡Cof, cof! —Tose durante unos instantes antes de mirar nuevamente el cigarro—. Sabe realmente mal.
A mi juicio, es preferible; el sabor reemplaza el deseo de hacerse daño, infligiéndote una molestia que distrae sin causar un sufrimiento excesivo.
—Bueno, inténtalo de nuevo.
En esta ocasión, Crusch lo logra, exhalando una pequeña nube de humo.
Me dejo caer al suelo y me quedo mirando las estrellas. La constelación de Puck, un mágico enjambre de estrellas adorna el oscuro lienzo del firmamento como delicados destellos de esperanza.
He tenido que soportar mucho, me duele el pecho, me duele el corazón, me duele el alma.
No ha sido sencillo.
—Parece que llevas muchas cosas en tu interior —comenta Crusch, siguiendo mi ejemplo y acostándose a mi lado.
—No hablaré de eso, especialmente contigo. Imagino que ya tienes suficientes problemas en tu vida como para cargar con los míos. —Inhalo profundamente, dejando que el sabor del cigarro invada mis sentidos.
No sabe cómo un cigarrillo, más bien diría que es más suave y saludable que uno de mi mundo.
No obstante, sigue sabiendo mal.
—Si te cuento mis problemas, ¿me contarás los tuyos? —interroga ella, provocando que dirija mi mirada hacia ella.
Crusch debe estar sintiendo una abrumadora desesperación, la sensación de perderlo todo, de ser forzada a abandonar lo que más amaba, de ser olvidada en contra de su voluntad.
Reemplazada, sin conocer las intenciones de ese hombre respecto a sus relaciones personales.
En este momento, está pasando por un gran tormento.
—Mis problemas no se comparan a los tuyos, estás en una situación crítica en este momento —comparto, comprendiendo la gravedad de su situación.
Ella inclina su cabeza ligeramente, un gesto que denota su reflexión.
—Tus problemas son tuyos, los míos son solo míos; no estamos compitiendo para ver quién sufre más —responde, dejando escapar un suspiro que se disuelve en el aire como una nube grisácea—, entiendo por qué prefieres mantenerlo oculto, pero intenta ver el lado positivo: en medio de todas las personas que me han olvidado, tú me recuerdas.
Dirijo mi mirada al cielo, compartiendo el dolor que aflige a Crusch.
—Para mí, siempre serás Crusch; no permitiré que el olvido te consuma, sin importar lo que suceda.
Sí, mientras conserve el poder de la memoria inquebrantable, mientras mantenga su imagen intacta en mi mente, ella no desvanecerá por completo.
—¿Cómo logras recordar? —pregunta, trayendo a colación el tema que dejamos en el árbol.
—No lo sé con certeza, pero si tuviera que imaginar una razón, sería porque estoy maldito —respondo, sintiendo como el peso en mi pecho se incrementa.
Es la única explicación que se me ocurre; el miasma que reside en mí es una doble cara: una maldición avasalladora y, al mismo tiempo, la bendición más preciada. Si no fuera por esa habilidad, estaría irremediablemente perdido.
—¿Maldito? —cuestiona, con una curiosidad teñida de sorpresa.
—El miasma de la bruja —respondo sin rodeos.
Emilia es consciente de la conexión que tengo con el miasma de la bruja, pero ha optado por respetar mi espacio, evitando adentrarse en el tema.
—Poseo el miasma de la bruja en mí, como una maldición que nunca me abandonará.
Crusch se levanta, dejando caer el cigarro al suelo.
Con un gesto de magia de viento, lo apago y ella simplemente observa, a la espera de que continúe hablando.
Saco otro cigarro, lo coloco en su boca y lo enciendo.
—Desde el principio he afirmado que no soy un adepto del culto, no tengo la capacidad de explicarte por qué llevo esto en mí. —Mi vista se pierde en el vacío—. Si lo hiciera, solo veo dos posibilidades: morirías o yo resultaría herido.
—Miasma de la bruja... —Crusch no aparta sus ojos de mí, quizás tratando de establecer si el ataque del culto guarda relación con mi situación.
Tiene sentido para ella, especialmente porque no sufrí daños reales en el enfrentamiento con Ley.
—Existe un plan maquinado por el culto, están utilizando algo en mí, pero desconozco el propósito. —Dirijo mi mirada a Crusch, luchando por mantener un tono neutral—. Lo siento, en parte por mi culpa has perdido tu nombre.
¡Slap!
Mi rostro gira debido al impacto y una sensación de ardor recorre mi mejilla.
—¡No repitas esas palabras! —Crusch me escruta con un aire molesto—. Lo que sucedió estaba fuera de tu control.
Sus palabras se clavan en mí, alimentando el remordimiento por mis acciones.
Lo lamento, Crusch.
—Estoy exhausto, agotado. —Destruyo mi cigarro con magia de viento al arrojarlo.
—Entonces, ¿por qué no compartes un poco de tu carga?
Suspiro, tratando de discernir el propósito de sus palabras. Claramente hay aspectos que no puedo revelar, pero tampoco comprendo del todo por qué los mantengo en secreto; simplemente no fluyen, por más que desee que lo hagan.
No quiero volver a confiar y luego ser apuñalado por la espalda.
Crusch también enfrenta una situación desastrosa, pero a pesar de todo, se muestra fuerte, mucho más que yo, quien ha quedado atrapado en mi propio mundo interior.
—No puedo, mi carga... es solo mía —musito, dejando entrever la pesadez de lo que llevo y que solo yo puedo cargar.
Con un golpe suave pero determinado, ella hace contacto con mi pecho. En su gesto, puedo vislumbrar una mezcla de determinación y anhelo palpable, como si estuviera exigiendo que cumpla una promesa silenciosa.
—Tú lo prometiste, dijiste que serías capaz de arrancarme una sonrisa. —Su mirada se torna intensamente seria—. Pero el único Marco capaz de despertar ese rincón de alegría en mí es el Marco de la fortaleza, aquel que avanza con determinación sin importar los obstáculos, el mismo que en su momento me tendió una mano salvadora.
Es también el mismo Marco al que, en un rincón de su oscuro ser, te deseo la muerte.
Es el mismo Marco que te dejó a merced del peligro, como si tu vida no tuviera valor.
Cierro los ojos, en un intento por descifrar qué está ocurriendo en mi interior. Mis emociones se agitan y revuelven, como si la tormenta que ha arrasado mi vida hubiera desatado un vendaval emocional incontrolable.
Crusch parece captar la lucha interna que atravieso, aunque dudo en abrir mi corazón ante ella, quien ya carga con su propia carga de sufrimiento.
—Ese es el Marco que deseo mantener, pero estoy agotado... —mi confesión fluye con un suspiro, una bocanada liberadora que no puedo reprimir.
Es incontenible, después de todo lo vivido, siento que mi corazón está al límite, amenazando con estallar en cualquier momento.
A veces, anhelo la capacidad de aferrarme a alguien, soltar todas mis inseguridades y desahogarme sin restricciones. Pero la mera idea de mostrar debilidad me resulta tan incómoda, tan lacerante en mi orgullo.
No sé si estoy preparado para abrirme de esta manera, si estoy dispuesto a admitir que puedo romperme.
Dudo que pueda reunir los fragmentos rotos de mi ser y recomponerme.
En ciertos momentos, envidio al protagonista de la novela, ese ser que siempre ha tenido el don de derramar lágrimas a voluntad, de mostrar sus emociones y vulnerabilidades con una facilidad que me resulta asombrosa.
Al liberar sus sentimientos de esa forma, consigue evitar caer en el abismo oscuro, el pozo sin fondo de la desesperación.
El llanto, en su esencia, es un acto de sanación, pero la verdadera importancia radica en cómo gestionamos ese dolor.
Él, con valentía, se libera de las cadenas de la tristeza, encuentra en quienes le rodean un refugio seguro donde depositar sus pesares, y de esa manera, halla el camino hacia la luz.
Lo envidio sinceramente.
—Las dos parecen tenerte en alta estima —Crusch sostiene mi mano con gentileza—, y ahora comprendo por qué las inquietudes las agobiaban.
Un atisbo de sonrisa cruza su rostro.
Enciendo otro cigarro, mientras el cielo se tiñe de un tono gris pálido.
No debí haber pronunciado esas palabras, mi culpa se enreda en cada una de ellas. Debió haber sido mi deber buscarla.
Me siento como un completo idiota, ahogado en mis propias acciones equivocadas.
La mano de Crusch comienza a temblar, atrayendo mi atención hacia ella. Su cabello cae como un velo sobre su rostro, mientras su coleta se deshace en un torbellino de hebras rebeldes.
Un temblor sutil recorre su figura, y sus ojos se posan en el suelo, como si su mirada se viera atraída por un abismo de pensamientos turbulentos.
—Estoy invadida por nervios —su voz, cargada de ansiedad, tiembla en consonancia con su cuerpo—. He perdido todo, y más que eso, alguien a quien aprecio ha ocupado mi lugar.
Ella aferra mi mano con fuerza, sus dedos apretados como si buscaran anclarse a la realidad. Aunque no puedo ver su expresión con claridad, el hecho de que esté mostrando este desgarrador desasosiego insinúa lo que estaba ocultando, lo que había estado soportando en silencio.
—Sé que soy Crusch Karsten, pero incluso esa identidad se ha esfumado. —Sus ojos, velados por sus mechones de cabello, se posan en su otra mano—. Mi propósito como futura reina era desafiar el statu quo, pero esa oportunidad me ha sido arrebatada. La persona a la que tanto valoro ha resucitado de alguna manera y me ha despojado de todo.
Fourier Lugunica, ese enigma envuelto en misterio se cierne como una sombra que nos desafía a descifrarlo. Sin embargo, no debe suponerse que el camino será simple.
Ese hombre es astuto, su perspicacia y fortaleza podrían superar incluso los límites de mis conjeturas.
Crusch comienza a hilvanar los recuerdos de su pasado. Un tiempo en el que ella y Fourier establecieron un vínculo cercano, cultivando una amistad que trascendió barreras. Siendo hija de los Karsten, siempre estuvo ligada a las altas esferas de poder.
El príncipe, su prometido, no fue una elección desfavorable, en parte gracias a la simpatía que sentía por Fourier y su percepción de él como una posible pareja.
—El Rey León —susurra Crusch con voz entrecortada—, un individuo que no permite que su llama se extinga ante ningún obstáculo, un ser perspicaz capaz de sortear todas las adversidades.
Es una figura que Crusch admira y respeta. Ese atributo estaba incrustado en la personalidad de Fourier, y esa esencia regia fue lo que atrajo su atención.
Aunque la apariencia no fuera determinante, él irradiaba la majestuosidad de un monarca.
Lamentablemente, Fourier solo era considerado como un medio para renovar el contrato con el dragón, a pesar de portar esa presencia regia.
—Esa fue la razón principal por la que percibí la oscuridad del contrato —murmura con un deje amargo en sus palabras.
Crusch, entonces, narra su vida tras rescatar a Félix. Un torrente de experiencias diversas la arrastró a un camino donde se cruzó con Reinhard, Julius, Anastasia y otras almas singulares.
Cada uno de estos encuentros trajo consigo un desafío mental y emocional, una serie de pruebas que forjaron su carácter.
Y con el advenimiento de Fourier, su vida volvió a cambiar, de forma irónica, como si el destino se burlara de sus intentos de encauzarla.
Fourier Lugunica, ese título ahora adquiere un significado más profundo.
Me ha sostenido en la palma de su mano desde el principio.
—Ahora, lo único que perdura de mi antiguo ser, eres tú —sus palabras fluyen como un susurro, sus ojos reflejando una ligera humedad—. Si no fuera por ti, quién sabe qué habría sido de mí.
En verdad, si Frey la hubiera llevado consigo, el destino que le aguardaba sería incierto y tenebroso. Interrogatorios, seguidos por la implacable muerte, podrían haber sido su triste desenlace.
Desconozco si Frey identifica a Crusch, lo cual podría ser el eslabón perdido para descubrir una fisura en su armadura.
—Todavía te retengo en mi memoria, a pesar de que el mundo te haya arrancado de sus páginas, tú sigues impresa en mí. Ni el tiempo ni el olvido podrán quebrantar eso. —Me acerco a ella, el espacio entre nosotros parece evaporarse—. Eres y seguirás siendo Crusch Karsten en mi corazón.
Su cabeza se inclina ligeramente, sus ojos se cruzan con los míos, comunicando emociones que las palabras no pueden abarcar por completo.
—Mas ya no soy una Karsten, precisamente esa identidad me condujo a esta pérdida. —Su mirada se pierde en la vastedad celeste, sus manos se aprietan con determinación—. Mis padres, su cariño resuena en mí como un tesoro imperecedero. Jamás lamentaré ser una Karsten, pero si anhelo reunirme con ellos nuevamente, no puedo caminar los senderos ya caminados.
Ahora comprendo.
Crusch no me acusa por haber perdido su nombre. Mi suposición inicial se desmorona ante la verdad.
Ella culpa su propia fragilidad, se reprocha su propia esencia, lleva sobre sus hombros el peso de su responsabilidad.
—No me lamento por haber tomado ese rumbo. —Su mano todavía se aferra a la mía, anclando nuestros destinos—. Los sucesos se desencadenaron debido a mi debilidad, ahora, las consecuencias son lo que tengo que cargar.
Lo acontecido no fue un resultado directo de mi intervención, sino de mi incapacidad para enfrentar mi propia oscuridad. Su voz se entrecorta, y se vislumbra la tormenta de emociones que intenta contener.
Ella me envuelve en un abrazo, sus brazos ciñéndose a mi ser como si temiera que el mundo quisiera arrebatarme de sus manos.
Un nudo se forma en mi garganta, mi propia voz queda atrapada entre el vendaval de emociones que sus palabras han desatado.
—No es mi costumbre conceder este gesto, más si ya no soy quien fui, entonces puedo ser solo Crusch —una pausa, un instante donde la fragilidad del alma se entrelaza con la determinación.
Una lágrima resbala por mi mejilla, no es la mía, sino una que ella derrama.
¿Está llorando?
Crusch me abraza, y mis pies se afirman en el suelo. No estoy acostumbrado a esta clase de abrazos, no a este nivel de vulnerabilidad.
Lo que he hecho con Beatrice, lo que he hecho con Emilia. Esto se siente diferente, de algún motivo.
—Sí, para ser fuerte mañana, debo permitirme ser vulnerable hoy. —El apretón de sus brazos es firme, decidido.
Esas palabras, esas palabras despiertan ecos en mi memoria.
Las pronuncié una vez a Emilia, la liberé para que encontrara fuerza en su vulnerabilidad, para que mañana pudiese ser más fuerte.
Sin embargo, al final soy yo quien sigue hablando sin llevar mis propias palabras a la acción.
Digo tanto, prometo tanto, pero a menudo son meras palabras sin sustancia.
¿Cómo puedo cambiar?
¿Cómo puedo transmutar esa retórica en acción?
Intento alzar la vista, pero Crusch suavemente niega con la cabeza. Desde esta posición, puedo percibir los latidos frenéticos de su corazón, siento su calidez, su pena.
En esta proximidad, ella está desnudando sus sentimientos, compartiendo sus temores.
¿Puedo yo también hacer lo mismo?
—Lo lamento... —las palabras fluyen de mis labios, un susurro que me retumba en el alma.
El nudo, tan atado y enredado, parece resistirse a deshacerse.
No puedo negar el impacto que la cercanía de Crusch ha tenido en mí, cómo ella ha sacado a la superficie lo que ha mantenido oculto por tanto tiempo. Nunca imaginé que Crusch daría un paso así, que me abrazaría con tal determinación, forzándome a enfrentar mis pensamientos más profundos.
—Lo siento... —mis palabras caen en el espacio que nos separa, mientras ella refuerza su abrazo, y por primera vez, siento que debo responder de alguna manera.
Mis brazos rodean su espalda con un instinto que va más allá de la razón.
Así quedamos, envueltos en el calor del otro, como dos almas rotas buscando encajar.
La brisa gélida es reemplazada por el calor que emana de nuestros cuerpos. Y en ese momento, entre el abrazo y el latido de corazones compartidos, comienza mi relato.
—Antes... —mi voz tiembla al inicio, pero persevero—. Debo decirte la verdad sobre lo que ha estado ocurriendo.
Omito el recuerdo de mis interacciones con Pandora, pero las revelaciones que han sacudido mi comprensión de mí mismo comienzan a fluir.
Le hablo del miasma, de cómo está entrelazado con mi ser, cómo reacciona ante situaciones intensas. Hablo de la situación crítica con los Sabios, de sus oscuros planes que amenazan con despojarnos de todo lo que apreciamos.
—La situación con los sabios es crítica, ellos parecen tener un plan macabro para quitarnos todo —suspiro, entrecortado mientras intento contener mi voz.
Mi respiración se agita, tratando de seguir el ritmo de mis palabras que amenazan con escapar de mí.
«Por favor, no digas más», pido en un susurro entrecortado, temiendo que, si abro la compuerta, no podré cerrarla.
La desesperación se filtra en mi voz mientras continúo. Las responsabilidades que cargamos, los compromisos autoimpuestos, todo parece comprimirse sobre mí, aprisionándome, asfixiándome.
—Solo quiero ser feliz, ¿Es tan malo ese deseo?
«Detente.»
Mi voz se entrecorta y aprieto mis manos, sintiendo cómo mis dedos se tensan en busca de una salida para todo lo que se acumula en mi interior.
—Es mi culpa, lo reconozco —digo, mi voz mezcla de pesar y angustia—. Anhelé la felicidad, pero ahora esa búsqueda se ha convertido en un yugo que me sofoca. Las decisiones que tomé, los caminos que recorrí me llevaron hasta aquí.
«Debes parar de hablar, Marco Luz.»
Las palabras salen de mí como un torrente desordenado, sin estructura ni control.
Mi mente parece un laberinto sin fin, y cada pasaje desemboca en una emoción que ha estado oculta, en un pensamiento que ha sido reprimido
—Tengo que encontrar la fuerza, aunque la batalla no sea de mi agrado. —Mi mirada cae sobre mis manos, como si en ellas estuviera contenida la esencia de mis conflictos internos—. La sangre derramada, las vidas que he truncado por venganza y odio... no soy quien deseé ser cuando era joven.
«Ya...»
Un cúmulo de sentimientos y pensamientos chocan dentro de mí. La culpa, el remordimiento, el agotamiento, todo ello se amalgama en un torbellino que amenaza con arrastrarme.
—Mi vida parece carecer de sentido, lo perdí todo —mi voz se quiebra ligeramente, el peso de mis palabras golpeando con fuerza—. Arrojado a un abismo de dolor, estoy aquí, luchando por encontrar un propósito, por comprender el sentido de todo esto.
«Por favor, para.»
Las imágenes de la batalla contra la ballena resurgen en mi mente, el recuerdo de la sangre derramada, el dolor insidioso que me envolvió.
A pesar de los sufrimientos, aún no logro llorar, pero lo que digo, lo que saco a la luz, parece ser más importante que las lágrimas.
—Sufrí, sufrí como nunca. Caí y rodé por aquel campo de batalla, mientras la desesperanza se apoderaba de mí.
Ella sigue abrazándome, mientras que yo me sumerjo en esta marea de palabras que tanto tiempo he guardado en el rincón más oscuro de mi ser.
El latido de su corazón parece marcar el ritmo de mi relato, guiándome en esta danza de confesiones.
Si ya he llegado a este punto, si ya he compartido tanto, si ya ha escuchado sobre el cristal y todo lo que conlleva, entonces debo continuar.
La razón detrás de mi curación, el dolor que acompañó a mi recuperación, todo sale a la luz mientras sigo hablando, mientras dejo que las palabras fluyan sin restricciones.
—He trabajado incansablemente, ignorando mi propio dolor —la retengo con fuerza, como si temiera que se desvanecerá si la suelto—. Es una lucha imposible, no soy tan fuerte como pretendo ser. Mi pasado me atormenta, cada error que cometo parece ser un eco de mis propias inseguridades.
—Tu mirada no miente, aunque antes pudiera pasar desapercibida. La última vez que llegaste, pude vislumbrar en tus ojos una desesperación oculta —interrumpe su abrazo, sacándome de su refugio momentáneo—. Siempre te mostraste fuerte, pero en algún rincón de tu semblante, aunque nadie más lo notara, yo lo vi claramente desde el primer instante.
Su mano reposa suavemente en mi mejilla, y su toque es como un bálsamo que calma mis tormentos internos.
—El dolor que guardas, la sombra que persigue tu pasado, todo lo que has soportado, es verdaderamente inimaginable. —Me observa, con una mirada tan penetrante que me siento completamente cautivado—. Yo no podría cargar con esas penas, estoy segura. Eres excepcionalmente fuerte.
Sacudo la cabeza en desacuerdo.
No soy fuerte, la verdadera fortaleza reside en aquellos capaces de avanzar con la cabeza en alto, de seguir adelante a pesar de las adversidades, de pasar página y reiniciar sus vidas.
Yo, en cambio, soy meramente resistente, endurecido por el dolor, habituado al sufrimiento.
—Mantengamos este momento entre nosotros dos. —Me observa directamente, su expresión cargada de serenidad—. Podemos guardarlo como un recuerdo único.
Puedo soportarlo, eso sé que puedo, pero dar vuelta a la página es algo que escapa a mi alcance.
—¿Qué te parece si bailamos? —pregunta de repente, su propuesta me toma por sorpresa, pero su sonrisa es tan cálida y refrescante que mi corazón late con una energía renovada.
—Yo también he enfrentado dificultades considerables —prosigue, su mano acariciando levemente mi mejilla—. Así que veámoslo desde otro ángulo: ambos estamos aquí, compartiendo nuestros cargos y preocupaciones. Vamos a bailar, vamos a bailar para ser más.
Asiento con gratitud, y en un gesto lleno de intención, nos alzamos de nuestros asientos, entrelazando nuestras manos como un lazo que conecta nuestras almas.
Un vistazo al cielo revela una carencia de música, lo que parece ser un pequeño impedimento en nuestro plan.
Sin embargo, no permito que ese detalle nos detenga. Con determinación en mi mirada, me alejo por un momento, buscando en mi habitación algo que pueda remediar la situación.
Regreso con rapidez, encontrando su mirada sorprendida.
—¿Por qué te fuiste? —pregunta, su curiosidad mezclada con una pizca de desconcierto.
En respuesta, extiendo mi mano sosteniendo mi celular.
La música es un lenguaje universal, es una forma de conectarnos con el alma de la otra persona, aquí hablan japones, así que es prudente buscar algo perfecto.
Una sonrisa se dibuja en mis labios mientras busco la canción adecuada para este momento.
—Dame un segundo.
Siento una vibración en el aire mientras la anticipación crece.
Finalmente, encuentro la melodía perfecta.
Una canción que encapsula la tormenta de emociones que luchan por ser liberadas. Mi elección es deliberada y llena de significado.
—Ese dispositivo... —interrumpo su pregunta con un gesto suave, colocando mi dedo sobre sus labios en un acto de misterio compartido.
Nuestros corazones laten al unísono, como las notas de una melodía que está a punto de florecer.
—Cuando termine la canción, te contaré. Pero por ahora, seremos tú y yo —mis palabras son un susurro cargado de complicidad, una promesa entre dos almas que han encontrado una conexión profunda.
Coloco mi teléfono en un lugar cercano, aumentando el volumen de la música. La voz cálida y emotiva de Miki Matsubara llenará el aire mientras la canción "Stay with me" comenzará a fluir.
—¿Cómo se baila esto? —su pregunta es una mezcla de curiosidad y anticipación, y yo no puedo evitar sonreír.
La verdad es que no tengo una respuesta definitiva.
Nunca he bailado esta canción antes, pero sé que no importa.
Dejaremos que nuestros sentimientos nos guíen, que la música nos envuelva y que el latido de nuestros corazones marque el compás.
—Solo deja que tu corazón te guíe —respondo, tomando su mano con suavidad.
La canción comienza a llenar el espacio con su energía y emotividad. Sonrío, imaginando el tipo de baile que la canción inspira. La melodía nos envuelve como una brisa suave, y visualizo cada nota como un paso en esta danza de emociones.
La voz del coro se desliza suavemente como un susurro en la brisa de una noche estrellada.
Cierro los ojos por un momento, permitiendo que la música penetre en lo más profundo de mi ser.
Ahora, solo miro a Crusch, manteniéndome centrado en sentirla.
Puede que no suene tan pulido como en un escenario, pero aquí, en este momento, donde las estrellas brillan con intensidad, somos las únicas dos personas en el mundo.
—Eso es... —Crusch mira hacia el celular por un instante, pero yo la halo suavemente, haciendo que su atención se enfoque en mí.
La melodía nos une, como dos corazones latiendo al unísono, compartiendo el mismo pulso de vida.
"Tú eres tú, yo soy yo"
La voz es el hilo conductor de la historia, llevando consigo la vulnerabilidad y la pasión que envuelven cada verso.
Como dos seres en un cuento, comenzamos a girar en esta pista imaginaria, nuestros movimientos llenos de significado.
Cada nota es como un escalofrío que recorre nuestras almas, desenterrando los secretos que habíamos ocultado.
—Mírame a los ojos —mi voz es un ruego suave mientras centro mi mirada en Crusch. Mi corazón late con una intensidad que apenas puedo contener, y mi cuerpo anhela expresar lo que las palabras no pueden.
Las cuerdas de la guitarra acústica son como el latido del corazón, un pulso constante que acompaña cada suspiro de la voz. Cada nota es un eco de nuestras emociones, una declaración silenciosa de la pasión que compartimos.
Sincronizando mi voz con la melodía, lo dejo escapar.
—Quédate conmigo. —Me muevo con energía, permitiendo que la música fluya a través de mí. Nuestros pasos se vuelven frenéticos, como un recordatorio tangible de la intensidad de la conexión que buscamos.
Crusch abre sus ojos con sorpresa, mientras la canción sigue sonando y ambos bailamos. No somos solo dos individuos, sino dos almas que se encuentran en esta danza de emociones.
Los límites se desvanecen y nuestros cuerpos se convierten en vehículos para la expresión pura.
A medida que la canción continúa, nuestros movimientos se vuelven una expresión de nuestras almas entrelazadas. Sin necesidad de estar pegados físicamente, puedo sentir su calor, su dolor.
Puedo sentirla como una extensión de mí mismo.
—Sufrí tanto, pero ahora, solo puedo verte a ti. —Mis palabras son un eco de la historia que compartimos, del dolor que queremos superar.
Crusch sonríe, y en ese momento, nuestras sonrisas se fusionan en una, como dos mitades que finalmente se han encontrado.
Ambos continuamos danzando, sin saber exactamente cómo, pero confiando en que nuestros corazones nos guiarán. Las teclas del piano parecen susurrar secretos compartidos, como si cada nota fuera una confesión de sentimientos y vulnerabilidad.
—¿Qué escondes? —Crusch parece sorprendida por la música inusual que fluye. Y aunque los instrumentos pueden ser extraños para ella, es como si la melodía hablara en un lenguaje que solo nosotros entendemos—. No importa, esto me ha tomado por sorpresa. Pensar que estaríamos aquí, bailando.
El piano se hace más presente, envolviéndonos en una sensación de intimidad. Cierro los ojos por un instante, dejando que las notas penetren en mi ser.
Un agujero se abre en mi corazón, liberando las piezas que he mantenido ocultas por tanto tiempo.
La mirada de Crusch me encuentra, y en sus ojos veo comprensión y aceptación.
Las cuerdas de los instrumentos entrelazan sus notas, creando un ambiente de dulce melancolía que nos envuelve. Cada acorde es un suspiro compartido, una expresión de los sentimientos que hemos reprimido durante mucho tiempo.
—Quédate conmigo, te prometo, seré el hombre del que no vas a poder apartar tus ojos. —Mis palabras son un compromiso, una promesa de ser alguien en quien ella pueda confiar plenamente. Mientras nos movemos al ritmo de la percusión, siento que mi corazón se aligera.
La percusión marca el ritmo de dos corazones que se sincronizan en su deseo de estar juntos. La música es un recordatorio constante de que somos más fuertes juntos, que nuestras almas pueden encontrar consuelo en la compañía del otro.
—Tocaste a mi puerta. —Sonrío, recordando cómo esta conexión comenzó de manera inesperada—. Y entraste sin pedir permiso.
Ahora lo comprendo, aunque nunca lo acepte.
Ella sonríe de vuelta, y en ese momento, nuestros corazones hablan un lenguaje que va más allá de las palabras. Nuestros cuerpos se mueven en armonía, cada movimiento un testimonio de nuestras emociones compartidas, de los dolores que hemos llevado en silencio.
La soledad me hace mal
Cada golpe que damos al suelo, cada ritmo de los instrumentos refuerza la intensidad emocional de este momento. Es como si la música estuviera bailando a través de nosotros, llevándonos a un lugar donde la vulnerabilidad es hermosa y liberadora.
La aguja de mi tocadiscos
—Mientras viva, nunca olvidaré esto —dice Crusch, y su voz se sincroniza con la letra de la canción. Cierro los ojos y siento su voz vibrar en mi interior.
Es como si el tiempo se detuviera por un momento, y solo existimos en esta danza de sentimientos.
Los acordes se entrelazan con la melodía de manera delicada y sincera, como dos almas que se encuentran en un abrazo eterno. La música es una extensión de nuestro dolor y anhelo, envolviéndonos en su abrazo cálido y reconfortante.
—Quedémonos toda la noche, no te vayas. —Miro hacía ella, sintiendo la urgencia de retener este momento. Hay una serenidad en este abrazo, en esta danza de corazones que finalmente se han abierto el uno al otro.
Sigue tocando la misma melodía una y otra vez
Un momento de paz que he anhelado durante tanto tiempo. Un momento en el que mi corazón duele, pero duele de felicidad, al por fin liberarse de las cadenas que lo mantenían prisionero.
—Las estaciones irán cambiando. —Crusch me atrae hacia ella con suavidad, y siento la seguridad de su abrazo—, pero este momento...
—Mientras viva, nunca olvidaré esto.
Nuestras palabras se sincronizan, como dos notas que forman un acorde perfecto.
En este instante, somos más que solo dos personas. Somos almas conectadas en un mar de incertidumbre, pero juntas, enfrentándola con valentía.
Es diferente ahora, ambos sabemos que esconderse detrás de una máscara de fortaleza ya no es necesario.
En este baile, en esta canción, estamos dejando salir el dolor que hemos guardado en nuestros corazones durante tanto tiempo. Somos vulnerables, pero también somos fuertes en nuestra vulnerabilidad.
Atrapado en el reflejo de sus ojos, sonrío mientras ambos nos miramos profundamente. Nuestras almas están desnudas, nuestros corazones latiendo al ritmo de la música que aún llena el aire.
—Gracias, Crusch —mi voz lleva una sinceridad profunda, expresando la gratitud por esta oportunidad de abrir mi corazón.
—Existe mucho más que una forma de amar —dice ella suavemente, mientras la canción va desvaneciéndose, indicando su dulce final—, tú las amas tanto que no quieres verlas sufrir, pero ellas te aman tanto que quieren sufrir por tu bien.
En este momento, nuestras almas están en completa armonía, entendiendo que el amor se expresa de muchas maneras, incluso a través del sufrimiento compartido.
Suspiro, mirando hacia el cielo estrellado, donde nuestras historias están escritas en cada destello luminoso.
Mientras ambos tarareamos juntos, siento que esta melodía se convierte en nuestra canción, en nuestra forma de compartir el dolor que escondían nuestros corazones.
Vamos a mantener este momento solo nuestro, como un tesoro escondido en el cofre de nuestras memorias.
—Quien lo diría, que escondieras eso en tu corazón. —Miro hacia Crusch, notando la serenidad que la envuelve ahora.
—Fue una canción hermosa —su voz es suave como una caricia, resonando en perfecta armonía con la melodía que aún flota en el aire.
El silencio se extiende a nuestro alrededor con la música llegando a su final. La noche sigue brillando con la misma intensidad, pero algo ha cambiado en nuestra percepción.
Nosotros hemos cambiado, hemos crecido a través de esta experiencia compartida.
Mis ojos se encuentran con los suyos, y su belleza es como un reflejo de la esperanza que compartimos. Tomo su mejilla con suavidad, asegurando que solo me vea a mí en este momento de conexión profunda.
Cada parte de la canción, cada instrumento que ha resonado en el espacio entre nosotros, se une en una danza apasionada que habla directamente al corazón.
Esta canción ha sido el puente que nos ha llevado a este lugar de intimidad emocional.
Nos quedamos en silencio, abrazados por la certeza de que este momento ha marcado un nuevo capítulo en nuestra historia.
—Gracias, Crusch —mi voz es un eco de todas las emociones que hemos compartido a través de esta canción. Mis ojos la contemplan con un sentimiento tan cálido que me hace querer saltar y salir volando.
Una amiga con la que comparto un mismo destino, sin duda, es extraño... Es extraño como es más fácil confiarme mis pesares a un desconocido.
Bueno, aunque ahora ambos nos conocemos el uno al otro.
Ahora, hay algo que va a hacer que comprenda todo.
—No vengo de este mundo. —Mi sonrisa llena de calor se cierne sobre los ojos sorprendidos de Crusch—. Te preguntarás por qué tu bendición divina no se activa, o si estoy loco y por eso puedo mentir, pero no... Es la verdad, mis conocimientos no vienen de este mundo. Vine aquí hace poco más de dos meses.
Ella parece en shock por mis palabras, pero mi mirada es firme y sincera, buscando su comprensión en medio de la sorpresa.
—Fui traído por una entidad poderosa, que me dejó a merced de la incertidumbre. —Sostengo sus manos con fuerza—. Ahora, tendré que abrazar este mundo, tendré que salir adelante. Me llamo Marco Luz, soy un ingeniero, y seré quien voltee todo patas arriba.
Sonrío con confianza, mientras ella procesa la revelación. Es una verdad inusual, pero en el contexto de lo que hemos compartido, parece encajar de alguna manera.
En este momento de revelación y aceptación mutua, nuestras almas se han encontrado en medio de la incertidumbre. Ya no estamos solos en nuestras luchas y misterios, sino que compartimos una conexión única y poderosa que trasciende las limitaciones de este mundo.
A pesar de los desafíos y la incertidumbre que nos aguardan, sabemos que estamos juntos en esto.
Juntos, enfrentaremos lo desconocido, exploraremos las posibilidades que esta unión inusual nos brinda y creceremos en conjunto.
La música que nos unió en esta danza de emociones sigue reverberando en nuestros corazones. Ahora, esa misma melodía se convierte en el himno de nuestra determinación compartida.
Las estrellas brillan más intensamente en el firmamento, como si estuvieran celebrando el encuentro y brillan en nuestros corazones.
La noche es testigo de nuestro acuerdo silencioso.
Ya no somos dos individuos separados por la oscuridad y el misterio, sino un equipo dispuesto a enfrentar el destino juntos.
—Diría que estás loco, pero tu existencia, el misterio de tu identidad y tu pasado, el motivo de tu aparición explosiva, ese dispositivo, esa música, tu presencia, tu inteligencia. —Ella me mira serena, la Crusch que todo lo soporta, la Crusch que todo lo puede está frente a mí—. Ahora lo veo. Entonces, como tú no eres de este mundo, y yo fui sacada de este.
Nuestros corazones se entrelazan, sabiendo exactamente qué palabras quiere decir Crusch. Con una sonrisa y la luna en su punto más alto, iluminándonos mientras brillamos con fuerza, la conexión entre nosotros se hace más profunda y significativa.
Lo que quiero decir es:
—Vamos a hacerlo nuestro.
Las palabras flotan en el aire como un pacto silencioso.
Devoraré este mundo.
Seré una fuerza imparable, que se levantará cuantas veces sea necesaria.
