La jornada ha sido ardua, y ahora me encuentro en la base principal, situada en Irlam. A pesar de que podría estar en mi despacho finalizando el papeleo, he optado por estar frente al imponente globo.
Crusch y yo compartimos el deseo de lanzarnos a la batalla antes de perseguir a Erick. Podríamos diezmar a un gran número de enemigos e incluso infiltrarnos en su base.
Sin embargo, somos conscientes de que no podemos permitirnos desperdiciar maná innecesariamente, ya que la incertidumbre sobre quienes protegen a Erick sigue ensombreciendo el futuro.
En previsión de un alto número de heridos, hemos establecido campamentos en las afueras, así como un campamento central. Los escasos sanadores y practicantes están listos, vestidos con batas, guantes y mascarillas. Nuestra meta es preservar la salud en estas condiciones de la mejor manera posible.
Nos hemos embarcado en una empresa peculiar al desarrollar alcohol con magia.
Los hechizos pueden ser impregnados en objetos físicos, un concepto que constituye la base del "metía". Sin embargo, la producción de materiales en cantidades específicas ha resultado ser un desafío formidable.
Desde el descubrimiento en uno de los libros de Roswaal sobre la continuación de la creación de metías, hemos estado produciendo alcohol de manera constante.
Hemos llevado a cabo experimentos con animales y personas, y parece ser adecuado para su uso. No obstante, el alcohol puro es algo que hemos mantenido en secreto, alejado del mundo.
Con la esperanza de aumentar la eficiencia de producción, instalé destilerías, y los resultados de las pruebas confirmaron que el alcohol elaborado con magia es indiscutiblemente más potente que el destilado con frutas. Sin embargo, llevar a cabo la producción a nivel industrial requerirá la implementación de circuitos mágicos, o más precisamente, el incipiente concepto que estoy desarrollando de ellos.
También, hay un proyecto en el que quiero proponerle a un conocido.
El aire está cargado de tensión mientras continuamos con nuestros preparativos para el inminente enfrentamiento. La incertidumbre es una compañera constante en este momento crucial.
El globo está listo y las bombas están cargadas en el casco. La tensión en mi corazón es aplacada por la sed de victoria; en este momento, la vida de todas las personas depende de nuestra destreza. No siento miedo, solo la determinación de luchar.
—Emilia debe estar nerviosa —comento, mientras observo a Beatrice, cuya expresión refleja su inquietud.
Disfrutar de este momento es una tarea imposible; por más ambicioso que sea, no quiero ver a mis soldados perecer. Aunque el plan está diseñado para minimizar las bajas, la realidad es implacable.
Todos deben atravesar este infierno si desean ver la luz del día sobre Irlam.
A veces me pregunto si la vida sería más sencilla si fuera el protagonista de la historia, viviendo sin preocupaciones hasta que los problemas llegan. Pero entiendo que mi responsabilidad no tiene comparación.
Soy fuerte, respaldado por un equipo extraordinario que ha depositado su confianza en mí. Esa confianza pesa sobre mis hombros, pero es también el combustible que necesito para seguir adelante.
Si deseo ser más fuerte, si quiero proteger a quienes amo y hacer de Irlam un lugar grandioso, debo afrontar este desafío.
—Ella ya no es la misma niña que conocí cuando la vi por primera vez, de hecho; has tenido una gran influencia en su desarrollo, supongo —Beatrice sonríe, y juntos observamos cómo el cielo comienza a iluminarse.
Sí, todos cambiamos con el tiempo, influenciados por aquellos que nos rodean. Es una parte natural de la vida, las personas adoptan actitudes y comportamientos de otros, a veces sin siquiera darse cuenta.
Yo mismo he experimentado cambios, al igual que Emilia. Nuestra influencia se extiende a las vidas de quienes nos rodean, y es nuestra responsabilidad ser fuertes y utilizar esa influencia de la mejor manera posible.
Como gobernante de Irlam, debo estar a la altura de las expectativas si quiero ver sonrisas en todos mis habitantes.
El sol comienza a asomarse en el horizonte, derramando su luz sobre nosotros, mientras nos preparamos para la guerra que está a punto de desatarse.
Abro el dispositivo de comunicación mágica, para establecer contacto con la base donde se llevará a cabo la batalla. Las bases militares no son particularmente grandes, pero están construidas con concreto reforzado con magia para resistir proyectiles y ataques mágicos. Se han destinado numerosos recursos para esta guerra, y todo está listo para el enfrentamiento.
Luan, con su cabello ligeramente iluminado en un hermoso tono carmesí, me saluda con un gesto militar.
—General Marco —dice en un tono serio y determinado, su mirada fija en mí me indica que no está siendo presa de los nervios—. Aún no se avistan los soldados de Costuul, pero la guerra está a punto de comenzar, como quedó claro.
Estoy a punto de responder cuando un grito irrumpe en la escena.
—¡Avistamiento! —exclama un soldado, y todos los presentes giran sus miradas hacia otra dirección, con los corazones latiendo con fuerza en anticipación al inminente conflicto.
El general me observa con una expresión cargada de preocupación, sus cejas fruncidas y sus labios tensos evidencian la gravedad del momento.
Pero no puedo permitirme detenerme en sus gestos preocupados. Debo encontrar la fuerza en mi interior, seguir adelante. Cada elección que tome ahora determinará el destino de las vidas que dependen de mis decisiones.
Siento que mis manos tiemblan, la adrenalina bombea por mis venas mientras intento mantener la compostura. Trato de alzar la voz, pero las palabras parecen estar atrapadas en mi garganta, como si temieran salir y enfrentarse al caos que nos rodea.
Aunque pasé todas las pruebas y me convertí en alguien capaz de liderar, en este momento me siento como una fracasada.
¿Pero quién decide si soy fracaso o no?
Nadie más que yo.
En un arranque de frustración, aprieto mi puño con fuerza, sintiendo las uñas clavarse en la palma de mi mano. Un destello de fuego surge de mi cabello, reflejando mi estado emocional agitado, mientras los disparos hacia los enemigos se hacen cada vez más frecuentes.
Es hora de poner en práctica lo que el general me enseñó.
Imbuyo maná en mi garganta, sintiendo el cosquilleo característico de la magia mientras se acumula en mi voz. Cuando finalmente hablo, mi tono resuena con autoridad y determinación:
—¡SOLDADOS! ¡Preparen los morteros!
Mis palabras reverberan en el aire, cargadas de la energía que canalizo a través de la magia.
Observo cómo los soldados se ponen en acción, moviéndose con precisión y eficiencia bajo mis órdenes. Cada gesto es calculado, cada movimiento es una pieza en el complejo rompecabezas de la guerra.
Los morteros, diseñados por el general con meticulosidad, brillan a la luz de las llamas que danzan a su alrededor. Aunque su apariencia externa es simple, sé que su funcionamiento es complejo y letal.
En un primer momento, dudé de su eficacia, pero al verlos en acción, su potencial se hace evidente.
Mientras los soldados se preparan, mi mirada se vuelve hacia el horizonte, donde el cielo se oscurece con el humo de la batalla.
Un nudo se forma en mi estómago, pero lo ignoro, concentrándome en el deber que tengo frente a mí. A pesar de la incertidumbre y el miedo que amenazan con abrumarme, debo liderar a mi gente hacia la victoria, sin importar las consecuencias.
Nos encontramos ante un batallón formidable, aunque sabemos que no somos iguales en comparación con los demihumanos.
Sin embargo, contamos con una ventaja significativa: nuestro armamento es superior, con un mayor poder destructivo gracias a las brillantes ideas del general.
Ellos solo tienen los cañones mágicos, además de sus propios magos.
Todos los soldados están acostados en sus trincheras, mientras los imponentes muros de cemento reforzado se elevan a nuestro alrededor, erigidas específicamente para esta batalla. Aunque quizás no sean las estructuras más sólidas, confiamos en que nos brindarán protección durante un tiempo crucial.
El campo de batalla se extiende ante nosotros, una vasta llanura cubierta de hierba marchita por el constante paso de tropas y el estruendo de la guerra. A lo lejos, se vislumbra el horizonte, donde se encuentran las formidables montañas que delimitan nuestro territorio.
El aire está cargado con el olor acre de la pólvora y el sonido ensordecedor de las bolas mágicas lanzadas hacía nosotros.
Nuestra estrategia es clara: desordenar las filas iniciales del ejército enemigo. Tomo unos binoculares y los dirijo hacia el frente, solo para toparme con la vista de un ejército de demihumanos avanzando a toda velocidad.
La primera línea está compuesta por seres de gran tamaño, quienes sostienen escudos gigantes y avanzan con ferocidad, en un intento de contrarrestar nuestros disparos. Pero estamos preparados para desafiar ese obstáculo.
Ahora están a escasos quinientos metros de nosotros. La artillería se prepara para la acción, y una sonrisa se dibuja en mi rostro al contemplar la eficiencia con la que se mueven.
Sin embargo, a mi alrededor, percibo rostros preocupados, expresiones serias que reflejan la tensión del momento. Es evidente que todo el riguroso entrenamiento que hemos atravesado está siendo puesto a prueba aquí y ahora.
Mientras nos preparamos para el enfrentamiento, las flechas enemigas comienzan a llover sobre nuestra posición.
No obstante, confiamos en las coberturas hechas con láminas finas de acero y tierra, pequeños techos diseñados para protegernos exclusivamente de este tipo de ataques.
Armados con nuestros rifles, sabemos que no necesitamos avanzar; nuestra misión es clara y contundente: eliminar a todos los enemigos que se acerquen.
Mis ojos se posan en las personas especializadas, hábiles en el arte de realizar cálculos precisos. Observo cómo ajustan los ángulos de tiro y calculan la distancia con precisión milimétrica, listos para lanzar un contraataque mortal en el momento preciso.
Con meticulosidad, toman notas en hojas y miden las distancias con sus binoculares, preparándose para ajustar los morteros de manera milimétrica. Cada movimiento es preciso, cada gesto calculado, en medio del caos que se despliega a su alrededor.
El sol de la mañana ilumina el campo de batalla con fuerza, mientras el polvo levantado por los combates se mezcla con la brisa que agita el poco pasto que hay.
Sofía, en particular, destaca por su genialidad en los cálculos.
Gracias a ella y al general, nuestra artillería cuenta con las mentes más brillantes, lo cual nos llena de confianza en medio de la incertidumbre del campo de batalla.
Mientras tanto, los soldados en el frente continúan disparando sin avanzar, conscientes de que, en nuestra situación, retroceder es incluso más estratégico que avanzar.
El olor a pólvora impregna el aire, mezclado con el sudor y el miedo que emana de cada poro de mi piel. Nuestra fortaleza radica en la distancia, no en el cuerpo a cuerpo.
Cuando el sub-capitán de artillería está listo, señalo hacia el frente con determinación y exclamo con voz firme y autoritaria:
—¡Disparen! El estruendo de los cañones al ser disparados resuena en el valle, acompañado por el silbido de los proyectiles al atravesar el aire.
A través de mis binoculares, observo cómo un demihumano avanza con un escudo, pero su figura se ve distorsionada por la nube de polvo levantada por nuestras bombas.
¡BOOOM! Una serie de explosiones sacude el ambiente y crea nubes de fuego ascendentes.
El suelo tiembla ligeramente bajo nuestros pies, como si la tierra misma estuviera temblando ante el poder de nuestra artillería.
El sonido peculiar de los proyectiles al ser lanzados rompe el silencio, resonando en el aire como un eco siniestro que se mezcla perfectamente con el caos circundante.
Nuestros soldados continúan disparando, tratando de contener a los demihumanos mientras la artillería se prepara para su siguiente salva.
En esta base, contamos con aproximadamente trescientos soldados dispuestos en fila, cada uno con su arma en posición, disparando sin piedad hacia el frente.
El sudor empapa sus uniformes, y sus rostros están tensos por la tensión de la batalla.
Uso los binoculares, viendo que cientos de destellos mágicos empiezan a iluminar a través del polvo.
En medio del caos provocado por los ataques mágicos enemigos, se escuchan órdenes frenéticas entre los soldados.
—¡Cúbranse! ¡Protejan sus cabezas! —grita un sargento mientras los soldados se agachan y buscan refugio detrás de las trincheras y las paredes improvisadas.
¡Boom!, resuena una explosión cercana, seguida de los gritos de los soldados alcanzados por el fuego enemigo.
El caos me envuelve, y mi corazón late desbocado en mi pecho mientras observo horrorizada la devastación a mi alrededor.
Es mi primera vez en la guerra, y los gritos de los soldados heridos y el olor a carne quemada me golpean como un puñetazo en el estómago.
—¡Sanador! ¡Necesito ayuda aquí! —exclama un soldado, su voz llena de angustia mientras se retuerce de dolor en el suelo, su uniforme ardiendo en llamas.
—¡Maldición! ¡No puedo moverme! —grita otro soldado, su voz entrecortada por el dolor mientras yace atrapado bajo los escombros de una trinchera destruida.
—¡Mierda! ¡Necesitamos más cobertura aquí! —grita un tercero, su voz apenas audible entre el estruendo de la batalla.
El fuego enemigo arrasa a algunos de nuestros compañeros, consumiéndolos en una danza mortal de llamas. La visión es aterradora, y el sonido de sus gritos de agonía se clava en mi mente como dagas afiladas.
Los médicos de campo corren de un lado a otro, tratando desesperadamente de salvar a los heridos en medio del caos.
—¡Necesito más vendajes aquí! —grita uno de ellos, su voz llena de urgencia mientras intenta detener una hemorragia.
—¡Traigan los lamicta de agua! ¡Estos soldados están sufriendo de quemaduras graves! —ordena otro, su rostro marcado por la determinación mientras intenta aliviar el dolor de los heridos.
Los gritos desgarradores de los heridos se mezclan con el estruendo de la batalla, creando una cacofonía infernal que me hace temblar hasta el fondo del alma.
Entre el humo y el fuego, siento el peso abrumador de la guerra, pero no puedo permitir que me paralice.
La impotencia de no poder hacer nada se apodera de mí, pero debo encontrar la fuerza para seguir adelante, para luchar por aquellos que no pueden hacerlo por sí mismos. La determinación se enciende en mi interior, y prometo no rendirme, aunque el horror de la batalla amenace con consumirme.
Tomo mis binoculares, viendo que la avanzada se ha ralentizado por los morteros. A este paso nos alcanzaran unos minutos más tarde de lo esperado.
La visibilidad se ve reducida al mínimo debido al polvo que se levanta con cada paso de los demihumanos, y los gritos de dolor comienzan a mezclarse con el estruendo de las balas y las explosiones.
Los demihumanos demuestran ser más resistentes que cualquier humano, lo que nos lleva a mantener una estrategia simple pero efectiva: mantener una lluvia constante de disparos sobre ellos.
Si avanzamos, solo acortaríamos el tiempo en el que podemos disparar.
Sabemos que, al igual que los animales, los demihumanos son sensibles a los ruidos fuertes.
Es algo intrínseco a su naturaleza, incluso si intentan ocultarlo mediante entrenamiento. Es una debilidad de la que no podrán escapar, y nosotros la aprovecharemos al máximo.
—¡Preparen todos los cañones! —extiendo mi mano, mirando al capitán de artillería con determinación.
Los soldados, con el sudor perlado en sus frentes y el miedo palpable en sus miradas, se apresuran a obedecer las órdenes. Algunos se mueven con agilidad, mientras que otros luchan por contener el pánico que amenaza con consumirlos.
—¡Apresúrense, maldita sea! ¡No tenemos todo el día! —grita el capitán, su voz cargada de frustración mientras señala hacia los morteros.
Los artilleros trabajan con frenesí, sus manos hábiles ajustando los ángulos y calculando las trayectorias con precisión milimétrica. Algunos maldicen en voz baja, mientras otros rezan en silencio por un golpe de suerte que los saque de esta pesadilla.
—¡Listos para disparar, señor! —anuncia un artillero, su voz ahogada por el estruendo de la batalla.
—¡Disparen! —ordeno con firmeza, y el silbido de los morteros al ser lanzados
Más de veinte cañones disparan en una secuencia continua a través de los agujeros en los muros, sin escatimar recursos.
Los soldados contienen la respiración mientras observan el espectáculo, con la esperanza de que los morteros cumplan su cometido y detengan el avance del enemigo.
¡BOOM!
Las explosiones destruyen todo a su paso, proyectando sombras grotescas sobre el paisaje desolador.
—¡Vamos, vamos, vamos! ¡No podemos permitir que nos alcancen! —grito, mi voz ahogada por el rugido de la artillería.
Los soldados responden con un coro de gritos y juramentos, cada uno dispuesto a darlo todo por la causa. Algunos se cruzan miradas de determinación, mientras otros intercambian gestos de aliento en medio del caos.
—¡Mantengan la línea, soldados! ¡No dejaremos que el enemigo nos derrote! —exclamo, tratando de infundir ánimo en medio de la desesperación que amenaza con consumirnos.
Los rostros de los soldados reflejan una mezcla de miedo y valentía, una determinación férrea que los impulsa a seguir luchando a pesar de las adversidades.
En medio del caos de la batalla, encontramos fuerzas para seguir adelante, porque sabemos que la única opción es la victoria o la muerte.
En medio del caos de la batalla, los soldados luchan con valentía, sus rostros tensos y sudorosos reflejando la importancia del momento.
Mis manos tiemblan ligeramente mientras observo el campo de batalla, buscando cualquier indicio que pueda cambiar el curso de esta lucha desesperada.
—¡Mantengan la presión! ¡No podemos permitir que se reagrupen! —grito, mi voz resonando por encima del estruendo de la batalla mientras insto a mis hombres a mantener el impulso.
Los cañones retumban una vez más, enviando proyectiles rugientes hacia el frente enemigo y sembrando el caos entre sus filas.
—¡Aguanten soldados! ¡No podemos dejar que se recuperen! —ordenó, haciendo un gesto enérgico con la mano.
Con determinación en sus ojos, los soldados empiezan a moverse, mientras unos disparan, otros recargan. La coordinación es perfecta, sus corazones llenos de coraje y determinación.
A pesar del miedo que los embarga, saben que no hay vuelta atrás y que deben luchar hasta el final.
En medio del caos de la batalla, entre los gritos y las explosiones, mi mente se debate en un torbellino de pensamientos. Por un lado, siento la confianza en nuestro armamento, en el poderío de nuestras armas para derrotar al enemigo sin necesidad de una estrategia elaborada.
Pero, al mismo tiempo, una flecha cae a mis pies, recordándome las palabras de Marco.
"No te confíes en tu sentido de poder", me advirtió. Y mi mente empieza a pensar en todas las posibilidades. En medio de los gritos y el caos necesito concentrarme al máximo.
Muerdo mis uñas, sintiendo la urgencia del momento mientras observo el campo de batalla con determinación.
Una oportunidad para hacer retroceder al enemigo, para cambiar el rumbo de la lucha, pero también es un momento de incertidumbre y peligro.
Con los puños apretados con fuerza, llamo a Sofía con un gesto decidido.
Consciente de que su presencia en la base en la montaña, a kilómetros de distancia, se vuelve esencial en esta situación crucial. Estamos en una encrucijada, y debemos actuar con sabiduría y determinación para asegurar la victoria.
Entonces, la llamada es contestada a través del metía. Sofía, con su mirada aguda y concentrada, observa a través del telescopio y me transmite sus observaciones con un gesto militar.
Su expresión seria y su tono firme reflejan la gravedad del momento.
—Varios magos se han congregado en una zona cubierta, no puedo ver qué está sucediendo porque está tapado con un tejado de tierra, parece que están a punto de desencadenar el poder de los proyectiles mágicos —expresa Sofía después de un breve silencio que llena de incertidumbre mi corazón.
El peso de sus palabras cae como una loza sobre nuestros hombros, recordándonos la inminente amenaza que enfrentamos. Intento mantener la calma, aunque el temor amenaza con apoderarse de mí.
—Sofía —mi voz suena firme, aunque mi corazón late con una intensidad que amenaza con ensordecerme—, ¿cuántos de esos impactos podríamos soportar?
Mis ojos buscan los de Sofía, buscando una chispa de esperanza en medio de la oscuridad que se cierne sobre nosotros.
Sofía se toma unos segundos para considerar la respuesta, mientras la tensión en el aire se vuelve casi palpable. Observo cómo sus ojos escudriñan el horizonte en busca de una respuesta precisa.
—A lo sumo, podríamos resistir dos proyectiles —responde finalmente, una cifra menor de lo que habíamos anticipado. Un suspiro colectivo parece escapar de nosotros ante la noticia, mientras nos preparamos para lo que está por venir.
Nos enfrentamos a un dilema angustioso: resistir y enfrentar la embestida o ceder este lugar y retirarnos. Las fortificaciones de acero, erigidas con esmero y dedicación, son nuestra única esperanza de supervivencia.
Bunkers, le nombró Marco.
Entonces, el plan se forma en mi cabeza de inmediato.
—¡Soldados! ¡Inicien la retirada! —exclamo con determinación, extendiendo mi brazo en un gesto decidido que marca el inicio de nuestra estrategia de evacuación.
Los magos a mi alrededor se apresuran a erigir muros de tierra, lo más grandes posibles, que se extienden a lo largo de todo el lugar, ocultando la vista del enemigo.
La determinación se refleja en sus gestos, cada movimiento calculado con precisión mientras trabaja en equipo para levantar las defensas.
Los muros se alzan majestuosamente sobre los ya construidos, altivos, superando los diez metros de altura, una barrera imponente que se erige como último baluarte de defensa.
Observo con orgullo la determinación de mis soldados, quienes trabajan con urgencia y eficacia para prepararse ante el inminente ataque.
Los soldados, con determinación y urgencia, comienzan a cargar las carrozas, levantando a los heridos con cuidado y dejando a los caídos descansar en los búnkeres.
Los búnkeres, concebidos como refugios seguros, podrían resultar útiles, pero en este momento, en medio de la tormenta de batalla, siento que puedo aportar algo más.
Mientras ellos evacuan primera línea se quedará a defender. La idea es escondernos en los búnkeres, para así permitirles escapar con ventaja.
Cada movimiento es una danza coordinada de supervivencia, una carrera contra el tiempo en medio del caos de la batalla.
Mi mente trabaja a toda velocidad mientras busco desesperadamente una solución para enfrentar esta situación crítica.
—¡Magos de fuego! —mi voz, cargada de autoridad, resuena sobre el bullicio de la batalla— ¡Eleven los globos!
—¡Entendido, comandante! —responde uno de los magos, con determinación en sus ojos, mientras se apresura a seguir mis órdenes.
La tensión en el aire es palpable, pero no podemos permitir que nos paralice. Cada segundo cuenta en esta lucha por la supervivencia.
Cinco globos aerostáticos, fruto de un esfuerzo colectivo, se elevan en el aire como símbolos de esperanza en medio de la oscuridad que nos rodea. En mi mente, la estrategia se vuelve clara como un faro en la noche.
—Coloquen todas las bombas en los globos, serán nuestros señuelos —ordeno con determinación mientras las flechas enemigas llueven sobre nosotros.
Mis pensamientos corren a toda velocidad, buscando la manera de hacer que esos globos asciendan sin ser derribados por el fuego enemigo. La situación es crítica, y nuestra única opción es resistir.
Los grupos comienzan a dispersarse, el miedo y la angustia palpables en el aire. Todos temen por sus vidas, pero ahora no es momento de dudar.
Observo con determinación cómo los equipos se organizan para colocar las bombas en los globos, mientras nuestras filas son azotadas por una lluvia de flechas enemigas.
—¡Mantengan la cabeza agachada y el fuego constante! —grita uno de los soldados, instando a sus compañeros a mantenerse alerta y en guardia.
—¡No dejen ni un solo espacio sin cubrir! —ordena otro, mientras ajusta su posición para tener mejor puntería contra el enemigo.
Mientras tanto, los magos se apresuran a inflar los globos, distribuyéndolos estratégicamente para maximizar su efectividad como señuelos.
—¡Rápido, necesitamos esos globos en el aire ahora mismo! —exclama otro mago, instando a sus compañeros a trabajar con aún más celeridad.
Continuamos disparando, luchando con todas nuestras fuerzas para contener el avance enemigo.
—¡No dejen de disparar, soldados! ¡Nuestra supervivencia depende de ello! —grito, tratando de infundir ánimo en nuestras tropas.
La magia de la tierra nos protege, pero no es suficiente para detener por completo los mortales proyectiles mágicos del enemigo.
—¡Mantengan la línea, no permitan que el enemigo avance! —grita uno de los oficiales, mientras observa con preocupación el avance enemigo.
Los soldados se mueven con nerviosismo, pero, siguen determinados a proteger lo que les pertenece.
—¡Todos a sus puestos! ¡No podemos permitir que el enemigo nos supere! —exclama otro, tratando de mantener el orden en medio del caos de la batalla.
En medio de esta lucha por la supervivencia, la tensión se eleva a niveles insospechados.
Cada mirada, cada gesto, es un reflejo del sacrificio y la determinación que nos impulsan a seguir adelante, sin importar las dificultades que se presenten en nuestro camino.
Sin ellos, no importa qué, no sobreviviremos. El peso de la responsabilidad se cierne sobre nosotros, y mi voz resuena con determinación en medio del caos.
—Soldados, nos quedaremos aquí. Ellos atacarán el muro y la base, por eso necesito que, cuando grite, todos entren a los búnkeres de inmediato. —ordeno, y ellos de inmediato asienten.
Es una decisión difícil, pero necesaria. La estrategia se teje como un manto oscuro y calculado.
—¡Escuadrón de artillería! ¡Disparen! —ordeno con intensidad—. Nos haremos notar, haremos ver que estamos atacando desde este lugar.
Sacrificaremos los cañones, pero ganaremos algo más.
A pesar de mi grito, artillería no responde.
El ruido parece ser tan grande que nadie puede oírme.
—¡ARTILLERIA! —grito más fuerte, pero al ver los cuerpos muertos en varios morteros me doy cuenta.
Están siendo presa del miedo.
Los grupos comienzan a dispersarse, presos del miedo y la incertidumbre. Intento mantener la compostura mientras observo cómo mis soldados parecen vacilar, incapaces de sobreponerse al pánico que amenaza con paralizarlos.
Justo cuando estoy a punto de comunicar mi siguiente orden, la voz potente de Alsten irrumpe en la confusión, resonando con autoridad y determinación en el campo de batalla.
—¡Soldados! ¡Necesito que permanezcan en sus malditos cañones! —su grito reverbera en nuestros corazones, infundiéndonos un sentido de deber inquebrantable—. ¡Mientras todos los demás se retiran, nosotros debemos aguantar!
Alsten avanza con un grupo selecto de soldados, ocupando el centro del escenario de batalla.
Quedo impresionada al ver cómo su liderazgo y coraje inspiran a los demás, sacándolos del estado de parálisis en el que se encontraban.
Los laterales se repliegan estratégicamente, concentrando nuestra fuerza en el corazón de la defensa, siguiendo las indicaciones de Alsten. Observo cómo mis soldados, ahora revitalizados por la determinación de nuestro coronel, se preparan para enfrentar el desafío con renovado vigor.
Mientras tanto, los magos terminan de posicionar los globos, ubicándolos a varios metros de distancia uno del otro. Continuamos disparando sin descanso, tratando desesperadamente de detener el avance enemigo con todas nuestras fuerzas.
Sabemos que solo podemos aspirar a resistir, en el mejor de los casos, dos de esos mortales proyectiles mágicos.
La magia de la tierra, aunque poderosa, no será suficiente esta vez. Si queremos sobrevivir a este día, nos veremos forzados a tomar medidas aún más arriesgadas.
—¡Guarden a los dragones en los búnkeres principales! —mi voz resuena con determinación mientras enfrentamos la incertidumbre del futuro, decididos a seguir adelante a pesar de los desafíos que se nos presenten.
Con el liderazgo de Alsten y la determinación de nuestros soldados, sabemos que podemos enfrentar cualquier desafío que se nos presente.
Varias llamaradas de fuego comienzan a surgir a nuestro lado. Cinco en total, indicando que los preparativos están completos. Los magos han trabajado con diligencia para hechizar los globos, dotándolos de la capacidad de ascender rápidamente y evitar el alcance de las flechas enemigas.
Observo con admiración cómo los globos se elevan majestuosamente hacia el cielo, cumpliendo su papel crucial en nuestra estrategia.
—¡Soldados, entren a los búnkeres! ¡Destruyan el muro frontal! —grito con determinación, consciente de que estamos en el umbral de la batalla definitiva.
Las órdenes se difunden rápidamente entre las filas, y los soldados se apresuran a obedecer, preparados para enfrentar lo que sea que esté por venir.
Los magos de tierra responden a mi llamado, lanzando lamictas de fuego hacia los muros enemigos, provocando explosiones que abren paso para que las flechas enemigas entren en el campo de batalla.
Con el muro destruido centrarán sus tropas en nosotros, asi como se pondrán nerviosos al no saber si atacar al globo o a nosotros.
Es un caos controlado, una danza mortal de fuego y acero que determinará el destino de esta guerra.
La retirada se inicia, y todas las miradas se centran en el muro que ya no está. Tomo cobertura detrás de una barricada improvisada y empuño mi arma, dispuesta a defender nuestra posición con todas mis fuerzas.
Un pequeño pelotón de valientes soldados sigue en pie a mi lado, disparando con determinación mientras el resto de las fuerzas se refugia en los búnkeres.
Algunos empiezan a caer, pero me mantengo firme, decidida a no ceder ante el miedo o el dolor. Sé que debo sobrevivir, debo ser un faro de esperanza para mis soldados en medio de esta oscuridad implacable.
—¡Sigan disparando! —grito sobre el estruendo de las explosiones a mi alrededor, instando a mis compañeros a mantenerse firmes y concentrados en la tarea que tenemos por delante.
La batalla se desarrolla en un crescendo implacable, y la incertidumbre se mezcla con la valentía en un baile mortal que definirá el destino de nuestras vidas y las de aquellos que nos rodean.
¡Bang! Disparo desde la cobertura hacía las grietas en los muros. Los semihumanos empiezan a pasar a través, pero, cuando pienso que no puede ponerse peor.
¡Boom!
El impacto es repentino, abrumador. Siento el calor envolviéndome, mi cuerpo se tensa instintivamente, buscando protección contra la fuerza devastadora que me arrastra sin piedad.
Mis brazos se levantan instintivamente, tratando en vano de cubrirme, como si pudieran ofrecer algún tipo de protección contra el caos que me rodea. El calor intenso me envuelve, el aire se llena de un zumbido ensordecedor que parece perforar mis tímpanos, y una sensación de desesperación se apodera de mí mientras me precipito hacia el suelo.
—¡Cobertura! —gritan las voces a mi alrededor, pero sus palabras llegan a través de un velo distorsionado, apenas audibles sobre el rugido de la explosión que me ha arrojado al aire.
—¡La coronel ha sido alcanzada! ¡Tenemos que sacarla de ahí! —grita uno de los soldados, su voz llena de angustia y determinación.
Intento enfocar mi mente, luchando por comprender lo que está sucediendo, pero todo es confuso, borroso.
El mundo gira a mi alrededor, los colores se mezclan en un torbellino de movimiento y sonido. Mis sentidos se ven abrumados por la magnitud del caos, y luchar contra la corriente parece una batalla perdida desde el principio.
El dolor se filtra a través de la confusión, como una llama que aviva el tormento en mi interior.
Mis brazos arden con una intensidad abrasadora, la piel se tensa y se agrieta bajo el calor implacable de la explosión. Cierro los ojos con fuerza, tratando de ignorar el dolor que amenaza con consumirme por completo.
Finalmente, el suelo se acerca rápidamente, y me preparo para el impacto inevitable. El dolor se intensifica con cada fracción de segundo que pasa, y mi cuerpo se tensa en anticipación del golpe.
Caigo con un golpe sordo, el mundo se vuelve negro a mi alrededor mientras la oscuridad me envuelve, arrastrándome hacia sus profundidades implacables.
Con el dolor palpitando en cada fibra de mi ser, algo dentro de mí comienza a cambiar. Una sensación ardiente se apodera de mi cuerpo, recorriendo mis venas como fuego líquido. Mi respiración se vuelve irregular mientras una energía indomable se acumula en mi interior.
Mis ojos, antes llenos de determinación, ahora reflejan una intensidad desbordante. Un destello carmesí comienza a brillar en ellos, una llama interior que busca liberarse.
Mi visión se torna roja, tan roja que siento voy a quedarme ciega.
Un susurro en mi mente, apenas perceptible al principio, crece en fuerza y claridad. Es como si una voz ancestral estuviera despertando dentro de mí, instándome a abrazar el poder que yace latente en mi ser.
Aun así, no puedo entender que es lo que quiere decirme.
Con cada latido de mi corazón, mi cabello blanco comienza a vibrar, transformándose ante mis propios ojos. El blanco puro se desvanece para dar paso a tonos de rojo ardiente, como si las llamas mismas estuvieran tejidas en cada hebra.
La sensación de calor que me consume se intensifica, envolviéndome en una aureola de energía incandescente. Puedo sentir el poder de las llamas dentro de mí, una fuerza primordial que ansía ser liberada.
Sin dudarlo, libero el control que he mantenido sobre mí misma durante tanto tiempo. Abro las compuertas de mi poder interior, dejando que la fuerza del fuego absoluto se desate con furia desenfrenada.
Una ola de calor irradia desde mi cuerpo, consumiendo todo a su paso. Las llamas carmesíes danzan a mi alrededor, devorando la oscuridad de la batalla con una voracidad insaciable.
Mis compañeros de armas retroceden ante el espectáculo, asombrados y temerosos de la magnitud de mi poder recién despertado.
Pero en medio del caos y la destrucción, encuentro una sensación de paz interior, una certeza de que he encontrado mi verdadero yo en las llamas del renacimiento.
Las voces de los soldados resuenan en mis oídos, mezclándose con el ensordecedor estruendo de la batalla.
—¡ROAAAR! —los gritos del enemigo, todo parece escucharse tan claramente que parece que antes estuviese sorda.
Puedo sentir su preocupación palpable, su deseo de asegurarse de que sobreviva a este terrible golpe. A pesar del dolor que me embarga, una sensación de gratitud me invade al darme cuenta de que no estoy sola en esta lucha.
Mi cabello empieza a elevarse como una serpiente enojada, una manifestación más de la energía que me consume desde adentro.
—¿Estás bien? —pregunta alguien, extendiéndome la mano en un gesto de ayuda. Sin embargo, la aparta rápidamente, como si temiera quemarse al tocarme.
Por un breve instante, observo cómo el humo se eleva de mi cuerpo, como si mi ser se transformara en el fuego mismo. Mi visión vuelve a la normalidad, pero un calor ardiente me invade desde dentro.
¿Qué está sucediendo? Me pregunto, pero no tengo tiempo para encontrar respuestas.
Mi mirada se cruza con la de Alsten, quien me observa con asombro y desconcierto. En ese momento, comprendo que algo ha despertado en mí, algo más grande y poderoso de lo que jamás habría imaginado.
Tras el cese repentino de las llamas, desde el hueco en el muro comienzan a emerger varios demihumanos.
En un fugaz instante, mi visión se llena de terror mientras cientos de flechas y proyectiles mágicos se abalanzan hacia nosotros, cada uno una amenaza mortal destinada a aniquilarnos.
—¡Sigan disparando! —grita Alsten, y todos los soldados disparan a los muros. Han aceptado su destino, con la intención de proteger a su gente.
La oscuridad de la batalla se intensifica, y el sonido ensordecedor de la guerra retumba en mis oídos.
El calor abrasador que me consume desde adentro se intensifica, y una sensación indomable de poder se apodera de mí. Observo cómo el humo se eleva de mi cuerpo, como si cada célula estuviera encendida por las llamas del sol mismo.
¿Qué está sucediendo? Me pregunto, pero el tiempo para reflexionar se agota mientras el caos se desata a mi alrededor.
Una flecha se precipita hacia mí, y sin pensar, extiendo mi mano hacia ella. Pero algo extraño ocurre: no siento nada, ni miedo ni dolor.
El fuego que emana de mí devora mis guantes y parte de mis mangas, transformándolos en cenizas al instante. Las flechas entrantes son engullidas por una llamarada carmesí, una explosión de fuego que consume todo a su paso.
Extendiéndose por varios metros, todo el cielo queda oculto por la llamarada que sale de mis manos.
Los proyectiles siguen avanzando, pero encuentran su fin en un muro de calor impenetrable. La energía ardiente que emana de mi ser los disuelve en el aire, evaporándolos como si nunca hubieran existido.
Todos los proyectiles son reducidos a nada, y el enemigo se queda atónito, mirando lo que ha sucedido con terror.
Abro mis ojos en sorpresa, atónita ante el poder que ha sido liberado dentro de mí. La voz de alguien grita desde el caos, anunciando mi intervención milagrosa.
—¡La coronel nos está salvando! ¡Retírense! —grita, su voz llena de asombro y alivio.
El campo de batalla se convierte en un escenario caótico, donde el estruendo de la guerra retumba en el aire y las explosiones sacuden el suelo. Soldados corren en todas direcciones, algunos gritando órdenes mientras otros luchan por sobrevivir entre el caos.
El sol de la mañana ilumina la escena, pero las nubes amenazadoras comienzan a hacer su aparición en el horizonte, presagiando una tormenta que se cierne sobre el campo de batalla.
—¡Avancen, soldados! ¡No podemos retroceder ahora! —grita el comandante, su voz resonando sobre el estruendo de la batalla.
Los soldados, con expresiones de determinación mezclada con miedo y angustia, se aferran a sus armas y avanzan hacia el enemigo con valentía.
El olor acre del humo y la pólvora impregna el aire, mientras el sabor metálico de la sangre se mezcla con el polvo levantado por las explosiones, creando una atmósfera opresiva y asfixiante.
En medio del caos, los comandantes gritan órdenes y los soldados luchan por mantenerse firmes ante el embate enemigo.
—¡Mantengan la formación! ¡No podemos permitir que el enemigo nos sobrepase! —ordena otro oficial, su voz firme y decidida—. Somos el muro que permitirá a los nuestros defender.
Mientras tanto, las nubes comienzan a cubrir el cielo, proyectando sombras ominosas sobre el campo de batalla y sumiendo el entorno en una penumbra creciente.
A pesar de la oscuridad que se cierne sobre ellos, los soldados siguen luchando con valentía, guiados por la esperanza de una victoria que aún parece distante.
Los globos ya han superado los muros, levantándose y dirigiéndose hacia su fortaleza.
Varios demihumanos preparan sus flechas, sin embargo, los magos empiezan a atacarlos desde coberturas lejanas. Aunque sean pocos, puedo verlo claro. Ellos no van a alcanzar a llegar a los búnkeres, y si lo logran, dudo lo hagan ilesos.
Aun así, están luchando por proteger a sus seres queridos.
Mi vista se enfoca en la línea de frente, y sin vacilar, empuño mi pistola y me lanzo hacia ellos.
¡Bang! El sonido de un disparo rasga el aire, y así, en medio del estruendo y la confusión, comienza nuestra lucha desesperada por la supervivencia.
Un disparo certero rompe el silencio, derribando al hombre león que se alza desafiante frente a mí.
En medio del caos de la batalla, Alsten grita sus órdenes con autoridad, señalando a los soldados que deben enfrentar. La adrenalina corre por mis venas mientras me preparo para el combate que se avecina.
De repente, una mujer se abalanza hacia mí con ferocidad, sus ojos llenos de determinación. Mientras tanto, un hombre toro embiste con su mazo en alto, listo para aplastarme.
No hay margen para la indecisión.
—¡Te voy a matar, humana! —grita la mujer con furia mientras se acerca, su cuchillo reluciendo amenazadoramente.
Con la precisión que he aprendido, apunto directamente a la cabeza del toro y descargo una bala en su frente. Su figura imponente cae con estruendo, envuelto en una nube de polvo y golpes.
Sin embargo, este no está muerto.
—¡Ahora eres historia, humano! —grita el hombre toro con voz gutural, su mazo brillando con malévola intención.
La mujer, sin embargo, busca atacarme con su cuchillo, pero sé que debo actuar con rapidez. Fundo mi propio cuchillo en un instante, transformándolo en un proyectil de acero incandescente que lanzo hacia ella.
El contacto con el metal al rojo vivo la paraliza, dejando una expresión de sorpresa en sus ojos que se desvanecen en el asombro.
—¡AGHHHHH! —su grito, mientras desesperadamente intenta quitarse el metal de su rostro.
Doy un disparo a su cabeza, acabando con su sufrimiento.
—¡No puedes escapar de tu destino, guerrera! —gruñe el hombre toro, abalanzándose sobre mí.
Aprovechando su gran tamaño, asesto un golpe certero en su plexo solar. Mi puño se hunde en su cuerpo, pero en lugar de carne y sangre, emerge un humo oscuro y asfixiante.
Mu puño atraviesa su cuerpo con facilidad, pero a la vez lo empieza a carbonizar.
El olor a carne quemada me asalta los sentidos mientras lo veo luchar por respirar.
—¡No te dejaré salirte con la tuya, monstruo! —exclamo con determinación, decidida a acabar con su sufrimiento.
Tomando el arma de la chica, clavo la cuchilla en su pecho, poniendo fin a su tormento. Mi mirada escudriña frenéticamente a mi alrededor en busca del otro atacante, pero no hay rastro de él.
El calor de la batalla me consume, y siento como si mi propia piel quisiera hablar conmigo.
El humo que emana de mis manos sigue danzando, denso y abrasador, una manifestación de mi poder interior que se despierta en medio de la lucha.
En un abrir y cerrar de ojos, escucho un grito desde detrás de mí, una amenaza de muerte que se acerca sigilosamente. Mi cuerpo reacciona por instinto, girando en un movimiento ágil para enfrentar al nuevo enemigo.
Antes de que pueda darme cuenta, una cuchilla mortal se precipita hacia mis ojos, sostenida por un hombre envuelto en humo oscuro. El metal brilla con un calor intenso mientras se acerca, y todo sucede en cámara lenta, como en un sueño surrealista donde la muerte acecha en cada sombra.
Intento recordar, mi mente se esfuerza por recuperar cada recuerdo, cada imagen, cada emoción. Todo converge en un torbellino caótico dentro de mí.
De repente, en medio de la angustia y el caos, unas palabras susurradas emergen como un eco de las sombras mismas.
"Debes buscar, debes dejar que el fuego crezca dentro de ti, en ti reside el legado de ######." La revelación me envuelve como una llama que arde en la oscuridad de la incertidumbre.
La batalla aún no ha terminado, y el enigma de mi propio poder me amenaza con revelarse en el calor del conflicto.
Las últimas palabras se desvanecen en el estruendo de la lucha, pero su eco persiste en mi mente. De repente, mi cuerpo se consume con una intensidad insoportable. Una agonía abrasadora se apodera de mí, como si mi corazón estuviera a punto de estallar en llamas.
—¡AGGGGHH!
Un grito de angustia escapa de mis labios cuando veo caer a mis pies un pedazo de carne carbonizada.
Intento desesperadamente ver a mi alrededor, pero solo encuentro una maraña de llamas carmesí. Las flechas llueven sobre mí, pero antes de tocarme, se convierten en cenizas.
El suelo se tiñe de rojo bajo mis pies, y los gritos de dolor resuenan en mi mente aturdida. Entre el caos, alguien grita mi nombre, y antes de que pueda reaccionar, siento un fuerte golpe en mi nuca.
Abro mis ojos, sintiendo el zumbido persistente del dolor en mi cabeza mientras alguien me carga con cuidado.
Su cabello rojo ondea al viento, pero su rostro está marcado por quemaduras, evidencia del sufrimiento causado por mi descontrolado poder. Cada paso que da parece ser una agonía silenciosa, y siento una punzada de culpa por ponerlo en peligro.
Dirijo mi mirada hacia arriba, hacia los globos que se alzan en el aire con gracia.
A pesar del caos que nos rodea, una sensación de alivio me embarga al verlos. De repente, una luz deslumbrante ilumina el paisaje, seguida de explosiones ensordecedoras que retumban a nuestro alrededor.
¡BOOOOOM!
Las explosiones hacen que los globos estallen en una lluvia de fragmentos, mientras las minas que habíamos colocado estratégicamente se activan, neutralizando los proyectiles que se dirigían hacia nosotros.
Es como si el tiempo se detuviera por un momento, mientras observo maravillada cómo nuestra planificación meticulosa da sus frutos.
Los globos, que normalmente no podrían haber detenido el avance de los proyectiles por sí solos, ahora se convierten en escudos improvisados gracias a la precisión de nuestras acciones.
Crusch, con su conocimiento experto en armamento magico, ha sido clave en este momento crucial, ayudándonos a calcular cada detalle con anticipación.
En el cielo, nubes de fuego se elevan majestuosamente, una prueba visual de nuestra victoria momentánea sobre las fuerzas que nos rodean. Ahora, con el camino despejado por un breve momento, solo nos queda llegar a los bunkers y asegurarnos de que nuestros compañeros estén a salvo.
Mi plan ha funcionado, y una oleada de alivio me embarga momentáneamente. Sin embargo, la calma es efímera, pues los soldados a nuestro alrededor comienzan a gritar frenéticamente, advirtiendo del peligro inminente que se avecina.
—¡Ahí viene! —exclaman algunos, mientras otros se apresuran a cargar sus armas y prepararse para el combate.
Dirijo mi mirada hacia el frente y veo que estamos a escasos metros de la entrada del bunker.
Nuestro objetivo está al alcance, pero a nuestras espaldas, un grupo de demihumanos nos persigue con determinación, ansiosos por alcanzarnos.
En el cielo, el caos se desata en forma de proyectiles mágicos que se aproximan velozmente hacia nosotros. Puedo sentir la adrenalina bombeando furiosamente por mis venas mientras nos adentramos en la zona de peligro.
¿Es esto realmente lo que significa la guerra? ¿Un constante pulso entre la vida y la muerte, donde cada segundo puede ser el último?
—Luan, ¿puedes prometerme algo? —la voz de Alsten corta el caos que nos rodea, su tono cargado de urgencia y determinación—. Si logramos sobrevivir a esto, ¿me prometes que lucharemos hasta ganar todas las batallas, incluso si eso significa enfrentarnos a la misma orden real?
Sus palabras resuenan en mi mente, cargadas de un profundo resentimiento y determinación. Me doy cuenta de que Alsten está ocultando algo, algo que va más allá de esta guerra y alcanza las profundidades de su alma.
—Tanto esta guerra como cualquier otra que enfrentemos. —mis palabras emergen con firmeza, comprometiéndome a seguir adelante pase lo que pase, mientras observo la bola de fuego que se acerca con rapidez—. Ganaremos a cualquier costo.
—¡LEAP! —el grito de Alsten me saca de mi trance, y en un instante me encuentro tras uno de los soldados dentro del bunker. La confusión se apodera de mí mientras intento comprender lo que acaba de suceder, pero antes de que pueda procesarlo, Alsten ordena con urgencia—. ¡Cierren la maldita puerta!
Los soldados se apresuran a obedecer, y en ese mismo instante...
¡BOOOM!
El estruendo de la explosión sacude el suelo bajo nuestros pies, y los gritos de dolor son rápidamente ahogados por la intensidad del estallido.
Observo a Alsten, quien se arrodilla con dificultad, su cuerpo marcado por las profundas quemaduras y el humo que asciende desde su piel maltrecha, una sombra de lo que solía ser.
—¡Coronel! —los soldados se acercan apresuradamente hacia Alsten, pero él permanece arrodillado, su rostro aún marcado por el dolor pero su mirada fija en el horizonte, como si estuviera vislumbrando un futuro incierto.
Con cuidado, los soldados lo levantan y lo colocan en una camilla en el interior del bunker, donde será atendido por los médicos de inmediato.
Inclino la cabeza, tratando de ignorar el dolor punzante que me consume. En este momento crítico, las vidas de todos dependen de nuestras acciones y decisiones.
Sacando mi metia, llamo a Sofia, quien acude rápidamente al ver que nos encontramos dentro del búnker. El metía tiene manchas de quemadura, pero me sorprende ver que aguantó.
El general me mataría si lo dañase.
Sin perder tiempo en palabras superfluas, le lanzo una orden firme y urgente.
—Dispara los cañones mágicos, utiliza todos los proyectiles mágicos disponibles.
Sin titubear, dirige a los soldados para que cumplan con la orden.
Desde mi posición, no puedo ver claramente el campamento enemigo; el cielo nublado sugiere la inminencia de la lluvia.
—¡Disparen! —su voz resuena con autoridad entre los estruendos de la batalla.
Los cañones se activan y, desde el interior del búnker, observo con expectación cómo una luz sigue una trayectoria precisa. Mis ojos se fijan en ese punto; si nuestro plan tiene éxito, el enemigo no tendrá forma de protegerse.
No esperaban que estuviéramos en la montaña, y eso nos otorga una ventaja crucial en este enfrentamiento.
Una sonrisa de satisfacción se dibuja en mi rostro y, en cuestión de segundos...
¡BOOM!
Un imponente árbol de hielo empieza a crecer, resplandeciente y majestuoso, lo suficientemente grande como para ser visible a simple vista. Sofía me mira con una sonrisa llena de triunfo.
—¡Lo logramos! —exclama emocionada, mientras los soldados estallan en vítores de alegría, celebrando la victoria parcial que hemos conseguido—. Sus cañones fueron destruidos.
El plan se ha ejecutado a la perfección.
—Están retrocediendo; es el momento de acorralarlos —declara Sofía con firmeza. Asiento y vuelvo la mirada hacia el grupo.
—Lleven a los heridos al campamento. Nos preparamos para el ataque. Debemos reunirnos con el ejército en el batallón.
Siento un dolor agudo en mis huesos, pero en este instante, ellos necesitan a alguien que los guíe.
—¡Salimos!
—¡Como ordené, coronel! —gritan todos al unísono, abriendo las puertas y enfrentando la devastación que hemos causado.
Al salir, lo que se revela ante mí son cuerpos carbonizados, fragmentos de huesos y el penetrante olor a carne quemada que me asalta sin piedad.
Los magos lanzan llamaradas hacia el cielo, en un intento de hacer regresar a los que se retiraron aún más lejos que nosotros.
En este momento debemos atacar. Imbuyo maná en mi garganta, pero rápidamente siento un llamado en mi metía. Al abrirlo veo a Lucas, quien es la persona que está en la otra parte de Irlam, la cuarta base militar, quienes defienden la otra entrada.
Sus palabras parecen entrever que la situación no es muy buena.
—Son... ¡Mas!
