Caos y Esperanza

El eco de las explosiones resuena en el aire gélido, rompiendo la quietud de la noche.

El sonido de los disparos se entrelaza con el crujido de la nieve bajo los pies de los soldados, mientras el frío penetra hasta los huesos, endureciendo cada músculo y respiración.

—¡Disparen! —grito a los soldados, cuyos fusiles continúan retumbando sin pausa— ¡Son más de lo esperado!

En mis manos yace el metía que nos permite comunicarnos, por lo que veo la situación en el otro frente se ha estabilizado.

La joven Luan, con sus ojos fijos en la escena, parece absorta mientras le muestro la situación. Rápidamente comprende la gravedad del momento.

¡Boom!

Otra mina estalla, lanzando fragmentos de hielo y tierra por los aires mientras nosotros mantenemos nuestra posición, disparando y retrocediendo para ganar algo de espacio.

La cantidad de enemigos aquí es abrumadora, nuestros cañones no pueden hacer frente a sus estrategias de movimiento.

Si retrocedemos, nos veremos obligados a acercarnos más al pueblo, directamente hacia la zona residencial. En este momento, la situación es inmovible, ya que el general decidió construir la base cerca de la nieve para adaptarse a la situación.

El campamento enemigo se encuentra a escasos metros de nuestras trincheras, pero parece que tendremos que retroceder hacia allí. Han concentrado a varios tipos de demihumanos en oleadas, grandes y robustos, expertos en combate.

Después de explicarle la situación a Luan, sus ojos rojos brillan mientras reflexiona unos segundos antes de hablar:

—Simulemos que estamos huyendo y retiremos a un grupo hacia el bosque de Elior —sugiere, con determinación palpable en su voz—. Dividámonos en dos grupos. Ellos nos seguirán al bosque en busca de acabar con nosotros, y entonces podremos atacarles por la espalda.

La estrategia de Luan es arriesgada, pero parece ser nuestra mejor opción en medio del caos de la batalla.

Mientras nos preparamos para ejecutar su plan, me encuentro reflexionando sobre el significado más profundo de esta guerra: la presencia de los demihumanos y las implicaciones políticas y sociales que trae consigo.

Con el corazón latiendo con determinación, nos preparamos para enfrentar el siguiente capítulo en esta cruenta lucha por la supervivencia.

Dirigirnos al bosque es una estrategia arriesgada; estaríamos adentrándonos en un territorio desconocido. Con la oscuridad cayendo por el clima, luchar en esas condiciones será complicado, pero no imposible.

Las nubes, que normalmente dan paso a la mañana, se interponen ahora en el cielo, oscureciendo el entorno más temprano de lo habitual. La luz del día se desvanece rápidamente bajo el manto gris de las nubes, añadiendo una capa de incertidumbre a nuestra situación.

El ambiente se siente tenso, como si estuviéramos al borde de la catástrofe. Cada decisión que tomamos podría determinar nuestro destino. Si bien tenemos trampas instaladas, el riesgo sigue siendo elevado.

—¡Vayan al bosque Elior! ¡Luego ataquen por la espalda! —grita con urgencia, instando a mis soldados a ejecutar la maniobra.

Miro hacía el metía, viendo que Luan está actuado extraño. Ella observa a través de los binoculares hacia algún punto, frunciendo el ceño.

—Necesito colgar, parece que tenemos problemas —informa, mostrando preocupación en su rostro.

Dirijo mi mirada hacia mis soldados, cuestionándome si esa estrategia es la correcta.

En este momento, me pregunto qué haría el general Marco en nuestra situación. Ladeo la cabeza, intentando alejar pensamientos inútiles. No soy un estratega brillante, pero sé cuándo es hora de actuar.

—¡Divídanse! ¡Vamos hacia el bosque Elior! —ordeno, compartiendo la estrategia con el coronel Oslo, quien de inmediato grita para dividir a las tropas.

Dirijo mi mirada hacia él, observando al coronel Oslo con atención. A pesar del caos que nos rodea, su figura destaca con autoridad y determinación.

Su piel morena contrasta con la blancura de la nieve, y su presencia imponente no pasa desapercibida en medio de la batalla. Los rasgos marcados por la experiencia y la seriedad reflejan la gravedad del momento.

—Nosotros nos dirigiremos al bosque. Si alguien sabe cómo sobrevivir allí, soy yo —afirma Oslo con confianza, y ambos asentimos antes de comenzar a retroceder.

El viento helado hace ondear su cabello blanco, mientras que sus ojos dorados, profundos y penetrantes, muestran una mezcla de astucia y valentía.

Vestido con su impecable traje militar, el coronel Oslo irradia un aura de liderazgo y confianza.

—¡Retrocedemos! —exclamo, mientras los soldados emergen de las trincheras y se dirigen a la base donde se encuentran los carruajes.

Supongo que deberemos sacrificar esta base si queremos tener alguna oportunidad de ganar.

Cada disparo abate a uno de esos demihumanos de tipo conejo, y también enfrentamos a aquellos con pieles gruesas que requieren más de un disparo para caer. Nuestro ejército está compuesto por una diversidad de seres, pero en este momento, nada importa más que ganar esta batalla.

Todos aquellos que amenacen a Irlam pagarán con la muerte. Mi determinación es férrea; protegeré a mi familia y a todos los que amo.

Los comandantes enemigos parecen haberse percatado de nuestro intento de retirada, y la ofensiva se intensifica. Es fácil identificarlos, ya que avanzan montados en dragones de tierra, aunque también cuentan con un escuadrón con escudos de acero gigantes que lo rodean.

Cuando nuestros cañones disparan hacia ellos, utilizan algún tipo de magia para protegerse.

Nuestros soldados comienzan a subir a los carruajes, mientras un pelotón se queda al frente, protegiendo a los heridos. Disparo contra cualquier enemigo que se acerca, y mientras retrocedemos, las flechas y bolas mágicas enemigas continúan cayendo sobre nosotros.

El viento helado corta la piel, añadiendo una sensación de desasosiego a la situación ya de por sí desesperada.

—No me gusta esto —murmura uno de los soldados, su voz apenas audible sobre el estruendo de la batalla.

—Tranquilo, soldado. Saldremos de esta —respondo, tratando de infundirle algo de ánimo en medio del caos.

Los ojos de mis hombres reflejan el miedo y la determinación en igual medida, pero no podemos permitir que el miedo nos paralice. Nos hemos lanzado a esta misión con la esperanza de cambiar el curso de la batalla, y no podemos retroceder ahora.

—¿Estás seguro de que esto funcionará? —pregunta Oslo, su voz llena de dudas mientras se terminan de organizar los suministros.

—Tenemos que creer en ello. No hay otra opción —respondo, tratando de convencerme a mí mismo tanto como a él.

Nuestra misión es clara: evacuar este lugar y dejarlo hecho pedazos. Todos nos movemos con premura, cargando con todo lo que podemos llevar. Cajas de suministros, armamento, todo es útil en esta situación.

Nos preparamos para la demolición de nuestro propio campamento, sabiendo que será una tarea ardua pero necesaria.

De repente, un grito desgarrador corta el aire, seguido de una lluvia de flechas que caen como afiladas dagas sobre nosotros. El sonido de los cuerpos cayendo al suelo se mezcla con el zumbido mortal de las flechas, mientras la sangre tiñe la nieve bajo nuestros pies.

—¡Cobertura! —mi voz se ahoga entre el caos, pero mis hombres captan la urgencia en mis palabras y se refugian bajo cualquier cosa que pueda ofrecerles un mínimo de protección.

Salgo un poco de mi escondite, solo para ver a algunos de mis compañeros caer, atravesados por las mortales flechas enemigas. El terror se refleja en sus rostros mientras luchan por respirar sus últimos alientos.

Las flechas siguen lloviendo implacables, buscando carne y sangre que alimente la voracidad de la guerra. Nuestros cascos pueden protegernos un poco, pero no son suficientes para detener la lluvia mortal que nos rodea.

—¡ARTILLERÍA!

Con un rugido ensordecedor, los morteros entran en acción, lanzando proyectiles explosivos hacia el enemigo. El suelo tiembla con cada impacto, pero la amenaza de muerte sigue presente en cada rincón de este campo de batalla infernal.

El frente enemigo estalla en una danza macabra de fuego y metralla, devorando a aquellos que se atrevieron a desafiarnos. Pero sé que esta victoria será efímera, que cada explosión solo traerá más dolor y sufrimiento en un ciclo interminable de violencia y destrucción.

—¡Todos a los carruajes! ¡Rápido, rápido! —grito con todas mis fuerzas, sintiendo la urgencia en cada fibra de mi ser mientras las flechas silban a nuestro alrededor.

—¡Muévanse, soldados! ¡Vamos, vamos! —ordenan los capitanes, empujando a los rezagados hacia los vehículos en movimiento con un empuje desesperado.

—¡No podemos quedarnos aquí! ¡Corran, corran! —exclama uno de los soldados, apresurando a los heridos hacia los carruajes, ignorando el dolor y la fatiga mientras la lluvia de flechas amenaza con atravesar nuestras defensas.

—¡Avancen, mantengan la cabeza baja y avancen! ¡No nos detengamos ahora, no podemos permitirlo! —grito, instando a los últimos rezagados a seguir adelante mientras los demihumanos se acercan cada vez más, como sombras de la muerte en nuestra estela.

—¡Nos están alcanzando, no tenemos tiempo que perder! ¡Apresúrense, soldados, apresúrense! —advierte Oslo, su voz cargada de determinación mientras los enemigos se aproximan a pasos agigantados.

Con el corazón latiendo desbocado y la adrenalina bombeando por nuestras venas, subimos precipitadamente a los carruajes, sintiendo el alivio momentáneo al estar fuera del alcance inmediato de los enemigos.

Pero en lo más profundo de nuestros corazones, sabemos que la batalla aún no ha terminado. Aunque nos alejamos de la línea del frente, la guerra sigue acechando en cada sombra, en cada rincón del horizonte.

El rugido de los carruajes retumba en mis oídos mientras nos alejamos a toda velocidad, con los demihumanos pisándonos los talones.

Desde dentro de los carruajes, los soldados disparan frenéticamente, intentando repeler a los enemigos que se abalanzan hacia nosotros. Cada estampido de los rifles es una nota discordante en el caos que nos rodea, pero también una pequeña esperanza de mantenernos con vida un poco más.

Mientras observo la desesperación en los rostros de mis compañeros y el avance implacable de los demihumanos, mi mente trabaja a toda velocidad en busca de una solución. Sabemos que estamos en una situación crítica y que debemos actuar con rapidez si queremos sobrevivir.

Entonces, la idea surge en mi mente como un destello de inspiración. Las minas que llevamos podrían ser nuestra salvación, pero necesitamos utilizarlas de manera estratégica.

¿Cómo podemos aprovechar al máximo su potencial destructivo para detener a los demihumanos y ganar algo de tiempo?

Observo el terreno que nos rodea, buscando el lugar perfecto para colocar las minas. Las colinas y los árboles pasan rápidamente frente a nuestros ojos mientras nos dirigimos hacia nuestro destino. Finalmente, una idea comienza a tomar forma en mi mente.

—¡Soldados, escúchenme! —grito por encima del ruido de la batalla, llamando la atención de mis hombres—. Tenemos que usar las minas para detener a los demihumanos. Pero necesitamos hacerlo de manera inteligente. ¿Alguna sugerencia?

Los soldados intercambian miradas nerviosas, pero pronto comienzan a surgir ideas. Algunos proponen colocar las minas en puntos estratégicos del camino, mientras que otros sugieren crear trampas alrededor de la base militar a la que nos dirigimos.

Mientras discutimos las diferentes opciones, mi mente sigue trabajando, evaluando cada posibilidad. Finalmente, una idea brillante se abre paso en mi mente.

—¡Eso es! —exclamo, sintiendo la emoción de la inspiración—. Colocaremos las minas en un camino estrecho justo antes de llegar a la base. Cuando los demihumanos intenten seguirnos, las detonaremos y los detendremos en seco.

Estas no son simplemente minas normales, son el fruto de un arduo trabajo de investigadores, asi como del general y su hija.

Mis hombres asienten con determinación, comprendiendo la importancia de nuestra estrategia. Con renovado vigor, nos preparamos para llevar a cabo nuestro plan, sabiendo que nuestra supervivencia depende de ello.

Mientras el paisaje sigue pasando a toda velocidad frente a nosotros, mi mente está enfocada en una sola cosa: la batalla que se avecina y la esperanza de que nuestra astucia y determinación sean suficientes para superarla.

Mis soldados y yo estamos en una situación crítica. La decisión de dejar las minas en los carruajes y correr hacia la base militar ha sido tomada, pero aún no hemos tenido tiempo de llevarla a cabo.

El tiempo apremia y la presión de los demihumanos que nos persiguen aumenta con cada segundo que pasa.

—¡Activen las minas! ¡Rápido, rápido! —mi voz se pierde entre el caos y la confusión, mientras intento transmitir la orden a mis hombres.

El ruido de los carruajes y los gritos de los demihumanos hacen que sea difícil escucharse unos a otros. La comunicación se vuelve un desafío en medio de la urgencia y el miedo que nos embarga a todos.

—¡Apúrense, soldados! ¡No tenemos tiempo que perder! —grito con desesperación, sintiendo la ansiedad palpable en el aire mientras tratamos de coordinar nuestra fuga.

Los demihumanos continúan persiguiéndonos, sus gritos de ferocidad y sed de sangre resonando en nuestros oídos como una macabra sinfonía de terror. Cada vez están más cerca, y el tiempo se agota rápidamente.

La decisión está tomada, pero todavía no hemos podido ponerla en práctica, es necesario que la zona sea perfecta.

La incertidumbre y el miedo nos rodean mientras luchamos por alcanzar la seguridad de la base militar, sabiendo que el destino de todos nosotros pende de un hilo.

El rugido de la batalla resuena en el aire mientras avanzamos a toda velocidad, escapando de la implacable persecución de los demihumanos.

Cada sacudida del carruaje es una advertencia de la proximidad del peligro, y el viento silba entre los oídos, llevando consigo el clamor de la guerra. Los soldados, agarrados a los bordes de los vehículos, disparan con determinación, sus rostros tensos reflejando la urgencia de la situación.

De repente, el estruendo de la batalla es interrumpido por un grito, agudo y lleno de furia, que corta el aire como un cuchillo afilado.

—¡Malditos! ¡Maten a todos! —resuena la voz del enemigo, envuelta en una aura de odio y sed de sangre que hiela los huesos.

El caos de la batalla se detiene abruptamente cuando los demihumanos se detienen en seco, como si hubieran sido detenidos por una orden invisible.

Mis ojos se abren con incredulidad al ver cómo cada uno de ellos saca un cristal, cuyo brillo ominoso parece resonar en el aire cargado de tensión.

—¡INCRUSTENLO! —ordenan los capitanes enemigos, y con un gesto frenético, los demihumanos obedecen, clavando los cristales en sus cuerpos con un doloroso grito que retumba en mis oídos.

Un escalofrío recorre mi espalda al presenciar la transformación, una mezcla de terror y fascinación que me deja paralizado en mi lugar. El aire se vuelve denso, como si la oscuridad misma se hubiera materializado en forma de una neblina inquietante.

A pesar de estarnos alejando, siento que ha llegado a mi cuerpo.

—¡AGHH! ¡DUELE! —los alaridos del enemigo atraviesan el silencio, llenando el aire con su desesperación y sufrimiento. Cada grito parece clavarse en mi mente, recordándome la brutalidad de la guerra en la que estamos inmersos.

La incertidumbre se apodera de todos nosotros, paralizando nuestros movimientos y nublando nuestros pensamientos. Los soldados a mi alrededor intercambian miradas de incredulidad y terror, incapaces de comprender lo que está sucediendo ante sus propios ojos.

Mis manos tiemblan de nerviosismo, y un sudor frío recorre mi espalda mientras observo con impotencia cómo los demihumanos se preparan para atacar con una ferocidad renovada. Una sensación de miedo y desesperación me envuelve, pero sé que no puedo permitirme rendirme ante el pánico.

—¡Preparen las minas! —grito con voz firme, tratando de mantener la calma en medio del caos que nos rodea.

Sabemos que tenemos que actuar rápido si queremos tener alguna posibilidad de sobrevivir a esta emboscada.

Mis palabras son recibidas con una mezcla de determinación y miedo por parte de mis compañeros, quienes se apresuran a cumplir con la orden mientras los demihumanos se acercan cada vez más, ansiosos por desatar su furia sobre nosotros.

Los demihumanos avanzan con una fuerza desconocida, sus pasos retumban en la tierra como el estrépito de un ejército imparable. Corren más rápido que antes, como si estuvieran poseídos por una fuerza sobrenatural que los impulsa hacia adelante, sin importarles el peligro que acecha en cada paso.

¡Boom!

Las minas explotan con un estruendo ensordecedor, enviando estacas de hielo hacia el cielo en una danza mortal. Las estacas se clavan en el suelo, formando una barrera temporal que detiene momentáneamente el avance de los demihumanos.

—¡Vamos, no tenemos tiempo que perder! —grito, instando a mis hombres a bajar de los carruajes y prepararse para enfrentar a los enemigos.

Pero la determinación del enemigo es inquebrantable, y continúan avanzando, ignorando el dolor y la muerte que los rodea.

—¡Cubran los flancos! ¡No dejen que se acerquen más! —ordeno, mientras nos preparamos para el combate.

A pesar de las estacas de hielo que se interponen en su camino, los demihumanos siguen adelante, dispuestos a sacrificar sus vidas en aras de su causa.

—¡No retrocedan! ¡Mantengan sus posiciones! —grito, tratando de infundir valor en mis hombres mientras los demihumanos se acercan cada vez más.

Algunos son atravesados por las estacas, cayendo al suelo con un gemido de agonía, pero otros siguen adelante, empujando hacia delante con una ferocidad desenfrenada.

Los números han disminuido enormemente, pero aun asi siguen superándonos.

—¡No podemos dejar que avancen más! ¡Luchen con todas sus fuerzas! —exclamo, mientras nos preparamos para el enfrentamiento.

Es entonces cuando todos nosotros, los soldados, nos bajamos de los carruajes, enfrentando a los demihumanos con determinación y coraje. Sabemos que no podemos permitirles avanzar más, que nuestra única esperanza de sobrevivir es luchar hasta el último aliento.

—¡Vamos, soldados, apúrense! ¡Lleven a los heridos a los dragones de tierra y asegúrense de que estén bien sujetos! —ordeno, con urgencia y determinación en mi voz.

—¡Todos juntos, no dejemos a nadie atrás! —grita uno de los capitanes mientras ayuda a cargar a los heridos en los dragones de tierra, infundiendo un sentido de solidaridad y sacrificio.

Una vez todos los heridos parten solo quedamos nosotros.

—¡Aceleren, soldados, estamos en peligro! ¡No podemos detenernos ahora! —exclamo, mi voz cargada de determinación y urgencia.

Mientras corremos, los rugidos de los demihumanos se acercan cada vez más, su ferocidad palpable en el aire. Los soldados intercambian miradas llenas de temor y determinación, compartiendo el peso de la incertidumbre y el peligro que nos rodea.

Cada paso que damos es un recordatorio constante de la amenaza que enfrentamos, pero seguimos avanzando, impulsados por el instinto de supervivencia y la esperanza de encontrar seguridad en algún lugar distante.

Los rugidos de los demihumanos se entremezclan con nuestros propios gritos, creando una cacofonía de terror y desesperación que llena el aire mientras corremos hacia lo desconocido, rogando encontrar un refugio seguro antes de que sea demasiado tarde.

A medida que nos alejamos, observamos con horror cómo uno de los demihumanos comienza a transformarse.

Su cuerpo crece de manera desproporcionada, viendo como ya es el triple de alto que los carruajes.

Con un rugido ensordecedor, sus músculos se hinchan hasta límites grotescos, mientras sus ojos arden con una furia descontrolada da un salto, cayendo encima de los carruajes.

—¡Miren eso! —exclama uno de los soldados, su voz temblorosa se pierde entre el estruendo de las explosiones.

Las explosiones resultantes de los carruajes destrozados llenan el aire con un estruendo ensordecedor, el olor a humo y metal quemado se mezcla con el miedo palpable que envuelve el ambiente. En un instante, una reacción en cadena se desencadena, y una barrera de hielo se alza repentinamente, alcanzando una altura de más de diez metros.

—¡Maldición! ¡Tenemos que mantenernos alejados de eso! —grito, mis palabras apenas audibles sobre el caos que nos rodea.

El suelo tiembla bajo nuestros pies mientras continuamos corriendo, nuestros corazones golpean contra nuestros pechos con un ritmo frenético.

Soldados heridos claman por ayuda, mientras otros gritan órdenes en un intento desesperado por mantener el orden en medio del caos.

El calor de las llamas y el frío del hielo se entrelazan en una danza macabra mientras la barrera de hielo se levanta, un recordatorio grotesco de la brutalidad de la guerra.

Nos vemos obligados a seguir adelante, nuestros pasos marcados por el miedo y la determinación de sobrevivir a toda costa.

Entonces, un grito ensordecedor hace temblar el suelo mientras el demihumano gigante, con la forma de un gorila colosal, destruye su sección del muro de hielo. Sus rugidos llenan el aire, agitando el suelo bajo nuestros pies, mientras golpea su pecho con fuerza, emitiendo un desafío desgarrador.

—¡Por Od Laguna! ¡Es enorme! —exclama uno de los soldados, su voz se pierde entre el estruendo de la batalla.

Mientras el gigante demihumano comienza a moverse, una horda de sus congéneres se precipita hacia la brecha en el muro de hielo, corriendo con una ferocidad desenfrenada.

Nuestros soldados se detienen y abren fuego, pero la sorpresa se apodera de nosotros cuando desde las montañas, decenas de cañonazos comienzan a golpear el campo enemigo, destrozando todo a su paso.

—¡Es nuestra oportunidad, sigan adelante! —grito, instando a los soldados a seguir corriendo mientras la destrucción se desata a nuestro alrededor.

A pesar de la devastación causada por los cañonazos, el monstruo gigante parece inmune, su figura imponente apenas se ve afectada por el caos que lo rodea. Con el corazón lleno de determinación y temor, seguimos avanzando, sabiendo que la batalla aún no ha terminado y que enfrentamos un enemigo formidable que desafía toda lógica y razón.

En medio del caos y la furia, nos enfrentamos a una pesadilla sin escapatoria. La muerte nos acecha implacablemente, y el suspenso de la lucha por la supervivencia se apodera de cada uno de nosotros.

Nos encontramos acorralados, enfrentando una amenaza sin igual. Los rugidos ensordecedores de las criaturas resuenan en nuestros oídos, llenando el aire con un terror palpable.

Parece que las criaturas que se aproximan no pueden recurrir a su magia o flechas, limitándose a usar sus cuerpos como armas mortales. La tierra tiembla bajo sus pisadas, y su presencia es como la de titanes que se abalanzan sobre nosotros con furia incontenible.

En medio de la confusión, el coloso gorila de proporciones monstruosas emerge de entre las sombras, sus ojos ardiendo con un fuego salvaje y su aliento lleno de rabia. Con cada paso, su figura imponente despierta el pánico entre nuestras filas, mientras sus gigantescos brazos se balancean amenazadoramente.

—¡Sigan, avancen! ¡AGHHH! —el grito desgarrador de un capitán enemigo se desvanece en medio de la carnicería cuando vemos que un demihumano en forma de perro se lo empieza a devorar.

El coloso gorila, con una fuerza que desafía toda lógica, se abalanza sobre nosotros con una ferocidad desenfrenada. Sus golpes son como el martilleo de un demonio, destrozando todo a su paso con una violencia sobrecogedora.

Nos aferramos a nuestras armas con desesperación, luchando con todas nuestras fuerzas contra esta marea de destrucción que se cierne sobre nosotros. En medio de la batalla, cada momento es una lucha por la supervivencia, una batalla desesperada por mantenernos con vida contra todas las probabilidades.

El estruendo de las explosiones de los cañones continúa resonando, mientras luchamos encarnizadamente contra los demihumanos que se abalanzan sobre nosotros.

La realidad es desoladora: menos de cien soldados resisten, y nuestros disparos parecen apenas surtir efecto en los imponentes enemigos que nos rodean.

Solo un disparo certero en la cabeza parece causarles algún daño significativo, pero en medio de la vorágine de caos y muerte que nos envuelve, acertar ese punto vital se convierte en una hazaña casi imposible.

El abismo de la derrota se cierne sobre nosotros, y la posibilidad de un sacrificio final se vislumbra en el horizonte. Sin embargo, en medio de la desesperación, mi voz se alza con determinación.

—¡Soldados! ¡POR NUESTRAS FAMILIAS! —mi grito resuena en medio del fragor de la batalla, una llamada a la valentía en medio del caos que nos rodea. Los disparos continúan, los cañones retumban, pero el tiempo parece avanzar más rápido que la munición que nos queda.

Una granada especializada en mi bolsillo es nuestra última esperanza, un sacrificio que podría brindarnos una oportunidad. A pesar de la sombra de la muerte que nos rodea, el compromiso de proteger a quienes amo arde intensamente en mi corazón.

El fragor de la batalla nos envuelve mientras avanzamos hacia adelante, cada paso resonando en el suelo tembloroso.

Mis compañeros de armas me rodean, compartiendo la determinación en sus rostros marcados por la guerra. La bestia se alza imponente frente a nosotros, sus ojos inyectados en furia centelleando con una intensidad aterradora.

Pero no nos detenemos, no flaqueamos ante el miedo que amenaza con paralizarnos.

Con manos firmes, empuño mi pistola, sintiendo el peso reconfortante de la granada en mi otra mano. Es un momento crucial, una oportunidad para cambiar el curso de esta batalla desesperada.

—¡Avancen! —mi voz resuena sobre el estruendo de los cañones y los gritos de los demihumanos, llamando a mis camaradas a seguir adelante, a no retroceder ante el horror que se cierne sobre nosotros.

Cada disparo que lanzamos es una afirmación de nuestra voluntad de resistir, de luchar hasta el último aliento. Los proyectiles atraviesan el aire con un silbido ominoso, encontrando su objetivo en las bestias que se aproximan con una ferocidad indomable.

El rugido de las explosiones nos envuelve, sacudiendo nuestros cuerpos y nuestros espíritus. Las llamas danzan en el horizonte, iluminando la oscuridad con destellos de destrucción y muerte.

Finalmente, llego frente al coloso, su masa imponente proyectando una sombra amenazadora sobre mí.

No hay tiempo para dudar, no hay espacio para el miedo. Siento el latido acelerado de mi corazón, la adrenalina bombeando por mis venas mientras me enfrento a esta monstruosidad con determinación inquebrantable.

Con movimientos ágiles, esquivo sus embestidas, mis disparos encontrando su objetivo en las zonas más vulnerables de su cuerpo. Cada impacto es una victoria, cada herida infligida un paso más cerca de la salvación.

Pero la bestia no cede, su furia no se ve disminuida por mis esfuerzos. Un gruñido gutural escapa de sus fauces, un presagio de la violencia que está por venir.

De repente, veo venir un brazo gigantesco hacia mí, un golpe mortal que amenaza con aplastarme sin piedad. En un acto de desesperación, arrojo la granada con todas mis fuerzas, sabiendo que es nuestra última esperanza, nuestra única oportunidad de sobrevivir.

¡BOOM!

El estallido es ensordecedor, una ráfaga de fuego y metralla que desgarra el aire y desencadena una tormenta de destrucción. Soy arrojado por los aires, sintiendo el calor abrasador de la explosión y el impacto brutal contra el suelo.

Pero, a pesar del dolor y la confusión que me embargan, sé que hemos logrado algo importante. Hemos enfrentado al enemigo con valentía y determinación, hemos desafiado las fuerzas de la oscuridad con nuestra luz interior.

Y mientras el humo se disipa y el silencio cae sobre el campo de batalla, sé que nuestra lucha está lejos de terminar. Pero estamos un paso más cerca de la victoria, un paso más cerca de la esperanza que tanto anhelamos.

O eso es lo que creí.

Quedo tendido en el suelo, sin fuerza alguna. Cada respiración es un esfuerzo agonizante, cada latido de mi corazón retumba como un tambor funeral en mis oídos.

Intento moverme, pero mis músculos están paralizados por el dolor y la desesperación.

Abro los ojos, y es cuando me doy cuenta de que la historia ha llegado a su fin.

El monstruo, con sus colmillos afilados y su mirada feroz, parece palpitar con una energía oscura y siniestra. Su presencia es abrumadora, como una sombra que se cierne sobre la luz, una oscuridad que lo devora todo a su paso.

Mientras el monstruo se acerca cada vez más, siento un frío gélido recorrer mi espina dorsal. Mis pensamientos se vuelven borrosos, difuminándose en la neblina que exuda. Pero en medio de la oscuridad que amenaza con consumirme, una imagen se hace nítida en mi mente: el rostro de Petra, sonriendo con inocencia y alegría.

—Petra... —susurro con voz entrecortada, el nombre de mi hija resonando en el aire cargado de desesperación—. Te amo... siempre te amaré...

Las lágrimas brotan de mis ojos, una mezcla de dolor y añoranza que se mezcla con el miedo que me consume por dentro. Pido perdón en silencio por no haber podido proteger a mi familia, porque no podré estar ahí con ellas cuando más me necesiten.

El monstruo se cierne sobre mí, sus fauces abiertas como un abismo voraz a punto de engullirme. Siento el aliento caliente y fétido del monstruo en mi rostro, como una maldición que me consume lentamente desde dentro.

En un último gesto de desesperación, intento apartarme, pero el monstruo me sujeta con fuerza, como si quisiera aplastarme contra el suelo.

El dolor es tan intenso que apenas puedo soportarlo, pero me aferro a la esperanza de que quizás, algún milagro pueda salvarme de este destino cruel.

Justo cuando me acerca veo la oportunidad, muevo mi brazo con todas mis fuerzas y clavo mi mano en su ojo. Cuando lo hago el monstruo no reacciona, como si no sintiese dolor.

Pero es entonces, cuando agarro alguna especia de cuerda dentro de su ojo que veo su reacción de dolor.

Un grito, un grito que solo de escucharlo siento que mis oídos van a reventar.

—¡Maldita bestia! —halo con todas mis fuerzas, y su ojo se sale de su cuerpo, cayendo al suelo. El monstruo empieza a batirme por todas partes, haciendo que mi visión se empiece a ennegrecer.

Aprieta con fuerza, y entre mis gritos intento zafarme de su agarre.

Pero yo solo soy un humano.

El monstruo, con sus fauces abiertas de par en par, se abalanza sobre mí con una ferocidad inhumana. En un instante, siento sus dientes afilados hundiéndose en mi brazo, desgarrando la carne y el hueso con una fuerza implacable.

—¡AGGGGGH!

Un grito ahogado escapa de mi garganta mientras el dolor me consume, una sensación ardiente que se propaga por todo mi cuerpo como un fuego voraz.

Con horror, observo cómo el monstruo arranca mi brazo de cuajo, como si fuera un juguete roto que ya no le sirve.

—¡MALDITO!

La sangre brota de la herida abierta, tiñendo el suelo a mi alrededor de un rojo oscuro y siniestro.

Pero el horror apenas ha comenzado. El monstruo, con una voracidad insaciable, se prepara para devorarme por completo, como si fuera un festín del que no puede prescindir. Pánico y desesperación se apoderan de mí mientras veo cómo se acerca inexorablemente, sus ojos brillando con una codicia salvaje y despiadada.

Con un último suspiro, cierro los ojos y me resigno a mi suerte, dejando que la oscuridad me envuelva en su abrazo frío y eterno.

Sin embargo, en medio de la oscuridad que amenaza con tragarme por completo, una luz de esperanza surge de la oscuridad.

—¡Detente ahí, monstruo! —un grito resonante atraviesa el aire, cortando a través del caos y la desesperación como una espada afilada.

Su cabello plateado ondea con gracia en el aire, como si estuviera bailando al ritmo del viento que sopla a su alrededor. Con cada movimiento, su espada de hielo brilla con una intensidad deslumbrante, reflejando la determinación ardiente que arde en sus ojos.

Con paso firme y decidido, se acerca al monstruo, su rostro sereno pero lleno de una determinación implacable. Su presencia irradia un aura de poder y valentía, iluminando el campo de batalla con una luz que desafía la oscuridad que amenaza con consumirnos.

Vestida con un traje militar blanco impecable, su figura se destaca entre el caos circundante, una visión de pureza y fuerza en medio de la carnicería. Su silueta es elegante y poderosa, sus movimientos fluidos y precisos mientras se enfrenta al monstruo con una confianza inquebrantable.

Con un movimiento rápido y certero, empuña su espada de hielo y corta el brazo del monstruo en un instante, liberándome de su feroz agarre y devolviéndome un destello de esperanza en medio de la oscuridad.

Su intervención es como un milagro, un rayo de esperanza en un mar de desesperación, y me siento profundamente agradecido por su valentía y determinación.

El monstruo retrocede con un gruñido de dolor y sorpresa, su furia convertida en incredulidad ante el repentino giro de los acontecimientos. Mientras tanto, Ella se vuelve hacia mí, sus ojos amatista brillando con una intensidad que parece atravesar mi alma.

—¡Levántate, Lucas! —su voz resuena con autoridad y fuerza, infundiendo coraje en mi corazón tambaleante. Con un esfuerzo sobrehumano, me incorporo del suelo, sintiendo el dolor palpitante en cada fibra de mi ser.

En cuestión de segundos la cabeza de aquel monstruo sale volando, y entonces empieza.

El campo de batalla se convierte en un escenario de caos y destrucción mientras la figura imponente de Emilia se mueve con una gracia mortal entre los demihumanos restantes.

Cada golpe de su espada de hielo es un destello de luz en medio de la oscuridad, aniquilando a los enemigos con una precisión y eficacia impresionantes. Los monstruos caen uno tras otro, incapaces de resistir el poder abrumador de la general.

—¡Coronel! ¡Estamos salvados! —grita un soldado con una alegría palpable, pero mis sentidos están embotados, luchando por comprender lo que está sucediendo a mi alrededor.

La visión borrosa se aclara gradualmente, y distingo la figura de Emilia en la distancia, destacándose entre la carnicería como un faro de esperanza en la oscuridad. Su valentía y habilidad son incomparables, y en cuestión de segundos, los monstruos restantes son reducidos a nada bajo su implacable furia.

Los soldados, que hace un momento estaban sumidos en la desesperación, comienzan a sonreír y a gritar de alegría al ver a su salvadora en acción.

—¡Es la general Emilia! —exclaman, llenos de gratitud y admiración por su valentía.

—¡Corran hacia la base! ¡Los que están en condiciones, busquen las carrozas y lleven a los heridos a Irlam! —ordena Emilia con voz firme mientras se acerca hacia mí con una determinación serena.

Sin decir una palabra, coloca su mano sobre mi herida, y un alivio sagrado se extiende por mi cuerpo mientras la hemorragia se detiene milagrosamente. Con cuidado, ella inmoviliza mi brazo herido con vendajes y se asegura de que esté lo más cómodo posible.

—Todo estará bien, pero necesito saber, ¿dónde están los demás? —pregunta con preocupación, sus ojos llenos de empatía y compasión.

Apenas puedo mantenerme consciente, pero me esfuerzo por responder antes de que la oscuridad me envuelva por completo.

—En el... bosque Elior.

La oscuridad me consume, pero la última sensación que tengo es de alivio.

Ella siempre ha sido así, la luz en medio de la oscuridad.