La Defensora del Bosque Elior
Llevo varios minutos corriendo hacia el bosque Elior. Mis manos no dejan de temblar, agitadas por el peso de los recuerdos que afloran en este lugar. Cada paso que doy parece hundirme más en la oscuridad de mis propios remordimientos.
«¿Estarán bien?», me pregunto, dándome cuenta de que no he ido a verlos en un largo tiempo.
Aquí, mi familia, mi madre, Archi, perdieron sus vidas debido a mi egoísmo. El eco de sus sacrificios aún resuena en mis oídos como un lamento eterno.
Sin embargo, en estos momentos, la vida de personas corre peligro, y tengo un deber que cumplir. La urgencia de la situación pesa sobre mis hombros como una losa, recordándome la fragilidad de la paz que tanto anhelamos.
He aprendido que, sin importar el miedo que me embargue o el dolor que sienta, debo esforzarme al máximo para ayudar a quienes dependen de mí.
Mis músculos arden con el esfuerzo, pero sé que no puedo detenerme.
«Esto es parte de lo que tengo que hacer como futura gobernante», siento la determinación en mi cuerpo.
El bosque se extiende ante mí, cubierto por un manto blanco de nieve que parece fundirse con el cielo nublado. Cada rama está decorada con un delicado encaje de hielo, y el crujido bajo mis pies resuena en la quietud del lugar.
Mientras avanzo, mi mente se desvía hacia Luan, a quien debo agradecerle en el futuro. Su advertencia ha sido mi única luz en esta oscuridad creciente. Si no fuera por ella, esta tragedia sería aún más devastadora.
«Por suerte me informó de lo sucedido, si no lo hubiese hecho habría llegado demasiado tarde.»
A medida que avanzo entre los árboles, vislumbro los cuerpos yacentes sobre la nieve, sus formas apenas reconocibles bajo la capa blanca. Algunos parecen haber caído en medio de su huida, congelados en una pose de desesperación eterna.
Los copos de nieve caen, cubriendo todo a su paso.
Otros muestran signos de lucha, con marcas rojas que contrastan con el blanco impoluto del entorno.
Los cadáveres, frescos aún en su estado de congelación, emiten un aura de muerte que impregna el aire. Sus rostros, congelados en expresiones de terror o agonía, son testigos silenciosos de la tragedia que ha asolado el bosque.
—Debes aguantar, Emilia —me digo, intentando calmar el tormento emocional que se avalancha en mi interior.
El viento gélido susurra entre los árboles, llevando consigo el eco de los últimos suspiros de aquellos que ya no están. Cada paso que doy es un recordatorio de la fragilidad de la vida, de lo efímero que puede ser todo cuando se enfrenta a la implacable fuerza de la naturaleza.
El bosque, una vez lleno de vida y belleza, es ahora un camposanto helado, un monumento sombrío a la crueldad del destino.
—Los salvaré, a como de lugar. —Aprieto mis manos, sintiendo la sangre fluir por mi cuerpo.
Me pregunto cómo estará ella, Luan; parece que el enemigo está usando algún método para transformar a los demihumanos en monstruos sedientos de sangre, criaturas que se asemejan a bestias enloquecidas.
¿Qué clase de magia es esta?
Mis manos se aprietan con fuerza, y siento cómo mi corazón late intensamente en mi pecho. La ira hierve dentro de mí, una llama que amenaza con consumirme por completo.
Estoy enfurecida, indignada por el hecho de que hayan utilizado a personas inocentes para convertirlas en esto.
El olor a sangre fresca y el grito desgarrador de una criatura distante me recuerdan la brutalidad de la situación.
¿Por qué deben existir estas injusticias?
¿Qué clase de seres somos si permitimos que esto suceda?
El mundo debería ser un lugar adecuado para todos, y no veo razón alguna para cometer estos actos movidos por intereses egoístas. Pero aquí estoy, corriendo hacia lo desconocido, luchando contra un enemigo que no conoce límites ni escrúpulos.
Me asalta una pregunta inquietante mientras avanzo por el bosque:
¿Si hubiéramos rechazado la guerra, habrían convertido a nuestra gente en estas abominaciones? La simple idea me estremece hasta lo más profundo de mi ser, y una sensación de náusea se apodera de mí.
En medio de mis pensamientos, un sonido rompe el silencio del bosque. Un gemido ahogado, un eco de sufrimiento que perfora el aire como una daga.
Mis sentidos se agudizan, alertas ante cualquier señal de peligro. Ha llegado el momento de actuar, de dejar de lado las dudas y enfrentar la oscuridad que amenaza con devorarnos a todos.
Es hora de enfrentar a aquellos que han desatado este infierno sobre nosotros.
He experimentado una transformación interna, una mayor comprensión de las injusticias que antes no veía, al contemplar diversas perspectivas he abandonado una faceta de mí.
La oscuridad que se cierne sobre mí es palpable, como si el propio bosque de Elior absorbiera mis pensamientos tormentosos. Quizás sea por eso por lo que Marco consideró mi sueño extremadamente difícil.
Sin embargo, no me rendiré.
Ya no soy la misma Emilia de antes. He dejado atrás la inocencia y ahora, imbuida de determinación, debo enfrentar los horrores que se manifiestan ante mí.
Ahora, debo tener confianza en mí misma y cumplir con la confianza que los demás han depositado en mí. Debo salvarlos a todos.
Mis pasos se aceleran mientras me adentro más en el bosque Elior, pero lo que encuentro bajo mis pies es un macabro tapiz de cadáveres y partes desgarradas.
Soldados partidos a la mitad, demihumanos llenos de balas.
Los árboles con tripas congeladas pegadas.
Siento un escalofrío recorrer mi espalda y, por un breve instante, cierro los ojos, tratando de escapar de la visión aterradora que se despliega ante mí. La advertencia de Marco es lo más veraz en esta situación desesperante.
"Los horrores de la guerra son algo que nunca vas a sacar de tu cabeza, pero, tienes que seguir adelante por la gente que te necesita." Son palabras dichas por él a sus soldados, pero a la vez se quedaron grabadas en mí.
"Es durante la guerra cuando te das cuenta por lo que luchas, y como luchamos para proteger debemos mantener los ojos bien abiertos; para así evitar que esto vuelva a suceder."
Abro los ojos, forzándome a ver todo lo que las decisiones han causado.
La nieve, teñida de carmesí, se convierte en testigo mudo de la masacre que ha tenido lugar aquí.
La guerra... No existe palabra que pueda describir la atrocidad que presencio.
La sangre coagulada se mezcla con la blancura impoluta de la nieve, formando un grotesco contraste que hiela mi corazón.
Ya lo sabía, pero nunca dejaré de pensar en ello. Aquí no hay honor, no hay gloria, solo muerte y destrucción despiadada.
Si quiero poner fin a esta pesadilla, debo convertirme en alguien más fuerte, en alguien como Marco. Es mi deber seguir adelante y cumplir con mis objetivos, aunque el temor queme mi corazón.
Avanzo con determinación por el bosque, sintiendo la nieve bajo mis pies, una caricia cálida y silenciosa que contrasta con el caos que me rodea.
Las explosiones y las balas resuenan en mis oídos, señales de una batalla que se libra en algún lugar cercano. El olor a pólvora y a carne quemada me hace retroceder un instante, pero sé que debo seguir adelante.
De repente, figuras emergen de unos arbustos blancos como la muerte. Son hombres-conejo, deformados por el mal y sedientos de sangre. Sus ojos brillan con una ferocidad animal mientras se abalanzan hacia mí, susurrando amenazas y maldiciones.
—¡Muere, medio demonio! —exclaman, mirándome con una sed de sangre abismal.
En un instante, la magia fluye a través de mí, y pequeñas estacas de hielo, afiladas como agujas, se materializan en el aire.
El cerebro es su punto débil, y si quiero terminar con su sufrimiento de manera rápida y sin dolor, debo atacar allí. Las agujas de hielo vuelan hacia los hombres-conejo, perforando sus cuerpos y fragmentándolos en el proceso.
El sufrimiento termina al instante, y sus cuerpos caen al suelo como marionetas rotas.
—Lo siento, de verdad. —Cierro mis ojos unos segundos, rezando porque alcancen un buen descanso.
Sigo avanzando, pero lo que encuentro a continuación es aún más inquietante.
El hedor a muerte se intensifica, y mis sentidos se agudizan mientras me preparo para enfrentar lo que sea que me aguarde en las profundidades del bosque.
No hay tiempo para la duda, solo para la acción.
El líquido negro, densamente aceitoso, se despliega como una sombría mancha sobre el suelo, emanando una oscuridad que contrasta con la naturaleza circundante.
Mis pasos, apresurados y cargados de determinación, resuenan en el aire, acompasados por los gritos de batalla que perforan el ambiente. Los soldados de Irlam, con su gran valentía, se enfrentan a la adversidad con fiereza y coraje.
Sorteando árboles con destreza, esquivo las balas perdidas que zumban peligrosamente cerca, cada una un recordatorio del peligro inminente. Mis sentidos se agudizan ante el caos que se despliega ante mí, un campo de batalla donde la vida y la muerte dependen de las decisiones que tome.
Finalmente, llego a un claro en el bosque, y lo que se revela ante mis ojos me deja sin aliento. Una trinchera, una fortaleza improvisada erigida por magos de tierra, se alza imponente contra el horizonte.
Frente a ella, un grupo de individuos enloquecidos por esa fuerza oscura, emiten alaridos que perforan el alma y desgarran el aire. Balas y conjuros se entrelazan en una sinfonía de destrucción.
En el suelo yacen los cuerpos de los caídos, testigos mudos de la brutalidad del conflicto. Una sensación de impotencia me invade, pero me niego a ceder ante ella.
Con palabras de aliento en mis labios, me preparo para el combate que se avecina.
—¡No pierdan la esperanza! —exclamo, mi voz resonando con determinación—. ¡Los protegeré!
Doy un salto hacía la trinchera, posicionándome detrás de los soldados.
Mi mirada se encuentra con la de los soldados, quienes me reciben con asombro y gratitud. El coronel Oslo, herido, pero aún de pie, se acerca cojeando hacia mí.
Sus ojos reflejan una mezcla de dolor y esperanza.
—¡General Emilia! —grita con alivio—. ¿Ha venido a rescatarnos?
No hay tiempo que perder. Canalizando mi energía, concentro mi maná en sanar las heridas del coronel. Una oleada de poder fluye a través de mí, intensa y vibrante, mientras mis manos trabajan para restaurar su cuerpo maltratado.
El coronel se inclina en agradecimiento, y mi atención se dirige hacia los demás heridos que yacen a mi alrededor.
Son pocos más de cincuenta, una fracción de lo que alguna vez fueron. Una sensación de angustia me embarga al pensar en los que se perdieron en la batalla.
—¿Cuántos eran cuando comenzó el enfrentamiento? —pregunto a uno de los soldados mientras continúo mi labor sanadora.
El soldado, con la mirada fija en el enemigo, responde sin apartar la vista de su objetivo.
—Éramos cien al principio —dice con voz firme—. No puedo decir cuántos quedamos ahora.
El continua disparando, totalmente hipnotizado en su deber, sus ojos miran al enemigo, pero parecen estar mirando más allá; a un vacío que no puedo alcanzar.
Observo a los enemigos, una horda interminable que se extiende hasta donde alcanza la vista.
¿Cuántos más caerán bajo su influencia retorcida? ¿Cuántos han sido corrompidos y transformados en monstruos? La injusticia de la situación me golpea como un puñetazo en el estómago.
Esto no es justicia, no es lo que los líderes deberían permitir.
Incluyéndome.
Un nudo de angustia se retuerce en las profundidades de mi estómago mientras observo a las personas que ahora yacen prisioneras de la oscuridad.
Sus ojos, antes llenos de vida, ahora reflejan solo un abismo de desesperación y odio, eclipsados por la corrupción que los consume.
Sus aullidos, más que simples sonidos, son un eco desgarrador de su sufrimiento, una canción de lamentación por lo que alguna vez fueron.
—¡Soldados de Irlam! —mi voz, cargada de determinación, corta el aire, resonando sobre el campo de batalla—. ¡Gracias por resistir! Ahora están bajo mi protección.
Mis palabras flotan en el aire, como una promesa frágil en medio de la oscuridad que nos rodea.
Son más de cien, y es mi deber liberarlos de sus ataduras.
Aunque no estoy segura de si estas palabras brindarán algún consuelo a aquellos cuyas almas han sido atrapadas por las sombras, sé que debo hacer todo lo posible por liberarlos, incluso si eso significa enfrentarme a la oscuridad misma.
Forjo dos espadas de hielo en mis manos, la fría energía recorriendo mis venas mientras me preparo para el enfrentamiento que se avecina. El hielo responde a mi voluntad, brillando con una luz azulada en medio de la penumbra.
Sin vacilar, me lanzo al suelo, descendiendo con la gracia de una hoja al viento. Al tocar tierra, un susurro helado recorre mi piel, y cuchillas de hielo brotan de mis pies, creando una lluvia de afiladas agujas que se abaten sobre nuestros enemigos.
«Tendré que lastimarlos un poco para acabar con esto», me decido, firme con la fe de que no es necesario hacerlos sufrir.
El campo de batalla se transforma en un escenario caótico, donde los gritos de guerra se mezclan con los gemidos de dolor causados por las balas.
—Los salvaré a todos, se los prometo.
Me mantengo firme, mi determinación como un faro en la oscuridad, mientras los semihumanos, de diferentes tamaños y formas, avanzan hacia mí con ferocidad descontrolada.
—¡Muere, maldita! —grita uno de los enemigos, con voz gutural y llena de odio, mientras levanta un hacha enorme sobre su cabeza.
Esquivo los embates de mis adversarios con movimientos ágiles y precisos, bailando entre las sombras de sus ataques. Aprovecho cada oportunidad para contraatacar, deslizándome entre sus filas y dejando a mi paso una estela de cortes y heridas ligeras.
—¡Te cortaré en pedazos! —escupe otro enemigo, con la respiración entrecortada por el esfuerzo, mientras intenta alcanzarme con sus garras afiladas.
Con un giro rápido, esquivo el golpe de un semihumano gigante, cuya fuerza bruta es contrarrestada por mi agilidad.
Aprovecho su momento de vulnerabilidad para lanzar una ráfaga de agujas de hielo que encuentran su objetivo con una precisión letal, perforando su piel y dejando un rastro de sangre oscura.
—¡Arghh! —grita el gigante, con un rugido ahogado por el dolor, mientras se retuerce en el suelo.
Mientras tanto, otro enemigo, más ágil y escurridizo, intenta flanquearme desde el costado. Con un movimiento rápido, giro sobre mí misma y le asesto un corte certero en el abdomen, haciéndolo retroceder con un grito de dolor.
—¡Maldita sea! —exclama el enemigo, con la voz entrecortada por el dolor, mientras se aferra a su herida sangrante.
A medida que avanzo, siento el peso de la responsabilidad sobre mis hombros, pero también la certeza de que debo seguir adelante, luchando por aquellos que no pueden hacerlo por sí mismos.
Todos dejan de intentar subir con los soldados y se agrupan cerca de mí, intentando golpearme. Los semihumanos, con sus formas grotescas por las mutaciones en su cuerpo, y sus ojos llenos de odio, se acercan con ferocidad dispuestos a acabar conmigo.
Es una vista horrible, ver como personas normales se transformaron en esto.
—¡No disparen! —exclamo, alzando mi voz sobre el estruendo de la batalla, consciente de que un mal movimiento podría causar daños innecesarios.
Siento la energía recorrer cada fibra de mi ser, una sensación embriagadora que me recuerda cuán lejos he llegado desde aquellos días de incertidumbre. Ahora, más fuerte y segura que nunca, canalizo mi poder con una determinación férrea.
«No fallaré», me repito en mi interior, concentrándome en mi deber.
Genero una zona helada a mi alrededor, permitiendo que mi maná se propague por el suelo sin dañar a los soldados en las trincheras Mis habilidades han evolucionado, y ahora tengo un control mucho más preciso sobre mi poder, sin miedo a herir a aquellos a quienes intento proteger.
—Confía en ti misma, Emilia. Si crees en lo que haces, tu poder te recompensará con un uso efectivo —susurro para mis adentros, recordando las palabras de aliento de Marco, cuya confianza en mí ha sido un faro en los momentos más oscuros.
Cada uno de los enemigos ya muestra signos de debilidad, su piel se hiela y una niebla helada emana de sus cuerpos heridos. Antes solo podría crear una flor de hielo y usar un área limitada, pero ahora, con mi control mejorado, sé que puedo hacer mucho más.
Con un salto ágil, me coloco en los hombros de uno de estos seres y me elevo por encima del campo de batalla, surcando los aires y mirando a todos a mi alrededor con determinación.
Extiendo mi mano, concentrando aún más mi poder, y grito:
—¡Flores de hielo!
Al instante, las heridas abiertas en los cuerpos de mis enemigos se convierten en el terreno fértil para el crecimiento de las flores de hielo. Una tras otra, las flores brotan de las heridas sangrantes, enroscándose alrededor de los cuerpos de los semihumanos con una gracia mortal.
Los enemigos gritan en sorpresa mientras las flores de hielo consumen su sangre, dejándolos inmóviles y congelados en el lugar donde estaban.
La muerte llega sin dolor, un suspiro final antes de que sus cuerpos queden atrapados en el hielo para toda la eternidad. Es mi última medida para acabar con su sufrimiento.
—Perdón, pero es lo mínimo que puedo hacer —susurro, con el corazón apesadumbrado por la necesidad de tomar vidas inocentes para proteger a quienes quiero.
Pero en el estado en el que se encontraban era lo único que me llegaba a la mente.
Las flores, ahora teñidas de un carmesí intenso, emergen del pecho, la cabeza y los brazos de mis enemigos, creando un paisaje macabro pero necesario. Más de cien flores han florecido, poniendo fin al sufrimiento de todos y dejando una estela de congelación y muerte a su paso.
Caigo al suelo, mi cuerpo aun temblando por el impacto. La nieve áspera y fría se convierte en mi refugio momentáneo, mientras intento recuperar el aliento.
La decisión que he tomado pesa sobre mí como una losa, pero sé que era inevitable. No había otra alternativa; debo mantenerme firme, por ellos, por mi gente.
Una lágrima solitaria se desliza por mi mejilla, una muestra silenciosa de la angustia que me embarga. Me giro hacia mis soldados, cuyas miradas reflejan alivio y gratitud.
—¡La general nos ha salvado! —gritan con júbilo, alzando sus armas hacia el cielo—. ¡La general es la más fuerte!
Sus palabras me reconfortan, pero mi mente ya está puesta en el siguiente paso. Abro el comunicador para contactar a Marco, pero antes de que pueda siquiera hablar...
—¡General!
Un rugido ensordecedor rompe el aire, y un puño colosal se estrella contra mi costado con una fuerza devastadora. El dolor me golpea como un martillo, arrancando un grito de mi garganta mientras mi cuerpo es lanzado con violencia hacia atrás, chocando con un muro de tierra que se desmorona ante el impacto.
El dolor es intenso, punzante, como dagas de hielo clavándose en mi carne. Cierro los ojos, luchando contra la oleada de agonía que amenaza con arrastrarme.
Pero incluso en medio del sufrimiento, empiezo a comprender la presencia ominosa que se cierne sobre mí. Los detalles retorcidos de su armadura de hielo se vuelven más nítidos, más amenazantes, como si estuvieran animados por una voluntad malévola.
Su casco, una máscara de oscuridad, oculta su rostro de manera más siniestra que nunca. Los ojos que me miran desde la penumbra de su visera irradian un desprecio implacable, como si fueran las ventanas de un alma corrompida por la vileza y la oscuridad.
—Esto es... —mi voz se corta al presenciar la figura ominosa frente a nosotros. Los soldados se agitan, disparando sus armas con fervor, pero el enemigo parece imperturbable ante el asalto. Su aspecto humano, sin embargo, no logra ocultar la aura de peligro que lo rodea, una diferencia que se siente en el aire cargado de tensión.
—¡Él fue quien causó que tuviéramos que resistir acá! —grita Oslo, señalando al hombre con resentimiento mientras este me observa con desprecio.
Me incorporo del suelo con determinación, consciente del peso de la responsabilidad que descansa sobre mis hombros. Aunque la fuerza del enemigo imponga respeto, mi deber es proteger a aquellos que confían en mí.
Las palabras de determinación resuenan en mi mente como un mantra: "Lucharé, lucharé con todas mis fuerzas".
Con gestos firmes, genero espadas de hielo, moldeando el frío elemento para forjar una armadura protectora alrededor de mis brazos y piernas. No puedo permitirme perder el enfoque, debo recordar todo lo que he aprendido, desde la más ínfima partícula hasta el control de las fuerzas naturales que nos rodean.
El ambiente húmedo me ofrece partículas de agua que puedo manipular a mi antojo. Fusiono estas diminutas gotas con el oxígeno del aire, canalizando mi poder a través de mi espada. La reacción resultante da vida a una llama gélida, una manifestación de mi control sobre el fuego y el agua.
—Fuego Glacial —murmuro, y las llamas gélidas danzan en mis manos, listas para la batalla.
Sin vacilar, me lanzo hacia el monstruo que se cierne amenazadoramente ante mí, su corpulencia contrastando con su velocidad sorprendente. Sus movimientos son como terremotos, pero no permito que el miedo me paralice.
Levanta su puño en un intento de aplastarme por completo.
Con un movimiento rápido y preciso, arrojo mi espada hacia él. Las llamas en mi arma chocan con su puño en un estallido ensordecedor, creando una onda de choque que consume su brazo en una vorágine de fuego y hielo.
El impacto es tan potente que congela los árboles cercanos en su estela.
Antes de que pueda desatar otro ataque, varias estacas de hielo oscuro y púrpura surgen del suelo, amenazando con atravesarme. Mi instinto de supervivencia entra en acción, esquivando ágilmente cada proyectil con saltos y giros precisos mientras busco la mejor manera de contraatacar.
El monstruo, impasible ante mi ataque, no emite sonidos de dolor, simplemente toma su brazo congelado y lo quiebra antes de que el hielo se extienda por su cuerpo. La escena es impactante, como si la propia naturaleza se revelara contra él.
Pero no es tiempo de lamentos.
—¡Flor de hielo! —exclamo, tratando de detener su avance. Una flor brota de su hombro, pero su efímera belleza se desvanece rápidamente, transformándose en una flor violeta que se quiebra y desaparece en el aire.
Es como presenciar la muerte misma del maná.
Mis ojos se abren sorprendidos, pero antes de que pueda reaccionar, siento que estoy atrapada por las piernas, como si las mismas raíces de la oscuridad se enroscaran alrededor de mí.
Genero fuego en un intento desesperado por liberarme, pero este hielo es más insólito de lo que aparenta. La magia parece tener poco efecto sobre él, como si estuviera destinado a sofocar cualquier rastro de maná.
Sintiendo el pánico crecer, aprieto mi puño y lo convierto en hielo. Mientras el monstruo se aproxima velozmente, lanzo un puñetazo al hielo que me aprisiona.
Uno, dos, tres golpes. Es como golpear una pared de roca, pero no puedo rendirme, no cuando la vida de tantos está en juego.
Justo cuando el monstruo está a punto de golpearme, el hielo se quiebra y, con un movimiento rápido, creo una espada para detener el golpe. Pero algo está mal, el ataque se detiene en medio del aire.
¿Una finta?
Miro hacia donde debería estar su brazo faltante, solo para presenciar cómo, en un instante, un brazo de hielo purpúreo se materializa, golpeándome de lleno. El impacto es brutal, como si una maza me golpeara con toda su fuerza, y un grito de dolor escapa de mis labios mientras siento cómo mi cuerpo es lanzado por los aires.
—¡Agh! —mi voz se pierde entre el estruendo de la batalla, mientras el suelo se acerca con una rapidez aterradora.
Me arrastro, herida y desorientada, mientras los soldados intentan desesperadamente atacar al monstruo que se alza sobre nosotros, una fuerza imparable que desafía toda lógica.
Cada rincón de mi cuerpo arde de dolor, como si cada nervio fuera una llama encendida. Mi mano se posa sobre mis labios, y el sabor metálico de la sangre me recuerda que tengo heridas internas que no puedo ignorar.
Una sensación eléctrica punzante emana del lugar del impacto, donde múltiples estacas pequeñas están incrustadas, como espinas venenosas que amenazan con consumirme.
Nunca había sentido tanto miedo, ni tanta determinación para sobrevivir.
Mis manos tiemblan mientras retiro las estacas incrustadas en mi cuerpo, sintiendo cada movimiento como una punzada eléctrica que recorre mi piel. Con cuidado, saco las espinas de hielo, liberando la sangre que se acumula alrededor de las heridas.
Cada respiración se vuelve un esfuerzo, como si el aire mismo se volviera más denso con cada instante que pasa.
El monstruo se acerca, su presencia imponente oscureciendo el paisaje nevado a nuestro alrededor. Un escalofrío recorre mi espalda al ver su figura, una masa de sombras y oscuridad que se cierne sobre mí como una tormenta imparable.
—¡Ul Huma! —mi voz resuena, llena de determinación, mientras genero una estaca gigante de hielo desde el suelo y la lanzo hacia él con todas mis fuerzas.
El hielo se desplaza en el aire, cortando la brisa fría con su velocidad devastadora, con la esperanza de detener el avance del monstruo.
Mis músculos arden con el esfuerzo, pero no puedo permitirme dudar ahora. He gastado gran parte de mi energía en curar mis heridas, pero aún tengo suficiente poder mágico para enfrentar esta amenaza.
La nieve cae a nuestro alrededor, sus cristales brillantes reflejando los rayos que están cayendo en el horizonte. En medio de la tormenta de copos blancos, el monstruo se alza, transformándose ante mis ojos en una pesadilla viviente.
Se avecina una tormenta de nieve.
Los soldados intentan avanzar, pero yo los detengo con mi mano. Con un gesto les indico para que salgan del combate.
—Puede que sea aterrador —admito, manteniendo mi espada en alto, lista para el combate—. Pero confíen en mí, confíen en Emilia.
La presencia de los espíritus a mi alrededor se hace cada vez más fuerte, su energía reconfortante llenando el aire a mi alrededor. Siento su apoyo, su aliento en mi espalda mientras me preparo para enfrentar al monstruo con todo lo que tengo.
El rugido del monstruo sacude el suelo, haciendo que los soldados retrocedan con las manos sobre los oídos, luchando contra el dolor que emana de su voz atronadora.
Pero yo me mantengo firme, concentrándome en el poder que fluye a través de mí.
—Mi nombre es Emilia —declaro con convicción, mis palabras resonando en el aire frío—. Y en este momento, lo derrotaré.
Con un gesto decidido, extiendo mi mano hacia el cielo, canalizando mi maná para conectarme con cada elemento a mi alrededor. La nieve, los árboles, incluso los copos que caen del cielo, todo se convierte en mi aliado en esta batalla crucial.
Con un movimiento fluido, manipulo los copos de nieve en el aire, fusionándolos para crear una lluvia de estacas heladas que se dirigen hacia el monstruo con precisión letal.
Los árboles a lo lejos responden a mi llamado, liberando flores que se convierten en proyectiles mortales, todos dirigidos hacia la criatura que se interpone entre mí y la victoria.
Mis músculos se tensan, listos para el combate, mientras repaso en mi mente cada técnica y consejo recibido de Crusch y Marco. La espada en mi mano derecha, la kukri en la izquierda, armas que son extensiones de mi voluntad y determinación.
—¡Los protegeré a todos! —mi voz resuena en el campo de batalla, desafiante, ante el imponente monstruo que se cierne sobre nosotros como una sombra amenazante.
Observo al enemigo con cautela, evaluando cada movimiento, cada posible debilidad. Sé que congelarlo no será suficiente, que debo encontrar una forma de infligir un daño que vaya más allá de sus defensas.
Reúno mi maná, sintiendo su energía vibrar a mi alrededor, mientras el monstruo se prepara para el ataque. Sus brazos se alzan, amenazadores, como una guillotina que busca aplastarme sin piedad.
Con una rápida maniobra, transformo mi espada en un escudo de llamas heladas, creando una barrera ardiente entre el monstruo y yo. Sus garras chocan con la defensa, pero yo resisto, sosteniendo mi posición con firmeza.
Aprovechando su momentánea vulnerabilidad, escalo entre sus brazos, buscando una abertura en su armadura de hielo. Con un movimiento rápido y preciso, clavo la kukri en uno de sus ojos, buscando cegarlo y desestabilizarlo.
El monstruo emite un rugido de dolor, sus movimientos se vuelven más erráticos mientras intenta librarse de mi agarre. Es entonces cuando decido llevar mi ataque al siguiente nivel.
—¡Fusión elemental! —mi voz retumba, llena de determinación, mientras concentro mi poder en la daga clavada en su ojo. Canalizo el fuego, elevando la temperatura del hielo que lo rodea hasta hacerlo arder.
El calor intenso derrite el hielo, convirtiéndolo en vapor que se eleva en el aire.
Pero antes de que el monstruo pueda reaccionar, congelo las partículas de vapor, transformándolas en afiladas estacas de hielo que perforan su cabeza con fuerza devastadora, haciéndola estallar en una lluvia de fragmentos helados.
Retrocedo, observando con atención cada movimiento del monstruo, pero su resistencia me sorprende.
A pesar de mis ataques, se mantiene firme, su armadura negra goteando un líquido oscuro que resplandece con destellos violetas. Mi corazón late con fuerza, alimentado por la determinación de vencer a este enemigo que amenaza con sumirlo todo en la oscuridad.
La intensidad de la batalla se siente en el aire, la tensión palpable mientras me preparo para el próximo choque. La oscuridad que emana del monstruo no hace más que aumentar mi determinación.
—No caeré, seré un pilar inquebrantable en el corazón de todos.
Estoy lista para luchar, por mí misma y por todos aquellos que dependen de mí para protegerlos. Cada músculo tenso, cada fibra de mi ser lista para el desafío que se avecina.
Al ver al monstruo caer al suelo, una sensación de urgencia me embarga. Su presencia parece devorar todo a su paso, el líquido negro se expande por el suelo y parece consumirlo todo, una amenaza que no puedo permitir que se propague.
—¡Se que tienen miedo, pero necesito su ayuda! —Con un grito de determinación, invoco a los espíritus, pidiendo su ayuda para proteger el bosque que amamos y luchamos por preservar.
Los espíritus responden a mi llamado, ofreciendo su poder para fortalecer mi propia magia. Pilares de tierra se alzan para detener al monstruo, mientras canalizo todo el maná que puedo reunir en mi daga.
Es mi momento, una oportunidad que no puedo desaprovechar, aunque ello signifique enfrentarlo cuerpo a cuerpo.
El monstruo avanza implacable, rompiendo los pilares con facilidad mientras se acerca. Debo cargar mi hechizo, concentrándome en cada partícula de energía mágica que fluye a través de mí.
Mis pensamientos vagan hacia mis compañeros, deseando su seguridad mientras enfrento esta amenaza.
El monstruo arremete con furia, lanzando estacas de hielo purpura hacia mí. Ágilmente, esquivo sus ataques, sintiendo la tensión en el aire mientras me preparo para el contraataque. Transformo mi kukri en una espada, lista para responder con fuerza cuando el monstruo se abalanza sobre mí.
El monstruo lanza un golpe directo a mi rostro, pero yo extiendo mi brazo, poniendo mi espada en frente.
—¡Explosión helada! —mi voz resuena en el campo de batalla mientras descargo todo el poder acumulado en mi espada. El brazo del monstruo estalla en una violenta explosión de hielo y oscuridad, y aprovecho la oportunidad para lanzarme hacia su espalda.
Con un movimiento rápido, le propino una patada en la nuca, enviándolo estrellarse contra el suelo con un estruendo ensordecedor. La tierra tiembla bajo el impacto, pero no me detengo ahí.
Confío en mi poder, en mis habilidades, incluso cuando se trata de enfrentar un enemigo tan formidable como este.
Tengo que aprovechar al máximo este poder, aunque consuma una gran cantidad de maná y me aleje más de Puck. Pero lo haré si eso significa salvar a los que dependen de mí.
Los protegeré, cueste lo que cueste.
Caigo hacia adelante, impulsada por la determinación que arde en mi interior, y clavo una kukri con fuerza en la espalda del monstruo. Un grito escapa de mis labios mientras canalizo todo el poder que tengo:
—¡Cero absoluto! —El hechizo se desata, extendiéndose velozmente por su cuerpo y el líquido oscuro que emana de él.
Mi objetivo es claro: detener su avance, paralizar cada partícula de su ser. Recuerdo las lecciones de Marco sobre el cero absoluto, la capacidad de congelar las moléculas en su lugar, dejándolas estáticas e inmóviles.
El monstruo comienza a desacelerarse, sus movimientos ralentizándose hasta que queda completamente quieto. El flujo de ese líquido que brotaba de su interior se detiene abruptamente, como si el tiempo se hubiera detenido para él.
Una sensación de victoria me embarga, pero la fatiga comienza a apoderarse de mí. He consumido demasiado maná para controlar este hechizo, pero valió la pena.
Logré detenerlo.
—¡Pude protegerlos! —exclamo, alzando mi puño en un gesto de triunfo, buscando infundir esperanza en aquellos que me rodean.
—¡Viva la general! —responden los soldados, saliendo de sus posiciones defensivas para unirse a mí.
Sin embargo, al mirar mi propio cuerpo, me doy cuenta de que partes de mí también están congeladas, producto de usar mi maná de forma ineficiente. Aún tengo mucho que aprender y dominar si quiero usar este poder sin poner en peligro mi propia vida.
«Por suerte mis heridas han cerrado», suspiro, deseando un largo descanso.
Pero no puedo rendirme. Como una fruta Bocco y miro hacía el frente; debo seguir adelante y curar a los heridos en Irlam.
Soy su líder, y es mi deber protegerlos a todos.
Sin importar las dificultades que se interpongan en mi camino.
