El Pasado
El sonido estridente de una alarma me devuelve a la realidad. Me encuentro en lo que Marco llama una "Sala de cine". Como si se tratara de un espectáculo, observaré en una pantalla la vida de Marco desplegándose ante mí.
Cuatro asientos a mi lado, se halla Echidna, una bruja con cuatro siglos de existencia a sus espaldas. Sé que es la madre de Betty, y aunque inicialmente pensé que estaría dispuesta a ayudarla, me propuso una apuesta.
"Si eres capaz de soportar el pasado de Marco, junto con sus emociones, entonces salvaré a mi hija."
Quizás debería haber dudado, pero ahora estoy comprometida. Ahora lo sé.
A ella, Betty le importa poco o nada.
"Es tu hija; deberías salvarla solo por ser parte de ti", intenté decirle.
Al final, todas las madres que he conocido han actuado de la misma manera, incluyendo la mía. Sin embargo, reconozco que hay excepciones. Recuerdo una vez, durante mi trabajo, que un militar compartió que su esposa intentó acabar con la vida de su propia hija.
Inicialmente, me costó creerlo, pero después de hablar con la madre, entendí.
Parece que caen bajo una especie de maldición. Algo en sus mentes les impide pensar con claridad. Claro, hay personas que actúan por voluntad propia, pero eso no cambia el hecho de que va en contra del instinto maternal.
Marco lo llama "enfermedades mentales", y afirma que son afecciones difíciles de tratar y curar. Así como hay variedad de ellas, existen personas que carecen por completo de empatía, incluso hacia sus seres queridos.
En uno de los libros de Marco, encontré un término: sociópatas.
Un sociópata, según las palabras de Marco, es alguien propenso a caer en episodios psicóticos, es decir, se dejan llevar por sus emociones. El sociópata sabe que lo que hace está mal, pero decide hacerlo de todos modos para obtener un beneficio propio.
Ellos no sienten empatía por los demás, pero tienden a caer en episodios psicóticos si algo sale de sus planes.
En este caso, no calificaría a Echidna con esas palabras.
Una palabra se cierne sobre mí mientras observo la pantalla gigante en frente de mí: "psicópata".
Es la más precisa para describir a una persona que carece de empatía, ajena a una comprensión profunda de sus propias emociones y acciones. Aunque nunca he vivido esa experiencia, no puedo evitar preguntarme cómo sería estar en los zapatos de alguien así.
La incertidumbre me envuelve, pero sé que no puedo juzgar a Echidna sin comprender completamente su realidad.
Sin embargo, no estoy dispuesta a abandonarla. Todos merecen ayuda, incluso aquellos que parecen perdidos. Betty y Marco son parte de ese lienzo.
—Echidna, el trato sigue, ¿verdad? —la determinación luce en mis ojos mientras me enfrento a la madre de Betty, aun si tengo miedo, aun si quiero huir, todo lo que debo hacer es mantenerme firme.
—Claro, pero recuerda, después de este intento, solo te quedará uno más. —Las palabras de Echidna resuenan con una carga emocional abrumadora.
La sonrisa de Echidna se convierte en una mezcla de complicidad y observación mientras la escena se despliega en la pantalla. La prueba no se trata únicamente de ver su pasado, si no que se trata de sentir sus emociones y pensamientos más fuertes en mi propio interior.
Por instantes de tiempo sus emociones usurpan mi cuerpo, y yo tengo que soportarlo.
Antes de que pueda expresar mis pensamientos, una voz joven interrumpe la tensión.
La voz de Marco, ligeramente juvenil pero saturada de emociones, saluda a través del teléfono.
Lo contemplo en la pantalla, su aura, su apariencia. Este Marco se despoja de su musculatura, revelando una faceta más tierna y encantadora. La sorpresa y la curiosidad se entrelazan en mis ojos.
Más infantil, probablemente cercano a los 15 o 16.
—Buenos días, hijo. —La mamá de Marco envía un beso a través de la pantalla de su celular, y una sonrisa resplandece en el rostro de Marco.
Me lleno de una cálida melancolía al verlo así, sintiendo que mi alma se serena momentáneamente. Marco ya me había mencionado que él y sus padres eran muy unidos como familia.
No obstante, soy consciente de que esta paz pronto se desvanecerá.
La dualidad entre la felicidad pasada y el inminente dolor crea un contraste en mi corazón, donde mis emociones fluyen como una corriente turbulenta. Intento calmarme, pero ya sé que es lo que va a suceder.
—¿Irás al semillero? —pregunta su madre mientras, a través de la pantalla, está tejiendo algo.
Echidna me detalló que los semilleros son como campos de creatividad, terrenos donde germinan proyectos de investigación entre estudiantes. Parece ser el lugar idóneo para que las mentes florezcan en nuevas ideas.
—Sí, fue una experiencia peculiar; el examen de acceso resultó ser un desafío considerable. —Marco susurra—: Dicen que está relacionado con algún experimento gubernamental.
La madre de Marco muestra preocupación, pero sus preocupaciones se desvanecen cuando Marco estalla en risas.
—Bobo —dice su madre, mirándolo con una sonrisa. La sonrisa de la madre de Marco es radiante, y su madre suspira, diciéndole—: Diviértete, al fin y al cabo, eso es lo que te apasiona, ¿no es así?
Marco asiente, su sonrisa iluminando de nuevo la habitación.
Envuelto en una toalla, dirige una mirada a su madre. La expresión en sus ojos rebosa de ilusión y alegría, transformándolo en alguien completamente distinto.
—Creo que, siguiendo este camino, podré ayudar a todos al mismo tiempo. Saluda a mi papá por mí cuando regrese del trabajo. —Marco lanza un beso a su madre antes de colgar la llamada.
No logro comprender por qué le tuvo que suceder algo así.
¿Qué hizo él para merecerlo?
Marco se levanta, se dirige a la ducha y luego sale de su habitación. El lugar es vasto, soldados ataviados con trajes verdes y negros se encuentran por doquier. Armas diversas adornan el paisaje a su alrededor; incluso Marco, vestido de la misma manera, carga con un arma diferente.
—Es fascinante, este mundo suyo. Alberga innumerables maravillas que desearía explorar. —Echidna observa a su alrededor, como si estuviese deleitándose en el momento.
Marco avanza con una sonrisa, saludando a todos mientras se encamina hacia su destino.
—¿Te unirás a la partida nocturna? —inquiere alguien que se coloca a su lado.
Marco le guiña el ojo en respuesta.
—Tengo que vencerlos a todos, por supuesto. —Sonríe Marco, mirándolo mientras camina.
La persona se ríe y se aleja. Marco prosigue su camino, mientras algunos soldados pasan apresuradamente a su lado. Luego, toma un desvío, dirigiéndose hacia otra edificación, ahora más pequeña, pero un soldado en la entrada interrumpe su camino.
—¡Identificación! —El soldado porta un rifle completamente de metal; vi un boceto de este en el laboratorio, pero verlo en persona transforma la situación en algo completamente diferente.
Marco extiende una placa. El soldado la toma y, en un abrir y cerrar de ojos, lo vemos sumergirse en lo desconocido. La expresión de Marco, al ingresar, se transforma en algo distinto.
«Creo que, estoy asustado.»
La conexión con sus pensamientos y emociones se sella en este instante. Mi mano tiembla ligeramente, una pesadez se cierne sobre mi corazón.
«Lo superaré. Seré capaz de enfrentar cada desafío.» Piensa Marco en el fondo de su corazón.
La sensación se desvanece, pero mis manos ahora tiemblan de emoción, anticipando lo que está por desplegarse.
—Nunca me acostumbro a esto. —Observo mis manos, testigos de las emociones implantadas en mí.
Echidna permanece en silencio, su mirada fija en la situación. Marco está a punto de adentrarse en aquel lugar.
Ese lugar donde todo cobra vida.
—Buenos días a todos. —Marco ingresa, encontrando a otras ocho personas a su alrededor.
El profesor, de años marcados en su rostro, saluda a Marco con una sonrisa.
—Toma asiento, vamos a comenzar.
Los nervios no invaden a Marco; al contrario, ahora una excitación palpable lo invade. Su afán investigador resuena, inmutable a través del tiempo. Marco se sienta y saluda a la persona a su lado.
«No hay cambiado eso, incluso ahora.» Siempre que hay que investigar, cuando se trata de estas cosas vuelve a ser el mismo Marco que veo aquí, por eso duele, me duele lo que veré a futuro.
Las otras figuras parecen fatigadas, una fatiga de la que, nunca entendiendo la razón, quizás vinculada al tipo de institución.
A diferencia de la nuestra, aquí el adiestramiento militar es una constante. Es como si se tratara de una academia militar amplificada, más avanzada y colosal.
—Es probable que ninguno de ustedes se conozca. —El profesor desliza tiza sobre la pizarra.
Las miradas se entrecruzan; algunos exhiben temor, otros; confianza.
Marco, en cambio, se sumerge en las palabras del profesor.
—Cada uno de ustedes sobresale en su área. —El profesor inscribe números, creando una ecuación matemática que solo de verla me causa dolor de cabeza.
«Así que solo me toman a mí de mi carrera», resuena la voz de Marco en mi mente, permitiéndome comprender mejor la situación.
Cada persona, seleccionada minuciosamente de diversas ramas de la ingeniería y las ciencias puras, fue convocada para participar en este proyecto único.
«También hay químicos», agrega Marco en sus pensamientos mientras la sala de reuniones zumba con la expectación. El aire se espesa con la tensión cuando el profesor toma la palabra.
—Ustedes se encuentran entre los mejores a nivel nacional, y, considerando la situación, han sido elegidos para llevar a cabo un proyecto del ejército nacional —anuncia el profesor.
Estas palabras, por primera vez, agitan a Marco.
«Mi madre se va a infartar», resuena en mi mente, sincronizando mis pulsaciones con la ansiedad que siente él. Mi corazón late, nervioso, compartiendo su inquietud en este momento.
«Si es un arma, entonces, tendré que encontrar una forma de irme», reflexiona Marco, y su preocupación se cierne sobre mí como una sombra.
Las personas en el salón empiezan a murmurar, atemorizados, mientras el profesor, imperturbable, permite que el murmullo se propague.
La incertidumbre flota en el aire, sin embargo, sé que eso no detendrá a Marco.
—Mayor. —Marco se levanta, haciendo un saludo militar, pero la respuesta del profesor lo va a sorprender.
—No estoy interesado en mantener las formalidades militares, en este caso, no necesitan llevar a cabo el protocolo conmigo. —El profesor giña un ojo—. Manténganlo en secreto de los superiores.
Una sonrisa de complicidad se forma en el rostro de Marco, aceptando las palabras del profesor con respeto y gratitud.
—Entonces, profesor, tengo una pregunta. —El profesor asiente, Marco se sienta y continúa—: ¿Este proyecto es para desarrollar algún tipo de armamento?
La mirada de Marco se vuelve seria, como si estuviese a punto de estallar. En ese instante, ambos apretamos nuestras manos, sintiendo el corazón latir en la punta de mi garganta.
El profesor se sorprende por la pregunta, pero rápidamente niega con la cabeza.
—No, la razón por la cual se lleva a cabo este proyecto es...
El profesor tose levemente.
—La razón por la cual se lleva a cabo este proyecto es para crear una nueva fuente de energía.
Las palabras del profesor sorprenden al resto de los estudiantes, pero Marco exhala un suspiro aliviado, aliviando también mi corazón.
El profesor, intrigado, se dirige hacia el asiento de Marco.
—¿Qué planeabas hacer si era un arma? —la pregunta del profesor hace que Marco esboce una sonrisa.
La mirada firme del profesor sorprende a Marco, y siento como si estuviera perdiendo el aliento. Sin embargo, después de unos segundos, una determinación tan fuerte como el metal surge en mi corazón.
—Prefiero morir antes que contribuir a la creación de un arma que elimine la posibilidad de avance para la humanidad. —La determinación en las palabras de Marco me sorprende, incluso a mí.
No lo dice en vano, lo siente verdaderamente así.
Con eso puedo verlo, lo mucho que ha cambiado Marco. El Marco actual ve las armas como la única forma de proteger todo. En cambio, este Marco es diferente.
«Tenemos ideales similares.» Me digo a mi misma, sintiendo esa calidez en mi corazón.
Los ojos de Marco brillan, sumiendo a todos en el silencio. El profesor sonríe y coloca su mano en el hombro de Marco.
—"Hacer avanzar a la humanidad", esas palabras describen este semillero. —El profesor regresa a su posición y extrae un cristal.
Lo veo de nuevo.
Cuando lo vi por primera vez, no podía creerlo. Me di cuenta de que la maldición de Marco no fue solo su situación.
—Este cristal es algo que descubrimos en unas cuevas que utilizaban narcotraficantes. —El cristal resplandece en tonos azulados. Echidna sonríe, mientras yo aprieto los labios. Mi corazón late emocionado mientras mi alma arde con un dolor profundo.
Ambas manos apretadas, cada una por una razón diferente.
—Me pregunto, ¿cómo llegó ese cristal piroxeno? Es bastante curioso para un mundo que carece de magia. —Echidna lame sus labios, saboreando el té. A ella no le importa, pero a mí sí.
Esta emoción tan intensa que siente Marco al descubrir algo nuevo, algo que me impulsa a intentar sonreír. Sin embargo, no es momento. Es la realidad de su mundo, la realidad a la que fue impuesto.
—El destino de Marco estuvo sellado todo este tiempo.
—Es una sonrisa desagradable la que tienes. —Mis lágrimas caen, pero no puedo evitar mostrar una sonrisa en mi rostro.
«¿El mundo de Marco siempre tuvo acceso a la magia?»
No lo sé.
—Los hemos seleccionado a ustedes porque no están vinculados a ninguna organización, ya que ninguno tiene antecedentes, y creemos que solo personas como ustedes pueden desarrollar algo así. —El profesor coloca el cristal en la mesa, haciendo que brille con más intensidad.
Parece que, incluso en su mundo, Marco es bastante inteligente. Mi corazón late agitado, pero la emoción de Marco en mi corazón es algo que no puedo ocultar. «No quiero sonreír, no quiero emocionarme.»
—¿Es radioactivo? —pregunta un chico, visiblemente más asustado de lo común.
«¡Si fuese radioactivo, no lo habrían traído!» Marco ríe internamente, pero realmente no entiendo a qué se refiere. El profesor se une a su risa antes de arrojarle el cristal al chico.
—Si fuese radioactivo, no lo habría traído.
El chico examina el cristal mientras todos se ponen de pie, incluido Marco. Cada uno lo sostiene por un tiempo en la mano hasta que llega el turno de Marco. En ese momento, el cristal experimenta una pequeña reacción.
Se ilumina ligeramente más que con los demás, y esa tenue luminosidad es algo que Echidna me explica.
—Quién diría que su alma estaría conectada con nuestro mundo. —Las palabras de Echidna se ciernen sobre mí como un balde de espinas.
Mi corazón duele mientras experimento las emociones de Marco. En la pantalla solo están sus ojos, y en su reflejo es cristal iluminándose. Las emociones de Marco fluyendo con intensidad, mis piernas tiemblan, mis labios tiemblan mientras sonrío.
Aprieto una mano, pero la otra no responde a mis propias emociones.
Yo...
«Mi mundo fue la maldición de Marco.»
La gente se agrupa alrededor de Marco mientras este reflexiona por un momento.
—¿Qué tipo de energía es? —pregunta, dirigiendo su mirada al profesor con curiosidad.
El profesor se encoge de hombros. Todos parecen pensativos, probablemente imaginando todas las posibilidades.
Muestra fotos en cámaras completamente oscuras, donde el cristal sigue brillando a pesar de la oscuridad que le rodea.
—La onda de luz que vemos parece generarse independientemente de una fuente de energía, casi como si fuese autosustentable. —El profesor comienza a anotar varios tipos de energías, algunas reconocibles como la solar, la eólica y la hidráulica, cosas que Marco me ha explicado.
Sin embargo, desconozco la nuclear, la biomasa y otras...
Después de completar una lista, el profesor va tachando. Quedan pocos tipos, y Marco parece pensativo, pero no pronuncia palabra.
—Las pruebas que hemos realizado no han dado frutos, no hay reacciones químicas, la dureza del cristal es mayor que la del diamante, incluso hicimos pruebas sin obtener corte alguno. —El profesor vuelve a anotar—. Con una aleación de titanio logramos obtener esta parte.
«No tiene sentido», piensa Marco.
—Parece que la magia está más allá de su comprensión actual —señala Echidna.
La magia solo existía en las historias ficticias que me cuenta Marco; para ellos, era impensable considerar algo así. El profesor cambia nuevamente su expresión, toma su pistola y la coloca sobre la mesa.
—Entonces, tendrán un presupuesto ilimitado y un salario que se tramitará como beca mientras estudian. —El profesor comienza a anotar—. Deberán asistir a clases de entrenamiento físico programadas para ustedes, también participarán en investigaciones físicas y se adentrarán en las minas con un grupo selecto. En salida con esto obtendrán su doctorado.
Mi sonrisa se escapa de nuevo, sintiendo la emoción de Marco. Presiono mis manos, feliz de verlo tan lleno de alegría. A pesar de todo, parece que este siempre fue su sueño.
«Parece que aquí empieza mi aventura».
Mi corazón da vueltas de alegría, casi me siento abrumada por la emoción. Intento calmarme, pero las sensaciones son más fuertes de lo que deseo. «Quiero llorar, pero me veo forzada a sonreír.»
—También, les recuerdo que esto es confidencial. Se actualizarán sus rangos en el ejército y se les otorgará a todos un cambio de habitación.
«¿No estaré más con mis amigos?»
Un pequeño pinchazo aparece en mi corazón, pero pronto Marco dirige su mirada a su lado.
«Conocer nuevas personas, tener nuevas experiencias».
Una sensación cálida lo envuelve.
—Ni siquiera está pensando en la posibilidad de que lo estén engañando. —Echidna suelta una mofa, lo que me provoca enojo.
«No había forma de saberlo, no la había.» Observo a Marco, quien comienza a entablar una conversación con la persona a su lado. Ambos parecen emocionados, pero el profesor interrumpe.
—Tienen cinco años, entonces, deberán concluir todo en ese tiempo. —El ambiente se torna tenso, mi corazón se comprime, sintiendo la presión de sus palabras.
«¿Desarrollar un nuevo tipo de energía que parece romper las leyes de la física en cinco años?»
Los susurros regresan, palabras como "Imposible" y "Sin sentido" se oyen por todas partes. Marco, al escucharlas, aprieta los labios; un fuego empieza a crecer desde mi interior.
Presiono mis manos, intentando contener ese torrente caótico.
—¡No pueden dejarse asustar! —exclama Marco, levantándose de su asiento. Todos lo miran con sorpresa mientras señala con cierta molestia hacia el cristal.
—Puede ser algo nuevo, puede ser que necesitemos hacer todo lo posible. —Marco aprieta sus puños, y yo pierdo el aliento—. ¡Si podemos! Tendremos todo a nuestra disposición. Es el momento de crear algo para cambiar el mundo; cada uno de nosotros fue seleccionado.
No... No tienes por qué hacerlo.
—Si lo hacemos, ¡quedaremos grabados en la historia!
No tienes que escoger esas palabras.
—¡Seremos el pilar de una nueva generación! —Marco extiende sus manos, sorprendiendo a todos.
El profesor solo sonríe, como si ya fuese algo que esperaba. Incluso yo, que me cuesta leer a las personas, puedo verlo. La inocencia de querer ser alguien importante, la inocencia de desear atención.
«Si lo hago, podré darles la vida que mis padres merecen.»
La inocencia de anhelar el orgullo de las personas que amamos.
«Podré ser feliz y ayudar a todos.»
Los estudiantes parecen abrumados por la emoción de Marco. La mayoría queda en silencio, mientras otro se une a él.
—¡Debemos intentarlo! —el chico a su lado aprieta su mano con fuerza, mirando con firmeza a todos. Poco a poco, todos se contagian con su iniciativa.
—Pensar que fueron engañados tan fácilmente. —Echidna se acaricia un poco la frente.
¿Quién podría culparlos?
Echidna no lo sabe, pero la emoción que sentí me habría nublado de todo. No lo culpo, ni mucho menos puedo juzgarlo cuando ni siquiera puedo entender a lo que se refiere.
—Entonces, como veo que están dispuestos, les pediré que preparen sus prendas y estén afuera una hora antes de la salida convencional. —El profesor se despide y se retira.
Marco, antes de que todos se vayan, se coloca frente a la puerta.
—Creo que al profesor no le interesaba mucho presentarnos, pero me gustaría que cada uno lo hiciera. Después de todo, vamos a trabajar juntos a partir de ahora. —Marco realiza un saludo militar, dirigiendo una sonrisa a todos—. Marco Luz, especializado en ingeniería...
Su presentación motiva al resto a hacer lo mismo; todos lucen contentos y emocionados por lo que está por venir. Sin embargo, yo no comparto ese entusiasmo.
Solo deseo verlo así, tan feliz, más que cualquier sonrisa anterior, más que cualquier emoción que haya percibido en él. A medida que cada uno se presenta, la alegría impregna el ambiente.
Me pesa, porque siento que es mi culpa.
Marco organiza a todos y solicita una foto, todos aceptan y, tras tomarla, consigue los contactos de todos.
—¡Nos vemos mañana, compañeros! —Marco se aleja del lugar con una gran sonrisa en el rostro.
Mi corazón late con fuerza y emoción, late, y no puedo quitar la sonrisa de mi rostro. Estas no son mis emociones, si no que las de él son tan intensas que no puedo opacarlas. La voluntad de Marco es más fuerte que la mía.
Se aleja, se reúne con sus amigos y empiezan a charlar y divertirse. Parece alguien totalmente diferente, alguien tan abierto y cálido.
Marco ha cambiado demasiado, pero después de presenciar un poco de lo que le ha sucedido, no puedo juzgarlo.
—Es curioso —dice Echidna antes de tomar un sorbo de té.
Luego, tras pasar el tiempo, todos son reunidos de nuevo. Esta vez, son llevados en algo llamado helicóptero.
Mi asombro no cesa, incluso después de haberlo visto antes.
Con un gran ruido, observo cómo Marco vuela en una de las máquinas que me contó. Es más rápido que el globo y se ve mucho más práctico. Es impresionante, y yo no soy la única que lo piensa.
—Dices que, en ese mundo, la humanidad tiene miles de años de evolución. —Echidna muerde una galleta mientras admira lo mismo que yo.
—Así es, Marco lo mencionó hace mucho tiempo.
No tengo la menor idea de cuánto tiempo lleve este mundo existiendo, pero, sin duda, rebasan con creces nuestros avances en todos los ámbitos.
Sin embargo, la llegada de estos cristales marcará un punto de inflexión.
Llegan a lo que a partir de ahora será su hogar; con ello, todos se instalan y son conducidos al laboratorio. La organización es por apellidos, y Marco queda junto a una chica. Al principio, me sorprendió porque guardaba un asombroso parecido con Crusch.
Aunque su cabello es de un negro profundo, sus rasgos son prácticamente idénticos. Y, para sumar a la sorpresa, su voz es parecida a la de Rem.
—¿Crees que tengamos oportunidad? —pregunta Marco, dedicándole una sonrisa alentadora.
—Lo lograremos, de una u otra manera. María, tus destrezas en programación y electrónica serán cruciales. —Marco intenta infundirle ánimo, y ella le responde con una cálida sonrisa.
«¡Es muy linda!, espero poder seguir hablando con ella.»
Ambos parecen congeniar, y, por la expresión afectuosa en el rostro de Marco, parece que ambos se sienten dichosos. Pero mi corazón, en cambio, sufre ligeramente.
El profesor reaparece, esta vez con dos maletas negras. Ya intuyo lo que va a suceder, aunque aun no comprendo del todo. No pueden simplemente haber aparecido en este mundo por azar.
Tiene que haber una razón, un propósito.
—Parece que todos se encuentran en buen estado. En este caso, deberemos iniciar de inmediato con las investigaciones. —El profesor abre ambas maletas, revelando el otro cristal.
Un cristal lamicta de fuego, de considerable tamaño, casi del tamaño de dos manos.
El profesor toma ambos cristales y, al conectarlos, el cristal lamicta de fuego se activa, iluminándose levemente y desprendiendo una tenue sensación de calor que se extiende por todo el entorno.
—El cristal azulado parece actuar como un reactivo. —comenta un chico, cuyo nombre ya tengo registrado.
—¿Por qué lo afirmas, John? —pregunta Marco, acercándose al cristal.
El profesor también parece ansioso por obtener la respuesta.
—No comprendo del todo su funcionamiento, pero, al acercar ambos cristales, se produce una iluminación mutua. —John vuelve a aproximar los cristales—. El cristal rojo genera la reacción térmica.
En ese momento, otro chico pregunta:
—¿Hay indicios de un campo electromagnético?
El profesor niega con la cabeza.
—No se detecta electrón entre los intercambios; en cambio, los electrones del aire parecen verse afectados por la energía del cristal rojo.
Ante la afirmación del profesor, todos parecen sumidos en pensamientos profundos. Aunque no comprendo completamente de qué están hablando, Marco parece resistirse a aceptar la respuesta.
«Parece magia, aunque me pese.»
—Entonces, la idea es utilizar ambos elementos para generar energía, ¿verdad?
El profesor asiente.
—El cristal rojo es altamente peligroso, pero parece poder ser controlado en función de la distancia que haya con el cristal azul.
En ese momento, Marco interviene con otra pregunta:
—¿Tiene algún nombre?
Las miradas de todos se dirigen al profesor, ansiosos por obtener, aunque sea un atisbo de información adicional.
—Los altos mandos dicen que los narcotraficantes lo llamaban... —el profesor lo anota en la pizarra—. El cristal rojo se llama lamicta, y el azulado, piroxeno.
