- Todos los personajes pertenecen a Rumiko Takahashi, para su creación "Ranma ½", (a excepción de algunos que son de mi invención, y que se irán incorporando durante el transcurso del relato en una especie de "actores secundarios"). Esta humilde servidora los ha tomado prestados para llevar a cabo un relato de ficción, sin ningún afán de lucro.

- Espero que los fanáticos de esta serie como de sus personajes me disculpen por las libertades que puedo tomarme de aquí en adelante para la creación de esta historia. Tratándose de una historia nacida de mi imaginación, es muy probable que los personajes no se comporten de acuerdo con los cánones preestablecidos por su creadora original.

- Agradezco con antelación a todos quienes se arriesgarán a leer y acompañarme en el desarrollo de esta historia. Por su tiempo y paciencia, muchas gracias.


"Psycho killer"

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Capítulo I

"El inicio"

Tres semáforos más, ocho cuadras y quince minutos caminando de forma apresurada era lo que separaba a la joven de su destino final, la próxima estación del tren subterráneo.

La noche sin luna se presentaba fría y lúgubre, por lo que no había mucha gente transitando por las calles de ese sector de la ciudad, mucho menos si se consideraba lo tarde que era y el lugar apartado por donde la chica caminaba.

Maldijo una vez más a su torpe hermano mayor por no haber ido por ella ese día. Él sabía que su turno terminaba pasadas las diez de la noche, pero no por ello salía del café en donde trabajaba a esa hora exacta; no, la joven demoraba más de una hora y media en terminar su jornada laboral y para cuando finalmente podía salir de allí, debía correr si quería alcanzar el tren que la dejaba cerca de su casa. Su hermano lo sabía, y sabía también que ella ya no se sentía segura caminando sola y de noche por la gran ciudad; en otro tiempo y circunstancias, ella se hubiese hasta reído si alguien le dijese que los lugares por donde habitualmente transitaba se habían vuelto un poco peligrosos e inseguros, pero ahora su opinión había cambiado y se acercaba mucho a la opinión del común de la gente. Ya no era una adolescente despreocupada y convencida de ser la dueña del mundo y de la verdad. No, ahora ella había madurado, o quizá sólo había sabido y conocido cosas que sucedían en esas mismas calles por las que transitaba diariamente que realmente habían logrado atemorizarla como para caminar tranquilamente por las calles a una avanzada hora de la noche.

Suspiró de forma cansina, se acomodó la chaqueta para abrigarse mejor y observó a su alrededor cuando llegó al semáforo y tuvo que detenerse para esperar a que éste cambiara de color dándole la preferencia para cruzar la calle; giró su cabeza y comprobó que tras de sí no se veía un alma, la calle se divisaba completamente vacía; miró a ambos lados y vio que una pareja se alejaba por la avenida que tenía a su derecha y se detenían frente a un automóvil al que ambos subieron; fijó su vista al frente justo cuando el semáforo cambió de color y pudo observar que un hombre bajo y enfundado en un abrigo oscuro avanzaba hacia ella; hiciera lo que hiciera, ambos se cruzarían en el camino y a ella le quedaba muy poco tiempo para lograr alcanzar el tren subterráneo. Acomodó la mochila que llevaba en su espalda e infundiéndose valor avanzó, decidida a enfrentarse con el sujeto de ser necesario. Una vez más maldijo a su hermano mayor en su mente por haberla abandonado a su suerte; de no ser por su olvido, ella ya se encontraría en la seguridad que le brindaba su casa puesto que en automóvil era muchísimo más rápido transitar por la ciudad.

Siguió caminando apresuradamente y no pudo ocultar una sonrisa de alivio cuando vio que el hombre que había visto avanzar hacia ella doblaba por una calle desapareciendo de su vista.

Dos semáforos, seis cuadras y llegaría a su destino. Cuando llegó a la esquina por donde el sujeto había desaparecido le fue imposible evitar mirar hacia donde había avanzado el hombre, por lo que cuando cruzó la calle y la figura diminuta de una persona enfundada en un abrigo oscuro ya se divisaba muy lejana, exhaló un suspiro de alivio. Con un poco más de confianza se dispuso a seguir su caminata hacia la estación de metro, sin embargo, cuando volteó su rostro y quiso dar un paso al frente, su cuerpo encontró una inusitada resistencia.

Aterrada, buscó con sus ojos una respuesta, pero lo que vio la dejó sin aliento. Una persona alta y de aspecto fornido, vestida totalmente de negro y que coronaba su cabeza con un sombrero de ala ancha también negro, la observaba hacia abajo.

Quiso gritar, quiso correr, quiso golpear a ese individuo y escapar de aquel lugar porque algo en su interior le decía a gritos que debía huir, y, sin embargo, se quedó estática en el lugar, intimidada por aquellos ojos que la observaban de esa forma tan profunda, casi como si el individuo estuviera leyendo todos y cada uno de sus pensamientos.

Cuando fue capaz de reaccionar para tratar de escapar fue demasiado tarde. Lo supo porque el individuo formuló una grotesca sonrisa en su rostro; lo supo porque sintió la pesada mano del hombre presionar su boca y nariz con algo suave, pero de un fuerte aroma dulzón; lo entendió cuando sus ojos hicieron conexión por última vez con aquella penetrante mirada y luego, nada, sólo la más completa y absoluta oscuridad la envolvió.


La melodía de una melancólica canción occidental era el único sonido que se escuchaba dentro del automóvil que esa mañana se alejaba por una de las calles más transitadas de Tokio en dirección al río Kanda. Al interior del vehículo, dos hombres jóvenes viajaban sin dirigirse la palabra. Uno de ellos conducía atento a las señaléticas, a los peatones y al resto de los vehículos que transitaban por la ciudad a esa temprana hora de la mañana; el otro, recostado en el asiento del copiloto con su cabeza apoyada entre una chaqueta y la ventanilla del automóvil, dormitaba de brazos cruzados; o esa era la impresión que daba al observarle.

El joven que conducía el automóvil viendo que su compañero parecía dormir, quiso cambiar la melodía que emitía la radio del vehículo, pero casi como si tuviese un detector de movimiento o, en este caso, de intenciones, su compañero alzó la voz sin abrir siquiera los ojos.

-Deja el maldito reproductor puesto.

-Creí que dormías –contestó su compañero alejando de inmediato la mano del aparato.

-¿Y por eso querías cambiar la música?

-Sólo quiero escuchar algo que no sea tan deprimente.

Su compañero soltó una carcajada irónica.

-Sí, claro –gruñó-. Querías escuchar algo que no sea deprimente. Las noticias de la mañana, si no me equivoco -acotó-. Déjame ver, un asalto aquí, un asesinato allá, recesión en tal país, problemas por epidemias y gobiernos corruptos en este otro, hambruna en tal otro y qué más… oh sí, no olvidemos los conflictos, cientos y cientos de muertos en las guerras que mantienen otros cinco, seis o quizá cuántos países más alrededor del mundo… bonita forma de no deprimirte.

-Bueno, informarse siempre es bueno y…

-¿No te basta con todo lo que tenemos que ver a diario? –le interrumpió-. Las canciones que me gustan pueden deprimirte, pero son canciones, y buenas canciones por lo demás. Hacen que me mantenga por un rato alejado del mundo tal y como es.

-Pero…

-Además, te recuerdo que yo gané esa apuesta –volvió a interrumpir-, y el premio era escuchar mi música por una semana durante todos nuestros viajecitos recreativos -terminó de decir recalcando las dos últimas palabras.

Silencio. El joven que conducía lo observó por el rabillo del ojo y sonrió de medio lado; era cierto que la música que escuchaba su compañero a veces lo deprimía, pero también era cierto que necesitaba entablar algún tipo de conversación durante los trayectos que hacían, puesto que no era dado a permanecer en silencio durante mucho rato, así que la pseudo discusión por el gusto musical de su compañero había sido la excusa perfecta para intentar entablar esa conversación.

-Se me quitó el sueño –refunfuñó el joven que ocupaba el asiento del copiloto desperezándose sin pudor alguno.

-Qué bueno –comentó su compañero-, porque estamos prontos a llegar según lo que indica el maldito aparato que me obligas a usar.

-Si quieres seguir conduciendo este automóvil no puedes dejar de usarlo –contestó con una media sonrisa-. No quiero volver a recorrer las calles en círculo como aquella vez.

-Ya te expliqué que no tengo problemas de orientación, simplemente me extravié siguiendo una mala pista, pero tú nunca olvidarás aquella experiencia ¿no?

-No, así como tú nunca volverás a conducir sin activar ese aparato –dijo de forma seria, luego suspiró y frunció el ceño-. Empecemos con el maldito nuevo día, Fukuda.

-A veces me pregunto por qué elegiste dedicarte a esto -confesó exhalando un suspiro.

-Créeme que la mayor parte del tiempo yo me pregunto lo mismo, compañero, pero bueno –exhaló mirando fijamente al frente-, es una ocupación decente en la que el sueldo me alcanza para vivir. Además, creo que no serviría para nada más. Detente aquí y caminemos.

-¿Tan temprano y ya está lleno de buitres? –comentó su compañero haciendo una hábil maniobra para estacionar el automóvil.

-Sí, y si no avanzamos caminando, ten la seguridad de que no podremos evitarlos y eso nos traerá problemas.

Ambos bajaron del automóvil y caminaron a grandes zancadas mientras se abrigaban con sus respectivas chaquetas puesto que la mañana estaba realmente fría. Mucha gente se agolpaba a orillas del río para enterarse de lo que sucedía en el lugar, por lo que debían ser apartados.

Curiosos y reporteros se confundían entre sí y la policía hacía esfuerzos por mantenerlos alejados del lugar en donde la tragedia supuestamente había ocurrido. Los dos jóvenes encaminaron sus pasos hacia ese sector y no muy amablemente fueron abriéndose paso entre el mar de curiosos.

Cuando llegaron al sector delimitado por las típicas cintas de plástico amarillo que utilizaba la policía para acordonar el lugar, ni siquiera se molestaron en pedir autorización para ingresar, simplemente uno de ellos levantó la cinta y agachándose, ambos ingresaron al perímetro de seguridad.

-¡Hey! –gritó un policía-, ¡no pueden pasar sin autorización!

Por única respuesta, uno de los jóvenes le dedicó una mirada despectiva y el otro sonrió un tanto avergonzado.

-Están conmigo, Sasaki.

La voz cansina de otro hombre se hizo escuchar y el policía asintió con una mueca de fastidio en el rostro.

-Llegan algo tarde ¿no?

-Si hubieras tenido que trabajar hasta las cuatro de la mañana en esos malditos informes y recibieras una llamada para venir aquí a las seis, las siete de la mañana no te parecería una hora tardía –contestó de mala manera uno de los jóvenes.

-No hubieras tenido que trabajar hasta las cuatro y levantarte a las seis si hubieras terminado esos informes la tarde de ayer, Saotome –contestó el hombre con una media sonrisa en los labios.

-Ayer en la tarde estaba ocupado.

-Ayer en la tarde te vi moliendo a golpes a uno de los nuevos aspirantes.

-¿El chico bajito y flacucho? –se interesó el otro joven quien había permanecido observando todo en silencio.

-El mismo –contestó el hombre mayor.

-No empieces, Tanaka –rezongó el aludido-. Y tú, Fukuda, calla si no quieres seguir escuchando mi música por una semana más.

-Uno de estos días, Saotome –dijo el hombre mayor negando con la cabeza-, ¡uno de estos días!

-Ya, ya –interrumpió su interlocutor-. ¿Qué tenemos? Muéstranos el bonito paisaje.

Kenzo Tanaka era un hombre de poco más de cincuenta años, de mediana estatura, con un poco de sobrepeso y cortos y blanquecinos cabellos. Con algo de pesar observó a los dos jóvenes que se encontraban a su lado y suspiró. Él era el superior directo de ambos chicos, había presenciado cuando ambos habían decidido formar parte de la policía, había visto sus carreras, había participado en su formación, había sido testigo de sus logros y de sus fracasos, había intercedido a su favor cuando ambos habían querido formar parte del departamento de criminalística de la policía y, aun así, no podía dejar de ver en ellos a dos chiquillos revoltosos que se desafiaban en el arte marcial en sus ratos libres.

El experimentado policía sonrió de medio lado y observó primero a Hansuke Fukuda, aquel joven fornido, de castaños cabellos y con unos ojos color verde esmeralda muy expresivos, en cuyo rostro abundaba una risa fácil. Hansuke había crecido y se había desarrollado tanto física como intelectualmente, ya no era el jovencito flacucho y tímido que él había conocido cuando había decidido integrarse al cuerpo de policía, ahora desplegaba un aura de pasividad y sabiduría que a sus veinticinco años le ayudaba a comprender, calmar y ayudar a su impredecible compañero, Ranma Saotome, quien, a pesar de tener la misma edad de Hansuke, demostraba ser mucho más impetuoso tanto en sus decisiones como en sus acciones. Ranma era un joven alto, de profundos ojos azul cobalto y un cabello tan negro como una noche sin estrellas, pero quizás era la profundidad del color de sus ojos la explicación para su carácter impulsivo y muchas veces hasta irreflexivo, pensaba Tanaka, puesto que el azul del mar embravecido de sus ojos reflejaba su, a veces, incontrolable temperamento.

-Tanaka, ¿sucede algo? –preguntó Hansuke al ver que su mentor y superior se quedaba en silencio por más tiempo de lo normal.

-Nada –contestó saliendo de su ensoñación-. Fukuda, necesito que de una u otra forma te deshagas de todos los reporteros.

-¿Cómo?

-No lo sé, inventa algo –dijo haciendo un movimiento con su mano-. No necesitamos reporteros aquí molestando.

-Podría inventarme algo si supiera sobre qué debo inventar.

-Ten –contestó Tanaka pasándole unas cuantas hojas que hasta ese momento mantenía dentro de uno de los bolsillos de su impermeable-. Te ayudará de momento y es todo lo que puedes decirle a la prensa, escuchaste, nada más que lo que dice allí. Luego vuelves para ver el "bonito paisaje", como dijo tu amigo.

-No es mucha información, la verdad –comentó el joven leyendo rápidamente los papeles y luego guardándolos para dirigirse hacia donde se encontraban los periodistas.

-Usa tu imaginación, Fukuda –bromeó su compañero.

-Sí, claro. Mandan al pobre Fukuda a domar a las bestias con un ramo de flores y una nariz de payaso –ironizó el aludido.

-Saotome, ven conmigo –ordenó Tanaka antes que el azabache pudiera contestarle a su amigo.

Ambos avanzaron por el lugar y mientras lo hacían, a Ranma lo fue invadiendo aquella sensación de decepción e impotencia que se le estaba haciendo tan familiar cada vez que enfrentaba un nuevo caso.

Llegaron al lugar en donde se había hecho el hallazgo; la ribera del río Kanda tapizada de pasto verde le dio la bienvenida. Saltaron la verja que separaba el río de la avenida y bajaron equilibrándose a la orilla del río, allí, unos metros antes de tocar el agua, sobre el césped que crecía en el lugar, se encontraba un cuerpo cubierto por una lona. Algunos peritos se encontraban tomando muestras, fotografiando el lugar y haciendo mediciones, por lo que Tanaka les alertó y ordenó que se alejaran del lugar por un momento. Él les avisaría cuándo volver a realizar su trabajo en el lugar. Miró a su pupilo y carraspeó antes de seguir avanzando; el avezado policía sabía que a Ranma no le gustaba estar rodeado de gente cuando se enfrentaba a una investigación de esa naturaleza y él estaba dispuesto a hacer esas concesiones y limpiar el camino para que su pupilo se sintiera cómodo, porque desde que lo conocía sabía muy bien que el joven, con sus métodos poco fieles a lo que se enseñaba en la academia, había demostrado ser uno de los mejores y más capacitados para resolver el tipo de casos que enfrentaban justo ahora.

Ranma pasó saliva antes de acercarse al lugar en donde se encontraba el cuerpo tras su superior y luego de acuclillarse frente a un bulto pequeño, levantó lentamente la lona que lo cubría, como si estuviera pidiéndole permiso a quien se encontraba allí tirado para hacerlo.

-Mujer, japonesa, aproximadamente veinte años –recitó Tanaka de pie a un costado de Ranma observando fijamente el cuerpo inerte de la chica-. La encontró un transeúnte a eso de las cinco de la mañana y llamó a la policía.

-¿Dijo el motivo por el cuál se encontraba a esa hora de la madrugada en este sector? –preguntó Ranma observando a la chica detenidamente.

-Según él, debía llegar a su trabajo temprano, pero a mitad de camino su automóvil se averió y se bajó para caminar en busca de ayuda. Algo llamó su atención al pasar junto al río y bajó a ver de qué se trataba, el resto puedes imaginarlo –contestó Tanaka meciéndose el cabello-. Se encuentra detenido, por si quieres saberlo.

Ranma asintió y sacó de uno de sus bolsillos un par de guantes de látex, los cuales procedió a introducir en sus manos.

La chica estaba de espaldas, vestida únicamente con una especie de túnica blanca de mangas cortas que le llegaba a la mitad de las pantorrillas, descalza, con ambas manos a sus costados y con sus azulados y cortos cabellos en desorden sobre el césped. Palpó su rostro, su cuello y su cabeza sin encontrar marcas. No tenía golpes visibles de ningún tipo y la palidez extrema de su piel era tan evidente que parecía una mujer confeccionada en papel. Suspiró y se estremeció de pies a cabeza al observarla con mayor detención, puesto que por alguna extraña razón la jovencita le recordó vivamente a la muchacha que había conocido a sus dieciséis años y con la cual había terminado comprometido forzosamente.

-Diablos –escuchó la voz de Hansuke a su espalda, puesto que el chico había vuelto de su domadura de bestias, pero Ranma ni siquiera se inmutó y siguió realizando su examen sintiendo cómo su corazón se aceleraba-. Parece un verdadero fantasma.

-Hum –dijo Tanaka afirmando con la cabeza-. Me llamó mucho la atención el color tan blanco de su piel a mí también, es decir, sabemos que los cadáveres adquieren la palidez propia de la muerte, pero esto es demasiado incluso para alguien como yo que he visto tantos cadáveres en mi vida.

-Puede que sea por el contraste de la túnica blanca con el césped –comentó Hansuke-. Un efecto visual, ¿no lo creen?

-O puede que sea por esto –dijo Ranma indicando cuidadosamente el brazo de la chica tendida en el suelo. Se acomodó de mejor forma en el suelo para lograr acercarse un poco más al brazo de la muchacha y así examinarlo detenidamente-. ¿Viste esto, Tanaka?

-¿Qué cosa? –inquirió el aludido acuclillándose al lado de su pupilo mientras se acomodaba un par de guantes del mismo material del que estaba utilizando Ranma.

El joven de negros y trenzados cabellos le indicó a su mentor dos orificios pequeños que se apreciaban en la muñeca de la chica; dos orificios perfectamente redondos que hubieran pasado por marcas de nacimiento o tatuajes si no hubiera sido porque tenían a su alrededor unos pequeños residuos de sangre seca.

-¡Qué demonios! –exclamó Tanaka al examinar el brazo de la chica.

-Y no es el único –dijo Ranma indicando el otro brazo.

Luego se acercó a los pies de la muchacha y tras otro examen minucioso, descubrió un par de orificios más en cada una de sus piernas, exactamente detrás de las rodillas.

-¿Una secta? –indagó Hansuke , por la túnica y esos orificios en lugares específicos.

-Puede ser –dijo Tanaka levantándose mientras se deshacía de los guantes.

-Si creyera en los cuentos de viejos campesinos, pensaría que los vampiros existen –comentó Ranma incorporándose sin quitarle los ojos de encima a la chica-, pero con todo lo que he visto en estos años, puedo decir que entre nosotros hay mentes tan retorcidas que son muy capaces de creerse vampiros.

-Vampiros, ¿eh? –comentó Tanaka volteándose para ver a su alrededor-. Fukuda, encárgate del papeleo y de supervisar a los peritos, quiero que no pasen nada por alto que nos pueda otorgar alguna pista, aunque parezca insignificante. Saotome, tú recopilarás información por los alrededores si es que la hay, cámaras de seguridad, posibles testigos o lo que sea que nos pueda servir. También te encargarás de supervisar el traslado del cuerpo una vez que los peritos terminen aquí. Ya veremos qué nos dice el forense respecto a los vampiros.

Tanaka se alejó seguido muy de cerca por Hansuke, sin embargo, Ranma no cumplió la orden de su superior de inmediato puesto que se quedó observando el cuerpo inerte de aquella chica que había perdido la vida a tan temprana edad.

El blanco fantasmal de su piel, la túnica que la cubría, los labios sin una gota de color, los ojos abiertos y desprovistos de cualquier expresión y los azulados y cortos cabellos en desorden le hicieron estremecerse de pies a cabeza. Por un momento cerró los ojos y cuando los abrió pudo reconocer que aquella imagen macabra por alguna razón había logrado que la recordara. Un escalofrío recorrió por tercera vez su espina dorsal al realizar aquella comparación, después de todo hacía mucho tiempo que no sabía nada de ella, ¿por qué justamente ahora tenía que recordarla? Debía tratarse de sus cabellos, no había otra explicación, sin embargo… Se acuclilló lentamente para observar a la joven más de cerca. El cabello era lo único que había conservado algo de color en ese cuerpo.

-Algo de vida-, pensó.

Suspiró y tomó la lona para tapar respetuosamente el cuerpo de la joven. Al levantarse enfocó su mirada en el río que atravesaba la ciudad. Algo le decía que aquel caso no tendría una fácil solución y al contemplar aquel río pensó en su pasado reciente, pensó específicamente en ella. Aquella testaruda chiquilla tendría ahora unos cuantos años más que la chica que yacía a sus pies y se preguntó, no por primera vez, qué pasaría si algo así le sucediera a ella sin que él lo supiera y mucho menos pudiera ayudarla.

Y como tantas otras veces, para no volver a formularse aquella pregunta, se juró a sí mismo que resolvería ese enigma y atraparía al monstruo que había hecho que la vida de aquella joven acabara de una forma tan trágica.

Llenó sus pulmones de aire y con tal convicción, comenzó a avanzar para encargarse de cumplir la orden que había recibido de su superior antes que los recuerdos de su pasado reciente lo agobiaran como lo hacían cada vez que se permitía evocar el recuerdo de la chica que había conocido en Nerima hacía años atrás.


Notas finales:

1.- Hola ¿Esto es nuevo?, yo diría que no porque es un escrito que había dejado hacía mucho tiempo a medio desarrollar guardado por ahí con ideas sueltas y que ahora decidí darle una oportunidad.

Si me animé a retomarlo fue porque quería volver a escribir algo que tuviera que ver con una trama policial o algo parecido (como lo fue "Traición en Nerima" que para mí fue todo un desafío y me gustó tantísimo escribir). ¿Habrá romance?, por supuesto, si no, no sería un Ranma y Akane (al menos, no lo sería para mí). ¿Será muy extenso? No lo sé, todo dependerá de cómo resulte el desarrollo de la historia; comencé con capítulos cortos pero quienes han leído alguna de mis historias deben saber que tiendo a extenderme en el desarrollo de los capítulos a medida que avanza la historia (cosas que pasan sin poder evitarlo).

Y eso, si alguien se interesa en acompañarme leyendo este nuevo escrito, bienvenido sea a este viaje. Desde ya muchas gracias a quienes hayan llegado hasta acá y será hasta una próxima actualización.

Que estén todos muy bien.

Madame de La Ferè – Du Vallon.