Los ojos grises recorrieron con aburrimiento el vestíbulo de la casa y sus dedos tamborilearon alrededor de su trago de whisky doble.
En esos momentos bien podría estar disfrutando sus días libres de una manera muy diferente. Pero no, su madre adoptiva, a la que no podía negarle nada porque realmente era la mujer más dulce que haya conocido le obligó a asistir a la reunión familiar que organizaban cada año con sus amigos.
Cuando descubrió que algunos de sus socios estarían allí se convenció de qué tal vez no estaría tan mal, podrían hablar de negocios o salir de juerga, pero ellos parecían tener planes totalmente diferentes.
Ahora resulta que todos eran hogareños y les fascinaba pasar tiempo en familia. Incluso los tipos más duros que había conocido, Itsuki y Daiki Uchiha, parecían disfrutar bajo el mismo techo que toda esa tropa de personas lunáticas.
¿Y la hermana de esos dos? Maldita sea, ella era la peor de todos. ¿La razón? Estaba volviéndolo loco. Esa chica era la jodida representación de la lujuria. Durante la noche no pudo evitar pensar en sus labios llenos alrededor de él.
¿Qué lo detenía de tirársela? Su hermano.
El imbécil de Boruto parecía genuinamente interesado en ella y casi se atrevía a apostar que estaba enamorado. Él tardó menos de un día en darse cuenta de que ésta vez no parecía ser un juego para el rubio.
Usualmente competían entre ellos para ver quién lograba tener más conquistas, pero su hermano arruinó la diversión para ambos ahora que puso sus ojos en la niña de oro de la familia Uchiha.
¿Qué se suponía que iba a hacer si su compañero de libertinaje se decidía por sentar cabeza finalmente?
—¿No es muy temprano para beber?
Hablando del diablo, pensó él. Boruto se sentó en el sofá del frente con una taza humeante de café y le dedicó una amplia sonrisa.
—¿No es muy temprano para lucir como estúpido? —alza una ceja— Desde ayer se te han caído las bolas y no las has recogido.
—¿A qué te refieres? —frunce el ceño— Estás siendo más imbécil de lo normal.
—Desde ayer no has parado de botar la baba por esa chica. —apunta con burla— ¿Se te olvida quién eres o qué?
—No sé si te has dado cuenta, pero aquí mi cargo no vale de mucho, estamos rodeados de jefes de familia. —dice con obviedad— Sarada es hermana de dos capos e hija de mi padrino y mentor, no es cualquier chica.
—Mucho mejor. —ladea el rostro— Pide su mano y solidifica tus alianzas. A ella no le quedará de otra que aceptarte.
Boruto sacude la cabeza y suelta una carcajada. Se notaba que su hermano ignoraba la situación en la que se encontraba.
—¿Obligar a Sarada a hacer algo? —se ríe el rubio— Maldita sea, ya quisiera ver que sus hermanos se atrevan siquiera a llevarle la contra.
Al ver que Kawaki le miraba consternado soltó un suspiro.
—Los Uchiha no tienen necesidad de concertar matrimonios para consolidar alianzas. —explica lo obvio— Ellos ya controlan Europa y gran parte de Asia, te lo recuerdo.
—Si hablas con su padre, tal vez...
—Ni el tío Sasuke puede obligarla a hacer algo que no quiera, eso ya debería decirte algo.
—Lo único que eso me dice es que esa mujer es un dolor de cabeza. —se mofa— Y yo te aconsejaría mirar a otro lado si quieres ahorrarte problemas.
—No comprendes. —niega bajando la voz— Una vez que la conoces... no hay manera de no sentirte atraído por ella.
—Patético. —bufa el de ojos grises recostándose en el respaldo del sofá.
Boruto lo ignoró y pronto su atención se desvió hacia las cuatro chicas que aparecieron en el vestíbulo como una bola de demolición. Todas eran muy diferentes entre si, Himawari tenía una energía inacabable y Kaede era tan extrovertida que a veces daba miedo, mientras que Namida quizás era la más tímida del grupo y Wasabi la más joven, pero ambas se compaginaban bien con las otras dos.
—Conseguimos que Shinki y Shikadai nos llevaran de compras. —dijo Himawari entusiasmada— ¿Quieren ir con nosotros?
—No. —respondió Kawaki de inmediato.
—Mitsuki y Shouta también piensan ir. —añade Kaede para intentar convencer al pelinegro— Incluso Itsuki y Daiki planean pasarse por allí después.
—Podemos ir a un pub en la noche. —propone Namida con emoción— Será ultra divertido.
—Yo me apunto. —dice Boruto— Y Kawaki también.
—Yo no he dicho nada. —contradice el de ojos grises— No me apetece ir.
—¡Venga, vamos! —animó Shouta apareciendo por la puerta— Nosotros vamos a esquiar y les alcanzamos en el pub.
Precisamente eso era lo que no le gustaba a Kawaki. La idiotez de todos.
—Anda. —insistió Kaede— Prometo asustar a las mujeres que se te acerquen para que no te fastidien.
Lo último que quería era que le arruinaran la verdadera diversión. En especial ese día que estaba seguro de necesitar de un buen polvo para sacarse pensamientos indeseados acerca de la chica que su hermanito quería.
—En todo caso los veo hasta la noche. —avisa él— Tengo que hacer unas cuantas llamadas si quiero liberarme el resto del día.
Todos se despidieron de manera apresurada y salieron de la casa uno tras otro. Los adultos ya se había ido desde bien temprano con la intención de pasar el día en un club de esos a los que sólo tienen acceso los de cierta clase social. Las mujeres estarían en el spa y los hombres seguramente jugando cartas con otros sujetos ricos.
Creyó que estaba completamente solo en la casa hasta que escuchó un grito femenino proveniente de la parte de afuera. Eso lo alertó, así que fue a buscar el arma entre sus cosas y salió al exterior para averiguar lo que sucedía.
Pero lo que vio lo dejó paralizado. Un animal enorme de lo que le pareció al menos un metro estaba encima de Sarada Uchiha tumbada sobre la nieve y mostrándole unos colmillos alargados. ¿Era un maldito lobo?
—¿Qué demonios...?
Ella se reía acercando la nariz a la del animal como si no temiera que la desgarrara en cuestión de segundos. Tenía el pelaje de tonalidades grisáceas y unos ojos amarillos amenazantes que de haberlos visto de noche probablemente le habrían sacado un susto a cualquiera.
En otro momento se hubiese detenido a admirar su belleza, porque era un ejemplar majestuoso que emanaba peligro e imponía respeto, pero en estas circunstancias estaba obligado a actuar.
Por el momento lo único en lo que estaba pensando era en sacar a la mujer de allí abajo y encerrarla en una maldita habitación donde pudiera estar segura sin meterse en un lío. Porque si de algo se dio cuenta desde que se volvieron a ver era que todo alrededor de ella era sinónimo de problemas.
—Quédate quieta. —dijo en voz alta consiguiendo la atención de la chica— No te muevas o puede hacerte daño.
Sacó el arma y apuntó, dispuesto a disparar en caso de ser necesario, pero lo único que consiguió fue que el animal se irguiera frente a ella con un ademán protector en toda su gloria y altitud como un depredador a punto de cazar a su presa.
—Basta, Hoshi. —exclamó la chica poniéndose de pie y acercándose para acariciarle el lomo— Es amigo de la familia.
Sarada le dedicó una mirada afilada como ordenándole que guardara el arma y hasta que lo hizo el animal dejó de gruñir.
—¿Se fueron todos? —pregunta con tranquilidad.
—Sí.
—Bien. —pasó por su lado y el animal la siguió detrás— Te daré el almuerzo, Hoshi.
Nunca se había sentido más estúpido como en ese momento. Ella simplemente le ignoró y entró a la casa con la que parecía ser su enorme mascota pisándole los talones.
—¿Es tuyo? —se atrevió a preguntar una vez que se instaló en la isla de la cocina.
—Sí, es un wolfdog checoslovaco. —explica sacando la carne fresca de la nevera— Es mitad perro y mitad lobo.
Parecía bien educado, porque mientras la joven sacaba la carne del contenedor y la vaciaba en un recipiente grande, el wolfdog aguardaba con paciencia en una esquina de la cocina sin perder ningún movimiento de su dueña.
—Lo tengo desde hace seis años. —menciona antes de que pudiera preguntar— Fue un regalo.
—¿De quién?
—Haces demasiadas preguntas y a cambio das poca información. —alza una ceja— ¿Qué haces aquí de todos modos? Creí que te irías con los demás.
Hoshi prácticamente devoró su comida y ahí fue cuando él comprendió que su parte de lobo era más predominante.
—No me apetecía esquiar. —dijo el hombre escuetamente— Ni tampoco pensaba ir de compras. ¿Por quién me tomas?
—No lo sé, pudiste ir con tu padre o con mis hermanos al club. —se burla— Jugarán a las cartas durante horas.
—¿Y por qué no fuiste tú? —pregunta él, ladeando su rostro mirándola con atención.
—Yo no juego a las cartas.
—No fue lo que oí anoche. —añade con una sonrisa de medio lado— ¿Mónaco te suena?
—Eso es algo que no te incumbe.
Se dio la vuelta para acariciar la cabeza de su compañero perruno y sonrió con ternura cuando él aulló. Le había echado mucho de menos ese último mes que tuvo que dejarlo en casa de sus padres por la gira.
No quisiera tener que dejarlo en el cobertizo, pero la mayoría de los que estaban ahí le temían y dudaba que quisieran tenerlo caminando por allí entre los pasillos. Además, era muy inquieto y seguramente terminaría lastimando a alguien aunque sólo estuviese jugando.
Mientras ella mantenía su atención en su mascota, Kawaki se tomó esos valiosos segundos para observarla con detenimiento. Llevaba un pantalón de licra oscuro y una blusa corta que apenas le tapaba por debajo del ombligo, aún así podía ver una pequeña parte de su piel pálida descubierta, todo eso bajo un suéter de botones que parecía bastante abrigador.
Hoshi se irguió de manera repentina para intentar lamerle la cara y eso la hizo retroceder por la sorpresa, lo que provocó que su espalda chocara contra el torso de Kawaki y por consiguiente que su trasero rozase su entrepierna por accidente.
—Hoshi, no hagas eso. —exclamó con las mejillas coloradas— Lo siento, yo...
—Si querías frotarte contra mí no necesitabas la intervención de tu perro. —susurra en su oído con la voz enronquecida— Sólo tenías que pedirlo y te habría dejado.
—Imbécil. —gruñó alejándose al instante con el ceño fruncido.
Lo empujó al pasar por su lado y le hizo una seña a su mascota hibrida para que le siguiera. No podía siquiera ver al pelinegro a los ojos después de lo que acababa de suceder.
—Me iré a mi habitación, no me molestes.
—No me importa lo que hagas o dejes de hacer, niña. —responde de mala gana— Por mí tu pequeña bestia podría tragarte viva y yo me quedaría aquí viendo.
—¿De veras? —sonrió ella con ironía— Porque no pareció eso hace un rato cuando intentaste salvarme de él.
En primer lugar, de niña no tenía nada y eso era lo que más le molestaba porque su cuerpo era demasiado tentador para pasar desapercibido ante su mirada, incluso con ropa de descanso.
Y en segunda... no. No había segunda. Sólo intentaba reprimir el impulso de tomarla por el rostro y besarla para comprobar que era real. Porque su belleza parecía de otro mundo.
Joder. Tenía que sacársela de la cabeza antes de que cometiera una locura, porque sucedería tarde o temprano, él no era de los que se reprimían. Era una línea peligrosa que podían cruzar en cualquier momento y si llegaba a suceder podría terminar mal.
Al ver que él no contestaba ella se dio media vuelta para irse de allí, pero entonces le escuchó aclarándose la garganta y no supo porqué se detuvo a un par de metros.
—Voy a ir al pub con los demás por la noche. —avisó antes de que saliera por la puerta de la cocina— ¿Espero o me largo?
Quería preguntarle qué si debía esperar por ella, pero ser amable tampoco era su fuerte, y menos después de lo de momentos atrás.
—A las diez estoy lista. —dijo con una pequeña sonrisa— Vamos, Hoshi.
El can le siguió por el pasillo moviendo la cola y de pronto le vino a la mente un comentario estúpido que su hermana siempre decía cuando la protagonista de la historia de amor se despedía de su interés amoroso.
«Si ella te echa una última mirada antes de irse es buena señal»
Se dijo que era un imbécil por esperar algo como eso cuando era evidente que no existía nada además de atracción física, pero su mente quedó en blanco cuando sucedió. Ella miró sobre su hombro y le dedicó una última mirada antes de doblar por el pasillo de la casa.
¿Cómo debía interpretar eso? ¿Ella también sentía esa atracción a la que él se resistía a ceder? La tensión era evidente, tanto que podía cortarse hasta con un tenedor.
Se recargó contra la encimera con la maldita polla más erecta que nunca. Joder, nunca le había sucedido algo como eso. ¿Excitarse por un pequeño roce de su trasero? Imposible.
Entonces pensó en su larga cabellera oscura moviéndose al compás de sus caderas al alejarse y se imaginó cómo sería enredar su puño en ella mientras se la follaba sobre esa encimera de la que se sujetaba ahora.
Le urgía una ducha fría sin duda.
Mientras tanto, Sarada se metió en la pequeña salita de estar junto a su habitación y apoyó la espalda contra la pared más cercana hasta que su corazón se recuperó de aquel acercamiento y segundos después se sacó el suéter que llevaba puesto luego de sentirse demasiado acalorada.
Nunca había experimentado eso antes. ¿Qué tenía Kawaki que lograba alterarla? Cada que lo veía tenía ganas de romperle la cara cuando sonreía de esa manera arrogante y al mismo tiempo quería besarlo porque se veía jodidamente guapo cuando lo hacía.
Hoshi se acurrucó en una esquina de la habitación y ella miró el espacioso sitio que parecía más un lugar de meditación que una sala de estar. Hizo espacio en el centro empujando los muebles y una vez que todo estuvo acomodado se quedó de pie estando descalza sobre la suave alfombra que cubría el piso.
—¿Quieres verme bailar, Hoshi? —pregunta con suavidad— Necesito la opinión de un experto como tú.
El perro medio ladró-aulló y ella sonrió acariciando su cabeza con ternura.
Hoshi llegó a su vida en un momento difícil. Su nombre podía traducirse como estrella, pero la realidad era que tenía un significado más profundo que eso.
«Cuando no esté contigo, búscame en las estrellas»
Sus ojos se llenaron de lágrimas al recordar aquello e intentó deshacerse de esos pensamientos que le atormentaban diariamente. Buscó en su móvil la banda sonora clásica que interpretaría en la próxima parada de la gira y la hizo sonar en los altavoces de la habitación.
Sus pies se movieron con destreza y sus manos cobraron vida. La coreografía la memorizó en un sólo ensayo, su memoria eidética era una ventaja con la que no contaban las demás bailarinas, y por eso era la mejor en lo que hacía.
Kawaki pasaba justo en ese momento fuera de la habitación y la puerta entreabierta le permitió escuchar la suave melodía en los parlantes.
Normalmente no era curioso, lo que las demás personas hacían en su tiempo libre le valía un montón de mierda, pero el saber que la mujer que había acaparado la mayor parte de sus pensamientos desde la noche anterior estuviera dentro le hizo detenerse para observar.
Su vocecita tarareó la melodía al mismo tiempo que sus pies se pusieron en puntas y sus manos dibujaron en el aire con delicadeza.
Él pensó que parecía una pequeña hada que se movía con la finura del danzar de las hojas. Se mantenía con los ojos cerrados, deslizándose con gracia por la habitación al compás de la música nostálgica.
Hasta que de pronto... escuchó un grito de dolor y la joven se dejó caer al suelo con la mano sobre su pie.
—Maldita sea. —gimió sacándose la calceta que comenzaba a pintarse de rojo por la sangre.
Se le rompió una de sus ya de por si frágiles uñas. Los pies de una bailarina de ballet se llevaban toda la parte asquerosa del trabajo y era algo a la que ya estaba acostumbrada, pero no por eso era menos doloroso cada que una uña se rompía, una ampolla se formara o montones de hematomas aparecieran.
—¿Estás bien? —dijo Kawaki terminando de abrir la puerta.
—Estoy bien. —responde ella dándole la espalda— ¿Qué haces aquí?
Sarada era una Uchiha, no debía tener inseguridades, pero tenía lo más parecido a una. Sus pies de bailarina usualmente cubiertos de moretones y uñas quebradizas. Para un hombre no podía ser atractivo, ¿verdad?
—Iba a mi habitación y te oí gritar. —mintió él— Déjame ver eso.
Hizo un amago de acercarse y agacharse en cuclillas para ver más de cerca la herida sangrante, pero ella le lanzó una mirada afilada.
—Ya te dije que estoy bien, no necesito tu ayuda. —responde en tono mordaz.
—¿Siempre eres así de insufrible? —pregunta él exasperado.
—Casi siempre. Sí. —dice ocultando su pie con las manos lo mejor que pudo y levantó la mirada para observar la frustración impregnada en su rostro— Sucede todo el tiempo, estoy bien, de verdad.
Lo último lo dijo en un tono menos agrio y eso fue lo que hizo que el hombre retrocediera finalmente.
—Es normal en las bailarinas, te lo aseguro. —suspira— Colocaré una bandita y ya está.
—Te llevo a tu habitación.
—Puedo sola. —sacudió la cabeza— Pero gracias, es muy amable de tu parte.
—Sí, es una lástima que no aceptes la amabilidad de nadie.
Kawaki la miró sin estar completamente convencido y se refregó el rostro exasperado. Maldita sea, esa mujer era... irritante. Él ni siquiera era amable, entonces ¿por qué le preocupaba tanto una estupidez como esa? La chica no se iba a morir por un poco de sangre de todos modos.
—Ser amable no es lo mío, por eso tampoco espero que las personas lo sean conmigo. —dijo con la esquina de sus labios curvándose— Si te viera en mi situación créeme que pasaría de largo.
Los ojos grises de él brillaron de diversión y ladeó el rostro para mirarla mejor. No había ningún ángulo en el que se viera menos bonita y eso lo aturdía.
—Tampoco soy amable. —deja caer los hombros— Te ofrecí mi ayuda por lástima.
—Oh, qué considerado, suertuda de mí. —sonrió con sinceridad por primera vez desde que se volvieron a ver.
Sus ojos se conectaron por una milésima de segundo que pareció eterna y a Sarada se le atascó la respiración en el pecho cuando él miró sus labios fijamente y se humedeció los suyos.
Joder. Tanta tensión iba a terminar por ahogarlos a ambos.
—Te alcanzo en el vestíbulo más tarde. —habló ella rompiendo el contacto visual— Los chicos se pondrán insufribles si no vamos.
—Los conoces bien.
—Más de lo que me gustaría admitir. —respondió con un resoplido.
Se hizo un silencio en la habitación, no uno incómodo, pero sí lleno de la misma tensión que obligó a la joven a retener la respiración de nueva cuenta.
Kawaki tomó eso como señal para salir por la puerta sin mirar atrás totalmente consternado por su comportamiento. ¿Por qué lo aturdía el estar cerca de esa chica? ¿De verdad la deseaba tanto que le jodió los sesos?
Lo que debería hacer era poner tierra de por medio. ¡Era la chica de su hermano! O por lo menos era la mujer a la que quería.
Durante las siguientes horas intentó pensar en cualquier cosa que no la incluyera. Los negocios eran buena opción, pero entonces pensó... ¿en qué momento el trabajo se convirtió en una distracción? Días atrás se distraía de la faena con un buen polvo y ahora buscaba refugiarse de sus pensamientos indecorosos en sus deberes como jefe del clan.
Era una situación de mierda. Comenzaba a pensar que no se la sacaría de la cabeza hasta follársela.
Cerca de las diez de la noche cuando aguardaba con impaciencia en el vestíbulo la puerta principal se abrió y por ella vio entrar a su hermano con aspecto despreocupado.
—¿Qué haces aquí? —alzó una ceja— Te hacía bebiendo en el pub.
—Vine por Sarada. —se encoge de hombros— Suele echarse atrás de último momento.
Kawaki fingió desinterés y se acomodó en el sofá. Por supuesto que no se esperaba la aparición de su hermano, pero no iba a aceptar que le desagradaba la idea de dejarla irse con él.
Quizás era lo mejor. Tarde o temprano terminarían juntos ¿no? Hasta los hermanos de la chica lo sabían o ya comenzaban a hacerse a la idea de que acabarían emparentando.
—Voy a pedirle que se case conmigo. —confesó el rubio de golpe.
Los ojos grises de Kawaki se clavaron en él de inmediato.
—No hoy, pero sí pronto. —sacude la cabeza— Es ella. Siempre será ella.
—¿No te estás apresurando? —se burla— No tiene material de esposa, es una chiquilla insoportable, eso sí.
Boruto iba a responder, pero entonces escuchó los pasos apresurados de la mascota gigante de la Uchiha por el pasillo y el animal prácticamente se le lanzó encima.
—Hola, Hoshi. —acarició su pelaje grisáceo— ¿Dónde está tu dueña? No me digas que se está escondiendo y te envió en un acto de cobardía.
—El único cobarde aquí eres tú. —dijo la voz femenina al final del pasillo— ¿Debo recordarte hasta cuando fuiste lo suficientemente valiente para no huir de una pelea?
—¿A los catorce?
—Quince. —responde ella atravesando el vestíbulo.
Su cuerpo de figura estilizada estaba envuelto en un vestido corto color negro y ceñido a sus curvas. Unas tiras finas sujetaban el escote recto con transparencias en la parte superior dejando expuesta la piel pálida de sus hombros mientras más partes traslúcidas atravesaban su costado hasta unirse en el centro.
Kawaki maldijo por lo bajo. A pesar de no ser tan voluptuosa, sus tetas se veían fenomenales en ese vestido. Y sus piernas lucían kilométricas aún con esas botas altas que le llegaban sólo un poco debajo de la rodilla.
Pero la mejor parte era su rostro. Apenas tenía una capa ligera de maquillaje y aún así se veía fantástica. Los labios color carmín y las pestañas largas adornando sus ojos oscuros le estaban jugando una mala pasada a su mente al imaginarla mirándole desde una posición pecaminosa.
—Te ves... bien. —balbucea Boruto con incredulidad— Me gusta... tu cabello...
—¿Gracias? —se ríe por lo bajo.
Y sí, su cabellera larga caía como una cascada de seda lisa sobre su espalda desnuda. Pero a Kawaki se le ocurrían un montón de calificativos menos decentes sobre su maldita apariencia de ardiente supermodelo.
—¿Tu pie? —fue lo único que se le ocurrió decirle al verla avanzar hacia ellos colocándose un pequeño bolso sobre su hombro.
—Está bien. —respondió sacudiéndolo frente a él con su bonita bota de tacón alto— Te dije que una bandita lo arregla todo.
Ella no se esperaba que le preguntara al respecto. En realidad, creía que ya se había olvidado o que simplemente no le importaba.
Por su lado, el pelinegro sintió una punzada en la polla cuando sus ojos se encontraron y se dijo que lo único que impedía que la tomase en brazos en ese momento y se la follara a mitad del vestíbulo era su hermano.
—¿Nos vamos? —pregunta Boruto con una sonrisa— Los demás ya deben estar esperándonos.
Sarada suspiró mientras asentía y tomó la mano que el rubio le ofreció con cierta duda. La calidez que su amigo de la infancia le transmitía cada que estaba cerca seguía allí asegurándole que siempre sería su ancla en medio de la tempestad.
Pero aún con todo eso... le seguía atrayendo la tormenta que provocaba en ella la persona que se encontraba a pocos metros de distancia y que se negaba a ver a los ojos nuevamente.
—¿Vas con nosotros? —preguntó el ojiazul al otro hombre que les seguía de cerca.
—Voy en mi auto. —respondió con sequedad— Así puedo regresarme cuando me dé la gana.
No creía poder soportar estar demasiado tiempo en aquel lugar de todos modos. A él le gustaban más las reuniones privadas.
Sarada le vio subirse en su lujoso Jaguar E-Type Roadster color negro y se les adelantó por la carretera hasta perderlo de vista.
El pub al que se dirigían se encontraba a media hora del lugar y veinticinco de esos treinta minutos se mantuvieron en un silencio sepulcral, por lo menos hasta que Boruto la miró de reojo con una ceja alzada.
—¿Sucede algo? —pregunta Boruto al notarla más seria de lo normal.
—¿Además de ser arrastrada a Aspen? —se burla mirando por la ventana del lujoso BMW.
—¿No te alegra estar con tu familia? —alza una ceja— No hay necesidad de fingir que no te gusta estar con ellos, sólo admítelo. Para ustedes los Uchiha no hay nada más importante que eso.
Entraron al aparcamiento lateral del pub y ambos se quedaron en su lugar incluso después de que el rubio aparcara cerca de la entrada.
—Debería estar en casa ensayando. —resopla sin dejar de mirar el coche estacionado frente a ellos— No debo salirme de mi rutina.
—Está bien que te tomes un descanso. —sacude la cabeza— Te exiges demasiado.
—Tú y mi madre deberían ser mejores amigos. —se mofa ella— Ya hablan igual.
—Eso es porque nos preocupamos por ti.
Ella se mordió el labio inferior al escucharlo decir aquello y le sonrió genuinamente. Tal vez... no era una locura que todos pensasen que terminarían juntos.
—¿Qué es lo que te sucede? Estás rara desde que llegaste. —susurra frunciendo un poco el ceño— ¿Es por lo que pasó la última vez que nos vimos?
—No es eso. —sacude la cabeza— Lo que sucedió esa noche...
—Casi tenemos sexo, Sarada. —terminó por ella— No te atrevas a decir que no fue nada.
La pelinegra se mordió el labio inferior negándose a mirarlo a los ojos y sintiendo que las manos comenzaban a sudarle por los nervios.
¿Cómo debía responder a eso?
(...)
Un año y medio atrás.
Era mediados de Julio y eso significaba que tendría que volver para el inicio de su de su primera gira con el Royal Ballet de Londres.
Se había tomado un par de semanas de descanso para viajar a casa, tal como lo hacía cada que tenía su corto periodo de vacaciones desde que se mudó a Inglaterra de manera permanente luego de regresar de Moscú.
—Anímate, será una gran noche. —dijo Kaede a sus espaldas mirándola a través del espejo— Además, te ves guapísima.
Ella no estaba muy convencida, pero se puso de pie con un suspiro y se acomodó la parte inferior del vestido azul celeste de tela delgada y ceñido al cuerpo que la pelimorada la había obligado a ponerse para salir. No tenía mangas y el escote era recto. Era fácil de sacarse, eso sí.
Esa sería la primera vez que entraría legalmente a un club nocturno, recién había cumplidos los dieciocho años y ya tenía su carnet. Normalmente entraba usando su apellido, pero jamás lo hacía para salir a divertirse con amigos.
—Shikadai, Mitsuki y Boruto ya están ahí. —le hizo saber mientras se escabullían por la puerta trasera hacia el auto de Kaede.
Si su padre la viera con ese vestido puesto se moría de un infarto y revivía sólo para quemar el trozo de tela.
—No tengo muchas ganas de salir. —replica Sarada metiéndose en el asiento de copiloto— ¿No pudieron organizar algo menos... ajetreado?
—Te vas mañana a Londres, tenemos que aprovechar la última noche. —sonríe la pelimorada encendiendo el motor del auto— Por eso iremos a un club clandestino.
—Sabes que mis hermanos tienen ojos en todas partes, ¿no? Lo sabrán antes de la media noche.
—Y por eso no nos quedaremos en un sólo lugar. —exclama orgullosa de su brillante idea— La pasaremos bomba.
Pero la Uchiha no estaba tan segura de eso. Tal vez estaba muy amargada para su edad, o era la idea de perder el control lo que la aterraba un poco.
Por eso cuando hicieron la primera parada y se encontraron con los chicos en la barra de un bar de mala muerte pensó que esa noche podía permitirse ceder un poco y comportarse como una chica común y corriente.
Embriagarse, flirtear con chicos guapos y bailar hasta que sus pies no le respondieran.
Se tomó tres chupitos de golpe bajo la mirada entusiasmada de Kaede que no dudó en seguirle el juego y veinte minutos después terminaron bailando juntas en medio de la pista.
La siguiente parada fue en un lugar abarrotado de gente, era un club nocturno muy popular en Palermo, uno que no pertenecía a su familia. Tal vez eso la animó a desinhibirse un poco más y pasada la media noche creyó que no había sido tan mala idea porque sorprendentemente la estaba pasando bien.
—¿Estás borrachita? —pregunta Boruto tocando la punta de su nariz con su dedo.
—Nop. —sacude la cabeza— Tal vez un poco achispada.
Él le mostró esa sonrisa radiante que tanto le gustaba y cuando una persona la empujó al pasar por su lado no le quedó de otra que sostenerse de sus hombros para evitar caer de bruces.
—Creo que somos dos. —admitió él sin dejar de mirarla a los ojos. Se veía más bonita que de costumbre.
Y no sabía si era el alcohol en sus sistemas, pero ambos sentían que la tensión entre ellos cambió de pronto.
—¿Deberíamos irnos? —pregunta ella mirando sobre su hombro a una Kaede extasiada en medio de la pista.
Shikadai parecía entretenido con una chica a un par de metros y Mitsuki desapareció en algún punto de la velada. Sólo quedaban ellos dos.
—Vamos a casa. —asiente él sujetándola por la cintura para conducirla a la salida.
El camino a la villa fue en silencio, los hombres que vigilaban la entrada reconocieron de inmediato el auto de Boruto y abrieron el portón sin tanta arandela.
La Uchiha casi suspiró de alivio al ver que no estaba el coche de su hermano mayor, probablemente aún seguía fuera a pesar de que ya pasaban las dos de la madrugada. Y seguramente sus padres ya estaban dormidos para entonces.
—No hagas ruido. —susurra la chica, sacándose las sandalias altas— Nos matan si nos descubren.
—A ti no, a mí seguro me castra tu padre. —se ríe por lo bajo.
Sus habitaciones estaban en el mismo pasillo en la segunda planta, así que ambos subieron las escaleras con un sigilo que seguro la avergonzaría si sólo estuviera sobria porque se les estaba dando fatal. Estaban siendo demasiado torpes y faltaba poco para que despertaran a toda la casa.
Sarada abrió la puerta de su habitación justo en el momento en el que se escucharon pasos en las escaleras y no le quedó de otra que jalar a Boruto consigo antes de que los vieran a ambos a mitad del pasillo.
El rubio recostó la espalda en la pared más cercana y se quedó en silencio con el semblante casi lívido del susto. Las pisadas se oían cada vez más próximas y tras varios segundos el pasillo quedó en silencio de nuevo.
—¿Se fueron?
Hasta entonces se dio cuenta de que la tenía pegada a su cuerpo. En algún momento la pescó en sus brazos y la mantuvo contra su pecho hasta que la persona detrás de las puertas desapareció.
—Creo que sí. —susurra, sintiéndose nervioso por su cercanía.
Ella levantó el rostro ligeramente ruborizado y le permitió ver sus maravillosos ojos oscuros brillando para él.
—Entonces... debería... —balbuceó concentrándose de pronto en sus labios— ...debería ir a mi habitación.
—Sí... deberías... —asiente ella intentando calmar su respiración.
Sin embargo, ninguno de los dos se movió, al contrario. La distancia entre sus rostros comenzó a reducirse poco a poco hasta que sus labios finalmente se encontraron.
Comenzó siendo un beso lento, uno al que a ambos les recordó a los primeros besos que se dieron y que pronto terminó provocando que sus corazones aletearan con rapidez.
Boruto tomó su rostro con delicadeza y profundizó en su boca, intentando obtener más de ella, porque un pequeño beso ya no le era suficiente.
Por su parte, ella se dejó llevar, confiaba en él. Tal vez era el hombre fuera de su familia en el que más confiaba. ¿Qué más daba dejarse guiar por él en un tema en el que era inexperta?
Permitió que la levantara en voladas y rodeó su cintura con sus largas piernas sin separar sus bocas en ningún momento. Él la dejó sobre la cama con cuidado de no ser demasiado brusco y la miró un poco indeciso.
—Está bien. Quiero hacerlo. —dijo ella en un hilo de voz.
Tiró de su camisa para acercarlo de nuevo a su rostro y fundió sus labios en otro beso, esta vez tomando la iniciativa. Quizás era el alcohol, ninguno de los dos lo sabía a ciencia cierta, pero se mostraban más ansiosos por sacarse la ropa y juntar sus cuerpos.
Las manos masculinas recorrieron la suave piel de sus piernas desnudas y ella desabotonó la camisa con torpeza hasta lograr sacársela de un tirón. No estaban siendo tímidos, algo se encendió en su interior, tanto que él no dudó en tomar el borde de su vestido azul y quitárselo por la cabeza.
Sus ojos color zafiro recorrieron cada curva de su cuerpo, la cintura estrecha, el vientre plano... y los senos redondos de tamaño medio.
—Eres preciosa. —murmura con la voz enronquecida por el deseo.
No podía creer que la tuviera debajo suyo casi desnuda, la única prenda que aún llevaba puesta era una pequeña braga que cubría su sexo.
Tragó saliva, completamente pasmado por la imagen que tenía frente suyo y se repitió que era real, que sus dedos de verdad estaban recorriendo la piel de su torso y no era un espejismo.
Las mejillas de Sarada se sonrojaron bajo la ardiente mirada de él y arqueó la espalda ante su toque. Uno de sus pechos fue aprisionado por la grande mano masculina y lo estrujó arrancándole un pequeño suspiro que acalló con su boca.
Estaban tan cerca que un sólo movimiento de sus caderas le hizo notar la evidente erección dentro de sus pantalones. Era... la primera vez que experimentaba la sensación de acaloramiento en su vientre bajo y decidida a conseguir más no se contuvo al restregar su entrepierna contra él. Como resultado ambos gimieron.
Lo repitió una, tres, seis veces hasta que le parecía insoportable la sensación. Necesitaba tenerlo más cerca.
Boruto comprendió lo que quería y se alejó un poco para desabrochar sus pantalones y quitárselos de una vez por todas. Ahora ambos estaban en la misma circunstancia, lo único que los separaba era la delgada tela de sus prendas íntimas.
Sarada volvió a restregarse de la misma manera que antes, pero esta ocasión se sintió más... caliente. Mejor. Reinició el vaivén de sus caderas, desesperada por conseguir más de aquello.
—Joder, Sarada. —siseó el rubio apretando los dientes— Si sigues haciendo eso...
Él la estaba dejando tomar las riendas. No la presionaba, no le daba órdenes, simplemente le daba libertad de seguir explorando. Y eso era más de lo que ella podría esperar para su primera vez. Entonces tomó una decisión de la que no sabía si se arrepentiría después.
—Termina lo que empezaste, Boruto. —dijo en un susurro.
Ambos se miraron a los ojos por unos breves segundos y él asintió tímidamente descansando su frente contra la suya.
Iban a hacerlo. De verdad tendrían sexo.
Pero justo en ese momento alguien tocó la puerta de la habitación estallando la burbuja que se había creado a su alrededor.
—¿Sarada? —era Itsuki— ¿Ya estás en casa? Vi el auto de Boruto en la entrada y mis hombres me dijeron que venías con él.
La sangre abandonó el rostro de la joven y se apartó de golpe del chico frente a ella. El rubio se levantó a toda prisa buscando su ropa en el suelo y medio se colocó los pantalones con torpeza.
—Sí, estoy aquí. —se aclaró la voz, cubriéndose la desnudes de sus pechos con los brazos.
—¿Dónde está él? —pregunta tocando el picaporte de la puerta y ambos entraron en pánico— La puerta de su habitación está abierta y no hay nadie dentro.
Sabía que su hermano sospechaba, no era estúpido, y tenía toda la maldita razón al hacerlo porque de haber abierto la puerta los habría encontrado a punto de follar.
—Tal vez está en el jardín, yo que sé.
—¿Por qué no abres? —le oyó gruñir— ¿Qué me estás ocultando?
La chica señaló la puerta abierta de su balcón y lo empujó hacia allí. Boruto abrió los ojos asustado al entender lo que quería que hiciera y tragó en seco antes de mirar hacia abajo. No estaba tan alto, pero si no caía bien podría romperse una pierna.
—Vete ahora. —chistó la chica con desesperación— Si te encuentra aquí te va a matar.
El rubio tomó el resto de su ropa sin siquiera ponérsela y antes de siquiera detenerse a pensarlo bien saltó por la baranda. Sarada suspiró al no escuchar ningún grito de dolor y arrastró los pies hacia la puerta para abrirla de golpe y chilló indignada al ser empujada por su hermano para adentrarse en la habitación.
Itsuki revisó el armario, el cuarto de baño, la pequeña terraza y hasta que se sintió tranquilo por no encontrar nadie dentro se dignó a mirarla y su boca se abrió y cerró como pez fuera del agua al verla cubriéndose los pechos con los brazos.
—Me estaba cambiando, ¿no lo ves? —frunció el ceño— Sal de aquí, maldito celópata de mierda.
Él giró su rostro para evitar ver a su hermana en paños menores y se apresuró a salir de la habitación como un bólido.
—Mañana te llevaré a Londres. —dijo antes de irse— Tengo una reunión con Ryōgi.
—Vete antes de que te rompa la cabeza. —le grita lanzándole una de sus sandalias— Le diré a papá que casi me ves las tetas.
—¡No vi nada! —gruñó el mayor lanzándole de vuelta la sandalia— Y en todo caso me dará la razón si le digo que creí que un imbécil se coló en tu habitación.
—¿Y mamá te dará la razón si le digo que tienes un departamento de soltero donde llevas a tus conquistas?
—No lo harías. —achicó los ojos.
—Pruébame. —desafió la pelinegra y le azotó la puerta en las narices.
Así era su vida. Ya se había acostumbrado a esa dinámica.
Se dejó caer en su cama mirando al techo y tocó sus labios con la punta de sus dedos. Ella y Boruto casi... ni siquiera podía decirlo en voz alta. ¿Cómo iba a mirarlo a los ojos después de esto?
Fue una suerte que para la hora del desayuno ya no estaba en casa. Se había ido a Londres sin despedirse, y con ella se había llevado ese pequeño secreto entre ambos.
(...)
Al tenerlo de nuevo cerca suyo pudo reconocer la sensación cálida extendiéndose por su pecho y un cosquilleo en la piel que la hizo darse cuenta finalmente de algo: realmente le gustaba Boruto, pero no estaba segura de cuánto.
Y eso le abrumó por completo. La asustó a niveles insospechados hasta el punto de querer alejarse para acomodar sus ideas.
—¿Qué pasa? —preguntó el rubio confundido por su repentina reacción.
—Nada. —respondió al instante— Creo que ya los hicimos esperar demasiado.
Abrió la puerta del auto con movimientos torpes y se bajó del vehículo esperando no tropezar por la rapidez con la que lo hizo.
—Espera, Sarada... —la alcanzó tomándole por el brazo.
De reojo vio que había alguien que los observaba recargado en su propio auto y esperó que no fuera la persona que estaba pensando, pero de nuevo la suerte no jugaba de su lado porque al ladear el rostro se encontró con el acero en los ojos de Kawaki.
—¿Qué fue eso? —insistió el rubio con el ceño fruncido— ¿De nuevo huyes?
—Sólo... —tragó saliva— No creo que sea el momento de...
—¿De qué? —buscó sus ojos— ¿De decirte que me gustas?
El hermano de Boruto no podría escucharlos desde esa distancia, pero el saber que tenía la mirada puesta en ellos le puso los pelos de punta y no terminaba de entender la razón.
—Boruto...
—Te amo, Sarada, desde que éramos niños. —confesó tomando su rostro— No me digas que no te has dado cuenta, porque mi corazón ha latido por ti desde siempre.
Sus palabras la dejaron sin respiración y su ansiedad aumentó todavía más si era posible.
—Yo... —no podía hablar siquiera.
Y por eso agradeció la oportuna aparición de Himawari y Shikadai en la entrada del pub.
—¡Sarada, sí viniste! —chilló la ojiazul entusiasmada colgándose de su brazo— ¡Y estás para comerte entera! Te ves estupenda.
La Uzumaki la llevó al interior del pub y tan pronto como estuvieron lejos de los hombres la arrastró a una esquina del lugar.
—¿Estoy loca o acabo de verte con mi hermano teniendo un momento híper-romántico?
—Estás loca. —deja caer los hombros.
—¡Oh, por Dios! —da pequeños saltitos— ¡Vas a ser mi cuñada!
—No lo sé, Hima... —suspira consternada— Ni siquiera sé lo que siento.
La más joven la tomó de los hombros y la miró con seriedad. Su amiga podía ser muy madura y buena para muchas cosas, de verdad era una de las personas más inteligentes que conocía, pero los temas románticos no eran lo suyo.
—Eres una veinteañera sexy, no pienses mucho en nada. —se ríe— Si tú y Boruto están destinados a estar juntos pasará al final, pero no te amargues la existencia por ahora.
—¿Desde cuándo eres experta en el amor?
—Lo único que sé es que mereces divertirte como cualquier chica de nuestra edad. —dice como si fuera obvio— Baila con desconocidos, embriágate hasta desmayarte o fóllate al sujeto más guapo del lugar, ¿a quién diablos le importa?
Himawari pidió dos chupitos en la barra y la animó a beberse uno de golpe igual que ella.
—Te saltaste la etapa de la diversión. —le pasa otro chupito— No tienes que alejar a todo el mundo siempre, cariño.
—No hago eso.
—Oh, vamos. —pone los ojos en blanco— Te mudaste a otro país sin mirar atrás y el único que te hace compañía es Hoshi.
—No soy la única que prefiere la compañía de su mascota a la de un humano. —responde haciendo una mueca— De hecho, Hoshi es más inteligente que muchos que conozco.
—Quizás tener un lío de una noche te abra la mente. —propone la Uzumaki— O las piernas, cualquiera de las dos opciones es buena.
La ojiazul se ríe, ofreciéndole otro chupito de tequila y ambas se lo tomaron al mismo tiempo.
—A menos que... —achica los ojos— ¿Aún eres virgen?
—¿Tú no?
Himawari reprimió una sonrisita y sacudió la cabeza con las mejillas sonrosadas. Eso sí que era una sorpresa para Sarada.
—¿Y se puede saber quién fue? —alza una ceja— Supongo que tus hermanos no lo saben o el que te desfloró ya estaría treinta metros bajo tierra.
—No lo matarían de cualquier manera. —agita la mano— No cuando lo conocen de toda la vida.
Los ojos oscuros de la Uchiha se abrieron por la sorpresa y su curiosidad creció todavía más si era posible, pero la mirada de su amiga le dio a entender que se lo contaría en otra ocasión.
Kaede y Namida aparecieron en ese preciso momento y la pelimorada las abrazó a ambas por los hombros con una enorme sonrisa.
—¿Listas para una fiesta salvaje? —exclamó con emoción.
Pero Sarada jamás iba a estar preparada para lo que sucedería esa noche.
