—¿Eres una cría o qué? —se queja enjuagándose el jabón que le salpicó en el rostro al sacudir la cabeza.
Ella se ríe echándose hacia atrás para mirarlo con humor.
—Y tú un amargado.
Vertió un poco de shampoo en la palma de su mano y se puso de puntas para lavarle la cabellera oscura.
—¿Qué haces?
—Sólo cállate. —ordenó con el ceño fruncido— Mi mamá hacía esto cuando era niña.
—La mía no. —contestó él en voz baja.
—Entonces déjame hacerlo. —dice continuando con su labor— Así verás cómo se siente.
Él guardó silencio, observando con atención la manera en la que sus labios se fruncían por la concentración. Sus dedos acariciaban el cuero cabelludo con suavidad, como una especie de masaje que comenzaba a relajarlo poco a poco. Sus ojos se cerraron y los músculos se sintieron menos tensos que antes.
—Mi papá dejaba que mamá le cortara el cabello. —dice en un tono divertido— Pero lo que él de verdad quería era que le hiciera esto.
Había perdido la cuenta de las veces que ella se sentaba en el borde del lavamanos mientras observaba a su madre cortar el cabello de su padre entre risas y quejas de parte de él, aunque muy en el fondo sabían que disfrutaba de ello.
Por su lado, Kawaki se quedó quieto en su lugar permitiéndole que hiciera lo que le diera la gana mientras no dejaba de pensar que lo que estaban haciendo era un error. Se supone que nunca se involucraba demasiado con las chicas a las que se follaba. Y ahí estaba ahora, dejando que le diera mimos después de tirársela en la regadera.
Él no cocinaba para nadie.
Él no se corría dentro de nadie a menos que usara protección y aún así no confiaba del todo para hacerlo.
Él nunca se había duchado con nadie, creía que era algo demasiado privado e íntimo.
Y mucho menos dejaba que alguien le lavara el cabello, eso era impensable.
Dejó que Sarada enjuagara la espuma de su cabello y al final se puso de puntillas para darle un pico en los labios.
—Buen chico. —sonrió— Te mereces una taza de chocolate caliente.
—No soy un perro.
—Lo sé, eso sería un insulto para los perritos. —se ríe mientras cierra el grifo del agua.
Le lanzó una toalla en la cabeza y se cubrió a ella misma con una antes de salir en busca de ropa calentita. No esperó a que Kawaki la alcanzara, en cuanto estuvo vestida se dirigió directo a la cocina y se dispuso a preparar chocolate caliente.
Cuando él finalmente la alcanzó en el vestíbulo la encontró acurrucada en el sofá con una manta y su saco de pulgas recostado a sus pies.
—¿Es que nunca se separa de ti?
—Creo que le agradas. —dice ella frunciendo el ceño— Normalmente se le lanza encima a los desconocidos.
Hoshi se mantuvo quieto en su lugar, incluso cuando él se acercó para dejarse caer a su lado en el sofá.
—¿Vemos una película? —sonríe ella alzando ambas cejas.
—No.
—Pues entonces lárgate y muérete de aburrimiento. —deja caer los hombros y enciende el televisor mientras él la mira contrariado— ¿Qué pensabas? ¿Que te iba a rogar?
Casi nunca tenía tiempo libre para hacer nada, así que no iba a dejar que un amargado antipático le arruinara sus ganas de ver una maldita película. Kawaki no se movió de su sitio, en su lugar tomó la taza de chocolate humeante de la mesita de centro sabiendo que era para él y se acomodó mejor en el mueble.
—Eres... ni siquiera voy a perder mi tiempo discutiendo contigo. —contesta el pelinegro de mala gana.
—¿Bonita? ¿Inteligente? ¿Sexy? —responde ella con una sonrisa de medio lado— Dime algo que no sepa.
—Irritante.
—Eso ya lo sabía. —acomoda su cabeza sobre su hombro y busca algo en el catálogo de películas para ver.
—No me gustan éstas cursilerías. —frunce el ceño— No van conmigo. Y tampoco con lo que sea que estamos haciendo.
—También lo sé.
Le dio el botón de iniciar en cuanto apareció esa película que les gustaba ver a ella y a sus hermanos cuando eran niños. Su tío Itachi la colocó por primera vez hace casi quince años mientras esperaban el regreso de sus padres en aquella casa en Alaska.
—¿E.T? ¿De verdad?
—¿Qué? —infla sus mejillas— Es mi película favorita.
Él puso los ojos en blanco, pero supo que no mentía porque la siguiente hora y media vio diferentes emociones cruzando su rostro, sus ojos brillaban y sus labios se curvaban de vez en cuando en una sonrisa.
Y cuando la pantalla se volvió oscura y aparecieron los créditos cayó en cuenta de que no le puso gran atención a la película, su mirada estaba en ella cada dos minutos. En su risa suave, su respiración tranquila y la manera en la que su nariz se fruncía cuando estaba más que concentrada.
La tranquilidad del ambiente fue interrumpido por el móvil de la chica que comenzó a sonar en la mesita de centro y el nombre que apareció en la pantalla le hizo erguir la espalda de golpe.
—Boruto. —contestó removiéndose ligeramente incómoda— Es tarde, no creí que llamarías.
—Dije que lo haría. —escucha su animosidad en la otra línea— ¿Cómo lo llevan? No le has arrancado los ojos a mi hermano, ¿verdad?
—He estado a punto. —se ríe ella— ¿Cómo están los chicos?
—Himawari tiene a todos irritados con sus quejas constantes. —comenta en tono burlón— Pero ha salido algo bueno de esto, he comprado algo para ti.
—¿Algo así como un regalo de navidad? —se muerde el labio inferior— Por favor, no pongas la vara tan alta, sabes que soy pésima para los obsequios.
Kawaki se levantó del sofá con el ceño fruncido. De un momento para otro se le agrió el humor. Sarada lo vio salir por la terraza y ponerse a fumar con la mitad del cuerpo apoyado contra la baranda.
—Están terminando de despejar los caminos. —escucha que dice su mejor amigo en la otra línea— Tal vez pasado mañana estemos de regreso.
—Eso es... genial.
—Nuestras madres están ocupadas comprando las cosas para la cena de navidad. —sigue diciendo— Y bueno... el tío Sasuke no quiere involucrarse en lo absoluto.
—No me sorprende. —se ríe ella— Si está aquí sólo es por mi mamá.
—Todos lo saben. —suelta una ronca carcajada— La tía Sakura siempre ha sido su talón de Aquiles.
Sarada sonrió con los labios apretados. Sí, esa no era más que la verdad, si las festividades dependieran de su padre ahora mismo estarían teniendo una cena normal en casa sin ningún tipo de exageraciones.
Casi olvidaba que el resto sí que podían salir debido a que se encontraban en el centro de la ciudad y podían movilizarse por las calles que ya estaban habilitadas, pero no era el caso de las carreteras.
Hablaron un poco más de lo que los demás hicieron la mayor parte del día, lo que incluyó pasear por el centro comercial o alcanzar a sus padres en el club.
—Te dejo para que puedas dormir, ¿vale? —se despide el Uzumaki— Saluda a Kawaki de mi parte.
—Descansa, Boruto. —susurra ella— Nos vemos pronto.
Colgó la llamada y enseguida escuchó el resoplido del pelinegro a pocos metros. Ella alzó una ceja consternada y se acercó a la terraza con los brazos cruzados. Ahí le vio llevándose un cigarrillo a los labios.
—¿Ya terminaste de hablar con mi hermano? —dice con ironía.
—Te manda saludos. —responde escuetamente, apoyándose sobre el marco de la puerta.
—Ya. —corta de lleno— ¿Y ahora vienes a buscar que te folle? Porque no tengo problema en hacerlo.
Sarada chasqueó la lengua, pero no contestó. Ya comenzaba a acostumbrarse a su actitud mezquina.
—¿Por qué te quedas allí? —se burla— ¿De nuevo estás con la mierda de mantener las distancias? Mi hermano te llama y de nuevo aparece tu moralidad.
Ella pone los ojos en blanco.
—Me quedo aquí hasta que termines de fumar. —señala su mano.
—Oh, ¿Eso sigue? ¿Vas a pedirme que deje de fumar por ti? —se da la vuelta para encararla— No eres la primera y no serás la última.
—No voy a pedirte nada. —responde ella dejando caer los hombros— Detesto el olor, es todo.
—Si no te agrada puedes irte. —dice de mala gana— Nadie te obliga a estar aquí.
—Como digas.
Ella se dio la vuelta restándole importancia. Si quería ahogarse en su mierda podía hacerlo. ¿Qué le sucedía de todos modos? De un momento para otro se puso más irascible y ella no estaba acostumbrada a lidiar con alguien igual de cretino que ella misma.
Buscó el juego de cartas que su madre guardaba en una caja de madera escondida en uno de los estantes de la biblioteca y regresó al vestíbulo para tomar asiento en el suelo alfombrado con Hoshi acomodándose contra sus piernas y la mesita de centro frente a ella.
Pensaba jugar solitario, pero antes de que siquiera pudiera acomodar los naipes en la mesa su móvil volvió a sonar. Esta vez contestó sin mirar la pantalla.
—¿Diga?
—¿Me echaste de menos, guapa? —escuchó canturrear en la otra línea— ¿Cómo van tus excéntricas vacaciones de ricachona?
—Chōchō. —sonríe. Escuchar su voz era un agradable recordatorio de que su realidad no era esta.
—¿Ya encontraste un americano sexy para follar? —dice con picardía— Quiero los detalles jugosos.
—No es americano. —se le escapó por error y casi al instante se arrepintió.
—¡Oh, Dios mío! —chilló haciéndola quitar el móvil de su oído con una mueca— Creí que contestarías lo mismo de siempre sobre estar enfocada en el ballet, pero esto es mucho mejor. ¡Cuéntamelo todo!
Sarada se mordió el labio inferior sin saber qué decir. Todo el tiempo era ella la que simplemente escuchaba a sus dos amigas hablar de esos temas, nunca participaba en la conversación porque no tenía nada para decir al respecto, pero ahora...
Kawaki no pensó que ella se marcharía así sin más, esperaba un berrinche o algo por el estilo, el resto de chicas no perdió la oportunidad de hacerlo en un intento de velar por su salud. Ya le había pasado varias veces, pero en su lugar ella se fue como si nada y eso le molestó todavía más.
¿Quién se creía que era?
Y para colmo, al entrar se encontró con que la fastidiosa mujer que estaba a punto de sacarlo de sus casillas se hallaba hablando por teléfono una vez más. Al estar de espaldas ella no era consciente de que estaba allí observándola. ¿De nuevo hablaba con su hermano? No podía escucharle.
—¡Soy tu mejor amiga! —se queja la otra joven— ¡Exijo los detalles de la primera vez que te la meten!
—¡Cierra la boca! —dice avergonzada— No es algo que quiera hablar por teléfono.
—Ay, vamos, dime al menos si fue bueno. —masculla enfurruñada— No me dejes con la intriga.
—Te lo diré cuando te vea. —resopla— Lo prometo.
—Vale, esto amerita una noche de chicas. —se ríe la morena— Que será en tu casa, por cierto.
—Sólo si no te molesta que Hoshi duerma junto a la cama. —deja caer los hombros— Mis padres lo han traído a Aspen y no pienso dejarlo de nuevo.
—¡Tu perro me da un miedo que te cagas! Definitivamente no.
—Es eso o duermes en el sofá, pero Hoshi no se va.
—¡Ugh! ¡De acuerdo! —acepta con indignación— Le diré a Yodo. ¿Cuándo regresas?
—Necesito empacar algo más de ropa para pasar una temporada en Italia. —contesta haciendo una mueca— ¿Qué te ha dicho tu padre? No es el mayor fan del mío por decir lo menos.
—Creo que le pedirá al tío Shikamaru que me deje quedar en su casa para mantenerme vigilada. —gimotea— Al parecer tendremos que dormir separadas, te aviso de una vez para que no me eches de menos, guapa.
—Mi cama no será la misma sin ti. —dice la pelinegra con sarcasmo— Se sentirá vacía y solitaria.
Ambas soltaron una carcajada fresca y juvenil. Sarada no lo admitiría nunca, pero siempre que no estaba en casa la echaba de menos un montón. Chōchō era de las pocas personas que consideraba importantes en su vida que no formaran parte de su familia consanguínea.
—Te veo pronto, no llores por mí. —dice la Akimichi— Ah, y te enviaré por texto algunas posiciones sexuales que deberías probar con tu chico caliente.
—¡Basta! —se ríe con las mejillas ruborizadas— Te veo después.
—Te quiero, guapa. —se despide alegremente— Un beso a tu mamá y dos a tu papá.
—Qué desagradable eres.
—Lo sé, pero así me quieres. —se mofa— No voy a colgar hasta que me digas que también me quieres.
—Lo hago.
—Con todas las palabras. —insiste— Te. Quiero. Ahora tú.
—Yo también. —sonríe de medio lado— Ah, la señal se corta. Adiós.
Y colgó.
Sin embargo, su sonrisa desapareció al sentir la presencia de alguien más dentro de la habitación. ¿Cómo era posible que no se diera cuenta antes? Estaba tan sumida en la bochornosa conversación con Chōchō que no había notado que Kawaki le observaba desde el umbral de la entrada al vestíbulo.
—¿Ahora espías conversaciones privadas? —arquea ambas cejas— No te creí un entrometido.
—No es tan privada si hablas a mitad del vestíbulo.
Ella se puso de pie para retirarse a su habitación antes de que su paciencia se agotase y lo terminara estrangulando con sus propias manos.
—¿Quién era? —pregunta tomándola del brazo al pasar por su lado.
—Qué te importa. —gruñe la pelinegra.
—¿Boruto sabe que alguien te espera en tu cama en Londres?
—¿De qué hablas? —parpadea consternada— Era virgen hace como cinco minutos, ¿me estás jodiendo?
—Y sin embargo ya planeas meter en tus bragas a alguien más tan pronto regreses.
Una suave carcajada femenina se le escapa sin previo aviso.
—Veamos si entendí... —se lleva la mano al mentón— Que me acueste contigo está bien, pero si se trata de alguien más es una ofensa para tu hermano. ¿Sabes lo ridículo que suena?
—En mi mente está muy claro. —dice Kawaki con el ceño fruncido— Yo no te busco para nada más que follar. No confundas las cosas, Boruto es el que te quiere, no yo.
—Vale. —dice como si nada— Lo que tú digas.
No tenía cabeza para discutir estupideces. No cuando en lo único que había podía pensar durante las últimas horas era en estar entre los brazos de ese imbécil que ahora la tildaba de zorra.
Qué jodido karma. Eso le pasaba por idiota.
¿Cuándo había pasado de sentir atracción sexual por él a realmente sentirse atraída por su masculinidad oscura y retorcida? Estaba gustándole más de lo que debería, y debía ponerle un alto pronto.
Se zafó del agarre que él mantenía aún sobre su brazo y se dispuso a refugiarse en su habitación con la intención de no volver a salir de allí hasta la mañana, pero entonces Kawaki dijo algo que la hizo detenerse de golpe.
—Boruto piensa proponerte matrimonio.
Ella tragó saliva. ¿El regalo que compró para ella podría tratarse de un anillo de compromiso? El aire se le escapó de golpe y el corazón casi se le sale por la boca. No podía ser, ¿verdad?
—Todavía no, pero sí en un futuro cercano. —dice viéndola girar sobre sus talones para encararlo y en lugar de encontrarse con un semblante desfigurado se encontró con una expresión más tranquila de lo que esperaba ver.
—Bueno... —se coloca un mechón de cabello oscuro detrás de su oreja— Y tal vez yo acepte.
—¿Qué?
Eso no lo veía venir en absoluto. Sarada se cruzó de brazos y soltó un suspiro.
—Boruto es el único hombre en el que verdaderamente confío para eso del matrimonio. —deja caer los hombros— No sería raro. Todos esperan que estemos juntos, ¿no?
Él la mira como si le hubiesen salido dos cabezas.
—Tendríamos hijos bonitos, supongo. —continúa diciendo— Mi mamá quiere muchos nietos.
Ella bromeaba, realmente no se veía casándose pronto y menos con hijos. Ese era un deseo lejano, uno en el que la única persona con la que se lo habría imaginado hasta hace varios días era con su mejor amigo de la infancia, pero ahora... todo estaba borroso.
—¿Y eso cuándo sucederá? —se burla Kawaki— ¿Primero o después de saber que te follaste a su hermano?
—Oh, pero creí que esto terminaría cuando él regresara y después haríamos como que nunca existió. —se cruza de brazos— Incluso te ofreciste para ser el padrino, algo que espero que cumplas ahora que está cerca de hacerse realidad lo de la boda.
Kawaki se acercó a ella buscando acorralarla contra la pared del pasillo que conducía a las habitaciones y ella se mantuvo quieta sin dar indicios del cosquilleo que sentía cada que él estaba cerca.
—¿Eres capaz de casarte con él sabiendo que al que deseas es a mí?
Ella sonrió de medio lado, alzando el mentón en son de reto.
—¿Y tú eres capaz de permitir que lo haga sabiendo que no desearás a otra como a mí?
—No te creas tan especial. —se jacta él— Eres una buena follada, pero conmigo no conseguirás más que eso.
Sarada sabía bien que la que puede salir perdiendo si continuaban con su jueguito era ella porque jamás se había involucrado en algo parecido y no tenía nada para compararlo. ¿Y si estaba cayendo muy profundo y no se daba cuenta? Debía detenerse, pero no podía.
—Puedo ser sólo una buena follada. —se acerca hasta que sus torsos se rozaron— Pero las que siguen después de mí tendrán que esforzarse por superarme.
Lo que a él le fastidiaba en exceso era su actitud arrogante y el que su autoestima estuviera por los cielos. No acostumbraba tratar con mujeres así, usualmente eran dóciles y complacientes.
—He estado con mujeres con mucha más experiencia que tú.
—Eso lo sé. —sonríe de medio lado y su mano se deslizó entre ellos hasta que alcanzó la poderosa erección en sus pantalones— Pero... ¿Pueden ellas excitarte en medio de una discusión?
Joder, ni por asomo. Ni siquiera hablaba con ellas lo suficiente para establecer una conversación. A algunas incluso les costaba mantener el contacto visual.
Pero a Sarada no. Ella lo veía todo el tiempo a los ojos, sin miedo o vacilación. Lo retaba con palabras o acciones, le daba igual si era el jefe de la Yakuza o un mentecato cualquiera, pero jamás bajaba la mirada.
—No tientes al diablo si no piensas bailar con él. —susurró contra su boca.
—Soy bailarina, ¿lo olvidas? —se humedeció el labio inferior— Y soy la mejor en ello.
Kawaki aplastó sus labios contra los suyos y la levantó en brazos llevándola en voladas hasta su habitación. Mierda, la deseaba tanto que su polla explotaría si no la follaba ahora.
Se desnudaron en cuestión de segundos y la pelinegra dejó que girara su cuerpo hasta que su espalda finalmente terminó pegada a su torso y pudo sentir su miembro en la curva de su trasero.
—A veces quisiera estrangularte. —gruñe con molestia en su oído, llevando una de sus manos a su cuello y la otra bajando a su entrepierna— Nadie me había sacado tanto de quicio...
Su olor lo embriagaba. Aturdía sus sentidos y alteraba su juicio.
—Es un don con el que nací. —sonríe a mitad de un suspiro.
Se removió contra su pecho cuando dos de sus largos dedos entraron de golpe en su interior mientras el pulgar frotó su clítoris arrancándole un gemido.
—En cuatro, nena. —mordió el lóbulo de su oreja— No habrá nada suave esta vez.
Sarada inclinó su cuerpo sobre la cama levantando sus caderas y maldita sea, tenía un trasero precioso. ¿Cómo iba a cansarse de esto si cada vez era más adicto a su cuerpo?
De manera inesperada la pelinegra recostó completamente la parte superior de su cuerpo en el colchón y ladeó su rostro para poder mirar su reacción cuando le ofreció las manos cruzadas en su espalda. Él las tomó con una sola de las suyas y con la otra sujetó sus caderas mientras iba introduciéndose en su interior sintiendo que todo su mundo daba vueltas por lo placentero que era sentirse rodeado por su calidez.
Esa mujer siempre encontraba la manera de sorprenderlo. Para bien o para mal, pero siempre hacía que su atención recayera en ella.
(...)
—Cuéntame algo. —susurra ella recostada en su pecho— Lo que sea.
Su mente le pasaba malas jugadas recordándole cosas que quería dejar bien enterradas en el pasado. Era de madrugada y la luz de la luna bañaba sus cuerpos desnudos en la oscuridad.
—¿Algo como qué? —alzó una ceja.
—Yo que sé. —suspira— ¿Cómo va todo en los negocios?
—¿De verdad quieres hablar de eso después de follar por horas?
—Me da igual. —se ríe apoyando su mentón en su pecho para mirarle.
Él acarició la espalda desnuda, intentando no distraerse con sus pechos presionando su torso o perderse en la oscuridad de sus ojos, así que simplemente decidió mirar el techo para evitar cualquiera de las dos.
—Hay varios sujetos que le están dando problemas a tus hermanos. —comienza él— Y a todos, para variar.
—Daiki me comentó algo. —menciona— Los búlgaros y polacos están creciendo, ¿verdad?
—Y hay rumores de que los turcos comienzan a rondar entre las sombras. —asiente con una mueca— No hay mucha información sobre su líder tampoco.
—No he hablado con Itsuki sobre su reunión con el jefe de los búlgaros. —dice ella frunciendo un poco la nariz— Sé que conseguirá una alianza, o una tregua al menos.
Él dirigió su mirada a ella al escuchar el tono de su voz y no pudo evitar darse cuenta de que podía percibir la preocupación en sus ojos.
—No queremos que una guerra como la de hace quince años se repita. —susurra la Uchiha por lo bajo— Se perdió mucho para alcanzar la paz.
—¿Guerra?
¿De qué estaba hablando? Él no sabía nada de eso, su vida cambió para bien cuando llegó a la familia Uzumaki-Hyūga, pero jamás se tomó el tiempo de investigar el trasfondo de las circunstancias que lo llevaron hasta allí.
A Sarada no le apetecía hablar del tema. A nadie de su familia, en realidad.
—Me gustan tus ojos. —sonrió la joven con los labios apretados— Son bonitos. No como los míos, pero lo son bastante.
Kawaki sabía que intentaba desviar la atención, no era estúpido. Cada vez sentía que había más cosas por descubrir de esa mujer que sostenía en sus brazos y se sentía frustrado porque se negaba a dejarse ver completamente.
—¿Cuál es tu color favorito? —pregunta ella arqueando una ceja.
Y también le gustaba fastidiarlo con sus estupideces.
—Negro.
—Ése ni siquiera es un color. —resopla— En realidad, es la ausencia de color.
—Me importa una mierda.
—Muy sutil. —se mofa ella— Eres de lo más dulce.
Se apoya en sus manos para levantarse sobre su cuerpo y se coloca a horcajadas en su regazo.
—El mío es el rojo. —se muerde el labio inferior— Y sé que me queda fenomenal.
Él puso los ojos en blanco. ¿Autoestima bajo? Esa chica ni siquiera conocía la definición. Era consciente de su atractivo físico y le sacaba provecho.
—¿Te gustan los perros?
—No.
—¿Los gatos?
—No.
—¿Las flores?
—No.
—A mí me mandan un montón después de cada presentación, pero siempre son las mismas rosas aburridas. —resopla— ¿No pueden ser más ingeniosos?
—Eres la primera mujer que escucho a la que no le gustan las rosas. —alza una ceja— Pero no por eso esperes que te envíe un arreglo de flores. No hago esas estupideces.
Sarada entornó los ojos e ignoró eso último.
—Me gustan las Camelias. —reprimió una sonrisa— Una vez alguien me contó una leyenda sobre ellas.
—¿Una leyenda?
—Sí. —acarició la cabellera corta de él distraídamente mientras se recostaba en su torso— ¿Quieres que te la cuente?
Él no emitió una respuesta afirmativa, pero tampoco negó con desinterés como lo hacía siempre que algo no le importaba.
—Vale. —sonrió con las cejas alzadas— Érase una vez...
(...)
«
Doce años atrás.
—¡Son preciosas! —dijo la pequeña pelinegra caminando alrededor de un arbusto de florecientes flores rojas en el patio trasero de la casa.
—Se llaman Camelias. —menciona el adulto junto a ella agachado en cuclillas acariciando el pétalo de una— Dicen que son como las rosas de Japón.
—Pues éstas me gustan más. —masculla con seguridad— Son más bonitas.
—Y tienen una leyenda que te gustará. —sonríe— ¿Quieres oírla?
Itachi se sentó en el pórtico trasero de la casa y observó a su sobrina asentir mientras miraba más de cerca las flores.
—Susanoo era el Dios del viento, la lluvia y los huracanes en la mitología japonesa. —comienza a hablar— Por circunstancias del destino tuvo que vivir en un reino gobernado por una serpiente de ocho cabezas que año con año exigía el sacrificio de la doncella más bella.
Sarada giró su rostro hacia su tío y él sonrió al darse cuenta de que había obtenido su completa atención.
—Cansado de eso, decidió enfrentarlo para liberar al reino. —explicó con tranquilidad— Así que entró al reino de ultratumba donde creó una espada y atrapó un rayo de sol en ella.
—¿Y qué pasó después? —pregunta la niña sin dejar de mirar los pétalos enrojecidos.
—Esperó escondido fuera de la cueva de la serpiente mientras los habitantes del reino acompañaban a la pobre chica hasta la entrada para el sacrificio. —continuó su relato— Cuando la serpiente apareció todos huyeron dejándola a merced del monstruo, pero Susanoo aguardó el momento adecuado para atacar.
—¿Pelearon? —cuestiona entusiasmada al ver a su tío asentir.
—Su batalla duró horas hasta que Susanoo fue el vencedor. —murmuró el Uchiha mayor— Y después...
—¿Qué pasó con la princesa? —interrumpió Sarada con impaciencia.
—A eso iba, no me interrumpas. —reprendió golpeando su naricita— Susanoo se puso de rodillas para proponerle matrimonio a la princesa y al apoyar su espada ensangrentada en el suelo se formó una mancha donde tiempo después se formó un arbusto de hojas brillantes y flores blancas con manchas rojas.
—¿Le propuso matrimonio y apenas la conocía? —hace una mueca de incredulidad.
—Tal vez fue amor a primera vista. —dice Itachi sin dejar de mirarla.
—Eso no existe.
—Tus padres son prueba de ello. —alza una ceja— ¿No lo crees?
—Sí, pero ellos son uno en un millón. —deja caer los hombros— ¿Crees que algún día alguien me quiera tanto como papá ama a mamá?
—Estoy seguro. —acaricia su mejilla— Y hasta que eso suceda me tienes a mí para regalarte Camelias.
Señala el arbusto para que la niña centrara su atención de nuevo en las flores.
—Todas esas son tuyas. —le guiña un ojo agachándose a su altura para susurrarle al oído— Y aunque son bonitas, nunca superarán la belleza de mi lobita.
Lo que Itachi quería era suavizar su carácter fuerte. Sakura era una mujer dulce con las habilidades de un asesino profesional experimentado, pero Sarada... ella tenía la personalidad de su padre, y si no cuidaban que su humanidad permaneciera intacta se convertiría en un desastre de niveles estratosféricos.
(...)
Se hizo un silencio sepulcral, pero la pelinegra no quiso seguir hablando al respecto. De pronto su mirada que por un momento reflejó nostalgia cambió por una más suave.
—¿Entonces? —le instó a hablar— ¿Hay algo que te guste?
—Tus tetas. —alcanza sus pechos y los estruja en la palma de sus manos— Son perfectas.
Ella se rió por lo bajo y se inclinó hacia adelante para dejarle un pequeño beso en los labios.
—Debería irme, ¿verdad? —dijo en un susurro, acariciando suavemente la cicatriz de su pecho con la punta de su dedo.
Él no respondió y ella interpretó su silencio como una respuesta afirmativa, así que se quitó de encima suyo con lentitud dispuesta a salir de la cama para buscar algo que pudiera ponerse para cubrir su desnudez.
—Da igual si te quedas. —comenta sin mirarla— No me importa.
Sarada le miró con una ceja alzada.
—No finjas que te da igual. —le sonríe de medio lado— Admite que no quieres dormir solo y ya.
—Eres tan fastidiosa.
—Y hermosa también. —sube a la cama y apoya la mano en su pecho inclinándose para volver a frotar sus labios con los suyos— Toma tu beso de buenas noches.
Él no dijo nada, pero tampoco le impidió acomodarse a su lado. Sus ojos recorrieron la figura femenina recostada boca abajo a pocos centímetros suyo cubierta por las sábanas, no lo estaba tocando, pero maldita sea podía sentir su cálida cercanía y no le molestaba en absoluto.
Lo que le irritaba era el hecho de que su presencia lo aturdía más de lo que le gustaría admitir.
(...)
El cuarto día transcurrió más rápido de lo que le gustaría a ambos. Pasaron la mayor parte de la mañana en la cama y sólo se levantaron para comer algo después del mediodía.
—Jaque mate. —dijo ella en tono victorioso.
Le había ganado tres de las cuatro partidas de ajedrez y se sentía más frustrado que nunca porque parecía que ella siempre predecía sus movimientos.
—Te lo dije. —deja caer los hombros— Itachi es el rey del ajedrez y yo fui su contrincante por años. Tuve que aprenderle algo.
—Sí, como sea, ya me cansé de esto.
—¿De perder? —lo fastidió un poco— ¿O de ser humillado por mí?
La verdad era que tampoco estaba muy concentrado en el juego. El hecho de que estuvieran jugando en el suelo del vestíbulo y ella no estuviera usando más que una camisa suya de algodón gris que de paso era gigante en su pequeño cuerpo lo distraía.
—¿Qué quieres cenar?
—Waffles. —sonrió— Son mi cosa favorita en el mundo.
Él puso los ojos en blanco, pero decidió hacerle caso para ahorrarse un berrinche que seguro haría. Le tomó cuatro días darse cuenta de que las cosas eran así con ella. Sarada estaba acostumbrada a tener todo lo que quería, de una forma u otra.
Una hora después habían terminado de cenar y Kawaki descubrió que la chica no mentía. De verdad le gustaban los waffles atiborrados de miel de maple y mantequilla, fácilmente la vio comer más de lo que lo hizo en días anteriores, por eso no le sorprendía que tuviera más energía que nunca. Como ahora, que recorría el vestíbulo en busca de algo que él no tenía idea.
—¡Lo encontré! —dijo abriendo uno de los cajones de un mueble viejo en la sala de estar. Era el mando de un estéreo.
Sarada buscó en la lista de canciones del iPod, pero se dijo que era mejor poner el modo aleatorio y a los pocos segundos una suave melodía inundó la habitación.
—Baila conmigo. —extendió la mano hacia él.
—No.
Ella se acercó con una sonrisa y volvió a extendérsela.
—Concédame esta pieza, Kumicho. —reprimió una carcajada.
—No.
A ella le causaba gracia, pero el oír su rango en sus labios se la puso dura al instante.
—¿Vas a rechazar a la chica más guapa que has tenido el placer de mirar?
—No me gusta bailar.
—No me sorprende. —se ríe ella, todavía manteniendo su mano frente a él— Puedo soportar pisotones y guiar pies izquierdos.
—No estoy para tus cursilerías.
Sarada retuvo el aliento. En ningún momento intentó hacer que se tratara de romance. Bailar era natural para ella, como hablar, incluso lo prefería sobre una conversación en algunas ocasiones. Y que le dijera que estaba aprovechándose de eso para crear un ambiente sensiblero le supo... ridículo.
—¿Sabes qué? —dice con incredulidad— Por mí puedes irte a la mierda.
Kawaki frunció el ceño al verla bajar la mano y darse la vuelta para apagar el estéreo que para entonces ya había pasado a la siguiente canción.
Por una razón que no supo descifrar algo lo impulsó a alcanzar su mano antes de que se alejara y la hizo dar una vuelta sobre sus pies para después atraerla contra su pecho. Sarada abrió los ojos sorprendida y se aferró a sus hombros para mantener el equilibrio.
—Creí que no sabías bailar.
—Dije que no me gusta, no que no supiera hacerlo. —desliza su mano por su cintura y con la otra entrelazó sus dedos con los suyos.
La voz femenina de Des'ree sonaba de fondo entonando el principio de I'm Kissing You y Kawaki la acercó a su pecho todavía más si era posible.
«¿El orgullo puede resistir mil pruebas
Los fuertes nunca caerán»
Era extraño sostener su pequeño cuerpo contra el suyo, encajaba tan bien con él que por un momento creyó que era una maldita brujería.
«Pero al mirar las estrellas sin ti
Mi alma llora»
Sarada levantó el rostro para verlo y se perdió en el gris de sus ojos. Era terriblemente guapo, si alguien le hubiese dicho que sus rasgos fueron tallados por ángeles no habría dudado en creerlo.
Él la estaba guiando al ritmo de la música con maestría. Realmente sabía lo que estaba haciendo, no era ningún principiante.
«Corazón palpitante,
lleno de dolor
Oh, de dolor
Porque te estoy besando»
La hizo girar de nuevo, esta vez atrapándola con ambas manos en su espalda y ella terminó con las manos sobre su pecho. Estaban cerca, muy cerca.
Y estaba segura de que no había sentido esa conexión con ninguno de sus compañeros de baile a lo largo de los años. ¿Por qué? ¿Qué era lo que significaba?
«Tócame profundamente
Puro y verdadero
Dámelo para siempre
Porque te estoy besando, oh»
Kawaki la levantó en el aire y ella enredó sus brazos alrededor de su cuello con una sonrisa mientras sus torsos se rozaban al descender. La pelinegra apoyó la cabeza en su pecho y oyó el suave latido de su corazón.
«¿Dónde estás ahora?»
El fuego ardía en la chimenea detrás de ellos iluminando sus siluetas danzando en la oscuridad y las paredes de cristal les permitieron observar el cielo repleto de estrellas y la luz de la luna.
—Es la última noche, ¿lo sabes? —susurra ella elevando la mirada para verlo— Mañana se termina lo que sea que fue esto.
Era... surrealista. Sentían como si hubieran pasado meses desde que estuvieron encerrados en aquella casa, pero sólo habían pasado cuatro días. ¿Qué tan bien podías conocer a una persona en noventa y seis horas?
¿Qué tan profundo habían podido conectar en tan poco tiempo? Era confuso.
—La noche aún es joven. —murmura él emparejando su rostro con el suyo— Y no pienso desaprovecharla.
Baja sus manos al borde de la camisa que traía puesta y la deslizó por encima de su cabeza dejando a la vista la bella imagen de sus senos desnudos y su vientre plano. Sólo llevaba puestas unas bragas de encaje negras que lo excitaron nada más verlas.
—No voy a detenerme hasta dejarte llena de mí... —acaricia su labio inferior con el pulgar— ... y que tu boca sólo pueda gemir mi nombre.
No le importaba una mierda que estuvieran a mitad del vestíbulo, la levantó en brazos y la recostó en el suelo alfombrado frente al fuego de la chimenea. No iba a perder el tiempo, se sentía como un maldito adolescente hormonal que estaba impaciente por tenerla. Necesitaba estar dentro suyo.
Se deshizo de su propia ropa y también de las pequeñas bragas de ella en un parpadeo. Había visto mujeres preciosas antes, con curvas exuberantes, pieles de diferentes tonalidades, cabelleras exóticas y rasgos bellos. Pero ninguna como Sarada Uchiha.
Su mano se deslizó entre sus cuerpos hasta alcanzar su húmeda entrepierna y notó que ya estaba preparada para recibirlo. Ella siempre estaba lista para él.
—Mírame. —pidió alineándose contra su cavidad— No dejes de mirarme.
Sarada obedeció con los labios entreabiertos y los ojos brillantes. Entonces entró en ella de una sola estocada firme y demasiado suave para la manera en la que él estaba acostumbrado a follar.
Si esa era la última vez que iba a tenerla disfrutaría cada segundo. Y lo alargaría lo más que pudiera.
—Kawaki...
—Eso es, bambi, gime para mí. —inicia un vaivén constante que la hace aferrarse a su cuerpo tal como le gustaba.
Ella se abrazó a su espalda y acarició la piel desnuda con suavidad, quería sentirlo cerca, deseando en lo más profundo de su ser que tener sexo se sintiera siempre de esa manera, porque de no ser así estaba completamente jodida.
No dejó de mirarlo en ningún momento, ni siquiera cuando la conocida sensación del orgasmo acercándose le hizo dejar de verlo a los ojos grises que se veían más oscuros que nunca por el deseo y la lujuria.
Su corazón se oprimió cuando sus labios tocaron los suyos en un beso y sintió un revoltijo en el vientre cuando se separó para mirarla de nuevo.
Ahí fue cuando Sarada se dio cuenta de que algo había cambiado. No sabía lo que era, pero supo que las cosas no volverían a ser iguales nunca.
