No estaba. La maldita se había ido a inicios de la madrugada.

Por la mañana Himawari llegó con cara de pocos amigos después de enterarse por la boca de Sakura Uchiha sobre la partida imprevisible de su hija durante la noche y le hizo saber que a esas alturas del día ya debía estar a unas pocas horas de aterrizar en Londres.

Ninguno de sus hermanos parecían sorprendidos de que se hubiese marchado. Parecían ya estar acostumbrados a las huidas abruptas de su hermana.

—No pensé que se iría sin despedirse. —comenta Shikadai cruzándose de brazos en el vestíbulo.

—Oh, pero tía Sakura me ha dicho que ha confirmado su estadía en Italia a finales de enero. —agrega la Uzumaki— Así que por lo menos ustedes podrán verla pronto.

—Yo me comprometo a corromperla un poco. —sonríe Kaede— Namida y yo la llevaremos a los mejores clubes nocturnos de Palermo.

—Los mejores clubes son de su familia. —dice Ryoichi poniendo los ojos en blanco— Dudo que la quieras llevar a un lugar en el que todo lo que hagan se lo informarán a Itsuki.

La pelimorada puso los ojos en blanco, pero no quiso llevarle la contraria en esta ocasión porque no estaba equivocado. Lo último que quería era que alguno de los hermanos de Sarada les arruinara la diversión.

—Asistirán al evento benéfico que harán los Uchiha a principios de febrero, ¿verdad? —pregunta mirando de reojo al mayor de los Uzumaki.

Tal vez entonces se animaría a intentar algo respecto a los sentimientos que tenía por Kawaki. Y ya tenía el plan perfecto.

—Es la idea. —contesta Boruto codeando a su hermano— Irás, ¿no?

Kawaki dejó caer los hombros con desinterés. Él se reunía una vez al mes con Itsuki para hablar sobre los envíos y las rutas, así que los más seguro era que tuviera que viajar a Italia un par de días antes del evento. Era el mismo caso de Ryōgi, Shinki y Boruto.

—¿Nos vamos? —dijo Mitsuki apareciendo al final del pasillo— Ya está la reservación.

—¿Adónde van? —pregunta Namida con una ceja alzada— ¿Y por qué no nos invitaron?

Los hombres se pusieron de pie, incluido Kawaki que al principio se veía reacio a hacerlo.

—Cosas de chicos. —contesta Shouta detrás del peliazul.

—Iremos a un club para caballeros. —dijo Mitsuki sin ningún tipo de tacto.

—No te refieres a un prostíbulo, ¿verdad? —la Uzumaki entrecierra los ojos.

Nadie respondió, en su lugar uno a uno fueron desapareciendo por la salida principal y se montaron a sus respectivos autos.

Boruto se subió al vehículo de Kawaki y emprendieron el camino detrás de los otros.

—Pensé en ir a Londres a visitar a Sarada, ya sabes... —comienza a decir— Quiero pasar tiempo con ella, será difícil después de que reinicie su gira en Febrero.

—¿Y qué te detiene?

—Que aunque lo hiciera no creo que le agrade la compañía en estas fechas.

—Todos repiten lo mismo. —resopla con fastidio, pero lo que verdaderamente le molestaba era no saber porqué esa época del año le afectaba tanto.

Los labios del rubio se convirtieron en una fina línea y Kawaki notó su cambio de humor.

—Escucha, sé que ya has catalogado a Sarada como una chica consentida y caprichosa. —niega con la cabeza— Pero hay demasiadas cosas que no sabes sobre ella y la familia Uchiha.

—Me dijo que estuvo el día que mis padres murieron. —alza una ceja— Recuerdo encontrármela antes del ataque, pero no volví a verla hasta el funeral.

De nuevo Boruto guardó silencio.

—Sabe que me hirieron con un cuchillo. —añadió mirándolo de reojo— ¿Cómo lo sabe si los únicos que aparecieron ese día fueron nuestro padre y Sasuke Uchiha?

—Creí que lo recordabas.

—¿Qué?

—Que Sarada fue la que te salvó.

«Porque yo estaba ahí.» Al principio pensó que había entrado detrás de su padre y le había visto desangrándose en el suelo.

«Pero no diré una palabra más al respecto porque podrías obsesionarte conmigo.»

¿Cómo había podido salvarlo una niña de siete años? No tenía sentido. El hombre que intentaba matarlo debía haber pesado el triple que ella y además estaba armado.

Durante todos estos años después de ese suceso tuvo la creencia de que el padre de Itsuki fue el que impidió que lo asesinaran porque fue el primer rostro que vio entrar en la habitación luego de que le sacaran a ese hombre de encima.

—¿Cómo pudo ella...

—Los chicos Uchiha han tenido una educación diferente a la nuestra. —explica haciendo una mueca— Desde los tres años les dieron entrenamiento, así que ya tenía conocimiento en armamento y distintos estilos de combate.

«Y los movimientos que haces no son adecuados para ese tipo de cuchillos.» Ella le mostró cómo sostenerlo correctamente y por mucho que quisiera negarlo debió admitir que fue un consejo útil.

«Puedes hacer incisiones, pero no rebanar o cortar a alguien.» Era una niña, pero realmente sabía de lo que hablaba y la cicatriz en su pecho era prueba de ello.

—No sé los detalles, pero papá me dijo que cuando entraron a la habitación ella intentaba detener la hemorragia en tu pecho con sus manos.

—Nunca me lo dijo.

—Supongo que creyó que no querrías hablar sobre ese día.

Necesitaba respuestas y la única que podía dárselas estaba a miles de kilómetros de distancia.

—Has estado muy tenso desde ayer. —dice Boruto mirándolo conducir de reojo— ¿Cómo va lo de Las Tríadas?

Los chinos le estaban poniendo las cosas difíciles últimamente. Nunca habían tenido una alianza, pero se mantenían al margen de sus respectivos negocios.

—Pronto dejarán de ser un problema.

—No me digas que...

—Sí. —dice escuetamente— Es la mejor opción.

El rubio negó con el ceño fruncido.

—Menos mal que los chicos tenían una noche planeada libre de negocios. —le sonríe de medio lado— Creo que te agradará lo que tienen pensado para hoy.

(...)

Londres, Inglaterra.

—Encore une fois. —«una vez más», pidió el coreógrafo francés con el ceño fruncido— Tenemos poco tiempo para que encuentren una coordinación perfecta.

—No vamos a lograrlo si sigues presionándonos de esta manera. —contesta ella poniendo los ojos en blanco y relajó su postura— Ahórrate tu mal humor.

—Tienes suerte de ser tan buena en lo que haces. —levantó su dedo en su dirección— Se acabó el ensayo. Nos vemos mañana a las siete.

Sarada le mira con una expresión aburrida y se dio la vuelta para ir en busca de su bolso deportivo. Se sentó en el suelo y comenzó a quitarse las zapatillas, las vendas y las punteras.

Ese día le presentaron a su nueva pareja de baile, era un chico unos pocos años mayor que ella, tenía una cabellera corta castaña y unos grandes ojos azules oscuros. Debía medir poco más de metro con ochenta centímetros y parecía tener una buena condición física.

Sin embargo, no pasó desapercibido para ella el nerviosismo en sus movimientos cada que tenían un acercamiento.

—Creo... —le escucha balbucear— Que no estuvo mal para ser nuestro primer ensayo, ¿verdad?

Ella levantó la mirada hacia él, pero por alguna razón no podía recordar su nombre.

¿Cómo rayos le dijo que se llamaba?

—Hōki. —le recordó él, ligeramente avergonzado— Hōki Taketori.

—Claro. —contesta poniéndose de pie— Hōki, tus movimientos iban retrasados.

La mujer que tenía frente suyo era un espécimen perfecto, una de esas bellezas únicas que sólo tienes la oportunidad de ver una vez en la vida. Sus ojos oscuros, sus rasgos preciosos, su silueta estilizada. Todo en ella era llamativo y deslumbrante. Tanto que fue difícil mantener la boca cerrada cuando se la presentaron, era más impactante de cerca.

La había visto en numerosas ocasiones caminando por los pasillos o sobre el escenario y no dejaba de impresionarle su talento. Era a lo que llamaban un prodigio del baile y su nombre ya resonaba incluso antes de que se convirtiera en la bailarina principal del Royal Ballet.

—Mejoraré. —contestó al instante— Daré todo mi esfuerzo.

Sarada alzó una ceja con extrañeza. No pensó que fuera tan entusiasta.

—Nos vemos. —dijo pasando por su lado mientras se colgaba el bolso sobre su hombro— No llegues tarde. Odio la impuntualidad.

Hōki asintió en silencio. Los otros compañeros le advirtieron que la chica tenía un temperamento difícil y que no se llevaba con nadie. Ella se presentaba a los ensayos y se iba tan pronto terminaban. No socializaba con el resto ni se le veía la más mínima intención de querer entablar aunque fuera una breve conversación.

Y parecía que no se equivocaron, porque la chica no le dedicó ni una última mirada antes de salir del salón.

Fuera estaba lloviendo y por un momento Sarada agradeció haber traído su auto consigo y no su nuevo bebé.

Su padre no le había mentido, al llegar a casa se dio cuenta de que en el garaje se encontraba una reluciente Ducati Diavel 1260 en colaboración con Lamborghini que era una edición limitada. No sólo eso, también le habían mandado a personalizar en color negro, ya que se suponía que todas las unidades eran verdes siendo una copia del modelo del auto.

Sin embargo, esa mañana decidió llevar el que para variar, también había sido un regalo de su padre en su último cumpleaños. No era un secreto que a Sasuke Uchiha le gustaban los autos, y así como hizo con su madre hace tiempo, a ella le obligó a aceptar ese auto especial.

El maldito Rolls-Royce modelo Ghost era una jodida maravilla. Fácil de conducir, con todo el lujo que puede ofrecer la marca y además con el sistema de seguridad que le fue equipado capaz de soportar un puñetero misil.

—Dime que no estás en camino. —le dice a la mujer en la línea telefónica— Voy retrasada, el ensayo se alargó.

—Aún estoy en la editorial. —resopla su amiga— Y por ahora Chōchō sigue sin dar señales de vida.

—Vale, tengo tiempo de ir a casa a cambiarme. —le hizo saber— Nos vemos allí en una hora.

—Conduce con cuidado, cariño. —pidió Yodo con un tono maternal— Te llamo en cuanto me desocupe para darte los detalles.

Se suponía que cenarían en un restaurante para celebrar que Yodo acababa de firmar la renovación de su contrato con una de las mejores editoriales del país. Y a pesar de que sus ideas para el nuevo libro estaban estancadas seguía siendo una buena noticia.

Salió del aparcamiento subterráneo del estudio donde ensayaban y al dar la vuelta a la calle se vio obligada a detenerse en el semáforo. Entonces por mera distracción miró hacia un lado y se encontró con la figura de su nuevo compañero de baile resguardándose de la lluvia bajo la parada del autobús.

Lo vio subiendo el zíper de su chaqueta y se maldijo en voz baja porque por alguna razón no pudo ignorar aquello como habitualmente lo habría hecho.

Quizá fue porque sin siquiera conocerla se tomó la molestia de investigar cómo le gustaba el café y llevarle uno antes del ensayo. O por la estúpida torpeza con la que le pedía permiso para sostenerla por la cintura. No había que ser muy inteligente para darse cuenta de que era un desastre de nervios.

Y lo peor de todo era que podía escuchar la vocecita en su cabeza que le decía que le ofreciera su ayuda, eso es lo que su tío habría hecho.

Maldita sea.

Hōki quedó encandilado con la elegancia del auto frente suyo, y no era el único, las otras seis personas debajo de la marquesina del paradero veían con atención el lujoso vehículo que de un momento para otro descendió la ventanilla de la puerta del copiloto.

Grande fue la sorpresa del joven cuando en el interior vio a Sarada Uchiha.

—Sube. —gruñó ella asombrándolo a él y a las personas a su alrededor.

—Oh, no. —sacudió ambas manos— No quiero desviarte de tu camino.

—Estoy facilitándote las cosas, ahora súbete. —dijo casi como si fuese una orden.

¿Debería desaprovechar la oportunidad de subirse a un auto tan majestuoso como ese? Tal vez eso nunca volvería a repetirse. Así que con movimientos torpes abrió la puerta del vehículo y se subió en el asiento del copiloto.

Dentro era todavía más impresionante. La definición de sofisticación.

—¿Dónde vives? —pregunta con seriedad.

—Brixton. —respondió en voz baja, casi con vergüenza.

Era uno de los barrios que podrían considerarse con peor categoría de Londres. Pensó que la joven se arrepentiría de inmediato de llevarlo hasta allí, a decir verdad jamás había visto un auto como ese entrando a su vecindario, pero Sarada no hizo ningún comentario al respecto.

—Iremos primero a mi casa. —le informó— Tengo un compromiso y necesito cambiarme.

—No es necesario que me lleves. —repitió el chico— Tomo el bus todos los días, no es nuevo para mí.

Ella le ignoró. Seguía sorprendida por su reciente muestra de compasión. Pasaron varios minutos en completo silencio hasta que el chico abrió los labios decidido a hablar.

—¿Tenías buena relación con tu anterior compañero? —pregunta con nerviosismo— Escuché lo que le sucedió, fue una desgracia.

—Sí, una tragedia. —contesta ella escuetamente.

Si supiera que su hermano había sido el responsable...

—¿Dónde vives tú?

El chico dudó en querer saber la respuesta. Teniendo un auto como ese dudaba que viviera cerca suyo o en los barrios de alrededor.

—Al sur de Kensington.

Ya lo suponía. Una zona en la que los arriendos valían una fortuna. No obstante, nada lo preparó para lo siguiente: el portón eléctrico que se abrió ante ellos dejó a la vista una preciosa propiedad de tres plantas, un jardín delantero y una extensión de al menos varios cientos de metros cuadrados. Era una casa blanca con arquitectura al estilo victoriano.

—¿Qué? —le mira extrañada bajándose del vehículo en la entrada.

—Creí que tenías un... departamento o algo así.

—No, es mi casa. —alza una ceja— ¿Te vas a quedar allí?

Él no tuvo otra opción que bajar del auto también para no quedar como un ridículo admirando cada detalle de la residencia. Segundos después escucharon un ladrido-aullido proveniente de la parte lateral y enseguida apareció un animal gigante con la apariencia de un lobo.

—Hola, cariño. —sonrió la pelinegra— ¿Me has echado de menos?

La joven se agachó un poco para acariciar el lomo de su mascota y luego se hizo a un lado para que olfateara al desconocido.

—Es Hoshi. —presentó con simpleza— Creo que no ha detectado amenaza alguna porque no se te ha lanzado encima.

—¿Eso es bueno?

—Lo es. —se burla— Una vez quiso arrancarle el brazo al vecino sólo porque se me acercó por la espalda.

—Oh. —tragó saliva— Eso es...

Pero ella ya no lo estaba escuchando porque se encontraba abriendo la puerta principal y se hizo a un lado para darle el paso.

—¿Tu familia está en casa? —pregunta con curiosidad pues había dos motocicletas y un Bentley aparcados en el garaje.

—No, vivo sola. —responde dejando su bolso en el recibidor— Mi familia vive en Italia.

—¿Eres italiana?

—Padre italiano, madre rusa. —resumió caminando hacia las escaleras.

Hōki no quiso hacer más preguntas para no molestarla y se sentó en el sofá del vestíbulo con la espalda recta y la mirada en el suelo. Se sentía... fuera de lugar. Nunca había estado en contacto con tanta opulencia, el interior de la casa era igual o más impresionante, había un aire de sofisticación y lujo por doquier.

—Espera aquí, me daré una ducha rápida. —le hace saber— Vuelvo enseguida.

Tal vez estaba confiándose demasiado al meter a un completo desconocido a su casa, pero ella era buena juzgando a las personas. Ese chico no representaba peligro, incluso apostaba a que era demasiado ingenuo para su propio bien.

Por su lado, el joven recorrió el salón con curiosidad y tomó entre sus manos algunos de los portarretratos que se hallaban en la mesita de centro del vestíbulo. La primera era una fotografía de la que supuso era su familia. Parecía una de esas portadas de revista en la que todos los presentes tenían aspecto de modelos.

Había siete personas en la fotografía. En primer lugar, sentados en el centro del sofá estaban los que supuso eran sus padres, un hombre agraciado de aspecto refinado y una mujer de rasgos preciosos con una exótica cabellera rosácea.

Luego estaban cuatro hombres jóvenes, tres de ellos yacían de pie situados detrás de sus padres, dos tenían facciones casi idénticas, y de no ser porque uno usaba corbata y el otro no, habría creído que eran la misma persona. El tercero se parecía mucho a ellos también, pero sus ojos de color dispar eran su mayor distintivo. A ese último sentía que lo había visto en algún sitio, pero no recordaba donde.

Después estaban los que parecían ser más jóvenes, un chico pelirrosa no mayor a doce años con los mismos rasgos varoniles que sus hermanos, pero con los ojos de un verde vibrante.

Y al final estaba Sarada sentada junto a su padre, ella tenía las facciones de su madre, pero tenía los ojos y la cabellera oscura como distintivo. Todos tenían ese factor que atraía miradas, al parecer era algo de familia.

En las siguientes fotografías se hallaban ellos mismos, pero varios años atrás. Sarada tal vez tendría unos quince y parecían disfrutar de un día de campo familiar en un viñedo. Y había una más en un evento donde llevaban ropas elegantes con la arquitectura antigua de un teatro de fondo.

En la cuarta foto habían sólo dos personas, una Sarada de no más de diez años sentada al borde de un muelle de madera y abrazada de un hombre mayor que bien podría haber sido su padre, pero estaba seguro de que no era él, aunque también tenía cierto parecido a todos los hombres de la familia.

Estaba tan enfocado en lo suyo que apenas notó cuando ella bajaba las escaleras.

—Lo siento, yo...

No quería que creyera que era un entrometido de lo peor, pero no había cómo defenderse porque fue atrapado con las manos en la masa.

—Mi familia es grande, como ya pudiste darte cuenta. —se encoge de hombros y señala a cada uno de sus hermanos— Itsuki y Daisuke están en Italia con mis padres, Daiki vive en Rusia, Itachi viaja mucho por su trabajo así que no reside en ningún lugar en específico y yo vivo aquí.

Se dio la vuelta hacia la puerta principal y señaló la salida con la cabeza para hacerle saber que ya debían irse. Hōki acomodó los portarretratos con torpeza en su lugar y la siguió al exterior.

—¿El lugar no es demasiado grande para ti sola? —pregunta una vez estuvieron dentro del auto los dos.

—Vivía aquí con mi tío hace años cuando estudiaba en Oxford. —explicó distraídamente— Cuando murió me fui a Rusia para estudiar ballet y... sí, la casa se siente más sola ahora que él no está.

No entendía porque estaba hablando de más, pero prefirió no pensar mucho en ello y se lo atribuyó a que charlar con alguien que no tuviera nada que ver con su mundo era... relajante.

No había conversaciones sobre torturas debajo de casinos, rutas seguras para envíos o distribución de toneladas de droga por todo el continente. Tampoco creía necesario hablar sobre galas de beneficencia o eventos aburridos.

— Sé que la compañía te paga miles de libras al mes por ser la bailarina principal, pero... —traga saliva mientras señala a su alrededor— No creo que sea suficiente para costear todo esto.

—Mi familia tiene dinero. —contesta con simpleza subiéndose al auto— Bailo por diversión, no para ganarme la vida.

Él la imitó entrando de nueva cuenta al lujoso vehículo en absoluto silencio. Lo de la riqueza de su familia ya lo suponía al ver el porte elegante de cada uno de ellos.

Ese nivel de lujos era algo a lo que no podía aspirar, en primer lugar porque vivía en un departamento con dos habitaciones que compartía con sus dos amigos igual de huérfanos que él. Y en segundo... porque aunque alcanzara el estrellato como bailarín jamás podría ahorrar lo suficiente para comprar una casa como esa que seguramente debía valer varios millones de libras.

—Y... —susurra para romper el silencio— ¿A qué se dedica tu familia?

¿Además de lavar dinero, traficar narcóticos, armas y tener varios prostíbulos?, pensó con sarcasmo.

—Tienen diversos negocios. —comenta sin dejar de mirar el camino— Están en la industria petrolera, pero también en la producción de vino.

—¿Tienen viñedos?

—En Francia e Italia. —asiente ella— También está lo de la cadena de hoteles y casinos, pero eso es por parte de mi familia paterna.

Él abrió la boca ligeramente sorprendido.

—Sí, mi familia materna también tiene negocios. —menciona como si nada— Pero la mayoría son exclusivamente en Rusia.

Al menos lo que implica a los negocios limpios, pensó para si misma. Hōki jamás entendería hasta dónde ascendía su riqueza porque ni ella misma lo sabía a ciencia cierta.

Por su lado, el joven ahora entendía la razón por la que se decía en los camerinos que la chica caminaba con aires de grandeza y presunción, pero contrario a lo que él pensaba, Sarada no era pedante, si le estaba hablando de todo el dinero que poseía su familia era porque él mismo estaba preguntando, no porque hubiese querido presumirlo en primer lugar.

El paisaje de las calles fue cambiando conforme se acercaban a su destino. Ya no había áreas verdes o tiendas de alta costura, tampoco propiedades suntuosas o autos lujosos a su alrededor.

En realidad, varias personas se giraban a admirar el auto de la chica en cada semáforo. Ver un Rolls-Royce por esa zona no era algo muy común.

—¿Vives con tu familia? —pregunta por primera vez la joven, aunque no le interesaba en lo más mínimo.

—Soy huérfano de padre y madre. —responde él con tranquilidad— Vivo con dos amigos que conocí en el orfelinato de la iglesia, nos mudamos juntos cuando cumplimos la edad para irnos.

—Oh. —se aclaró la garganta— Yo... lo... siento.

Por primera vez después de mucho tiempo se sintió incómoda, normalmente no le importaba hacer sentir mal a las personas o hacer preguntas sólo por fastidiar, pero su respuesta no fue algo que esperaba y la tomó con la guardia baja.

—No lo sientas. —negó con la cabeza— No los conocí, me abandonaron cuando tenía meses de nacido, así que no me importa hablar de eso.

Eso causó un ligero desazón en ella. Ese chico no tenía familia además de sus dos compañeros de orfanato y aún así era... entusiasta. Y luego estaba ella... que huía de su familia en vísperas de navidad y los dejaba botados en medio de una época en la que se supone que deberían estar más unidos que nunca.

Qué hija de puta era.

En ese momento sonó su móvil e inmediatamente la llamada se enlazó con el altavoz del auto. El nombre de su amiga apareció en la pantalla y no le quedó de otra que contestar con el chico ahí presente.

—Hola, guapa, buenas y malas noticias. —habló Chōchō con voz alegre— La buena es que me alegra que ya estés aquí en Londres porque así podrás ponerme al tanto de tu tórrido romance y la mala es que no será ésta noche porque me toca besar a un ardiente sapo esperando que se convierta en mi príncipe azul.

Sarada puso los ojos en blanco.

—¿Ya hablaste con Yodo?

—Sip y está de acuerdo en reunirnos mañana para comer. —canturrea en la otra línea— No me odias por cancelar de último momento, ¿verdad?

—No, pediré algo para cenar y me quedaré en casa. —dice con tranquilidad— Alguien de mi familia llamará, estoy casi segura.

—Si es tu papá me lo saludas.

—Púdrete, Chōchō. —dice, pero no puede evitar sonreír.

—Adiós, guapa.

Sarada dio por terminada la llamada y evitó por todos los medios mirar a su acompañante. Estaba avergonzada por las palabras de su amiga, pero no podía enojarse con ella porque Chōchō no sabía que estaba en altavoz y que alguien más se encontraba allí.

Hōki no mencionó nada de lo que escuchó, en cambio le dio varias indicaciones para llegar al complejo de departamentos destartalados en Ferndale Road en el corazón del barrio de Brixton.

—Es aquí. —señaló el sitio vacío para que pudiera detenerse.

Y para su mala suerte... sus compañeros de departamento parecían llegar al mismo tiempo a la entrada. Ambos se quedaron perplejos al ver el auto recién llegado parqueándose frente al edificio, pero sus caras de sorpresa fueron más evidentes al verlo bajar del asiento de copiloto.

Sarada bajó también y el castaño creyó que ahora la que se veía fuera de lugar era ella con su impecable y elegante abrigo negro sin abrochar, sus botas altas y la ropa de diseñador.

—¿Hōki? —preguntó su amiga llamando su atención esperando no estar viendo un espejismo.

Esa era Hako. Sus ojos violetas imposiblemente abiertos al reconocerlo y el cerquillo de cabellera larga azulada le caía sobre la frente con gracia. Ahora que la tenía de delante se dio cuenta de que contrastaba completamente con Sarada, su amiga era pequeña y menuda, nada comparada con el metro setenta que debía medir la pelinegra.

La chica peliazul llevaba puestos unos vaqueros ajustados y una camisa sencilla color lila que la hacía lucir un poco desaliñada.

Una cuarta persona se unió a ellos en la acera, ese era Renga, de ojos oscuros y un cabello negro despeinado, vestía una camisa marrón y unos jeans desgastados. Era casi de su altura y su tono de piel era aceitunada.

—Ellos son mis compañeros de piso. —presentó con nerviosismo y los señaló a cada uno— Hako Kuroi y Renga Kokubō.

—¿Eres amiga de este flacucho? —cuestiona el de cabello oscuro de inmediato— No me dijo que conocía una chica tan maja.

—Ella es Sarada Uchiha. —informó casi con la voz apagándosele por la vergüenza— Es mi compañera de baile.

—Oh, ya te recuerdo. —dice la joven con emoción— Eres la bailarina principal de la compañía, Hōki nos ha hablado mucho sobre ti. Desde que le dijeron que sería tu pareja de baile no ha dejado de analizar cintas tuyas ensayando con tu anterior compañero.

—Nos obligó a ir a todas las presentaciones de los últimos meses. —continúa diciendo Renga— Menos mal que podía conseguir entradas gratis por ser parte de la compañía.

Eso último si bien la sorprendió, no lo demostró. Pensó que era un chico nuevo, nunca lo había visto en el estudio, o tal vez siempre había estado allí, pero jamás le prestó atención.

—Cállense de una vez. —pidió avergonzado, quería que la tierra se lo tragase y lo escupiera al otro lado del mundo.

Sarada miró al castaño con una ceja alzada. Así que era un pequeño acosador, ¿eh?

—Tu auto es una pasada. —halagó el de ojos oscuros— Debió costar una fortuna.

—No lo sé. —contesta con sinceridad— Fue un regalo de cumpleaños.

—¿Quieres ir con nosotros a cenar? —pregunta la joven con amabilidad— Estábamos por ir a un restaurante de comida china.

—No creo que...

—Es mejor que quedarte en tu casa. —la interrumpe Hōki— No te arrepentirás, la comida en ese lugar es deliciosa e infravalorada.

¿Por qué diablos no? No perdía nada en ir con ellos, después de todo sus amigas cancelaron de último momento y no tenía un mejor plan.

—¿Está muy lejos de aquí? —pregunta alzando una ceja.

—A dos paradas de bus. —contesta Renga, pero por la cara de confusión de la chica supo que no entendió— A un par de manzanas de aquí.

—Entonces suban. —señala el auto con la cabeza— No pienso caminar hasta allí y mucho menos subir a al bus teniendo un auto en el que puedo ir.

Renga parecía extasiado de felicidad al acomodarse en el asiento trasero del Rolls-Royce y Hako se veía todavía un poco incrédula por el rumbo que estaba tomando la noche.

Hōki le dio varias indicaciones para llegar al restaurante y en menos de veinte minutos ya se hallaban buscando lugar en el aparcamiento del sitio.

Era un local pintoresco y abarrotado de gente, por suerte encontraron una mesa libre en una de las esquinas del lugar donde pudieron acomodarse los cuatro perfectamente.

Sarada no dejó de sentirse como en otra realidad. ¿Dónde demonios había ido a parar? Pero ¿qué más daba?, en los últimos días había hecho cosas que tiempo atrás jamás se le hubieran pasado por la cabeza.

Y la mayor estupidez de todas había sido dejarse envolver por la belleza masculina y el oscuro encanto de Kawaki Uzumaki.

No podía sacárselo de la mente y eso la frustraba por completo.

—¿Qué van a ordenar? —pregunta Hōki todavía un poco cohibido por la presencia de la chica.

—Sopa de Wonton. —dijo la pelinegra en voz alta a la joven que anotaba los pedidos.

—Yo quiero Chop Suey. —pidió Hako con una sonrisa.

No estaba incómoda, pero sí sentía que desentonaba con la dinámica del grupo porque mientras ellos hablaban de cosas sin sentido ella no podía dejar de pensar en lo que había dejado a miles de kilómetros.

Problemas y más problemas.

—Y... —la peliazul llamó su atención— ¿Pasaste navidad con tu familia?

—Podría decirse. —contesta centrándose en la comida que recién llegaba— Estarán en Aspen una semana más, pero yo decidí volver.

—¿Aspen? ¿En América? —pregunta Renga— Creí que tu familia vivía aquí.

Sarada sacudió la cabeza.

—Sólo esperaban pasar un par de semanas allí. —comenta con tranquilidad— Pienso alcanzarlos en Italia tan pronto acabe la temporada.

—Oh... —exclama Hako asombrada— ¿Entonces vives sola aquí?

—Sí.

—¡Pues está hecho! —sonríe— Acabas de hacer tres nuevos amigos con los que puedes pasar el rato cuando quieras.

La Uchiha no quiso soltar uno de sus típicos comentarios sarcásticos porque la mirada de la chica brillaba con una sinceridad casi dolorosa.

Quería decirle que no necesitaba más amigos, que estaba bien con los que tenía porque con excepción de Chōchō y Yodo no tenía que fingir ser alguien que no era. Sus amigas sabían que tenía dinero y tal vez sospechaban que su familia estaba involucrada en negocios fraudulentos, pero no eran conscientes del alcance que tenían.

Así que supuso que debía mantener la boca cerrada para ahorrarse problemas innecesarios con el que a partir de ahora sería su pareja de baile.

¿Qué más daba?

(...)

La habitación oscura era iluminada por las luces de neón que cambiaban de color cada cierto tiempo y la música fluía a través de los altavoces acompañando los eróticos movimientos de la mujer frente a él.

—Puedes tocar todo cuanto quieras. —sus carnosos labios se abrieron en una sonrisa.

Los delgados y ágiles dedos terminaron de desabrochar el último botón de su camisa oscura y de inmediato las manos buscaron el contacto de la firmeza de su torso.

Él la observó en silencio con la mirada sobre sus tetas bamboleándose frente a su cara y se tomó su tiempo para recorrer su fantástica figura curvilínea. Era una morena preciosa de ojos marrones y labios abultados.

—¿Vas a dejarte convencer por mí? —susurra besando la piel desnuda de su abdomen— No vas a arrepentirte, lo prometo.

¿En qué momento se había dejado arrastrar por esa mujer hacia una habitación privada del club nocturno? Lo último que estaba claro en su cabeza era el momento en el que las bailarinas eróticas se subieron a la tarima y comenzaron a desnudarse.

Él estaba más concentrado en que su vaso de whisky nunca estuviera vacío, así que cuando esa hermosa mujer apareció ya estaba muy borracho para negarse a un baile privado.

Aún en medio de la neblina de sus pensamientos hubo algo que no se iba. Y eso era la mirada afilada y brillante de Sarada. Esa fue la gota que derramó el vaso porque sólo de pensar en ella se empalmó gloriosamente.

No eran las manos de la prostituta ni el baile erótico que montó para él lo que lo tenía cachondo. Era la imagen de una mujer que se hallaba del otro lado del mundo.

¿Por qué mierda seguía en su cabeza? Todo terminó entre ellos. Nada de lo que sucedió volvería a repetirse y eso encendió una chispa de enojo en su interior porque se suponía que sólo se trató de sexo sin compromiso.

—¿Quieres follarme? —pregunta la mujer sacándose con sensualidad las tiras de la parte inferior de su vestuario y dejando a la vista su coño.

—Sí.

Tenía que sacársela de la mente. En algún momento sería la esposa de su hermano, era lo que ella había dicho, ¿no? Dijo que aceptaría si Boruto se lo proponía y eso pasaría más pronto que tarde.

Ella se arrodilló entre sus piernas y le sacó la polla dura del pantalón con los ojos abiertos. No le tomó por sorpresa que se lanzara hacia él casi con hambre y se lo metiera en la boca sin siquiera pedírselo.

Y a pesar de que se la estaba chupando otra mujer, sólo podía pensar que aún con toda esa maestría, habría preferido la inexperiencia de Sarada y la manera en la que sus ojos curiosos exploraban su cuerpo casi con fascinación.

Eso terminó de frustrarlo y sintió un considerable descenso en su libido. Casi temía perder la erección.

Y todo empeoró cuando la morena se subió sobre su regazo con una sonrisa coqueta y deslizó sus manos hacia arriba en su torso. Vio la mirada traviesa en sus ojos marrones en cuanto sus ojos se fijaron en la cicatriz alargada en su pecho y atrapó la mano justo a tiempo antes de que sus dedos tocaran esa pequeña porción de piel.

Nadie. Toca. Su. Cicatriz.

¿Y por qué se lo permitiste a ella?, se burla de si mismo al recordar los dedos juguetones de Sarada tocando la cicatriz. O peor aún, sus labios besándole.

Eso último provocó una nueva descarga en su polla y de un momento a otro estaba listo para meterse en cualquier sitio que le ofreciera alivio.

Así que para evitarse otros percances invirtió las posiciones y la dejó de espaldas a él apoyada en sus rodillas y con los brazos sosteniéndose del respaldo del sofá. Se puso el preservativo y entró en ella de golpe.

Fue duro y rápido, pero la sonrisa de ella al acabar y la mirada soñadora fueron la señal de que podría haber sido su mejor polvo en mucho tiempo.

Mientras que él no sintió ese alivio que usualmente tenía al acabar.

Jodido, ¿verdad?

(...)

La siguiente hora le resultó menos tensa, era la primera vez que se reunía con chicos de su edad que tenían una vida común y corriente sin contar a Yodo y Chōchō. Ellos intentaban incluirla en todas sus conversaciones, de verdad se esforzaban en integrarla y eso seguía resultándole extraño.

Descubrió que Renga trabajaba en un tienda de artículos para autos y le explicó la fascinación que tenía por ellos. Esa era la razón por la que había reaccionado de esa manera al ver el suyo.

Por otro lado, Hako era repostera y trabajaba en una panadería casi doce horas al día y le compartió que su mayor sueño era tener el mejor lugar para comer postres en Londres.

—Me agradas. —dijo la joven de un momento para otro— Creí que eras una chica con ínfulas de grandeza.

—Y lo soy. —contesta como si nada— Pero a veces puedo tomarme un descanso.

Ellos creían que bromeaba y por eso soltaron unas risitas cómplices, pero la verdad era que no estaba mintiendo.

Hōki la observó con atención, casi con embebecimiento. Le resultaba increíble que la Sarada Uchiha que vivía en una mansión en uno de los barrios más opulentos de Londres y condujera un maldito auto que valía cien veces más de lo que él podría ganar en un año trabajando para la compañía fuera la misma chica que justo ahora estuviera charlando con sus dos mejores amigos mientras comían comida china en un restaurante asequible.

Era consciente de que su presencia llamaba la atención de todos en el lugar, no sólo por su elegante vestimenta y sus movimientos refinados, también por su belleza física. Maldita sea, todos en el lugar estaban pendientes de cada cosa que hacía.

No era común ver una chica como esa en un lugar tan... modesto, por no decir otra cosa.

—Acabo de ver un jodido Ferrari F12 Berlinetta en la otra acera. —cuchicheó un chico a su acompañante— ¿Vamos a tomarle una fotografía?

Ninguno de los cuatro le tomó importancia hasta que el restaurante entero se sumió en un silencio sepulcral que les hizo mirar a su alrededor para buscar la razón de los rostros pasmados y miradas entusiasmadas.

—¡Oh, por Dios! —chillo Renga como un niño extasiado de alegría— No puedo creer que sea...

Sarada se tensó en su lugar y se quedó inmóvil en su sitio sin girar hacia la entrada del restaurante. Para ese momento se había desatado un caos y la mayoría de los comensales se pusieron de pie para pedir un autógrafo o una fotografía, pero el hombre pidió amablemente un poco de espacio para seguir su camino.

—¿Por qué viene hacia acá? —pregunta Hako parpadeando confundida— ¿Estoy alucinando?

—Me temo que no. —masculla Sarada poniendo los ojos en blanco.

Entonces sintió la presencia familiar a su lado y sacudió la cabeza con resignación.

—¿Te ocultas de mí, stellina? —murmuró en su idioma natal.

Sarada resopló, poniéndose de pie para recibir el abrazo de su hermano que no se conformó con estrecharla contra su cuerpo, sino que la hizo girar en el aire mientras le besaba ambas mejillas.

—¿Cómo sabías que estaba aquí?

—Ryōgi sabe dónde estás todo el tiempo. —dice como si fuera obvio— Si no tuviera un ojo sobre ti se ganaría una paliza de nuestros hermanos.

Los tres chicos les miraban sin entender nada de lo que estaban diciendo debido a que la conversación se estaba llevando a cabo en italiano.

La atención de todo el mundo dentro de aquel espacio público ya comenzaba a fastidiarle, así que tomó su pequeño bolso de mano y se giró sobre sus talones para mirar a los tres chicos en la mesa.

—Él es mi hermano Itachi. —lo presentó de lo más normal— Él es Hōki, mi nueva pareja de baile, y sus compañeros de piso Renga y Hako.

—Un placer. —contesta el pelinegro hablando ahora en inglés— Los amigos de mi hermana son amigos míos. Siento tener que robármela.

—Provocas mucho escándalo. —se queja la joven señalando el auto deportivo que podía verse desde allí— ¿No podías intentar pasar desapercibido o algo?

—Es mi escudería, piccolina, me animan a llevar uno de estos siempre que salgo.

Ellos no podían hablar de la pura impresión que significaba tener de frente a un corredor de la fórmula 1 dos veces campeón del mundo.

Sarada se abstuvo de poner los ojos en blanco por milésima vez y tomó la mano que su hermano le ofrecía para sacarla de allí.

—Nos vemos mañana. —se disculpó con su compañero.

—No se preocupen por la cuenta. —dijo el mayor de los Uchiha con una sonrisa amable— Ya está pagada.

Apenas lograron salir del local entre el amontonamiento de gente y se detuvieron frente al Ferrari color rojo. Entonces él levantó la mano que tenía libre con la palma abierta y señaló su bolsa.

—¿Qué?

—Tus llaves, dámelas. —pidió en voz neutra.

—¿Por qué? —frunce el ceño ella.

—Vienes conmigo en el auto, me encargaré de que alguien se lleve el tuyo. —dijo el mayor con autoridad— Así podrás explicarme con calma porqué Kawaki no dejaba de mirarte durante la cena de navidad.

La Uchiha casi se atragantó con su propia saliva. Eso era lo que se temía, que su desliz no pasara desapercibido ante los ojos de sus hermanos. Tenía suerte si Itachi era el único que se había dado cuenta o de lo contrario ardería Troya.

—No sé de lo que hablas.

—Por favor, no soy estúpido, Sarada. —le abrió la puerta de copiloto para que se subiera y después de entregarle las llaves del Rolls-Royce a uno de los hombres que lo escoltaban entró también— Toda la cena evitaste su mirada y él no podía dejar de mirarte. ¿Qué sucedió entre ustedes?

—¿Qué quieres saber? —exclamó furiosa— ¿Quieres que te diga que me lo follé? Porque lo hice. Cogimos como malditos conejos.

—Estás de coña, ¿no? —la mira de reojo encendiendo el auto— Porque si es así no es gracioso.

La chica se quedó en silencio, mirando los autos pasar por su lado con los brazos cruzados.

—Vale, no bromeas. —gruñó por lo bajo— Creí que sólo habían discutido o algo por el estilo. Ya veo que el asunto no va por allí.

—¿Qué más quieres que te diga?

—Que te arrepientes o algo.

—No lo hago. —frunce el ceño— Es un imbécil de proporciones bíblicas, pero no me arrepiento.

Hubo un silencio sepulcral en el ambiente y cuando se detuvieron en un semáforo él se giró para mirarla.

—Va a hacerte daño. —murmura con seriedad— Y si eso sucede no será papá, ni Itsuki o Daiki el que le clave una bala en la cabeza, seré yo.

Sarada lo vio de soslayo con los ojos ligeramente más abiertos. Sabía que su hermano no bromeaba. Podía ser el más pacífico de los chicos Uchiha, pero Itachi podría ser igual de imponente si se lo proponía.

—No hubo promesas de amor eterno. —contesta al instante— Lo que sucedió se terminó cuando todos aparecieron.

Pero él no estaba muy convencido de eso, había algo en ella que hacía que no terminara de creerle, tal vez ni siquiera ella era consciente de ello, pero conocía a su hermana. Era la persona que más amaba en el mundo y no dudaría en actuar si creía que algo podría afectarla.

Y también sabía que ella haría lo que fuera por ellos.

—De acuerdo. —propuso finalmente luego de un silencio incómodo— ¿Vemos una película y tomamos una copa de vino?

—Eso es un buen plan para mí.

—Bueno, pero primero dime qué hacías en un sitio como ese. —alza una ceja— ¿Has querido darte un baño de pueblo, princesa?

—La humildad es una cualidad de un buen soberano. —sonríe de medio lado— Así que decidí darles la oportunidad a los plebeyos de apreciar la verdadera belleza femenina.

Itachi soltó una carcajada varonil. Sarada podía ser impertinente e irritante con todo el mundo menos con las personas que de verdad quería.

—¿Cómo puede caber tanta arrogancia en un ser tan pequeño como tú?

—Es uno de mis tantos dones. —contesta con altivez— Soy fantástica, ¿verdad?

(...)

—Llegas temprano. —escuchó la voz de su socio desde la terraza— ¿No había la suficiente diversión para ti?

Itsuki lo había visto atravesar el vestíbulo de la casa totalmente a oscuras y él no tuvo remedio que detenerse frente a la puerta que salía a la terraza.

—Conseguí lo que quería. —responde Kawaki con sencillez.

Mentira. Lo que de verdad quería no estaba cerca para poder hacer de las suyas.

—Ya veo. —le vio encender un cigarro y aceptó uno cuando se lo ofreció.

No fumaba a menos que el estrés lo sobrepasara y Kawaki lo sabía, por eso terminó de salir a la terraza y se situó en el asiento frente a él.

—¿Sucede algo?

Itsuki sacudió la cabeza, y de no ser por el ceño fruncido el Uzumaki se lo habría creído.

—No me dijiste cómo te fue en la reunión con el jefe de los Libaneses.

Ahí fue donde el rostro del Uchiha se crispó y Kawaki supo que había dado en el clavo.

—No habrá alianza. —zanjó en tono disgustado.

—¿Qué? —exclamó consternado— Creí que habías conseguido convencerlos.

—Sólo hay una manera en la que una alianza con ellos pueda ser llevada a cabo. —masculla chasqueando la lengua— Quieren concertar un matrimonio.

—Pero el jefe no tiene hijas.

—No. Tiene un hijo. —el ceño se le frunce más— Y quiere que le entregue a mi hermana.

Estaban dementes si creían que permitiría que lo condicionaran con algo como eso. Sarada estaba fuera de los límites, y si tenía que estallar una guerra, que así sea.

—Supongo que no piensas permitirlo. —alza una ceja— Y ella no aceptaría tampoco.

Itsuki se quedó en silencio ahondando en sus pensamientos. Él no lo haría, jamás. Su padre y sus hermanos estarían de acuerdo con eso, pero si Sarada llegaba a enterarse...

—Lo haría si se lo pido. —desvía la mirada— Mi hermana es un espécimen raro que se rebela ante cualquier situación que no le parezca, pero sé que si le pido esto, ella aceptaría.

Kawaki frunció el ceño. A él debería importarle una mierda la vida de una chica con la que convivió solamente unos pocos días, pero por alguna razón le molestaba e intentó disimularlo detrás de una máscara de estoicismo.

—Después de lo que vi en la cena de ayer, lo dudo. —comenta el Uzumaki con escepticismo— No parece ser de las que aceptan matrimonios arreglados.

—Lo haría por la familia. —le mira de reojo— Así de leal es.

Pero no pensaba pedírselo. Nunca. No necesitaba decirlo en voz alta para aceptar ese hecho.

Kawaki se puso de pie sin poder creer que Itsuki estuviera considerando entregar a su hermana a los Libaneses. ¿No se suponía que para los Uchiha la familia va primero?

Era evidente que no supo leer en la mirada determinada de su socio, porque si lo hubiese hecho se habría dado cuenta de que para Itsuki todo estaba claro incluso antes de comentarlo con alguien más.

—Tu familia, tu decisión. —se encoge de hombros— Me voy a dormir.

Lo dejó solo sin esperar una respuesta y se perdió por los pasillos de la casa con la sangre caliente fluyendo furiosamente por su cuerpo. ¿Por qué demonios le importaba siquiera?

Si no terminaba siendo la esposa de su hermano lo sería de alguien más. Y eso ya no era de su incumbencia.

Se dejó caer de espaldas en el colchón con la mirada en el ventanal, hasta que una luz rojiza llamó su atención desde el armario reflejándose en el vidrio. Era un papel de regalo brillante.

¿Quién demonios había tenido la osadía de entrar en su habitación y dejar eso entre sus cosas?

Su primer pensamiento fue que la molesta hermana de Ryōgi se coló, pero desistió de esa idea de inmediato al recordar que ella le dio su obsequio durante la cena. Un aburrido reloj.

La única persona que no le dio nada fue ella. Sarada.

Se puso de pie con el ceño fruncido y tomó con curiosidad la caja entre sus manos. Sobre ella había una nota.

«Triste criatura de la noche, ¿qué clase de vida has conocido? Dios me dé fuerzas para demostrarte que no estás solo.»

Rasgó el papel que envolvía la caja y dentro se encontró con algo que le provocó una sonrisa incrédula. ¿Ella de verdad...?

Sí, se tomó en serio la misión de obsequiarle la cosa más cursi. La cajita musical redondeada con detalles dorados y apariencia de reliquia relucía en su mano, y al abrirla se encontró con dos figuritas abrazadas en el centro, dando vueltas mientras una melodía triste sonaba al girar la palanquita de metal en la parte trasera. Eran Christine y Erik de El fantasma de la ópera.

Maldita mujer.